Cine y TV

Yippee-ki-yay: treinta años en la Jungla de cristal

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Jungla de cristal. Imagen: 20th Century Fox.

Jungla de cristal es un caso muy curioso de película que resulta ser bastante mejor que el libro en el que se basa, sobre todo porque la mayoría de la gente ni siquiera sabe que se basa en un libro. Concretamente, en el thriller de acción Nothing Last Forever firmado por Roderick Thorp en 1979.

Mejor me espero a la película

Aquella Nothing Last Forever era a su vez la secuela de otra novela de Thorp titulada El detective, escrita en 1966 y tan rebozada en el noir como para arrancar con una viuda contratando los servicios de un investigador privado, el detective Joe Leland, tras la muerte de su marido. Un par de años después, las pesquisas de Leland visitarían los cines con una adaptación cinematográfica de El detective dirigida por el prolífico Gordon Douglas y protagonizada por el mismísimo Frank Sinatra. La película funcionó bien en las salas, se convirtió en uno de los mayores éxitos de la carrera como actor del cantante y logró asentarse entre las producciones más rentables de aquel año, por encima de El caso de Thomas Crown pero por debajo de clásicos como 2001: Una odisea del espacio, El planeta de los simios, Chitty Chitty Bang Bang o La semilla del diablo. Lo simpático de todo esto es que, como consecuencia del contrato que tenía firmado Sinatra, cualquier secuela cinematográfica directa de las aventuras de Leland estaba obligada a contar con la Voz como la primera opción para interpretar al protagonista. Veinte años después, cuando la 20th Century Fox decidió agarrar Nothing Last Forever y llevarla al cine, el estudio se vio obligado a hacer el paripé de preguntarle a Sinatra si le interesaba interpretar al protagonista de Jungla de cristal. El crooner, que por aquel entonces contaba setenta y tres primaveras, sorprendentemente rechazó la propuesta y el papel acabó en manos de un Bruce Willis que estaba a punto de convertirse en icono inmortal del cine de acción. Lo curioso es que no se trataba de la primera vez que los pasos de Willis y Sinatra se cruzaban en el terreno artístico: Willis tuvo un brevísimo (de medio segundo de duración) debut en la pantalla grande en El primer pecado mortal, una producción donde interpretaba a un extra que, con la cara medio tapada, se cruzaba con Sinatra en la puerta de un bar.

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En 20th Century Fox hicieron un puñado de ajustes al material original de Nothing Last Forever, un libro que, como su propio autor reconocía, estaba a su vez muy inspirado en la película El coloso en llamas. En las páginas de Thorp, un grupo de terroristas alemanes se hacían con el control del rascacielos de la Claxxon Oil Corporation el día de Nochebuena mientras Leland correteaba por las entrañas del edificio intentando rescatar a su hija y sus nietos, secuestrados por los maleantes. En la versión cinematográfica, Joe Leland se convirtió en John McClane, el edificio se transformó en la sede de la Nakatomi Corporation y la querida a rescatar pasó a ser su mujer en lugar de su hija. A pesar de los cambios, la película tomaba el material literario como un mapa de ruta y mantenía gran parte de las escenas, diálogos y personajes originales: Al Powell (Reginald VelJohnson) aparecía en la novela de Thorp, aunque en el texto era bastante más joven, y entre los que también formaban parte de la historia original se encontraban Dwayne Robinson (Paul Gleason), Karl (Aleksandr Godunov), Harry Ellis (Hart Bochner), Joseph Takagi (un personaje llamado Mr. Rivers en el libro e interpretado por James Shigeta) o un Hans Gruber que se llamaba Anton Gruber en la novela y tenía la cara de Alan Rickman en la película. Algunas de las escenas más llamativas del film también habían sido extirpadas de las páginas de Nothing Last Forever: el héroe saltando al vacío atado a una manguera de incendios y reventando una ventana a balazos en el aire, la bomba arrojada en el hueco del ascensor o la pistola adherida a la espalda del protagonista eran maniobras que Joe Leland había ejecutado sobre el papel. Existía, eso sí, una diferencia de tono bastante marcada entre el libro y la película. La novela era mucho más oscura, pesimista, lúgubre y acababa fatal: con la hija secuestrada cayendo al vacío por culpa del villano y sin desvelar realmente si el protagonista de la historia sobrevivía a las heridas producidas por tantos tiroteos entre cristales.

