Tres disparos, tres certezas: no me arrepiento, lo volvería a hacer, no estoy loca. Han pasado mil setecientos setenta y cinco días desde que Montserrat González asesinó a Isabel Carrasco, presidenta de la diputación y del PP de León. Si volviera a ese 12 de mayo de 2014, le descerrajaría un tiro por la espalda, dos más cuando cayera al suelo. Otra vez. Lo dijo en el juicio, se lo dijo a los policías que la detuvieron y lo repite desde la cárcel: lo volvería a hacer. «Como hay Dios», enfatiza.
El caso se parece bastante al recuerdo colectivo que se guarda de él: dos mujeres se confabularon para matar a una política todopoderosa en la provincia. La madre quiso quitar de en medio a la mujer que se las hacía pasar canutas a su hija, Triana Martínez, que también participó en el crimen. Todo eso es cierto, así lo esclareció el juicio. El relato era truculento, pero de aristas romas: no había interés político, eran dos desquiciadas con un arma de fuego.
Ese día el periodista británico Justin Webster (Aldershot, 1963) estaba mirando donde mirábamos todos: a un crimen delirante. Pero vio lo que nadie vio. Que algo no encajaba: «Venganza personal», decían los titulares. «Una mujer de cincuenta y seis años que mata a otra de cincuenta y nueve, en una ciudad pacífica, provincial. Todos son miembros del Partido Popular. Quizás porque lo miré con ojos de extranjero, sentí que tenía que haber mucho más detrás para conducir a un hecho tan extraordinario», cuenta.
Esa frágil intuición —que había una historia que contar pero no era la que se estaba contando— fue el germen de Muerte en León, la serie documental que estrenó en 2016 Movistar+ sin demasiadas alharacas. Quizás no fuera su intención, pero se convirtió casi instantáneamente en una serie de culto. Si a alguien le disgustó no se hizo oír demasiado. Fascinaron sus cuatro capítulos, un chute constante de asombro adictivo. Sobre todo, porque nos estampó de bruces contra nuestra propia ilusión: sabíamos quiénes eran las asesinas, pero no teníamos ni idea de lo que realmente había detrás del asesinato de Isabel Carrasco.
El documental (gélido, riguroso) desvelaba detalles (morbosos, surrealistas, insólitos) que los gacetilleros habían pasado por alto. Desde la enfermiza relación maternofilial a los policías de Burgos, el chanante abogado de la defensa o la enigmática policía Raquel Gago, y especialmente la figura de una política que hizo del Palacio Los Guzmanes un House of Cards castellano de outfits imposibles. Indagando en ese ecosistema de corruptelas y paranoias, la muerta se convirtió en una villana caciquil y fascinante y las vivas en un enigma irresoluble. Las cuatro horas de metraje llenaron a rebosar las lagunas —informativas— del caso, al tiempo que dirigían el índice hacia verdaderos secarrales. Y, además, arrojaron una sombra sobre la luminosa sentencia que parecía dejar todo atado: ¿hubo alguien más involucrado en el asesinato de Isabel Carrasco? ¿Se ocultaron pruebas deliberadamente?
A esa pregunta trata de responder la segunda parte, que estrenará HBO el 22 de marzo. Porque ya sabemos que, a veces, los misterios no se resuelven cuando el asesino confiesa, ni cuando está entre rejas. Esta es una de ellas.
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P: ¿Fue el asesinato de Isabel Carrasco un crimen político?
Justin Webster: Sí, en un sentido amplio del término.
El director nos recibe horas antes de que la segunda parte, Muerte en León: caso cerrado, se estrene en cines. Que hoy la prensa se dé tortas para hablar con él sobre los vericuetos del documental da la medida de cuánto han cambiado las cosas en los tres años que han transcurrido desde la primera entrega. Por entonces, cuando se lanzó a rodar una serie de no ficción sobre el asesinato de Isabel Carrasco, (casi) todo eran puertas cerradas. Ni siquiera los periodistas que habían cubierto el caso sabían si podían ser demasiado colaborativos. «Me enteré de que había medios de comunicación, medios importantes, que no podían indagar demasiado sobre el asesinato. A muchos les habían parado los pies en la investigación, pero con nosotros no pudieron porque somos independientes en el sentido de que yo no trabajaba para un medio que me pudiera decir que no podía escribir esto o filmar lo otro», explica.
