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Historia de un grito

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El grito, de Edvard Munch, 1893.

Hay quien afirma que El grito de Edvard Munch es la segunda obra de arte pictórica más famosa de la historia. El ranking popular la situaría justo detrás del retrato de Lisa Gherardini que Leonardo da Vinci bautizó como La Gioconda, y sacando cierta ventaja a otras pinturas tan populares como La joven de la perla de Johannes Vermeer, El beso de Gustav Klimt, Las meninas de Diego Velázquez, La noche estrellada de Vincent van Gogh, e incluso a la majestuosa La creación de Adán de Miguel Ángel. Pero pese a la tremenda fama que arrastra el cuadro, y lo mucho que ha permeado en la cultura pop del entretenimiento, la mayoría de la gente parece desconocer que en realidad Munch no pintó solo un grito, sino varios. Y lo más curioso: que la figura que protagoniza la obra no está gritando.

La raíz de un grito

Edvard Munch nació un 12 de diciembre de 1863 en una granja del pueblecillo Ådalsbruk en Løten , Noruega. Hijo del matrimonio formado por Laura Catherine Bjølstad y un médico militar sin muchos recursos llamado Christian Munch, aquel chico fue la segunda de las cinco criaturas que engendraría la parejita: Johanne Sophie, el propio Edvard, Peter Andreas, Laura Catherine, e Inger Marie. Su progenitor, hijo de un sacerdote, era una persona severa y religiosa en extremo, «Mi padre era temperamentalmente nervioso y obsesivamente religioso, hasta el punto de la psiconeurosis» escribiría el artista. La familia (formada por aquel entonces por Christian, Laura, Edvard y Sophie) acabó mudándose en 1864 a la ciudad de Cristianía, la actual urbe de Oslo que en aquella época había sido bautizada en honor a Cristián IV de Dinamarca. Allí el pequeño Edvard sufrió una infancia y una adolescencia bastante desgraciadas: su madre murió de tuberculosis cuando contaba tan solo cinco años, él se tiró largas temporadas encamado por culpa de la fiebre y una bronquitis aguda crónica, y a su hermana más afín (Johanne Sophie) también se la llevó al otro mundo la tuberculosis en 1877. Para hacerlo todo más alegre, su propio padre se esforzó bastante en animarle durante el día a día: en lugar de cuentos para niños le leía relatos de Edgar Allan Poe, también le metió en la cabeza que los fallecimientos de su madre y su hermana eran castigos divinos, y que la primera le juzgaba desde el cielo.

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Edvard Munch.

Christian Munch falleció cuando su hijo sumaba veintiséis años. Laura Catherine, la hermana pequeña de Edvard y la responsable de animar al chico a comenzar a pintar, desarrolló un trastorno esquizoafectivo y se convirtió en habitual de las instituciones mentales. Y su hermano Peter Andreas fue el único de la camada que llegó a encontrar la felicidad de casarse en vida, para acabar palmándola un mes después, con treinta años y por culpa de una neumonía.

Todos estos acontecimientos propiciaron que Munch no fuese la persona más optimista del mundo. Años más tarde, y a la hora de describir su propia existencia, el artista afirmaría que «la enfermedad, la locura y la muerte fueron los ángeles negros que velaron mi cuna y me acompañaron durante toda mi vida».

Las influencias de un grito

En 1880 Munch decidió abandonar la carrera universitaria de ingeniería, donde era un alumno excelente a pesar de pasarse medio curso pachucho, para concentrarse por completo en ganarse el pan como artista. Una decisión que encabronó bastante a su progenitor, alguien que interpretaba el arte como un negocio profano y detestable. Munch ingresó en la Real Escuela de Arte y Diseño de Cristianía, fue alumno de Christian Krohg y Julius Middelthun, se empapó de la bohemia de la época, se hizo muy colega del nihilista Hans Jæger (defensor del amor libre, la pasión por la destrucción como fuerza creativa y el suicidio como el camino último hacia la libertad), se aficionó a beber a lo bestia y lidió con un padre que de tanto en tanto le destrozaba o confiscaba los inapropiados cuadros de desnudos.

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Amor y dolor (a.k.a. Vampiro) (1895).

