El legendario animador Chuck Jones explicó en el libro Chuck Amuck: The Life and Times of an Animated Cartoonist que el universo que habitaban el Coyote y el Correcaminos se regía según una serie de normas preestablecidas. Nueve leyes que supuestamente tanto él como el resto de artistas cumplían a rajatabla a la hora de elaborar las correrías de la pareja animada. Concretamente, eran las que siguen:
1- El Correcaminos no puede hacer daño al Coyote, solo pitarle con sus «beep , beep».
2- El Coyote no puede ser herido por ninguna fuerza externa, solo por su propia ineptitud o por los fallos y averías de los productos ACME.
3- El Coyote podría optar por parar en cualquier momento por voluntad propia, si no fuese porque se trata de un fanático («Un fanático es aquel que redobla su esfuerzos cuando ha olvidado su objetivo», George Santayana).
4- No hay ningún tipo de diálogo nunca, excepto el «beep, beep».
5- El Correcaminos debe permanecer siempre en la carretera, en caso contrario no haría justicia a su nombre.
6- Todas las acciones están confinadas al escenario natural de los personajes: el desierto del suroeste americano.
7- Todos los materiales, herramientas, armas o ingenios mecánicos deben de ser obtenidos de ACME Corporation.
8- Siempre que sea posible, la gravedad será el mayor enemigo del Coyote.
9- El Coyote siempre acaba más humillado que herido como consecuencia de sus fracasos.
Pero es probable que todo lo que tienen estas reglas de interesante y curioso no lo tengan de certero: Michael Maltese afirmó, en una entrevista rescatada por el libro Hollywood Cartoons: American Animation in its Golden Age, que nunca había oído hablar de dicha ristra de normas. Una confidencia significativa teniendo en cuenta que Malteses fue guionista y cocreador de los dieciséis primeros capítulos de El Coyote y el Correcaminos. De todos modos, cualquier espectador observador puede darse cuenta rápidamente de que algo chirría en ese decálogo de presuntas normas: «Fast and Furry-ous», el primer capítulo protagonizado por el dúo animado, dinamitaba la primera regla de Jones durante sus segundos iniciales y se cargaba unas cuantas más a lo largo del resto de su metraje.
Fast and Furry-ous
El Coyote decidió salir a la caza del Correcaminos en 1949 con «Fast and Furry-ous», un cortometraje de siete minutos dirigido por el propio Jones sobre un guion de Maltese en el que la pareja se presentó en sociedad entre carreras y porrazos mientras fardaba de nombres científicos en un latín nada sospechoso: Accelleratii incredibus y Carnivorous vulgaris. Lo más simpático de todo es que el Coyote y el Correcaminos nacieron a modo de parodia directa de aquellos Tom y Jerry de la Metro-Goldwyn-Mayer, pero a la larga sus aventuras se convirtieron en las mejores representantes del subgénero de persecuciones salpicadas de hostias.
La zarrapastrosa silueta de Wile E. Coyote se diseñó tomando inspiración de los mundos literarios: Jones imaginó al personaje basándose en una descripción que se le había quedado grabada en la memoria desde niño, la efectuada por Mark Twain en el libro Pasando fatigas: un hilarante viaje por la fiebre del oro: «El coyote era un animal con la apariencia de un esqueleto largo, delgado, enfermo y de aspecto lamentable […] Siempre hambriento, siempre pobre, desgraciado y sin amigos». Los bocetos primigenios del Coyote también contenían otro guiño novelesco curioso, porque en ellos se etiquetaba al personaje como «Don Coyote», en evidente honor a El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes, un nombre que más tarde se descartaría para dejar paso al juego de palabras Wile E. (que en inglés suena similar a willy, es decir ‘astuto’) Coyote. Los trazos desaliñados que lo definían también nacieron de terceros: el cuerpo de Wile es una versión enjuta y desgreñada del cuerpo de Bugs Bunny, «debido a su constitución física tiene problemas para demostrar realmente que es elegante. Su silueta es como la de un Bugs disoluto». Un contorno que además encontraba cierta inspiración en los cuadros de Katsushika Hokusai: «La cola ajada del Coyote está basada en las ilustraciones japonesas de tormentas marítimas. Cuando los artistas japoneses quieren hacer que una ola resulte terrorífica la dibujan como si fuese una garra amenazadora en lugar de hacerlo a la manera occidental, mucho más suave. Si tienes un barco navegando sobre una ola en una pintura japonesa sabes perfectamente lo que va a pasar, porque son olas para morir en ellas, no para surfear. El modo clásico de dibujar la cola de cualquier animal, desde las ardillas hasta los perros, pasa por hacerla redondeada y suave, al estilo del oleaje occidental. Nosotros creamos la cola del Coyote dándole la vuelta a esa idea».
