«El ser humano es impredecible», decía el anuncio publicitario que lo dio a conocer al mundo. En realidad, él no buscaba reconocimiento, sino algo más prosaico: pasta gansa, vil metal, dinero, en definitiva. Aunque no le pareció suficiente. «Seis millones (de pesetas) para tres días que han estado molestando, una empresa que tiene dinero… pues no, no me dieron tanto». Total, que, como todos sospechábamos, el ser humano es bastante predecible, incluso alguien como Justo Gallego Martínez, el constructor solitario y autodidacta del oficialmente denominado «Templo Consagrado a la Madre de Dios, Nuestra Señora del Pilar», más conocido como La catedral de Justo. Predecible sí, pero también genial, porque Gallego es el más grande artista marginal de nuestro tiempo.
Cualquier persona mínimamente famosa que intenta destacar calma su ego editando con seudónimo su perfil en Wikipedia. Un buen indicador de esta práctica es que cuantos más tintes hagiográficos tenga su página, más ha enredado en persona el sujeto. Pues Justo Gallego ha debido pensar que eso es demasiado moderno y convencional y ha ido más allá: ha escrito su historia en un papel y lo ha pegado en una pared de su catedral en lo que podría parecer un homenaje a Lutero. Esto es lo que dice:
Debido a mis problemas de afonía, les ruego que eviten hacerme hablar. Si desean información, lean este cartel.
Me llamo Justo Gallego. Nací en Mejorada del Campo el 20 de septiembre de 1925. Desde muy joven sentí una profunda fe cristiana y quise consagrar mi vida al Creador. Por ello ingresé, a la edad de veintisiete años, en el monasterio de Santa María de la Huerta, en Soria, de donde fui expulsado al enfermar de tuberculosis, por miedo al contagio del resto de la comunidad. De vuelta en Mejorada y frustrado este primer camino espiritual, decidí construir, en un terreno de labranza propiedad de mi familia, una obra que ofrecer a Dios. Poco a poco, valiéndome del patrimonio familiar de que disponía, fui levantando este edificio. No existen planos del mismo, ni proyecto oficial. Todo está en mi cabeza. No soy arquitecto, ni albañil, ni tengo ninguna formación relacionada con la construcción. Mi educación más básica quedó interrumpida al estallar la Guerra Civil. Inspirándome en distintos libros sobre catedrales, castillos y otros edificios significativos, fui alumbrando el mío propio. Pero mi fuente principal de luz e inspiración ha sido, sobre todo y ante todo, el Evangelio de Cristo. Él es quien me alumbra y conforta y a él ofrezco mi trabajo en gratitud por la vida que me ha otorgado y en penitencia por quienes no siguen su camino.
Llevo cuarenta y dos años trabajando en esta catedral, he llegado a levantarme a las tres y media de la madrugada para empezar la jornada; a excepción de algunas ayudas esporádicas, todo lo he hecho solo, la mayoría de las veces con materiales reciclados… Y no existe fecha prevista para su finalización. Me limito a ofrecer al Señor cada día de trabajo que Él quiera concederme, y a sentirme feliz con lo ya alcanzado. Y así seguiré, hasta el fin de mis días, completando esta obra con la valiosísima ayuda que ustedes me brindan. Sirva todo ello para que Dios quede complacido de nosotros y gocemos juntos de Eterna Gloria a Su lado.
Justo Gallego Martínez.
Me representa: «Si desean información, lean este cartel (Y DEJEN DE JODER LA MARRANA)». Extraordinario; sean honestos y reconozcan que ya ha ganado varios puntos en su corazoncito con esa segunda línea. Tras esa introducción, que es toda una declaración de intenciones, relata lo que reportajes, documentales y demás documentación sobre Justo y su catedral después reproducen, en ocasiones hasta con distintas palabras. Porque no hay que buscar más, él lo cuenta todo ahí y podría considerarse su evangelio. En las decenas de entrevistas que ha dado a diferentes medios su palabra se convierte en apócrifa y comienzan a bailar datos y fechas. Hay unanimidad en que la construcción comenzó un 12 de octubre, pero el año varía entre 1961, 1962 y 1964. La obra lleva, si aceptamos 1961 como inicio, cincuenta y siete años ejecutándose y está bastante avanzada si realmente solo la hubiera construido una persona, como Gallego insiste en decir. En realidad, ha tenido algún apoyo externo, desde voluntarios que pasan largas temporadas con él hasta donaciones (las seis puertas de forja de la entrada principal provienen de un artesano de Alhama, Murcia) o directamente encargos (unos herreros hicieron la estructura metálica de la cúpula principal). Es habitual que los artistas se otorguen más méritos de los que les corresponden (piensen en Liam Gallagher).
