Esta es una historia cosida a retales, una fábula fabricada sobre anhelos modestos y conquistas inesperadas, repleta de héroes anónimos y lugares olvidados. En ella nos encontraremos con un portero que tardó más de diez años en ver cumplido su sueño de saborear, por fin, una victoria. También con un entrenador que perdió algo más que un partido de fútbol y recorrió medio mundo buscando algo parecido a una familia. Es, además, la pelea tranquila de una futbolista diferente, tanto que no cejó en su empeño de ser tratada como una más… Esta es, en definitiva, la historia de Samoa Americana, una pequeña y remota isla del Pacífico Sur que llamó la atención del mundo entero de la forma más insospechada.
El fútbol modesto
Lejos del fútbol profesional suceden cosas tan inverosímiles como que varios jugadores de una selección nacional no puedan representar a su país en un partido de clasificación para un Mundial porque sus jefes no les conceden el día libre. La solución, entonces, resulta tan sencilla como impensable en países acostumbrados a conceder al deporte el tratamiento propio de los asuntos de Estado: darse una vuelta por los institutos del centro y convocar para el evento a los reyes del recreo. Algo así le sucedió a la selección de Samoa Americana en 2001, obligada a plantar cara a la todopoderosa Australia con un once plagado de imberbes quinceañeros. El resultado del experimento fue de 31-0, la mayor goleada jamás registrada en cualquier competición oficial organizada por la FIFA.
Debutar en el infierno
Días antes de la famosa debacle, el portero Nicky Salapu debutaba como internacional en un partido frente a la vecina Fiji. Pronto la ilusión por el estreno se convirtió en una auténtica pesadilla y no hicieron falta más de noventa minutos (lo que dura una mala película) para que Nicky descubriese todos y cada uno de los horrores que suelen acechar a cualquier guardameta, incluso a aquellos que defienden una portería dibujada con tiza sobre un muro. Cariacontecido, se marchó al vestuario habiendo encajado trece goles, uno más de los que John Bonello se merendó en aquel famoso España-Malta de 1983 y que, con el paso de los años, terminó con el portero maltés protagonizando una conocida campaña publicitaria bajo el irónico lema de «Amigo mío, solo tú eres leyenda».
Sin embargo, para Nicky todavía no había pasado lo peor. En el siguiente encuentro de aquella primera fase de clasificación para el Mundial de Corea y Japón, el entonces joven portero encajaría un gol por cada tres minutos de partido, unas cifras escandalosas y difícilmente superables incluso en torneos escolares y ligas de barrio. En treinta y una ocasiones agachó la cabeza lamentando su mala fortuna, treinta y una veces que se vio obligado a doblar el espinazo para recoger la pelota del fondo su portería: si el gol fuese considerado un acto de violencia, la actitud de los delanteros australianos habría sido documentada como un claro ejemplo de agresión con agravante de ensañamiento.
La noticia corrió como un reguero de pólvora entre la prensa deportiva de todo el planeta, a menudo ávida de grandes gestas pero también de los ridículos más espantosos. El nombre de aquel desconocido guardameta, figuradamente fusilado sin piedad por los crueles aussies, compartió espacio durante días con algunas de las grandes estrellas del momento y, tras una nueva goleada en el tercer y definitivo partido, Nicky Salapu decidió abandonar la selección nacional y diluirse durante meses entre la muchedumbre de las calles de Pago Pago, la ciudad más poblada de la isla.
El regreso del iluso
Casi una década después, la gente seguía parando a Nicky por las calles para preguntarle si de verdad era él: el samoano, el peor portero del mundo. Su carrera como futbolista profesional lo llevó a jugar en varios equipos de ligas regionales en Austria e Indonesia hasta que las necesidades familiares lo abocaron a colgar los guantes y buscar un trabajo bien remunerado en Seattle. Allí residía tras anunciar su segunda retirada como internacional cuando, en 2011, recibió la llamada de Tavita Tauma, presidente de la Federación Samoanoamericana de Fútbol.
No tuvo que insistir demasiado el directivo. A Nicky lo carcomía su propio orgullo y el deseo de conseguir la primera victoria, incluso había llegado a conformarse con la hipotética posibilidad de poder celebrar un gol con sus compañeros de selección. El proyecto desarrollado por Tauma convenció a Salapu, que no dudó en abandonar un empleo estable y una nueva vida para regresar a la isla en pos de sus sueños. Sin embargo, el despertar no pudo ser más abrupto: el portero volvió de aquellos Juegos del Pacífico Sur con veintiséis goles más en su abultado saco de cuchillas y sin haber saboreado ninguna miel, así que, por tercera vez, el cancerbero anunciaba su adiós al combinado nacional.
