Cuando Edgar Rice Burroughs escribió la primera versión de Tarzán de los monos le asignó a su héroe un tigre como animal de compañía. Actualmente cuesta creer que un escritor que sitúa una novela en la selva del África ecuatorial ignore que los tigres viven a unos diez mil kilómetros de allí; pero a principios del siglo XX (la primera entrega de Tarzán se publicó en 1912) el tigre, para los europeos, era poco menos que un animal fabuloso, del que no era fácil ver siquiera imágenes fidedignas. Hoy día hemos visto cientos de documentales, fotografías y películas de aventuras en las que los tigres aparecen en todo su esplendor; conocemos bien sus hábitos y sus hábitats, los hemos visto saltar sobre sus presas a cámara lenta, y nos han sobrecogido los primeros planos de sus fauces abiertas de par en par y sus enormes colmillos. Pero hace cien años el lapsus de Rice Burroughs era comprensible: el tigre era el mítico morador de la selva virgen, y la selva más virgen estaba en África. Por supuesto, muchos sabían —sobre todo gracias a Salgari y a Kipling— que en Asia había tigres, pero no todos tenían claro que solo los hubiera allí.
Y si para nuestros abuelos el tigre era casi tan fabuloso como el dragón o el unicornio, para nosotros es casi tan familiar como la vaca. O más: muchos niños que han visto tigres de carne y hueso en zoos y circos nunca han visto una vaca de verdad. Y en cualquier buscador encontraremos más de cien millones de entradas sobre los tigres: el doble de las relativas a las vacas. El tigre es una de nuestras mascotas virtuales favoritas y uno de los iconos recurrentes de nuestra cultura, un fetiche colectivo. Es un motivo habitual de tatuajes y emblemas, y la publicidad utiliza su contundente simbología para promocionar los más variados productos, desde un carburante para automóviles hasta una golosina infantil, pasando por un perfume o —cómo no— un equipo de fútbol.
Al asignarle a su europeo asilvestrado un tigre como anatópico compañero de aventuras, el autor de Tarzán se anticipó a nuestra globalizada jungla de asfalto, poblada de depredadores solitarios y maestros del camuflaje. Hic sunt tigres: la amenazadora terra incognita está bajo nuestros pies.
En cualquier caso, con o sin tigre, el propio Tarzán, actualización y banalización del mito del buen salvaje, es un icono recurrente y un fetiche colectivo, y su historia «ejemplar» es un pastiche convertido en hiperrelato multimediático. Tarzán es hijo del Mowgli de Kipling y nieto del Emilio de Rousseau, y a su vez es el padre y maestro mágico de los superhéroes terminados en «an»: Conan, Superman, Iron Man, Batman, Spider-Man… El hiperbóreo hiperbólico, el hombre de acero y el de hierro, el hombre murciélago, el hombre araña y tantos otros híbridos simbólicos tienen su claro antecesor en el hercúleo hombre mono. Sin más que cortarle el pelo a navaja, pintarlo de azul y endosarle una anacrónica capa, tenemos a Superman. Y mientras Tarzán vuela por la selva de liana en liana, Spider-Man vuela por la jungla de asfalto colgado de sus hilos de seda. Pero, aunque el hombre mono se vista de seda…
La función 32: abdicación
Mono se queda: pese a los recientes esfuerzos de Marvel y DC por dotar a sus superhéroes de cierto espesor psicológico, su discurso no va ni puede ir mucho más allá del consabido «Yo Tarzán, tú Jane»: cada uno con su eterna novia y el lector con las de todos. Un lector mayoritariamente masculino y adolescente —una adolescencia que hoy día se puede prolongar más allá de los treinta años— que pasa del cuento maravilloso al marveloso, con distintos ropajes, pero idénticas funciones: alejamiento, transgresión, lucha, victoria, persecución, tarea difícil, cumplimiento, reconocimiento, transfiguración… Y así hasta la función 30 de Propp: el antagonista es castigado, y la indefinidamente pospuesta función 31: el héroe se casa y asciende al trono.
Indefinidamente pospuesta, pues el héroe se casa, pero el superhéroe no, porque su cuento maravilloso ha de permanecer abierto, inconcluso, para poder repetirlo una y otra vez, con ligeras variantes argumentales, pero sin dejar de ser siempre el mismo: la estructura iterativa del mito clásico y el simplismo repetitivo de la cultura de masas en perfecta sinergia.
En este sentido, es significativo que Tarzán, sustrayéndose a su propio estereotipo, en los libros de Rice Burroughs sí que consume su unión con Jane y tenga un hijo (Korak el Matador), mientras que en las versiones cinematográficas solo aparece un hijo adoptivo (el asilvestrado Boy, el «chico» por antonomasia).
