Este artículo fue publicado originalmente en nuestra revista Jot Down Smart número 21
Hendrik Johannes Cruijff fue, para los futbolistas, como el amigo que convence al adolescente, atormentado por la culpa cristiana, de que masturbarse no es pecado y de que nadie se queda ciego ni se gastan los huesos por darle al manubrio. El mejor futbolista holandés de todos los tiempos, ya como entrenador, llegó a España un día de primavera de 1988 y, señalándonos un balón, nos dijo: deleitémonos con eso, sin remordimientos. Había hasta ese momento jugadores que disfrutaban con la pelota y entrenadores que aplaudían esa predisposición natural al regocijo sobre el verde, pero vivían apabullados por el mantra generalizado del eterno sacrificio como único camino hacia una recompensa digna. «Hay que sufrir», «Juguemos como hombres y no como nenazas» y otras consignas más propias de disciplinas castrenses que deportivas se escuchaban por todo el ámbito balompédico; incluso algunos futboleros, con prurito de literatos, hacían juegos de palabras del tipo «disfrutar sufriendo». La Furia Roja no era el nombre de un avión de combate ni de un submarino nuclear, sino el apelativo con el que se conocía a la selección española. La Quinta del Buitre era el máximo, si no el único, exponente de una sensibilidad futbolística orientada, además de al resultado, al deleite, pero nunca llegó a provocar una adhesión unánime. Es más, su estandarte, Emilio Butragueño, quizás el jugador español más peculiar y genial que vieron habitualmente nuestros estadios hasta que aparecieron Xavi e Iniesta, fue continuamente cuestionado. El hombre que se paraba en el área como si esta fuera un diván para reflexionar sobre cuál era la mejor solución no mostraba esa ansia hispana que se identifica erróneamente con pasión por lo que uno hace. A pesar de ganar buena parte de las ligas que disputó, a la Quinta del Buitre no se le perdonaron sus continuos fiascos en la Copa de Europa, fruto unas veces de los pequeños detalles que dan y quitan títulos, y otras de detallazos como aquel Milán invencible de los holandeses. Y siempre que había que recriminar, se recriminaba la falta de garra. Camacho jugando con la cabeza medio partida y una venda ensangrentada era una de las estampas que parecía destinada a pasar de generación en generación como ejemplo de dignidad bélico-deportiva.
Entonces llegó Johan y legitimó el gozo. Y uso la palabra gozo no gratuitamente. En su primera acepción, la RAE la define como «sentimiento de complacencia en la posesión, recuerdo o esperanza de cosas o bienes apetecibles». ¿Qué bien más apetecible podría concebir Cruyff que el balón, y a qué sentimiento de mayor complacencia podría aspirar que a poseerlo? Es la de invitarnos al disfrute sin cargo de conciencia razón más que suficiente para tolerar toda adulación desproporcionada al referirnos a sus virtudes como ser humano, sobre todo por los que concebimos la felicidad como el arte de pasarlo bien sin estorbar y sin sentir culpabilidad por ello. Y también este motivo bastaría para que fuéramos indulgentes con los errores del gran propugnador del hedonismo balompédico. Porque, como hemos visto más recientemente, todo entrenador genial ha de apuntarse un Chigrinskiy en su carrera, y Cruyff, el más genial de todos, nos dejó unos cuantos Kornéyevs, en tiempo récord además: Jose Mari, Escaich, Eskurza, Quique Estebaranz… Fue además quien se llevó por delante con su actitud despótica al futbolista que, junto con Guardiola, mejor representaba la ternura futbolística que el holandés había implantado: Michael Laudrup, que, para más inri, acabó jugando en el Real Madrid. Y, seguramente, también una mala gestión deportiva y personal por parte del Flaco influyó para que Iván de la Peña, predestinado a ser uno de los mejores jugadores del mundo, acabara desparramando su talento por hábitats futbolísticos inadecuados.
