Sociedad

Drogas: di no a los mitos

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Diseño de relajaelcoco.

Recuerdos distorsionados, películas de serie B, reportajes sensacionalistas, tergiversaciones y propaganda gruesa con fines políticos… El recuerdo de los años de auge de la heroína en el País Vasco nos ha llegado por estas vías más que por análisis rigurosos y honestos sobre el consumo. Enfrentados al prohibicionismo, al que imputan las mayores desgracias asociadas a las drogas, Alejo Alberdi y Juan Carlos Usó también combaten los mitos y las leyendas urbanas sobre aquellos años.

Esta conversación, moderada por Álvaro Corazón Rural, pone de manifiesto cuánto queda aún por avanzar en este campo: el de la información sobre las drogas.

Alejo, ¿cómo era el ambiente en el País Vasco en los setenta?, ¿cómo empezasteis a meteros?

Yo era bastante antidroga al principio. Mis amigos empezaron a consumir anfetas, tripis y metacualonas, que era una especie de barbitúrico. Luego, con diecisiete, empecé yo también con los ácidos, porros y anfetas. Sería el 77 o 78. Era un micromundo que había en la Parte Vieja de San Sebastián de freaks, pasotas, lectores de Star y Ajoblanco. En esa época, el paso de los años fue muy importante. Ahora, de 2011 a 2018 no hay gran diferencia. Pero de 1976 a 1981 hubo un abismo. Se sucedieron muchos acontecimientos en muy poco tiempo. Todos los días pasaba algo. Empecé con una cuadrilla que hablaba muchísimo de política, rollo utópico, escuchábamos rock sinfónico y cantautores, y en muy poco tiempo cambió radicalmente el panorama. Viví la politización extrema, la muerte de Franco, las primeras elecciones, el Estatuto y pasé de escuchar a Víctor Jara y fumar petas a estar metido en la incipiente nueva ola.

Por eso, cuando se habla ahora de cultura de la Transición y se presenta como una cosa con separaciones tajantes, me entra la risa, porque viví todas sus fases. No soy solo el que vivió en Madrid en la movida, ni soy solo el que antes estaba todo el día discutiendo de política. La desafección política, lo que se pudo ver en El desencanto, que es de 1976, empezó antes de que llegara la democracia. Los pasotas, de los que nadie se acuerda, empezaron con la Transición. Parece que se pasó de repente de una politización extrema a la frivolidad y hubo un hartazgo previo de la política ya desde los últimos años del franquismo. Además, a la sobrepolitización también era normal que le siguiera luego un ciclo contrario, de decir: «Ahora vamos a pasárnoslo bien». Pero ni aun así fue de repente, venía de largo progresivamente.

Juan Carlos Usó: No hubo solo una generación, lo de la cultura de la Transición, si es que existe tal cosa, está conformado por un segmento de población entre quince y veinticinco años. Ahí caben tres generaciones muy distintas. Están los deudores del 68, hay pasotas y en un momento dado llegan los punks. Eran además el baby boom; ahora hay un tercio menos de jóvenes que en esa época. Y todo sucedía de forma frenética. Muchos de ellos, que habían visto a sus padres ganarse la vida, deciden que mejor era buscarse la vida. Vivir al margen. Lo que podía ser bajar al moro y traerse unos kilos de hash, o, los que podían, ir a Tailandia a por heroína o a por setas, e incluso joyas. Los padres habían sido curritos, se habían deslomado para tener un piso en el extrarradio, en un barrio sin servicios, y frente a eso todo este excedente de juventud, en plena crisis del petróleo del 73 que enlaza luego con la reconversión industrial, se salió del círculo convencional hacia otros caminos más expeditivos.

