Destinos Ocio y Vicio

Alguien dijo que la oscuridad siempre reina a los pies del faro

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Farero de Estaca de Bares. Fotografía: Xosé Abad (CC BY-SA 3.0).

Por eso se la llamó Babel, porque fue allí donde
Yahveh confundió la lengua de los hombres y los
dispersó por toda la faz de la tierra.

Génesis 11:9

Tal y como se narra en el Leabhar Ghabhála Érenn —o Libro de las invasiones irlandesas—, uno de los 72 idiomas que nacieron cuando los hombres fueron condenados a no entenderse entre ellos por haber intentado alzarse hasta el cielo fue el gaélico. Cuando su depositario, el legendario Gaedel Glas, fundador epónimo de los Gaels y nieto de Fénius Farsaid —poderoso rey de Escitia y uno de los próceres que, en número igual al de lenguas, levantaron la Torre de Nimrod—, fue expulsado de Egipto junto a su mujer Scota, hija del Faraón de la que toma su nombre la región de Escocia debido a que en Argyll y Caledonia se instalaron siglos después sus descendientes irlandeses, se inició un éxodo de características bíblicas que semejaría terminar con el asentamiento de los hijos de sus hijos en el noroeste de la península ibérica.

Uno de ellos, de nombre Breogán, construyó allí la majestuosa ciudad de Brigantia y levantó en su costa una torre tan alta que desde ella sus hijos Ith y Bile podían atisbar la orilla de una tierra lejana y desconocida. Tentado por la curiosidad, Ith navegó hasta ella con intención de explorarla, pero sus habitantes, los Tuatha Dé Dannan, le dieron muerte y enviaron su cadáver de vuelta a Brigantia.

La venganza era inevitable. Los hijos de Míl Espáine, nieto del rey Breogán y sobrino de Ith, comandaron un ejército de 1000 hombres que partieron de Brigantia rumbo a la tierra desconocida dispuestos a conquistarla. A su llegada, el druida Amergin pisó tierra con el pie derecho y entonó un himno. Las diosas Banba, Fodla y Ériu, reinas de los Tuatha Dé Dannan, aparecieron entonces ante ellos y les dieron la bienvenida. Preguntaron si saldrían victoriosos de la batalla y, tras saber que así sería, pidieron que la isla en la que se encontraban fuese nombrada en su honor. Amergin accedió y llamó a aquella tierra Ériu —origen de Éire—. A su llegada a Tara, donde se hallaba la corte, los milesianos fueron recibidos por Mac Cuill, Mac Cecht y Mac Gréine, los tres reyes de los Tuatha Dé Dannan, quienes pidieron que se les concediesen unos días para organizar a su ejército. Los hijos de Míl Espáine aceptaron y se retiraron en sus barcos a una distancia de nueve olas de la costa, pero los druidas de los Tuatha Dé Dannan convocaron una tormenta para que jamás pudiesen regresar. Amergin realizó entonces la «Invocación de Ériu» —o «de Amergin»— y la tormenta se disipó. Divididos en dos grupos liderados por Eber Finn y Éremón, los hijos de Míl Espáine y sus hombres entraron en la isla por Inber Scéine —la bahía de Kenmare— y por Inber Coltha —la desembocadura del río Boyne— y derrotaron a los Tuatha Dé Dannan en las batallas de Sliabh Mis y Tailtiu, donde Mac Cuill, Mac Cecht y Mac Gréine fueron vencidos en tres combates cuerpo a cuerpo contra Eber, Éremon y el mismísimo Amergin, quien dividió Irlanda entre sus hermanos, correspondiéndole a Éremón el norte y a Eber Finn el sur.

El Leabhar Ghabhála Érenn cuenta así cómo los celtas goidélicos llegaron a Irlanda a través de Galicia, acompañados de la lengua que Gaedel Glas había recibido en la caída de Babel y permitiendo que Breogán descansase para siempre en paz después de que su hijo Ith fuese al fin vengado. Su muerte no había sido en vano. Éire era la tierra prometida y la construcción de la torre de Brigantia un necesario eslabón del destino.

