Si tomáramos un famoso al azar, por ejemplo, qué sé yo, a Bertín Osborne, y le preguntáramos qué es el «factor h» obtendríamos probablemente una cara de sorpresa, como poco. Puede, que por eso de decir algo, terminara elucubrando que nos referimos al próximo reality cocinado a fuego lento para el éxito.
Pero no.
Para todo investigador, es decir aquel que basa su trabajo no solo en decir que algo funciona u ocurre sino en demostrarlo, el «factor h» es un valor numérico que permite conocer de forma más o menos objetiva el impacto de sus publicaciones y trabajos. Los científicos, individuos profesionales en lo suyo y con mucho «factor h» del bueno, del de verdad, no acostumbran a aparecer en televisión o radio ni ocupan portadas y columnas de algunos periódicos o revistas del corazón. Sabemos que un discurso sin voz puede ser perfecto, pero si no suena no se oye.
De este modo ese impacto invisible se ve en ocasiones engullido por la opinión e impresiones de gente sin base científica. Gente famosa. Gente por ejemplo con un programa de televisión o con muchos seguidores en Instagram que visibiliza terapias y otras excelencias que pueden cambiar, a peor, la vida de determinadas personas. Cae así rendida a un lado la evidencia golpeada por alguien que sabe hablar delante de un micrófono o que atraviesa la cámara con ojos de saber de lo que habla. Los famosos tienen impacto en la vida de la gente. Son un ejemplo de lo que brilla. Influyen sobre nosotros cuando explican sus dietas, sus viajes o sus nuevos tratamientos de lo que sea. No poseen «factor h» pero abruman con otro tipo de impacto. Es por eso que antes de seguir, y para que nadie confunda a partir de ahora en este texto a un científico con un famoso, utilizaré una denominación particular del impacto de una celebridad hablando de cosas que atañen a la salud o la vida: el «factor f» del famoso (pido perdón por el juego de palabras). Este «factor f» puede hacer que cambies de banco, que te quites el gluten de la dieta o que decidas probar o abandonar un tratamiento determinado. A propósito de esto último, nadie más dispuesto a probar cualquier cosa que quien sufre una enfermedad limitante o sin cura en el momento actual. En ellos el «factor f» tiene en ocasiones demasiado fácil hacer diana.
La relación de algunos famosos y las pseudoterapias es más que conocida. No la estamos descubriendo en estos párrafos. Las redes sociales han permitido un continuo en el que su vida, y sus cosas particulares, se comparten. Además, el fácil acceso del que disponen a los medios de comunicación les permite realizar afirmaciones sobre la vida, las cosas del comer, las del querer y las de la salud desde un altar estupendo. Ellos, en su distancia, se permiten jugar con determinadas actitudes extrañas creyendo que no solo es lo mejor sino que además dan ejemplo. Ahí tenemos a Gwyneth Paltrow, con más trucos que un mago, o a la familia real británica hablando maravillas de su homeópata de cabecera… hasta que se ponen enfermos de verdad. Tampoco se escapan los deportistas de élite como por ejemplo Diego Costa. El de Lagarto, lugar donde nació, se fue a Serbia en 2014 para inyectarse placenta de yegua y llegar como nuevo a la final de la Champions. Lo mismo al tiempo estaba Sergio Ramos haciendo una interconsulta a la «Virgen del Mayor Dolor y Traspaso» para asegurarse marcar un gol en el descuento, quién sabe. El caso es que Diego Costa duró diez minutos en el campo y aquello de la yegua quedó en una anécdota que todavía sonroja a los traumatólogos. Lo de Sergio Ramos le ha llevado hasta a tirar los penaltis como Panenka, será que la interconsulta venía con intereses.