Alejo: Fue una época turbulenta en la que, de fondo, estaba ETA. Desapareció toda la izquierda llamada españolista, maoístas, troskistas, LPR, el Movimiento Comunista, todos fueron laminados para abrir paso a Batasuna, que ocupó ese espacio. Primero, porque lo dejaron libre partidos muy pequeños e inestables y también porque ETA no permitió que creciera nada a la izquierda que no fuera abertzale. De lo primero que leímos sobre la heroína fue la famosa entrevista en Star a una pareja de heroinómanos. Era un reportaje ausente de dramatismo, pero no invitaba a meterse. Los veías como algo melancólico. Tampoco los libros de Burroughs te animaban, al menos a mí. Escohotado dice que este autor creó el modelo de yonqui, pero yo lo que veo en esos libros es el perfil del toxicómano creado por la prohibición. Una consecuencia del mercado negro y sus peligros, no de la droga en sí.

Juan Carlos: En la Transición se empezó a hablar de temas tabú en el franquismo, como la droga o el sexo. La literatura contracultural no podemos saber si abrió apetitos de drogadicción o no, habría que preguntar uno a uno. Para mí también fueron disuasorias estas lecturas que cita Alejo, porque estos relatos sobre yonquis reflejaban a gente enferma y nadie quiere ponerse malo para ser feliz. Lo que sí que es cierto es que en esos años la heroína estaba acompañada de un gran glamour y lo que se lo daba era precisamente ese grado de peligrosidad que tenía. Cuando te metías heroína cogías el billete de ida, pero del de vuelta no se sabía nada. Esto lo sabía todo el mundo, porque, si no, ¿de dónde le venía ese oscuro encanto?

Alejo: Estaba el discurso oficial, que te asustaba con que se empezaba con la marihuana, se seguía con las anfetas, ácidos, etcétera, y se acababa en la heroína. La teoría de la escalada. Por este motivo, mucha gente pensaba honrada y equivocadamente que tenía que ir de una droga a otra hasta llegar a la supuesta reina de la droga. Si realmente hay que culpar a alguien de esta carrera hacia el abismo es al discurso oficial de la prohibición. Precisamente, porque en aquella época, por la degradación de las instituciones y el régimen, los jóvenes no se creían una sola palabra de ningún discurso oficial. Casi por sistema se hacía lo contrario de lo que te decían. Por ejemplo, pensar: «¿Que un porro es peligroso porque me lleva a la heroína? Vale, pues entonces vamos a por ese porro».

Juan Carlos: Pero mucha gente antes de probar su primera dosis de heroína ya llevaba dos años picándose productos que encontraba en farmacias. No había un mercado todavía, dependía de las importaciones esporádicas del que se iba a Ámsterdam o Tailandia, y la gente que no tenía acceso a esos círculos tan restringidos y exclusivos se iba a la farmacia a buscar lo que más se parecía a esa droga mítica de la que hablaban en la prensa.

Alejo: Sosegon, Tilitrate, Pentazocina, Romilar… las farmacias españolas durante el franquismo y hasta bien entrada la Transición eran el paraíso de las drogas.

Juan Carlos: El láudano, un opiáceo fuerte, fue un medicamento de existencia mínima obligatoria en todas las farmacias españolas hasta 1978, cuando hubo una retirada masiva de todos estos medicamentos.

Alejo: La retirada de las anfetas fue en el año 83. En Inglaterra se habían prohibido en 1965. España era el paraíso del drogata, tenías en la farmacia prácticamente de todo. En el 68 empezó a cambiar, cuando España suscribe con cinco años de retraso los tratados de estupefacientes de la ONU; se dice que Franco vio como una exageración prohibir el cannabis porque habría tenido sus ritos iniciáticos en África. De hecho, incluso ahora se siguen pillando bultos en los camiones de la Legión. Pero la línea, digamos, oficial del franquismo era que la drogadicción era propia de países decadentes, las democracias, que aquí no pasaba eso, que el español era inmune a esas debilidades. La realidad era que aquí no hacía falta la heroína, porque todo el suministro de opiáceos lo tenías en las farmacias. En el libro de González Duro sobre la droga en España dice que solo un 37 % de los prospectos mencionaban el principio activo. En cierto modo hasta se ocultaba que aquello era droga.