Munch comenzó tanteando el naturalismo, el impresionismo y el postimpresionismo. Estudió en París bajo la supervisión de Léon Bonnat, se impregnó de los colores de Toulouse-Lautrec, Vincent van Gogh y Paul Gauguin (de quien adoptó la máxima «El arte es un trabajo humano y no una imitación de la naturaleza») y su estilo acabó elaborando una personalidad propia basada en el color y la expresividad de la línea que lo encarrilaba en la corriente simbolista. Se codeó con artistas como Johan Rohde, Emanuel Goldstein o Kalle Løchen. Y en Berlín comenzó a convertirse en leyenda al militar entre los intelectuales del lugar, arrimarse a artistas como August Strindberg y Holger Drachmann (un compañero de barras de bar que escribió sobre Munch «Buena suerte con tus luchas, noruego solitario») y lograr que le clausurasen una exposición tras una semana desde inauguración gracias a la polémica propiciada por sus cuadros. Algo que le enorgullecía personalmente: «Nunca he vivido un momento tan divertido, es increíble que algo tan inocente como la pintura haya creado tanto revuelo».

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La niña enferma (1885).

La obra de Munch se convirtió en un espejo de los grandes dramas vividos durante su vida: las muertes de su madre y hermana propiciarían las piezas La madre muerta (1899), Junto al lecho de muerte (1893), la serie de seis pinturas y varias litografías tituladas La niña enferma (1885-1926) o el cuadro Muerte en la habitación de la niña enferma (1895). Sus demonios internos serían la semilla de Ansiedad (1894), Desesperación (1892), Muerte y la doncella (1893), La asesina (1906), o aquella pintura conocida popularmente como Vampiro que originalmente se titulaba Amor y dolor (1895). La soledad sería la culpable de Cenizas (1894), Separación (1896) o las diversas variantes de Melancolía que el artista pintó entre 1891 y 1893. En La danza de la vida (1899-1900) quedaba claro que el hombre no era la alegría de la huerta: el lienzo retrataba la existencia humana como una coreografía donde los participantes bailan hacia la muerte adquiriendo facciones cadavéricas en cada paso. no existen muchos pintores que consideren que su tormento es tan tremendo como para perpetrar una selfi en el mismísimo averno, pero Munch lo haría en 1903 con Autorretrato en el infierno.

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Autorretrato en el infierno (1903)

Pero si existe una obra que es universalmente conocida entre la producción de Edvard Munch, esa es El grito. Un cuadro que condensa sus obsesiones en marejadas de nubes sangrientas y un rostro tan aterrado como aterrador. O una imagen tan potente como para ser capaz de influir en toda la cultura pop reciente.

Grito pop

El grito es una de las obras de arte más referenciadas y homenajeadas de la historia. Las parodias del cuadro de Munch aparecieron entre las páginas de MAD Magazine, las viñetas de The Times, los cuadros elaborados con comida de la artista Ida Frosk y en, literalmente, cientos de versiones disparatadas realizadas por todo tipo de artistas profesionales y amateurs.

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Ilustraciones de MAD Magazine #449, #488 y #515

El grito aparece también en la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Phillip K Dick. Es una de las pinturas que la cantante Jane Zhang visita (en el minuto 1:50) durante el espectacular videoclip de su «Dust My Shoulders Off». El artista Erro pintó un El segundo grito en el 67 y Andy Warhol ideó un El grito (después de Munch) en el 84. El single «Kill the Poor» de los Dead Kennedys incluía en su contraportada una versión con bombazo nuclear de El grito dibujada por Winston Smith. El libro The Primal Scream de Arthur Janov reutilizó parte de la obra como portada. En Dr. Who aparecen unas criaturas ligeramente inspiradas en la pintura del noruego. El servicio postal de correos estampó El grito en una serie de sellos durante 2013 para celebrar el 150 aniversario del nacimiento de su creador. En Los Simpson el famoso cuadro apareció en más de una ocasión: como parte del escenario de uno de los especiales de Halloween, y en forma de gag al presentar al protagonista de la pintura como un escandaloso rival de futbolín para Homer Simpson. Y en los móviles de todo el mundo existe un emoji concreto que viene a ser la versión amarilla y condensada de la angustia de Munch.

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Muy probablemente al propio Munch le hubiera producido cierta inquietud asomarse a la época actual para descubrir que también hay gente que ha sido capaz de convertir sus pinceladas atormentadas en muñecos de peluche, cubiteras de hielo e incluso figuras de acción.