¿Y aquí se acaba la historia de las innumerables historias repetidas, el hiperrelato fetichista y pastichero de los superhéroes? Para algunos, sí. Pero si el cuento maravilloso es también un rito de iniciación, como señalaron Frazer, Saintyves o el propio Propp, se supone que el iniciando —el lector— ha de superar esa etapa, no quedar atrapado en su repetición indefinida. Dicho de otro modo, ¿cuál es —o debería ser— la función 32? Hay una primera respuesta automática que no podemos ignorar: si la función 31 es el binomio boda/coronación, la 32 podría ser divorcio/abdicación. Madurar pasaría por superar el mito del amor romántico y la tentación del poder.
(Continúa aquí)
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Cuando Carlo Frabetti escribió su primer artículo sobre Tarzán de los monos le asignó al tigre un único continente en su distribución histórica. Actualmente cuesta creer que los tigres vivieran en Europa, pero a principios del siglo XIX su distribución incluía el Cáucaso norte, es decir, nuestro continente (el famoso tigre del Caspio, cuyos últimos ejemplares probablemente cayeron a manos de las escopetas en Turquía o el norte de Irán en los años 80, aunque la mayor contribución a su extinción corresponde al Zar de Rusia, al ordenar expresamente el exterminio del felino en los territorios del imperio, ya que lo consideraba un símbolo de atraso incompatible con la civilización occidental).
El tigre del Caspio, para los europeos, es actualmente poco menos que un animal fabuloso, del que no es fácil encontrar siquiera fotos (aunque alguna hay). Hoy día hemos visto cientos de documentales, fotografías y películas de aventuras en las que los tigres aparecen en todo su esplendor; conocemos bien sus hábitos y sus hábitats, los hemos visto saltar sobre sus presas a cámara lenta, y nos han sobrecogido los primeros planos de sus fauces abiertas de par en par y sus enormes colmillos. Pero hace solo cien años el tigre aún cazaba ciervos rojos, corzos europeos y jabalíes en bosques transcaucásicos de hayas y robles como los que se extienden por buena parte de Europa. El lapsus de Carlo Frabetti es comprensible: el tigre es el mítico morador de la India, y la India está en Asia. Por supuesto, algunos sabían —sobre todo gracias a la literatura científica rusa— que Europa fue tierra de tigres, pero eran pocos; la mayoría aún lo desconocía a principios del SXXI.
Asigno el tigre a un único continente en el momento histórico del que habla el artículo, como comprobarás si relees el párrafo correspondiente, donde digo expresamente «hace cien años». Y hace cien años no quedaba un solo tigre del Caspio, ni siquiera en cautividad. En cualquier caso, la información que aportas es interesante.
No, no, el tigre del Casio se extinguió en los años 70-80 del siglo XX (en realidad localmente, porque es el mismo togre que habita hoy Siberia). En territorio europeo es más difícil precisar el último ejemplar. Los machos divagantes de felinos grandes recorren grandes distancias, el leopardo persa aún asoma por Europa de vez en cuando. El último se grabó en Daguestán hace un par de años. Ahora hay en marcha un programa de reintroducción del leopardo en la Rusia europea y del tigre en Kazajstán. Muy interesante el artículo por lo demás. Un saludo.
Que era un tigre el original acompañante de Tarzan es nueva para mi. Todo debido a que no leí al autor, solo seguía, con pasión, las historietas en las cuales lo acompañaba la simpática mona Chita.
Héroes y superhéroes
Es verdad que Edgar Rice Burroughs cometió el error de situar tigres en África, pero eso no es nada comparado con lo que vendría después con los superhéroes con nombres, como Frabetti dice, acabados en man.
Durante la primera mitad del siglo pasado no existían aun los superheroes. Sólo había héroes, con grandes poderes, eso sí, pero todavía no superpoderes. En España teníamos nuestros propios héroes nacionales: El capitán Trueno y El Jabato. Cuando yo era pequeño esperaba ansioso todos los Martes la aparición de uno de sus nuevos episodios. Pero pronto fueron barridos de los quioscos por el nuevo superhéroe americano, Superman. Aquí ya el error del tigre del Rice se quedaba pequeño. Superman podía levantar trasatlánticos con una mano, viajar al Polo en unos minutos, ver a través de las paredes, etc.. Era tan poderoso que los guionistas tuvieron que introducir la kriptonita, para darles alguna oportunidad a los malos.
