Con un inicio de carrera fulgurante como entrenador, ahora mismo Quique Sánchez Flores (Madrid, 1965) reconoce que se ha encontrado «estancado» en su último año en el Espanyol. Pero su legado merece ser abarcado desde que formara parte de un Valencia legendario en los ochenta a las órdenes de Víctor Espárrago, solo superado por el Madrid de Toshack, y sus dos años junto a Laudrup, Redondo, Raúl y compañía en el Bernabéu. Un testigo privilegiado, historia viva de la evolución de este deporte década tras década.
Eres hijo de Isidro Sánchez, futbolista del Real Madrid, Betis y Sabadell durante los sesenta, y de la cantante Carmen Flores, hermana de Lola Flores.
Era contracultural.
¿Contracultural?
Sí, porque estando mi padre en el Real Madrid se aconsejaba que los futbolistas no se casasen con artistas. Esa era la cultura del club, no mezclar una cosa con la otra. Fíjate ahora, es casi obligatorio [risas].
Lola Flores predijo que serías entrenador cuando eras un crío.
Eso fue en Madrid, hasta los cinco años viví en Barcelona. Cuando mis padres se separaron nos fuimos a vivir con mis abuelos, que eran de la generación que había vivido la Guerra Civil y la posguerra. Con sesenta o setenta años ya se merecían la tranquilidad y les invadimos su casa mi madre, mis dos hermanas, mi hermano, una señorita que nos ayudaba y yo. Mi madre tuvo que volver a trabajar, volver a cantar. Y nos educaron mis abuelos. Él tenía una actitud muy recia, muy rígida, todo era disciplina. Pero al menos eran los dos andaluces y en mi abuela encontrábamos el desahogo, ese respiro.
Yo, con doce o trece años jugaba a las chapas. Lo hice hasta bastante mayor, incluso seguí cuando mi hermano me abandonó y dejó de hacerlo porque creció. Vivíamos en una casa pequeña en la calle Povedilla en Madrid, y ponía el campo, las porterías artesanales y tal, en la entrada de casa. Un día estaba jugando y abrió la puerta mi madre, había venido mi tía Lola, y al pasar se encontró todo eso. Mi madre dijo: «Hay que ver este chiquillo dónde pone estas cosas del fútbol». Y Lola contestó saltando por encima: «¡Tú déjalo! ¡Tú déjalo! Porque cuando él hace todo esto es porque tiene algo en la cabeza». Se me quedó grabado.
¿Cómo era ese ambiente en el que te criaste rodeado de artistas, toreros…?
No podría explicarlo. Puedo decir que, por ejemplo, en diciembre del 94 fue la última Nochebuena de mi tía Lola. Ella murió en mayo del 95, igual que mi primo Antonio. Fue una Nochebuena como siempre, en la casa de La Moraleja, solo con los más cercanos, y luego iban apareciendo los famosos y los amigos, sobre todo amigos, porque todos eran amigos además de famosos. Invité al periodista Elías Israel, que vino con su novia, que ahora es su mujer. Cuando acabó, me dijo que lo que había vivido era lo más maravilloso que le había pasado en la vida. Y lo que él conoció no era lo que había sido en los buenos tiempos.
Eso era una locura. Mi amigo vivió una mezcla generacional, con Rocío Jurado, Marujita Díaz, Antonio Gades, la Paquera de Jerez… y con los amigos de mis primos. Todo eran palmas, guitarras, Joaquín Cortés bailando en dos metros cuadrados, rodeado de gente que estaba en las sillas, por el suelo, andabas dos pasos y estaba Alejandro Sanz haciéndose un punteo con la guitarra. Era maravilloso.
Cuando yo era pequeño era lo mismo, pero con Faico, Rocío Dúrcal, Picoco… Con la presencia de Alfredo Di Stefano, que era el único invitado al que recibía mi tía. Cuando la gente venía a casa, tiraban los abrigos en un sofá amontonados, que luego al salir, en muchos casos, muchos se llevaban abrigos de otros sin darse cuenta, se pasaban luego días intercambiándoselos de nuevo, pero cuando llegaba Alfredo, venía la chica y decía: «Doña Lola, Alfredo». Y mi tía iba a la puerta, le cogía el abrigo a Alfredo y se lo colgaba ella aparte. Alfredo venía siempre con su gorra y su bufanda, y Sara, su mujer, a la que llamaba «la Thatcher», que era maravillosa. Para mí ese era un momento brutal, eran dos genios que se admiraban el uno al otro. Iba siempre, desde pequeño, a ver cómo llegaba Alfredo, asistir al encuentro mágico entre dos genios.
