Fotografía: Ferran Mateo
Durante más de dos décadas, Rachel Muyal estuvo al cargo de la Librairie des Colonnes, de Tánger. Fundada en 1949, en el momento álgido del periodo internacional, esta librería relativamente pequeña ha ejercido, y aún ejerce, una gran influencia en la vida cultural de Tánger y de Marruecos. La lista de escritores que pasaron por la ciudad del Estrecho es larguísima (Samuel Beckett, Jean Genet, Juan Goytisolo, Paul y Jane Bowles, William Burroughs, Tennessee Williams, Truman Capote, etc.) y hoy sigue siendo un polo de atracción para intelectuales locales y extranjeros de paso. Para hablar de los escritores en Tánger, Les Colonnes es el palco privilegiado desde el cual observar su puesta en escena, así como los bastidores entre los que se fraguó la historia de su mito literario.
A pesar de que la realidad ahora es otra, Muyal no cultiva la nostalgia y ve con gran optimismo el momento actual. En esta entrevista, que duró todo un día del mes de marzo, nos acompañó el escritor y director de la librería Simon-Pierre Hamelin. También se añadieron, en distintos momentos, el escritor argentino Santiago de Luca y la hispanista Randa Jebrouni. La conversación discurrió en el café La Colombe del bulevar Pasteur, la casa de Rachel, la antigua sinagoga Nahón situada en la medina y en el restaurante del nuevo hotel Hilton.
¿Cómo fueron los inicios de la librería, cuando abrió sus puertas en 1949 en la céntrica avenida Pasteur de Tánger?
Rachel Muyal (R. M.): Las primeras libreras, las Gerofi, dos cuñadas judías de origen húngaro, regentaron la Librairie des Colonnes en la época del Tánger internacional, cuando la ciudad estaba llena de bancos y de compañías extranjeras. Primero llegó Isabelle, que tenía una librería-galería en Bruselas, y luego su cuñada, Yvonne, que fue bibliotecaria en la Universidad de Bruselas. El marido de la primera y hermano de la segunda fue el arquitecto Robert Gerofi, conservador del Museo de la Alcazaba y profesor de arte en el instituto francés; tenía una cultura enciclopédica. Juntos formaban un trío extraordinario: sumaban una cultura sin parangón en la ciudad. Se entraba a su librería como se entra en una capilla.
¿Por qué decidió la editorial Gallimard invertir en una librería en Tánger?
M.: Circulaba mucho dinero en la ciudad y la editorial vio el potencial. Ya tenían un pie en Marruecos con las librerías Farraire en Casablanca y Céré en Rabat, con las que se asoció para el proyecto de Tánger. Cuando yo empecé, la editorial tenía un papel testimonial, pues vendió sus participaciones poco antes de que yo entrara, en 1973. Pero la editorial y sus comerciales siempre mantuvieron una relación especial con la librería, a pesar de sus modestas dimensiones.
Simon-Pierre Hamelin (S. P. H.): Gallimard no se implicó mucho en la librería, porque tenía una participación muy pequeña. En cambio, se convirtió en el lugar de contacto con sus autores de paso en Tánger, como Jean Genet, Marguerite Yourcenar o André Gide. Fueron les dames Gerofi quienes dieron a la librería, ya desde sus inicios, ese toque de distinción tan particular suyo, como punto de encuentro entre lectores y autores y entre el círculo de intelectuales que se juntaba en Tánger. Se mostraban especialmente próximas con los escritores de visita y abrieron la librería a otras disciplinas artísticas: organizaron exposiciones de pintura y un salón literario al estilo europeo.
Rachel, ¿siempre has vivido en este edificio del bulevar Pasteur, justo enfrente de la librería y al lado del hotel Rembrandt?
M.: Mi familia se mudó aquí el mismo año de construcción del edificio, que coincide con el de la apertura de la librería. Antes vivíamos en el paseo Severo Cenarro, la calle que conducía, después de subir a la Alcazaba, a la meseta del Marshan.
De alguna manera, parecías predestinada a trabajar en Les Colonnes. ¿Cómo te surgió la oportunidad?
M.: Hubo una primera conversación con Isabelle en el Country Club, en torno a 1973. La compañía americana en la que trabajaba, RCA Global Communications, cerraba su filial y me ofrecieron primero un puesto en Madrid, que me parecía bien por la cercanía con Tánger, pero luego me dijeron Londres, y ahí sí que ya no me veía. Isabelle me planteó que considerara coger su relevo en la librería. A las Gerofi las precedía una fama increíble, yo era la primera que me quedaba boquiabierta con su sabiduría. Y así fue como me ofrecieron la oportunidad de entrar en ese mundo tan hermético. Eran mayores y buscaban a alguien joven. Además, tenían presiones desde Rabat y Casablanca, porque el negocio no iba bien del todo. Yo no sabía nada de cómo llevar una librería. Un día de ese año, cuando iba a la playa con la toalla, pasé por la librería. Había un montón de cajas de libros y me pidieron que las ayudara. Según Ivonne, en media hora sabría si yo serviría o no. Desde esa mañana de junio en que, en lugar de ir a la playa, me quedé a abrir cajas de libros, pasé veinticinco años al frente de la Librairie des Colonnes, que no está nada mal.