Merece también que hagamos la vista gorda ante el recuerdo de su nepotismo y que olvidemos que su hijo Jordi y, sobre todo, su yerno Angoy (que acabó dejando el fútbol por el fútbol americano) seguramente no alcanzaban el nivel para jugar en el primer equipo del Barcelona, y que su inclusión con calzador en aquella plantilla implicó que se les cerrasen las puertas a otros que podrían haberlo merecido más. Llegó a circular la teoría, algo descabellada, de que al primer equipo no subían los mejores jugadores porque esta era una forma de que Jordi, entre ese grupo de canteranos, no desentonase. Y es que, efectivamente, Cruyff pareció mostrar predilección por futbolistas del filial como Roger, Arpón, Juan Carlos Moreno o Quique Martín, todos buenos jugadores pero que a la larga pasarían sin demasiado protagonismo por la liga española, y que gozaron de minutos antes que otros que desplegaban un fútbol más llamativo en el anejo del Miniestadi.
Cruyff fue el Copérnico que nos enseñó que el balón es el centro del universo futbolístico y todos los demás actores giran en torno a él. Afortunadamente, una copa del rey, tras una nefasta primera temporada, lo salvó de la pira a la que parecían estar condenados en nuestro fútbol los innovadores que propugnaban el buen gusto como camino innegociable hacia la victoria. Sin ese gol de Alexanko quién sabe qué sería hoy del fútbol español. La consecución del menor de los tres títulos principales, escaso logro, permitió a posteriori que las ideas de un supuesto vendehúmos que se aprovechaba de su condición de ser uno de los cuatro mejores jugadores de la historia alcanzaran el reconocimiento merecido y adquiriesen con el paso del tiempo consistencia y reputación. Sin ese título es probable que el baloncentrismo se hubiera ido al traste y que siguiéramos en búsqueda de «tíos con cojones, que se dejasen de mariconadas», que dieran de una vez por todas un título a la selección, porque la influencia de su «teoría» sobrepasó con creces las puertas de Can Barça. Sin ese gol que evitó que arrojaran a Cruyff a la hoguera, probablemente aquel muchacho enclenque de Santpedor que fue salvando por los pelos la criba que cada final de temporada se hacía en las categorías inferiores del Barcelona hubiera pasado desapercibido, y finalmente se le hubiera defenestrado por no reunir la complexión hercúlea que se le debía suponer a un futbolista que ocupa una posición de capital importancia en un terreno de juego; no, no es descabellado pensar que Pep Guardiola hubiera acabado recorriendo durante los fines de semana campos de segunda B o tercera división hasta que, aburrido y con problemas de cervicales de tanto mirar hacia arriba para vislumbrar un esférico maltratado, quizás hubiera abandonado una insignificante carrera futbolística con veinticuatro o veinticinco años. Guardiola fue como el «En un lugar de la Mancha», el texto inicial que todo artista necesita para arrancar una gran obra que tiene en la cabeza (Luis Milla fue el boceto) pero a la que no sabe cómo dar salida.
Johan institucionalizó, a través de Guardiola, la figura del 4 como cerebro puro, no sometido al músculo; para el que ocupara esa demarcación un físico corpulento sería un extra, nunca mal recibido, pero no imprescindible: pensar era la condición sine qua non. Y cuando esta primera temeridad no solo se normalizó, sino que se asumió como elemento fundamental en la estructura del Barcelona, todas las miradas de los que conocían las categorías inferiores se posaron en Xavi Hernández, un chico de doce años, que jugaba como nunca he visto jugar a nadie a esa edad. No porque no los haya visto tan buenos como él, sino porque lo hacía como ejecutando la partitura que Cruyff componía para sus futbolistas adultos. No quitemos méritos a Van Gaal, que fue quien hizo debutar al cerebro de Tarrasa, pero esta criatura no fue ni más ni menos que la encarnación, en una pequeña anatomía de 1,70 m, del pensamiento cruyffista.
La total sumisión de la fuerza al talento en el centro del campo fue una de las primeras desinhibiciones, pero había otras que rozaban la temeridad; la implantación en España del «arte por el arte» futbolístico condujo a la defensa de tres, que, si ya de por sí sonaba a locura en un momento en el que peligrosamente se iban imponiendo las retaguardias constituidas por cinco tiarrones («carrileros» era una eufemismo para los dos laterales), tenía toda la pinta de ser un auténtico suicidio si veíamos las características de las líneas traseras que más de una vez Cruyff armaba, o desarmaba, con tipos como Eusebio, de enorme calidad técnica pero que aparentemente no robarían un balón ni con pistola y saldrían muy perjudicados en cualquier cuerpo a cuerpo. La obsesión por el dominio de la pelota llevó a Cruyff a la mayor de sus excentricidades: Busquets. Hubiera optado el técnico holandés por colocar como portero a un manco que supiera dar un pase de tres metros con el interior del pie sin caerse antes que seguir manteniendo al mítico Zubizarreta, una verdadera nulidad con las piernas, y que ya tampoco en su última etapa culé fue un prodigio con las manos. Pero Busquets era demasiada broma para una portería como la del Camp Nou. Seguramente, más que un guardameta, fue un lema: aquí la pelota la maneja hasta el que limpia, aunque limpie mal. Busquets no era un genio con las manos y se defendía con los pies, pero su verdadera contribución, impagable, al FC Barcelona y al fútbol español, la hizo con su esperma, del que salió una verdadera genialidad en forma de mediocentro larguirucho.