De hecho, cuando se cae en la tentación de afirmar eso de que Muerte en León es nuestro Making a Murderer ibérico, el aterrizaje del True Crime en España, Webster se recoloca en la silla. Tiene mucho que matizar al respecto. Eso que llamamos auge de los documentales que revisitan crímenes o sucesos pasados para él no es tal. Ni es un auge, ni es tan mayoritario ni tan (aparentemente sencillo) de replicar: «El que comenzó este subgénero en 2005, The Staircase, pudo hacerse porque su director había logrado un Óscar el año anterior, y eso le hizo ganar la confianza de la BBC para que la produjese. Pero las creadoras de Making a Murderer pasaron diez años trabajando solas, hasta que en el último año Netflix les dio su apoyo. Después vinieron The Jinx, Wild Wild Country y Serial, que ha tenido una influencia tremenda en la cinematografía también. Pero si lo miras bien, no hay tantos en el mundo. Y la razón es muy sencilla: es muy difícil que las televisiones te digan que sí. Tú llegas con un proyecto que básicamente dice que vas a estar dos años filmando un caso que no sabes cómo va a acabar, no estás seguro de si tendrás acceso a sus protagonistas y además no puedes dar un plazo de entrega». Los que ponen el dinero quieren respuestas sólidas, pero los proyectos acostumbran a presentarse como una maraña de preguntas. De hecho, una de los hallazgos más valiosos de su investigación apareció ante ellos sin que lo estuvieran buscando.
Webster cree que tuvo suerte entonces, aunque junto al productor y guionista Enric Bach arriesgó mucho. Confiesa que lo más trabajoso fue desentrañar y hacer comprensible el «ecosistema» político y social de la ciudad, el impacto que tuvo un asesinato a cuyo escenario los leoneses se refieren ahora como «el puente del bicho» o «el puente de Triana», indistintamente. Hoy la serie resucita en la plataforma HBO, que ha apoyado la segunda entrega que trata, en palabras de su director de «llenar el vacío que me dejó el final de la primera».
En ella, recordemos, se desvela que ciertas llamadas telefónicas de Triana Martínez jamás se investigaron. No se incorporaron al sumario judicial, y las partes no tuvieron acceso a ellas. En ningún modo es una omisión menor: Muerte en León destapó que durante los cuatro meses anteriores al asesinato en el puente, Triana habló todos los días (salvo uno) con un misterioso número de teléfono. La víspera del crimen, la llamada se prolongó más de una hora. El mismo día en el que su madre tiroteó Carrasco, Triana solo llamó a tres números: su madre, Raquel —ambas condenadas— y ese tercer teléfono. Un hecho tan insólito ante el que el exfiscal anticorrupción Carlos Castresana decía que solo existían dos posibilidades: «Ha podido no verse o ha podido verse y ocultarse. Y ambas son graves». Preguntada al respecto por el equipo de Webster, la policía aseguró que habían investigado las comunicaciones de Triana (igual que las del resto de acusadas) y que si el número misterioso aparecía en los registros, se habrían puesto en contacto con él, pero no había aportado información relevante.
Pero era mentira. Muerte en León descubrió que el número pertenecía a un asesor y amigo personal del presidente de la Junta de Castilla y León, Juan Vicente Herrera. Ningún policía ni abogado había intentado jamás localizar a este asesor, cuyo nombre sale a la luz en esta segunda parte: Luis Estébanez. Webster habla con él, que responde con evasivas increíblemente vagas: «A todas las preguntas que yo le planteaba, su solución era que dos y dos sumaban cinco, no eran en absoluto convincentes», apunta. En el nuevo material podemos ver cómo Estébanez pretexta que esas intensas comunicaciones con Triana se debían a que ella le solicitaba trabajo, y él no podía ayudarla. Durante doscientas cuarenta y siete llamadas. «Además de frustrado, porque no era capaz de explicarme nada, me sentí fuera de lugar hablando con él. Porque en todo momento pensaba que no debía ser yo quien estuviera tomándole testimonio por teléfono a ese hombre, verificando si está mintiendo o no, o si esas llamadas tenían algo que ver con el asesinato o no. Tenía que haber sido la policía», dice Webster.
Pero no lo hizo. Y no sabemos lo lejos que estuvo de hacerlo hasta que Muerte en León: caso cerrado, descubre por qué no solo no se investigaron esas llamadas, sino ninguna otra de Triana Martínez. Es más: la policía ni siquiera tuvo en su poder el historial telefónico. El porqué es una tan chapuza épica que no revelaremos aquí, pero que descarta con contundencia uno de los dos escenarios apuntados por Castresana.