P. H.: Rachel guio el negocio durante la transición a la independencia de Marruecos. Con ella, por primera vez al frente de la librería estuvo una tangerina. Se ocupó de que siguiera siendo un espacio de expresión y de libertad, organizando conferencias, presentaciones de libros y firmas de autores.
Era una costumbre que después de que los autores presentaran sus libros se subiera a tu casa a tomar una copa, ¿no, Rachel?
M.: Sí, a veces, y así se vendían más ejemplares. Los clientes compraban el libro, el autor lo firmaba y luego iban todos juntos a mi piso para tomar «la copa de la amistad».
Uno al que invitaste fue Amin Maalouf…
M.: Dio una charla cuando estuvo en Tánger antes de firmar sus libros. Explicó que estaba leyendo sobre el explorador y viajero tangerino Ibn Battuta y que, en una nota a pie de página, vio que un comentario suyo lo había confirmado un tal León de África. El nombre le llamó la atención, investigó sobre su figura y ya no pudo dejarlo. Aquí le preguntó a Tahar Ben Jelloun si sabía quién era León el Africano. Él le respondió que no solo sabía quién era, sino que su madre vivía en la calle que llevaba su nombre en Tánger.
¿Qué tipo de público acudía a la librería?
M.: Todo aquel que se sentía un poco intelectual iba a la librería, para buscar, aprender, conversar… Yo entré en la librería cuando todos los trabajadores extranjeros con conocimientos técnicos se habían ido. Entonces los marroquíes empezaron a sustituirlos. Tenían afán de aprender: cómo arreglar un grifo, cómo funcionaba el motor de un coche… Todos esos manuales estaban escritos en francés, no tenían otro modo de aprender, así que me preocupé de que los tuvieran al alcance. Entonces no había ordenadores, así que tenía que consultar una enorme cantidad de catálogos y bibliografías. Y así fui cogiendo fama, gracias al boca a boca: «Hay una señora que sabe de todo y te dirá qué hacer». Así empezaron a entrar tangerinos musulmanes y fidelicé la clientela. Si fuera creyente, diría que Dios me ayudó o, como decimos en jaquetía, el dialecto de los sefardíes tangerinos, «tu madre pidió por ti».
¿Te resultó difícil hacer que fuera rentable?
M.: Una librería no es un negocio al uso, pero al final hay que tener un buen contable detrás, y yo tenía uno excelente que me lo enseñó todo. Me decía que, al cerrar cada día la puerta de la librería, tenía que haber ganado tantos dírhams, si no, no podría pagar a los empleados, la luz, etc. Claro, entonces empecé a diversificar la venta, a buscar nuevos clientes. Me ayudó también mi conocimiento del español, porque en las universidades tenían que crear sus bibliotecas y acudían a una persona con quien pudieran hablar, como por ejemplo el arabista Bernabé López García, que era profesor en la Universidad de Fez. Primero vinieron de Casablanca, luego de Fez, de Agadir… Conseguí pedidos importantes. Marruecos vivía una época en la que todos querían aprender, no solo de literatura, también de libros técnicos, como he dicho. O, por ejemplo, sobre lo que necesita saber una mujer durante el embarazo y los primeros meses, J’attend un enfant, J’élève mon enfant. De esos títulos vendí muchísimo. Luego venían con sus hijos y les recomendaba libros para aprender a dibujar, etc. Esos niños ahora ya son padres y abuelos, se acuerdan de cuando venían a la librería y me dicen cosas preciosas cuando se encuentran conmigo.
Seguí todos los consejos de las Gerofi, sobre todo uno: para llevar una librería hay que saber más contar que leer. «Sé siempre prudente, no pidas muchos ejemplares del mismo título», me repetían, y se me quedó grabado. Podía pedir hasta veinte ejemplares de Tahar Ben Jelloun, que entonces era de los que más vendían, o incluso setenta de El desafío, de Hasán II. De otros autores no podía encargar la misma cantidad. Era un capital inmovilizado, que no podría sacar hasta al cabo de tres o cuatro años, y eso no hay librería pequeña que lo aguante.
Además de esos libros, ¿qué otros títulos te pedían?
M.: Vendía títulos críticos con el franquismo, como los de Ruedo Ibérico, una editorial de París que publicaba libros contra la dictadura. Se vendían muy bien. La gente cruzaba el Estrecho, los compraba, les arrancaban la cubierta o los forraban con papel de periódico y volvían con ellos. También el diario España, tal vez el que tenía un punto de vista más liberal. Se siguió publicando después de la independencia de Marruecos y se vendía también en la Península. También estuve atenta a todo aquel pensamiento filosófico que pudiera interesar en Tánger. Para eso, había unas colecciones francesas muy buenas sobre sufismo y cultura árabe, traducciones de Averroes, Ibn Arabi…
¿La suscripción de periódicos daba dinero?
M.: Todo, vender Le Monde todos los días daba dinero. Le Monde y Le Figaro nunca llegaban con retraso. El País, sí. Y me daba coraje ver que no fuesen capaces de enviar los periódicos españoles el mismo día. Además, a un precio exorbitante. En cambio, Le Monde era más barato que en Francia. A cada cónsul español que venía se lo explicaba: «¿Por qué os dejáis que os pasen la mano los franceses?». Un día Daniel Rondeau vino a la librería y compró Le Monde. Se fue encantado y escribió un artículo fenomenal.