Di Stefano fue tu padrino, ¿por qué?
Por amistad pura y dura en la plantilla del Madrid. El padrino de mi hermano era José Emilio Santamaría y su madrina Sara Di Stefano. Mi padrino fue Alfredo Di Stefano y mi madrina, Nora, la mujer de Santamaría. Y se portaron muy bien con nosotros siempre. Mi familia quedó desestructurada por el divorcio, que en aquella época era un drama. Una burla social. Si encima tu familia era conocida, ya no era solo el barrio, era más. Eso nos pasó. Pero mi madre lo hizo muy bien, volvió a trabajar. Y sigue, con ochenta y dos años, mira que le hemos dado oportunidades para que lo deje, pero sigue haciendo sus galitas, yéndose a Argentina…
Siempre sentimos que Alfredo, Sara, Santamaría y Nora estaban ahí. Fueron un apoyo brutal para mi madre, en todos los sentidos, económico, emocional y presencial. Yo me hice del Valencia desde muy pequeño porque Sara, cuando Di Stefano les entrenaba, no paraba de mandarnos bufandas, balones firmados por la plantilla, camisetas, y me entregué al club. Con Alfredo el contacto más cercano fue cuando luego terminó siendo mi entrenador en el mismo Valencia, que eso era como una atracción artística.
En una entrevista en 1987 dijiste que a tu tía Lola Flores el franquismo la benefició tanto como la perjudicó.
Mi tía era tan generosa y tan anárquica que no pertenecía a nadie ni a nada. La gente de la época la adoraba, quizá porque encarnaba muy bien valores de esa España, la pasión en el arte flamenco, que al final, si te sientes de aquí, sientes que te representa. Pero ella no pertenecía a nadie. Ni siquiera trabajó en ella misma, no inventó un personaje, era así. Creativa, impulsiva, natural y absolutamente generosa.
Y tu tío, el Pescaílla, uno de los padres de la rumba catalana
Él apartó su carrera para apoyar a su mujer, a Lola, pero los que le hemos visto sabemos que era la bomba. Asumió el eclipse de su figura y no le importó. Era un genio con la guitarra y cantaba diferente. Recuerdo en el 90 que me fui a Marbella con mi hermano y unos amigos y estaba en su casa mi tío Antonio con el Beni de Cádiz. Fueron como unos cincuenta minutos maravillosos de los que nunca me voy a olvidar, tocaban la guitarra y cantaban mientras iban contando cosas que les habían pasado en la vida, cuando empezaban sus carreras, que no tenían ni para comer. Esto lo puedo contar, pero es difícil entenderlo. Al verlo pensaba que algo así no se iba a repetir nunca en mi vida.
Tu primer ídolo, Iribar.
Tengo fotos con el Chopo que me hice cuando vino a jugar a Sabadell. Me parecía diferente. Ahora estoy más orgulloso de haber sido fan de Iribar que entonces, me parece que tiene una humildad brutal, y porque era un portero moderno, quizá por eso me atraía cuando tenía seis años. Era elegante, salía fino y, sobre todo, tenía la cualidad que más valoro de mis porteros y lo que les pido por favor siempre: que no exageren. Lo que más energía le quita a un rival es que tu portero no exagere al parar. Si estás bien colocado y la paras sin moverte, el rival se desespera. En los últimos años veo que para meterle un gol a Oblak o se la metes en los ángulos o no se la metes. Al Courtois del Atlético de Madrid le pasaba lo mismo. Neuer… con los mejores pasa eso. Lo difícil te lo puede hacer un portero mediocre, pero lo fácil no es tan fácil.
Empiezas a jugar en el Pegaso, con el 2, como tu padre, en su misma posición y con las mismas características, lateral ofensivo.
Estuve de los siete a los nueve años en el Madrid. Coincidí con Sanchís. Mi primo Antonio también jugaba con nosotros.
¿Han coincidido Manolo Sanchís y Antonio Flores en un once?
Seguro que sí, fueron cuatro años, habría que revisarlo, aunque Antonio venía cuando quería. Si se levantaba y decidía que tenía que jugar, jugaba. Pero lo hacía como un portento físico. Era un centrocampista muy fuerte, muy rápido. Con una capacidad para correr brutal. Puro nervio. Atrevido, valiente.
Lo que me pasó es que nos fuimos a vivir a Sevilla con mi padre y, cuando volví, los chicos del Madrid eran más grandes y jugaban mejor. A las dos semanas dije que no volvía. Entonces, Sara Di Stefano nos consiguió una prueba en el Pegaso. Debuté en tercera con dieciséis años.