Juan Carlos: Los barbitúricos y las anfetaminas en la comunidad internacional se conocían como «droga española», había gente que venía de vacaciones a cargar maletas en las farmacias porque se vendía sin receta lo que en Alemania o Francia era imposible conseguir.

Alejo: Y lo que ocurre con esto es que, por ejemplo, la desaparición de las anfetas en las farmacias lo que hizo fue abrir un mercado a la cocaína. La coca había llegado a desaparecer entre los años treinta y los setenta en Estados Unidos, y está clarísimo que la desaparición de las anfetaminas le abrió la puerta de par en par a su regreso. En el País Vasco, con el speed, la secuencia cronológica es esa, aparece justo a mediados de los ochenta, cuando sacan las anfetas de la farmacia.

Juan Carlos: Lo mismo que la desaparición de los barbitúricos le abrió el camino a la heroína. Supongo que se dieron fenómenos en paralelo. La gente quería meterse heroína, no había, y por eso atracaba farmacias. Los primeros asaltos empezaron en el 76. En el 77 el aumento ya es brutal. Pero luego fue entrando, la fueron trayendo los consumidores y, después, ya masivamente, las mafias. El mercado negro funciona igual que el otro. Si hay demanda habrá oferta.

Alejo: La llegada del caballo a Euskadi la vi de un año para otro. Sería sobre el 77; se hizo una fiesta de la primavera en Donostia, en la Parte Vieja, con todo el mundo disfrazado de flor y tal, y al año siguiente, muchos de los que habían participado en esa fiesta hippie o freak, que la mayoría eran de clase media alta, estaban sentados en la plaza de la Constitución colocados. Empezó en los sectores más burgueses. Los primeros yonquis eran gente de pelas. Hubo muchos casos de familias de dinero que enterraban a los hijos en poco tiempo. Se ha impuesto una versión en la que los chavales del extrarradio, los de las películas de Eloy de la Iglesia y José Antonio de la Loma, fueron los primeros en engancharse al caballo y no, esos fueron los últimos que se metieron. Cuando llegó el caballo a los barrios periféricos ya había muchos yonquis en los barrios bien.

Juan Carlos: Sobre Vizcaya he recogido muchos testimonios y hay algunos muy significativos de gente que tuvo su primera experiencia en un chalé de Neguri o de Las Arenas. La heroína entró por la margen derecha, ahí estaban los que podían irse a países lejanos a por la droga del glamour. Recuerdo ahora a un matrimonio donostiarra del barrio de Gros que se habían hecho varios viajes a Tailandia. No pertenecían a la élite, pero siempre era gente con dinero la que hacía estas cosas.

Alejo: Por cierto, en este sentido, nunca se recordará bastante que fue Eloy de la Iglesia el que inició a José Luis Manzano en la heroína. (Lejos de aquí, Eduardo Fuembuena, 2017).

Juan Carlos: La percepción de lo que fue la heroína está distorsionada por los relatos que se han impuesto. En realidad, el año más crudo, en el que más sobredosis hubo en España, fue 1990 y se quedó en alrededor de novecientas.

Alejo: La gente tiene asociada la epidemia de heroína al tío muerto en un retrete con la jeringuilla clavada en el brazo. Esto se produjo porque tuvimos mala suerte con una serie de cosas. Se sucedieron los Gobiernos de UCD, con el que empezó el consumo, y el del PSOE, bajo el que se desarrolló. En ese cambio de poder no dio tiempo a que alguien montase un dispositivo como es debido. Solo abordaron el problema de la heroína en aquel tiempo organizaciones sectarias como El Patriarca, que acabó huyendo a Sudamérica con desfalcos mil. Un tío que había sido colaboracionista de los nazis…

Juan Carlos: De aquí no hay cifras hasta 1985, antes no se sabe. Se dijo que en el País Vasco había diez mil toxicómanos, algo de lo que se hicieron eco las tres diócesis vascas, más la navarra, y lo difundieron en una pastoral, pero no he logrado encontrar quién fue el primero que dio esa información, esa cifra, ni por qué. El Patriarca dijo un día que había más yonquis en San Sebastián que en Nueva York y eso lo reprodujeron los medios, ABC, El País, Interviú… pero no tenía ningún fundamento. El primer estudio sociológico serio en Euskadi fue de Javier Elzo y le salieron cinco mil, concluyendo que ni era un problema específico de Euskadi, ni revestía características especiales en cuanto a su magnitud. Por cierto, inmediatamente después de presentar el informe pasó a estar amenazado por el entorno de ETA. ¿Mera coincidencia?

