El fútbol es un negocio del que viven jugadores, dirigentes, representantes, periodistas… Y a nosotros, que aportamos al espectáculo, también nos corresponde una parte. La tele nos enfoca, la gente nos quiere, cuando se habla de fiesta y carnaval, se habla de nosotros. Rafael Di Zeo
Con más de trescientos muertos a sus espaldas y un expediente plagado de los peores delitos imaginables, las barras bravas siguen manteniendo hoy un estatus privilegiado y un grado de aceptación mayoritario entre los más apasionados hinchas del fútbol. Les agradecen el aliento constante que insuflan al equipo, valoran el aguante, aplauden el colorido que aportan a las gradas, la sal y la pimienta de un deporte que en Argentina ha adquirido tintes de religión. El soporte ideológico sobre el que se sustenta su barbarie, y también su negocio, está configurado por el amor y la lealtad inquebrantable a unos colores, junto con el odio irracional hacia el rival, el enemigo. Son muchos los que afirman que pertenecer a la barra de un club en el país de Gardel y Maradona es un modo de vida, una forma particular de entender la existencia. Sin embargo, una mirada desapasionada sobre dicho fenómeno nos devuelve una realidad mucho más precisa, sin duda mucho menos romántica: ser barra brava es un medio de vida, una profesión. El aliento, a día de hoy, lleva siempre una etiqueta con el precio especificado en pesos y en dólares, mientras que el aguante no es más que una preciada mercancía al alcance de cualquiera que decida pagarlo.
La 12, historia de una barra para comprenderlas a todas
A una antigua novia suya que pertenecía a la 12 le dedicó Joaquín Sabina la canción Dieguitos y Mafaldas, cuando a la barra de Boca Juniors todavía se le suponía una cierta mística que nada o muy poco tenía que ver con la realidad, como el propio autor descubrió con el paso de los años. En origen, allá por los años treinta, el nombre de la 12 se usaba para identificar a todos los aficionados que se daban cita para animar a su equipo en cada partido. Se había impuesto la ocurrencia de un periodista local que firmaba sus crónicas bajo el pseudónimo de «El negro de la tribuna», don Pablo Rojas Paz. Antes, en 1925, ya se conocía como el jugador número 12 a Victoriano Caffarena, un hincha que financió y acompañó al equipo xeneize en su primera gira internacional. La tragedia de 1968 contribuyó a agrandar la leyenda: una avalancha incontenible de aficionados de Boca Juniors se topa con la puerta 12 del Estadio Monumental cerrada a cal y canto, convirtiendo el pasillo de acceso en una trampa mortal que asfixia la vida de setenta y un hinchas. Apenas cinco años después, en 1973, la barra brava local comienza su asalto al alma misma del club y su primer botín es el apelativo de la 12, que nunca más volverá a representar a una mayoría. Comienza el reinado de Quique el Carnicero.
Quique el Carnicero
Enrique Ocampo, alias Quique «el Carnicero», era el propietario de una famosa marisquería situada frente al estadio de la Bombonera. Muy relacionado con Carlos Bello, cacique político del barrio de La Boca para el que organizaba mítines y reclutaba voluntades. Amparado por líderes comunales, interlocutores sociales y un puñado de lugartenientes como el Lechero, el Uruguayo Chupamiel o el Alemán, comienza a imponer su poder a la directiva del club desde su trono en el paravalanchas de la Popular, la grada del estadio controlada por la barra desde entonces.
Da comienzo el negocio de la violencia. El Carnicero logra que sus muchachos accedan gratis al estadio y las entradas cedidas por el club terminan en la reventa. Viajan por el continente acompañando al equipo en la Copa Libertadores por cuenta ajena, organizan asados populares con la presencia de las estrellas del plantel, rifan camisetas firmadas y puntualmente reciben un pago en efectivo de los dirigentes que han comprendido que esta especie de guardia pretoriana que los protege y espanta a los opositores, sale barata.