Pedro Henríquez Ureña afirmó que «de cualquier poema escrito en español se puede decir con precisión si se escribió antes o después de Rubén Darío». Seguro que con el tiempo se podrá decir algo parecido de los jugadores de fútbol respecto a Cruyff, no tanto por su forma de jugar como por su manera de disfrutar jugando, por esa expresión inequívoca del que goza sin remordimientos. No hay mayor victoria que esa.
Después de su muerte, nos vemos obligados a seguir dando gracias a este hombre que no vino a otra cosa que a promulgar que fuéramos felices sin cargo de conciencia. Y le damos las gracias por todo: por sus Kornéyevs, por su hijo Jordi, por su defensa de tres, por el rondo, por el baloncentrismo, por Guardiola, incluso por alinear a Julio Salinas de extremo, por Xavi y hasta por el esperma de Busquets.
Magnifico el escrito, pero si no se sabe en demasía, algo nada censurable, lo mínimo es documentarse antes de dotar de importancia pivotal a un título y un gol que muy lejos de salvar a Cruyff, lo antecedió.
La Copa del Rey del gol de Alexanko fue en la 87-88, con Luis Aragonés de entrenador azulgrana.
En el Bernabéu habîa poco gozo. Era habitual verle cambiar las alineaciones y hacer cosas muy raras por el miedo que le tenîa al Madrid. Como futbolista fue uno de los mejores de la historia, como entrenador un charlatân afortunado. Gracias por Laudrup.
Hablar de charlatanería desde la charlatanería…
Mirusté, Cruyff como entrenador fue un monstruo, lo que dice vuecencia de que le tenía miedo al Madrid en el Bernabeu es lo que decía José María García en aquellos años, una bobada como un templo. Cruyff hacía cosas muy raras no, intentaba sorprender al contrario a veces y otras era el mayor pragmatista del mundo, lo que pasa es que la gente lo compara con Guardiola y esa sombra oculta el hecho de que Guardiola como entrenador tiene poco que ver con el Cruyff entrenador, y que el Barcelona de Guardiola fue muy distinto del Barcelona de Cruyff. Lo que tienes que hacer, querido amigo, es estudiar un poquito en lugar de emitir juicios gratuitos porque sí…
Buen artículo, bastante interesante. Yo siempre he visto a Cruyff como uno de los grandes del deporte, de jugador…
Es erróneo considerar a Cruyff un entrenador dedicado al espectáculo de la posesión de la pelota en sí misma, y una suerte de esteta.
Cruyff fue un pragmatista, incluso con su idea de que, además de ganar, había que dar espectáculo, porque si no la gente se iría del campo.
Sus ideas aparentemente estrafalarias respondían siempre a algún motivo bien fundado, otra cosa es que fuesen arriesgadas. Sin embargo, solían dar resultados. La primera y más famosa es la de los 3 defensas. Que en realidad eran dos marcadores y un centrocampista defensivo ejerciendo de hombre libre (Koeman). Pero esto no tenía nada de descabellado en tanto que en el repliege defensivo esa líne de 3 era completada con 2 jugadores que defendían las bandas (con lo que a la postre Cruyff defendía con línea de 5 en el repliegue, si la presión alta fallaba, como casi todo el mundo en aquella época).
La razón de que jugase con Koeman de líbero en lugar de con un central puro es precisamente porque no tenía un central puro que pudiese sacar el balón de atrás como Koeman. Y así podemos ir desgranando cada toma de decisión aparentemente polémica… como lo de hacer jugar a Bakero de media punta, de espaldas a la portería, en lugar de delantero como en sus días de la Real. Lo que pasa que si luego ves los partidos y lo que hacía Bakero, todo encajaba.