En otros casos los famosos o sus familiares sufren enfermedades, tal y como ocurre con el resto de los mortales. En esa situación, y aunque disponen generalmente de más recursos que el ciudadano medio, optan a veces por equivocarse sin saberlo. Un ejemplo prototípico es el de Steve Jobs y su cáncer de páncreas. Al diagnóstico operable, y por lo tanto curable. Pero decidió no escuchar a sus médicos e ignorar a su mujer y amigos. Alguien le convenció para abordar el problema de otra manera. Los errores saben de disfraces y conversaciones profundas. Él debió tener más de una charla con alguien que cambió su dieta, modificó ciertos hábitos de su vida y acabó con sus posibilidades de curación. No le salieron las cuentas. Jobs no quiso escuchar y cuando lo hizo terminó siendo tarde. Los capítulos dedicados a esto por Walter Isaacson en su biografía son un ejemplo terrible pero matemático.
También nos encontramos con casos en los que no se desprecia la medicina científica, sino que se opta por creer que más allá de la frontera de nuestro país se hacen mejor las cosas. Con esto no quiero decir que aquí en España tengamos la mejor medicina del mundo, que también tenemos nuestros remiendos, con esto quiero decir que en España tenemos la mejor medicina que en el momento actual se puede hacer. Cuando un famoso se marcha a otro país para tratarse de determinadas enfermedades porque «aquí no se puede» se debe aclarar que generalmente sí que se puede. Lo que ocurre es que el famoso en cuestión o no lo sabía o no se lo han contado o directamente no ha querido hacerlo aquí. Cada uno debe actuar como desea, obviamente, pero el «factor f» aporta en este caso una mezcla agitada y revuelta de desconocimiento que quizá traduzca mensajes equivocados. Y es en este momento cuando regresamos a Bertín.
Como es conocido Bertín tiene un hijo con daño cerebral adquirido. Una putada, con perdón. Como es lógico todo padre en una situación como esa busca lo mejor para su hijo. Se aplica así un principio de benevolencia que en ocasiones no se corresponde con otro principio: el de beneficencia. El objetivo debe ser no solo querer el bien sino también lograrlo. No es tan sencillo como parece y la distancia entre las dos cosas, buscar el bien y lograrlo, puede ser enorme y hasta tender a infinito. Uno de los trabajos de los buenos médicos es decir la verdad aunque no coincida con lo que el enfermo o su familia creen o quieren creer. Hacer ver a un padre o una madre esa distancia entre lo que proponen y la realidad es sin duda complejo pero también es justo y necesario. Pocas cosas más peligrosas que un médico que calla para dejar que pasen los días. Si hace eso con la información puede terminar haciéndolo también con las expectativas.
En nuestro país la atención al daño cerebral adquirido en la población infantil es muy escasa. La capacidad de recuperación de los niños es amplia y no iniciarla de forma precoz es hacer cicatriz en las posibilidades de mejora. Los recursos de atención temprana son o casi inexistentes o muestran mucho tiempo de espera al encontrarse las unidades especializadas sobrecargadas. Eso convierte a muchos padres en verdaderos cazatratamientos que por nuevos o distintos permitan la mejora de sus hijos. El objetivo muchas veces no es recuperar completamente la función perdida o dañada, se pelea por lograr pequeños avances que sumados permitan cierto grado de independencia. Si hay un caldo de cultivo idóneo para que el «factor f» tenga efecto es en grupos de pacientes como estos. Constituyen además una oportunidad de negocio. La esperanza, que es el motor que mueve a muchas de estas familias, se convierte en cheque al portador y siempre hay alguien que quiere cobrarlo.
Siempre.
En el caso de Bertín su «factor f» ha traído a España una terapia para niños con daño cerebral. Con origen en Estados Unidos, esta terapia es recomendada por algunas personas desde su fundación. Recuerden, ya dijimos que estar más allá de la frontera viste mucho cualquier tratamiento. Se trata de una terapia obsoleta y dañina desde el punto de vista sanitario, económico y emocional que ha visitado medios de comunicación, ayuntamientos y reportajes obteniendo una publicidad estupenda. Muchas familias se han visto atraídas y muchas familias han visto que cambiaba su vida pero no como esperaban. Para llevarla a cabo los padres, y sus hijos, primero tienen que ir a Italia para ser aceptados. Después deben viajar al origen de todo, Estados Unidos, donde recibirán las instrucciones necesarias para llevarla a cabo. Todo eso a costa de su tiempo, su dinero y la salud de sus hijos. La hipoteca más cara del mundo. Es por eso que merece la pena realizar un pequeño viaje al interior de esta terapia. Vayan preparados porque está oscuro, hace frío y no descarto que tengan que retirar de vez en cuando la mirada.