La primera guerra de la 12
Cerca del segundo paravalanchas de la Popular suele situarse José Barritta, un hijo de inmigrantes italianos que ha comenzado a aportar efectivos a la barra gracias a sus buenas relaciones con un líder sindical del sector metalúrgico, Lorenzo Miguel. Barritta comienza a intuir el calibre del negocio que maneja el Carnicero y trata de argumentar sus méritos para lograr una parte de los beneficios y un lugar entre los líderes de la barra. Su propuesta es rechazada así que Barritta decide que no habrá una segunda negociación y se prepara para la guerra. Reúne un grupo de afines, entre los que se encuentran varios pesos pesados del crimen organizado en Buenos Aires, y desbanca a Quique tras una sangrienta pelea. Por su pelo canoso, al nuevo líder de la barra lo conocerán todos como el Abuelo.
El Abuelo se rodea de gente de las 62 Organizaciones, una coalición sindicalista que ampara a diferentes agrupaciones gremiales próximas al peronismo, y afianza su poder. Es tal el volumen de negocio que acumula la barra que por intermediación de Claudia Bello, hija de aquel caudillo radical relacionado con Quique el Carnicero, el propio Carlos Menem aconseja a Barrita la creación de una fundación que fiscalice sus ingresos. Nace la Fundación Jugador Número 12 y entre sus benefactores contará con nombres tan populares como los de Mauricio Macri, Guillermo Coppola, Mario Pergolini o Ante Garmaz. En seguida comienza a crecer la sospecha de que la barra utiliza la fundación para blanquear todo tipo de ingresos ilícitos y la justicia termina por intervenirla. Es el primer revés serio para el Abuelo que en 1994 verá cómo su reinado comienza a tambalearse.
La hora de Rafa Di Zeo, «el Rafa»
Es 1994, una emboscada organizada por la barra tras la disputa del Superclásico argentino termina con la muerte de dos hinchas de River Plate: Walter Vallejos y Ángel Delgado. El país se indigna y el Abuelo da un paso atrás mientras observa cómo los políticos que tanto lo han apoyado comienzan a soltarle la mano. Permanece dos meses fugado de la justicia antes de entregarse y pese a ser exculpado por el doble homicidio, ingresa en prisión para cumplir una pena de cuatro años por asociación ilícita. Muere al poco de abandonar la cárcel y el día de su entierro será despedido por una delegación de la 12 y José Alegre, expresidente del club, que le pide a dios «lo tenga en su gloria».
Rafa Di Zeo aprende a la sombra del Abuelo que las relaciones políticas pesan tanto como los puños y las balas. También comprende la importancia capital que el tráfico de drogas está adquiriendo en todos los ámbitos de la sociedad y se asegura de no cometer los mismos errores que su antecesor. Según muchos analistas, las barras bravas pasan a ocupar papel que en otros países corresponde a las maras o los grupos paramilitares en favor de los narcotraficantes.
Plenamente instalado como capo de la Popular, en 1997, Di Zeo recibe la llamada de Claudia Bello, hija del antiguo aliado de Quique el Carnicero: «El jefe te quiere hablar». Otra vez Carlos Menem al aparato con un líder de la 12, en esta ocasión para solicitar un pequeño favor: el apoyo de la barra en favor de Daniel Sciolli en las elecciones internas del Partido Justicialista que definirá los candidatos nacionales. En el siguiente partido, una enorme pancarta se despliega en la platea de los chicos de Di Zeo con el lema «Sciolli diputado». Su rival, Miguel Ángel Toma, empieza a digerir una derrota que no tarda en confirmarse.
Las cosas marchan viento en popa para Di Zeo hasta 1999. Se encuentra de vacaciones en Mar de Plata con su hermano Fernando y otros pesos pesados de la barra cuando recibe la llamada de un dirigente del club. En un amistoso celebrado en La Bombonera, algunos socios de Boca son agredidos por la barra de Quilmes que llega, incluso, a amenazar a los jugadores locales. «Si hubieran estado ustedes, esto no habría sucedido», se lamenta el directivo. El Rafa y sus lugartenientes regresan a Buenos Aires y en el siguiente amistoso, que enfrenta a Boca con Chacarita, realizan una pequeña demostración de fuerza como aviso a navegantes. Dos días después son citados a declarar, acusados por varios delitos que van desde las amenazas al robo. En este paso por la cárcel de Devoto, Di Zeo aprovecha para tejer una interesante red de contactos que aumentará ostensiblemente su poder en cuanto regresa a la cancha. Allí se encuentra con el Beto Alegre, uno de los cabecillas de una banda de criminales conocida como La Chocolatada. También se encuentra con Richard Laluz Fernández, apodado «el Uruguayo», personaje capital en los futuros acontecimientos dentro de la 12. Todavía a día de hoy, Rafael Di Zeo sigue culpando de su ingreso en prisión al secretario de seguridad del Ministerio del Interior en la fecha, Migual Ángel Toma, el candidato que se había enfrentado a Sciolli en las internas del Partido Justicialista. De todas formas, es puesto en libertad en pocas semanas.
