Hollywood nos enseñó que en el espacio no se oyen los gritos. Esto es verdad, pero la escuela pitagórica ya había concebido una deslumbrante teoría sobre el movimiento de los cuerpos celestes. Según ellos, este podía ser traducido en frecuencias aritméticas y musicales. Por desgracia, la armonía de las esferas no puede ser captada por el oído humano, como nos pasa con todo lo que suena a trascendente, pero eso no ha sido impedimento para imaginar cómo debe de ser esa escala que vibra en el cosmos.
Igual que la filosofía antigua, la ciencia ficción encuentra una relación con la música. No en la misma medida que el género fantástico, pero sí aparece en numerosos textos. Desde el siglo XX y en paralelo al desarrollo tecnológico de instrumentos y sistemas de audio y grabación, la música también ha recorrido el camino hacia la nueva era, pero en unos sonidos que nosotros sí podemos escuchar, aunque a veces tampoco entendamos. En sus diferentes estilos lleva reflejando el impacto de la ciencia y la técnica sobre nuestras vidas, desde la admiración, la parodia, el miedo, la crítica social, o incluso el anhelo inmediato de algunos músicos por transformarse en un cíborg o directamente en una máquina. El pop comenzó ridiculizando la polémica sobre viajar a la Luna del siglo XIX, antes de la obra de Verne. Después se publicaron multitud de canciones sobre los usos y nuevas costumbres que iba a traer la electricidad, y esta práctica alcanzó el culmen con el descubrimiento de la energía atómica y la amenaza de la guerra nuclear. La posibilidad de mandar naves fuera de la órbita terrestre y el sueño (o pesadilla) de encontrarse con otras civilizaciones han agudizado el ingenio de compositores de rock and roll, tecno, jazz, corridos y rumbas. Cada década le ha cantado a la bomba atómica, los platillos volantes y los marcianos. Los viajes en el tiempo, la cibercultura, las nuevas teorías físicas, etc., son ideas que llegaron a la música después, e, igualmente, lo mismo se encuentran en discos para bailar que en sesudas obras conceptuales, algunas de ellas interpretadas con instrumentos que parecen salidos de la imaginación de un novelista de sci-fi. Instrumentos musicales que dejan el órgano de tubos que tocaba el Capitán Nemo en un juguete de niños. Boris Vian, músico y lutier, inventó el «piano cóctel» para su novela fantacientífica La espuma de los días. Hugo Gernsback, padre de la ciencia ficción, fue un prolífico creador de objetos electrónicos; entre ellos, un instrumento musical: el staccatone, protosintetizador de lámparas.
Los compositores de música electrónica se sumaron a la carrera espacial con la misma energía y entusiasmo que los astrofísicos y los fabricantes de armas del siglo XX. Sus cacharros de última generación competían por imitar el hipotético zumbido de las naves espaciales y de los rayos cósmicos. El cine pronto incorporó el theremín, un instrumento de aspecto extraño y sonido inquietante, patentado por el músico soviético Serguéyevich Termén. Las películas de ciencia ficción de los años cincuenta lo hicieron popular en todo el mundo. Nacieron bandas sonoras prodigiosas, como la que Bernard Herrmann escribió para Ultimátum a la Tierra (1951) y la que el matrimonio Barron desarrolló para Planeta prohibido (1957), la primera BSO realizada exclusivamente con instrumentos electrónicos. Fueron años de osciladores, Ondiolines, Pianorads, Trautonios, los inventos de Raymond Scott…
El lanzamiento del Sputnik provocó un boom de aficionados a la moda, el diseño y los productos del espacio: había nacido la space age music, sucesión de discos instrumentales realizados por directores de orquesta y productores que se servían de los últimos adelantos técnicos de la alta fidelidad: Les Baxter, Sid Bass (From Another World), Jimmie Haskell (Count Down), Joe Meek (I Hear a New World)… El compositor Attilio Mineo ambientaba con los sonidos marcianos de su disco Man in Space with Sounds los paseos del Bubbleator, un ascensor con forma de burbuja con el que los visitantes hacían el tour por la Feria Mundial de Seattle de 1962. Este lounge exótico se prefiguraba como la economía del momento: llena de optimismo, plena en mercados de futuro. La space age music, como el entusiasmo social ante la aventura del espacio, tuvo una existencia muy breve, pero no así la interconexión entre escritores y músicos.
¿Sueñan los escritores con discos eléctricos?