El mismo que encuestó a cientos de autores para preguntarles por qué escribían y al que Paul Bowles respondió: «Escribo porque todavía estoy en el país de los vivos».
M.: Sí, y por eso tomó un avión a Tánger, para conocer al hombre que le dio esa respuesta.
Y tú, Simon-Pierre, ¿cuándo te incorporaste a la librería?
P. H.: Llegué a Tánger en 2003 y me convertí en un habitual de la librería, que entonces era una especia de tumba vacía y polvorienta. Mucha gente aún peregrinaba a la librería porque conservaba su aura de leyenda. El proyecto en sí era apasionante y, por eso, acepté: devolver a la librería su antiguo esplendor y mantenerla viva en el imaginario literario de Tánger. Pero al principio me encontré con muchas dificultades, porque el propietario no quería invertir ni un solo dírham. Después de quince años la sociedad marroquí ha evolucionado mucho y los jóvenes leen cada vez más. En Marruecos los libros tienen todavía un fuerte componente político y, al fin y al cabo, la libertad también pasa por la lectura.
Pierre Bergé, mecenas, bibliófilo y cofundador de la marca Yves Saint Laurent, tuvo un papel determinante para que pudieras relanzar la librería cuando Rachel ya no estaba. En diciembre de 2010 se renovó por completo su imagen, tal como la conocemos hoy.
P. H.: Curiosamente, el primer trabajo que tuvo Bergé en París, a finales de los cuarenta, fue de librero. Siempre fue muy amigo de escritores y apoyó muchos proyectos relacionados con la literatura: premios o museos como los de Zola y Jean Cocteau. Además, tenía una de las colecciones de libros antiguos más importantes del mundo. Llevaba treinta años visitando Tánger. Un día entró en la librería y le entristeció ver que el dueño no quisiera invertir en ella o disponer de un mejor fondo. Entonces la librería estaba bastante vacía. Me dijo: «La compraré si te quedas». Le había explicado cuál era mi proyecto para la librería y enseguida lo entendió. Conmigo ya como director, se creó la revista literaria Nejma, en 2006, y, en 2010, una editorial, Librairie des Colonnes Éditions, así como una sección de literatura árabe e inglesa, otra de infantil, y organizamos presentaciones de libros en las cuatro lenguas que han sido habituales en este espacio: dariya, inglés, español y francés.
¿Cuál es la clientela actual?
P. H.: Probablemente el 80 % de la clientela sea marroquí. A menudo leen árabe, francés, español e inglés. La escuela francesa está a doscientos metros de la librería y, aunque cuenta con una plantilla de cincuenta profesores, solo dos pasan por aquí alguna vez. Al resto no los vemos. Lo mismo se puede decir del resto de escuelas extranjeras en Tánger. El 20 % de nuestros fondos se componen de títulos en árabe. Los marroquíes leen sobre todo clásicos de la literatura, filosofía y ensayo. Entre nuestros superventas hay obras de Dostoyevski, que tenemos en traducción al árabe, al francés y al inglés.
Es curioso que Dostoyevski escribiera sobre San Petersburgo, la ciudad menos rusa de Rusia, y que encuentre lectores hoy en Tánger, la ciudad menos marroquí de Marruecos.
P. H.: Es verdad. Algunos rusos se afincaron aquí después de la Revolución rusa, desde Odesa o Bizerta. La ruso-tangerina más famosa fue Ira Belline, sobrina de Stravinski, que en los años treinta del siglo pasado trabajó para la industria del cine en París. En Tánger, desde finales de la década de 1940, regentó una floristería al lado de la librería después de dirigir un famoso club nocturno, el Parade. También fue dama de compañía de la multimillonaria Barbara Hutton, que le ofreció la antigua casita cerca de Marrakech del conde Tolstói, uno de los hijos del escritor. Hoy los rusos que hay en Tánger trabajan en los casinos, son ingenieros o mujeres que se casaron con marroquíes que fueron a estudiar a la Unión Soviética, sobre todo Medicina. Algunas abrieron negocios en Tánger, como la frutería próxima a la librería, donde a veces venden caviar y pescado en salazón.
¿Qué encontraban los escritores que venían a Tánger?
M.: Una libertad total. Siempre repito lo que dijo Truman Capote: ante la Acrópolis, uno se siente sabio; ante San Pedro de Roma, en estado de gracia; pero, en el Zoco Chico de Tánger, todos se sienten libres. Libertad en todos los sentidos.
He leído en alguna parte que dices que hay que coger lo bueno de cada cultura. Es una buena filosofía, que cobra mayor importancia cuando la reivindica alguien que ha vivido en aquel Tánger multicultural en el que convivían las tres religiones.
M.: A mí me gusta hablar de respeto, no de tolerancia. Cada uno es lo que es. Nada más, pero nada menos. Aquí lo hemos practicado siempre, es parte de la esencia tangerina. Adonde vayas, siempre lo encontrarás. Por ejemplo, la centenaria sinagoga Nahón en el corazón de la medina, cuya decoración se inspira en motivos ornamentales de Granada, está pared con pared con una iglesia católica. Leí una vez que los católicos se quejaban porque los judíos cantaban en la sinagoga: «Ya nos están estropeando la misa». Y, a lo mejor, los judíos pensaban lo mismo de sus vecinos. Pero unos y otros convivieron sin problemas. Qué lástima que el proyecto de la catedral de Gaudí no se llevara a cabo en Tánger. Estaba previsto que se construyera donde hoy se levanta la mezquita Mohamed V, junto al barrio de Iberia. Imagínate la de visitantes que vendrían ahora.