P: Hubo una ocultación de pruebas deliberada en el asesinato de Isabel Carrasco?
J. W.: Eso es lo que sostenemos en el informe. Las pruebas demuestran que fue deliberada.
El director y su equipo recopilaron todas las evidencias en un informe que entregaron a la Jefatura de Policía de León. ¿Qué ocurrió con él? «Contestaron un mes más tarde diciendo que no iban a hacer comentarios. Fue muy descarado».
Webster intentó ir más allá. En esta segunda parte lleva todos estos datos ante la jueza que instruyó el caso de asesinato, a la que se pregunta por esas doscientas cuarenta y siete llamadas y por todas las demás. La respuesta solo puede resumirse como un balbuceo mayúsculo. Aunque Webster renuncia a especular sobre el por qué de esta ocultación, algo se le escapa: «Tanto ella como el fiscal decidieron que esto era un caso cerrado, y convenía liquidarlo rápidamente».
Él sostiene que, sobre todo al principio de la investigación, se actuó con urgencia y se forzaron ciertos extremos para que encajaran en la teoría de un crimen no político, aunque fuera a martillazos. «Creo que se forzó esa hipótesis por motivos buenos y malos. Los buenos era no dejar que esto se convirtiera en un circo, no airear conclusiones precipitadas, porque era una situación potencialmente explosiva. Recuerdo que en los primeros momentos del crimen incluso hubo gente culpando a Podemos y a los escraches, aunque duró tres minutos». Pero también los hubo malos: «Se renunció a investigar la trama política, esta se desechó muy rápidamente. Hubo incluso un titular de El País que lo tildó de «crimen no político». Es curioso. Desde luego que podía darse el caso de que efectivamente no lo fuera, pero la decisión de encajarlo ahí fue demasiado rápida». Aun así, Webster no plantea una enmienda a la totalidad del juicio: «No creo que fuera un desastre absoluto. Creo que hay puntos en los que sí lo fue, porque no se pueden amañar pruebas. Empiezas con eso y acabas como Villarejo», sentencia.
Otros cabos sueltos
Al margen del asunto de la llamadas, el documental proporciona también un repaso al resto de cabos sueltos del caso. Pero no a todos, hay una criba. «Muchas tramas, en esta segunda parte, se eliminaron, no porque no fueran importantes, sino porque al final quedaron como algo insustancial, como el presunto acoso sexual de Isabel a Triana. Es muy llamativo, pero no muy fiable», explica Webster.
El papel de Raquel Gago en el asesinato permanece como gran incógnita, también para él. La única de las condenadas de las que Webster tiene la certeza que ha visto los cuatro episodios de Muerte en León. «Montserrat y Triana creo que están a otras cosas», aclara. La expolicía incluso utilizó la información revelada en la serie en su recurso al Supremo, con nulo éxito. El director opina que la defensa de la expolicía en el juicio fue mejorable y fracasó a la hora de demostrar el papel que ella desempeñó ese 12 de mayo. «La explicación racional, para el juez del tribunal y también para mí, es que fue engañada por Triana, pero su abogado no defendió esa teoría, no hizo ese relato. Quedó la sensación de que no lo estaba contando todo. En cualquier caso, creo que debía haberse aplicado con ella el in dubio pro reo». Webster habla de una llamada —a las 17:36— que podría ser clave para probar su inocencia, pero fue un indicio no explorado en procedimiento. Aun así, no es lo más chocante: «Hay un agravio comparativo entre Raquel y Triana, es evidente. La investigación de las llamadas de Raquel sí produce pruebas que son parte de su condena, que se usaron el juicio. Se revela, por ejemplo, la relación secreta que tenía con Fernando, pero nadie investigó quién era el amante o novio de Triana, teóricamente también vinculado al PP».
P: ¿Podía ser Luis Estébanez ese novio al que tampoco se investigó?
J. W.: Él dice que no. Triana también dice que no. En otras cosas hay contradicciones en sus testimonios, pero en esto no. Yo no puedo especular, aunque desconfíe.
Webster no sabe, con certeza, si hubo alguien más involucrado en el asesinato de Isabel Carrasco. Desconoce los detalles de la relación que mantenían Triana y el asesor de Herrera. Ella no le ha confesado quién era su pareja, quién le pagaba la hipoteca o si su madre tuvo ayuda para comprar la pistola con la que mató a Isabel Carrasco. «No está en su interés inculpar ni a Estébanez ni a nadie más», aclara. Pero sí está convencido de que en el espacio intermedio entre lo que dice Triana y lo que calla dormitan buena parte de las respuestas.