Un grito de auxilio
«Todos se reían de nosotros. Para nuestros rivales éramos un equipo de comida rápida», confesaba Tauma en un documental que recogió las peripecias del entonces considerado peor equipo del mundo y que se tituló Next Goal Wins. Desesperado ante la inminente cita con la fase de clasificación para el Mundial de Sudáfrica, Tauma solicitó el auxilio de la Federación de Fútbol de los Estados Unidos, que respondió a su petición publicando un anuncio oficial en el que se ofertaba el puesto de seleccionador de Samoa Americana. La convocatoria no tuvo una gran acogida entre los potenciales interesados y tan solo uno de ellos mostró su disposición a aceptar la exótica tarea.
Mientras se preparaba la llegada del nuevo entrenador, la decisión de Tauma suscitó un gran malestar en la isla. Samoa Americana es un territorio no agregado de los Estados Unidos que lleva años enzarzado en una disputa casi tribal entre quienes aspiran a ser reconocidos como ciudadanos americanos y los que prefieren aprovechar las ventajas de no estar sometidos a las leyes americanas, especialmente las tributarias. Todavía hoy se da la extraña paradoja de que los samoanoamericanos son los únicos emigrantes del planeta que para solicitar la nacionalidad americana presentan un pasaporte idéntico al de cualquier ciudadano reconocido de los Estados Unidos de América.
Las tensiones propias de una política colonialista sin resolver se hicieron más evidentes ante el grito de auxilio de Tauma y la ayuda desde el continente no fue recibida con el fervor que cabría esperar, al menos entre una gran mayoría de la población a la que ni siquiera le gustaba el fútbol.
Un mesías holandés
Con apenas cuatro semanas para preparar el debut en la fase de clasificación aterrizaba el supuesto mesías, un holandés flaco y arrugado con aspecto de vieja leyenda del rock: Thomas Rongen. Como futbolista había compartido vestuario con grandes mitos como Johan Cruyff o George Best y formó parte de hasta seis equipos profesionales en la bisoña Major Soccer League.
Fue durante esos años cuando conoció a Gail Megaloudis, recién divorciada y con dos hijos. Se enamoraron, se casaron y aquel flamenco trotamundos se afincó definitivamente en Estados Unidos, aunque sin descartar la posibilidad de regresar, algún día, a su idolatrada Holanda. «Cuando los americanos conquistaron la Luna se encontraron allí a un holandés», suele bromear Rongen, sin reparar en lo ofensiva que resulta semejante chanza en la Galicia migratoria, especialmente en la orgullosa Ourense. Sin embargo, la felicidad no duraría demasiado y en 2004, tras un accidente de tráfico, Nicole Megaloudis, la hija menor de Gail, perdía la vida con tan solo diecinueve años.
Tras una etapa gris y llena de dificultades, apenas capaces de aceptar la pérdida de Nicole, la posibilidad de refugiarse en una minúscula isla del Pacífico y comenzar una nueva vida les pareció a Thomas y Gail una buena oportunidad que no dejarían escapar.
La receta
Lo que se encontró Rongen al llegar a la isla fue un equipo que rezumaba amateurismo por los cuatro costados: practicantes recientes, futbolistas con sobrepeso, varios fumadores compulsivos, una chica transexual… Su mentalidad occidental se sacudió al chocar de frente con aquella realidad tan pintoresca, de ahí que su primer pensamiento se limitase a un lacónico: «A ver qué hago yo con esto».
Rongen comenzó a moldear el barro desde el minuto cero. En primer lugar se centró en el aspecto mental de sus futbolistas, en la necesidad de inculcarles rutinas de alta competición y alejar costumbres tan arraigadas como las de abandonar los entrenamientos en cualquier momento para ir a la iglesia. Sus normas levantaron ampollas incluso entre sus más firmes defensores, incluido el presidente Tauma, que a punto estuvo de romper el contrato y devolver a Rongen como una mercancía defectuosa. La segunda parte de su plan consistía en preparar físicamente a unos deportistas tan particulares que apenas podían mantener un mínimo rendimiento más allá de los treinta minutos de juego. «Cualquiera es capaz de sentir el deseo de ganar, pero yo necesitaba que mis jugadores interiorizasen la gravedad de la derrota, el miedo a perder: ahí reside la verdadera fuerza de un deportista».
Su plan para Samoa Americana también incluía rastrear cualquier posibilidad de incorporar nuevos futbolistas que elevasen el nivel competitivo del equipo y así llegaron a la isla el delantero Ramin Ott y el defensa Rawlston Masaniai, ambos de nacionalidad americana pero descendientes naturales de nativos Fa’a. Sin embargo, la primera incorporación fue la de una vieja leyenda del fútbol nacional: el portero Nicky Salapu, una vez más tentado por sus deseos más utópicos.
Compuesto el equipo, tan solo quedaba entrenar duro y confiar en el poder intangible de la tapuinga (la oración).
Jaiyah
Más allá del aspecto estrictamente futbolístico, Rongen se sorprendió gratamente con la calidad humana del grupo, concepto muy manoseado en el fútbol de élite actual pero del todo incomparable con aquella auténtica familia convertida en selección nacional que se topó el holandés en Samoa Americana.
