Esta historia sucede en Finlandia y está salpicada por silencios, alcohol y por el ruido de una vieja máquina de escribir. Silencios que tienen que ver con los días sosegados, con el trabajo febril y obsesivo, y con el sisu, que es una forma de abnegación, perseverancia y aceptación del desenlace. Silencios hondos como los que vienen después de una fiesta fatal. Esta es una historia más sobre Arto Paasilinna.
Arto Paasilinna publicó treinta y cinco novelas (once de ellas editadas en español por Anagrama) y catorce libros de no ficción de temática dispar: desde una guía de la sauna finlandesa para hombres de negocios hasta una recopilación de grafitis encontrados en baños de bares de la capital finlandesa. Sus novelas han sido traducidas a cuarenta y ocho idiomas y es el autor finlandés más vendido de la historia, incluso por encima de Mika Waltari. En su haber, más de diez millones de libros vendidos en todo el mundo.
Estamos en los primeros días de octubre de este año. Son las siete de la mañana cuando Arto se incorpora. Se sienta en la cama, prueba su voz, carraspea, tose. Al cabo, se pone de pie y mira por la ventana para contemplar los abedules quietos por la timidez del amanecer. Arto sobrevive en la residencia de Kanervakoti, en Espoo. Un lugar en el que ya lleva demasiados años, desde que lo visitó por primera vez con su hijo Petteri, y le pareció «un lugar agradable en el que veía cosas que le resultaban familiares». Apenas una docena de ancianos y sus cuidadores en un edificio color crema, tejado rojo e interiores clásicos. Arto sale al comedor a desayunar. Mientras remueve las gachas de avena, su compañero de residencia y amigo Pekka le pregunta por un personaje de sus novelas que no acierta a recordar, pero Pekka quiere saber e insiste mientras extiende la margarina sobre su pan negro. Arto no responde. No quiere (quizás no pueda) hablar. Ahí, en esa casa de paredes de hiedra escarlata, Arto es uno más. Un hijo de una guerra que arrancó de cuajo ciudades, pueblos, bosques y miles de vidas. Un hijo de la huida del horror. Quizás por eso sus personajes a menudo huyen, y en esa huida se topan con una nueva manera de entender las cosas. Como huyó su familia de la ahora rusa Petsamo, para refugiarse durante la guerra de Invierno en un barco en el océano Ártico. En aquel barco nació su hermano mayor, Reino. Arto vio la vida varios años más tarde en el nuevo hogar de la familia, en Kittilä. Miren los mapas, muy en el norte. Allí está todo.
Para el Paasilinna escritor todo se acabó con El Accidente. Fue de un día para otro. O mejor dicho: de una noche de fiesta para un amanecer en el hospital Aurora, del barrio de Pasila. Nadie sabe exactamente qué pasó, pero el alcohol mandó de nuevo, de una fiesta en casa a su ruta habitual de bares en Helsinki y de allí hacia la ebriedad más extrema, como pasó en demasiadas ocasiones en el trayecto de más de cuarenta años de escritura hasta la apoplejía que le produjo daños irreversibles en el cerebro. Una caída. Como tantas otras, pero esta vez definitiva.
Unos meses después de la noche de El Accidente comenzó a recordar que había sido escritor. Quizás estuvo bien para su recuperación que también olvidara que en los últimos años antes del accidente su vida se había descontrolado hasta el extremo de que la policía lo detuviera por conducir en dirección contraria por una autopista de Espoo. Paasilinna fue una persona de inteligencia dominante y un escritor de producción y hábitos vehementes. Su hijo Petteri contó que les mandaba guardar silencio con improperios en los largos días de verano en la cabaña de Lohjansaari, buscándoles tareas de toda índole para que le dejaran escribir tranquilo. Escribiendo sin parar durante horas y horas. Para que, llegada la noche, uno de ellos leyera en voz alta lo que el padre había escrito durante la jornada.
De vuelta a su residencia de Espoo, Arto observa los esfuerzos de Antti y Sonja para poder mantener el pulso al sostener la cuchara, y se ve a sí mismo esforzado para terminar el desayuno con cierta entereza y poder salir a tomar el aire en esos últimos días de sol de otoño. Ha sido un verano largo, un verano tan largo y tan seco que habría sido una delicia poder disfrutarlo con la libertad de los días de antes de que todo se fuera al carajo en el año 2009. Habría sido fabuloso poder escribir sus fábulas vitales ricas en prosopopeyas en una de sus casas de Finlandia o de Portugal. «Va, Arto, ¡cuéntanos de nuevo aquella historia del baile en el día que conociste a Ahtisaari!». Mira a Antti con desdén mientras la cuidadora les pregunta si ya han terminado, y responde: «Dios es un hombre atractivo. Mide ciento setenta y ocho centímetros y tiene una complexión bien proporcionada, aunque algo rígida». Nadie responde porque nadie entiende de qué está hablando y Arto da por terminada la conversación, ofendido porque ninguno de ellos reconoce las primeras líneas de su Auta Armias. Algo así como Ayúdame, Señor. Novela no traducida al español. Arto sale al jardín a intentar fumarse un cigarrillo a escondidas. Camina con dificultad mientras sacude la cabeza y reniega. «Malditos viejos. Desayunan conmigo cada día, pasamos juntos las interminables horas de este lugar, pero nunca me han leído». Hay algo en todo eso que le ha dolido siempre: la indiferencia que ha despertado en su país entre la crítica especializada.
