Inevitables golosas,
que ni labráis como abejas,
ni brilláis cual mariposas;
pequeñitas, revoltosas,
vosotras, amigas viejas,
me evocáis todas las cosas.
«Las moscas», Antonio Machado.
Hoy hace un buen día. Levanto la mirada un momento, mientras escribo este texto, y observo un rayo de luz en el centro de la habitación. Las nubes se han despejado y el sol, deslumbrante, me permite ver ese baile de partículas de polvo que, levantadas por el aire caliente, parecen ocupar todo ese espacio que nosotros ignoramos.
Entre el aparente caos flotante se encuentra algo que todos conocemos; una mosca pequeña. Se podría decir que vuela en círculos, pero realmente parece volar trazando algún tipo de forma poligonal, con ángulos muy pronunciados, cercanos a los noventa grados.
Observo mejor, y no es solo una, son tres moscas. Vuelan todas formando la misma estructura, pero a distintos niveles, como si del trazado de una torre imaginaria se tratase. Cada una de ellas ocupa una altura determinada y parece permanecer en ella. Cuando una trata de pasar al espacio de la que está más arriba, ambas se enzarzan en un enfrentamiento fugaz. Después todas continúan en sus puestos dibujando esas figuras angulosas en el aire.
Debajo de la lámpara, en el rayo de luz, cada mosca está a su altura y todas en el centro de la habitación. ¿Por qué?
Si el lector nunca ha observado este evento, quizás tenga la fortuna de levantar la mirada ahora mismo y encontrarse con el baile de las pequeñas moscas. Es un comportamiento al que los biólogos llamamos lek, de la palabra sueca para ‘jugar’. Los leks son relativamente comunes entre las aves, también los podemos observar en los gamos, por ejemplo. Los machos se exhiben de forma ordenada, en un ritual donde las hembras los observan y eligen. Es algo que —¿por qué no decirlo?— recuerda a ciertas costumbres humanas.
Las moscas macho están compitiendo por la mirada de las hembras; buscan un patrón, un objeto que sirva como referencia (una lámpara en el centro de la habitación es perfecta), y allí inician su competición en una perfecta demostración de vuelo para ellas. Los machos se aproximan siempre por debajo de la estructura imaginaria, ellas siempre por los laterales, desde donde observan.
Este drama de baile, lucha y competición ocurre delante de nuestras narices constantemente, pero somos completamente ajenos a él. Pasamos, literalmente, andando a su través. Quizás una mente curiosa no tardará en preguntarse cuántas otras cosas nos estamos perdiendo, por ser demasiado insignificantes, por ocurrir demasiado cerca, o por ser simplemente impensables.
Si observamos con detenimiento y dejamos a un lado los prejuicios que otrora tuvimos con aves, mamíferos e incluso con otros seres humanos, quizás descubramos en los insectos características que jamás hubiésemos imaginado. Por chocantes que puedan resultar estas palabras, quizás descubramos seres inteligentes con emociones y personalidad.
En 2015 unos investigadores del California Institute of Technology desvelaron que es muy posible que las moscas puedan sentir emociones, y más concretamente algo parecido al miedo.
En la naturaleza existen respuestas defensivas automáticas en muchos organismos, todos nos hemos quemado la mano alguna vez y hemos apartado el brazo de forma totalmente instantánea. Incluso las formas de vida en su nivel más basal, el unicelular, responden de forma defensiva ante un posible daño. Pero en organismos de los llamados «superiores» existen respuestas más complejas, que se han desarrollado posteriormente en la historia de la evolución. Si nos pinchan con una aguja por sorpresa, nuestra respuesta inicial será completamente automática, pero después responderemos cambiando nuestro comportamiento. Si vuelven a pincharnos una y otra vez, veremos cambiar nuestro estado emocional en función de la situación (y, probablemente, también queramos cambiar el estado emocional del responsable).
En algún momento de molestia todos hemos tratado de espantar, casi siempre con impotencia, a una mosca demasiado pesada. A no ser que tengamos una buena técnica desarrollada (yo la tengo), seremos incapaces de atraparla. Esto no se debe solo al hecho de que las moscas perciban la realidad a una velocidad mayor que nosotros (para ellas nos movemos probablemente «a cámara lenta», como unos investigadores de Dublín revelaron en 2013), sino al hecho de que la más mínima sombra las espanta.
