En pleno centro de Madrid hay un trozo de la historia artística y científica de España. Unos edificios de rojizo color; con persianas de madera color verde y rodeados de jardines. Entre esos mismos chopos y adelfas pasearon Salvador Dalí, García Lorca, Luis Buñuel, Miguel de Unamuno, entre otras muchas personalidades. La Residencia de Estudiantes de Madrid, un proyecto de la Institución Libre de Enseñanza impulsado por una figura clave en la historia de la cultura y la pedagogía española: Alberto Jiménez Fraud.
Primer director de la Residencia, nacido en 1883, se exilió en 1936 tras el golpe de Estado de Francisco Franco; mismo año en que la Segunda República inició su final y en que la Residencia de Estudiantes detuvo su labor durante medio siglo. Muchas son las cosas que se llevó la guerra civil. Y, como todas las guerras, no aportó nada bueno. Paseando hoy entre los chopos de aquella colina, en la segunda etapa de este lugar, iniciada en 1986, es difícil poner en orden la secuencia histórica del escenario que se convirtió durante un breve periodo en referencia cultural europea y latinoamericana en el corazón de la ciudad de Madrid. La reciente publicación del completo epistolario de Alberto Jiménez Fraud (Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, Fundación Unicaja, 2018) sirve como hilo conductor de la crónica de uno de los momentos con más luz de nuestro país.
Y, también, de uno de los momentos con más sombras.
La Residencia de Estudiantes de Madrid se fundó en 1910 y, tal y como podemos leer en el Epistolario, donde se recoge la correspondencia con personalidades de la talla de Miguel de Unamuno, Ortega y Gasset o Manuel de Falla, se concibió como un espacio de apertura intelectual y artística que mirara hacia Europa. El viejo continente de los primeros años del siglo XX, en que tantas y revolucionarias ideas se estaban dando cita; la Europa de profesionales de tantas ramas que habrían de pasar a la historia y que terminarían por darse cita, de una u otra manera, en la misma Residencia. Sería fácil enumerar las personalidades que coincidieron en aquella primera etapa, que va desde 1910, año de su fundación, primero en las instalaciones de la calle de Fortuny, y a partir de 1915 en la Colina de los Chopos, actual lugar donde la historia de este lugar continúa. Del mismo modo, sería fácil hablar de que entre sus paredes cultivaron su labor, como residentes, Salvador Dalí, Luis Buñuel, Federico García Lorca, Severo Ochoa o Juan Ramón Jiménez. Que en el piano que aún se encuentra en el salón de actos tocaba Manuel de Falla las noches relajadas de jolgorio. Lo difícil es hablar de la labor que la Junta para Ampliación de Estudios, presidida por Santiago Ramón y Cajal, llevó a cabo en esa primera etapa. Tal y como se destila de la lectura de las cartas citadas, el proyecto de Jiménez Fraud ponía el foco de atención en el avance científico y artístico de Europa, trayendo algunas de las ideas pedagógicas más punteras a una España que encaraba el ascenso hacia la Segunda República y el fin del reinado de Alfonso XIII.
Pero ya con el golpe de Estado de Primo de Rivera en 1923 quedó claro que las ideas y aspiraciones de la Residencia chocaban con una España convulsa; anclada en el absolutismo y recelosa por los grandes estamentos y nobles que componían las altas esferas de abrirse a ideas peligrosas.
Tras su exilio, en una carta datada el 20 de Febrero de 1937, el director de la Residencia expone:
[…]Como usted sabe, yo no he intervenido nunca en política. Por eso pude sacar adelante la obra de la Residencia, en tiempos tranquilos y en momentos agitados, teniendo siempre a mi lado lo mejor de España en todos los grupos sociales. De todas las amistades hechas por mí para mi obra (entre las cuales cuento a usted) he estado y estaré siempre, cualesquiera que sean las circunstancias, superlativamente orgulloso. Desgraciadamente, a algunas de ellas solo puedo pagar ya un tributo de fidelísima memoria íntima oral, y si puedo, escrita: dos de los más verdaderos, más leales y más íntimos amigos míos y de la Residencia, Silvela y Beceña, han sido asesinados en esta terrible guerra.