Al nuevo seleccionador le costó varios días dejar de llamar Johnny a Jaiyah, algo a lo que ella no parecía dar excesiva importancia, al fin y al cabo, era el nombre que aparecía en su pasaporte y en su ficha federativa. Lo que para la enfermiza mentalidad occidental supondría un problema evidente dentro de un equipo masculino, en Samoa Americana era considerado una bendición. Para sus compañeros, como para el resto de la isla, Jaiyah no era una simple transexual sino una fa’afafine, palabra que significa ‘la forma de la mujer’ y que define un tercer género reconocido y plenamente integrado dentro de la cultura samoana.
Lo cierto es que a Rongen, más allá de sus prejuicios iniciales, no le parecía gran cosa como futbolista y desde el primer instante baraja su nombre como uno de los que, posiblemente, se quedarán fuera de la convocatoria definitiva. Jaiyah muestra pasión y ganas de mejorar, eso sí, además de una ascendencia sobre sus compañeros que la convierte en un pilar fundamental de aquel vestuario tan atípico, al menos durante la fase de preparación. «Las fa’afafine tenemos dos espíritus: podemos hacer lo que hace un hombre y también lo que hace una mujer. Pero en el equipo yo solo me siento un jugador de fútbol. Puede que me vista como una chica y salude como una diva, pero en el campo no soy hombre ni mujer: solo soy futbolista».
Y de repente, un milagro
La selección nacional fue despedida con una gran misa en la que estuvieron presentes todas las autoridades del país y que impresionó de un modo bastante inesperado a un ateo convencido como Rongen. El acto le provocó una fuerte conmoción espiritual y en ese momento empieza a sentir como propio el lema que reza en el escudo de la nación: Muama le atua (‘Dios es lo primero’). Los cánticos tradicionales, las hakas y las tapuingas acompañan a la expedición hasta el aeropuerto de Pago Pago desde donde partirán a la vecina Samoa, sede designada para el campeonato. Entre los convocados, como una muestra evidente de la transformación y la influencia mutua entre Rongen y su equipo, se encuentra Jaiyah Saelua.
El primer partido ya forma parte de la historia del fútbol para siempre. Los samoanoamericanos saltan al campo para batirse con Tonga, vieja conocida y culpable de un buen puñado de las dolorosas derrotas sufridas en las últimas décadas, y entre los once elegidos por Rongen se encuentra Jaiyah: la primera futbolista transgénero en disputar cualquier competición organizada al amparo de la FIFA. No será la única noticia reseñable en un duelo que Samoa Americana vence por dos goles a uno. Ramin Ott se lleva el honor de anotar el primer tanto de los isleños en diecisiete años y Jaiyah se erige en la heroína del partido al sacar un balón bajo palos que suponía el empate en los últimos instantes del encuentro. Como un perro que se suelta de la cadena y no sabe hacia dónde correr, Nicky Salapu, el portero que tantas veces se marchitó de pena bajo una montaña de goles en contra, disfrutó por primera vez de su merecido y ansiado capricho.
Al día siguiente, la modesta Samoa Americana acaparó titulares en la prensa de medio mundo por segunda vez en su historia, salvo que ya nadie se reía de ellos: se habían convertido en un majestuoso y emocionante ejemplo de superación e integración. Lo que sucedió en los otros dos partidos del torneo no importa demasiado, pero es de justicia apuntar que, tras empatar el segundo encuentro, el combinado de Rongen acarició la clasificación hasta los últimos instantes del partido definitivo.
Una galleta de la suerte
No existe ninguna razón lógica que pueda explicar cómo un equipo acostumbrado a perder se sube al carro de los vencedores en apenas cuatro semanas. Habrá quien atribuya todo el mérito a los métodos de Thomas Rongen, algunos se decantarán por el factor diferencial de las nuevas incorporaciones, otros por el empeño titánico de soñadores empedernidos como Nicky Salapu o Jaiyah Saelua… Lo único cierto es que acudir a la razón cuando se produce el milagro no tiene demasiado sentido, solo queda entregarse a la magia y la superstición. La irracionalidad es uno de los tesoros más infravalorados del fútbol, un deporte inescrutable que a menudo tratamos de reducir a estadísticas y argumentos tangibles, como si a la pelota le importasen un carajo. En el caso de Samoa Americana, todo se puede resumir en la sabiduría de una galleta china: la que tocó en suerte a Ramin Ott la misma noche que decidió anunciar su regreso a la isla de su abuelo y que contenía la siguiente premonición: «No te subestimes, los seres humanos tienen un potencial ilimitado».
El documental entero está aquí colgado: https://vimeo.com/224475062 y para aquellos que no tengan un buen dominio del inglés contiene subtítulos en castellano.
Pingback: Apuntes de un parcial irrescatable - España 7 / Coaching 0 - SURCOSSURCOS