No hace mucho supimos que el avatar de una niña de siete años había sido violado por varios adultos en Roblox, una plataforma en la que los usuarios (menores, en su mayoría) pueden crear su propio mundo virtual. La noticia, aparte de darme escalofríos, me hizo acordarme de The Nether, una obra de teatro de Jennifer Haley (1) en la que los pedófilos pueden hacer realidad sus fantasías más depravadas gracias a una plataforma interactiva llamada The Hideaway (el escondite). Como todo sucede entre avatares, los abusos quedan en el más absoluto anonimato y ninguna niña, asegura su creador, sufre el más mínimo daño (y eso que, por un módico precio, además de violarlas, los usuarios pueden rematarlas con un hacha). The Nether es una obra incómoda que hace que el espectador se sienta cómplice de lo que está viendo en todo momento, pero, además, plantea una serie de preguntas muy pertinentes: ¿el hecho de que estos individuos puedan dar rienda suelta a sus más bajos instintos en el plano ficticio puede disminuir el riesgo de que lo hagan en la realidad?, ¿o al permitir que campen a sus anchas en la red estamos normalizando una conducta aberrante? ¿Es cierto que lo que ocurre en el mundo virtual no tiene consecuencias en el mundo real, como afirma el creador de The Hideaway en la obra?
El debate no es nuevo. Hace algunos años Amnistía Internacional alertaba sobre determinados videojuegos, como Benki Kuosuko (donde el jugador debe introducir diferentes objetos por la vagina o el ano de una mujer) o Sociolotron (que incluye la transmisión de enfermedades venéreas y embarazos forzados a través de violaciones, esclavitud sexual…). Es cierto que este tipo de videojuegos son una minoría y que jugar al Benki Kuosuko, al Custer’s Revenge o al RapeLay (cuyo argumento, básicamente, consiste en violar a mujeres) no convierte a nadie en un violador, pero, además de dónde está la diversión, cabe preguntarse si estos juegos contribuyen de algún modo a la violencia sexual contra las mujeres. Varias investigaciones (2) muestran que los videojuegos que incluyen personajes femeninos sexualizados favorecen la aceptación de los llamados «mitos de la violación» (falsas creencias, como que las mujeres suelen mentir cuando denuncian; que son responsables de lo ocurrido por la forma en que iban vestidas o por haber bebido; que, en el fondo, muchas mujeres quieren ser violadas…). Además, estos videojuegos contribuyen a una mayor tolerancia hacia el acoso sexual hacia las mujeres.
Algo similar podría decirse del porno. Aunque, según algunos estudios (3), para la mayoría de los hombres, el porno «convencional» no se asocia con una mayor probabilidad de agredir sexualmente a nadie, consumir porno violento con asiduidad sí está relacionado con un mayor riesgo de cometer una agresión sexual, especialmente en el caso de los hombres agresivos. Esto no significa que este tipo de porno —o el porno en general— sea el culpable de las violaciones, sino que, para un determinado número de hombres, de por sí más proclives a cometer actos violentos, podría ser un catalizador. Existe la creencia de que las personas que consumen porno, hombres en su mayoría, se han «aburrido» del porno convencional y demandan vídeos más violentos y degradantes hacia las mujeres. Por suerte, no parece ser el caso: ni el porno es ahora más violento que hace una década ni los gustos de los consumidores parecen haber variado (4). Por eso, no deja de ser llamativo que uno de los vídeos más buscados en internet en nuestro país hace unos meses fuese el vídeo de «la Manada», más aún si tenemos en cuenta que no se trata de una película porno —es decir, ficción—, sino de una grabación real.
Tradicionalmente las violaciones grupales se han utilizado como arma de guerra en diversos conflictos internacionales. Por eso llama la atención que ahora, que no estamos en Berlín cuando fue tomada por los rusos en el 45, ni en Nankín cuando cayó a manos del Ejército Imperial Japonés, ni en Sierra Leona, donde «los rebeldes hacían cola esperando su turno» para violar a mujeres y niñas (5), una barbarie de tal calibre como es una violación grupal sea noticia con tanta frecuencia. Los hombres también han sufrido este tipo de atrocidades en las guerras (ocurrió en Nankín, donde miles de hombres fueron violados u obligados a tener relaciones sexuales incestuosas o con los muertos; en la guerra del Congo; la antigua Yugoslavia…), pero, fuera de este contexto bélico, no suelen ser víctimas de este tipo de agresiones.