En el California Institute of Technology diseñaron un dispositivo en el que una pequeña pala motorizada rotaba por encima de las moscas de la fruta que estaban estudiando. Con cada rotación, la sombra de la pala pasaba por encima de los pobres insectos. Como era esperado, el pase de la sombra parecía asustarlas, hacía que se apartasen, pero ¿qué ocurría si volvía a pasar una y otra vez?
Ante la sorpresa de los investigadores, la reacción de las moscas era lo que bien podría definirse como miedo. La respuesta era variada (unas huían, otras quedaban paralizadas) y también era duradera; incluso cuando se les facilitaba alimento, tardaban en acercarse a él; no se recuperaban. Quizás lo más sorprendente fue descubrir que la respuesta de las moscas dependía de cuántas sombras y con qué frecuencia pasaban, tardaban tanto más en recuperarse cuanto más las hubieran asustado. Todo indica que su estado interno se había alterado: aquellas moscas estaban realmente asustadas, incluso aterradas.
Hace apenas unos años, nadie en su sano juicio se habría atrevido a sugerir que las moscas de la fruta pudieran experimentar emociones. Pero nuestros prejuicios importan muy poco a la ciencia. A lo largo de la historia, el mundo parece no haber dado tregua a la humanidad, siempre ha resultado ser más raro, más profundo y más extraño que nuestras expectativas. Hemos tenido que abandonar, una y otra vez, lo que siempre resultaba ser una cosmovisión infantil, local y antropocentrista.
¿Dejaremos algún día de poner patas arriba nuestra concepción del mundo? Es una pregunta para los filósofos, aquellos que se encargan de las preguntas para las que no tenemos respuesta. Volvamos, por tanto, a la experimentación científica.
Quizá muchos biólogos estén de acuerdo en que el miedo es una de las emociones que debieron surgir primero en la historia de la evolución. Después de todo, responder de forma automática y robótica a los estímulos no es eficaz muchas veces para salvar la vida a un organismo. El miedo nos permite evitar peligros antes de que el daño ocurra, y nos adapta para enfrentarnos al peligro en función de su intensidad. El miedo, como otras emociones, cambia nuestro comportamiento de forma compleja afectando a la toma de decisiones. Pero ¿toman decisiones las moscas? Y, de ser así, ¿toman decisiones influenciadas por sus emociones?
La toma de decisiones es muy, muy antigua en la naturaleza. Tanto en vertebrados como en insectos, elegir entre una acción u otra parece estar relacionado con la actividad de regiones muy antiguas del cerebro. Parece ser tan ancestral que algunos autores han sugerido que incluso podría tratarse de estructuras homólogas entre insectos y vertebrados; las habríamos heredado de nuestro antepasado común hace unos ochocientos millones de años.
Desde 2017 sabemos no solamente que las moscas son capaces de tomar decisiones, sino que estas decisiones pueden ser racionales.
Investigadores de Washington pusieron a prueba el modo en el que los machos de la mosca de la fruta eligen a sus parejas. Tradicionalmente se pensaba que son ellas las únicas que eligen, pero, como suele ocurrir, pronto descubrieron que todo era más complicado de lo previsto; el interés de ambos sexos tenía importancia. Además, las elecciones de los machos cumplen con un requerimiento clave para ser consideradas racionales, concretamente con la llamada «transitividad» (ej. Si A es mayor que B y este mayor que C, entonces A es también mayor a C). Aquellas moscas establecieron un orden lineal de preferencia con diferentes categorías de hembras.
En muy poco tiempo hemos pasado de vivir en un mundo donde el ser humano era el único animal racional, a vivir en un lugar donde «hasta las moscas» lo son. El batacazo que se ha dado nuestro orgullo debe de haberse oído desde la galaxia de al lado (Andrómeda, por cierto). Si hay evidencias de que estos pequeños insectos son capaces de experimentar emociones, y de que toman decisiones racionales, lo esperable sería que dichas emociones afectasen a su toma de decisiones, ¿verdad?