El diseño del Correcaminos fue mucho menos complicado, se basaba por completo en aquel animal que la gente todavía no tiene ni idea de si realmente existe. Y su figura se rendía completamente a la potencia: «el Correcaminos tiene poca personalidad porque no la necesita, él en realidad es una fuerza». En el estudio, Jones explicaba a los dibujantes que el único secreto para pintar al Correcaminos era «aprender a dibujar polvo», elaborar nubes y estelas polvorientas a las que luego solo habría que añadir un ave apresurada. Su «beep, beep» característico nació de manera inesperada dentro de las oficinas de la empresa, se trataba del sonido que el dibujante Paul Julian hacía para alertar y apartar a la gente cuando correteaba con prisas entre los pasillos de la Warner. A Jones y Treg Brown (editor de sonido en Warner) les resultaban tan graciosos aquellos pitidos que, en lugar de intentar imitarlos, optaron por invitar a Julian a grabarlos en el estudio y utilizarlos desde entonces como la voz oficial del personaje.
Por su naturaleza de parodia, «Fast and Furry-ous» había sido concebido como una producción independiente y sin continuidad. Sobre todo porque Edward Selzer, uno de los productores en Warner, consideraba el cortometraje tan pasado de vueltas como para creer que era mejor no estirar la broma. Pero tras iniciarse la guerra de Corea en 1950, en la Warner comenzaron a recibir misivas desde el ejército demandando nuevos episodios del Correcaminos. Por lo visto, el «beep, beep» del Correcaminos se había convertido en una coletilla característica de los pilotos estadounidenses a la hora de levantar el vuelo o alcanzar velocidades importantes. Lo de descubrir que el fandom de aquellos dibujos militaba en el propio ejército del país le tocó tanto la patata a Selzer, una persona que había formado filas en la Marina de los Estados unidos, como para dejar de lado las reservas y dar el visto bueno a la producción de más entregas basadas en aquellos personajes.
Catálogo
La mejor cosecha de El Coyote y el Correcaminos es la que comprende el periodo entre 1949 y 1964, una etapa compuesta por veintitrés episodios y una peliculilla de casi media hora titulada Adventures of the Roadrunner que se trocearía para crear otro trío de capítulos («To Beep or Not to Beep», «Zip Zip Hooray!» y «Roadrunner a Go-go»). Entre aquella producción se encuentran las dieciséis entregas ideadas entre Jones y Maltese junto a otro puñado de episodios guionizados por John Dunn. La calamidad llegó a mediados de los sesenta cuando Jack L Warner, uno de los cuatro hermanos fundadores del emporio Warner, decidió mandar a paseo a todo el departamento de animación de la compañía. Un gesto que no resultaba especialmente sorprendente por parte de ese Warner en concreto, una persona a la que se la sudaban los dibujos animados hasta el punto de reconocer en una reunión administrativa que ni siquiera sabía dónde tenían instalados los estudios de animación. El desmantelamiento de aquel departamento supuso a la compañía tener que encargar a terceros la elaboración de los nuevos capítulos de sus personajes estrella. De ese modo, El Coyote y el Correcaminos cayeron en manos de DePatie-Freleng Enterprises, la empresa que se encargó de darle vida a La pantera rosa y hacer brillar los sables de La guerra de las galaxias, y los fans tuvieron que tragarse con disgusto catorce nuevos capítulos que lucían un aspecto barato y descuidado. Aquellos episodios por encargo escatimaban en frames por segundo, reutilizaban material previo hasta el hastío (la misma escena del Coyote cayendo desde lo alto se recicló varias veces) y empastaban una banda sonora mediocre. Entre ellos, los once cortos dirigidos por Rudy Larriva, un extrabajador de la Warner, salieron tan tontos y sosos como para que el público los considerase el punto más bajo de la franquicia, llegando a etiquetarlos como «el once de Larrivan» para diferenciarlos del resto. Tras tantos tropezones, la Warner Bros reabriría el estudio de animación en 1979 y el propio Chuck Jones volvería a comandar las cacerías del Coyote en tres décadas distintas con «Freeze Frame» (1979), «Soup or Sonic» (1980) y «Chariots of Fur» (1994).