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Jungla de cristal. Imagen: 20th Century Fox.

Welcome to the jungle

A Jeb Stuart y Steven E. de Souza se les encargó la tarea de elaborar el guion que transformaría Nothing Last Forever en una película de acción rebautizada con un nombre mucho más explosivo: Die Hard, un título que en tierras españolas mutaría en el muy poético Jungla de cristal porque aquí somos muy de hacer esas mierdas. De Souza venía de rubricar los guiones de otras producciones de acción como Límite: 48 horas, Perseguido o la descerebrada Commando, y con el tiempo se convirtió en la prueba viviente de que cualquiera puede hacerse millonario pariendo chuflas que Hollywood convertirá en películas: El gran Halcón, Street Fighter, Superdetective en Hollywood III, Los Picapiedra, Juez Dredd o En el ojo del huracán son algunos de los sesudos films que también nacieron de su pluma. Durante cierto tiempo circuló el rumor de que De Souza había agarrado un guion descartado de Commando 2 para convertirlo en lo que sería Jungla de cristal, una afirmación que el propio escritor negó numerosas veces invocando la novela de Thorp: «Esta es una buena apuesta para ganar algo de pasta: pregúntale a alguien “¿Quién fue el primer actor que interpretó a John McClane y en qué película?”. Cuando te respondan “Bruce Willis en Jungla de cristal”, tú contesta “No, Frank Sinatra en El detective” y acuérdate de echar a correr para evitar que te den una paliza». Lo cierto es que el verdadero guion descartado de Commando 2 circula por internet y, según su propio autor, se parece más a Plan de escape que a Jungla de cristal.

Pero las declaraciones más interesantes realizadas por De Souza sobre Nakatomi Plaza y aledaños son aquellas en las que revela que suele escribir sus historias como si el personaje principal fuese el villano: «Si te dedicas a escribir cine de género tienes que tener claro que el protagonista es el malo. ¿Quién es el verdadero protagonista de Jungla de cristal? Es Hans Gruber, aquel que ha planeado el robo […] Has de mirar tu película a través de los ojos del villano, porque él es el que realmente conduce la narrativa». Unas explicaciones sorprendentemente profundas para alguien que escribió diálogos para Pedro Picapiedra, hizo que Honda y Zangief se peleasen sobre una maqueta y cuya idea de pulir un guion se basaba en meter más frases vacilonas tras cada enemigo aniquilado. A la hora de la verdad, la mayor parte del libreto se elaboró sobre la marcha, con el guionista ideando y reescribiendo escenas cuando el rodaje ya había comenzado.

Unos cuantos meses antes los productores habían salido con la sinopsis del film bajo el brazo en busca de un protagonista entre las grandes estrellas, pero tras proponérselo a Arnold Schwarzenegger, Sylvester Stallone, Harrison Ford, Richard Gere, Clint Eastwood, Burt Reynolds, Robert De Niro o Don Johnson el estudio solo obtuvo negativas y calabazas variadas. Finalmente, el papel acabó en manos de un Bruce Willis famoso por coprotagonizar junto a Cybill Shepherd la exitosa serie Luz de luna. Se trataba de un fichaje inesperado, Willis no tenía tablas como héroe de acción y era conocido en medio mundo por un papel cómico, con un contrato que también resultó inusual por ser extremadamente costoso: el actor se embolsó cinco millones de dólares de golpe. Una cifra imposible e injustificable para una persona que más allá de la televisión solo había protagonizado un par de películas modestas (Cita a ciegas y Asesinato en Beverly Hills). Las malas lenguas aseguraban que la culpa del elevado caché la tuvo un estudio desesperado por cerrar el papel protagonista para poder estrenar la cinta a modo de blockbuster veraniego.

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Jungla de cristal. Imagen: 20th Century Fox.

El productor Joel Silver y el realizador John McTiernan descubrieron al villano perfecto cuando se acercaron a Broadway para asistir a uno de los pases de Las amistades peligrosas, una obra que en el 87 estaba arrasando entre la crítica y el público norteamericano tras haber vivido un par de temporadas exitosas en Londres. Durante la función, Silver y McTiernan descubrieron sobre las tablas a un londinense llamado Alan Rickman interpretando al Vizconde de Valmont y supieron que tenían ante ellos al Hans Gruber perfecto. Un completo desconocido que en su primera película forjaría a uno de los malvados más recordados del mundo del cine.