Alejo: Cifra que coincide con la de los infectados por sida en el País Vasco. Lo tienes todo en la web de Osakidetza. Son habas contadas, gente que o muere por heroína o accede a los servicios por adicción, ahí no hay margen de error con los números. El caso es que una crisis de la heroína como esta ya se había dado en Francia, en Inglaterra, en Italia o en Alemania. Recuerdo el libro y la película Christiane F, que transcurría en 1976. El problema fundamental aquí es que, pese a enfrentarnos a la entrada de la heroína después que otros países, no se hizo nada para minimizar sus efectos. Hubo diez años de retraso a la hora de aplicar medidas de reducción de daños como las que ya había en otros países, tales como reparto de jeringuillas, algo bastante simple. En la Inglaterra de Thatcher se aplicaron desde el primer momento por un asesor que dijo desde el primer día que había que establecer programas de metadona y dar jeringuillas. Por eso aquí el problema no fue tanto la heroína como el sida. Por cada muerte por sobredosis, hubo diez muertos por sida. En 1995, en España teníamos cincuenta y cinco casos de sida por cada caso en Inglaterra. Un 5500 % más. Esa fue la verdadera catástrofe.

Lo han dicho muchos autores predicando en el desierto. Esos diez años de retraso fueron la clave. Todo se desarrolló como en una tormenta perfecta y quienes deberían rendir cuentas políticas son los responsables sanitarios de la época. Una asociación llegó a llevar a la Generalitat a juicio por no aplicar programas de intercambio de jeringuillas en las prisiones. En una galería se pinchaban cientos de presos con la misma jeringuilla. Tenían que sacarle punta a la aguja. No entiendo por qué se tardó tanto. Fue lo mismo en Escocia, allí no aplicaron los programas de Inglaterra porque son protestantes duros, muy puros ellos, y tuvieron unas tasas de infección mucho mayores que sus vecinos. Eso reflejaba de alguna manera Trainspotting.

Juan Carlos: Mientras tanto, el pistoletazo de salida a las teorías que dicen que la heroína fue un arma en la lucha contra la juventud contestataria de Euskadi fue un artículo publicado en Egin en abril del 80.

Alejo: Se hablaba de poderes del Estado que actuaban impunemente intoxicando a la juventud rebelde. Todavía estaba UCD. Y hay quien dice que el plan maligno se lo pasaron unos a otros, pero el PSOE llegó cuando la heroína circulaba desde hacía cinco años.

Juan Carlos: Pero la instrumentalización de la heroína, no vinculada al País Vasco, sino al sistema, aquí en España, creo que el que la introdujo fue Eduardo Haro Ibars en su libro De qué van las drogas y en el artículo que escribió en la revista Ozono titulado «Nos matan con heroína». Ibars se apoyaba en informaciones que tenía de la implicación de la CIA en el tráfico de drogas en el sudeste asiático, heroína que luego acababa en Estados Unidos.

Alejo: Turquía era el principal aliado de Estados Unidos y el principal suministrador de la French Connection. Y luego apareció el Triángulo de Oro alrededor de los ejércitos y guerrillas que luchaban contra Vietnam y se financiaban con el tráfico de heroína, todos ellos aliados de Estados Unidos. El objetivo principal era acabar con el comunismo, si eso implicaba prescindir de la vigilancia del tráfico de drogas, porque así se financian tus señores de la guerra, pues se hacía. Se hizo.