P. H.: El diálogo entre culturas es una de las mejores cosas que Tánger nos ofrece. Probablemente sea una de las últimas ciudades del Mediterráneo donde encuentres personas de religiones y nacionalidades tan diversas conviviendo en una atmósfera de cordialidad. De joven viajé mucho, a la India y a Rusia, pero solo hay un sitio donde puedo hablar hindi y ruso, entre otras lenguas: Tánger.
Y tú, Rachel, ¿cuál es la lengua en la que te sientes más cómoda?
M.: El francés. La lengua en la que escribo es el francés. Sueño en inglés, en color. Cuando sueño en español, en cambio, es en blanco y negro.
¿Cuáles son los libros, según vosotros, que más ayudan a entender la esencia de Tánger?
M.: Cada ciudad tiene sus libros, o, mejor dicho, autores que escribieron libros estupendos. Por ejemplo, El cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrell, sobre la ciudad egipcia. Y siempre me pregunto cuándo va a haber un tangerino que escriba algo como Durrell, pues creo que, hasta hoy, nadie lo ha hecho. Casi me atrevo a decir que lo mejor es el prólogo de Shlomi Ben Ami a El mazal de los pobres, de Elie Benchetrit. Es uno de los textos más bellos que he leído sobre Tánger. Aunque Ben Ami se fue con siete años, supo plasmar la esencia del orgullo de ser tangerino, que a mí me inculcaron mis tíos, quienes me criaron.
P. H.: Yo me quedaría con estos títulos: Una vida llena de agujeros, de Mohamed Mrabet; El pan a secas y Tiempo de errores, de Mohamed Chukri. La vida perra de Juanita Narboni, de Ángel Vázquez; Reivindicación del conde Don Julián, de Juan Goytisolo, y El Gran Zoco, de Joseph Kessel.
Hablemos un poco de El pan a secas, de Mohamed Chukri.
M.: Chukri escribió su libro en árabe y se lo leía, a la vez que se lo traducía oralmente al español, a Paul Bowles, porque ellos hablaban en español. Y Paul Bowles tomaba notas, fue él el primero en traducirlo a otra lengua. Si él no se hubiera interesado por Chukri, nadie lo habría conocido. Una vez le dije a Chukri que me dejara el texto árabe. Se lo pasé a un amigo, un representante de las Naciones Unidas sudanés, con un excelente dominio del árabe, para que me diera su opinión. Me dijo que era una nueva manera de escribir el árabe, porque el árabe es un idioma sagrado, la lengua del Corán, y no se debía utilizar para escribir groserías. Chukri hizo una autoedición, porque nadie quería publicarlo, y en menos de una semana vendió muchos ejemplares. ¿Y qué pasó? Que el Ministerio del Interior prohibió su venta en todas las lenguas, no solo en árabe. Yo puse la edición alemana en la librería, no en el escaparate, sino en la vitrina interior, así pasaba más desapercibido. Se ha traducido a más de dieciocho lenguas. Siempre que salía una nueva versión, me traía un ejemplar dedicado: «A la buena de Rachel».
En cuanto a libros prohibidos, recuerdo que una amiga mía americana vino a Tánger y me habló de Trópico de Cáncer. Su crítica fue tan elogiosa que fui a buscarlo a la biblioteca del Instituto Francés y me dijeron: ni lo tenemos, ni lo tendremos. Muy bien, respondí, y fui a encargarlo a Les Colonnes.
Recuerda La librería, de Penelope Fitzgerald, el terremoto que se desencadena cuando en una pequeña librería de pueblo quieren vender Lolita.
M.: Parece mentira que ahora se pueda romper un escaparate porque esté Lolita, de Nabokov. Me parece un poco exagerada la lectura feminista de la novela. Me recuerda a cuando las obras de Sade se incluyeron en el Índice de libros prohibidos. Chukri escribió cosas horribles en sus memorias que me destrozaron el alma, porque me descubrió la miseria en que vivía alguna gente en Tánger, como cuando explica que su padre estranguló a su hermano… Y desde el principio sentí simpatía por ese hombre. Recuerdo que un día estaba tomando algo con unas primas y se nos acercó un tipo desaliñado para vendernos rosas. Le dijimos que no, se puso a deshojar las rosas y se fue metiendo los pétalos en la boca, una imagen que me pareció de una poesía increíble. Así hizo que nos fijáramos en él. Más tarde, convertido ya en escritor, vino a la Librairie des Colonnes. Siempre le demostré mi afecto. La tangerina Rajae Boumediane tradujo al español El loco de las rosas.
P. H.: Hace cinco años, mientras Juan Goytisolo participaba en un encuentro sobre Mohamed Chukri, les pidió a los nuevos editores, de Cabaret Voltaire, que cambiaran el título de El pan desnudo por El pan a secas, y así lo hicieron. Con el manuscrito hubo cierta polémica. Recuerdo que en una semana escuché a tres personas decir: «Yo escribí El pan desnudo». Incluso Tahar Ben Jelloun me dijo que menos mal que estaba él, porque Chukri no conseguía armar el libro. El pobre Chukri se debe de estar revolviendo en su tumba.