La terapia a la que nos referimos es la terapia Doman-Delacato. También se conoce como la terapia Philadelphia dado que es allí donde se encuentra su origen. Como pueden imaginar su nombre es producto de la suma de sus creadores. Los señores Glen Doman, fisioterapeuta, y Carl Delacato, psicólogo educativo. Ambos eran jóvenes en un momento en el que el neurodesarrollo era aún un vacío por describir. La tierra de las oportunidades para la gente con ideas. Así en el año 1955 crean «Los Institutos para el Logro del Potencial Humano» (IAHP). Creo que no es necesario explicar mucho acerca de lo que se proponían si leemos con atención el nombre que le pusieron a su lugar de trabajo. ¿Recuerdan haber escuchado que todos los niños podían ser como Einstein con un abordaje determinado? Pues Doman, creador del IAHP, se hizo un poquito de oro vendiendo libros con eso. En ese instituto se vinieron arriba y lo malo, o lo peor, es que todavía no se han bajado. De este modo, y como algo ineludible, en 1960 dan a conocer un método para mejorar el estado de los niños con daño cerebral de cualquier tipo. Como se hace con los barcos hicieron partir su método desde un puerto rimbombante y con el cielo lleno de confeti. Lo malo de algunos barcos es que no llegan a puerto y el capitán salta por la borda, porque se va a pique, antes de que se den cuenta los viajeros.
Se puede resumir su hipótesis terapéutica en cuatro puntos fundamentales. El primero de ellos está basado en las ideas del neurofisiólogo Temple Fay. El señor Fay explicaba el neurodesarrollo desde un concepto muy de Jumanji: la «filogenia ontogenia recapitulada» o «teoría de la recapitulación». Según este señor el cerebro del ser humano se desarrolla navegando de forma lineal las diversas etapas «animales» que de algún modo nos conforman. Es decir, que en teoría hacemos un flash-forward desde la fase de pez pasando por los reptiles y algunos mamíferos hasta llegar ser como somos, bípedos como un humano. Este razonamiento en los sesenta encontraba su público, pero en el momento actual está más que superado y resulta ya obsoleto. Si tienen un niño cerca dudo mucho que lo hayan visto primero mover las piernas como si fuera una salmón a contracorriente para después reptar como la serpiente de Voldemort, Nagini. Por suerte generalmente somos mucho más complejos. Fíjense que he escrito generalmente.
En segundo lugar añaden al zoo descrito la repetición. Los autores indican que mediante la repetición de movimientos o sonidos se podrían «despertar» las regiones afectadas y por lo tanto su reflejo en el sistema nervioso central. Para ello no solo trabajan haciendo movimientos reiterados sino que también bloquean aquellas regiones que sí se mueven con normalidad. Es decir, si un niño tiene una parálisis o rigidez (espasticidad) de la pierna izquierda lo que se opta es por bloquear la pierna derecha para así recuperar el miembro afectado. Algo nada frustrante y doloroso para el niño, pero al revés. Esta repeticiones con bloqueo se deben realizar por al menos cuatro o cinco personas y atando o sosteniendo al niño como se precise. Según los creadores no sería efectiva de otra manera. También se debe llevar a cabo varias veces a lo largo del día. Pero ahí no acaba esta tortura disimulada, esperen. Para lograr esa estimulación no solo vale el bloqueo, si la cosa está muy dormida se pueden añadir estímulos dolorosos como un estropajo, pequeñas cucharadas de agua hirviendo o una trompeta en el oído. Lo de la trompeta, aclaro, es porque aseguran que así se puede recuperar la audición en el caso de que esté afectada. Ahora piensen en niños sujetos para lograr el estímulo de aquellas regiones que no mueven con normalidad. Niños sujetos y estimulados por sus padres. Es sobrecogedor para los niños y para los padres. En los años ochenta la Academia Americana de Pediatría publicó varios documentos dejando claro que esto no llevaba a ningún sitio. Yo no había nacido y ya estas prácticas deberían haberse abandonado. Y aquí me tienen escribiendo sobre ello en un presente maravilloso. A veces es terrible descubrir que hay cosas que no han cambiado, ¿verdad?