Juan Carlos: De todos modos, ya había un mar de fondo de hippies que decían que su movimiento había fracasado por la heroína, que si la sociedad no había alcanzado su ideal era porque la CIA y el FBI les intoxicó con caballo. Lo mismo con los Panteras Negras. Igual te lo decía también la izquierda italiana. Y también lo contaban en Irlanda vinculado a la lucha del IRA…

Alejo: El binomio drogas-armas existe desde que existe la prohibición. Del mismo modo que el hecho de que la policía se involucre en el tráfico por lucro. Pasó en Nueva York con prácticamente todo el departamento de policía durante los setenta. En España igual, en todos puntos de entrada hubo policía que se corrompió, ya fuera Algeciras, Galicia o el País Vasco. Pero lo que explica esa corrupción es el lucro, no una estrategia planificada y sistemática para acabar con los jóvenes de izquierdas.

Juan Carlos: El famoso «Informe Navajas» —que, por cierto, no se ha leído nadie porque no salió a la luz— decía que existía la sospecha de que guardias civiles podían estar moviendo caballo al amparo de la lucha antiterrorista. Los habría seguro. Como otros guardias civiles que terminaron yonquis. Pero hay que mencionar que en el País Vasco el consumo de drogas existía desde hacía décadas. Una de las primeras campañas contra la droga que se hicieron en España fue en San Sebastián por la muerte por sobredosis de un conde de veintidós años en un cabaret. En 1917. La primera ley se hizo en 1918. Y luego te encuentras con noticias como que a un droguero de Irún, un mayorista que vendía a los farmacéuticos, le pillaron con cinco kilos de cocaína en 1925. En agosto del 32 se prohibió todo, fabricar, vender, transportar… Otros países, como Suiza, sí se permitieron seguir fabricándola… Eran más listos.

En Barcelona hubo una campaña contra las drogas en 1915 del diario Germinal. En 1917 hubo otra campaña, simultánea a la de San Sebastián, en El Diluvio, el diario republicano opuesto a La Vanguardia. Y finalmente el fragor mediático llegó a Madrid, donde se publicaron titulares como «Madrid se envenena y el Gobierno se inhibe» en época de elecciones. A los pocos días, como es lógico, llegó la ley. El matiz es que parece que la cocaína apareció en los ochenta, pero no, todo tiene un antes. Siempre hubo consumo desde que apareció la sustancia en Europa. Y con Franco, en los años cuarenta y cincuenta, también circulaba, tienes el entorno del club Chicote, tienes a Lola Flores y Jorge Mistral (Paco Rabal: aquí, un amigo, Juan Ignacio García, 2004). Diplomáticos, familias bien. Miguel de Molina. No es como fue luego en los noventa, pero realmente el consumo siempre estuvo ahí. Y a todos los niveles, porque tenías a la élite con la cocaína, pero con los barbitúricos y anfetas estaban las amas de casa, los taxistas, los camioneros, los estudiantes…

Alejo: Cuando se empezó a regular, la primera medida fue que esos curalotodos que había en la farmacia al alcance de cualquiera tenían que indicar qué llevaban. Si se hubiesen quedado ahí las medidas, habría estado perfecto. Pero luego vinieron las prohibiciones entre el 14 y el 18, en Sudamérica el 22, que están vinculadas, precisamente, a las teorías de degeneración de la raza. Al neodarwinismo, a la eugenesia. Control de la raza, sexo y drogas. Al final, con la entrada de ETA en la lucha contra la droga, el saldo fue de treinta y siete muertos, ejecutados con el pretexto del tráfico. La primera bomba, la del bar El Huerto, la ponen un mes después del artículo de Egin. Lo que no sé es qué los llevaría a ponerla aquí y no allá. Porque muchos hicieron caja rápida con la heroína, montaron sus bares con lo que sacaron y no les pasó nada.

Juan Carlos: Es gracioso que el rechazo a la droga siempre se fundamente en cuestiones raciales o nacionales. Están nuestras drogas, que son buenas, y las de los otros, que son malas y hay que erradicarlas. Y lo curioso es que tanto la heroína como la cocaína sintética son dos inventos occidentales que se procesaron por primera vez en Europa.