Un libro colectivo…
M.: Lo que hizo Chukri tuvo mucho mérito. Era muy auténtico y valiente. Recuerdo un día que lo habían invitado a dar una conferencia y se presentó en la librería cuando estaba abriendo por la tarde. Se tambaleaba. «Chukri, venga, tómate un café», le dije en español, «ahora te vas a ir a dormir a tu casa y no tomes ni una gota más de alcohol, que a las siete tienes una conferencia». Me escuchó, se fue… Yo estaba intranquila, a las siete menos cuarto fui al hotel Chellah, donde se celebraba la conferencia, y vi a Chukri, charlando con unos y con otros. Hizo la mejor charla que le escuché, y supo responder a todas las preguntas con inteligencia. Me quedé maravillada por su presencia y lo abracé.
¿Y qué hay de Ángel Vázquez? Hablemos de La vida perra de Juanita Narbona.
M.: Vázquez vivió en una casa muy pequeñita de mi tío. Al pobre se le murieron la madre y la abuela, a las que cuidaba. Siempre trabajaba bajo la supervisión de Emilio Sanz de Soto, uno de los dinamizadores de la vida cultural de Tánger durante los años cincuenta y sesenta, que estaba detrás de él en todo.
Cuando lo conociste, ¿viste en él a un gran escritor?
M.: Cuando leí Se apaga y se enciende una luz, su primera novela, me gustó. Aunque en mi familia provocaba algún que otro quebradero de cabeza porque se olvidaba de pagar el alquiler. Cuando le dieron el Planeta, unas doscientas mil pesetas de la época, mi tío volvía de la calle hecho una furia porque seguía sin pagarle.
Era despreocupado con el dinero. Al parecer, no iba a cobrar a la editorial las regalías de la venta de sus obras.
M.: Cuando Vázquez murió solo en una pensión sin una perra chica, Eduardo Haro Tecglen llamó a Lara, porque estaban haciendo una colecta para pagar la pensión y otros gastos. Le contestó que Vázquez tenía dinero, pero que no lo iba a buscar. Gracias a eso pagaron su entierro. El último cheque que le dio a mi tío ya no tenía fondos [nos enseña el talón]. Lo encontré entre los papeles de mis tíos al cabo de los años.
La traducción al francés, La Chienne de vie de Juanita Narboni, la hizo un tangerino, ¿verdad?
P. H.: Vázquez le pidió a Selim Chérief que la tradujera al francés porque sabía que Selim conocía perfectamente Tánger y la jaquetía. Selim trabajaba con una vieja máquina de escribir. Luego el editor tenía que transcribir la traducción a un archivo informático. Así trabajamos con él para el próximo número de Nejma dedicado a Vázquez, hasta que murió hace unos meses.
M.: Le dije a un editor francés que Selim estaba traduciendo el libro y que valía la pena publicarlo, por el rigor con que lo estaba haciendo. Conservo la reseña de Le Monde, una página entera. Al cabo de poco, vendió entera la primera edición.
¿Qué supone para ti la jaquetía, Rachel?
M.: La jaquetía, el dialecto judeo-español de Marruecos, era lo que hablábamos en casa. Los judíos empezaron a marcharse en los años sesenta, cuando Tánger ya no era internacional. Ahora solo quedamos unos treinta y cinco. Es una lengua con un sabor muy especial, además de rigor y precisión. Dices una palabra en jaquetía y ya lo has dicho todo. Debería preservarse de alguna manera. El libro de Elie Benchetrit, El Mazal de los pobres, sabe captarlo muy bien. A pesar de que los jóvenes ya no lo hablan, a veces, cuando los oigo hablar en inglés, de repente sueltan una palabra en jaquetía, para decir exactamente lo que quieren expresar. Por ejemplo, me gusta especialmente la expresión «De tu boca al cielo», para desear que se cumpla algo que se ha dicho. Tiene su equivalente en dariya: Men doqmek ne-sma, que significa literalmente ‘de tu boca a la puerta del cielo’.
Goytisolo es otro de los escritores que tuvo una vinculación especial con la ciudad del Estrecho…
P. H.: Goytisolo solía hacer bromas acerca de que sus libros nunca se vendían. Tal vez era el escritor que más sabía del mundo árabe y de los vínculos seculares entre este y el español. Pero nunca se le perdonó que dijera que España estuviera tan conectada con el mundo y la lengua árabes.
M.: Veraneaba en Tánger para huir del calor de Marrakech. Empezó a venir a la librería en los setenta. Era muy amigo de los hermanos Lombroso, que tenían una casa en la Vieja Montaña. Se los presentó su mujer, Monique Lange, a la que conoció en Gallimard. Fui a algunas de sus fiestas y en alguna acabé bailando tango en la terraza. Era un sitio extraordinario. Goytisolo aprendió dariya con un método de una universidad estadounidense que compró en la librería. Era un manual muy bueno, vendí muchos. Él sí lo hablaba a la perfección, porque vivía con una familia marroquí y se comunicaba en esa lengua con todos los niños.
