(Viene de la segunda parte)
No sin mi espada
Mayo de 1940, un sargento alemán patrulla junto a su pelotón por una ciudad desierta en busca de soldados aliados a los que dar caza. De repente, escucha un grito de ataque llamando a la carga, pero antes de que pueda reaccionar nota un impacto bajo el cuello y es consciente de que ha sido golpeado por un proyectil enemigo. Se lleva la mano a la herida y descubre con asombro que tiene una flecha clavada en su cuerpo, eleva la mirada hacia una torre cercana y entonces lo ve: un inglés chalado empuñando un arco y blandiendo una espada en medio de la Segunda Guerra Mundial. Aquel sargento acababa de conocer a Jack Churchill y no tendría mucho tiempo para conocer a nadie más.
John Malcolm Thorpe Fleming Churchill (1906-1996), Jack Churchill para los amigos y «Mad Jack» o «Fighting Jack Churchill» para los enemigos, fue un oficial del ejército británico que participó en numerosas refriegas destacando por su arrojo y coraje, pero también por el llamativo detalle de saltar al campo de batalla armado con un arco, una espada y una gaita. Churchill formaba parte de una longeva familia británica de Oxfordshire, llegó a este mundo en Colombo (una colonia británica) y vivió sus primeros años entre Sri Lanka, Inglaterra y Hong Kong. Estudió en King William’s college y se apuntó al Royal Military College de Berkshire para recibir entrenamiento militar. Salió de allí en 1926 con el uniforme planchado, convertido en parte del Regimiento de Manchester y siendo destinado a servir en Burma.
Los años posteriores se los tiró entre las filas de aquel escuadrón viviendo a su manera y recorriendo sobre dos ruedas el sudeste asiático. Porque en general al hombre le aburría bastante tener el culo quieto: cuando se encontraba en Rangún (Birmania) se le encomendó asistir a un curso militar en Pune (India) y decidió, tras razonar que pillar un vuelo era para vagos y acomodados, recorrer los cuatro mil cuatrocientos kilómetros que separaban ambas ciudades en moto. Para la vuelta se lo tomó con más calma y optó por sacarse un billete de barco. Lo hizo en el puerto de Calcuta, tras conducir en su moto los dos mil y pico kilómetros que existen entre Pune y dicha urbe. Trotar motorizado por aquellas tierras era algo que parecía divertirle bastante y sus travesías a lo largo de Burma tenían más de aventura salvaje que de viaje placentero: al no existir carreteras en las rutas, Churchill conducía siguiendo las vías del tren y superaba los ríos cruzando sobre los puentes del ferrocarril, empujando la moto mientras caminaba sobre las traviesas procurando no caerse.
En 1936, algo aburrido por la falta de acción de aquella época, decidió dejar el ejército y lanzarse a probar suerte en otros terrenos. Trabajó en la redacción de un periódico de Nairobi (Kenia) y como modelo de anuncio. Se esmeró en practicar con la gaita (se había aficionado al instrumento en Maymyo tras toparse con los Queen’s Own Cameron Highlanders) y en mejorar su puntería con el arco hasta que logró hacer oficial que era la hostia en ambos lances: en 1938 quedó finalista en una de las competiciones de gaita más importantes de Inglaterra y un año después representó a su país en los campeonatos mundiales de tiro con arco que se celebraron en Oslo. Ser tan mañoso con los instrumentos de viento y las armas de cuerda también le permitió colarse fugazmente en el mundo del séptimo arte. En la gran pantalla, Mad Jack ejerció de extra en películas como Revuelta en la India (donde aparecía tocando la gaita), El ladrón de Bagdad (donde aparecía disparando el arco) o Un yanqui en Oxford (donde aparecía remando, porque el tío en su momento también se había cruzado el Isis a golpe de pala).