¿Cómo era tercera en los ochenta?
Magnífica. Fue una de las mejores épocas de mi vida. Todavía estamos en contacto los jugadores, tengo un grupo de WhatsApp con los veteranos.
¿Había estopa?
Había mucho nivel. Ahora hay estopa, poco fútbol y mucha estopa. Antes eran más profesionales, el nivel tenía más que ver con la segunda y segunda B de ahora que con la tercera actual. Jugábamos contra el Getafe, el Leganés, Alcorcón, todos muy cuajados y algunos en primera actualmente. Veía a gente que era tan buena que preguntaba por qué estaban en esa categoría, y me decían: «No, es que tiene que alimentar a su familia, se ha tenido que quedar en casa y no pudo fichar por tal equipo. Este otro se fue a la mili y al volver era todo diferente. Al otro le gusta salir por las noches».
Había mucho jugador que podía haber sido un gran profesional, pero fundamentalmente por razones sociales no había podido. El filtro siempre era algo social. Era muy difícil debutar, tuvieron que poner un reglamento que obligaba a que de entrada en el once inicial tenía que haber dos menores de veintiún años que jugasen al menos veinte minutos. Te sacaban de entrada, pero tenías a los veteranos calentando en la banda desde el principio, y justo en el minuto 20 te cambiaban.
Eras del Valencia desde niño y fichaste por el Valencia.
Pude ir al Mallorca. Yo era internacional sub-18 y había jugado una Eurocopa en Inglaterra. Pero no lo vi. Habían firmado con Zubiría del Barcelona, con Izquierdo, del Rayo Vallecano, y creía que no me iban a poner. Mi madre me decía que era una oportunidad única, pero le contesté: «Las oportunidades no son únicas y los trenes no solo pasan una vez». Se lo dije con diecisiete años, era un joven viejo o un viejo joven [risas], pero estaba convencido de que merecía más la pena estar preparado para cuando viniese el tren acertado, y al año siguiente vino el Valencia. Un entrenador, Roberto Gil, que apostó por la gente joven y me puso de titular desde el principio.
En ese Valencia ochentero defendías junto a Arias, Tendillo y Voro.
Voro el primer año estaba en Tenerife cedido, se tuvo que ir allí porque le tocó de destino en la mili y encima se murió su madre. Cuando llegué todo el mundo me hablaba de él, que se había tenido que ir en unas circunstancias muy dolorosas, pero que volvería. A Arias y Tendillo los admiraba de antes, Tendillo era mi ídolo. Su edad engañaba, jugó un Mundial con dieciocho años y cuando fue al Madrid, que parecía el final de su carrera, era joven aún, tenía veintiséis años. Llevaba diez años en la élite. El equipo lo completaba luego gente como Castellanos o Saura, de los que aprendí mucho. Y Sempere, al que llamaban el Mudo, porque no se comunicaba con nadie, pero era un tipo muy profesional y le queríamos mucho.
¿Por qué bajó ese equipo a segunda?
El fútbol no perdona y hay muertes anunciadas. El equipo ya se había salvado antes de milagro en el último minuto ganando 1-0 en casa, con el gol de Tendillo que le quitó una liga al Real Madrid y se la dio al Athletic de Clemente. Se veía una falta de organización, de recursos… No creías que el equipo fuese a bajar, pero bajó. Como le pasó luego al Atlético de Madrid. Ese tipo de descensos son como las arenas movedizas de las películas de Tarzán, que te atrapan, te tiran para abajo y te van hundiendo poco a poco y no te terminas de creer tu destino hasta que pasa.
¿Qué recuerdas de aquellas ligas?
El fútbol de los ochenta tenía mucha menos organización que el actual. El método no había hecho aparición. Los entrenadores evolucionaban más por intuición que por método. El que marca la diferencia en esa época es Sacchi. Habla de un fútbol que no solo es jugar con el balón, también se plantea cómo y dónde recuperar el balón. Era diferente, te asfixiaba, no dejaba espacios, era un fútbol complejo y que sorprendía, que es lo que es la innovación. Con cualquiera que hablaras de la gente que había jugado contra ellos, del Madrid o del Barcelona, te decía lo mismo, que era imposible. Se sentían acosados, sufrían. Milla me dijo una vez que jugó contra ellos con el Barça y tuvo la sensación de que no pasaban del medio campo.
