El liderazgo ha sido siempre una característica predominante en la historia. Para entender sociedades y épocas enteras nos apoyamos en nombres como Julio César, Cleopatra, Hitler o la reina Isabel II. Actualmente vivimos en una época donde el liderazgo, sobre todo el empresarial, rezuma tintes mesiánicos. Los casos de Steve Jobs o Elon Musk son los más representativos. En el mundo empresarial el liderazgo es una de las áreas más estudiadas. Actualmente, por la necesaria transformación digital, los estudios sobre estilos de liderazgo en directivos y emprendedores para determinar si el liderazgo transformacional es como se espera empiezan a alcanzar velocidad de crucero.
Sin embargo, otra corriente está adquiriendo fuerza recientemente en nuestro país. Diversos grupos y asociaciones, a menudo partiendo de una base ideológica particular, proclaman con fiereza y agresividad en medios sociales que en sus organizaciones no hay líderes. Ninguno. Ni falta que les hace. ¿Es esto posible? ¿Existen organizaciones sin líderes? La respuesta es que sí. Y de hecho conocerlas es muy útil, como siempre que se estudia un punto singular en cualquier sistema. El problema es que no es fácil encontrarlas. Son las conocidas como «sociedades acéfalas» y se definen como grupos de personas con un objetivo común donde todos están organizativamente hablando al mismo nivel de responsabilidad.
Como buen científico curioso y con ganas de aprender me puse a repasar la literatura académica y a preguntar a expertos, intentando arrojar luz sobre la realidad del tema. A fin de cuentas, que alguien diga ser el líder de una organización no es una prueba directa de que realmente lo sea. Y así mismo, que alguien diga que su organización no tiene líderes tampoco prueba ni justifica que eso sea cierto. Y aunque la primera premisa sea más probable que la segunda, en ambos casos hacen falta más evidencias. La ciencia es clara en esto.
Entre las conclusiones alcanzadas está que estas sociedades se estudian principalmente en el campo de la antropología, o en menor medida en la organización política, pero no tanto en el campo de la gestión empresarial o el liderazgo. Puede ser porque algunos de sus principales exponentes sean tribus como los nuer, los !kung, los bosquimanos o los más conocidos inuits, entre otras. Los nuer los podemos encontrar principalmente en Sudán del Sur. Diversos estudios entre los años treinta y cincuenta, y posteriormente en los noventa, analizaban sus particularidades. Aunque disponen de un sistema social que diferencia entre linajes, sobre todo para controlar los matrimonios, no disponen de sistema político ni judicial estructurado. Al ser básicamente tribus ganaderas, resolvían los conflictos usando el ganado como medio de compensación. Evans-Pritchard, primer y principal investigador que los estudió en la era moderna, los definía como «una anarquía ordenada», carente de gobierno. Incluso el conocido como «jefe piel de leopardo» no tenía capacidad de decisión ejecutiva, simplemente era un respetado mediador, pese a la denominación de jefe. (E. E. Evans-Pritchard, The Nuer: a description of the modes of livelihood and political institutions of a Nilotic people (1940), Oxford University Press). En el caso de los !kung, cuya lengua se basa en chasquidos consonánticos, la escasez de recursos era uno de los factores principales para primar la riqueza colectiva frente a la individual. Vamos, como en nuestra Constitución pero aplicado en medio del desierto de Kalahari, lo que suponía gestionar campamentos de no más de treinta integrantes, muy dependientes los unos de los otros para sobrevivir en un entorno tan hostil. Los miembros de la etnia inuit son bastante más conocidos y estudiados. De nuevo, las condiciones extremas en las que habitan (la región ártica, Groenlandia, Alaska, Canadá) condicionan su organización social. Aunque los grupos pueden estar compuestos por hasta casi mil integrantes, estos se dividen en clanes. Los clanes están formados por familias extensas que cooperan entre sí. Esta relación facilita la autogestión y por ende la supervivencia en condiciones de escasez relacionadas con el complicado y gélido entorno. La transformación de nómadas a sedentarios durante la segunda mitad del siglo XX supuso un cambio importante que afectó también a su estructura organizativa. Por ejemplo pasaron de no utilizar sistema monetario a vivir bajo un modelo capitalista, dentro de estructuras burocráticas centralizadas, o en sistemas educativos que anulaban su cultura tradicional. La generación que vivió el cambio se encontró con serios problemas identitarios por este motivo, desconectados del acefalismo comunitario ancestral y sin conseguir integrarse en la sociedad moderna industrial de Canadá principalmente. La solución vino de la creación de estructuras cuasi-acéfalas, como las cooperativas. Estas empresas fueron un éxito en integrar ambos mundos para los inuits de las nuevas generaciones. A día de hoy los inuits de la región de Nunavut no tienen partidos políticos, y toman decisiones por medio de la negociación, la mediación y la búsqueda del consenso. Sin embargo, el «gobierno por consenso» es considerado una variante del gobierno tradicional (Kevin O’Brien, Canadian Parliamentary Review, Winter 2003-2004), al contar con elementos comunes. Por ejemplo, aunque no existan partidos políticos se deben elegir líderes tales como el portavoz, el premier o primer ministro y los miembros del gabinete. Otras tribus como los ekari (o kapaukus) de Papúa Nueva Guínea, o los igbo, los fulani y los somali de diversas áreas de África, son consideradas también sociedades acéfalas y estudiadas como tal.