En septiembre de 1939 las cosas comenzaron a ponerse delicadas en Europa, los alemanes entraron en Polonia y Churchill reingresó en el ejército británico, en el Regimiento de Manchester, para ser destinado a Francia. Parecía el único que realmente estaba contento con todo el marrón de la Segunda Guerra Mundial: «Volví a mi abrigo rojo, el país se había atascado durante mi ausencia». Se le encomendó patrullar tramos tranquilos de Francia pero al hombre aquello le daba sueño y solicitó algo más animado. En mayo de 1940 Mad Jack fue enviado a Richebourg como como segundo al mando de infantería y comenzó a trabajar duro para ganarse su apodo: pisó el campo de batalla portando un arco largo, una gaita y una espada escocesa con guarda de cesta. Y tendió una emboscada a un destacamento alemán agujereando a un comandante de un flechazo y dando la señal de ataque con la tizona. Cuando sus oficiales le preguntaron a qué se debía todo eso de ir a la guerra empuñando un filo, Churchill contestó muy serio: «En mi opinión, señor, cualquier oficial que entre en acción sin su espada está incorrectamente vestido».
Mad Jack continuó la guerra en Dunkerque, hasta donde se supone que llegó montando en bici y con su arco sobre el lomo. Poco después fue enviado de vuelta a Inglaterra y se alistó en los comandos sin saber de qué iba eso (la organización se acababa de crear y no existía demasiada información sobre la misma) y con la intuición de que debía de ser una experiencia emocionante. Churchill disfrutó bastante con la dureza del entrenamiento y, a finales de 1941, se posó en Vågsøy , Noruega, tocando «The March of the Cameron Men» con su gaita antes de comenzar a repartir plomo y espadazos entre las formaciones enemigas.
Un par de años después se presentó en tierras italianas liderando a los comandos con su arco, espada y gaita para guerrear en Catania (Sicilia) y posteriormente en Salerno (Campania), donde capturó a cuarenta y dos nazis ayudado por un cabo llamado Rufell. A Salerno regresaría poco después de la contienda para recuperar su espada, que por lo visto se le había caído mientras trinchaba alemanes. En 1944 encabezó otro rebaño de comandos en Yugoslavia para echar una mano a los partisanos, y los alemanes se llevaron por delante a toda la tropa excepto a Churchill, que se encontraba tocando el «Will Ye No Come Back Again» con su gaita cuando una granada lo dejó inconsciente. Fue capturado, interrogado y trasladado al campo de concentración de Sachsenhausen, de donde se fugó para ser capturado de nuevo en las costas alemanas y trasladado a la alpina Tirol. Allí, las tropas de las SS abandonaron a los prisioneros a su suerte y el bueno de Jack se pateó más de ciento cincuenta kilómetros a pie hasta Verona para reencontrarse con tropas americanas.
Como en la zona oriental del globo las cosas seguían bastante animadas, a Churchill lo destinaron a la guerra del pacífico para que le tocara la gaita un rato a los japoneses, pero fallaron con el timming: cuando llegó a Burma, Nagasaki e Hirosima habían sido desintegradas a base de bombazos y la guerra estaba finiquitada. Aquello no le sentó nada bien a un Mad Jack que se había molestado en afilar la espada: «Si no hubiese sido por esos malditos yanquis habríamos podido mantener la guerra en marcha durante otros diez años más». Eran unas declaraciones insólitas pero coherentes con la mentalidad de alguien que instruía a sus hombres con sentencias como «No hay nada peor que estar sentado sobre tu culo sin hacer nada porque el enemigo ha decidido dejarte solo». Posteriormente se sacó el tituló de paracaidista y en el abril de 1948 se encaró contra los árabes durante la masacre al convoy médico Hadassah.
La posguerra de Churchill fue mucho menos emocionante, pero también tuvo momentos estelares. Volvió a colarse en el cine haciendo de extra en Ivanhoe (disparando un arco), navegó el Támesis en barcos de vapor y ejerció de instructor en una escuela de guerra australiana. Por aquellas tierras descubrió el surf, y no se le dio mal: en julio de 1955 se convirtió en el primer británico que surfeó, sobre una tabla de fabricación propia, una ola del río Severn durante dos kilómetros. Cuando los testigos de aquella gesta le gritaron que saliera del agua por la naturaleza suicida de la tontería, Churchill se rio, les saludó y contestó «¡Estaré bien!». Churchill ostenta también el honor de ser la última persona conocida del hemisferio occidental que ha matado a alguien con un flechazo durante una guerra oficial. Curiosamente, durante sus aventuras militares la espada no fue el único complemento inusual que Mad Jack se atrevió a combinar con el uniforme: en una ocasión se presentó en un desfile cargando con un paraguas. Cuando uno de sus oficiales le preguntó por qué se le había ocurrido traérselo el hombre respondió muy diligentemente: «Porque está lloviendo, señor».