Jungla de cristal

En 1987, John McTiernan se convirtió en un realizador a tener en cuenta tras estrenar Depredador (1987), una película donde un puñado de culturistas corretean junto a un alien por la jungla. La cinta fue apaleada por los críticos pero arrasó en taquilla, y dicho éxito sirvió para que los mandamases de la 20th Century colocasen al director al volante de Jungla de cristal, una producción de veintiocho millones de dólares. McTiernan agarró el proyecto y comenzó a rodar cuando el desenlace del film ni siquiera estaba perfilado, convirtió el Fox Plaza de Los Ángeles (las oficinas de la 20th Century Fox) en el Nakatomi Plaza donde se desarrollaba toda la acción, perfiló la personalidad del héroe durante el rodaje, insertó el «Himno de la alegría» (para disgusto del compositor, Michael Kamen, que consideraba sacrílego utilizar a Beethoven en una película de acción) en homenaje a Stanley Kubrick y condensó la acción influenciado por la literatura inglesa: en el guion original la historia tenía lugar a lo largo de tres días, pero McTiernan decidió reducirlo todo a una noche inspirándose en El sueño de una noche de verano. Esto último es un dato muy interesante, porque quiere decir que William Shakespeare es en parte culpable de que el «Yippee-ki-yay, hijo de puta» se convirtiera en una cita clásica.

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Jungla de cristal. Imagen: 20th Century Fox.

La trama de Jungla de cristal tiene unos cimientos sinceros que no engañan a nadie: en la víspera de Navidad un policía de Nueva York (Willis) viaja hasta Los Ángeles para intentar reconciliarse con su mujer (Bonnie Bedelia), pero acaba enfrentándose en solitario a una banda de terroristas que se ha hecho con el control de un rascacielos. Los detalles más específicos son lo de menos, porque si el lector ha llegado hasta aquí es probable que ya se haya comido más de cuatro veces la película a lo largo de los últimos treinta años. Y, en caso de no haberlo hecho, resulta más recomendable remediarlo sentándose durante dos horas ante la pantalla con John McClane que invertir el mismo tiempo en continuar leyendo un artículo que celebra su cumpleaños.

El logro de McTiernan, que aquí contó con Jan de Bont (futuro director de Speed y Twister) como director de fotografía, fue convertir una propuesta muy sensible al tiroteo descerebrado en una cinta de aventuras salpicada eventualmente con explosiones y disparos. Jungla de cristal era más inteligente que la película de acción típica de los ochenta, pero no fardaba de ello y se limitaba a ir a lo suyo, a convertir cada escena en puro entretenimiento. Sus méritos pueden sopesarse recurriendo a la memoria del espectador: en el recuerdo las hazañas de McClane adquieren el aspecto de una sucesión trepidante de escenas de acción icónicas, cuando en realidad estamos hablando de una película de ciento treinta minutos durante los cuales los dos bandos se pasan la mayor parte del tiempo negociando entre ellos o deambulando entre pasillos, conductos de ventilación y oficinas. La proeza de McTiernan fue controlar el ritmo hasta convertir la acción en la consecuencia de una tensión que se iba cociendo poco a poco. En la actualidad, el cine de acción se acomoda en un esquema precocinado basado en saltear cada escena de exposición (generalmente en entornos cerrados) con una escena de acción (generalmente en entornos abiertos) que detiene la narrativa por completo y no permite que vuelva a fluir hasta que finalizan los sopapos. Un patrón que ha convertido las películas en una serie de secuencias pretendidamente espectaculares, pero inconexas, entre las cuales se desarrolla un argumento que parece caminar por su propia cuenta. En Jungla de cristal el público se interesaba por los personajes, la acción retroalimentaba la narrativa y no había un estudio detrás con el cronómetro en la mano racionando los elementos según la receta más popular. La atmósfera creada ayudó a enmarcar todas las grandes secuencias hasta convertirlas en legendarias: la bomba del ascensor que broncea a McClane, el navideño «Ahora tengo una ametralladora, ho-ho-ho», el tiroteo bajo la mesa rematado con un cadáver posándose grácilmente sobre el coche de Carl Winslow o la fabulosa huida de la azotea saltando al vacío con una manguera de incendios a modo de cinturón.

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Best sweatshirt ever. Imagen: 20th Century Fox.

