Más o menos todos hemos soñado alguna vez con tener una lengua secreta que no puedan entender nuestros padres, nuestros vecinos o cualquier otro bípedo cuya proximidad nos incomode. Habrán sido menos los que se pusieron alguna vez manos a la obra para desarrollar dicho código pero, de entre estos últimos, probablemente todos optaron por la misma fórmula: crear palabras nuevas e insertarlas en su lengua materna. Pues bien, sepan ustedes que, lejos de hacer una tontería, han creado un pogadolecto: estructura gramatical de A con léxico de B. Ni más ni menos.
Los que más saben de esto son los gitanos. De hecho, el caló no es más que una lengua mixta y secreta que desarrollaron para evitar que sus vecinos entendieran lo que decían. El romaní que sus antepasados se trajeron de Rajastán (al norte de India), y no de Egipto, como se decía en un principio («gitano» deriva de «egiptano»), estaba muy desgastado tras un viaje de siglos. Con todo, quedaban muchas palabras que, bien escogidas, podían convertir su conversación en un misterio indescifrable para los demás. A día de hoy, vocablos como currar, chupa, camelar, chungo, pinrel, churumbel o molar (como sinónimo del verbo «gustar») son de uso común en el castellano, pero expertos como el lingüista holandés Peter Bakker también han documentado variedades vinculadas al sueco, noruego, alemán, inglés, catalán, portugués, vasco, griego, persa, turco, armenio… Allí donde hubo gitanos se hablaron lenguas secretas que, según Bakker, no deben ser consideradas como dialectos ni del idioma dominante ni del romaní. Son pogadolectos.
Piensen que el popular chav del inglés comparte raíz con nuestro chaval y es que, al igual que en el continente, el pogadolecto insular funcionaba la perfección. Para muestra este botón: The mush was jalling down the drom with his gry es la codificación gitana del inglés The man was walking down the road with his horse; «El hombre caminaba por la carretera con su caballo». Resulta que el llamado «anglorromaní» es uno de los pogadolectos gitanos mejor documentados, e incluso se puede escuchar en boca de Brad Pitt en Snatch, o entre esos indómitos gitanos de Birmingham en la maravillosa Peaky Blinders.
Como ocurre con tantísimas otras lenguas, los gitanos hablaban sus respectivos pogadolectos pero apenas los escribían. Así, los lingüistas se han vuelto locos para reconstruir la evolución del romaní medieval en sus múltiples variantes modernas. Para que se hagan una idea, un gitano de Blackburn saludaba con un Sashin?, «¿Qué tal?», y alguien le respondía Mandi adusta kushti, «Estoy muy bien». Ya que estamos, sepan que fetén también es caló.
La base de datos lingüísticos Ethnologue estima el número de hablantes de anglorromaní en torno a los 100 000, y de 460 000 los de caló. No obstante, se trata de cifras difícilmente cotejables y, según muchos, demasiado optimistas. Lo cierto es que el caló sufre una lenta agonía: no llega a desaparecer del todo pero tampoco se puede decir que siga vivo. Muchos grupos gitanos pueden haber conservado algunos elementos propios, como esa entonación que se exagera a menudo en la burla, o un puñado de expresiones ya en desuso. En un estudio realizado de forma conjunta por investigadores de las universidades de Granada y Barcelona en 2011 se constata que la mayoría de los gitanos y gitanas percibían que el caló casi ha desaparecido: «Ya no existe como lo conocían nuestros abuelos y abuelas»; «No queda nada»; «Ya no lo hablamos»; «Se ha perdío todo», eran expresiones que se repetían de forma similar en casi todas las entrevistas, apuntando a una clara sensación de pérdida que, en general, se lamentaba.
Además de regalar la rumba al resto del mundo, los gitanos de Cataluña también han legado al catalán común vocablos como catipén («pudor») guinyar-la («morir»), mentida («mentira») o cangueli («miedo»). Pero hay mucho más. En su tesis doctoral sobre los gitanos catalanes, el periodista y filosofo Eugeni Casanova menciona ciento sesenta comunidades gitanas catalanoparlantes diseminadas por toda Francia, incluyendo el extremo norte y Córcega, que hablarían una variante del catalán del Rosellón mezclada con elementos propios del caló.
Sería el rey Carlos III el que, en 1783 firmaría una pragmática permitiéndoles atravesar el Pirineo. «Las fronteras siempre son una salvación para los gitanos. Los del Empordà, cuando hay guerra en España huyen a Perpinyà, y cuando hay guerra en Francia los de Perpinyà huyen al Empordà», explica el investigador en una entrevista. De su trabajo de campo visitando familias gitanas por todo el hexágono, Casanova subraya que a hablar catalán le llaman «hablar gitano» y que, para muchos, era la primera ocasión que oían a alguien hablar catalán sin ser gitano.
Más secreta todavía
En la península ibérica todos los pogadolectos gitanos tienen una base latina excepto en el caso del vasco. Fue en 1795 cuando el rey Carlos IV envió una carta urgente y desesperada al comisario de comercio de Pau (Francia): «El país de los vascos se halla desolado por unas cuadrilla errantes de personas de los dos sexos que se llaman gitanos». En aquel temprano episodio de colaboración transfronteriza, el monarca español propone batidas conjuntas, «un cordón suficiente de tropas a fin de evitar que esta mala casta se esparza en la España». Pero ya era tarde. Para entonces, los gitanos llevaban más de trescientos años atravesando los Pirineos con sus carretas.