Y en las siguientes décadas proliferaron los superhéroes acabados en “man”. Sin embargo, su tiempo se está acabando. Ya han aparecido demasiados: Superman, Spiderman, Batman, Ironman,… Además ya no se editan cómics. Los niños de hoy en día ya ni siquiera saben lo que es un cómic o tebeo. Están pegados a sus tabletas o móviles viendo videos de Youtube o jugando a videojuegos.
¿Quién se acuerda hoy en día de Tarzán? ¿Quién se acordará dentro de cincuenta años de Superman?
Seguimos recordando a los tres mosqueteros, Drácula, Sherlock Holmes…, y seguramente recordaremos a Tarzán y a Superman durante mucho tiempo; se han convertidos en iconos de nuestra cultura y objetos de innumerables imitaciones y parodias. Y también son «mitos» en el sentido clásico, pues aunque las aventuras de T y S parecen muy variadas, repiten siempre el mismo esquema, tienen una estructura tan itrerativa como los mitos antiguos.
No llegó a serlo, pues alguien advirtió a ERB de su error antes de que se publicara el libro. En cuanto a Chita, es un buen ejemplo de cómo se transforman las historias al pasar de un medio a otro, en función de las posibilidades y exigencias de cada uno. El simpático chimpancé no figura en las novelas de Tarzán, y fue incorporado porque era más fácil de dirigir (mejor actor, por así decirlo) que cualquier otro animal no humano (y que algunos humanos también).
… si no se comió a Jane será «consuma», ¿no?
Perdón por ser otro tocador de cataplines, somos así, y gracias por la lectura.
«Consume» es, en este caso, subjuntivo, no presente histórico. Y no te disculpes, las tocatas de cataplines ayudan más y mejor que los halagos. Gracias a tu predecesor, por ejemplo, ahora sé mucho más sobre tigres.
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El autor en su magnifico artículo anterior nos descubría la maquina de propaganda que ha sido y es el cine estadounidense (y casi todo el resto del cine, me temo) y ahora repite jugada con otro elemento de la autodenominada cultura popular. Al igual que en el articulo anterior, obvia los elementos positivos y las altas cotas artísticas logradas por estos elementos propagandísticos del relato del poderoso. Entiendo que era innecesario cuando se refería al cine, ya que existen miles de páginas escritas en mayor gloria del 7º arte y en concreto de la maquina hollywoodiense. En cuanto a los tebeos, creo que la razón es muy diferente y que probablemente, se debe al conocimiento superficial del mundo superheroico (y ya sabemos que, en muchas ocasiones, el conocimiento superficial es mucho más peligroso que la reconocida ignorancia absoluta) pero sobre todo del desconocimiento de les actuales lectores de tebeos. Asumir que una sociedad es inmadura, en parte, por consumir este tipo de productos puede ser cierto pero asumir que sus lectores deben ser todos unos inmaduros de género masculino, quizá sea mucho asumir.
El nuevo negocio del mercado superheroico se encuentra en las películas y series. Como todes sabemos estos taquillazos son consumidos tanto por hombres, mujeres y otras personas que se escapan- huyen- del binarismo de género. Es cierto que el mundo audiovisual superheroico se mueve en un discurso no ya adolescente sino incluso infantil y que estas películas y series están lejos del nivel de los tebeos de superhéroes y superheroínas destinados para adultes. Aun así, hay cabida en estos productos para mostrar otras realidades más allá del contexto del perenne joven hombre blanco. En especial, las series que se asemejan más al formato serial/folletín del tebeo y que permiten diferentes arcos argumentales donde podemos encontrar a Luke Cage, héroe del Bronx y representación de la masculinidad hegemónica negra o The black lightning, protagonizada por una mujer afroamericana en un relato enmarcado en una constante tensión racial con ecos del movimiento ‘Black lives matter’. También a Jessica Jones, ex-superheroína y modelo de mujer que se escapa del canon superheroico.
Nada de esto desdice la formula pastichera del cuento marveloso pero si muestra otras realidades sobre el público que lo consume, siendo esto más evidente en el mundo de los tebeos. Quizá deberíamos reforzar la investigación empírica y la observación de fenómenos y salir a la calle en busca de una tienda de tebeos antes de tirar de estereotipos como Big Bang theory para sacar conclusiones sobre les lectores (va a ser que a todes nos la cuelan con la propaganda y el discurso) En estos momentos podríamos encontrar Moon Girl para el público infantil y para ese público adolescente se me ocurre la imbatible chica ardilla o Ms. Marvel, una chica de instituto racializada y musulmana. Por ejemplo, la spider-woman embarazada, que aunque el concepto peque de costumbrista, muta desde la cosificación extrema de esas mujeres perfectas según el canon actual de belleza occidental embutidas en trajes muy pegados hasta la epítome del no-deseo en nuestra sociedad patriarcal que es ‘la madre’. Para ese consumidore mayor pero supuestamente nunca adulte, existe la ya citada Jessica Jones, (maravilla de tebeo) la hija bastarda de Chandler y Hammett.