Aún más desconcertantes son sus respuestas cuando se le pregunta por el plan de obra (en la autobiografía dice que no hay fecha prevista para finalizarla). En una escena de Snatch: cerdos y diamantes (Guy Ritchie, 2000), le preguntaban a un tipo que estaba a cargo de la barbacoa que cuánto quedaba para que acabara de cocinar las salchichas, a lo que respondía que dos minutos; al medio minuto le volvían a preguntar por lo mismo y esa vez contestaba ¡cinco minutos! Pues eso: en 1983, en un reportaje del ABC, Gallego anunciaba que le quedaban cuatro años de obra; en 1997 y para el mismo medio, que cinco años; en 2004, en El País, asegura que, si le dieran cien millones de pesetas, contrataría a cinco peones y un oficial y en cinco años dejaba acabada la obra. ¿Cuánto queda para acabar esa catedral, Justo? Dos minutos. ¿Y ahora? Cinco minutos. ¿Y ahora? Estoy afónico.
Lo importante es la obra, no el autor
Justo Gallego sería un anónimo labrador si no se hubiera obsesionado con construir su catedral, que está compuesta de iglesia, sacristía, cripta, baptisterio, sala capitular, biblioteca, dos claustros y cuatro viviendas para sacerdotes. Un programa muy ambicioso. Esta obra descomunal para un hombre (con pequeñas ayudas, como hemos dicho) mide unos cincuenta metros de largo, veinte de ancho, la cúpula principal alcanza treinta y cinco metros de altura y treinta las torretas laterales, mientras que las torres principales espera elevarlas hasta los sesenta metros. Sus dimensiones son majestuosas. Para ponerlo en contexto, en una ocasión un técnico calculó que el presupuesto de la obra de Justo ascendería a unos mil millones de pesetas (seis millones de euros) si se ejecutara con materiales adecuados y mano de obra profesional, mientras que la redacción del proyecto ascendería a unos ocho millones y medio (unos cincuenta mil euros). Recordarán que, en su autobiografía, Gallego confiesa que no cuenta con proyecto. Es más, ni proyecto, ni dirección técnica de la obra, ni licencia municipal ni de ningún tipo, ni control de los materiales… para aspirar a ser la casa del Señor, aquello es un sindiós.
Atendiendo a la legalidad, el Ayuntamiento de Mejorada del Campo debería haber paralizado la catedral de Justo hace décadas y después haberla demolido como responsable subsidiario (cargando los gastos del derribo a Gallego). Pero no solo no lo paralizan, sino que el Ayuntamiento puso el nombre de Justo a un parque municipal. También es cierto que no sueltan la panoja, para queja de Gallego. Ni el Ayuntamiento ni ningún organismo público, habría que añadir, pero por contra tampoco hay inspecciones de trabajo. Lo comido por lo servido, pensarán. Esta indiferencia institucional se ha ido gestando desde que comenzó la catedral; de ser «el loco de la catedral» al que dejaban trabajar casi con condescendencia, ha pasado a convertirse en la imagen de una campaña mundial que despierta muchas simpatías, además de ser un foco de atracción turística. Obviamente, las circunstancias cambiarían radicalmente si se produjera un accidente grave, ya sea del propio Gallego o algún ayudante durante los trabajos, o de los visitantes que acceden a un recinto en obras sin apenas medidas de seguridad. No hay constancia de que haya técnico competente que se quiera hacer cargo de la dirección de las obras (dando validez a lo ya construido) y/o redacte un proyecto que poder presentar para tener al menos en regla algún permiso. Y es muy difícil que alguien asuma ese tipo de responsabilidad.
Pero mientras se produce el derribo de las obras debido a un suceso trágico o por la acción de la ley, la catedral es digna de verse. Siempre dentro de unos parámetros y unas expectativas, claro; es como cuando te enseñan un dibujo de lo que parece ser un oso hormiguero y modificas tu valoración inicial cuando te dicen que es un retrato tuyo que ha hecho un niño pequeño. Las texturas características de la catedral, por ejemplo. Por un lado, las espirales o aros de alambre que luego Gallego reviste más mal que bien con mortero dando lugar a bordes redondeados ya sea en escaleras, balaustradas o en arcos, y por otro lo que podríamos denominar trencadís tridimensional, consistente en paramentos construidos en aparejo caótico de ladrillos irregulares o rotos que rescata de descartes de fabricación industrial o de escombreras. En ambos casos, los acabados dan una sensación de amalgama escultórica a medio terminar o, directamente, mal ejecutada, pero diferente a lo habitual: tiene personalidad. Los volúmenes que remata con esos aros de alambre, como también los pilares de hormigón encofrados con latas recogidas de la basura, presentan un vibrado deficitario con coqueras, huecos sin rellenar, que crean secciones de debilidad. Materiales de desecho y deficientemente puestos en obra… como para estampar tu firma en un documento asegurando que eso se va a mantener en pie.