En un momento dado el villano se burla del héroe, durante una conversación a través de walkie-talkies, etiquetándolo como un americano envalentonado que cree estar jugando a los cowboys, ser una especie de John Wayne o John Rambo, un don nadie que cree haberse convertido en paladín del cine de acción. Gruber pregunta: «¿En serio cree que puede ganarnos la partida, vaquero?». Y McClane contesta: «Yippe-ki-yay, hijo de puta».

John McClane

Aquel diálogo con el antagonista consolidó un nuevo molde para el héroe de acción. El protagonista ya no era un tanque con patas que se abalanza sobre ejército enemigo a pecho descubierto, sino la persona que se encontraba en el lugar equivocado durante el momento equivocado. El papel de Willis resulta cercano porque el espectador se identifica con él: McClane nunca ha pedido ser el héroe, recibe hostias continuamente, se arrastra a través de la historia hecho mierda y se pasa la mayor parte del metraje cagándose en todo, desde la música que lleva su chofer hasta la talla de zapato de uno de los sicarios despachados. Era difícil no sentirse reflejado en su figura.

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Jungla de cristal. Imagen: 20th Century Fox.

Pero no siempre fue así, porque inicialmente nadie parecía confiar en un Bruce Willis al que todos tenían muy encasillado en un registro cómico. Los tráileres de Jungla de cristal que se proyectaban en los cines fueron recibidos con abucheos por la audiencia, hasta el punto de que unas cuantas salas optaron por dejar de emitirlos, y los propios productores eliminaron la cara del actor del póster oficial para evitar que los haters de Willis esquivasen la peli. El prestigioso Roger Ebert despreció Jungla de cristal tras su estreno (aunque años después recularía), y un crítico que tenía cruzado al coprotagonista de Luz de luna dictaminó que los registros interpretativos del actor podían resumirse en «con camiseta» y «sin camiseta». Cuando la película se estrenó y se convirtió en un éxito a nadie se le ocurrió volver a chistar o levantarle la voz a un Bruce que se acababa de convertir en el nuevo prototipo de héroe de acción.

Hans Gruber

El propio Rickman bromeaba asegurando que Silver y McTiernan habían fichado a un actor de teatro desconocido porque se habían quedado sin dinero tras haberlo fundido todo en el contrato millonario con Willis. Jungla de cristal fue la puerta de entrada al séptimo arte para Rickman, un actor extraordinario dotado de una voz profunda y fascinante que fue considerada un problema en su juventud: sus profesores de interpretación definieron aquel vozarrón como un auténtico problema, un sonido que «parecía surgir del fondo de un desagüe». El actor acabó interpretando al Metatrón, la voz de Dios, en la película Dogma, por lo que es acertado sentenciar que todos aquellos maestros no tenían ni puta idea. Más allá de las tonterías de Kevin Smith, el londinense se  instaló cómodamente ante la cámara para convertir sus personajes en historia del cine: el Sheriff de Nottingham de Robin Hood: príncipe de los ladrones, el Coronel Brandon de Sentido y sensibilidad o el Profesor Severus Snape de la saga Harry Potter se lo deben todo en la pantalla grande al buen hacer de aquel actor de teatro.

Rickman definió su papel en Jungla de cristal por un camino paralelo a las insinuaciones del guionista De Souza: «No soy el malo de la película. Solo una persona que quiere ciertas cosas, toma ciertas decisiones y va detrás de ellas». Su Gruber era un antagonista fabuloso, un ladrón que había planeado disfrazar su gran robo como un golpe terrorista a modo de distracción. Un personaje que no tenía un pasado dramático con el que justificar sus acciones pero sí un propósito, alguien que andaba siempre varios pasos por delante de todo el mundo (tomaba el pelo a la policía solicitando la liberación de presos políticos de cuya existencia era consciente por leer el Time) pero siempre por detrás de un McClane cojonero muy eficiente a la hora de acribillar sicarios. La caracterización de Rickman era perfecta: un personaje temible pero reposado, alguien sofisticado a pesar de estar al cargo de un grupo de tarados, una persona con vocabulario educado, movimientos estudiados y carisma a raudales. En el set de rodaje McTiernan y De Souza descubrieron que el actor era capaz de imitar el acento americano con soltura y añadieron una nueva escena en la que su personaje se tropezaba con el de Willis. Su muerte en pantalla, cayendo al vacío en el desenlace del film, se convirtió en otra de las escenas más recordadas en el cine de acción. Parte de la culpa la tenía aquella mueca de terror en su rostro, un gesto que no había sido impostado: la escena la rodó Rickman personalmente en un plató, atado con arneses y sobre un fondo verde, pero McTiernan decidió arrojarle al vacío antes de tiempo para captar una expresión de pánico auténtica.