Por supuesto, ellos no son críticos y, de hecho, cada una de sus novelas se ha vendido por cientos de miles en Finlandia, pero si los grandes críticos hubieran apreciado de verdad su trabajo, seguramente habría sido todavía más leído. Cada otoño era una nueva decepción. «Paasilinna, el escritor de libros divertidos; Arto Paasilinna, un aficionado a la escritura muy productivo; Paasilinna y su humor de drogadicto». En cambio, y como bálsamo para lo que le sucedía en casa: en Francia, en Italia, en el Reino Unido recibía críticas y reseñas que lo ensalzaban como escritor de culto. «Onnelien mies (El hombre feliz; no traducida al español) representa el espíritu de la moral y el simbolismo de Voltaire. Y su autor es un mago», se podía leer en Le Figaro sobre esta novela que publicó un año después de El año de la liebre (Jäniksen vuosi), su gran éxito nacional e internacional. Un libro de ligereza cautivadora que cuenta la historia de un periodista que cambia su vida anterior por la compañía, el calor, la sencillez, de una liebre a la que ha atropellado. Arto tira el cigarrillo y lo pisotea como puede. El frío le ha declarado la guerra al cálido verano que fue, y siente algo de alivio al no tener que volver a abrir los periódicos como cada maldito otoño en busca de las reseñas de su nuevo libro, que, indefectiblemente, eran frías y poco apasionadas.
Para los residentes de Kanervakoti hay dos tipos de días especiales. Uno es el domingo, en que comen salchichas (makkara, en finés) con patatas hechas en una pequeña y herrumbrosa barbacoa que hay en el patio. El otro gran día es cuando reciben las visitas de sus familiares; ese rato en que uno vuelve a encontrarse con su vida anterior, su vida que fue cuando no requería de cuidados continuos y no era un problema (no tan grande, al menos) para la familia. Arto recibe visitas de su hermano Reino bastante a menudo. Hace unos años, cuando fue capaz de serenar su rabia y de dejar de ser ese viejo violento en que el alcohol y El Accidente le habían convertido, estuvo escribiendo a buen ritmo durante meses. Reino y su hijo Petteri llegaron a pensar que sería capaz de publicar otra novela, pero su recuperación no fue suficiente y, como fatal consecuencia, Paasilinna cerró la lista de profesiones que ya no ejercía. Hasta aquel momento, se había dicho que Paasilinna era expoeta, exguardabosques y experiodista. Entonces también se convirtió en exescritor.
El gran diario finlandés, el Helsingin Sanomat, daba la noticia de su muerte el día 16 de octubre: «El escritor Arto Paasilinna ha fallecido. En palabras de su hermano, Reino Paasilinna: «Arto fue un hombre con gran personalidad que siempre encontró espacio para la tentación»». Hacía horas que Paasilinna se había ido de forma serena, cayendo en el último sueño, en su cama de Kanervakoti. Se fue un escritor que describió como nadie el último refugio del ser humano en el viaje hacia la sencillez de los bosques, hacia el más atávico de los destinos posibles. La desaparición, la huida, el volver a empezar para mirarlo todo de manera distinta. El encontrar sentido a la vida en la caída hacia la muerte. Como en el célebre microrrelato de García Márquez, El drama del desencanto: «… había llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para siempre por la puerta falsa valía la pena de ser vivida». Así, Paasilinna habla de lo absurdo de la existencia desde la vitalidad de sus personajes: treinta y dos aspirantes a suicida que viajan en autobús en busca de un buen acantilado; una viejecita que decide defender su dignidad armada con una Parabellum de color negro azulado y su inocente crueldad; un periodista que atropella a una liebre y decide adentrarse con ella en el bosque para salvarla y, por qué no, para salvarse a sí mismo; un pastor protestante al que la amistad con un oso le lleva la vida hacia un nuevo camino de reflexiones y golferías. Una línea narrativa que oscila entre el delirio y la cavilación. Un mundo que Paasilinna construía en una entrevista a Winston Manrique (El País, marzo de 2009) alrededor de nueve palabras: depresión, alegría, melancolía, silencio, muerte, vida, bienestar y novela.
Los funerales en Finlandia se preparan durante semanas. Tal vez gracias a eso se viven con un duelo algo atenuado por los días, y en ellos se habla del difunto, se comparten recuerdos, se come y se toma café. Incluso hay quien hace fotos. Es posible que, durante los días que he dedicado a escribir este texto, se hayan celebrado las exequias de Arto Paasilinna y, por qué no, alguien haya recordado en su discurso que la joven Raija, en La dulce envenenadora, hizo la siguiente aseveración: «Pensándolo bien, un entierro no resultaba tan caro, sobre todo en comparación con el coste de la vida», y todos los presentes hayan brindado con entusiasmo sordo por ello. Salud.
Leí hace un montón de años Delicioso suicidio en grupo. Uno de los libros más divertidos que haya leído en mi vida. Y uno de los que más me han hecho apreciarla.
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El molinero aullador me parece su libro más actual, aunque no es fácil decidir, pues casi toda su obra tiene un aire cervantino demoledor de nuestra falsa o aparente libertad en el occidente más posmoderno y liberal
Gracias por esas líneas, no se encuentra mucho acerca de el, y aunque él se ha convertido en mi refugio junto a películas de Kaurismaki, solo queda agradecerle siempre por esas sonrisas que nos dejan sus libros.