En 2003, se recrudece el enfrentamiento con la barra de Chacarita. El 31 de agosto, los hinchas del equipo funebrero asaltan varios puestos de comida y bebida en la Bombonera y la 12 actúa. Al grito de «y pegue, Boca, y pegue», atraviesan el estadio e ingresan a la platea donde se han situado los barras rivales. La pelea termina con la intervención de la policía y deja un saldo de catorce heridos. En los días posteriores se suceden las denuncias y entre los procesados se encuentra Luis Barrionuevo, presidente de Chacarita y Senador de la nación. Es la primera vez que la justicia pone el foco sobre las relaciones de las barras bravas y la política. Di Zeo se pasa cinco meses huyendo de la policía con la inestimable colaboración de su pareja de entonces, Viviana Parrado, miembro de la Policía Federal. Finalmente decide entregarse y tras veinte días entre rejas es puesto en libertad a la espera de la sentencia definitiva.
En 2005, Rafael Di Zeo sigue esperando el fallo del Tribunal de Casación mientras contrae matrimonio con Soledad Spinetto, su nueva pareja. Se trata de la secretaria privada del Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Felipe Sola. Al enlace, celebrado la quinta Los Galpones, acude todo el gabinete del Gobernador Sola. También disfrutan de la fiesta Diego Armando Maradona, el Ministro de Justicia Aníbal Fernández o el fiscal Carlos Stornelli, entre otros rostros conocidos. Sin embargo, su felicidad termina en 2007 cuando se confirma su sentencia y debe volver a la cárcel, donde permanecerá hasta el 10 de mayo de 2010. En su ausencia, dos de sus lugartenientes han asumido el poder de la 12 y las autoridades temen que Di Zeo comience una nueva guerra para recuperar el trono del paravalanchas; no se equivocan.
Mauro Martín y Maximiliano Mazzaro, los traidores
Gabriel Martín, el entrenador personal de Rafael Di Zeo en el Club de Boxeo Leopardi, está preocupado por su hermano pequeño y acude a pedir ayuda al capo de la barra. Mauro, que así se llama la oveja descarriada, acaba de ser detenido por un atraco en un supermercado y la familia está preocupada por su futuro. De este modo conoce el Rafa al que será su sucesor. Enseguida descubre en él virtudes que considera muy aprovechables y, en poco tiempo, Mauro Martín se codea ya con los punteros de la barra. Sin embargo, este ascenso meteórico produce recelos entre algunas facciones y una tarde de febrero de 2006, alguien decide pasar a la acción.
Los hermanos Di Zeo, Mauro y otros barras juegan al fútbol en Casa Amarilla, el campo de entrenamiento reservado al primer equipo de Boca. Cuando alguien grita dando la voz de alarma, ya es tarde. Marcelo Aravena, líder de la facción de Lomas de Zamora, y unos cuantos afines descargan plomo sobre los presentes. El principal objetivo es Mauro Martín, al que acusar de planear una brutal agresión hacia algunos de sus hombres apoyado por la gente de La Chocolatada, ya plenamente integrada en la barra. Aravena es uno de los condenados por el asesinato de los dos hinchas de River Plate que puso en jaque a José Barrita, el Abuelo. Mauro parece hombre muerto hasta que aparece Richard Laluz Fernández, el hombre reclutado por Di Zeo en el penal de Devoto, quien armado con dos pistolas protege al joven y repele el ataque de los hombres de Aravena. El arrojo y sangre fría del Uruguayo no resulta extraño y algunos recuerdan una imagen suya en el tejado de la cárcel de Devoto, con un cuchillo apoyado en la garganta de un funcionario para forzar una negociación tras encabezar un motín en la prisión.