En tercer lugar los terapeutas, o lo que sean, proponen la retirada de todos los fármacos a estos niños. Críos con espasticidad, trastornos del sueño o epilepsias en ocasiones complejas. Su argumento es aplastante: hay que dejar al cerebro libre de influencias para que muestre su potencial. Que muestre dolor, insomnio o crisis convulsivas de repetición parece que no les importa mucho. La palabra potencial es lo que tiene. Sobre las convulsiones llegan a afirmar que resultan una defensa natural para el cerebro y que por lo tanto no son directamente perjudiciales. Que haya gente que afirme eso, que lo explique y que se lo crea es terrible. Como un pirómano hablando de las bondades del fuego. Pero no se quedan ahí. Aunque con tres patas hay mesas que no se caen ellos requieren de una cuarta para dejar armada su práctica.
Como cuarto y último fundamento he dejado aquel que creo es más extravagante y peligroso. Los señores Doman-Delacato defienden la utilidad del dióxido de carbono como herramienta para mejorar la perfusión del cerebro de un niño enfermo. Lo explico un poco. Nuestro cerebro, como órgano importante que es, tiene una capacidad peculiar y fundamental en cuanto al aporte de sangre y oxígeno se refiere. Se autorregula, es capaz de gestionar el flujo sanguíneo que recibe para así asegurarse estar siempre en las mejores condiciones. Sabe que es un privilegiado y se gestiona como tal. Por ejemplo, en situaciones de tensión arterial baja será capaz de modificar el estado de sus vasos sanguíneos o la tensión arterial a través del latido cardiaco para no quedarse sin gasolina. Usted podrá estar pálido pero notará que el corazón comienza a latir fuerte. Eso no es para avisarle, es para que el cerebro no pase frío o cosas peores. La cara pálida pero las neuronas bien perfundidas es un mantra ahí arriba. Una de las sustancias que participa en eso es el dióxido de carbono. Si el dióxido de carbono sube los vasos sanguíneos del cerebro se dilatan, si baja lo contrario. Entender esto es fundamental para comprender el homenaje al marqués de Sade que viene a continuación. En la terapia Doman-Delacato lo que se defiende es el efecto beneficioso sobre las neuronas del incremento de flujo sanguíneo cerebral mediante la vasodilatación. Este incremento se logra a través del dióxido de carbono. Como su aumento provoca más flujo de sangre al cerebro, asumen que esto será bueno para mejorar su estado. Asumen terriblemente mal, aclaro. ¿Cómo logran esto? Retirando el tratamiento para las convulsiones o haciendo a los niños respirar en el interior de una bolsa para que retengan dióxido de carbono en su sangre. Pueden volver a leer la oración anterior, no me he equivocado. Bolsa y niños respirando en su interior. Sería un remedo de lo que hacía el personaje de Sigourney Weaver en Copycat, donde para tratar sus ataques de ansiedad por agorafobia respiraba en una bolsa de papel hasta perder el conocimiento. Ahora piensen en plantear a un padre hacer algo así. Esa es otra película, pero esta vez de terror.
En resumen, estos cuatro pilares fundamentan la terapia Doman-Delacato. Reconozco que da vértigo mirar hacia atrás para echar un vistazo. Animales, repeticiones, quitar fármacos y respirar dióxido de carbono. Nada de ello ha demostrado utilidad. Como comentamos esta terapia zarpa en los años sesenta. Si en el momento actual buscamos trabajos que demuestren su utilidad no encontramos ninguno. Es una terapia que hoy navega aun estando ya hundida. Pero no se queda ahí. Reclama a los padres unos recursos económicos que en muchos casos derivan en situaciones precarias. Al tiempo les obliga a convertirse en cuidadores profesionales de sus hijos. Drena los recursos monetarios y emocionales. Hace daño en el daño. Y si no hay mejora, si no hay cambios, solo hay culpa en quien realiza de forma inadecuada lo que ellos les recomiendan allí en el lugar donde se alzan los IAHP. Por supuesto no se puede replicar porque toda la responsabilidad recae en los padres y no en profesionales. Es una red bien tejida que deja escapar la evidencia, pero no los beneficios de vender algo que no funciona.