Porque la idea subyacente seguía siendo la misma que la de Rinus Michels y la del propio Cruyff, a saber, que para jugar al fútbol lo que importa no es quién juega dónde, sino que al fútbol se juega siempre de la misma forma en todo el campo, esto es, soltando la pelota y ocupando el espacio libre. Y para eso sólo hace falta buen pie y buena cabeza (para pensar). Que no es poco. De ahí que el Cruyff entrenador no entrenase las jugadas a balón parado, ni dijese a sus jugadores qué hacer en muchas ocasiones, porque una vez puesta en marcha la maquinaria, la habilidad de los que la conducen ya se les presupone, por eso Cruyff escogía a sus jugadores con la idea de que supiesen pensar, tuviesen iniciativa y buen toque de balón. Aunque a veces se equivocase, también hay quien ficha a gente con grandes nombres que luego fracasan.
Y desde luego, nunca dejó de pensar en el resultado, de ahí que a él lo que le importaba era meter más goles que el contrario ¿cabe una afirmación más pragmática?
Lo que quizás no le perdonen algunos es haber hecho las cosas a su modo, sin importar si los demás iban a opinar que estaba loco o lo que fuera. Sin embargo números cantan, y avalan su trayectoria. De la misma forma que los que recordamos no sólo sus triunfos sino cómo fueron concebidos, a pesar de las aciagas noches (ese CSKA) porque eso mismo que le hizo perder (y a veces de forma estrepitosa) es lo que le hizo ganar otras tantas veces, eso mismo y no otra cosa.
Quizâs no sea un experto como «usté» en el Cruyffismo, perdôneme «usté» por el pecado o la blasfemia, pero la realidad es que a Cruyff no lo querîa ni su presidente, y de no ser por una serie de resultados afortunados se hubiera ido mucho antes del Barsa. Cruyff fue el entrenador que mantuvo a Busquets varias temporadas como titular, un portero lamentable, sin nivel probablemente ni para un equipo de la zona baja, que hizo jugar a una serie de jugadores mediocres y fichajes estrafalarios, que no querîa demasiado a Laudrup porque metîa pocos goles(otro invento de Garcîa?) y al que cuando le tocaron rivales a la altura le dejaron en evidencia. Ganô tres ligas de rebote ante un Madrid mediocre y un Deportivo que era un buen equipo sin mâs, y en Europa nunca le ganô a ningùn gran equipo: el Milân le metiô 4, el PSG le eliminô en otra temporada. Aquel Barsa jugarîa de cine, no lo pongo en duda, pero lo que tuvo en los momentos claves fue suerte, como dijo, no Garcîa, sino el gran Enric Gonzâlez. La diferencia entre que te toque la Sampdoria o el Milân en una final la vimos todos. Y lo de que se cagaba en el Bernabéu se lo dijo hasta Diaz Vega. Pero insisto, perdôneme por ser un hereje.
Bien se ve que tienes o muy mala memoria o muy mala fe, pues cuentas todo como se te antoja y te guardas cosas importantes. Por ejemplo Cruyff no quería poco a Laudrup porque metía pocos goles, las cosas tan impropias que hay que ver, Cruyff le exigía a Laudrup que metiese más goles por la simple razón de que sabía que la calidad del danés daba para hacer cualquier cosa sobre el campo. Esto dicho, Cruyff exprimía al máximo a todas sus plantillas como han reconocido muchas veces los ex-jugadores a su cargo, pero especialmente a sus ‘vacas sagradas’. Laudrup acabó hasta los bemoles de Cruyff, efectivamente, ahora bien, la lectura que tú has hecho, querido sofista de tres al cuarto, no refleja la realidad tal como fue.
Lo que ya es demencial es que prácticamente según tú ganó lo que ganó de chiripa y lo que aburre hasta a las focas árticas es el enésimo guayabo que pone a parir a la Sampdoria del 92 para desmerecer el triunfo en la final de Wembley de aquel Barcelona… este es, en mi experiencia, el test definitivo para probar cuando estoy ante un hater (o un mero analfabeto funcional). Tú no tienes ni pajolera idea de lo que era aquel equipo de la Sampdoria, y decir que ‘La diferencia entre que te toque la Sampdoria o el Milân en una final la vimos todos’.