P. H.: Durante los veranos, lo veía a menudo. Tomábamos café y hablábamos de literatura. Era, sobre todo, un gran lector. Le daba a leer lo que yo escribía y siempre me daba buenos consejos. Un cumplido suyo era algo maravilloso. Siempre me explicaba anécdotas muy extrañas de su familia o de su vida. En los años sesenta, como estaba vinculado con el Partido Comunista Francés, viajó a menudo a la Unión Soviética y en Moscú comió con Sartre y Beauvoir en un lujoso apartamento de la ciudad. Un día había una gran fuente de caviar en la mesa y un cucharón. Vio a Sartre servirse el caviar a cucharadas y contó esta anécdota en Gallimard.
¿Cómo se recibió su muerte en Marruecos?
P. H.: La muerte de Goytisolo sucedió en Ramadán. Lo enterraron dos días después, muy rápido.
M.: Está enterrado en Larache, porque no quería estar ni en un cementerio católico ni musulmán.
P. H.: Descansa junto a Jean Genet, los «Sidi Juanes» (Santos Juanes), como se los llama aquí. Genet está mirando a la Meca, como se suele hacer en el islam, y la tumba de Goytisolo está un poco en diagonal. Las dos cabezas parece que se tocan.
M.: Así pueden seguir charlando. También le hacen compañía soldados caídos en la guerra del Rif.
Para Bowles, Les Colonnes era el lugar donde la gente acudía para ponerse en contacto con él.
M.: Todos los días se presentaban dos o tres personas y pedían su número de teléfono. Pero él no tenía.
¿Y era una molestia?
M.: No. Dejaban su nombre y yo le mandaba la nota con un recadero a Paul. Él siempre contestaba, al cabo de una hora: «Que vengan a las cinco de la tarde». Siempre a las cinco, como los toros.
Él se había apartado del mundo, pero el mundo iba adonde estaba él.
M.: En sus cuentos tiene el don de describirte situaciones que te hacen repensar la vida en unas pocas páginas. Prefiero sus novelas más cortas. Luego tiene esa autobiografía, Without Stopping, que los ingleses dijeron que más bien se debería de haber titulado Without Telling, porque no contó nada. Todo el mundo esperaba que confesara aspectos de su vida privada, pero no lo hizo porque era muy reservado. Nunca le gustó hablar de eso, pero sí de Jane.
P. H.: En mi edificio vivía una pareja, Susie y David Farmer, que crearon la web www.paulbowles.com. Hacía la competencia a www.paulbowles.org, de un antiguo pariente, Kenneth Lisenbee. Tuvieron una larga disputa, incluso en Wikipedia. Lisenbee ganó la batalla legal en 2009. Los Farmer una noche abandonaron Tánger y no se supo más de ellos.
M.: La foto que os he enseñado antes de Paul Bowles se tomó tres semanas antes de que muriera, en el club de golf.
P. H.: Pero si no jugaba al golf.
M.: Claro que no, pero iba a tomar el sol. Allí no había tráfico. Ya estaba muy débil. Coincidimos en varias cenas, pero siempre guardaba mucho la distancia.
¿Jane era más asequible?
M.: Yo la conocí muy poco y ya estaba enferma. Sufrió mucho. En Málaga la convirtieron al catolicismo. A Paul le enojó que la hubieran enterrado con una cruz, siendo judía. Las monjas le dijeron que se había convertido voluntariamente. A Jane la educaron sus cinco tías, y eso marca. A mí me pasó lo mismo. Es como tener cinco madres. En la cultura sefardí, el mundo de los hombres y el de las mujeres estaba completamente separado. Ahora el niño es dueño y señor, mientras que antes no tenías derecho a nada.
¿Qué autoras te han marcado?
M.: Marguerite Yourcenar es la única mujer que hizo que se me acelerara el corazón cuando cruzó la puerta de la librería. Me fascinó Las memorias de Adriano. Fue a la sección sobre islam e historia de Marruecos, escogió un buen número de libros y pidió que se los mandaran al hotel El Minzah, que allí pagaría. Yo no dormí hasta que no pagó, porque ya me habían hecho algunas jugadas. Al que fue con los libros le dije: o vuelves con dinero o un cheque, o no hace falta que vuelvas, me traes los libros de vuelta si hace falta. También citaría a Marguerite Duras, Françoise Giroud, Assia Djebar, Soumaya Naamane-Guessous, autora de Au-delà de toute pudeur, un trabajo sociológico sobre la sexualidad de la mujer marroquí, Fátima Mernissi…
Poca gente sabe que Patricia Highsmith estuvo en Tánger. La ciudad aparece en Ripley en peligro.
