Cine y TV

Cuando los malos de la historia somos nosotros

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American Gods, 2017. Fotografía: Starz.

(Aviso: en este artículo se incluyen algunos leves SPOILERS de la primera temporada de la serie American Gods)

No se ha conservado testimonio alguno de aquel día de 1895 en que el banquero Leopold Goldschmidt recibió, por fin, el cuadro encargado a Gustave Moreau seis años antes, pero es fácil imaginar que su primera reacción fue de sorpresa. El óleo, de dos metros de alto por uno de ancho, representaba el mito de Júpiter y Sémele de un modo que solo el artista francés era capaz de llevar a cabo. Abrumado por la belleza exuberante que tenía delante, el banquero escribió al pintor para pedirle que le ayudara a comprender tal despliegue de imágenes, símbolos y referencias. A Moreau, que pensaba que la pintura era el idioma de Dios, no le hizo mucha gracia tener que explicar su cuadro ya que, en su opinión, el significado era evidente para cualquier amante del arte.

De modo similar a lo que Blake o los pintores prerrafaelitas habían hecho anteriormente, en las pinturas de Moreau palpita una búsqueda de la espiritualidad perdida en una sociedad centrada en el progreso tecnológico. No se trata tanto de una devoción religiosa como de una añoranza del misterio trascendente de los ritos antiguos. Los sucesivos hallazgos arqueológicos del siglo XIX y principios del XX así como la traducción de textos sagrados orientales ayudaron a alimentar esa corriente espiritual en el arte de la que forman parte autores tan dispares como Thoreau, Ruskin, Wilde, Valle-Inclán, Whitman, O’Keeffe, Kandinski o Breton y que resurgirá con gran fuerza en la década de los sesenta gracias al movimiento hippie y su interés tanto por las diversas creencias y filosofías orientales como por las religiones indígenas del continente americano. Será ese el momento en que términos como budismo, hinduismo, taichí, tao, ying y yang, yoga, karma, gurú, nirvana, peyote o chamán pasen a formar parte de nuestro vocabulario. Desde los niños índigo que nos ayudarán a entrar en la era de Acuario a las teorías que argumentan que fueron culturas extraterrestres quienes crearon las pirámides de Egipto y las líneas de Nazca, esta tradición tan heterodoxa como persistente no ha dejado de estar presente en la cultura popular de Occidente.

La mitología siempre ha desempeñado un papel determinante en esta tradición gracias a su capacidad de unir el ya mencionado misterio del rito con el exotismo que suscitan en nuestra cabeza las civilizaciones alejadas en el tiempo y el espacio. Sin embargo, nada de esto ha logrado que sepamos más sobre ellas. Más de un siglo después, el cuadro de Moreau con el que abríamos este artículo sigue siendo un desafío visual para cualquier espectador, entre otros motivos porque nuestro conocimiento sobre la mitología universal —el pintor incluyó alusiones a leyendas orientales al representar el mito griego— es cada vez más escaso. Lo cual es extraño dado que una buena parte de la ficción que consumimos cotidianamente se basa en gran medida en mitos y leyendas de otras culturas, sobre todo la ficción que tiene con ver con batallas, guerras y explosiones varias. Tomemos, por ejemplo, este fragmento:

Lo primero habrá un invierno, el llamado Gran Invierno; soplarán entonces desde todos los confines tormentas de nieve, hay frío muy grande y cortantes vientos, y deja de alumbrar el sol. Su duración será de tres inviernos seguidos sin verano por medio. Pero antes habrá otros tres inviernos de grandes luchas por todo el mundo: se matan entonces los hermanos unos a otros llevados de la codicia, y nadie se detiene ante su padre o su hijo, al cual asesina y se alza contra su propia sangre.

Si es usted fan de Juego de tronos es posible que se le haya pasado por la cabeza que estas líneas pertenecen a George R. R. Martin, pero fueron escritas hace ochocientos años por el islandés Snorri Sturluson. Pertenece a la llamada Edda prosaica o Edda menor y más concretamente al poema La alucinación de Gylfi, en el que Sturluson hace un repaso por la mitología nórdica desde su origen hasta el Ragnarök, que es como los vikingos llamaban al fin del mundo que inevitablemente habrá de llegar: una batalla feroz entre dioses y monstruos en la que Odín será devorado por el lobo Fénrir, hijo de Loki y por tanto nieto del propio dios supremo. Al igual que las mitologías orientales, las leyendas nórdicas han ejercido una gran influencia en la cultura popular de los últimos años, desde J. K. Rowling al universo cinematográfico Marvel pasando por Vikings, Stargate y, por supuesto, American Gods, la novela de Neil Gaiman cuya adaptación a televisión fue uno de los grandes acontecimientos televisivos de 2017.

Ya imaginábamos que el concepto estético de una serie firmada por Bryan Fuller y el propio Gaiman tendría que ser apabullante. La crítica es unánime en ese aspecto, pero son bastantes las voces que se quejan de encontrarse ante un producto audiovisual precioso en el que no se consigue comprender apenas nada. Ya desde los mismos títulos de crédito nos quedamos pasmados con tal despliegue visual en el que identificamos algunos elementos de nuestra realidad pero otros nos son desconocidos. Reconocemos, por ejemplo, la fibra óptica de la que están formadas las raíces de ese árbol quizás sin darnos cuenta de que no es un árbol cualquiera sino Yggdrasil, el fresno de la vida de la mitología nórdica. ¿A qué viene esta incomprensión programada por parte de los creadores? ¿Es esto un error o hay un intento deliberado de decirnos algo en este no decirnos nada en absoluto?