Crossover
La cuarta regla enunciada por Jones no es del todo cierta. El Coyote es en apariencia un personaje mudo que se expresa exclusivamente a través de carteles, pero ciertos episodios junto al Correcaminos le permiten manifestar su dolor verbalmente. En «To Beep or Not to Beep» vocea un dilatado alarido cuando un cactus aterriza sobre él y en «Zoom at the Top» exclama un seco «Ouch» a los espectadores mientras camina hecho un Cristo instantes después de ser destrozado por una trampa para osos. Pero su verdadera locuacidad emergió muchísimo antes, durante su segunda aparición en pantalla, cuando se atrevió a invadir los mundos paralelos dominados por un conejo llamado Bugs Bunny. En Operation: Rabbit, un corto estrenado a principios del 1952, Wile E. Coyote se plantó ante la madriguera de Bugs Bunny luciendo un elegante acento británico, cortesía de Mel Blanc, y una tarjeta que lo presentaba como «Genio». Aquella era la primera entrega de una serie de cinco crossovers junto al mascazanahorias de la Warner, encuentros donde el Coyote sustituía su antojo de muslo de ave por el interés hacia la carne de conejo y se revelaba, para sorpresa de todos, como un personaje tremendamente locuaz. Las invasiones de otros mundos animados no se quedaron ahí: poco después, en el capítulo «The Wild Chase» de la serie Merrie Melodies, el Correcaminos se animó a competir contra Speedy Gonzales en una carrera donde tanto Wile E. Coyote como el gato Silvestre se infiltraban para intentar dar caza a sus respectivas meriendas deseadas.
Otros crossovers y cameos tuvieron lugar en series como Tiny Toon Adventures, Taz-mania, Animaniacs, Wabbit, Duck Dodgers o aquellas nuevas aventuras de Scooby-Doo donde el perro que daba nombre al show contempló cómo el Coyote se escoñaba contra una piedra gorda. Otras apariciones ilegítimas nacieron a modo de guasa: En Padre de familia, Peter Griffin le concedió un crédito ilimitado en las tiendas ACME al sufrido Wile, pero también espachurró al Correcaminos accidentalmente e incluso se dedicó a tender trampas en el desierto a Lois al estilo Coyote. Seth MacFarlane, la mente detrás de Padre de familia, ideó además un sketch para su serie online Cavalcade of Cartoon Comedy: «Die, Sweet Roadrunner, Die», un gag de un minuto donde se preguntaba con mala baba a qué iba a dedicar su tiempo el Coyote en caso de dar caza por fin al Correcaminos.