Maxiliano Mazzaro, también presente aquella tarde de fútbol y plomo, es el capo de la facción de La Matanza y mantiene un contacto fluido con la policía bonaerense, políticos punteros de Lomas de Mirador y líderes sindicales de mucho peso. Él también le debe su vida a los Di Zeo tras un incidente que se produjo en 2004, en la previa de un Superclásico frente a River Plate en el Estadio Monumental. Disconforme con el reparto de los ingresos generados por la reventa de entradas, el líder de la facción de Moreno, Juan Castro, discute con Mazzaro y termina por sacar un cuchillo y asestarle una profunda puñalada en el costado. Mientras el Rafa trata de poner orden entre sus filas, su hermano Fernando carga a Mazzaro en brazos y sale corriendo, rumbo al hospital más cercano donde, finalmente, logran salvarle la vida. «No es para tanto, va; peor fue el día que me pegaron un tiro en el ojo», le dice para animarlo.
La guerra
Corre el año 2010 y los hermanos Di Zeo celebran su recuperada libertad en las entrañas de un prostíbulo conocido como El cocodrilo. En un momento de la noche, hace acto de presencia el Uruguayo Laluz Fernández, también recién salido de prisión después de que Mauro y Mazzaro lo hayan vendido a la policía bonaerense, sin duda para quitarse de en medio a un potencial aspirante al gobierno de la barra. Laluz propone una alianza a Di Zeo pero la conversación se enreda y termina en discusión. Cuando está saliendo por la puerta, tres disparos impactan contra su espalda. Los viejos aliados reclutados en Devoto ya no forman parte de las filas de Di Zeo: el Uruguayo vivirá el resto de sus días pegado a una silla de ruedas y los muchachos de La Chocolatada forman parte de la barra oficial dirigida por los traidores, Mauro y Mazzaro. Por el contrario, la facción de Lomas de Zamora, la gente de Aravena que asaltó Casa Amarilla a hierro y fuego, se convierten en la vanguardia del antiguo capo.
Dos años después, el 25 de agosto de 2012, los Di Zeo asestan su primer golpe a Mauro Martín. Boca juega en Santa Fe y, en el interior del país, los contactos de Mazzaro con La Bonaerense y la Policía Federal no sirven de mucho. Los leales a Di Zeo esperan, apostados en el puente de una autopista, la llegada de la caravana de autobuses comandados por Mauro. Cuando los tienen a tiro, descargan todo el plomo que llevan. Hay siete heridos y uno de ellos es el propio Mauro, que ha recibido un disparo en los intestinos. Le salvan la vida en un hospital de Rosario pero la cicatriz le sirve como advertencia del enorme poder al que se enfrenta.
Apenas dos meses después, Mauro Martín comete un error que resultará fatal. El 28 de octubre, otro Superclásico termina convertido en un pequeño Vietnam: ochenta heridos, veinticuatro de ellos hospitalizados con lesiones de gravedad incluidos dos policías arrojados a un vació de cinco metros desde la platea visitante. Argentina se indigna mientras el gobierno se felicita por el éxito del dispositivo, incluso alardean de haber evitado el ingreso del líder de la 12 al Estadio Monumental. Apenas veinticuatro horas después, un vídeo muestra a Mauro Martín subido en el paravalanchas celebrando el gol del empate de Boca. La presión de la opinión pública obliga a una reacción del ejecutivo y Mauro Martín es detenido. Resulta exonerado de los cargos que le imputan pero la investigación no se detiene y a través de una escucha telefónica consiguen, por fin, las pruebas necesarias para poner al líder de la barra tras las rejas. En su ausencia, Maximiliano Mazzaro pasa a ser el líder natural de la 12 pero el número dos de Mauro no es hombre de acción, es un alto ejecutivo de la violencia con contactos y un cerebro privilegiado. Quizás por eso mismo, por ser un tipo inteligente, decide dar un paso atrás y dejar el trono a uno de sus lugartenientes, Fido Desbaus.
De vuelta a la casilla de salida
A día de hoy, después de todo lo ocurrido, Rafael Di Zeo y Mauro Martín comparten el control de la 12. En cualquier partido se les puede ver juntos en el trono de la Popular, el segundo paravalanchas reservado a los jefes de la barra. Otras fotografías nos los muestran compartiendo un asado con Carlos Tévez, el futbolista estrella de Boca, lo que una vez más pone de manifiesto la connivencia de las barras bravas con los ídolos y las altas esferas.