Probablemente Bertín y su fundación ignoren o no comprendan del todo lo que supone defender una terapia así. Quizá solo ven lo que tiene alrededor, sus circunstancias, y no se han planteado nunca mirar más allá. Pero su «factor f» ha permitido la llegada de esta terapia a nuestro país. Padres que escuchan a alguien famoso, con cierto carisma, con una vivencia similar y que les asegura que funciona. Ahí está el impacto. Ayuntamientos que abren sus puertas para que defensores de este abordaje cuenten las maravillas de lo que no se ve. Porque siempre es sencillo hablar en condicional y decir que todo va a ir a mejor con lo que suena bien. Sencillo pero muy injusto para los que luego tienen que peregrinar a ninguna parte. Los famosos, con su «factor f», disponen de un valor maravilloso cuando transmiten mensajes adecuados y bellos. Pero se transforman en un peligro cuando alimentan bulos o falsos tratamientos.
Este texto no se dirige contra nadie, obviamente, pero sí contra algo. Es muy sencillo opinar sobre salud cuando no sabes lo que ocurre al otro lado de tu discurso. Las caras conocidas, los dueños del «factor f», poseen la capacidad de comunicar y llegar a la gente, algo de lo que no disponen muchos científicos o profesionales sanitarios. Tienen una responsabilidad real en no confundir a familias o enfermos que habitan en la esperanza mientras buscan una luz que les permita seguir hacia delante. Muchas veces esa luz viene de una pantalla de móvil, de una radio o de una televisión. Ellos deben saber que sus palabras no se las lleva el viento por mucho que las digan mientras sonríen. Que no es cuestión de buscar culpables, pero tampoco está demás que alguien de vez en cuando les deje al menos por escrito las consecuencias.
Referencias:
1. Walter Isaacson (2011), «Steve Jobs: la biografia».
2. Sociedad española de Fisioterapia en Pediatría (SEFIP), «Fisioterapia en Pediatría y evidencia del método Doman Delacato».
3. Academia Americana de Pediatría (1999), «The Treatment of Neurologically Impaired Children Using Patterning Committee on Children With Disabilities».
Hola.
Yo tengo una experiencia un poco diferente. Te hubiera escrito en privado si hubiera encontrado tu dirección, pero todo lo que te cuento es de primerísima mano (soy suscriptora, te autorizo a pedir mi dirección si quieres más información).
Tengo un hermano con síndrome de Down, que ahora tiene casi cincuenta años (yo tenía 13 cuando nació) y a los seis meses, tras el primer desconcierto, por azares de la vida dimos con el doctor Castell-Cuixart que (además de no cobrarnos jamás) nos metió en el azaroso mundo del método Dolman-Delacato.
Durante cinco años toda la familia se pringó: el programa de actividades pegado en la nevera requería muchas manos (gimnasia pasiva, ejercitación de los músculos orbitales y los de la lengua, aprendizaje temprano de la lectoescritura, discriminación auditiva, desarrollo de la atención…). Entre todos pasábamos muchas horas al día, casi siempre en microsesiones, con el joío enano que nos miraba divertidísimo de tanta atención y no paraba de hacernos monerías. Y el doctor Castell seguía mandando deberes sin parar: el último y el más difícil, tras el alta, cuando cumplió los cinco años, fue encontrar un colegio estándar de primaria que lo aceptara: lo conseguimos durante seis meses, que en aquella época era toda una hazaña.
Supongo que si ahora las cosas son como son no se debe solo a los lejanos doctores de Chicago, sino al ambiente familiar, a la fuerza de nuestro proyecto, y sobre todo al doctor Castell, pero conste que Francisco leyó y escribió a la misma edad que cualquiera, maneja el ordenador y demás aparatos infernales como cualquier otro miembro de la familia y tiene una vida totalmente autónoma. No sé si feliz, carga con una mochila muy pesada, y más siendo tan inteligente como es, pero sí razonablemente buena.