Philip K. Dick había trabajado de jovencito en una tienda de discos y era un gran aficionado a la música clásica. Poco tiempo antes de morir, confesó también su admiración por el rock de los años sesenta (lógicamente, Jefferson Starship), los grupos de punk rock californiano de esos días, además de la música electrónica y experimental. Tampoco es extraño que entre sus películas preferidas estuviese la epopeya del alienígena El hombre que cayó a la Tierra, protagonizada por David Bowie.
El nunca suficientemente recordado Robert Sheckley había tocado la guitarra en un grupo cuando estuvo destinado en Corea. Luego fue habitual de la escena del folk neoyorquino. En una de sus obras, Los viajes de Joenes, parodia el mundo de los beatniks y, de paso, toda la civilización moderna. Años más tarde, Peter Sinfield (fundador de King Crimson) y Brian Eno se encontrarían con él en Ibiza. El resultado: un disco de coleccionista (mil copias en edición de lujo con libreto) realizado en una galería de arte de la isla sobre un texto del autor, Robert Sheckley’s in a Land of Clear Colors (1979).
Anne McCaffrey quiso ser soprano. Tras años de participar en funciones y unas clases demasiado exigentes en las que perdió los tonos más altos de su registro, decidió centrarse en su otra pasión, la literatura. El conjunto de relatos La nave que cantaba (1969) y sus secuelas, la serie La cantante de cristal, describen en parte esta decepción. En esta saga, la autora narra un mundo futuro donde los seres humanos que nacen con defectos físicos y cerebros ultradesarrollados pueden ser preservados en cápsulas. Helva, la protagonista, tiene el don de la música.
Michael Moorcock compagina su vasta obra de autor de ciencia ficción y fantasía con sus colaboraciones musicales. Primero con el grupo de rock Hawkwind, formación especializada en temas cósmicos y ritos psicodélicos, para quienes escribió letras y en cuyas actuaciones incluso participó. Tras romper con ellos, formó su propio grupo, The Deep Fix, con el también escritor Graham Charnock. De 1974 es el álbum New Worlds Fair, donde el escritor puso música y voz a las aventuras de su personaje, el detective apocalíptico Jerry Cornelius.
El ejemplo más preclaro de autor de género que se formó en el campo de la ciencia y hoy es conocido mundialmente como una estrella del espectáculo es el del británico Arthur C. Clarke. Físico y matemático, especialista en astronáutica y satélites, comenzó escribiendo ciencia ficción, justo después de la Segunda Guerra Mundial. Uno de sus relatos fue adaptado por él mismo para el cine, 2001: Una odisea del espacio (el director, Stanley Kubrick, no encargó la banda sonora a ningún artista de la época, sino que escogió una composición de Richard Strauss de finales del XIX, más en consonancia con las tesis del escritor británico). En los años ochenta, su novela Cánticos de la lejana Tierra fue objeto de otra adaptación, la que el músico Mike Oldfield hizo en su disco de 1992, The Songs of Distant Earth.
En otra dimensión, pero muy simpática, se encuentra el fenómeno FILK (una broma o error de tipografía con «folk»). Son los devotos de la ciencia ficción que coincidían en las primeras convenciones y no dudaban en ponerse a cantar e interpretar canciones pop pero con las letras cambiadas en honor a un tema del espacio. Fueron los propios autores los primeros filkers (Poul Anderson, Frederik Pohl, Asimov, Heinlein…). Ahora es un movimiento con sus propias estrellas amateur que giran alrededor de películas, series de televisión y memorabilia diversa. No, los discos que grabaron William Shatner y Leonard Nimoy están en una categoría aparte…
¿Sueñan los músicos con libros de ciencia ficción?
Es ingente la cantidad de músicos que han escrito no solo canciones, sino obras enteras sobre el espacio. Ahora han cambiado las perspectivas. Salvo nostálgicos o músicos vintage, pocos vuelven con lo de los marcianos y la guerra de los mundos, pero hay multitud de artistas que siguen obsesionados con el control de masas mediante la tecnología, los cambios derivados de la bioingeniería, el poder de las armas químicas y las catástrofes medioambientales que la ciencia ficción ya había descrito en sus libros. Vamos a escoger unos cuantos ejemplos, fuera del más que obvio campo del pop y el rock.