El inmortal
Sir Adrian Paul Ghislain Carton de Wiart (1880-1963) nació en Bruselas en el seno de una familia de aristócratas, aunque los rumores de la época aseguraban que su sangre tenía una graduación de pedigrí más elevado y en realidad se trataba de un hijo ilegítimo de Leopoldo II, rey de Bélgica. Aquel pequeño Carton de Wiart se tiró sus primeros años saltando entre las tierras de su padre (belga) y su madre (irlandesa) hasta que, tras el fallecimiento de la mujer cuando el niño solo contaba con seis años, su progenitor decidió hacer las maletas e irse a vivir al Cairo. Cuando soplaba las velas de los diez años su madrastra lo envió de vuelta a Inglaterra para que se sacase una educación británica. Pero entre los pupitres de la Universidad de Oxford (concretamente en el Balliol College) comprendió que tendría más futuro caminado entre los fusiles que entre los libros, y desertó de la carrera universitaria para inscribirse en la militar. Se alistó en el ejército británico mintiendo sobre su edad (tenía veinte años pero se echó encima cinco más), con un seudónimo de secundario de serie B («Trooper Carton») y bastantes ganas de participar en la segunda guerra Boer.
Años más tarde, en sus memorias dejaría claro que a él lo que había hecho tilín en un principio era la batalla en general: «Supe que la guerra estaba en mi sangre. Estaba decidido a pelear y no me importaba ni el quién ni el por qué. No sabía por qué había empezado la guerra y tampoco me importaba de qué lado iba a luchar. Si los británicos no me querían me ofrecería a los bóeres. […] Ahora sé que el soldado ideal es el que pelea por su país porque quiere luchar, y por ninguna otra razón. Las causas, la política y las ideologías es mejor dejarlas para los historiadores». En su caso el conflicto bélico parecía un hobby, uno que le llevaría a coleccionar tanto plomo en el cuerpo como para no poder volver a pasar nunca a través de un detector de metales sin fundirlo por sobrecarga.
El joven Carton de Wiart se presentó en la segunda Boer con mucha energía y pasión. Y recibió un par de tiros bastante feos en la ingle y el estómago que lo devolvieron a casa. A pesar de la bronca de su padre, que acababa de descubrir que la criatura había dejado los estudios para coleccionar agujeros nuevos en el cuerpo, no abandonó el ejército británico y unos cuantos años después fue enviado a África como parte de la acción aliada en Somalia. Allí se vio envuelto en una lid particularmente sangrienta contra los fanboys de Mohammed bin Abdullah, un encuentro en el que fue disparado dos veces en el mismo ojo, troceada su oreja a causa de otro balazo y herido en el codo por una astilla traicionera. Carton de Wiart describió posteriormente aquel enfrentamiento (del que, recordemos, salió sin ojo y con parche de pirata) como algo muy «excitante y divertido».
En 1915 fue destinado a Francia para liderar diversos batallones en el frente occidental durante la Primera Guerra Mundial y aprovechó para coleccionar nuevas muescas: recibió un balazo en la cabeza y otro en el tobillo durante la batalla del Somme, otro en la cadera durante la tercera batalla de Ypres, otro en la oreja mientras trotaba por Arrás (paso de Calais), y otro más en la pierna en Cambrai. Los enfrentamientos también le dejaron hecha trizas la mano y mientras los doctores decidían si era conveniente o no amputarle los dedos, el hombre se los arrancó por su propia cuenta (la leyenda dice que a mordiscos, aunque no está del todo claro) para ahorrarle tiempo a los cirujanos. En el fondo tampoco parecía preocuparle demasiado quedarse sin zurda, porque comparó el perder aquel miembro con «quitarse un diente».