Valorando las cosas a toro pasado, es posible que el método fuera algo voluntarista, y desde luego muy exigente, pero también era humano y divertido. Por orden del doctor Castell, a partir de los tres años cada objeto de la casa, hasta el más ínfimo llevaba colgado un cartel con el nombre, para que aprendiera a asociar la imagen con la representación escrita. Un tío nuestro nos hizo unas acuarelas bellísimas y teníamos más de cincuenta repartidas por toda la casa. Una vez al día, zafarrancho: todos los carteles al suelo y a colocarlos otra vez. Y cuando se los aprendía, sacábamos más, éramos infinitos. Ver cómo empezaba a leer casi espontáneamente ha sido una de las experiencias más alucinantes de mi vida.
No tenía ni idea de nada de lo que cuentas, no lo pongo en duda y me ha dejado en estado de shock. Me duele muchísimo la mera posibilidad de estar alentando magufadas, y más si son peligrosas, es probable que lo que yo viví pertenezca a un universo diferente de lo que desvelas tú, pero no podía dejar de darte mi perspectiva de primera mano en los remotos años setenta del siglo pasado, en una familia de clase media idéntica a la de Cuéntame de las primeras temporadas.
Alicia Martorell
Estimada Alicia;
Gracias por su comentario, le pido perdón por la demora.
Tal y como usted dice vivieron un «universo diferente». El síndrome de Down, como todo síndrome, comprende un espectro clínico amplio e individual con diferente respuesta a diferentes estímulos. No se trata de un daño cerebral en el que la estimulación pretenda recuperar lo ausente o perdido. Se trata de un paciente en el que optimizar lo presente y llevarlo a su máxima potencialidad.
Ignoro las terapias propuestas por el doctor Castell-Cuixart pero en los foros en los que yo leo no he encontrado referencia alguna al uso de la terapia Filadelfia en sus pacientes. Era un pediatra querido y respetado por todos del que no dudo que buscara lo mejor para su hermano. La terapia filadelfia, más allá del estrés y tormento al que somete a muchas familias, tiene un punto de Aquiles fundamental en la reproducibilidad. Bendita palabra. Esto impide tener la certeza de que lo que ocurre es por lo que se hace de forma directa y no porque «tenía que ocurrir». Lo que usted describe es un acto de amor por parte suyo y de su familia. Sin duda puede que esa haya sido la base de la mejoría de su hermano.
El artículo no pretende juzgar a quién como ustedes pretender lograr un bien para sus seres queridos. El artículo pretende ser llamada de atención para aquellos padres y cuidadores que buscando lo mejor puedan terminar sufriendo las consecuencias de no lograrlo. Más abajo puede leer el comentario de Esther, es doloroso ver lo que sufren algunos niños y sus familias.
Agradezco su sinceridad y, por supuesto, su punto de vista. Usted y su familia tienen mi máximo respeto y les pido disculpas si se han sentido juzgados.
Un saludo, Alberto.
Bertín Osborne tuvo un hijo absolutamente a sabiendas que que iba a venir muy mal. Y vino al mundo y todos contentos y él dice que ya «se sienta derecho» y «sonríe». Y que la mujer que aborta debe quedar a solas con la conciencia del crimen contra la vida cometido.
Sólo puedo decir que este artículo hacia falta. He visto a padres desesperados pq les habían mandado retirar la medicación anticonvulsiva y el niño estar con tantas crisis que hubo un momento que no se atrevían a llevarlo a urgencia pq no sabían como iban a explicar q no le estaban dando la medicación. He visto como jugaban con la ilusión de esos padres diciéndoles q su hijo iba a curar. Que iba a ser como cualquier niño de su edad. Años acudiendo al Instituto Fay sin resultados.
Acaso no vivieron sabiendo de la existencia del nazismo? Cómo es posible abordaje terapéutico tan barbaro!