En un lugar de honor se encuentra la obra de Terry Riley, y no solo por estar relacionada con lo fantacientífico. Su infatigable talento como compositor le ha llevado a una vida dedicada a desentrañar justo aquello que buscaban los pitagóricos, las claves ocultas en el espacio y el tiempo mediante la música. Tiene en su haber discos memorables, como A Rainbow in Curved Air (1969), o la colaboración con el Kronos Quartet y la NASA para poner en partitura los sonidos que la sonda Voyager trajo de su periplo, Sun Rings (2003). Otros compositores como Stockhausen (Sirius, 1968, y la serie de óperas Luz) o John Cage (Atlas Eclipticalis, 1961) dieron título a alguna de sus piezas con ese mismo interés
Afrofuturo
Una de las aplicaciones más felices que ha tenido el género de la ciencia ficción es lo que se conoce como afrofuturismo. Como movimiento abarca otras influencias, pero en lo musical se trata de una serie de estilos compuestos e interpretados por artistas negros, quienes se han servido de los elementos del género para crearse un mundo de belicosos exploradores, outsiders o extraterrestres que luchan contra un gobierno del planeta, policial, hostil y blanco. En los años cincuenta, la figura del músico Sun Ra inauguró esta corriente, con un discurso plagado de ironía sobre su origen cósmico (el artista afirmaba haber sido abducido y transformado en un ser procedente del planeta Saturno, sin ninguna relación con su pasado como ciudadano nacido en Alabama. Había abandonado «su cuerpo de esclavo»). Sun Ra ejecutaba una música híbrida entre el jazz, el bebop y la psicodelia, además de lucir él y los componentes de su grupo la Arkestra, unos espectaculares trajes de príncipes del antiguo Egipto.
Mientras tanto, el músico y productor jamaicano Lee Perry construía las bases del dub en su estudio, The Black Ark. El visionario artista mezcla los mitos de su pueblo con un sentido trascendental y cósmico de su música, como en el disco de 1997, Space Dub.
En el camino de Sun Ra, George Clinton estableció su fecunda carrera de P-Funk, música de baile sideral, muy influida por el rock, con elementos del jazz y los sintetizadores, además de letras satíricas sobre política, sexo y drogas, y un look que no es de este mundo, en Parliament y, cuando no le dejaron, en Funkadelic. Desde entonces, el afrofuturismo es la realidad más excitante del panorama musical «extraterrestre». Por él han pasado figuras como Afrika Bambaataa (Planet Rock) y los DJ que llevan desde los años noventa utilizando las ideas de la sci-fi para canalizar sus protestas sociales en samplers y mezclas. Por ejemplo, colectivos como Underground Resistance (Mike Banks y Robert Hood, clásicos del tecno de Detroit, como Galaxy 2 Galaxy), de donde surgió Jeff Mills, un apasionado del género (su último disco, The Planets, 2017, está inspirado en la obra de Gustav Holst), el desaparecido Drexciya, grupos de hip hop como Deltron 3030, o las recientes aventuras de la androide Janelle Monáe (The ArchAndroid).
Estamos lejos de los ejemplos del pasado, la interminable lista de canciones, bandas sonoras, sintonías de series de televisión, etc. En la era digital, todos los contenidos de la fantaciencia están siendo constantemente reescritos en loop. Cerrando el círculo, una máquina los cifra en lenguaje de programación y los devuelve al vacío.
La música clásica y su apéndice más moderno la contemporánea demuestran estar años luz por delante de las demás en su capacidad de crear atmósferas ideales para el cine de ciencia ficción, Ligety es paradigma de ello gracias a Kubrick.
Y dónde están los Reyes Pink Floyd faltan en este artículo ellos inventaron el sonido del futuro y recuerden que ellos tocaron en vivo en el alunizaje y a sido la única banda que a sonado en el espacio gracias y buen día
Que diceeeeeeeee ajjajaja. Mira si van a Crear el sonido del futuro ajajajaj. Antes que ellos estuvieron Tipos como los que menciona la nota (afrofuturismo) , mas Juan Atkins, Stinson, James Pennington, etc. Antes EStaba Kraftwerk, Giordio Moroder, etc Jeff Mills toco en la estratosfera jaaaaa.
No podemos olvidar al mexicano Juan García Esquivel, padre de la música lounge, creador del Sonorama y cuya obra musical es legendaria. Baste recordar su álbum ”Other World other Sounds” de 1958 o la compilación “Space-Age Bachelor Pad Music” editado en 1994.
Sun Ra & The Intergalactic Orchestra
Si bien es cierto lo que dices acerca de la buena acogida que tiene la música clásica en el cine de ciencia ficción, creo que no está a años luz de cualquier otro género musical como dices.
Tenemos ahí la llamada IDM (intelligence dance music), con grupos como Autechre, Boards of Canada o Aphex Twin.