De Di Zeo se cuenta que firma más autógrafos que cualquiera de los futbolistas del país, pues a pesar de todo lo que acaban de leer y muchas cosas más que no cabrían en toda una revista, las barras siguen siendo respetadas y admiradas en cuanto se entierran a sus muertos. Multipliquen todo cuanto acaben de leer por el número de clubes que pueblan Argentina y tendrán una idea aproximada del problema al que se enfrenta el país, ya no solo su fútbol. En un mundo de códigos mafiosos, hay sitio para una última referencia a El padrino: «No es personal, solo negocios». Aguante, Argentina.
Y por este problema han sido premiados con la final de la Copa Libertadores.
Allí no hay más solución que no signifique una explosión termonuclear, tabula rasa y volver a empezar. Así que no se solventará nunca.
Siendo un sensato hincha de River, vería con agrado la evaporación en el tiempo de un error evolucionista como lo es cualquier simpatizante de Boca, debido a esta deleznable manifestación cavernícola tribal de los xeneizes. Pero, como sabiamente decían los atenienses cuando veían en dificultad al odiado adversario, cuando Esparta llora, Atenas no ríe. Entonces, por “par conditio”, me pregunto cómo se presenta este fenómeno en las filas de los millonarios, o cualquier otro equipo, ya que este morbo no conoce colores.
PD: Admito, no sin sonrojarme, que espero sea un normal error genético (más de uno, y en cadena) sentir atracción por ese equipo.
Gracias por la triste lectura.
¡Qué gonorrea!
Eduardo Roberto, digno representante de un club que tuvo hasta no hace tiempo como socios honorarios a ilustres ciudadanos como lo fueran el Teniente General Jorge Rafael Videla, el Almirante Emilio Eduardo Massera y el Brigadier General Orlando Ramón Agosti, entre otros integrantes del Proceso de Reorganización Nacional.
El fútbol, no es fútbol para esta panda de fanáticos. Su inteligencia es tan corta y su miseria mental tanta que es religión y la religión se basa en la fé no en la razón. Y quien basa su vida en la fé vive engañado y en el ridículo permanente. Y pocas cosas más estúpidas que la chusma proletaria aplaudiendo a millonarios en un campo de fútbol.
Expulsión de los equipos argentinos de las competiciones Conmebol y de la selección Argentina de cualquier competición FIFA, como le pasó al fútbol inglés en los ochenta desde Heysel
Así de fácil sería, para empezar
A «El del carrito del helado», cuando dices que «la religión se basa en la fe y no en la razón». Fe y razón no son incompatibles, al menos en la religión católica. Hay muchos grandes filósofos en la historia que además eran católicos y que son buena muestra de ello.
En cuanto a que esas barras son pandas de fanáticos, creo que los «soldados rasos» de esas barras sí lo son. Los que mueven los hilos son en todo caso fanáticos del poder y del dinero, por encima de cualquier valor ético.
Desde el momento que la razón y las matemáticas nos dicen que el universo proviene del bigbang, se acabo la religión católica. Recordemos que para ser herederos de dios, los católicos no tenían muy claro que la tierra no era el centro del universo, y digo yo que dios sabría estas cosas no? ;)
Nu puede haber razon y fé a la vez, lo contrario carece de sentido se contradice en si mismo.
Un país cuyos dirigentes han promovido y promueven este tipo de organizaciones, nunca podrá prosperar. Es imposible.
Excelente crónica. Qué mal parados nos deja, la connivencia entre políticos, barrabravas y la policía.
Políticos que reaparecen en escena luego y violentos que entran y salen cual puerta giratoria.
Para mí directamente ni debería jugarse en España, multar económicamente a los equipos para erradicar la violencia barrabrava y el entramado corrupto, me da verguenza que en mi país sucedan estos episodios todavía.
Leído en internet: «Espero que no haya heridos o muertos en la final del domingo, porque si no entiendo que gente como Pedro Sánchez o Florentino Pérez deben tener su parcela de responsabilidad por permitir que se juegue un partido de ALTO RIESGO en el Bernabeu»