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Nadie se ha caído mejor desde lo alto en la historia del cine. Imagen: 20th Century Fox.

Jungla de cristal

Pese a estrenarse durante un verano, Jungla de cristal se convirtió en un clásico navideño de culto por culpa de su ambientación, o la típica película que a todo el mundo le apetece ver en esas fechas en combo con las dos entregas de Solo en casa porque no hay nada más navideño que dinamitar un edificio durante una fiesta de empresa en Nochebuena. Sus secuelas no estuvieron a la altura de la primera entrega: la segunda fue entretenida pero carecía del encanto de la original, la tercera resultó un juguete irregular, la cuarta salió bien parada jugando a la autorreferencia (a pesar de estar aguada, en Estados Unidos se presentó escasa de tacos y violencia para asegurarse el PG-13) y la quinta fue un auténtico esperpento del que a día de hoy nadie quiere hacerse responsable.

Aquellas entregas provocaron dolores de cabeza en los mercados internacionales que optaron por renombrar ese Die Hard como Jungla de cristal (España) o Trampa de cristal (Francia o Polonia), títulos que dejaban de tener sentido en las secuelas (carentes de rascacielos acristalados) y que no podían hacer nada por adaptar los originales. Por estos lares, Die Hard 2 se convirtió en La jungla 2: alerta roja, Die Hard with a Vengeance en Jungla de cristal: la venganza, Live Free or Die Hard en La jungla 4.0 y A Good Day to Die Hard en La jungla: un buen día para morir. En Alemania, la localización original provocó un problema de continuidad: la primera entrega había modificado la nacionalidad de los terroristas, de alemanes habían pasado a ser irlandeses para no ofender a los sensibles germanos, pero aquello chirrió bastante cuando Jeremy Irons se presentó en la tercera parte como un alemán llamado Simon Gruber con ganas de vengar a su hermano Hans, arrojado desde lo alto del Nakatomi Plaza unos cuantos años antes.

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Lo único decente de la quinta película es la tagline del póster.

El 2017 la película entró a formar parte del registro de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos (junto a otros clásicos como Dumbo, Titanic, el Superman del 78 o Adivina quién viene esta noche) por ser una obra histórica y culturalmente importante. En 2018 se cumplieron treinta años desde que McClane la liara en aquel rascacielos. En la actualidad, los productores están comenzando a hornear una nueva entrega crepuscular titulada simplemente McClane planeada a modo de precuela/secuela cuya trama combinará las aventuras de un joven John McClane de veinte años con el ocaso del personaje a sus sesenta tacos.

¿Y de dónde ha salido eso del «Yippee-ki-yay»? La solución la tiene Bing Crosby y la risible canción «I’m an Old Cowhand (from the Rio Grande)» de la película Rythm on the Range. Cosas de vaqueros pop.


Yippee-ki-yay, cowfucker.

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23 Comments

  1. Downjot

    Ya sé que es una costumbre cada vez más extendida, pero si la película en España se titula «La jungla de cristal», ¿por qué el autor quita «la» en este texto?

  2. Muy buen artículo para la, sin duda, la mejor película de la saga. A mi ya me sobran a partir de la segunda. Pero hay gustos claro.

  3. Por cierto, hay una edición en dvd que viene con un comentario del director, John McTiernan, que es MARAVILLOSO y le da mil patadas a todo lo que he escrito ahí arriba en cuanto a datos de interés y curiosidades molonas.

  4. Muy buen artículo, Diego. Pero… «Depredador», ¿una película donde un puñado de culturistas corretean junto a un alien por la jungla?

    No me j*das, hombre. «Depredador» es (otra) obra maestra de McTiernan.

    Saludos.

  5. Ese malvado me viene a la memoria cuando veo un villano en otra película. Hay actuaciones que quedan para la historia, y me he dado cuenta que recuerdo más a Rickman que a Bruce, especialmente en la escena en la cual Willis lo encuentra y Kruger no sabe que nombre darse, y, por supuesto, en la caida. Es mucho más refinado, elegante y cínico y creo que no dispara ni un tiro. Se parece mucho, salvando las distancias al malo de Air One con Harrison Ford. Es cierto que el título en español, Jungla de cristal no es el apropiado. Gracias por el recuerdo.