Primos lejanos
A principios de los cincuenta al Coyote le brotó un Doppelgänger legitimado por su propio padre: Ralph Wolf, un lobo que se deslizó sigilosamente por varios episodios de Looney Tunes intentando clavarle el diente a las ovejas que custodiaba un perro pastor llamado Sam Sheepdog. Aquel Wolf nació a partir del molde de Wile y nadie se molestó en disimularlo lo más mínimo, físicamente era casi idéntico al Coyote y las únicas diferencias visibles eran un par de pequeños detalles cromáticos: la nariz de Wolf era roja en lugar de negra y sus ojos, blancos en lugar de amarillos. Pero en la práctica aquel personaje funcionaba como un concepto totalmente opuesto a su primo del desierto, porque se trataba de un experimento de Chuck Jones para descubrir si era capaz de extraer buen material jugando a invertir la idea primigenia: en los dibujos del Correcaminos, el adversario del Coyote era una entidad en continuo (y extremadamente veloz) movimiento, pero en las andanzas de Wolf el antagonista adoptaba la figura de un personaje en perpetuo estado sedentario: «Sam solamente se sienta firmemente en el suelo. Él no necesita moverse, simplemente está allí», y, como Jones era un genio en lo suyo, la empresa funcionaba envidiablemente. Wolf, a pesar de tirar también del catálogo de artefactos ACME y de tener como objetivo el rellenar la tripa con carne animal, lucía otro par de rasgos que lo alejaban del Coyote: era capaz de hablar (y cuando lo hacía carecía del acento inglés de Wile) y, en lugar de dibujarse como un fanático, lo hacía como un currante: al finalizar la jornada laboral, tanto él como Sam Sheepdog recogían sus bártulos, fichaban en una máquina la hora de salida del trabajo y se despedían cortésmente antes de encaminarse hacia sus hogares.
En el mundo real
Más allá de los dibujos animados, el Correcaminos hubiese tenido muy pocas oportunidades de zafarse con vida en caso de tener pegado al culo a un coyote propulsado por la gusa y armado con tenedor y cuchillo. Porque en el mundo real ese tipo de ave solo es capaz de esprintar a poco más de treinta kilómetros por hora, mientras el trote de un coyote puede alcanzar velocidades cercanas a los setenta kilómetros por hora.
Entre tanto, en la tercera planta del Instituto Tecnológico de Massachusetts cualquier persona que intente tomar un atajo entre los edificios siete y nueve se encontrará que el trayecto está cortado de la manera más fabulosa posible, con una pared sólida en la que se ha estampado el Coyote tras intentar hacer uso de un «túnel instantáneo» de ACME.
Todos somos Wile E. Coyote
Jones justificaba en Chuck Amuck la existencia de aquellas leyes que condicionaban el comportamiento de sus criaturas: «Todos los comediantes deben de obedecer una serie de reglas consistentes con su propia percepción de la comedia. En mi opinión, Jackie Gleason (Los recién casados) ha logrado mucho más amenazando con golpear a alguien que Los Tres Chiflados haciéndolo». Pero lo cierto es que, a pesar de los esfuerzos de Jones por convencer al lector de que sus nueve normas estaban talladas en mármol en las oficinas de Warner, la existencia de dichas reglas no acababa de resultar creíble: Maltese no solo confirmó que elaboró sus guiones sin seguir aquel mapa de ruta, sino que además aventuró que dicho decálogo probablemente eran observaciones maceradas por Jones a posteriori para hacerse el interesante y dotar de color a la leyenda.
Lo más gracioso de todo es que una lectura casual de las nueve normas permite creer que ellas definen con certeza el espíritu de El Coyote y el Correcaminos, cuando en realidad no es así en absoluto. Porque la mayoría de ellas no se cumplen con frecuencia: en el primer episodio, el Correcaminos tarda exactamente dos minutos en agredir al Coyote con un bumerán, invalidando directamente la primera norma («El Correcaminos no puede hacer daño al Coyote»), algo que vuelve a ocurrir en «Clippety Clobbered» cuando el ave arroja con alevosía y premeditación una piedra sobre su cazador. La segunda regla («El Coyote no puede ser herido por ninguna fuerza externa») es arrollada en numerosas ocasiones por trenes y camiones que se llevan por delante al pobre Wile, la quinta («El Correcaminos debe permanecer siempre en la carretera») es regateada por un Correcaminos que se escaquea entre montañas, minas y vías de ferrocarril, la séptima («Todas las herramientas deben de ser de marca ACME») no se cumple en numerosas ocasiones, e incluso la sexta (aquella que confina a la pareja en el escenario desértico) es driblada con habilidad en el especial navideño «Freeze Frame», que desvía la acción hasta un escenario nevado. Lo importante de todo esto no es que Jones no tuviese razón o se estuviera tirando el moco, sino que se había olvidado de acomodar entre aquellas reglas inventadas la más evidente de todas: que todos nosotros habitamos la piel de Wile E. Coyote.
