«Si fuera más bella, sería más feliz». Esa idea es, junto con el sueño de una gran fortuna, una de las fantasías actuales más arraigadas acerca de la felicidad. En una encuesta de la revista Psycology Today, el 15 % de las mujeres y el 11 % de los hombres confesaron que estarían dispuestos a sacrificar cinco años de su vida a cambio de poder alcanzar su peso ideal. Según otra encuesta, realizada también en Estados Unidos, el 12 % de los entrevistados afirmó que abortaría si se pudiera demostrar que su futuro hijo sería genéticamente propenso a la obesidad.
(Ulrich Renz, La ciencia de la belleza)
En la tradición de esta casa de recomendar cuentos de Navidad este año, la publicación más destacada es Belleza, un cuento medieval no exento de crueldad y valiosas lecciones.
Como contexto hay que tener en cuenta que en la Edad Media fueron frecuentes los cuentos destinados a moralizar, y buena parte de ellos eran precisamente campañas contra la belleza. Por supuesto, la femenina. Veamos un ejemplo, en el siglo XII Etienne de Bourbon escribió: «La coquetería ha decidido asemejarse más al diablo que a Dios, puesto que Cristo solo tenía una cabeza, mientras que el dragón tenía siete».
U otro. Por las mismas fechas, Pierre de Vic, un monje, recitaba un poema en el que se relataba cómo las imágenes de los cuadros y las tallas se quejaban a Dios de que ya no las pintasen, puesto que las mujeres las habían suplantado de tanto acicalarse. Atento a sus desvelos, el Todopoderoso les concedía que las mujeres que tan bellas querían ser de jóvenes pronto quedasen ajadas, con mal aliento e infecciones urinarias.
Todavía en el siglo XIV, Jacques de La Marche hizo un cuento en el que una jovencita que se acicalaba constantemente y estaba obsesionada con su propia belleza era raptada por el diablo. Este le explicaba el porqué: «Soy aquel de quien tú sigues los designios, de quien tú eres la armadura y la red; y ahora debes acompañarme junto con todos aquellos a quienes has hecho venir a mi guarida».
¿Por qué tanto odio a la belleza? Por el ornatus vanus, todos esos artificios destinados a engalanarse. Engaños todos ellos. Mentiras. Ese no era el aspecto real, era una ficción. Se estaba jugando a ser Dios con el propio rostro. En uno de los ensayos más interesantes publicados en la década anterior, La ciencia de la belleza de Ulrich Renz, se decía, además, que la Edad Media fue particularmente complicada para la belleza porque en ella convivía la hostilidad hacia el cuerpo con una «cruda sensualidad».
En este contexto medieval, la obsesión por la belleza, tanto por parte de quien la anhela como de quien queda hipnotizado por ella, fue el hilo que siguieron Kerascoët, el dúo de dibujantes formado por Marie Pommepuy y Sébastien Cosset, y el guionista Hubert para montar la historia Belleza, publicada originalmente en tres tomos en Francia (Désirs exaucés, La reine indécise y Simples Mortels) y en uno en España por Astiberri. Los franceses son a color, la edición española es en blanco, negro y dorado. Para mi gusto, más elegante.
Se trata de un tebeo útil. No es como una novela gráfica periodística que relata o denuncia una situación crítica en algún lugar del mundo. No pone el acento sobre excluidos sociales. No es sobre la discriminación. Tampoco se trata de una historia autobiográfica que puede dar ánimo, apoyo a personas con problemas o fuerza para vivir, que diría Donato Gama da Silva. Es un cuento. Simplemente un cuento en un mundo onírico medieval, con un final espectacular e inesperado, con el que extraer una moraleja. Es útil para cualquier lector, pero pocas obras pueden tener más valor que esta para un público juvenil.
La protagonista es fea. Tiene las orejas grandes, ojos de huevo. Es trabajadora, se pasa el día cortando pescado, por lo que el olor no le abandona nunca y cuando sale a la calle los niños le gritan un mote cruel: Hedionda.
Un día le aparece un hada llamada Mab que le concede un deseo. Ella pide ser guapa y le es concedido. Es tan sumamente guapa que ningún hombre puede resistirse a sus encantos. Por esa circunstancia, las siguientes ciento cincuenta páginas son el desarrollo del desbarajuste que ocasiona su belleza en todos los reinos de la tierra. Es un cuento espectacular que no solo entretiene y alimenta como tal, es perfectamente extrapolable a la sociedad actual y su devoción por la imagen; a una época en la que perseguir la perfección del canon estético genera complejos, frustración e infelicidad.
Belleza va incluso más allá. Se presenta la hermosura también como una facultad que todo lo puede cambiar, que gracias a ella aflora todo lo oculto. En este sentido, cuando la belleza irresistible de la protagonista entra en escena, los hombres solo pueden mostrar los pecados capitales: orgullo, avaricia, envidia… Características que traen, en el maravilloso mundo de la estupidez masculina, la violencia y la fuerza bruta.
En estas viñetas hay un fuerte componente del espíritu de los trovadores medievales y su poesía, que consideraban a la mujer un ser superior, o las caballerescas, que las idealizaban hasta extremos inauditos y por ellas cometían los héroes todas sus hazañas y gestas.
Le daría esta historia a un hijo para que se sumergiera en ella porque, constantemente, en cada página, propone una reflexión. El lector puede sentir cómo la inteligencia no puede abrirse paso cuando aparece la belleza. Es una prueba palmaria de que la inteligencia es un bien escaso. Creo que es positivo tomar conciencia de algo así cuanto antes, desde la más tierna infancia.
Tan solo es reprochable que algo que pudo funcionar bien en Francia en tres entregas resulta algo reiterativo con los tres actos en un solo tomo. El tramo final, en el que afloran todas las miserias del aludido don, en el que todo se vuelve desagradable, puede ser cansino. En cualquier caso, Hubert capta la esencia clásica de los cuentos, que en realidad son relatos despiadados, llenos de barbaridades, por mucho que se hayan edulcorado para los niños; algo que recientemente señaló el cineasta italiano Matteo Garrone con su excepcional Il Racconto dei racconti de 2015.
En cuanto al maravilloso dibujo de Kerascoët es una delicia. Ahí sí que está la verdadera belleza. La historia de esta pareja de dibujantes también es curiosa, comenzaron compartiendo piso, una estancia diminuta, que les obligaba a compartir mesa de dibujo. De ahí salió, así lo han expresado en entrevistas, la idea de formar una dupla. Sus obras anteriores publicadas en España, Preciosa Oscuridad y La virgen del burdel tenían un común denominador que comparten con Belleza: la incomodidad. Todas tienen aristas afiladas. El cómic que queremos.
Un libro muy enriquecedor, Alvaro, con una buena colección de citas, al menos en tu reseña. No sé si habrás tenido tiempo de leer las notas que dejé escritas sobre la «belleza» en mi Manua; lo que es seguro es que, metido en harina, ahora te serán más próximas. Un cordial saludo.
https://manualdecriticadelaarquitectura.blogspot.com/2013/06/cap-2-venus.html
Excelente título, ACR. Lo seríamos un poco menos si un día eligiéramos a Miss Andina, o Miss Mongolia o Miss Desierto. Gracias por la lectura y divulgación.