Al principio de la década hubo ligas muy competidas, con el Madrid entrenado por Di Stefano, Maradona luego en el Barça, los equipos vascos, tan luchadores…
Los equipos vascos me encantaban. Hacían algo que debe apreciarse en el fútbol actual, no se trata de tener muchas herramientas de juego si no las tienes. Ellos tenían pocas, pero las utilizaban muy bien. El Athletic y la Real eran enorme presión, mucho físico, mucho centro lateral en ataque y mucho remate dentro del área. Vivían de tres o cuatro recursos. Y un compromiso y un deseo que es lo que queremos todos siempre, hace cien años y ahora. Hicieron época, aunque luego sí es verdad que la llegada de Schuster, por ejemplo, fue como un rayo de luz, porque era excepcional.
Con Maradona me enfrenté en un amistoso antes del Mundial de Italia. Creo que nos ha dado tanto que hay que quererlo como es. No siento ninguna afinidad con el personaje, pero el futbolista nos ha hecho disfrutar tanto, nos dado cosas tan distintas, que lo adoro. Además, el año que estuvo en el Barcelona, mi tía y mi madre actuaron allí y él las invitó a su casa a una fiesta. Mi madre le dijo: «Esa foto que tienes ahí quiero que se la dediques a mis hijos Quique e Isidro». Y lo hizo. Creo que ha debido de ser siempre muy generoso. Cada vez que pienso en él siento cariño y amor.
Cuando tuve que marcarlo con España nos lo repartimos entre Sanchís y yo. Era un mediapunta que caía a la derecha o iba al medio. De hecho, tengo una foto que guardó mi madre en la que estamos Sanchís y yo enfrente de él esperando como «a ver qué pasa». Esa foto lo dice todo. Lo impresionante es que treinta años después sigamos discutiendo si es el mejor de la historia o no.
Maradona hizo algo que Messi no ha hecho, con jugadores que no eran sobresalientes consiguió el Mundial y la final de un Mundial. Messi eso no lo ha logrado, solo una final. Aunque en el día a día, temporada tras temporada, Messi ha hecho cosas que no estaban al alcance de Diego. Cuando veo que un entrenador se pone a hablar de cómo parar a Messi, desconfío. Messi ha desmontado ya tantos sistemas para parar a Messi que es imposible que ganes al Barça porque le has parado. Parar a Messi no depende de ti, depende de Messi. No hay mordazas para Messi, si no ya se habrían hecho. Y si uno la hubiese creado, todos la habríamos copiado.
¿Qué rivales te sorprendieron?
Ir al Bernabéu en los ochenta era difícil. Veías cómo tus propios entrenadores cambiaban cosas para ese partido, lo que no te generaba mucha confianza. La Quinta del Buitre tenía muchas soluciones, mucha alegría en su juego, y se nos daba mal. A Lineker lo admiro mucho, que ha sido capaz de ser un gran jugador y después un gran analista. Futre era dificilísimo, él y Stoichkov han sido los que más me ha costado frenar.
A Hristo le gustaba que Laudrup se la metiera en diagonal al espacio y tú tenías que improvisar todo, era un jugador incómodo. El contacto ya no le gustaba tanto, si recibía de espaldas ya no estaba a gusto. Futre lo que tenía era una arrancada brutal. Si corrías por correr, te ganaba siempre, tenías que empezar a correr antes que él y así podías tener alguna posibilidad.
Mágico González me parecía distinto a todo. Era un tío que improvisaba sobre la improvisación. Inventaba sobre lo que se estaba inventando. Normalmente, sabes lo que va a hacer un rival, y si inventa algo sabes más o menos lo que va a ser, porque nos conocemos, pero este chico era capaz de sacar cosas nuevas constantemente. Salía de rincones de donde era imposible salir, sobre todo con ese cuerpo y con ese espíritu, que solo le gustaba jugar, nada de entrenar ni obligaciones.
Te perdiste la Eurocopa del 88 y el Mundial de Italia 90 por lesiones.
Lo de la Eurocopa me dio pena porque me entrenaba Muñoz, que ya había entrenado a mi padre en los sesenta. Era un entrenador que no preparaba los partidos estratégicamente, ya lo había ganado todo, solo pedía los mejores jugadores. Por el contrario, Suárez, de alguna forma, tenía más conocimiento. Quiso compaginar lo de Muñoz con los jóvenes que veníamos de ganar la Eurocopa, Martín Vázquez, Pardeza… Luis Suárez nos maravillaba no solo por cómo nos lideraba, también se ponía a jugar con nosotros y era un tipo flaco, con cuarenta y pico años —hoy con esa edad eres joven, entonces no—, y tenía un fútbol de seda que nos encantaba.