Un grupo de investigadores de Bristol se propuso ponerlo a prueba, y desde principios de 2018 tenemos la respuesta. Entrenaron a unas moscas de la fruta (sí, ¡también se pueden entrenar!) para asociar dos olores a dos estímulos diferentes. Aprendieron a asociar un olor positivo (P) con un premio de azúcar, y un olor negativo (N) con una vibración desagradable. Durante el entrenamiento se las exponía a uno de estos olores (negativo o positivo) y también a un chorro de aire limpio, de ellas dependía elegir entre uno u otro.
Una vez las moscas aprendieron esta asociación, las separaron en dos grupos. A las moscas del grupo A las agitaron durante un minuto (algo aparentemente muy desagradable para ellas) y a las del grupo B no les hicieron nada. Tras ello, expusieron a estos dos grupos a los olores N y P, pero esta vez incluyeron uno nuevo, el olor P:N (una mezcla entre el positivo y el negativo). Las moscas no sabrían si el olor P:N tenía como resultado azúcar o vibración, al fin y al cabo era la mezcla de los dos olores del entrenamiento, así que tendrían que arriesgarse si lo elegían.
Los resultados fueron muy claros, las moscas agitadas no querían arriesgarse y mostraban un sesgo negativo hacia la incertidumbre del olor P:N, además, también parecían valorar menos positivamente el premio de azúcar del olor P. Estaban comportándose de forma pesimista. Todo esto, aunque sorprendente, no hacía más que sumarse a las evidencias que, poco a poco, se iban acumulando; los insectos parecen no ser tan distintos a nosotros, o no tanto como creíamos.
Cuando observamos un comportamiento animal, hay ocasiones en las que no podemos evitar sonreír. Es el motivo por el que ha tenido tanto éxito el infame uso de primates en el cine o la publicidad, vemos características nuestras en ellos, nos vemos representados (tristemente, el uso de primates en estos medios es una desgracia que contribuye a su sufrimiento y extinción).
En 2012, investigadores de la Universidad de California descubrieron algo en las moscas de la fruta que suele hacer sonreír a los humanos: los machos que han sido rechazados por las hembras tienden a darse a la bebida. Usaron dos grupos, durante cuatro días a uno lo mezclaban con hembras receptivas durante sesiones de seis horas, el otro grupo pasaba esos días con hembras que ya se habían apareado (y que, por tanto, los rechazaban). Después les dejaron elegir entre dos alimentos, uno de los cuales contenía alcohol (un 15 % de etanol). Los autores descubrieron que las moscas que habían sido rechazadas constantemente desarrollaban un interés fuerte por el alcohol (bebían cuatro veces más que el resto), y pudieron comprobar que esto se debía a la privación sexual. Ya sabíamos desde hacía algunos años que el alcohol activa los circuitos de recompensa de las moscas, pero que experiencias previas pudiesen aumentar esa necesidad fue una auténtica sorpresa.
El alcohol no solo parece ser la elección de aquellas pequeñas moscas que no encuentran pareja, como les ocurre a los humanos, también puede ser un medio para encontrarla. Como es bien sabido por muchos humanos, el alcohol aumenta la excitación sexual, aunque reduce el rendimiento. A las moscas también les sucede, de hecho, desde 2008 sabemos que la desinhibición es tal que los machos borrachos tratan de aparearse con otros machos. Parece ser que esto no se debe a un problema de percepción (el alcohol podría alterarla), sino a una exagerada excitación y desinhibición. Prepararon moscas transgénicas con las que los investigadores podían controlar las acciones mediadas por dopamina; cuando la dopamina no entraba en juego, las moscas borrachas abandonaban su vida de sexo y perversión miniaturizada.
Observando estos comportamientos, sería esperable que el sexo fuese placentero para las moscas. Recientemente, investigadores de Israel han utilizado una tecnología muy avanzada para poner esto a prueba, han modificado genéticamente moscas de la fruta (machos) para mediante optogenética poder manipular su circuito sexual del placer. Aunque suene a fantasía, la optogenética permite controlar la actividad de las células mediante la luz. Desarrollaron moscas transgénicas con una proteína sensible a la luz en sus neuronas, de forma que, al pasar por debajo de una luz roja, dichas neuronas se activaban. De este modo pudieron comprobar cómo las moscas preferían quedarse debajo de la luz «orgasmatrónica».
Como parece que no podía ser de otro modo, en esta ocasión los autores también permitieron a las moscas tomar alcohol. Como el lector anda ya avanzado en este curso rápido y extraño de cognición de moscas, seguramente podrá predecir el resultado: aquellas moscas que llevaban días sin pasar por debajo de aquella luz roja tenían preferencia por emborracharse.