En España los estudios de Rodrigo Villalobos son una buena referencia para comenzar, tanto en su blog Las Gafas de Childe como en su tesis doctoral, que recomiendo encarecidamente. Entre las características generales de estas organizaciones están la predominancia de actividades cazadoras-recoletoras, ser nómadas y vivir en regiones normalmente con recursos escasos o de complicada climatología u orografía. Aunque algunos autores consideran que existía preponderancia masculina en la caza y femenina en la recolección, esto es, según Villalobos, «más un tópico que una verdad científica». Sí parece más sólido y menos tópico plantear que la aparente ausencia de jerarquías parece ser el resultado de ciertas pautas culturales para evitar la meritocracia, fomentando por tanto la mediocridad. El concepto de hierarchy in the forest (Boehm, C. [2012]. «Ancestral Hierarchy and Conflict». Science, 336[6083], 844-847) nace en realidad, según Villalobos, de la idea de que «el igualitarismo primitivo no es un «estadio cero» o «natural» sino el resultado de determinados mecanismos culturales» (Woodburn, J. [1982]. Egalitarian Societies. Man, 17(3), 431-451). Boehm planteaba que la tendencia preferida socialmente por los primates es la creación de jerarquía, pero que existían excepciones, sobre todo en contextos culturales particulares, como por ejemplo sociedades de cazadores-recolectores, donde el peso de dicha tendencia a la jerarquía no era suficiente para someter a «coaliciones antijerárquicas». Entre los factores que pueden afectar, uno a resaltar son las prioridades: la subsistencia debería primar sobre la política económica, la burocracia o la existencia de élites (Brumfiel, E. M. «Distinguished Lecture in Archaeology: Breaking and Entering the Ecosystem-Gender, Class, and Faction Steal the Show». American Anthropologist 94, n.º 3 (1992): 551-67).
Estos elementos, en resumen, podrían definir las características principales de una sociedad acéfala con suficiente precisión como para utilizarlos de referencia para una comparación básica.
No obviemos que, como explica el investigador, cada vez se utiliza menos la idea de un «comportamiento natural» o «sociedad natural» como planteaban Rousseau o Hobbes. De hecho, explica con nutridas referencias que otras tribus «eskimo» o esquimales (término en desuso actualmente) como los kwakiutl sí contaban con líderes capaces de «imponer su criterio a la comunidad». La existencia de este liderazgo estaba asociada además a cierto nivel de sedentarismo, utilización de recursos como moneda de cambio, y acumulaciones de activos (comida notablemente calórica o aceite para pasar el invierno), más cercanas al capitalismo. El resultado era una estructura jerárquica compuesta por tres niveles: líderes y sus lugartenientes, pueblo llano —«siempre dependiente de uno u otro líder»— y grupos de esclavos.
La pregunta, por tanto, es obligada para validar el modelo y entender las motivaciones subyacentes: ¿por qué unas tribus sí y las otras no? ¿Deben todas pasar por un periodo cultural de nomadismo acéfalo para poder incorporar estructuras jerárquicas propias de sociedades complejas? Siendo estos elementos un «liderazgo fuerte, acumulación y consumo de grandes cantidades de bienes, esclavitud», parece que fueron elementos endógenos, tales como una «mentalidad más o menos capitalista que promovía el esfuerzo, el ahorro y la inversión», así como exógenos, básicamente la ubicación en entornos más favorables para la acumulación de bienes, sobre todo en lo relativo a excedente de recursos básicos. Otro ejemplo de estos factores podrían encontrarse en los magníficos estudios de Josef H. Reichholf, que plantea con seriedad y rigor científico cómo muchos grupos nómadas se volvieron sedentarios para poder fabricar cerveza, y por lo tanto poder consumirla, todo el año. En general, el documentado artículo de Villalobos aporta fuentes de múltiples casos donde sociedades cazadoras-recolectoras muestran elementos propios de modernas, jerarquizadas y lideradas organizaciones sociales.
Por poner un punto intermedio, algunos autores incluyen las cooperativas como modernas formas de sociedades acéfalas, o sociedades no-estratificadas. Sin embargo, es conocido, por un lado, que normalmente las cooperativas, aun manteniendo estructuras más planas, necesitan de un liderazgo societario. Al final en el día a día alguien debe tomar decisiones. De hecho, uno de sus principales problemas es la retención y captación de talento en los puestos de liderazgo. Casos como el de la Cooperativa Mondragón son modelo de estudio, con estructura, jerarquía (aunque en menor medida que organizaciones tradicionales) y una cabeza presidencial visible. A pesar de contar con un voto por persona y sistemas asamblearios, existe un presidente, vicepresidentes y órganos de representación. La presentación corporativa muestra en su página 10 la organización interna, con diversas áreas que aglutinan varias cooperativas, cada una de ellas con su órgano rector y su director gerente. En resumen, aun siendo un modelo alejado del tradicional, más plano jerárquicamente y más cercano a una sociedad acéfala, en la práctica sigue lo bastante alejado de esta como para considerarlo como tal.