Concretamente, en las últimas palabras que ella pronunció en el juicio, un alegato atropellado:
«Quiero decir que me da mucha pena haber escuchado a muchos de los testigos… que han venido a decir mentiras, que no se acordaban de sucesos que pasaron, que han dicho que casi no me conocían o que no eran amigos, otros también han desaparecido, no han querido venir, están ausentes… Bueno, eso», concluyó.
Para el director resulta evidente que esas palabras tenían unos destinatarios claros: los enemigos políticos de Carrasco. «Ella sentía, igual que su madre, que estaban haciendo algo bien. Algo bueno. Se refirieron a pubs concretos donde se especuló sobre la necesidad de quitar de en medio a Isabel Carrasco. ¿Eso es signo de locura o de algo más?», se pregunta. «Yo creo que esto es el meollo del asunto: lo que Triana sentía hacia su entorno y cuál era, en realidad, esa relación con su entorno. Pudo fabricarla en su cabeza o pudo ser real, pero no lo sabemos», dice.
Webster tiene una frase de Samuel Beckett preparada para ofrecerla como resumen de sus sensaciones ante la nueva entrega del documental: «Lo intentaste. Fracasaste. No importa. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor», recita. Cree que los ochenta y ocho minutos de Muerte en León: caso cerrado son la crónica de un fracaso. «Lo es porque acaba con un interrogante, aunque resuelva otros que también son importantes». Se nota que no trata de mantener el suspense, sino que se admite derrotado por él: «El título es irónico, porque el caso no está cerrado en absoluto, pero nos hemos encontrado con un muro y una nula intención de investigar por parte de las autoridades». De momento, él entrecierra la puerta y deja en el aire si volverá a intentarlo, como decía Beckett en Rumbo a peor. Culmina el proyecto tal y como lo empezó: sin una conclusión clara.
Buenos días.
De «House of Cards» castellano nada, León nada tiene de Castilla, hablemos con propiedad por favor.
Valiente bobada.
Valiente bobada nada. Ignorancia es decir que Leon es Castellano cuando al menos la comunidad se llama Castilla y Leon, por lo tanto como minimo Leon es Castellano Leones. Y si sabes un poquitito de historia y te remontas a antes de 1983 en que metieron a Castilla y a leon en ese engendro llamado Castilla y Leon, ni siquiera eso.
De nada, se ve que necesitabas la leccion
Haría falta un Carrère que novelara esta historia.
La muerte siempre blanquea a las personas. Preguntas y siempre aparece alguien que dice “era muy buena gente”.
En este caso preguntas y cri, cri,cri…..
La policia siempre que hay un caso complicado, lo acaba cerrando igual, en falso. Notese que el padre de Triana fue comisario decadas. Conocía a todos los policias , implicados etc. ¿Casualidad?
Querida Bárbara Ayuso, gran artículo. Con ganas de ver los documentales. Solo un pero, León no es una ciudad castellana…un poquito de por favor
Me gustó mucho el 1º documental y tengo ganas de ver el 2º.
Gran artículo pero por favor corrija eso «House of card castellano» porque León NO es una ciudad castellana.
Gracias.
Este caso ha dejado muchos flecos sueltos. El juicio fue una chapucería, la condena a Raquel Gago resulta bastante inexplicable y la presencia y actuación de los dos policías de Burgos levanta muchas sospechas. No parecen estar todos los son ni son todos los que están. Para otro tema de documental el caciquismo, nepotismo y las prácticas corruptas del Partido Popular en otro de sus feudos, que envuelven el caso de principio a fin.
Ya se ha dicho, pero no está mal insisitir: León no es una ciudad castellana.Gran artículo, por lo demás :)
Si una cosa queda clara despues de ver los 4 capitulos y este ultimo nuevo, es que tanto la policia como el fiscal estan implicados en la ocultacion de la verdad de los hechos. Y en mi opinion vista las declaraciones de la jueza tapando a la policia, diria que ella tambien esta implicada en la trama de ocultación de la verdad.
Quien envía a los policias que vienen de otra provincia de manera totalmente irregular, tambien está en el meollo del asunto y el padre de Triana siendo comisario varias decadas no puede andar lejos tampoco en los tejemanejes.
Todo el aparato de justicia fiscalia, policia, jueza… todos mas que sospechosos de la ocultacion, de quien fue el que encargo el asesinato, que por otro lado queda bastante claro no voy a hacer mas spoiler.