De todas las soluciones ingeniosas que utiliza Gallego (neumáticos para crear huecos circulares, escaleras de caracol de chapa plegada soldadas a barras corrugadas, etc.), he de confesar que siento especial cariño por las vidrieras. A diferencia de las habituales composiciones plomadas, Gallego fabrica las suyas espolvoreando cristal molido de colores que fija con pegamento, creando representaciones fascinantes, como las que parecen el resultado de combinar las banderas de Macedonia y la insignia militar japonesa, de inspiración lisérgica más que litúrgica. Pero con lo que se me saltan las lágrimas es con aquellas que muestran, fusilando sin ningún rubor, los reyes de la baraja clásica de Naipes Heraclio Fournier.
La catedral de Justo tiene unas características propias que la diferencian de otras edificaciones estrafalarias que comparten, en cierta manera, origen, proceso o fin. Por ejemplo, aunque colocáramos una antena parabólica asomando por alguna ventana y coches de gran cilindrada aparcados en la puerta, desentonaría en un poblado chabolista también construido con materiales defectuosos y sin orden porque demuestra tener un propósito y unas proporciones que intentan trascender más allá de procurar un techo.
A diferencia del castillo de Treigny (Francia), una fortificación de inspiración medieval que se comenzó a construir en 1997 con técnicas (e incluso ropajes) de aquella época, la precariedad de los medios constructivos de la catedral de Justo es fruto de las limitaciones económicas y de su desconocimiento de la materia (que tiene guasa también, que lleva más de medio siglo de obras con la catedral y sigue considerándose un labrador). Además, en Treigny trabajan en torno a medio centenar de personas y en Mejorada del Campo, ya saben, Gallego y algún voluntario suelto.
También carece del fin claramente artístico de las intervenciones de Salvador Dalí en Portlligat o de César Manrique en Lanzarote, o del turístico de las construcciones zoomórficas de chapa ondulada en Tirau, Nueva Zelanda. Y, por supuesto, es más auténtica que la Sagrada Familia de Barcelona (que no de Gaudí). La catedral de Justo ha de permanecer tal y como la deje su creador a su muerte o, en todo caso, ser derribada, pero, por favor, no intenten acabarla.
Con la iglesia hemos topado
Todo el mundo se refiere a este templo marginal como catedral cuando técnicamente no lo es ni lo será. La diócesis de Alcalá de Henares ya cuenta con una, la Magistral de Alcalá, y no puede haber otra. No tienen interés en el edificio en sí, sobre todo porque no hay ningún tipo de garantías respecto a su legalidad, estabilidad o funcionalidad, aunque no verían con malos ojos aprovechar los terrenos donde se asienta puesto que su valor catastral es de más de un millón de euros. A Gallego esto le da igual. Decíamos al principio que es el más grande artista marginal de nuestro tiempo, y son múltiples los detalles que lo demuestran. Hoy en día, en España hay pocas cosas más underground que ser artista y reconocer públicamente tu profunda devoción cristiana, y que, para más inri, tu gran obra sea una iglesia que quieres regalar a la Iglesia y esta la rechace. Si en el indie se ponían a tocar sin saber casi sujetar la guitarra y el punk insistía en el «hazlo tú mismo», la obra de Gallego podría etiquetarse perfectamente en cualquiera de estos estilos, dando sopas con honda a cualquiera que intente comparársele por su constancia, independencia e ilegalidad.
¿Que el Chinese Democracy de Guns N’ Roses tardó diecisiete años en ver la luz? Gallego lleva más de medio siglo y sin fecha de finalización. Por no hablar de su indumentaria clásica desde hace décadas: ropa de trabajo azul atada con un cordón del mismo color rojo que la bufanda y el gorro, más o menos vestido como, en el colmo de la modernidad, Sergio Ramos ha ido a ver algún partido de fútbol. Y también presenta el mal humor de los genios: en ocasiones expulsa de su catedral a quien no va vestido como él considera «de manera respetuosa»; y en un cortometraje se lamentaba de no haber lanzado un ladrillo a un periodista de El Mundo que le tuvo un cuarto de hora posando para hacerle fotos y al final se marchó sin dejarle un donativo. La guinda de su (involuntaria) dimensión artística fue aparecer en una exposición denominada The Real Royal Trip en el MoMA de Nueva York a finales de 2003. «La nueva energía estética de los jóvenes españoles», titulaban un reportaje sobre la misma en El Mundo. Por aquel entonces Gallego tenía ya setenta y ocho años. Y declinó la invitación de viajar a Estados Unidos porque tenía mucho que hacer.