Acampaban siempre en los márgenes de la sociedad vasca por lo que, los que sobrevivieron a la prisión, las órdenes de expulsión —en el lado francés los mandaban a las colonias—, los trabajos forzados o las penas de muerte, fueron escogiendo lugares donde bastaba con alegar ser «oriundo del Reino de Navarra y labrador decente» para quedarse. Lo de «labrador», evidentemente, no implicaba ser propietario de tierras, con lo que se las apañaban gracias a los oficios heredados de sus abuelos: desde hacer calderos hasta esquilar ovejas. Algunos, los menos, desafiaron la tradición embarcándose en algún puerto del Cantábrico, y muchos recurrieron al hurto. Pero hubo más encuentros que desencuentros; los gitanos vascos de hoy en día son producto del mestizaje con las gentes del lugar: autóctonos pasan a formar parte del pueblo gitano y otros que sí lo eran étnicamente, dejan de serlo. Ya en la documentación histórica del Antiguo Régimen se recogen los nombres de familias gitanas locales como los Aguirre, Yturbide, Bustamante o Urtezaval. Quizás la metáfora más elocuente de aquella fusión fue que los gitanos no solo aprendieron la lengua vasca, sino que se inventaron una lengua nueva: el erromintxela.
No obstante, para ser un pogadolecto como Dios manda hay que ir mucho más allá de una simple lista de sustantivos; también hay verbos, adjetivos, adverbios, pronombres… Entre las pruebas curiosas de la consistencia de dicha habla encontramos un poema escrito en erromintxela de Jon Mirande, prolífico escritor vascofrancés: Zoaz mitxaia penintinora, pindro dantzariz tetxalitzen zan, haize khilaoz txokiak upre, ni hari kuti, dibilotua. («Baja la muchacha al río, anda con pies danzantes, el viento juguetón le levanta la falda, y yo me vuelvo loco mirándola»). El significado de esta estrofa escogida al azar es imposible siquiera de intuir desde el euskera.
En el caso del habla de los gitanos vascos todo resulta siempre más confuso. Se ha hecho algún estudio y publicado algún libro sobre esta curiosidad lingüística, pero tanto el habla en sí misma como su número de hablantes han estado siempre rodeadas del mismo velo de misterio que envuelve al romaní vasco desde sus orígenes. Se cuentan con los dedos de una mano las publicaciones en torno al mismo durante las últimas décadas. A finales de los ochenta, Xabier Lagarde y Federico Krutwig le dedicaron un pequeño glosario y un artículo respectivamente y ya en los noventa, la investigadora Alizia Stürtze publicó su Agotak, juduak eta ijitoak Euskal Herrian («Agotes, judíos y gitanos en Euskal Herria») y lo más reciente es el trabajo de David Martín «El pueblo gitano en Euskal Herria», publicado hace dos años. Con el respaldo la Academia de la Lengua Vasca, la Universidad del País Vasco y la asociación Kale Dor Kayiko («Gitanos del mañana») ha desarrollado un trabajo de investigación para rescatar del olvido dicho patrimonio.
Josune Muñoz, filóloga vizcaína de cincuenta y un años, fue la que condujo la primera parte de la investigación durante los noventa en un trabajo que concluyó en 1996. Muñoz situaba entonces la cifra de erromintxelas en torno a los quinientos a este lado del Pirineo. Si bien se cree que aún puede quedar hoy alguno en los valles más angostos del País Vasco francés, la investigadora asegura que el último a este lado de la frontera murió a finales del siglo XX. Quinientas palabras es todo lo que pudo rescatar de la lengua de los gitanos vascos. Por algo era secreta.
Convendría puntualizar sobre «catipén («pudor»)» que «pudor» en catalán no tiene el mismo significado que en castellano, ya que hace referencia a «peste, pestazo, olor desagradable».
«Además de regalar la rumba al resto del mundo, los gitanos de Cataluña…»
Han regalado la rumba catalana; el origen de ésta y otras expresiones, la «rumba» como ta,l es cubana.
Muy interesante. Jamás había oído hablar del erromintxela.
Los «gitanos» de la película «Cerdos y diamantes» no son romaníes. Son cultural y genéticamente irlandeses, nómadas, que hablan «shelta», una mezcla de inglés y gaélico.
«A día de hoy, vocablos como currar, chupa, camelar, chungo, pinrel, churumbel o molar (como sinónimo del verbo «gustar») son de uso común en el castellano,» no, no son de uso común en el castellano, son de uso común en el castellano de España.
Es interesante que en Hispanoamérica la inmensa mayoría de los gitanos no descienden de gitanos españoles, sino de los Balcanes y otras zonas del este de Europa y por ello no hablan caló, sino romaní balcánico (bastante vivo) y formas anticuadas de rumano (no tan vivo). Hace unos años un canal de televisión español hizo un reportaje en Buenos Aires acerca de una comunidad gitana y uno de ellos afirmaba muy orgullosamente que él fue el primer gitano en Argentina y que su gente ahora era un grupo numeroso (varias decenas o un centenar), pero eso solo puede ser cierto para los gitanos procedentes de España, porque existen decenas de miles de gitanos en Argentina y su presencia tiene más de un siglo.
Para malabarismo léxico el de escribir en español nombres de localidades francesas y usar los nombres en catalán. Perpinyá es Perpiñán, en español (como el resto del artículo) o bien Perpignan, su nombre oficial para los que gustan tirar de este concepto para justificar su prostitución del lenguaje. Lo mismo con usar Empordà por Ampurdán.
Así que, ¿en qué quedamos? ¿nombres oficiales y cambiar a Perpignan, nombres en español? O tiramos por la vía del hipócrita usando el catalán cuando sea oficial y cuando no también.
Si la justificación es que se está citando a otro autor y se quiere dejar así entonces lo conveniente es marcar su uso incorrecto del idioma con un [sic].