Hola,
me gustaría leer en estos comentarios la réplica del autor, Alberto García-Salido, al escrito de Alicia Martorell. Sinceramente, hasta ahora no tenía ni idea de la existencia de este método; por eso, no puedo dar una opinión empírica ni basada en los conocimientos científicos que pueda tener del tema. Pero, la sincera y honesta carta de Alicia Martorell me ha hecho reflexionar y, al hacerlo, poner en duda si no todo sí en parte, el artículo. Aunque solo sea por cortesía hacia Alicia y al resto de los lectores sería bueno una respuesta.
Andrés García
Yo creo que la respuesta a ese comentario es que un testimonio de una experiencia única y personal no constituye una evidencia científica. Un estudio que demostrase la eficacia de dicho tratamiento debe tener unas condiciones muy definidas, y entre ellas una muestra de gran tamaño.
No dudo de la sinceridad del testimonio, pero las preguntas son: ¿se sabe con certeza las causas de la «mejoría» del paciente? ¿sirve igual para el caso de una persona con síndrome de Down que para una con parálisis cerebral? ¿se aplican los mismos métodos en todos los casos? Etc…
En resúmen, el «a mí me funcionó» nunca es evidencia de la eficacia de un tratamiento.
Conste que yo no pongo en duda nada de lo que dice el autor, y creo que es necesario que se hable de ello. Supongo que en nuestro caso lo único que había era una forma muy temprana y sesentera de estimulación precoz y de psicomotricidad, que se impuso como una verdad inevitable (y no solo para niños con problemas) cuando unos años después irrumpió la psicología en nuestras vidas como un ciclón. Es como si habláramos de dos verdades paralelas: yo reconozco más lo que viví en las nuevas escuelas de psicología infantil que se desarrollaban en Francia y en Argentina, de las que aquí no se habló hasta que no llegó el exilio argentino, unos cuantos años después, una vez muerto el dictador.
En cualquier caso, sí pienso que las cosas son más complejas de lo que parece. Que también es importante saber por qué una familia inflige a su hijo esas cosas tan horrendas que relata el artículo, por mucho que un médico lo respalde. Eso es lo que más me martillea la cabeza.
Este artículo me dejó en estado de choque. Lo primero que pensé fue ¿qué estábamos haciendo con Francisco? También me puse a leer otros artículos, cosa que nunca se me había ocurrido y pude corroborar lo que dice el autor: este método está totalmente desacreditado, por decirlo suavemente. Asociar lo que nosotros vivimos con la pesadilla que se menciona aquí es como asomarse al infierno. Pero es verdad que tengo la curiosidad de saber si el autor estaba al corriente de que en España ya en los años sesenta-setenta, se trataba a niños con síndrome de Down con esa etiqueta «Doman-Delacato» cuando absolutamente todo en la sociedad te empujaba a la resignación y la aceptación pasiva. Yo, desde luego, en la oscuridad total de aquellos años, sentí que estaba viviendo algo muy revolucionario.
En cualquier caso, agradezco mucho que se saquen estos temas.
«Un ejemplo prototípico es el de Steve Jobs y su cáncer de páncreas. Al diagnóstico operable, y por lo tanto curable.»
No se puede decir algo así desde la ciencia. Es una afirmación («por lo tanto curable») más cercana al lenguaje «magufo» que al lenguaje de la ciencia.
El cáncer de páncreas es uno de los tipos de cáncer con menor tasa supervivencia a los 5 años, te operes o no. El 5% de los pacientes sobreviven más de cinco años tras el diagnóstico, y el 75% no supera el primer año. Jobs sobrevivió 7 años desde el diagnóstico.
A partir de esto habría que decir que su tratamiento (el de Jobs) estuvo por encima de la supervivencia media de los tratamientos normales. Y que podría ser una vía de estudio -científico, por supuesto- para saber si algo de lo que hizo sería de interés para la ciencia (así avanza la ciencia, amigo, no buscando enemigos). Sin embargo en este artículo se despacha la idea de que si se hubiera operado ahora estaría vivo, lo que es una verdadera barbaridad.