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En 1996, Wes Craven se encargó de fabricar un nuevo tipo de grito hermanado estéticamente con las pinceladas de Munch. La saga de terror adolescente Scream presentó al psicópata de la historia (un villano conocido popularmente como Ghostface) vistiendo una túnica negra con capucha y enmascarado tras una careta fantasmal con pinta de compartir genes con el protagonista de El grito. Pero, a pesar de que película y pintura compartían nombre, lo cierto es que la asociación con el cuadro no había sido premeditada a la hora de escribir e idear Scream. En realidad la máscara era un producto real de los primeros noventa. Un disfraz que había sido descubierto por casualidad por la productora Marianne Maddalena durante la búsqueda de localizaciones, en los alrededores de una casa abandonada de Santa Rosa que ya había servido como escenario para la película La sombra de una duda de Alfred Hitchcock.

Maddalena le había mostrado aquella jeta de goma a Craven y el hombre azuzó entusiasmado a la productora (Dimension Films) para hacerse con los derechos de la máscara y poder utilizarla en su película para vestir al villano. Aquella careta había sido ideada por una compañía llamada Fun World, para una colección de disfraces titulada Fantastic Faces, y originalmente había sido bautizada como «Fantasma de ojos cacahuete». Después de diversas negociaciones, Fun World y Dimension Films llegaron a un acuerdo, se renombró oficialmente la máscara con el mucho más temible nombre de «Ghostface» y, tras el éxito del film y sus secuelas, acabó convirtiéndose en un icono del slasher adolescente. Y en todo un éxito de ventas durante el resto de Halloweens venideros. Pero el punto en común de todo esto con Munch era previo a las puñaladas de la gran pantalla, y estaba emplazado en las oficinas de la compañía Fun World. Allí fue donde una empleada llamada Brigitte Sleiertin ideó el aspecto de aquella careta inspirándose en diversas fuentes: las entidades fantasmales que aparecían en esos inquietantes dibujos animados de Betty Boop de los años treinta, los personajes que asomaban por una portada de The Wall de Pink Floyd y, por supuesto, un cuadro de un pintor noruego propenso a los estados depresivos titulado El grito.

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Scream. Imagen: Dimension films.

El grito

El grito en realidad no es un cuadro, sino cuatro distintos además de una litografía que permitía imprimir la imagen en revistas y periódicos. La versión original nació como una variante de Estado de ánimo enfermo y desesperación en la puesta de sol (1892) pero sustituyendo al caballero con sombrero en primer plano por la popular figura de gesto aterrado y pinta de estar fundiéndose al solete.

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Estado de ánimo enfermo y desesperación en la puesta de sol (1892)

Dicha primera versión de El grito fue pintada en 1893 con una técnica mixta de óleo, témpera y pastel sobre cartón y se trata de la más conocida por el público. Del mismo 1893 también data otro El grito menos elaborado y más desteñido, realizado a lápiz sobre cartón, una composición que algunos creen que podría haber sido producida incluso antes que la versión al óleo a modo de boceto. La tercera versión es un pastel sobre cartón de 1895, es mucho más colorida que las anteriores y probablemente fue un encargo personal de algún magnate adinerado. Y el cuarto El grito es una témpera sobre tabla de 1910, un trabajo que ciertos historiadores interpretan como una réplica realizada por el propio artista tras vender el cuadro original de 1893. Por último, se produjo también una litografía en 1895 que permitía reproducir y duplicar la obra en los medios impresos de la época.

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Versiones de El grito de 1893, 1893, 1895, 1910 y litografía de 1895.

Dos de aquellos aullidos también se convirtieron en objetos deseados por las manos ajenas. En 1994, la versión de 1893 expuesta en la Galería Nacional de Oslo, la más popular de las cuatro existentes, fue robada y  recuperada doce semanas más tarde. Y en 2004 alguien afanó del Museo Munch el cuadro elaborado en 1910, en aquella ocasión la policía noruega tardaría dos años en recuperarlo.

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(Clic en la imagen para ampliar). La versión más popular es también la que mejor pinta tiene.