Durante los dos meses que pude sostenerme en Madrid, después de estallar la guerra civil, las Residencias, sus directores y yo sostuvimos, como siempre, sus altos principios de colaboración académica y de respeto de la personalidad humana. Fuimos acusados de fascistas porque defendimos la libertad de todas las personas que estaban bajo nuestra custodia y porque permanecimos inmutablemente fieles a nuestros amigos […]
(Alberto Jiménez Fraud: Epistolario, Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, Fundación Unicaja, edición de James Valender, José García-Velasco, Tatiana Aguilar-Álvarez Bay y Trilce Arroyo)
Esta fue la consecuencia directa de la conspiración militar que se puso en marcha en 1936, mientras Manuel Azaña formaba gobierno con una alianza de izquierdas republicanas, y que habría de cambiar el curso de la historia de España y, por ende, el destino y la meta de la Residencia de Estudiantes. El exilio sería la única salida posible para muchos de los intelectuales, la mayoría simpatizantes y políticos republicanos, que vieron caer con la guerra su ambicionado proyecto de colocar a España a la cabeza de la innovación intelectual. Alberto Jiménez Fraud, krausista, abandonó la Colina de los Chopos y Madrid en 1936 junto con su familia y se exilió en Oxford, donde fue docente hasta jubilarse y terminar sus días en 1964. El futuro de la Residencia fue igualmente triste: en 1936 se convirtió en un hospital durante la guerra, para ser cerrada desde 1939 hasta 1986, momento en que comenzó su segunda etapa y volvió la vida al lugar que albergara tantos futuros artistas y científicos que han terminado por pasar a la historia.
En una carta de 1963, de Alberto Jiménez Fraud a Jesús Bal y Gay, decía el antiguo director:
[…] Quién sabe si muy pronto podremos dar un gran impulso a esa continuidad de la Residencia que todos ansiamos, impulso que no tiene más espera, al menos de parte mía, que aunque me encuentro ahora muy bien de salud y con ánimos quizá excesivamente juveniles, me quedan ya muy pocos años de actividad creadora, la cual me urge emplear en la iniciación de cosas, que antes de cesar yo, tendría la alegría de ver asegurada su continuación ¡para mayor gloria de nuestra Casa!
(Alberto Jiménez Fraud Epistolario, Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, Fundación Unicaja, edición de James Valender, José García-Velasco, Tatiana Aguilar-Álvarez Bay y Trilce Arroyo)
Como tantos otros intelectuales y políticos de la época que abandonaron la España derrotada y sometida por el fascismo de la dictadura de Franco, Jiménez Fraud y sus compañeros no abandonaron nunca la idea de volver a la Colina de los Chopos y continuar donde lo dejaron el proyecto de la Residencia de Estudiantes.
Me va a permitir ahora el lector que rompa la cuarta pared para hablar de tú a tú. En este caso no como periodista, sino como becario de la Residencia. Desde que se me concedió una beca de creación artística por parte del Ayuntamiento de Madrid, que junto con otros ministerios e instituciones conceden un número limitado de becas de carácter anual, vivo en esta misma colina de los chopos, desde donde ahora escribo estas palabras. El mismo lugar en que enormes personalidades vivieron sus vidas, tuvieron sus fiestas, sus alegrías y sus dolores. El mismo lugar que quedó abandonado en el momento en que España se partió en dos, y hoy, por mucho que algunos se nieguen, aún vemos esas mismas heridas: la lucha entre fascistas y republicanos; entre monárquicos y comunistas, entre los que dicen que antes se vivía mejor y los que tuvieron que marcharse a otros países solo para vivir. Entre ellos, parte de mi propia familia. Por eso fue importante leer estas cartas con atención; porque más allá de los tintes políticos, de las ideas krausistas o comunistas y de la doble moral de lo burgués, que no faltaba en un bando y en otro, se atisba el intento de hacer algo bueno. Algo importante. De criar una generación de intelectuales a los que no hagan sombra en el mundo; de aportar algo imperecedero como el arte puro, como los avances científicos, la medicina. De recordar al mundo que en España hay gente que vale y que la juventud no es excusa para no ser brillante. En estas mismas cartas que al fin han visto la luz con una publicación que hace honores a su legado, se ven la impotencia y el dolor al cortarse de raíz todos esos sueños.
Y la misma historia se siente al caminar por estos pasillos; al ver atardecer Madrid desde la colina, siguiendo el legado de quienes lo dieron todo por esta causa y los que se exiliaron o murieron cuando una guerra acabó con los sueños de toda una nación. Y ahora, esa misma guerra, quizás ahora más fría, continúa cada vez que se habla de buscar a los muertos y darles una digna sepultura; de exhumar al dictador y quitarle la gloria y la veneración que no merece; cada vez que hay un partido de fútbol y cada vez que alguien habla en un idioma que no sea el castellano. La misma guerra que esta España partida sigue librando desde hace más de medio siglo. Pero aquí, desde la colina, como le pasara a Alberto Jiménez Fraud y tantos otros amigos de la Residencia, parece que aún hay esperanza.
Hola, amigos. Ojalá que el posible desaliento inicial al ver truncados tantos sueños,
no impida a los estudiantes y profesores de la Residencia de Estudiantes, seguir el ejemplo de aquellas grandes figuras que por allí pasaron, brindando a esta no menos convulsa España de hoy, alguna luz que valga la pena seguir. La memoria de quienes hicieron que aquel centro fuera el alma de una España que buscaba estar a la altura de los tiempos, empuje a los que por allí se muevan a ofrecer algo semejante a la España de hoy, tan desorientada y desnortada.