PD. No tengo ni idea de qué hizo Jobs, solo he buscado datos: supervivencia en cáncer de páncreas y la supervivencia de Jobs. Una labor muy sencilla que el autor del artículo no hizo.
«No tengo ni idea de qué hizo Jobs, solo he buscado datos»
Pues podías haber buscado un poco más: Jobs tenía un tipo de cancer de páncreas particularmente «benigno» para la tasa de mortalidad normal del cáncer de páncreas. Es decir, si se hubiese dejado de magufadas a lo mejor aún estaría diseñando cosas en lugar de en una caja de pino.
Una labor, parafraseándote, muy sencilla que no has hecho.
Pero te olvidas de que yo no he escrito el artículo. Si eso que dices es cierto, es el articulista quien hubiera debido dejarlo claro en el texto. No se puede mencionar un cáncer de páncreas como algo de lo que te operas y ya.
«Pero te olvidas de que yo no he escrito el artículo.*
Excusas de mal pagador.
Estimado Alejo,
Gracias por el comentario.
Steve Jobs tenía un tumor neuroendocrino de páncreas. Localizado y operable al diagnóstico. Si hubiera sido intervenido se habría curado con toda probabilidad. En el artículo tiene entre las referencias la biografía de Jobs donde se especifica este punto. Obviamente no cometería la barbaridad de no documentar el texto o escribir sobre lo que no sé.
Agradezco su aportación pues sin duda nunca está de más una explicación.
Le dejo esta noticia que va en el mismo sentido.
https://www.elmundo.es/elmundosalud/2011/10/06/oncologia/1317892194.html
Un cordial saludo.
Añado esta página en la que se especifica una supervivencia del 94% en casos localizados como el de Jobs.
https://www.cancer.org/cancer/pancreatic-neuroendocrine-tumor/detection-diagnosis-staging/survival-rates.html
No le molesto más ^_^
¿Que «se habría curado con toda probabilidad»?
Lo que dice ese link no indica lo mismo:
«Los tumores neuroendocrinos, por el contrario, son más fáciles de diagnosticar y tratar a tiempo, ya que afectan a hormonas que producen síntomas identificables, como ha sido el caso de Jobs. En esta clase de cánceres, la supervivencia media a los cinco años supera el 30% de los casos.»
Primero de todo me gustaría agradecer el artículo, pues observamos día a día como ciertas terapias prometen resultados aplicando métodos novedosos o revolucionaros y me gustaría comentar algunos aspectos.
Soy Fisioterapeuta desde hace 10 años y en mi profesión de vez en cuando aparecen métodos que prometen resolver la mayoría de problemas a nuestros pacientes.
No es que estén solo orientados a los pacientes si no que también a los Fisioterapeutas que con la mejor de las intenciones correremos a formarnos para ofrecer una atención mejor.
Esto no es exclusivo se la Fisioterapia si no que se encuentra en la Medicina en general. Comentando con colegas de profesión y otras especialidades como traumatología o neurología, siempre llegamos a la misma conclusión.
Muchos de estos «nuevos métodos» no dejan de ser la aplicación de los conceptos básicos envueltos en una carcasa de exclusividad, misticismo y con una buena retórica o marketing.
Esto me gustaría hilarlo con la estimulación que recibían los pacientes, está claro que una neuroestimulación, desde la parte sensitiva (trabajando con diferentes texturas), auditiva (reconociendo tanto sonidos como procedencia espacial de éstos) y motora (ejercicios y patrones de movimiento activos y pasivos) tendrá efectos positivos.
Se mejoran capacidades y muchas veces se obtienen resultados y progresos, lo que ocurre que no es nada nuevo, esto lo sabemos desde hace décadas y se trabaja así en los centros de Fisioterapia.
Creo que no hace falta comentar que para realizar estas estimulaciones no se produce dolor ni se pega un bocinazo al niño en el oído.
Respecto a los «bloqueos de segmentos» se realizan juegos para trabajar con las extremidades menos hábiles, pero vamos, nunca llegando a producir dolor bloqueando el brazo entre 4 profesionales.
Un saludo.