Los tebeos de superhéroes y superheroínas hace tiempo que llegaron a la función 32.
Abdicación, divorcio, infidelidades, salidas de armario, entradas en hospitales psiquiátricos, intentos de suicidio y suicidios (siendo el más notable artísticamente el de Kraven el cazador, reflejo siniestro del propio Tarzán). Hablando de Tarzán, quizá alguien cuyo estudiado referente sea el héroe de Rice Burroughs debería preguntarse desde donde mira a este género en 2018.
Porque, a fin de cuentas, estos tebeos no son mas que literatura de género, al igual que las novelas pulp, la novela negra, romántica, fantástica o el ‘whodunnit’ (recordemos ahora a esos viejos reaccionarios que hasta hace menos de 4 décadas no consideraban a la ciencia ficción literatura). Esa fórmula existe y, efectivamente, se mantiene porque genera dinero pero también se van sumando otra realidades, otros relatos y otres lectores y que como buen material de genero produce entretenimiento banal pero también algunas obras buenas, otras notables e incluso algunas obras maestras.
Aunque es cierto que hago hincapié en el eje Tarzán-Superman (y seguiré haciéndolo en el artículo siguiente, dedicado a la capa de Superman), en ningún momento afirmo ni doy a entender que el cómic, incluso el «comercial», no pueda dar obras maestras; de hecho, las dio desde el principio, como en el caso del propio Foster, sin ir más lejos. Pero, más que los tebeos en sí y sus lectores/as, he intentado analizar, como indica el subtítulo, el aspecto de fetiche/pastiche/hiperrelato del mito del superhéroe en su versión moderna. No es cierto, por otra parte, que al buen cine se le haya hecho justicia y al buen cómic no. Y una última observación que, dato tu seudónimo, podría ser ad hominem: habría mucho que hablar sobre el sobrevalorado Alan Moore y sus supuestas desmitificaciones.
Te he dado la razón en el aspecto de fetiche-pastiche. En ningún caso he dicho que al cómic no se le hubiera hecho justicia (quizá no en tu artículo) y lo de las obras maestras era un apunte necesario viendo como has repartido hostias a tutiplén en el artículo. A lo que he respondido, con animo de polemizar, es a tu descripción genérica de les lectores de tebeos porque ese falso estereotipo te servía para reforzar tu discurso sobre la sociedad que los genera.
No creo que Alan Moore demitifique el relato superheroico y no coincido con tu opinión de que esté sobrevalorado. Su arriegada estrategia, junto con dave gibbons, de manter el formato antiguo/clásico de 9 viñetas por página durante más de 400 páginas, mientras trataban temas y tramas secundarias que nunca se habían tratado en un tebeo de superheroes, fue reventar el clasicismo por dentro. Miles Davis y el jazz tonal.
Quizá, a fin de cuentas, a mi me guste ver hombres en mallas más que a ti.
( deploro el balé clásico, eso sí)
Me refiero muy especialmente (aunque puede que no lo haya dejado del todo claro) a los fans de los tebeos de superhéroes. Lo de reventar por dentro es un tema muy complejo que acabaría remitiéndonos al viejo dilema reforma/revolución, y no es el lugar ni el momento. En cuanto a los hombres en mallas, creo que ese es precisamente el quid de la cuestión, al menos en lo que respecta al fetichismo: a todos nos gustan los hombres en mallas más de lo que admitimos. Y mi modesto objetivo, en esta serie de artículos, es analizar las causas y consecuencias de esa curiosa afición.
Perdón, he sido yo quien no lo ha dejado claro. Me refería, exclusivamente, a les lectores de tebeos de superhéroes (y heroínas) que, insisto, se salen del marco donde les quieres encuadrar. De todos modos, magníficos artículos. Ya veo que, pese a todo, a ti también te va el serial/folletín. Nos vemos en el capítulo 3.
Creo que habría que distinguir entre quienes, entre otras muchas cosas, leen tebeos de superhéroes (grupo al que pertenezco yo mismo) y sus frikifans incondicionales (grupo al que espero que no pertenezcas tú mismo). Nos vemos en el 3, bajo la alargada sombra de la capa de Superman.
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