A pesar de tantas magulladuras, el aguerrido Wiart no se alejó de las aventuras locas: cumplió misiones en Polonia, sobrevivió a un accidente de avión, fue capturado en Lituania y se tiroteó con el Ejército Rojo desde un tren en plan película del Oeste. En 1923 se retiró del ejército siendo general, pero aquello fue más un paréntesis entre guerras que una jubilación real, porque en 1939 volvió a la acción encabezando las misiones británicas en Polonia. En la frontera rumana su destacamento fue atacado por los aviones de la Luftwaffe pero Wiart salió ileso, en Noruega la fuerza aérea alemana bombardearía la ciudad (Namsos) que estaba intentado tomar junto a sus hombres y en Trondheim sufrió diversos ataques de tropas alemanas, ametralladoras, bombarderos y la marina enemiga.
En 1941, el avión en el que viajaba Carton de Wiart rumbo a Belgrado para negociar una alianza con el gobierno yugoslavo se estrelló en el mar tras perder dos motores, pero el hombre sobrevivió al impacto y fue capaz de nadar hasta la costa, donde sería apresado por las autoridades de la Libia italiana. Convertido en prisionero de guerra, Carton de Wiart intentó fugarse en al menos cinco ocasiones tirando de métodos tan clásicos como construir un túnel durante meses (con el hándicap añadido de solo tener una mano disponible) y huir disfrazado del clásico campesino italiano que no sabía hablar italiano y tenía pinta de pirata manco. De manera inexplicable lo acabaron pillando, y no sería liberado hasta un par de años más tarde. Posteriormente colaboró con el gobierno italiano en misiones secretas y se convirtió en el representante personal de Winston Churchill en China. Se retiró definitivamente de las aventuras militares a los sesenta y seis años, con el rango de teniente general. Murió a los ochenta y tres, en su casa.
Carton de Wiart no era la persona más abierta del mundo y lo cierto es que era bastante rancio en lo que respecta a la multiculturalidad: antes de pisar China pensaba que los chinos eran «Gente pequeña y caprichosa, con costumbres pintorescas que se dedicaban a tallar jade y venerar a sus abuelas» y al encararse en la frontera con un grupo de guardias rumanos les informó de que en Rumanía solo se había encontrado con tres tipos de personas «Chuloputas, homosexuales y violinistas». Pero su puntuación en el terreno bélico, y esa profunda manía por no querer morirse, resulta envidiable: participó en tres grandes guerras, sobrevivió a bombardeos, coleccionó agujeros en la cabeza, cadera, estómago, ingle, oreja, talón y piernas, perdió un ojo y una mano, fue prisionero de guerra, se estrelló dos veces y casi muere congelado en el mar. Cuando la gente le preguntaba por su pasado militar, aquel Mister Potato humano siempre contestaba: «Sinceramente, disfruté de la guerra».
Mulan Serbian Edition
Milunka Savić (1892 aprox.-1973) nació en la localidad serbia de Koprivnica, en un pequeñísimo pueblo de una veintena de habitantes, y acabó tallando su nombre en la historia a lo bestia al convertirse en la mujer que (probablemente) atesoró más condecoraciones militares. Lo más llamativo de todo esto es que, cuando comenzaron sus tribulaciones soldadescas, ni sus compañeros ni sus superiores sabían que los enormes huevos que demostraba aquel temerario soldado eran en realidad un par de gónadas internas unidas a unas trompas de Falopio.
En 1913 estalló la segunda guerra de los Balcanes por culpa de un montón de señores que no se ponían de acuerdo sobre dónde plantar el alambre que delimitase las fronteras. Y en el buzón del hogar de Savić no tardaría en aparecer una misiva citando a su hermano para formar parte del ejército y servir en el frente. Aquí es donde la cosa comienza a ponerse interesante: Milunka Savić decidió sustituir a su hermano en el combate, se cortó el pelo, se enfundó en ropa de hombre y se presentó ante las autoridades poniendo voz de machote y cara de no saber porque la genética le había parido tan imberbe. La treta le salió bien en un principio, no tardó en catar el combate en Bregalnica, recoger su primera medalla y ascender a cabo. Participó en nueve misiones más procurando (como casi todos los soldados) no acabar visitando la enfermería, pero en la última de ellas la metralla le perforó el pecho y los médicos al desnudarla para atenderla en el hospital descubrieron que eh, esto no debería de estar aquí.