Llegados a este punto, retomamos la pregunta inicial. ¿Podría ser cierto, entonces, que grupos como las asociaciones de escépticos que insistían en redes sociales en que no tenían líderes fueran sociedades acéfalas? ¿En qué se basaban para afirmarlo, si desde su creación como asociaciones cuentan con estatutos, cargos como presidente, secretario o tesorero con responsabilidades claramente definidas, elecciones y otras estructuras formales? ¿Es posible que desconocieran las teorías científicas al respecto, o la literatura académica sobre liderazgo y comportamiento organizacional, mientras insistían contundentemente en proclamar su acefalia? ¿Por qué publicaron entonces varios miembros, de manera insistente e incluso agresiva con quienes los contradecían, que ni el movimiento en general ni sus asociaciones en particular tienen líderes? ¿Estaban acaso incumpliendo la ley de asociaciones, marco que eligieron libremente utilizar para definir y crear sus organizaciones, y que determina claramente las estructuras de liderazgo y organizativas necesarias? Por una parte, no parece muy coherente. Por otra parte, no sería la primera vez que se observan comportamientos manifiestos de incoherencia en los miembros de estos grupos. Un caso reciente fue la promoción de un manifiesto con un cherry-picking salvaje y descarado, siendo como son asociaciones que denuncian esta práctica continuamente. Otro caso relacionado es el típico de escuchar o leer a representantes de estas organizaciones que «la homeopatía mata», de manera categórica y contundente, para inmediatamente después verles defender el consumo de tabaco porque «es legal» y «es una decisión personal». Se estima que el tabaco provoca más de cincuenta mil muertes anuales en nuestro país, está demostrado científicamente que es altamente dañino para quien lo fuma (más de la mitad de sus consumidores mueren por su culpa) y también para quien está alrededor (que no puede defenderse de ello, niños incluidos). Pero es que además lo pone en las cajetillas bien grande, tanto en texto como con imágenes, para que quien no sabe de ciencia solo tenga que leerlo. Y mientras luchan por la ilegalización de los productos de homeopatía como solución a dicho problema, no manifiestan ni de lejos la misma intensidad en la búsqueda de una solución al problema del tabaco, probablemente por la cantidad de miembros que son reconocidos fumadores. En cualquier caso, a la vista de los elementos básicos que definen a las organizaciones sin líderes, no encontramos evidencias de que dichas organizaciones sean organizaciones acéfalas.
Como buen científico deseoso de aprender, que acepta cambiar su visión ante nuevas evidencias, he estudiado en este tiempo las sociedades acéfalas para poder comparar y determinar, con los datos en la mano, si estas asociaciones son, como proclaman, organizaciones sin líderes, es decir sociedades acéfalas. Si fuera cierto, no solo sería un descubrimiento único en el mundo: no siendo cazadores-recolectores, uno de los factores comunes de más peso implicaría revisar teorías y estudios que van hasta los albores de la humanidad. Por otra parte, económicamente sería una gran ventaja estudiarlos, al tenerlos tan cerca. Sin embargo, esto precisamente niega otro de los factores clave en las organizaciones acéfalas, que es su ubicación en regiones con escasez de recursos y complicada meteorología y orografía. El tamaño sí coincide en la mayoría de los casos, por lo comprobado gracias a fotos y otros datos secundarios, dada la escasez de información pública al respecto. ¿Es posible que el factor clave fuera el intento de fomentar la mediocridad y combatir la meritocracia, por pura supervivencia, como explicaba Bohem? Dejamos este ejercicio a gusto de cada lector, ya que se puede realizar fácilmente a partir de las numerosas declaraciones realizadas en medios de comunicación públicos, como Facebook o Twitter (este último, por cierto, reconocido por el Gobierno de EE. UU, donde la Librería del Congreso desde 2010 archiva tuits junto con muchos otros medios, o el tratamiento de la cuenta del presidente, @POTUS). No parece tampoco concluyente este factor, aunque cualquier evidencia en contra de nuestra conclusión será bienvenida, en aras de la ciencia y la divulgación de la verdad.
En conclusión, sí, existen sociedades acéfalas, organizaciones que funcionan sin líderes ni jerarquías. Estas presentan unas características muy concretas, como ubicación en zonas de complicada supervivencia, tamaño e incluso una cultura que favorece este tipo de gestión comunitaria. Sin embargo, ante la falta de más evidencias, que estaremos encantados de analizar, no podemos concluir que las sociedades de escépticos que se autoproclamaban libres de líderes lo sean.
La diferencia es que el tabaco mata y en las cajetillas lo pone, mientras que la homeopatía no cura y quienes te la venden dicen que sí lo hace. Y eso se llama ‘timo’.
Pero vista la pataleta que tiene el autor con el manifiesto contra las pseudociencias y quienes lo han promovido habrá que tener cuidado con lo que se le replica, no vaya a saltar con otro artículo interminable sobre la etimología de la palabra ‘timo’ para contradecir lo evidente.
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