M.: En el piso donde vivió Jane del inmueble Itesa. Ella vino para ver a Bowles, pero cuando Paul se cerraba no había nada que hacer. «Pero ¿qué se ha creído?», pensó. Había venido con una pintora entonces muy conocida, Buffie Johnson, que investigó sobre muchas mujeres increíbles que lucharon por la libertad femenina. Yo me servía de Johnson para acceder a Highsmith, que se sentía un tanto aterrorizada en Tánger. Siempre venía a la librería para ir a beber cerveza a Le Pub. Solo bebía cerveza y en grandes cantidades. Un día me llamó el ministro de Cultura, Mohamed Benaissa, para invitarme a una cena en Arcila (Assilah). Me envió un coche para que pudiera ir acompañada de quien quisiera. Gracias a Buffie, convencí a Highsmith de que viniera. «I don’t know why we are involved in this matter», repetía durante el trayecto. Cuando llegamos, se corrió la voz de que Patricia Highsmith estaba allí. No sabía que fuera tan popular en España, porque la mayoría de los presentes eran españoles. Después de un banquete a lo marroquí y un concierto de Moustaki, me preguntó en el coche de vuelta: «Are you sure this man was a Minister?». Le dije que claro, y ella me miró con cara incrédula. Al día siguiente le enseñé un periódico con la foto de Benaissa, en la que aparecía en una inauguración con el rey. «Look at that!», le dije.
¿Fuiste la primera mujer judía en divorciarte?
M.: Había dos razones por las que la mujer podía pedir el divorcio: que el marido no quisiera tener hijos o que quisiera mudarse a otra ciudad. Y yo cumplía los dos requisitos. Mi exmarido fue muy buena persona y, además, un poco Pigmalión conmigo. Con la ayuda de sus hermanas hicieron que le tomara gusto a la lectura. También fui de las primeras en utilizar el método Ogino, antes de la píldora. No saben las mujeres de ahora la suerte que tienen y lo que nuestra generación y las anteriores sufrieron.
¿Qué debe Tánger a España en su idiosincrasia?
P. H.: Tánger debe a los españoles el ritmo de vida, el paseo, las tapas, así como muchas palabras del dialecto tangerino… Los tangerinos siguen los partidos de la liga española más que en el resto de Marruecos. La comunidad española ha pertenecido, en su mayoría, a la clase trabajadora. Como en Argelia, aquí vivieron con sencillez. Esto cambió después de la entrada de España en la Unión Europea. Pero la reciente crisis económica provocó una nueva emigración a Tánger de obreros, albañiles y otros trabajadores en paro, principalmente venidos de Andalucía, como a principios del siglo pasado.
¿Cómo ve el resto de Marruecos a Tánger, después de verla como la «ciudad maldita»?
P. H.: Hoy el resto de Marruecos considera que Tánger es una ciudad moderna y en pleno desarrollo económico y artístico. Siempre se ha considerado que aquí se puede ser más libre que en otros lugares de Marruecos. Pero hoy a los marroquíes les parece menos extranjera que durante el periodo internacional y el reinado de Hasán II. Los fantasmas de Tánger todavía atraen tanto a los marroquíes como a los extranjeros. Ahora hay una escena literaria en Tánger formada por autores marroquíes y extranjeros: la novelista y poeta Rachida Madani, el dramaturgo Zoubeir Ben Bouchta, el novelista y guionista François-Olivier Rousseau, François Vergne…
El cliché de Tánger y la literatura, ¿cansa?
M.: Al contrario, cuanto más se hable de ello, mejor. Crea una atmósfera. Algunos creen que Tánger se terminó, que ya no va a ser nada. Qué va, eso sigue allí y vuelve. El nuevo Tánger está cada vez más precioso. Su posición geográfica es un privilegio y las cosas solo pueden ir a mejor. Y la prueba es el nuevo puerto, que hace competencia a los puertos españoles.
P. H.: Este renovado interés, en especial por su pasado, se produjo en Francia hace ya unos años. Pero a veces esta producción literaria aborda también temas contemporáneos: los emigrantes, la pobreza, el radicalismo. Los escritores alemanes y holandeses que escriben sobre Tánger son más justos con la ciudad y prefieren abordar la vida actual. Es curioso que haya una especie de «movida literaria» aquí que comenzó en España… No digo que todo sea bueno, pero sí es cierto que hay un interés. Y no todos hablan del pasado, por ejemplo, Antonio Lozano ha escrito sobre los inmigrantes, los harragas. Hace poco celebramos un encuentro con el traductor del alemán y jurista Antonio Pau, porque vivió en el edificio que hay encima de la librería. Ha escrito un libro de memorias de tono poético sobre su infancia en Tánger. Es alguien muy sensible con una historia increíble.
¿Por qué estudió alemán?
P. H.: Su padre obtuvo una beca para estudiar en Alemania en 1938-39 y, cuando llegó, le obligaron a servir con los alemanes en la guerra. Vivió una experiencia terrible, evidentemente, y después vino a instalarse a Tánger. En su familia se hablaba alemán, francés y español. Antonio fue a la escuela francesa y habla perfectamente inglés.
Otro traductor nacido en el norte de Marruecos, en Larache, es Miguel Sáenz. También estudió Derecho y ha publicado sus recuerdos de infancia y juventud, Territorio… Cuando vas a París, Simon-Pierre, ¿visitas otras librerías?
P. H.: Sí, no solo en París, siempre que viajo. Muchas son, por supuesto, más bonitas y grandes que la Librairie des Colonnes, pero no encuentro el mismo espíritu que tenemos aquí en Tánger, la buena atmósfera entre libreros, lectores y escritores. Nuestra librería se podría llamar El cielo protector. Sí, es pequeña, como lo es el centro de Tánger, pero dentro encuentras a todo el mundo. Se oyen y hablan varias lenguas, a veces en la misma frase, con gente de todas partes.
Fantástica entrevista. Gracias por descubrirme este lugar y estas personas.