A mi me parece más fácil encontrar a Dios en un lugar así que a la Catedral de la Almudena o la Sagrada Familia.
Desde luego, las posibilidades de que te caiga algo encima y vayas a parar con Dios son mucho mayores en este lugar que en aquellos otros
A mí tanta condescendencia me chirría, la verdad. Conozco edificios con todos los permisos en regla (al menos burocráticamente), proyectos carísimos y ejecuciones aún más dispendiosas que no aguantan en pie sin importantes intervenciones y/o accidentes de por medio ni un tercio de lo que ya ha demostrado la Catedral de Justo. La mayoría de los edificios históricos (y, por ende, monumentales a estas alturas) se construyeron sin tanta parafernalia de seguridad como hoy en día, muchas veces teatral, y con técnicas que hoy se considerarían rudimentarias – y ahí siguen, en ocasiones con menos mantenimiento que otros más «a norma».
Por otra parte, el llamamiento, no sé si rijoso o sincero, de derribarla a la muerte de Justo (o dejarla incompleta, lo cual a medio plazo equivale a lo mismo, ¿o es que un edificio sin tejado ni mantenimiento activo va a tardar mucho en deteriorarse?) Ame resulta hasta desagradable. Si tras dedicarle un poco de estudio serio (diferente de ver si se adecúa rígidamente a normativas, que es obvio que no) y un poco más de ganas, y por qué no decirlo, cojones, se decidiera que poniéndose como nos pongamos el templo no va a aguantar sin rehacerlo de pies a cabeza habrá que rendirse a lo inevitable. Pero creo que tras el sacrificio y la dedicación de ese hombre, ir por la vía fácil y perezosa de «la norma es la norma» sería otro de esos crímenes culturales que son tan comunes en España, por desgracia. Igual hasta el enésimo perito municipal podría aprender algo de cómo es posible que estructuras portantes de un complejo de ese tamaño, hechas de «ladrillos rotos» y llenas de «agujeros y debilidades» aguanten sin intervenciones millonarias durante décadas.
Buenas tardes, David B.
Las estructuras tienden a no caerse. Pero cuando se caen, más vale estar lejos (y tener todos los papeles en regla).
Piense en el puente de Génova: más o menos de la misma edad que la catedral de Justo. Calculado por un experto, controlado, con reparaciones «millonarias» y aún así, «de repente» un día colapsó. Imagine que ese puente no se hubiera controlado, que no se hubiera calculado y que, no obstante, se permitiera a la gente circular por él. Convendremos que sería una irresponsabilidad, ¿no cree?
Y no hace falta entrar en la catedral; también podría estar paseando por la acera, o tener el coche aparcado al lado y que, desgraciadamente, algo se desprendiera. No es un escenario descabellado en una edificación diseñada y ejecutada por alguien sin experiencia en este campo.
Sí, hay muchos edificios que no se han calculado y todavía aguantan. Siguiendo ese razonamiento, dejemos de calcular las estructuras, que cualquiera construya lo que quiera en sus parcelas (no entraré en las ilegalidades urbanísticas), total, ¿qué puede salir mal?
El hecho de que Justo pueda despertar (mucha) simpatía no implica que lo que hace sea legal o no conlleve un riesgo. En estos tiempos sé que es difícil, pero deberíamos separar la obra del autor.
Muchas gracias por su argumentado comentario.
No he dicho que no haya que controlarlo o intervenir de alguna manera en ello; yo me quejaba del tono condescendiente, criticón y hasta burlón del artículo, además de la dicotomía demolerlo/no acabarlo (como digo, en realidad lo mismo) frente al muy posible «completarla y mejorarla», sin añadir más que lo necesario.
Mis disculpas si no es esa la intención del artículo, pero por más que lo releo no encuentro ironía más que en los halagos.
Entiendo que la reducción al absurdo de su penúltimo párrafo no va muy en serio: ¿es que los edificios «no calculados» (o calculados con técnicas que hoy no serían homologables o como se le quiera llamar) están de pie de pura chiripa? Sí que vivimos una era de milagros entonces. Por otra parte, no sé a qué viene el puente Morandi en todo esto, creo que tal metedura de pata compartida entre instituciones y grandes empresas privadas refuerza mi argumento.
Simplemente, aquí hablamos de algo singular, único incluso, y sin mucho peligro de ser replicado por «cualquiera en su parcela». No se deberían hacer juicios sobre su supervivencia como si hablásemos de un establo chabolista o el Algarróbico, ni aplicarle «la norma» a la ligera dejando que se guarde las espaldas un perito municipal cualquiera (que en todo caso haría bien en no firmar nada individualmente), sino tratarla como la obra vital y monumental que devino a lo largo de 50 años.
bellissimo!