La leyenda dice que, más adelante, en el siglo II de nuestra era, los romanos levantaron en el lugar donde se encontraba la torre un gran faro de navegación que, en consonancia con su mitología, fue bautizado como Torre de Hércules. Las tropas de Julio César habían denominado al lugar Brigantium en el año 62 a. C. Hoy en día es conocido como A Coruña, y su gran faro, custodiado por una estatua del primer gran rey celta y padre del pueblo gallego, todavía es su elemento más reconocible.

Y es que Galicia, llamada en su himno fogar y nazón de Breogán por Eduardo Pondal, ha estado siempre e íntimamente ligada al océano. Es imposible entender la historia de Galicia, su clima, su economía, el carácter de sus gentes o su organización social y territorial sin el mar gallego. Del mismo modo que es imposible entender el mar gallego sin los 50 solemnes vigías que, como la Torre de Hércules, todavía guían inalterables a quienes en la noche se acercan a sus abruptas costas. Solitarios. Mudos. Acaso eternos.

Porque eso es lo mágico de los faros. Que son testigos inertes de los siglos. De épocas en las que el horizonte era finito. En las que el océano, indomable, era enemigo mortal de los hombres y eterno deudor de sus mujeres. De un tiempo en el que los puertos no dormían jamás y el inmenso mar todavía escondía últimos refugios.

Recorrer el litoral gallego explorando uno por uno todos sus faros es un viaje casi obligatorio que requiere, quizá, de una gran cantidad de tiempo libre y una minuciosa planificación. No obstante, igualmente recomendable es acercarse a esa realidad de un modo menos conclusivo y emplear cualquier fin de semana en conocer tan solo algunos de ellos. Si me lo permiten, les recomendaré tres —y alguno más por el camino— que asegurarán la inversión.

Faro de Estaca de Bares

Vengan de donde vengan, pasen la primera tarde en Viveiro. Al este, a no demasiados kilómetros, la famosa praia de Augas Santas —conocida como playa de As Catedrais— en Ribadeo o el paseo marítimo de Burela son también maravillas dignas de ser visitadas, pero en mi humilde opinión, Viveiro es la joya del litoral cantábrico gallego. Situada en lo más hondo del valle del río Landro y flanqueada por la serra do Xistral y la ría de Viveiro, es sencillamente una villa preciosa. Un antiguo pueblecito pesquero que hoy conserva todo el encanto de lo tradicional y ha sabido crecer con buen gusto y coherencia, a diferencia de tantas y tantas otras poblaciones que, especialmente en Galicia, han ido mutando en deformes adefesios de ladrillo y hormigón engullidos por el feísmo.

El Restaurante Nito es un excelente lugar para cenar. Ubicado en la praia de Area, hacia la cual están orientados sus grandes ventanales, ha sido recientemente considerado como uno de los mejores restaurantes de comida tradicional de España. Entre sus especialidades destacan la merluza del pincho preparada a la gallega y los calamares en su tinta pescados ex profeso en la propia ría, cuyas magníficas vistas, además, son un acompañante perfecto para semejantes manjares.

Hagan noche en el Hotel Semáforo de Bares, a apenas 25 kilómetros al oeste de Viveiro, de camino al faro de Estaca de Bares. Situado en un promontorio a 210 metros sobre el nivel del mar, el formidable paisaje que acoge a esta antigua construcción militar convertida ahora en hotel es espectacular.

El paseo matinal del día siguiente pondrá fin a la primera etapa del viaje. A tan solo media hora caminando, y siempre dejando a nuestra derecha los imponentes acantilados del cabo Estaca de Bares, se encuentra el faro. En el punto más al norte de la península ibérica, frente a la inmensidad del mar Cantábrico. Con una torre de 33 metros de altura, su luz lleva orientando a navegantes desde el 1 de septiembre de 1850. Detenerse un instante a contemplar las olas rompiendo incesantemente a los pies del precipicio mientras el resto del mundo parece mantenerse en silencio es una experiencia impagable.

Torre de Hércules

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Fotografía: Jose Luis Cernadas Iglesias (CC).