¡ Qué se puede decir!. ¡Un comentario sobra!
Gracias. Una entrevista rutilante y exquisita.
La lectura de LOLITA de las feministas – pero no solo las feministas – que ve en el libro una apología del abuso de menores tiene tan poco sentido como ver en EL EXTRANJERO de Camus la apología del asesinato azaroso de un árabe, o en EL SILENCIO DE LOS CORDEROS, la apología de canibalismo…
…demuestra cuantos malos lectores hay. Lo de «la suspensión de credulidad» (¿se dice asi? En ingles, «suspension of disbelief») conlleva también una suspensión de nuestro juicio moral – no es la facultad operativa en la lectura de un libro en todo caso – puesto que de alguna forma milagrosa, sabemos distinguir entre ficción y realidad.
Lo que si que es escandoloso en torno a LOLITA es la adaptación al cine de Adrian Lynne con Jeremy Irons como prota. Aquella bazofia trata Humbert Humbert como un autentico romántico, en lugar del grotesco figura cómica y abyecta que es. Es una pelicula que a mi me pone nervioso.
No asi – como no podría ser de otra forma – en el caso de Kubrick cuya adaptación deslumbrante vi de nuevo hace poco en FilmStruck, cuyo cierre hay que lamentar si solo por eso.
Kubrick empieza su adaptación con el mágnifico y hilarante duelo entre Humbert Humbert y un Quilty protagonizado por un Peter Sellars que pocas veces ha estado mejor, destacando desde el primer momento la esencia cómica, ridicula y abyecta de la historia…
Cuando le preguntaron a Nabokov por la provenencia del libro contestó: «Vi un mono en una juala y pensé en Humbert Humbert…»
Pues eso…
Quiero decir que la versión filmica de LOLITA de Lyne concuerda bastante con la lectura de las feministas – pero no solo las feministas – del libro de Nabokov.
Es una lectura terrible porque el libro deja de ser una comedia negra negrisima y se convierte en un drama, o incluso una tragedia, cuando no es aquella la intención de Nabokov para nada: la clave, la pista adicional si hacia falta, es Quilty, que es el doppleganger de Humbert Humbert o mejor dicho su sombra y quien no cabe en una drama, mucho menos recitando a T.S Eliot mientras se agoniza…
Dicha lectura otorga a Humbert Humbert la capacidad de amar, una facultad que muchas menos personas tienen que se suele suponer. No es cierto que todo el mundo sabe o puede amar, puede ser incluso la excepción.
Humbert Humbert es radicalmente incapaz de amar, y la idea de que realmente ama a Lolita es esperpentica… es un enfermo el hombre.
Ese arranque famosisimo de «my sin, my soul, Lolita», es rapsódico arranque hay que leerlo por lo que es: un liricismo barato y vulgar y esperpentica. Y Nabokov en general tiene bastante de lo esperpentico, como tiene Thomas Bernhard también por cierto.
Nabokov, por cierto, no dijo «un mono en una jaula» por supuesto. Estamos hablando de Nabokov, y por tanto dijo exactamente que clase de mono era, que no me acuerdo cual era…
Es decir: los feministas y los viejos verdes leen LOLITA con los mismos ojos miopes, cara A y cara B del mismo disco…
Las feministas la leen y se indignan, los viejos verdes se regodean en ella como si fuese una novela casi erótica, un libro un poco picante («saucy» o «racy» se diría en inglés) como si fuese EL AMANTE DE LADY CHATTERLY por ejemplo….¿no?
Claro, es una lectura que no tiene pies ni cabeza, no hay nada de sexo en el libro.
Si sé que esa lectura existe, es porque hace poco, al releerla, comentaba cuanto me gusta LOLITA y algun hombre – español, un director de cine bastante sonado y algo zafio para ser exacto – y me miró casi con un guiño…
Claro, es peligroso decir que te gusta LOLITA, hay que tener cuidado, los malos lectores acabarán con el mundo… o nosotros en todo caso.
Y los hombres deberíamos de ser tan duros con los hombre que lo lean asi como estamos con las feministas.
El zafio Lyne merecía ser denostado en su momento, junto con Stephen Schiff el guionista / productor, un autentico bruto del tipo que pululan por la industria del cine, un varapalo en condiciones les tocaba a ambos diría yo, no creo que fuese así… Jeremy Irons también, menudo horror de pelicula…
En cuanto a Nabokov, creo que es el gran escritor del siglo XX. Lo tiene todo. Los hay que dicen que el argumento convencional ya no vale, pero Nabokov demuestra que si puede valer si se hace bien; la construccion de sus argumentos es inmejorable… hay otros que no les interesa describir un paisaje o el color del cielo, pero eso Nabokov lo hace mejor que nadie (los colores sobre todo).
Hay escritores que a mi me gustan mucho como Thomas Bernhard o Don Javier Marías con su prosa envolvente, escritores de estilo, puedo leerles todo el día, pero sus argumentos son mas bien pobres en comparación con Nabokov, quien tiene estilo y TAMBIÉN una capacidad de fabulación fuera de lo normal…
LOLITA es tan real como la vida misma…
Un libro alucinante…
Fascinante artículo!!!
Interesante y reveladora entrevista!! Recuerdos que mis padres no tuvieron tiempo de contarme mucho.
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