Su problema es que para Italia hubiésemos necesitado más tiempo o más músculo o más experiencia, pero no haber estado entre esos dos modelos. No teníamos equipo suficiente para hacer cosas importantes. Así nos fue.
Pero si ves la plantilla y te caes para atrás, había mucha calidad. Bakero, Beguiristain, Míchel, Butragueño, el mejor Martín Vázquez que hubo jamás…
Sí, pero al mezclar tanto no hubo una sintonía. A veces ponía una alineación y le faltaba fútbol por fuera, si sacaba otra no se la quedaba arriba, hacía otro cambio y no tenía fluidez en el centro del campo. Dimos demasiadas vueltas sin encontrarnos. Yo me lesioné un mes y medio antes, pero Luis Suárez, como había jugado toda la fase de clasificación, me llevó y se lo agradecí mucho.
Sin embargo, el Mundial, desde una perspectiva personal, a mí me dejó dudas. Si hoy, tantos años después, pudiera haber elegido estar en esa competición, creo que no habría pasado nada por no estar. No me dejó grandes recuerdos ni grandes momentos, ni pistas para más adelante.
Y el «me lo merezco» de Míchel.
Míchel ha sido siempre un tipo muy juzgado. Ha tenido que soportar mucha presión siempre. Lo que hizo entonces era una novedad, pero ahora es completamente normal.
Nos echó Yugoslavia.
Con Bélgica ya tuvimos la sensación de que fue muy duro, mucho desgaste. Nunca llegamos a crear esa atmósfera positiva que te va dando el ganar partidos. Con Yugoslavia hubo un jugador que marcó la diferencia: Dragan Stojkovic. Habíamos jugado un amistoso contra ellos en Vigo, antes de ir a Italia, y les ganamos, pero luego hablamos de que jugaban mucho mejor. Cuando nos volvieron a coger, nos demostraron que eran mejores.
Pero ellos estaban más deprimidos que vosotros, venían de jugar un amistoso en casa, en el Maksimir, donde el público, croata, había animado al rival, Holanda, y pitado el himno yugoslavo. Al seleccionador le acusaban de alcohólico…
No había nadie que mirase cómo venía un rival. Esas cosas no se hacían. Ahora todo es distinto con la selección. España ha logrado unos jugadores en los últimos diez años de un nivel como nunca ha tenido. Aunque también hay que tener en cuenta que las rondas de clasificación, e incluso las primeras fases de los campeonatos, han perdido competitividad. A nosotros nos dejó Francia sin ir a la Eurocopa del 92.
El Valencia de Víctor Espárrago quedó segundo en la liga tras el Madrid del récord de goles de Toshack.
Su método era muy simple, pero te llamaba la atención porque él lo veía todo. En los partidos se daba cuenta de todo lo que pasaba en el campo. Te llegaba y te decía: «Quique, en la jugada en la que nos tiraron al poste, estaba usted en la parte derecha y debía cerrar cinco metros más». ¡Todo esto sin vídeos! Cuando Espárrago nos resumía el partido ibas tembloroso a ver qué te caía, que ya lo anticipabas, porque si te habías distraído lo sabías. Pero te hacía estar siempre atento. Ese Valencia no llegó a la Champions porque había reglas diferentes, y es una pena porque jugaba muy bien al fútbol.
Luego llegó Penev.
Era un adelantado, aparte de un físico brutal y una velocidad extraordinaria, era un tipo que llegaba una hora antes que todos al vestuario. Era un tipo frío, pero aprendió muy rápido el español. Iba siempre con su diccionario. Salía por la calle e intentaba hablar con la gente ayudándose con su diccionario. Buscaba aprender el idioma y lo logró. Su adaptación fue extraordinaria. Y encajó en el once a la perfección, un nueve que se la quedaba, que recibía de espaldas, que te quería regatear y se iba, que chutaba bien. Extraordinario. Se lució Arturo Tuzón, que es el que lo trajo.
Tenía fama de salir de noche y gustarle las chicas, qué problema ¿no? Si eres joven, alto y guapo… Todo lo que vemos ahora que hace Cristiano, ya lo hacía Penev. Llegaba una hora antes, se metía en el gimnasio, de ahí se iba al entrenamiento y lo acababa el último.
Quizá fuera porque su tío era el entrenador del CSKA de Sofía, donde empezó y, con lo que es Bulgaria, se sentiría obligado a demostrar el doble.