Pero lo más interesante de El grito es el significado de su título y la relación del mismo con lo que se ve en la imagen. Porque si bien el titulo en noruego de la pieza es Skirk (Grito), en alemán su nombre original era Der schrei der natur (El grito de la naturaleza), algo mucho más cercano y certero con lo que pretendía representar Munch. En una entrada de su diario, fechada en el día 22 de enero de 1892 y ubicada en Niza, el propio autor escribió: «Caminaba por la carretera con dos amigos mientras el sol se estaba poniendo y, de repente, el cielo se volvió rojo sangre. Me detuve, sintiéndome agotado, y me apoyé en la cerca. Había sangre y lenguas de fuego sobre la ciudad y el fiordo azul y negro. Mis amigos siguieron caminando y yo me quedé allí temblando de ansiedad. Y entonces sentí un grito infinito atravesando la naturaleza». Más tarde explicó cómo aquella experiencia le llevó a crear el cuadro: «Me pareció oír el grito. Pinté este cuadro, pinté las nubes como si fueran sangre real. Y los colores chillaron. Esto se convirtió en El grito».

La versión de 1895 de la obra, una de las piezas de arte por las que más se ha llegado a pagar en la historia, esconde un secreto en su reverso. Sobre él está escrito un poema de Munch que narra exactamente la escena que el hombre describió en su diario, el origen del grito:

Caminaba por la carretera con dos amigos. El sol se ponía.
El cielo se volvió rojo sangriento.
Y sentí una bocanada de melancolía, me quedé
paralizado, fatalmente cansado. Sobre el fiordo
azul y negro y la ciudad colgaron sangre y lenguas de fuego.
Mis amigos siguieron caminando, me quedé atrás
temblando de ansiedad, sentí el gran grito en la naturaleza.

Frente a esto, lo sorprendente es la interpretación popular de que la persona del cuadro es la que está produciendo el chillido. Si hacemos caso al diario y al poema de Munch, el grito no sale de la boca del protagonista de la escena sino que es escuchado por él. Y teniendo esto en cuenta, se podría deducir que sus manos no cubren sus mejillas, sino sus oídos. El secreto más evidente y menos conocido de El grito es que es muy posible que la figura que lo protagoniza no esté gritando ni lo haya estado haciendo nunca, sino tapándose los oídos, aterrorizado y temblando de ansiedad, al escuchar el verdadero grito, «el grito de la naturaleza».

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4 Comentarios

  1. Ignacio Casado Moreno

    Fantastico artículo. Entretenido, instructivo y hábilmente relacionado con «iconos» actuales (de The Simpsons a pelucas de terror quinceqñero). Una gozada

  2. Maestro Ciruela

    Es una pena que esas desasosegantes sensaciones que Munch sintió a flor de piel con el cielo ardiendo en rojo y esa enorme melancolía tan desaprovechada por su parte, no sirvieran para nada más que para parir esto. Llevo toda la vida escuchando loas dedicadas a este meconio que parece pintado por un grupo de mulas a las que hubieran encajado en el trasero unos pinceles mientras las azuzaban para que ensuciaran el lienzo.
    Creo que mucha gente va a agradecer entre lágrimas que alguien haya tenido el valor de expresar negro sobre blanco lo que llevaban pensando desde que vieron por primera vez este horror sin relación alguna con ningún grito, por cierto.

    • Gracias, maestro, por expresar negro sobre blanco sú acertadísima opinión al respecto.

      Ha quedado meridiano que no es usted de aquellos que son atraídos por el mal gusto reincidente de la mayoría, tan vulgar ella. Gracias por atreverse a ir contra el tufo maloliente de la cultura popular y recordarnos aquello en lo que una vez creímos: ir contracorriente a pesar de parecer un soberbio, un snob y un lapidario. Gracias por sú cipotudo comentario y, sobre todo, por reducir la valía de Munch a una sola obra.

      Ole!

      • Maestro Ciruela

        Pero Arturo, es que yo no creo que a la mayoría como usted apunta, le guste “esto”; me inclino a pensar más bien, que solo subyuga a un 10% por decir algo y aun de ese hipotético porcentaje, deberíamos restar quizá a un 8% que lo dicen porque no se atreven a ir contra el tufo ese maloliente del que habla usted. Es verdad que queda un 2% al que realmente gustará «El Grito» pero también me han contado que hay gente que come excrementos, aunque yo no he sorprendido nunca a nadie en esa penosa labor. De manera que me gustaría quedara claro que en este caso, no me siento parte de un selecto grupo de snobs lapidarios sino de una gran mayoría, algo que no me preocupa en absoluto como tampoco lo hace el estar, a veces, en franca minoría.
        Toca lo que toca y ya está.
        Saludos.

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