Esta música es capaz de crear texturas que entonan muy bien con cualquier acción y/o paisaje que se enmarque en la llamada ciencia ficción.
Saludos.
No estoy de acuerdo, Autreche es otra tontería pop (entendiendo «pop» en global, música de entretenimiento fácil para que todo el mundo la pueda seguir) más que se cree que por meter ruiditos raros ya son «modernos», igual que Aphex Twin. De Boards of Canada no puedo hablar porque no conozco nada suyo.
Sus temas son los mismos que llevamos oyendo mil veces desde hace 20 años o más. Son como Kathy Perry, Rihanna, Hana Montana (para mí siempre será la ñoña Hana Montana) y compañía: el mismo producto fabricado en serie como los churros, que suenan igual y a veces hasta tienen el mismo compositor y los mismos productores/arreglistas fara satisfacer rápido a su público objetivo.
Yo no soy muy fan de la música contemporánea, lo mío es más el flamenco y el rock, y música barroca sobre todo auqnue también algo de clásica y romántica (menos), y poco más en la música «artística». Sin embargo mi pareja es música con estudios y está en un grupo de música electroacústica aquí en Alicante, por lo que me lleva a oír conciertos y en casa pone y toca música de compositores muy diversos, y no, hay que admitir que ni de lejos el pop electrónico ni siquiera el un poco experimental se acerca a las sonoridades que los compositores contemporáneos han logrado salvo algunas piezas de Frank Zappa en los 70, no tanto por el sonido en sí, que eso hoy día cualqueira con el ordenador puede crear sonidos rarísimos, sino porque mientras en el dance se nota que la base es un tema dance normal y corriente al que se decora con «pegatinas» de sonidos pretendidamente originales, aunque los llevamos oyendo como un cuarto de sglo (ya en los 70 empezaron varios grupos a usar la electrónica, pero no me meteré mucho ahí proque es una época musical que frecuento poco). Es como si uno coje un Ford Fiesta y le pone alerones, llantas chulas, le toca la suspensión, neumáticos de perfil bajo, faros LED, etc. No engaña a nadie, sigue siendo un Fiesta.
Esto es lo mismo, incluso si no te gusta, como es mi caso, aunque no porque crea que es mala música sino porque no me llega, no es una música que vaya con mi sensibilidad ni mi comprensión de los lenguajes musicales. Si uno escucha a gente como Scelsi, Stockhausen, Xenakis o una mujer que esa sí que tengo que admitir que me gusta, se llama Katia Sariaho o, no sé si lo he escrito bien, se da cuenta de que de verdad los elementos modernos que a veces están combinados con los de la músca tonal y los instrumentos sinfónicos sinfónicos tradicionales forman de verdad parte del «tejido» sonoro. No están ahí de pegote para «disfrazar» la música, son de verdad esencia de la música. Mi chica me dice que un do es siempre un do, lo toque un violín, un bajo eléctrico o la bocina de un camión, que lo que hace que una música sea lo que es es el lenguaje. Yo no soy músico pero creo que no hace falta ser músico para ver que es verdad, que Bach con batería y guitarras eléctricas sigue siendo Bach y hasta probablemente suena peor que en su instrumentación original, y lo mismo para las cursiladas estas de temas clásicos del rock tocados por una orquesta sinfónica. Las instrumentación puede cambiar todo lo que quieras, pero el lenguaje de la música no ha cambiado, y a cada lenguaje le va un tipo de sonido.
En fin, que sí, que yo estoy con que las bandas sonoras tienen que usar lenguages de la música que vulgarmente llamamos «clásica», sobre todo la contemporánea. Porque además las bandas sonoras que han usado pop han «caducado» en pocos años. La música de consumo está hecha siguiendo la moda de una época, por eso la escuchas y te transporta a esa época, y mola porque todos tenemos querencia por tal o cual época aunque no la hayamos vivido, pero precisamente esta cualidad la hace efímera mientras que uno escucha una sinfonía de Beethoven o un tema para teclado de Bach y parece que siempre ha estado ahí y siempre estará, tiene una cierta «intemporalidad», que como digo no tiene por qué ser necesariamente bueno porque para mi gusto como que le faltan «raíces», pero que es verdad que la música es como más «vigente» pase el tiempo que pase.
Mira, escucha un poco de esta obra de la mujer esta que decía, una compositora actual que no compone para el cine, pero que no me digas que esta obra no pega de la h… con una película de ciencia ficción o misterio o algo así, y dentreo de 50 años seguirá pegando y no sonrá a pasada de fecha.
https://youtu.be/wZC5cvfn8iw?t=186