Alejo: En el País Vasco, un elemento fundamental son los puertos. Pasajes, Irún… marinos que se iban para allá y volvían con un paquetito que les suponía un sobresueldo. Entre esto y los que traían por su cuenta, había un mercado en el que luego entran las mafias. Porque las mafias no crean los mercados nunca, entran en lo que ya hay. La lectura de todo lo que pasó es que una distribución controlada de heroína o de opiáceos cuando se vaciaron las farmacias seguramente habría tenido otras consecuencias mucho menos dramáticas. Ahora hay en Andalucía programas de este tipo y, desgraciadamente, a nadie se le ocurre hablar de ellos y sus buenos resultados. Se insiste una y otra vez en el eterno retorno de la heroína, que empezó a mediados de los noventa, cuando no se había ni ido, y ahora con novedades como los narcopisos. En toda la historia siempre han estado los medios de comunicación generando la alarma antes de que la ley prohíba con tan nefastas consecuencias.

Juan Carlos: El pánico moral.

Alejo: Y seguimos igual que hace cien años en este aspecto.

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10 Comments

  1. La loable tarea de desmontar mitos conviene llevarla a cabo con datos contrastables y rigurosos ya que de lo contrario se puede caer en lo mismo que se intenta desmontar. No es cierto que el primer estudio serio fuera el de Javier Elzo. El primer estudio epidemiológico sobre el consumo de drogas fue el realizado en 1981 por el profesor Marquínez y sus colaboradores de la Facultad de Medicina de la Universidad del País Vasco conocido como “Leioa 1981” en referencia a la universidad donde ejercían su tarea docente y al año en que se realizó. Se supone que lo harían con seriedad ya que para entonces ya habían muerto más de un centenar de jóvenes por sobredosis, adulteraciones, etc. Los resultados que aportaba eran los siguientes: 8.163 jóvenes vascos eran consumidores habituales de heroína, 1.633 eran consumidores ocasionales y 16.327 eran consumidores esporádicos.
    “El Libro Blanco de las Drogodependencias” publicado por el gobierno vasco y dirigido por Elzo salió a la luz en 1987 y los datos que daba eran, no 5.000, sino entre 5.000 y 6.000. Unos datos desmentidos por las diputaciones forales de Gipuzkoa y Bizkaia en sus Mapas de Servicios Sociales. El número de consumidores de heroína en Bizkaia era de 4.862 y en Gipuzkoa de 2.980, es decir, 7.842 para sólo dos provincias.
    Tampoco es cierto que inmediatamente después de presentar su estudio Elzo pasara a estar amenazado por el entorno de ETA. En realidad, el sociólogo Javier Elzo empezó a recibir mensajes amenazantes casi una década después tras la publicación en 1995 de un informe sobre la violencia callejera.