Eso ayuda, ¡me pasó a mí con Di Stefano! Llevaba tres años en el Valencia y llegó Di Stefano, que es mi padrino, de entrenador. Me sentí apretadísimo, aunque esa temporada, que fue la de segunda, metí nueve goles siendo defensa. Me propuse que nadie pensase que yo estaba ahí por mi padrino y al final jugué mejor.
Una pena el accidente que se llevó a Rommel Fernández.
Jugó poco con nosotros. Cuando se fue al Albacete fui alguna vez a visitarlo. Era una persona extraordinaria, no le salieron las cosas en Valencia, pero era bueno y excelente persona. Cuando recibí la noticia me hizo meditar. Volver a la realidad y pensar un poco en la existencia. Reflexioné sobre por qué estamos aquí, que somos muy frágiles, que en cualquier momento puedes dejar de existir. Me repensé todo mucho… mis prioridades.
Hiddink.
Un tipo fantástico. Lidió con mi peor versión, tuve un proceso asmático contra el Mallorca que se me reprodujo contra el Burgos y estuve parado. Me perdí muchos partidos esos tres años, pero en cuanto me recuperaba, me volvía a poner. Los entrenadores me dieron mucha libertad siempre, quizá porque entendieron que de medio campo para arriba les era muy útil.
Se negó a jugar un partido si no quitaban una esvástica de la grada.
Fue en casa. Dijo: «Si no quitan esto, no jugaremos». Estaba muy sensibilizado con todo. Era muy alegre, no le gustaban los conflictos, y lógicamente la esvástica significa conflicto, provocación. Ese era él. Tenía mucha paz interior. Se iba con los periodistas a invitarlos a paellas. Venía al entrenamiento en moto. Era un tío diferente. Me lo encontré en Inglaterra y me di cuenta de que yo había pasado de los veintitantos a los cincuenta y él seguía igual. Ha envejecido muy bien [risas].
Llegó un niño que se llamaba Mendieta.
Solo estuve un año con él. Lo conocí de crío. Era muy atleta, era más atleta que futbolista, de hecho. Le gastábamos muchas bromas en pretemporada. A veces pasaba miedo. Una vez en Holanda apagamos todas las luces de su habitación y entramos tres o cuatro encapuchados a llevárnoslo. Estaba el tío contra la pared, blanco [risas]. Es un tío excepcional. Llegó para dar kilómetros y desgaste físico en el medio campo, acabó convirtiéndose en el eje del equipo, la referencia del juego. Cada balón pasaba por él o por Farinós. Incluso decidía en los penaltis. Los tiraba mirando al portero para que se tirase antes. Resistía hasta el último instante y chutaba. Era increíble.
Y Pedja Mijatovic.
El día que debutó le metió dos goles al Oviedo, recuerdo que Fernando y yo nos miramos y nos dijimos: «Sí, así es más fácil». Nadie sabía quién era Pedja, cayó en el equipo y no sabíamos nada de él, no había ni Google ni YouTube. Pero descubrimos rápidamente, en los entrenamientos, que pensaba más rápido que los demás. Aunque a veces te pasa que hay gente que se sale entrenando y luego a la hora de la verdad no está, pero este no fue el caso. Una vez ya me pasó con un entrenador de los ochenta, no voy a dar su nombre, que criticó a un compañero que en los entrenamientos se iba de todos, pero en los partidos de nadie: «Mire, usted se tira pedos pero nunca caga», le dijo [risas].
Pedja vino con las ideas muy claras: quería triunfar. También aprendió español muy rápido, la gente le quiso mucho. Antes de él había mucha sintonía entre el Madrid y el Valencia y eso se perdió con el caso Pedja, creó una fractura difícil de cerrar. Era un jugador que estaba siendo muy importante y se rompió un contrato para llevarlo a Madrid. La gente no olvida.
Estuviste en el partido en el que el Deportivo de la Coruña perdió la liga, ¿cuánto os pagó el Barça?
Creo que estimular el esfuerzo está bien. Lo hacen los propios clubes con sus jugadores, es una hipocresía importante censurar que lo hagan con otro equipo. Ahora, con el paso del tiempo, casi hubiese preferido que hubiera ganado el Deportivo porque se lo merecían. Nosotros fuimos a competir y éramos muy buenos, no nos podemos sentir culpables por competir ni porque nos estimularan la competencia. Tuvieron la gloria en ese penalti, pero en el fútbol la línea que separa la gloria de lo otro es tan delgada…
González, el que paró el penalti, ¿qué decía?