Para empezar en una final no ‘te toca’ nadie como si fuera un sorteo, los equipos llegan a las finales porque lo merecen (ese argumento falso y patético del que piered y se consuela diciendo que ‘merecimos ganar’ te lo dejo a tí, me das la impresión de ser de ese tipo de pobre gente).
En segundo lugar, supongo que lo sabrás, pero yo te lo recuerdo porque a lo mejor tu memoria es fragil (o tu cara dura): hasta el año 92 la Copa de Europa la jugaban los campeones de cada liga nacional, lo que quiere decir que la Sampdoria le ganó la liga italiana a tu idolatrado Milan (idolatría por conveniencia, puramente ad hoc para ganar un argumento que no tiene sentido ninguno). Y no a cualquier Milan, sino al de Sacchi. ¿Quieres que te recuerde también lo que era la liga italiana en los años 90? Porque yo tengo muy buena memoria del pavor que había cuando a un equipo español le tocaba un italiano en competición europea. El pavor era merecido, por cierto. Pero vale, entre la Sampdoria y el Milan había una diferencia en 1992, y es que la Samp le había ganado el escudetto al Milan de Sacchi. A lo mejor también lo consiguió de chiripa, como el Barcelona, y ante equipos mediocres como el Real Madrid y el Deportivo.
Cruyff dio al Barcelona, como entrenador, lo que le negó como jugador (salvo en su primera temporada, en 1973/74): un legado futbolístico inmenso del que el club ha vivido los últimos veinticinco años.
Fue el entrenador ideal para el FCB, desesperado a finales de los 80, lleno de «urgencias históricas» (Menotti), huérfano de un estilo, y donde el holandés pudo tener una autoridad y un poder que en cualquier otro club habría sido imposible (incluso en su amado Ajax).
Su Barcelona de 1991 a 1994 no es el mejor que he visto (sí lo es el de Guardiola de 2009) pero, de lejos, aquel era el equipo con el que más me he divertido viendo fútbol. Y soy merengón…
No especulaban, no hacían un interminable tiqui taca en el centro del campo, variaban el estilo (pases en corto, pases en largo, desplazamientos de los jugadores en velocidad en espacio grande y en espacio corto, etc). Era un equipo menos perfecto que el de Guardiola pero incomparablemente más entretenido de ver.
Y no todo en Cruyff era encanto y simpatía. Era un tirano encantador que construyó un equipo inolvidable y que él mismo destruyó por los indisimulables celos que tenía hacia algunos de sus propios jugadores (caso evidente el de Laudrup).
Un tipo curiosísimo, pero también un genio del fútbol
El texto tiene algunas reflexiones con las que no estoy nada de acuerdo:
– ¿Culpar a Cruyff de que De la Peña fuese menos de lo que apuntaba? ‘Lo Pelat’ sale del Barça dos temporadas después de que lo hiciese Cruyff, echado por Van Gaal. Con Johan juega De la Peña el mejor fútbol de su carrera en la élite.
– ¿Jordi no tenía nivel para el primer equipo? Con 19 años llega a la decena de goles con el primer equipo, en aquella horrible 94/95 en la que el equipo deambula por la Liga mientras se acaba el Dream Team y se construye algo nuevo. Tan poco nivel tenía Jordi, que vino a buscarlo Sir Alex Ferguson a finales de la 95/96.
– ¿Poco talento de Roger, Óscar, Celades… en definitiva, de la generación que asciende al primer equipo en 1995? Ese año, que terminó sin títulos pero en los que se compitió por el Triplete hasta Mayo, dejó exhibiciones de esos chicos en el Benito Villamarín (1-5) o en Munich en semis de la UEFA (2-2). Las carreras posteriores de estos chicos no fueron top mundial, pero obligados a salir del Barça por Núñez, no lo tenían nada fácil. El contexto, muchas veces, marca más carreras que el talento. De hecho, el autor hace esa reflexión después sobre qué hubiese sido de Guardiola sin Johan.
– Busquets era un prodigio técnico con los pies. Con las manos era un portero mediocre, pero con los pies hacía más que ‘defenderse’. Muy acertada la reflexión sobre que en el Barça de Cruyff jugaba con los pies hasta el que limpiaba, aunque limpiase mal. Pero no era una excentridad, como no lo es ahora para Pep: es un paso indispensable para ganar.
Perfectas las aclaraciones de Nacho y de Viejotrueno, el que escribe el artículo no tiene ni idea, habitual ello, por otro lado.