    • Parece que hay consenso en que hay una responsabilidad en la crisis de heroína, que se inició en la segunda parte de los 70 y siguió durante la tramposa transición, en el “discurso oficial de la prohibición”, la teoría de la escalada y demás propaganda oficial confusa y falsa en el mensaje sobre las drogas, que fue de hecho una campaña de promoción. Como diría el poeta andaluz Antonio Orihuela: “el Gobierno español creo “el problema de la heroína, ofreciendo en los media una exitosa campaña de marketing que lejos de disuadir de su consumo a la juventud socializó su deseo.”
      También hay un amplio acuerdo en que la no aplicación de las medidas de reducción de riesgos, reparto de jeringuillas, programas de metadona, etc para minimizar los efectos del consumo masivo de heroína, tal y como se hizo en la Inglaterra de Tatcher, contribuyó de manera fundamental al desastre sanitario. Con tales medidas se hubieran evitado muchas enfermedades, una gran parte de la infección masiva de VIH y miles de muertes. Pero el gobierno decidió seguir tratando un problema sanitario como si fuera de orden público hasta que fue demasiado tarde.
      Como dice Alberdi, “quienes deberían rendir cuentas políticas son los responsables sanitarios de la época” pero hay mucho más. Esos 10 años de retraso de los que habla, en las cárceles se convirtieron en casi dos décadas. Un largo tiempo en el que desde que en 1977-78 la heroína inundó los patios y galerías de los talegos cientos y cientos de presos y presas se infectaron de enfermedades como hepatitis, tuberculosis, VIH… Miles de encarceladxs compartieron jeringuillas ante la mirada de carceleros y la desidia de las autoridades penitenciarias. No les interesó pararlo. La circulación de drogas en las prisiones es posible por la permisividad y la complicidad de los carceleros. Lo saben el Gobierno, Instituciones Penitenciarias y los sindicatos de funcionarios. Es una manera de control químico que, unido a la metadona y los psicofármacos, la cárcel maneja a su antojo para tratar de controlar a lxs presxs.
      En 1993, los propios presos afectados por el virus del sida de la prisión
      de Daroca (Zaragoza) tenían la esperanza de que “algun día, cuando la honestidad gobierne, se escribirá en los anales de la Historia de España el genocidio que sufrió la clase marginal.” Todavía seguimos esperando.

      • Estamos de acuerdo en la responsabilidad que tuvo el discurso oficial en la extensión de la epidemia de heroína y también la que tuvo la no aplicación de medidas de reducción de daños por parte de las autoridades sanitarias en la crisis sanitaria que se produjo con miles y miles de personas infectadas por diversas enfermedades y el impresionante número de muertes por enfermedades relacionadas con el sida. El gobierno perdió una década, en las cárceles dos prácticamente, mientras lxs jóvenes se infectaban y morían. Más que mala suerte como dice Alberdi, como buenos represores abordaron un grave problema sanitario como si fuera de orden público.
        En el País Vasco la alta incidencia del consumo de heroína estaba en correspondencia con la elevada tasa de sida registrada. En 1988 se calculaba que en el Estado español había 47 casos de sida por millón de habitantes, mientras eran 88 los vascos afectados, casi el 80% debido al consumo de drogas por vía intravenosa.

        En cambio, es llamativo como en la conversación se elude responsabilizar al Estado en la extensión de la epidemia y en la consolidación del mercado de heroína, cuando es algo que se conoce perfectamente. Además de la permisividad interesada que hubo en la entrada de heroína en ciertas zonas y barrios; un número considerable de miembros de las fuerzas de seguridad participaron en la oferta de heroína, muchos camellos tenían licencia para traficar a cambio de dar información a la policía, el pago con droga al informante -consumidor y/o camello- era algo conocido…
        En Euskal Herria esto estaba multiplicado por la necesidad de las fuerzas de seguridad de obtener información sobre el movimiento independentista y, en particular, sobre ETA. En número de agente públicos implicados y de chivatos con permiso para traficar era muchísimo más alta. Testigos hablan de haber presenciado en varias localidades a agentes policiales distribuyendo heroína. Además se sabe que desde la segunda mitad de la década de los 70 varias redes de traficantes y contrabandistas pagaban enormes sumas de dinero a cualificados guardias civiles y policías y que, al principio, se utilizaba ese dinero negro para financiar actividades clandestinas de las fuerzas de seguridad, es decir, guerra sucia amparada por las altas esferas. Es conocido el intento de conseguir a través de amenazas y torturas a detenidos que estos se conviertan en chivatos y traficantes de heroína.