La motivación de las violaciones grupales en tiempos de guerra es clara (además de deleznable): se trata de hacer el mayor daño posible al enemigo y a las generaciones venideras (de ahí que a veces tengan como objetivo la transmisión de enfermedades venéreas y los embarazos forzosos). Las motivaciones de las violaciones grupales que hemos visto últimamente en los medios son bien distintas (aunque igualmente despreciables). De hecho, son tan banales que producen sonrojo. En la Universidad de Baylor, por ejemplo, una universidad cristiana situada en Waco, Texas, en el llamado Cinturón Bíblico de los Estados Unidos, varias mujeres denunciaron haber sido violadas en grupo en una fiesta de la fraternidad. Según se dijo en el juicio, las violaciones, grabadas en vídeo, servían para «crear lazos» con los jugadores que se incorporaban al equipo de fútbol americano de la universidad. Al parecer, hay quien viola para «hacer equipo», para integrarse en ese «Nosotros», que, parafraseando a Sánchez Ferlosio, «no solo en la gramática es tan persona como el Yo», sino que, «por añadidura», ha demostrado ser «muchísimo peor persona» que este. Podríamos decir que el hombre es un lobo para el hombre y a veces, cuando se junta con otros, puede llegar a actuar en manada contra la mujer.
Mención aparte merece el hecho de grabar las violaciones y compartirlas con los amiguetes en un chat. Esta tendencia me ha recordado una moda —terrible— de hace unos años. En 2004 unos chavales se grabaron prendiendo fuego a una indigente en un cajero tras rociarla con disolvente. Había ocurrido antes en países como Reino Unido, donde se popularizó el happy slapping, que consistía en golpear a un desconocido al azar y grabarlo en vídeo. Normalmente se trataba de collejas y bofetadas, pero en alguna ocasión la «broma» se fue de madre y los adolescentes, que parecían salidos de La naranja mecánica, acabaron pateando a un indigente hasta matarlo. Aunque las redes sociales no tenían la misma presencia que tienen ahora, la moda del happy slapping llegó también a otros países, probablemente por el «efecto contagio» (cuando una noticia de este tipo tiene repercusión mediática es probable que le salgan imitadores). Una noticia similar ocurrida en Alemania le dio a Michael Haneke la idea para su película Funny Games, en la que un par de psicópatas humillan y torturan a una familia elegida al azar con total impunidad. Lo que más le llamó la atención a Haneke fue que estas salvajadas eran perpetradas por jóvenes de clase media, sin antecedentes penales, que, simplemente, se divertían apaleando homeless con bates de béisbol o palos de golf. Si con el nazismo aprendimos sobre la banalidad del mal, en el siglo XXI estamos aprendiendo mucho sobre su estupidez.
(1) La obra se representó en los teatros catalanes con el título de L’inframón.
(2) Driesmans K, Vanderbosch L, Eggermont S. Playing a videogame with a sexualized female character increases adolescents’ rape myth acceptance and tolerance toward sexual harassment. Games Health Journal 2015; 4(2): 91-4; Beck VS, Boys S, Rose C, Beck E. Violence against women in video games: a prequel or sequel to rape myth acceptance? Journal of Interpersonal Violence 2012; 27(15): 3016-31.
(3) Malamuth NM, Addison T, Koss M. Pornography and sexual aggression: are there reliable effects and can we understand them? Annual Review of Sex Research 2000; 11: 26-91.
(4) Shor E & Seida K. «Harder and harder»? Is mainstream pornography becoming increasingly violent and do viewers prefer violent content? The Journal of Sex Research 2018; 1-13.