En la ruta costera que recorre las Rías Altas desde el cabo Estaca de Bares hasta la ciudad de A Coruña nos encontraremos con otros fabulosos faros como el de Punta Candieira, cabos Prior y Prioriño, Punta de Mera o el que corona el Castillo de San Antón, pero detenerse a explorar todos los faros gallegos requiere, me temo, de algo más que de un fugaz fin de semana.

Ya en Coruña, y probablemente habiéndonos detenido en los faros de Punta Frouxeira en Valdoviño, cabo Ortegal en Cariño o cualquier otro de los mencionados su belleza, en fin, hace que la parada en el camino sea inevitable, se impone la visita a la Torre de Hércules, cuya contemplación en plena noche inspiró este artículo.

Data probablemente del siglo II d. C. y es el faro en funcionamiento más antiguo que existe, habiendo sido testigo del auge y ocaso de las numerosas civilizaciones que, a lo largo de más de dos milenios, han surcado en sus naves el Atlántico. Se encuentra sobre una colina denominada Punta Eiras situada a casi 60 metros sobre el nivel del mar, lo que dota al faro, de 57 metros de altura, de una posición como centinela verdaderamente privilegiada.

En su base se puede leer la inscripción «Consagrado a Marte Augusto. Caio Sevio Lupo, arquitecto de Aeminium. Lusitano en cumplimiento de una promesa», lo que nos indica tanto el nombre de su creador como su lugar de procedencia, en la actual Coímbra (Portugal).

Restaurada en 1789 por Eustaquio Giannini mediante la construcción de cuatro fachadas neoclásicas que protegen y ocultan el núcleo interior del antiguo faro romano, la Torre de Hércules es una joya histórica y arquitectónica cuya mera existencia empequeñece a su observador. Abandonarla sin conocer las características escaleras que, intramuros, sustituyeron en su día a la rampa exterior que ascendía hasta la lámpara del faro y por las que actualmente se accede a la solana es desperdiciar una oportunidad única.

Continuando la ruta desde A Coruña por la Costa da Morte, nos encontraremos con otros faros interesantes como los de Punta Nariga, Punta Roncudo, Punta Laxe y cabo Vilán. Este último se encuentra en el municipio de Camariñas, que es un lugar fenomenal para comer. Adentrándonos en su principal núcleo de población, de nomenclatura homónima, se encuentra el Restaurante Rústico Puerto Arnela, ubicado en la planta baja de un encantador hotelito de piedra situado junto al puerto. Su especialidad es el marisco a la plancha y la parrillada de pescados, y su precio muy asequible. Después de calmar el hambre, continuaremos la ruta para alcanzar, en su tramo final, el turbador fin del mundo.

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Faro de Cabo Ortegal. Fotografía: Xulio Villarino.

Faro de Fisterra

Punta da Barca, en Muxía, y cabo Touriñán, el punto más occidental de la España peninsular, son los dos últimos lugares en los que encontraremos faros antes de llegar a Fisterra desde Camariñas viajando por la Costa da Morte. A todos los restantes, que ascienden a más de 20 y en su inmensa mayoría se hallan en las Rías Baixas, me enfrentaré en otro artículo.

Fisterra, en castellano Finisterre Finis Terrae en latín—, debe su nombre a la creencia romana de que allí, al borde de lo que la Edad Media conocería siglos después como Mare Tenebrosum, se encontraba el lugar más extremo del mundo conocido. El fin de la tierra.

Y la verdad es que no me extraña. A medida que uno va adentrándose en el cabo, la infinidad del Atlántico parece envolverle por completo y el mundo ir quedándose cada vez más y más atrás. Desde el faro, casi todo es horizonte y casi todo es mar. La sensación de insignificancia frente a un océano que se antoja ilimitado e inabordable es extraordinaria y, por momentos, abominable.

Todo el mundo, al menos una vez en su vida, debería visitar el faro de Fisterra al atardecer y contemplar cómo el sol parece adentrarse en las aguas del Atlántico para apagarse hasta el día siguiente… Con razón los peregrinos, después de descansar en Compostela, llevan acudiendo a este lugar a lo largo del célebre Camino de Santiago a Finisterre desde hace siglos y siglos.