  6. diego cuevas doppelgänger

    Dios mío este tipo es una fábrica de salchichas aún más mecanizada que esos tarados de Netflix… Al menos el autor no parece querer el fin del cine…

  7. Raúl Tárrega

    Tengo un gran recuerdo de esta película. Mis padres me llevaron a verla con unos ocho o diez años a un cine en un pueblo costero cerca de Valencia durante nuestras vacaciones de verano. Y lo hicieron tras ver a Willis en Luz de Luna, creo que pensando tal vez que veríamos algo de humor. Reconozco que me lo pasé genial viendo la peli, y mis padres también, auque hubiéramos acudido a ver la peli algo «engañados».

  8. R. Maitland

    McTiernan estaba en estado de gracia. Viene de firmar un clásico mezcla de acción, horror y Sci-Fi, como Predator y se inventa otro estándar del cine de acción: Die Hard. Ambas entretenidísimas y magníficamente rodadas. Y a ambas el paso de los años apenas las ha hecho marchitarse. Algo muy meritorio en estos géneros.
    Las secuelas de las dos sagas… algunas simpáticas y otras decididamente malas.

  9. Salva Be

    Qué bueno el artículo, enhorabuena!

    El homenaje a Rickman también es muy acertado, no conocía su pasado en el teatro.

    Lo único con lo que no estoy de acuerdo es con el nivel de la tercera. De hecho, siempre he pensado que era una de las más apreciadas, al nivel de la primera, igual soy el único.

    • Para mi también la tercera es la mejor secuela, con diferencia. Bruce tiene muy buena química con Samuel L. Jackson, y Jeremy Irons compone un malote estupendo. Y va fantástica de ritmo y de humor.

  10. Para mi también la tercera es la mejor secuela, con diferencia. Bruce tiene muy buena química con Samuel L. Jackson, y Jeremy Irons compone un malote estupendo. Y va fantástica de ritmo y de humor.

  11. Lareon Falken

    McTiernan ha sido con Richard Donner el mejor director de cine de acción porque en sus pelis hay algo más que explosiones y tiros. Y para mi, si no puedo ver «Jungla de Cristal» y «Gremlins» en Navidad, entonces es que no es Navidad. Y todo el artículo es maravilloso.

  12. Pues la tercera parte me parece una gran película de acción.

  13. Bruce Willis saltó atado a una manguera y lo realizó sin dobles, lanzándose desde una plataforma a 12 pisos de altura. Para protegerle los pies, ya que pasa toda la película descalzo, le fabricaron un par de zapatos de goma estilo hobbit, pintados en color piel para disimular.

    Toda la pelicula es trepidante. A los pocos minutos de llegar al edificio los terroristas ya se han hecho con él, y apenas a la media hora de comenzar McClane ya ha despachado al primero, así hasta su apoteósico final. Mas de dos horas de puro entretenimiento, en toda la extensión de la palabra.

    Como curiosidades la camiseta de John McClane cambia de color varias veces en la pelicula del blanco al verde, con o sin manchas. Y el dialogo entre Hans Gruber y John McClane: «Esta vez John Wayne no terminará marchándose con Grace Kelly», a lo que McClane replica «Ese fue Gary Cooper, inculto», recordandonos a «Solo ante el peligro»

  14. superbogarde

    Un clásico en toda regla. la tercera película tb es muy muy buena. Flojea un poco al final, pero Zeus está inconmesurable

  15. Entrar en Jot Down,directamente ir al apartado de cine y encontrarte con ese articulo…me ha hecho feliz.
    Y a raíz de Die Hard,¿por qué John McTiernan ha pasado al ostracismo?.En esa época era el «puto amo».
    Estaría bien un artículo referente a él.
    Gracias Jot Down por existir.

  16. Similitoff

    Vittorio Gassman+Robert De Niro:
    Guillaume Canet

  17. Mc1man

    Articulazo que me ha hecho disfrutar.
    Solo puedo aportar que en primera pelicula la expresión es YUPI KAI YI para en las secuelas pasar a ser YIPI KA YEI.
    Un saludo para los amantes del buen cine de acción.

  18. Pingback: Tony Scott, el hermano fiable (1) - Jot Down Cultural Magazine

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