(5) Los ejemplos de violencia sexual contra mujeres y hombres en las guerras que se citan en este párrafo han sido extraídos de Wood EJ. Sexual violence during war: explaining variation. Order, Conflict and Violence Conference. New Haven, CT: Yale University, 2004.
La falta de sensibilidad y de conocimiento en muchos jóvenes está engendrando mucho miedo.
Buen artículo.
«consumir porno violento con asiduidad sí está relacionado con un mayor riesgo de cometer una agresión sexual, especialmente en el caso de los hombres agresivos»
Es que por estas cosas estoy pensándome si renuevo mi suscripción de Jotdown. Por estas cosas que dicen individuos como Rebecca García. Que no sabe la diferencia entre causalidad y correlación. O no quiere saberla.
Lo que ha escrito pretende dar a entender que ver porno lleva a cometer agresiones sexuales. Eso es una afirmación falsa. Yo podría reescribir ese fragmento como «la comisión de agresiones sexuales por hombres agresivos está relacionada con el consumo de porno». Es decir, que agredir sexualmente (a hombres o mujeres, según lo que escribe Rebecca) podría llevar al mayor consumo de porno. En este caso el consumo de porno no lleva a cometer ninguna violencia si no al revés. Pero tampoco es verdad.
Si yo orino y se pone a llover no significa que mi micción active el ciclo hidrológico.
Este artículo es basura. Así de simple.
No, no pretendo dar a entender nada más que lo que he escrito:» consumir porno violento con asiduidad sí está relacionado con un mayor riesgo de cometer una agresión sexual, especialmente en el caso de los hombres agresivos. Esto no significa que este tipo de porno —o el porno en general— sea el culpable de las violaciones, sino que, para un determinado número de hombres, de por sí más proclives a cometer actos violentos, podría ser un catalizador. » Por cierto, no lo afirmo yo, lo dice este estudio: Malamuth NM, Addison T, Koss M. Pornography and sexual aggression: are there reliable effects and can we understand them? Annual Review of Sex Research 2000; 11: 26-91. Si lo lee, verá que es un metaanálisis. Habla de correlaciones y una suma de factores de riesgo en el caso de un determinado número de hombres muy concreto (hombres agresivos más proclives a cometer actos violentos). No se habla de causalidad en ningún momento. Yo tengo clara la diferencia e imagino que Neil Malamuth también. Saludos.
Otra cosa que no deja de asombrarme es cómo los pornófilos, pajilleros y demás individuos que evidentemente se dan por aludidos tienen ese resorte para saltar con su ridículo «me ha ofendido tu artículo/comentario/anuncio/libro etc, etc, etc». Es sorprendente que nunca vean que son ellos los que son ofensivos en sí mismos y esa poquita capacidad de autoanálisis… Imagino que demasiado porno te quita mucho tiempo de pensar un par de cosas.
Lo que está mal es tu comprensión lectora
El GTA contribuye a que la gente vaya pegando tiros por la calle?
Es difícil encontrar el algoritmo que da origen «al mal». Aunque creo que en el mundo se podrán cometer muchas atrocidades sin que el factor sexual (ese «demonio» del monoteísmo cultural) sea el predominante. Si bien hay casos e historias más que de sobra de su existencia, reducir las psicopatías y las salvajadas única y exclusivamente a los varones es un sesgo peligroso, porque ciertos elementos, como la locura, no entiende de géneros. Creo que sería pecar de inocente creer que un/a igual no puede hacer una barbaridad contra ti. Además, existen también muchas maneras de hacer daño, humillar y destrozar sin utilizar métodos estríctamente violentos.
Ahora que, por fin, parece que ya nos dimos cuenta de que los videojuegos donde se mata gente no fomentan que se mate gente, resulta que estamos diciendo que los videojuegos donde se viola gente fomentan que se viole gente. ¡TÓCATE LAS GÓNADAS!
Y lo de que el porno violento impulsa agresiones sexuales en hombres proclives a cometer violaciones es como decir que la sección de cuchillos de Ikea un sábado por la tarde impulsa asesinatos en masa en hombres proclives a degollar congéneres como si fuera el fin del mundo.