Con su verdadero sexo revelado, a Savić se le ordenó presentarse ante su comandante. Y la mujer se encontró con un hombre que tenía muy claro que la guerra no era cosa de señoritas, pero también con que ese mismo hombre era un oficial que no tenía ningún interés en perder a una soldado tan valiosa y aguerrida. Se le ofreció el traslado a la unidad de enfermeras y Savić lo rechazó alegando que el único modo en el que ella serviría a su país sería con un arma al hombro. El oficial prometió pensárselo con calma y otorgarle una respuesta al día siguiente, y una hora después la devolvió al frente para seguir masacrando enemigos. Aquello se le dio bastante bien; durante la Primera Guerra Mundial, en la batalla de Kolubara, se coló de un brinco entre las trincheras austriacas y capturó ella sola a una veintena de soldados a punta de bayoneta, un acto por el que fue condecorada con la Estrella de Karadjordje con Espadas.
Su segundo galardón estrellado sería más espectacular y, lo que es más encantador, llegaría propiciado por la necesidad de hacer de vientre: en 1916 Savić estaba asentada junto a sus compañeros en los alrededores del río Crna cuando tuvo que ausentarse para hacer sus necesidades en lo profundo del bosque. Pero al volver a la base se desorientó por completo y acabó metiéndose por error en medio de un campamento enemigo búlgaro. La mujer aprovechó que se sentía ligera y el enemigo estaba bastante confuso para detener por su cuenta a los veintitrés soldados enemigos del asentamiento recién descubierto. Su currículo en todas aquellas lides la cubrió con un medallero envidiable: Francia le colgó la Croix de Guerre (fue la única mujer que la recibió durante la Primera Guerra Mundial) y la Legion d’Honneur, Gran Bretaña la Medalla de la Distinguidísima Orden de San Miguel, Serbia la Medalla a la Valentía y Rusia la Cruz de San Jorge.
A Savić la retiraron del ejército en 1919 y decidió buscarse el pan en Voždovac (Belgrado) pese a que los franceses le ofrecieron una pensión decente como compensación por sus servicios durante la guerra si se instalaba en sus tierras. Durante la Segunda Guerra Mundial, y ante la imposibilidad de combatir en ella, se dedicó a prestar ayuda médica a los partisanos yugoslavos. Pero acabó siendo apresada y enviada a un campo de concentración alemán durante diez meses tras negarse a trabajar (ejercía de limpiadora) en un banquete donde varios oficiales nazis estarían presentes. De vuelta en Voždovac sobrevivió de manera miserable y con escasos recursos hasta que, a principios de los setenta, varios artículos periodísticos denunciando sus condiciones de vida propiciaron que el gobierno le regalase un pequeño apartamento. Murió a los ochenta y un años en 1973, ostentando un par de records difíciles de superar: no solo es la mujer que ostenta el mayor número de reconocimientos por sus servicios en el ejército, sino que además es el único soldado de la historia que fue capaz de ganarse una condecoración cuando se fue a cagar al bosque.
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Héroes si, pero no andaban muy bien de la cabeza, por lo general. En tiempo de paz la mayoría estarían ingresado en instituciones psiquiátricas.
Sólo un detalle, pone que «nació en Colombo , una colonia británica» el del arco y la espada y después se dice que vivió en Sri Lanka. Bien, Colombo era la capital de Ceilán (Sri Lanka), colonia británica en su momento.
La verdad que, puestos a ponernos exquisitos, el autor no ha cometido error alguno. Si dijesemos «nació en Rio de Janeiro, en aquel momento colonia portuguesa, y pasó sus primeros años entre Brasil y Portugal», a mi me suena perfectamente coherente. A fin de cuentas, tan colonia es un territorio colonial como una parte del mismo ya que «colonia» es el asentamiento y no el país que ha quedado determinado geopoliticamente con fronteras arbitrarias tras la descolonizacion del territorio.