        • Lo que clama al cielo es que una gente que se ha pasado los últimos años negando que la heroína haya sido un instrumento político del poder nos salgan ahora con que hubo una decisión política, necesariamente de alto nivel, para hacer la vista gorda con el tráfico de heroína. De “prescindir la vigilancia del tráfico de drogas”para así poder financiar sus guerras encubiertas (como en el sudeste asiático o después en Afganistan. ¿Se imaginan la reunión en que se decidió? ¿Varios altos cargos del gobierno, algún ministro, y jefes de las fuerzas policiales acordando dejar hacer a los traficantes? Dice Alberdi que se hizo, que “el objetivo principal era acabar con el comunismo”. Precisamente esa es la acusación principal: el poder utilizó la heroína para desactivar los movimientos revolucionarios y contestatarios. ¿Acaso no era esto lo que dijo Eduardo Haro Ibars? Ya lo dijo Hoover, el jefe del FBI, el Partido de las Panteras Negras eran el enemigo número uno para la seguridad interna de EEUU. Igualmente lo hicieron en las operaciones encubiertas dirigidas a entorpecer el auge de la izquierda en Europa. Por ejemplo, en Italia se conoció a mediados de los noventa que en los 70 la CIA puso en marcha la operación Blue Moon dirigida a la distribución planificada de drogas entre los jóvenes estudiantes y obreros en lucha de las ciudades italianas. Hace poco lo contó en jotdown Simona Levi: “en Turín en aquella época todo el mundo tomaba, era brutal, el propio sistema metía heroína a toneladas para acabar con la lucha obrera y los movimientos estudiantiles. En aquella época se diezmó mi generación.”

          • Lo dijo en El Viejo Topo en 1981 Josep Lluis Gomez Mompart, profesor de periodismo de la Universitat Autonoma de Barcelona: “La CIA ha silenciado grandes operaciones multinacionales de tráfico de estupefacientes, en particular cuando de droga “dura” se trata, facilitando indirectamente que el caballo, por ejemplo, penetre con fluidez, especialmente en aquellos paises donde surgen movimientos anti establishment. El interes aquí se centra en el trasfondo singularmente de la heroina como arma estratégica del Estado planetario, como instrumento de control social, político y cultural, y en tanto que mercancía de especial magnitud económica. Pues ahí está la connivencia entre mercado transnacional/gran trafico/imperialismo/represión selectiva del caballo”.
            Acabo con la opinión del músico catalán Pau Riba denuncia la existencia: “Se mire como se mire, la cosa pinta como una gran y despiadada conjura con multitud de intereses interrelacionados, concebida y amañada en las más altas instancias y orquestada sin presunción de inocencia –alejemos de nosotros la tentación de pensar que todo ello pudiera ser fruto de la inconsciencia, que alguna cosa les salió mal y tuvo consecuencias que no esperaban, que quizás el azar les jugó una mala pasada–, que causó un gran deterioro tanto físico como moral de una generación particular –o dos– y de la sociedad en general, conjura que sigue en pie y sigue impune. Nadie lo ha analizado, nadie lo ha destapado, todavía”.

  2. En mi caso, las drogas siempre han estado presente en mi vida. Mi padre nos abandonó tras varios años drogándose. Tocó fondo y decidió dejarnos atrás, a día de hoy no se nada de él.

    Con 16 años, no tenía unas buenas amistades y empecé a jugatear con las drogas, fue tal el impacto para mi madre, que me sirvió para plantearme que estaba haciendo con mi vida.

    Puedo decir a día de hoy, que soy psicólogo y me dedico a ayudar a las personas con problemas de drogadicción a salir de ese pozo.

    Sin duda es una historia con «final feliz», pero no todos tuvieron la suerte de tener una madre como la mía y la posibilidad de estudiar.

  3. Cao Wen Toh

    En nuestro grupo de amigos el más hippie bajaba al moro una o dos veces al año y nos vendía lo que le sobraba al resto; con ese poco le bastaba para vivir muy modestamente. Un día entraron unos energúmenos armados en su casa y le dieron una paliza: que dejara de hacerlo fue su mensaje; y lo dejó, claro está. Pero ellos no vendían hachís, sino heroína. A partir de ese momento conseguir chocolate en Madrid se convirtió en una tarea imposible, simplemente desapareció, pero la heroína y la cocaína estaban al alcance de quien tuviera el dinero necesario prácticamente en cualquier parte. Mi suerte fue que yo no lo tenía.

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