Todo esto es sorprendente a muchos niveles. Por un lado, rompe con nuestras ideas preconcebidas de que los insectos son autómatas sin experiencias, emociones o motivación. Por otro, nos recuerda que muchas de las características que durante mucho tiempo pensábamos que nos distinguían y nos hacían especiales están extendidísimas en la naturaleza, y son más antiguas de lo que la imaginación pueda abarcar. A medida que aprendemos más y más del comportamiento de otras formas de vida, parece que, por distintos que seamos, nuestro parecido siempre es mayor del que solemos esperar.
Pero no nos llevemos a engaño, el mundo que nos ha tocado habitar sigue siendo un lugar raro y extraño. Cuanto más sabemos de él, más conscientes somos de nuestro desconocimiento. En los insectos que hemos estudiado, hemos observado comportamientos que se parecen a los nuestros, y hasta cierto punto podemos llegar a imaginar lo que siente un pequeño insecto. Pero esto no es nada comparado con la inmensidad de lo que desconocemos. Es ahora cuando algunos autores comienzan a estudiar las estructuras cerebrales que podrían dar lugar a la consciencia de los insectos. Pero aún estamos lejos de alcanzar respuestas y, aunque lo hagamos, seguiremos inmensamente separados de dichas experiencias. Nuestro antepasado más cercano fue un ser que probablemente parecía un gusano, antepasado de protóstomos y deuteróstomos; antepasado de la ballena y el caracol, del albatros y de la hormiga, del lector de este artículo y de la pequeña mosca. Un animal que vivió hace cientos de millones de años, mucho antes de que los continentes se separasen, de hecho, mucho antes de Pangea (el último gran supercontinente), y muy probablemente antes de Gondwana (el supercontinente anterior). Debió de vivir muy cerca del momento en el que Rodinia (otro supercontinente, aún más antiguo) comenzaba a fracturarse. Esa es la escala de un tiempo absolutamente inimaginable para nosotros.
Esas pequeñas moscas de las que hemos tratado, que muestran emociones muy parecidas a las nuestras, que se emborrachan para minimizar su frustración y que pueden sentir miedo, son moscas de la fruta, Drosophila melanogaster. Las que bailan en el centro de las habitaciones pertenecen a otra especie, Fannia canicularis. Hay más de cuatro mil especies de moscas (más de ciento sesenta mil especies, si consideramos a todos los dípteros). Las diferencias podrían ser inmensas entre ellas (los mamíferos, desde un elefante hasta un topo, somos cerca de cinco mil quinientas especies). Solo hemos comenzado a rozar la superficie del conocimiento.
A medida que aprendemos a observar y observamos la naturaleza, nos hacemos más sensibles a los detalles sutiles. Es en esos detalles donde se esconden algunas de las respuestas que llevamos toda la vida buscando, desde de dónde venimos, hasta quiénes somos.
Es posible que, en los próximos años, la ciencia siga descubriendo que los insectos se parecen más a nosotros de lo que pensábamos. Si esto ocurre, es probable que muchas personas sientan la necesidad de preocuparse por ellos. Al fin y al cabo, parafraseando a Protágoras, nosotros somos la medida de todas las cosas. Esta visión antropocentrista del mundo es tan racional como pueda ser la elección de pareja en las moscas de la fruta, pero creo que podemos aspirar a algo más. Tenemos el conocimiento para comenzar a apreciar la naturaleza, no por lo útil que nos pueda resultar, o por lo mucho que nos recuerde a nosotros, sino por su belleza intrínseca. Esa belleza que podemos encontrar incluso en una pequeña mosca.
Quizás la próxima vez que el lector levante la cabeza para descansar los ojos de la lectura, tenga la suerte de descubrir en el centro de la habitación a esos extraños organismos voladores, tan diferentes a nosotros y, a la vez, tan sorprendentemente parecidos. Puede que tenga la suerte de encontrarse con el baile de las pequeñas moscas.
Referencias:
—Arbuthnott D, Fedina TY, Pletcher SD, Promislow DE. «Mate choice in fruit flies is rational and adaptive». (2017) Nature Communications. 8:13953.