Estaba radiante. Igual que todos. Hizo lo que tenía que hacer. Hubo una serie de decisiones que propiciaron ese destino. Donato, el que metía los penaltis, había salido del campo. Bebeto no quiso tirarlo. Entonces le tocó a Djukic y… Al final las decisiones son muy importantes. El único detalle que recuerdo es que el público cantó un gol del Sevilla y, como no cantaban los del Barcelona, nos pensábamos que iban ganando en el Camp Nou. Hubo una falta a nuestro favor, que yo me tomé tiempo para sacarla, pero Bebeto vino corriendo desesperado a darme el balón y le dije: «Pero tranquilo, que va el Barcelona perdiendo». Comentarios que se hacen dentro de un partido. Y me contestó [pone acento brasileño]: «No, no, no, va ganando».
Si ganabais vosotros y el Barcelona no, ¿os daban el regalo igualmente?
No he hablado de regalos [risas]. El estímulo era siempre y cuando el Barcelona quedara campeón. No recuerdo mucho más.
Fichas por el Real Madrid.
He sido toda la vida del Valencia, aunque cuando juegas como profesional todas esas cosas varían mucho. Ves el fútbol de otra manera. Pero mi padre me había explicado lo que era el Real Madrid: el santo grial del fútbol mundial. Entonces, ser elegido para ir al Madrid, más allá del momento que atravesara el club, fue un privilegio. Lo que agradezco es que me pasara con veintinueve años, porque me lo tomé con mucha serenidad. Es mucho más de lo que puedes percibir cuando estás dentro.
Mi primer año fue excelente. Había buenos jugadores que habían ganado muchos títulos —Sanchís, Hierro, Butragueño, Martín Vázquez—, pero llegamos Laudrup, Redondo, Amavisca y yo que, de alguna forma, teníamos muchas ganas de que todo fuera diferente al año anterior. Estaba Jorge Valdano y la figura de Redondo gobernando, porque fue así, él fue el que mandó para que se ganase esa liga, al menos para mí. Dominaba dentro del campo, fuera no tenía intención de mandar en nada, pero sobre el césped era el macho alfa, todo pasaba por él y todos se la dábamos a él. El liderazgo dentro del vestuario no le interesaba, si lo tuvo después, se lo daría el tiempo. Tenía un imán, hacía que todos los balones llegasen a él. Es algo que en el fútbol pasa tanto en las pachangas con los amigos como al más alto nivel. Si no lo haces bien, no confían en ti y no te la pasa nadie. Y al revés. Es tan sencillo como eso.
Hierro era un tipo muy serio, siempre estaba pendiente de que todo estuviese en orden. Sanchís al revés. Llevaba compartiendo habitación con él desde que éramos sub-18 y lo que hacía por la mañana cuando se levantaba era leerse el ABC enterito, no tocaba ni el Marca ni el As. Le importaban otras cosas, en el campo sabía perfectamente lo que tenía que hacer y no tenía que preocuparse de nada más. Zamorano era pura vida, felicidad, compromiso, lo mismo que veías en el campo.
También estaba la espontaneidad de Raúl, que debutó. Luis Enrique, que se puso de interior cuando se lesionó Míchel. Muchas cosas que fue arreglando Jorge Valdano sobre la marcha. Teníamos a Redondo y Laudrup en el centro, con pausa, pero con dos jugadores como Luis Enrique y Amavisca en las bandas que eran pura velocidad y pura carrera, si a eso le sumas Zamorano y Raúl, una pareja que era la culminación perfecta… Teníamos siempre la pelota y cuando no la teníamos achicábamos como nadie. Cappa nos decía que cuando el rival tirase el balón a nuestra espalda, echásemos dos pasos para adelante, lo que era una sorpresa para los rivales, que de repente el Madrid achicara como el Milan de Sacchi. Lo ensayamos mucho y, como teníamos la mayor parte de la posesión, durante la poca que tenía el rival se encontraba con esto. No era nada fácil ganarnos.
Os dejó fuera de Europa el Odense.
Eso sí, fue complicado. Pero ese año nadie nos pudo contrarrestar. Cosa que sí hicieron la temporada siguiente.
¿Quién mandaba más en la dupla Cappa-Valdano?
Creo que era un binomio extraordinario y complementario. Se reían mucho, en las cenas y las comidas en las concentraciones lo pasábamos muy bien, Cappa era muy inteligente, muy gracioso y muy punzante. Tenían bien repartidas las tareas. Cappa dirigía defensivamente y organizaba la salida del balón y Jorge estaba siempre muy pendiente del asunto ofensivo. Yo, por primera vez, disputé una liga sin saber nada de los rivales, que creo que es una experiencia que se nos ha olvidado casi a todos.