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Desde el primer episodio se nos dan pistas de que la segunda opción es la correcta. Por supuesto que la serie juega con lo desconocido: fiel a las características del género fantástico, el estupor continuo de Shadow Moon es un reflejo de nuestra sorpresa ante un mundo extraño que no comprendemos. Sin embargo, Fuller y Gaiman se han encargado de sembrar por el camino algunos guiños para quien conozca algo de mitología. En algunos casos se trata de pistas poco sutiles, como el compañero de prisión del protagonista llamado Low Key (Loki), y en otros son algo más complejas. Es lo que sucede, por ejemplo, con uno de los grandes misterios de la primera temporada: la identidad de Mr. Wednesday. No será hasta el final del último episodio que el personaje desvele su(s) nombre(s), pero quienes sepan algo de etimología recordarán que la palabra wednesday deriva de Woden’s Day, el día de Woden, que es el nombre con que se llama en inglés antiguo a Odín. Por tanto, no se trata de que la serie no se entienda, sino de que no la entendemos: el fallo no es de los creadores sino del público. Y no es tanto un fallo como un desajuste, por decirlo así. Un desajuste que es, no por casualidad, el tema principal de la serie.

No parece que la actitud de los creadores de American Gods sea la de enfurruñarse ante quien no conoce los innumerables símbolos que aparecen en la serie, como hizo Moreau cuando Goldschmidt le confesó no entender el óleo que le había encargado. Al contrario, es posible que reciban con una sonrisa cualquier crítica en esa dirección ya que no harían más que darle la razón a Odín en su búsqueda de aliados para luchar contra los nuevos dioses que hemos creado entre todos. Cada vez que nos preguntamos quiénes son ese búfalo o esa araña, a los dioses antiguos les pesa un poco más el olvido al que se ven sometidos, sobre todo porque saben bien que no nos cuesta nada entender que ese chico malencarado de la limusina es el dios de la tecnología o que las diversas apariciones de Gillian AndersonLucille Ball, Bowie, Marilyn…— son avatares de la diosa de la imagen audiovisual. Deidades, por llamarlas de algún modo, que reconocemos sin problema a pesar de que se presentan en una iconografía novedosa creada ad hoc para esta serie.

El éxito de American Gods ha sido tal que con un simple golpe de Google podemos encontrar decenas de páginas que nos ayuden a identificar a los dioses que se encuentran tras esos personajes tan estrafalarios: Mr. Ibis es Tot, el escriba de los dioses egipcios que fue testigo de las diversas batallas entre el bien y el mal y cuya labor es dejar por escrito todo lo que sucede. La prostituta que engulle a sus clientes con la vagina es Bilquis, nombre árabe de la reina de Saba, aunque su trama también parece estar basada en Ishtar, diosa mesopotámica de la fertilidad, y en la ramera de Babilonia de la que el Apocalipsis dice que con ella fornicaron los reyes de la tierra y los habitantes de la tierra se embriagaron con el vino de su prostitución. Mr. Nancy es Anansi, el dios araña de los cuentos y los engaños de la cultura ashanti en la actual Ghana, que a causa del comercio atlántico de esclavos llegará a tierras caribeñas. Las hermanas Zorya Vechernyaya y Utrennyaya son las llamadas Auroras que en la tradición eslava se encargan de que el león alado Simargl permanezca encadenado a la Osa Menor para que no devore el universo…

Podríamos seguir con la lista, pero daría igual porque el hermoso juego simbólico que se plantea en la serie no consiste tan solo en adivinar quién es quién. Lo que proponen Fuller y Gaiman es que nos reencontremos con el rito solemne y la palabra susurrada en un idioma incomprensible, al igual que el devoto campesino de la Edad Media que asiste al oficio religioso en latín o el mercader hindú que escucha al brahmán recitando los textos védicos en sánscrito clásico. En nuestro caso comprendemos el idioma, pero el lenguaje audiovisual tan lírico, el movimiento lentísimo de la cámara, sus escenas contemplativas y su gusto por el ritmo cercano al pentámetro yámbico en algunas escenas nos recuerdan al tono con que fueron contadas las mejores epopeyas a lo largo del planeta. Y cualquier otro aspecto que les parezca especialmente innovador en la serie no duden de que alguien ya lo contó hace cientos de años: los guiños siguen siendo constantes, bien a Eurídice regresando del mundo de los muertos para reencontrarse con su esposo, a las relaciones homosexuales entre seres celestiales y humanos como las de Zeus y Ganímedes, o a los Pándava del Majabhárata estableciendo alianzas entre antiguos rivales antes de comenzar la guerra con la que se extinguirá el universo.

Por todo ello, estos ocho episodios de la primera temporada han sido un acierto para el desarrollo completo de la historia. Es necesario que nos demos cuenta de que no entendemos nada para así poder salir de nuestro letargo espiritual y ayudar a Odín a vencer esta batalla que ha de llegar. Hay que tomar partido, recordar en qué lado estamos y ponernos en forma para afrontar el posible fin del mundo. De lo que se trata, no lo olvidemos, es de saber si queremos estar entre los buenos o entre los villanos sin cara ni nombre que en nombre del dios de la tecnología se dedican a linchar a quien se atreve a pensar de forma diferente.

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2 Comments

  1. de ventre

    a pesar de ser más que fan de Gaimann, tras lectura del libro y revisión, sólo me queda decirles:

    huyan insensatos: truño sinigual.

    el parto de los montes sin duda alguna… bueno, a no ser que rehagan el desenlace de arriba a abajo

    j

  2. Nicolas

    Llenar algo de Easter eggs sobre mitología no es lo mismo que crear una historia decente

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