—Barron AB, Gurney KN, Meah LF, Vasilaki E, Marshall JA. «Decision-making and action selection in insects: inspiration from vertebrate-based theories». (2015) Frontiers in Behavioral Neuroscience. 9:216. doi: 10.3389/fnbeh.2015.00216.
—Barron AB, Klein C. «What insects can tell us about the origins of consciousness». (2016) PNAS 113 (18) 4900-4908; DOI: 10.1073/pnas.1520084113.
—Deakin A, Mendl M, Browne WJ, Paul ES, Hodge JJL. «State-dependent judgement bias in Drosophila: evidence for evolutionarily primitive affective processes». (2018) Biology Letters. 14(2).
—Gibson WT, Gonzalez CR, Fernandez C, Ramasamy L, Tabachnik T, Du RR, Felsen PD, Maire MR, Perona P, Anderson DJ. «Behavioral responses to a repetitive visual threat stimulus express a persistent state of defensive arousal in Drosophila». (2015) Current Biology 25(11):1401-15.
—Healy K, McNally L, Ruxton GD, Cooper N, Jackson AL. «Metabolic rate and body size are linked with perception of temporal information». (2013) Animal Behaviour 86:4.
—Lee HG, Kim YC, Dunning JS, Han KA. «Recurring ethanol exposure induces disinhibited courtship in Drosophila». (2008) PLoS One 2;3 (1).
—Shohat-Ophir G, Kaun KR, Azanchi R, Mohammed H, Heberlein U. «Sexual deprivation increases ethanol intake in Drosophila». (2012) Science. 16;335(6074):1351-5.
—Zeil, J. «The territorial flight of male houseflies (Fannia canicularis L.)». (1986) Behavioral Ecology and Sociobiology 19: 213.
—Zer-Krispil S, Zak H, Shao L, Ben-Shaanan S, Tordjman L, Bentzur A, Shmueli A, Shohat-Ophir G. «Ejaculation induced by the activation of Crz neurons is rewarding to Drosophila males». (2018) Current Biology 28(9):1445-1452.e3. doi: 10.1016/j.cub.2018.03.039.
Sorprendente. Muchas gracias.
Que gran artículo.
Excelente, y muy interesante. Para sorprendernos, sonreir…y pensar
Genial, enhorabuena! Saber que compartimos con estos bichos algo tan íntimo como el alcoholismo post-desengaño debería inspirarnos reflexión y solidaridad con el resto de nuestros parientes..
Excelente! Con un oportuno y nostálgico inicio poético: Con Machado, y apostaría hasta con J.M Serrat, con su Hoy puede ser un gran día y esa otra en la cual mira al techo buscando inspiración. Desde no hace mucho, nuestra madre naturaleza ha comenzado a darnos baños de humildad. Pareciera que nos está preparando para algo importante, a lo cual tenemos que presentarnos aseados, libres de prejuicios y mansos. Si mal no recuerdo, con la mosca de la fruta Drophila fue posible observar una mutaciión genetica, que en la mayoría de los organismo es casi imposible por el tiempo empleado pero no en ellas. Extraño bicho. En este verano tendré más consideración hacia ellas. Muchísimas gracias por la lectura.
Yo tengo un baile como este, pero las personas bailan y no las pequñas moscas. En la cultura coreana, tenemos bailes de la corte. En este baile, personas llevan vestidos tradicionales que son largos. Llevan con la música lenta y tradicional también
«la desinhibición es tal que los machos borrachos tratan de aparearse con otros machos.» Olvidaste mencionar que ahí también existe un paralelo entre las moscas y los humanos.
Yo, que me disponía a matar a 50 moscas (aprox.) que dan vueltas por mi terraza cada día haciendo ese baile…y ahora creo que me he enamorado de una de ellas.?
Estupendo artículo, muy interesante sin duda.
Gracias.
Honestamente, la foto expuesta no es ni de lejos la de una mosca doméstica. M. domestica no tiene esta probóscide adecuada para succionar sangre.
Mucha literatura, aunque poco conocimiento biológico.
el echo de que sean moscas me produce cierto rechazo,
sería más atractivo e interesante si fueron organismos superiores, perdon por usar esa palabra que tanto rechazo provoca en los biologos.
espero k la proxima vez sea de perros, ciervos, orangutanes o similar.
Me ha encantado.