Los capítulos de El Coyote y el Correcaminos pueden considerarse los mejores representantes de ese tipo de dibujos animados de persecuciones y porrazos, pero también han de entenderse como las únicas aventuras de dicho subgénero capaces de lograr que el público se ponga de parte del cazador y no de la presa. Porque a los espectadores siempre les ha resultado más fácil identificarse con Jerry que con el zoquete de Tom, colocarse en el bando de Speedy Gonzales (o incluso de parte del insoportable de Piolín) antes que apoyar las mamarrachadas del gato Silvestre o reconocerse en Pixie y Dixie antes que en aquel gato que maldecía en andaluz. Pero en los desiertos animados de la Warner lo habitual era aliarse con el supuesto villano, sentir pena por el Coyote, y ponerse de su parte. En la pantalla, en contra de lo que sentencian las reglas de Jones, Wile E. Coyote no es un personaje castigado y humillado únicamente por su propia incompetencia, sino por absolutamente todo lo que le rodea. En su contra se encuentra el propio escenario, plagado de piedras que se desploman sobre su cabeza o vehículos que lo atropellan, la mercancía defectuosa de ACME que fracasa con puntualidad exquisita en el peor momento posible y, sobre todo, un adversario injusto e imbatible que se encontraba por encima de todas las leyes. El Correcaminos era un personaje al que se le han concedido poderes irrazonables e inmerecidos por el bien de la guasa: puede teletransportarse al lugar más conveniente en cualquier momento y es virtualmente inmune a cualquier tipo de trampa, pero también es capaz de llevar a cabo imposibles como corretear dentro de trampantojos pintados en la pared o acelerar su velocidad hasta viajar a través del tiempo. Aquella ave, de pitido enervante y personalidad plana, permanecía fuera de plano durante la mayor parte del episodio para que el espectador comprendiese que lo único honesto era aliarse con su enemigo. Wile E. Coyote era una criatura rodeada de injusticias, con el universo en su contra, acostumbrado al fracaso, abonado a las humillaciones y condenado a la desgracia de no solo tropezar, sino de ser aplastado siempre por la misma piedra. Y existen pocas cosas más cercanas al ser humano que entender de primera mano lo que significa todo lo anterior. Las nueve normas de Chuck Jones sobraban por completo, solo hubiese sido necesario enunciar una para entender el éxito del Correcaminos: todos somos Wile E. Coyote.
Buen articulo aunque se les olvidó aquella vez en la que la disputa entre Coyote y Correcaminos llegó a estrados judiciales…https://youtu.be/Zh1pZqmxvmM
Sí, todos alguna vez nos hemos sentido como el Coyote. Excelente artículo.
Yo no sé para qué lo miraba si sabía de antemano que sería el enésimo fiasco. Fue el único depredador que me causaba simpatia. Pobre! Sólo tuve satisfacción de manera accidental y, como no podía ser de otra manera, por el lado de la pornografía callejera. En una viñeta finalmente lo agarraba por el cogote, pero en un clarísimo acto de sodomía. Finalmente la justicia había vencido. Gloria eterna a los perdedores.
Recuerdo muy bien un comic del personaje de Vertigo-DC «Animal Man, un personaje devenido en justiciero ecologista que podía enfrentarse en momentos contra empresas oscuras y contaminantes o en otros, aparecer en universos fantásticos y alucinantes donde también se jugaba con la idea del feminismo…. Los guiones eran del incombustible Grant Morrison, y en un capitulo de la serie, Animal man llega al universo del Coyote y el Correcaminos…… y lo que ocurre ahi es tan demencial como alucinante…. lo recomiendo absolutamente:
http://comicritico.blogspot.com/2012/12/animal-man-el-evangelio-del-coyote.html
Excelente homenaje de parte de Grant Morrison a la mitología del Coyote con su comic. Les comparto una reseña que analiza muy a profundidad sobre este comic y sus simbolismos:
http://howtoarsenio.blogspot.com/2015/08/resena-animal-man-el-evangelio-del.html
Excelente artículo, antes de entrar ya sabía quien era el autor, un estilo inconfundible :)
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