Y de hecho, no se me ocurre mejor forma de terminar el día que recorriendo ese camino histórico a la inversa para cenar y descansar en Santiago, que se encuentra a tan solo 90 kilómetros de allí.

Llegar a la capital gallega a última hora de la tarde o una vez se haya puesto el sol es además perfecto para aprovechar al máximo su zona vieja. Cenar de tapas por sus calles disfrutando de los maravillosos rincones del casco histórico y degustando platos típicos de la gastronomía autóctona es un placer incomparable. O Celme do Caracol en la rúa da Raíña, A Taberna do Bispo en la rúa do Franco, el San Clemente en la rúa de San Clemente, La Bodeguilla en la rúa de San Roque, el Abellá, María Castaña, O Gato Negro… La lista es interminable y propicia para gozar de una fantástica velada hasta bien entrada la medianoche.

Y para dormir —quien quiera hacerlo—, la Pensión 25 de Julio, en la rúa Rodrigo de Padrón, es el lugar ideal. Situado a dos calles de la Catedral, es un hotelito de seis habitaciones distribuidas en tres plantas en las que todo está cuidado al detalle. A la hora de reservar, las habitaciones exteriores son la mejor opción en verano, ya que todas cuentan con un pequeño balcón que da a una tranquila placita justo al lado de la Alameda.

Al día siguiente, sencillamente, disfruten de Compostela. Suele decirse —aunque realmente no sea así— que su nombre deriva del término latino Campus Stellae, el Campo de la Estrella al que conducía la Vía Láctea orientando a los peregrinos hasta la tumba del Apóstol. La misma Vía Láctea que, según el Leabhar Ghabhála Érenn, guió a los descendientes de Gaedel Glas en su éxodo hasta el noroeste de la península ibérica, donde su rey fundó la ciudad celta de Brigantia y levantó una enorme atalaya que más adelante se convertiría en la Torre de Hércules, uno de los principales símbolos de esta tierra a la que pertenezco llamada Galicia, fogar de Breogán.

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7 Comments

  1. Vaya inspiración con reminiscencias de etnias tan lejanas como asimismo añoradas. Excelente sensibilidad para la narración y el orgullo. Y el todo dentro de la luz salvadora de ese faro de mal agüero. Qué contradicción! Muchísimas gracias por la lectura.

  2. Tan hermoso como ficticio: una agradable lectura con excelentes recomendaciones.
    Gracias.

      • Jeje,… Interesante aínda que pouco concluínte artigo. Supoño que habería que botarlle unha ollada ao estudo ou ao libro que se menciona. De todos os xeitos, non vexo a relación coa saga de Breogán e demáis. Que os finisterres atlánticos están vinculados? Acabáramos, vaia descubrimento!

        O artigo é marabillosamente ficticio por varios motivos: toma como fontes históricas o Libro das Invasións ou o himno de Pondal, menciona sen pudor a destrución de Babel e recomenda unha ruta de fin de semana que vai de Viveiro a Compostela pasando por Coruña e a Costa da Morte… Isto último supoño que sería posible se gustamos de chegar-baixar-facer selfie-marchar…
        Por outra banda, creo que o autor é consciente do ar nebuloso e mítico do seu texto, xa que comeza cunha cita do Antigo Testamento.
        En todo caso, repito: todo isto non resta nin fermosura nin galeguidade a un artigo que, ademáis, inclúe unhas recomendacións excelentes. Agardo impaciente a segunda entrega.

  3. Pedro

    Gran artículo. Lo único, pedir al autor que se guarde las loas a Viveiro, no sea que alguien las lea y quiera ir. Ya lo hace mucha gente, a la que no frena que esté a más de 30 minutos de la autopista.

  4. Non é punta nanga.
    É Punta Nariga, unha construcción maravillosa, ainda que bastante nova comparada co resto de faros.

  5. Pingback: Paolo Rumiz: «A Europa no le bastará con construir una identidad frente al enemigo» - Jot Down Cultural Magazine

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