El 5-0 al Barcelona fue histórico.
No había un ánimo de revancha. Queríamos ganar el partido, pero durante el encuentro se fueron abriendo las diferencias. Empezamos a notar que podíamos hacer mucho daño y sobre la marcha nos dimos cuenta de que podíamos darle la vuelta a lo que había pasado el año anterior, aunque yo no había estado.
¿A veces pasa en el fútbol lo de cortarse para no golear demasiado a un rival por pudor?
Antiguamente no. Cuando estuve en el Watford, en una merienda, el lateral Nyom, que venía del Granada, me dijo: «Míster, aquí la gran diferencia es que si no estás bien, al cien por cien, se lo tienes que decir al entrenador, porque aquí no paran de correr y si flojeas te dejan en ridículo, no es como en España, que si juegas contra el Madrid y luego tienen partido de Champions, ya les oyes entre ellos que dicen “tranquilos, tranquilos” y paran». En mi época, el ánimo de acabar con un rival era superior a cualquier cosa. Ahora hay muchos más factores en cada partido, muchos se preparan pensando en el siguiente.
Vaya viaje te metió Stoichkov en ese partido.
No lo viví muy amargamente. Noté muchísimo dolor y me di cuenta de que se había equivocado, fue una plancha abajo. Supe que lo iban a expulsar inmediatamente. Pero mi historia con él venía de largo ya. Como él era un revolucionario en todo, pues yo también lo era con él. Yo dejaba que se expresara como era, lo que propiciaba que se extralimitara, que cometiera errores. Le tenía medido psicológicamente y él a mí. Nos buscábamos flaquezas el uno al otro. Tampoco le hacía gracia que yo fuera ofensivo.
Mi problema con él era cuando tiraba diagonales, pero si recibía de espaldas era mi momento. Eran duelos divertidos. Cuando me dio el golpe este, me preguntó Valdano en el descanso si estaba para seguir y le dije que yo no me perdía eso ni loco. Su expulsión, además, nos vino muy bien porque nos hizo el segundo tiempo muy cómodo.
Son cosas que pasan. Yo tuve quince años de profesional y también algún día no me controlé. Una vez con el Valencia recuerdo que fuimos al campo del Rayo, partido a las doce de la mañana, un frío que pelaba; el extremo de ellos, Andrés Lucero, me dio tres patadas espectaculares en los primeros minutos y en una de ellas me revolví, le di y me echaron a la media hora. Normalmente te controlas, pero mira también Zidane en la final de la Copa del Mundo. Siempre puede llegar un día en el que no te contienes.
¿Hubo mucha fiesta después?
Pues mira, lo que recuerdo perfectamente es que a las doce y algo estaba en mi casa, solo, sentado en la cocina, hablando por teléfono con José Ramón de la Morena.
La consecución de esa liga fue un momento agridulce para ti, Buyo te abrazó de forma conmovedora cuando se logró el gol que daba el título.
Había muerto mi tía Lola y poco después mi primo Antonio. Los jugadores del Madrid lo entendieron perfectamente. Recién fallecida mi tía jugué contra el Barcelona, habían sido días de funerales, entierros. Yo dije que necesitaba jugar. Pero hubiera cambiado sin dudarlo esa liga por que mi tía hubiese vivido unos años más y mi primo hubiese seguido vivo, joven y sano. No me compensó. Fue muy triste. Tuve el calor de los compañeros y de la afición, pero al final…
Teníais pasión por el PC Fútbol.
Laudrup, Míchel, Luis Enrique y yo estábamos enganchadísimos, siempre que podíamos jugábamos. Yo era muy pesado porque de los cuatro el único que quería ver el visionado del partido era yo [risas]. Estábamos horas y horas jugando a eso y curiosamente los cuatro hemos sido luego entrenadores. También jugaba al primer FIFA, una vez en mi casa Luis Enrique se cayó para atrás, se dio con una mesa de cristal y se cortó. Nos llevamos un susto importante.
El Periódico de Catalunya publicó que os peleasteis, Luis Enrique y tú, porque, según él, le dijiste a Valdano que pensaba irse al Barça.
Si él llegó a pensar eso me parece una historia increíble. Cuando los jugadores dejan de jugar o no se encuentran bien, aparecen demasiados fantasmas en nuestras cabezas. Siempre buscamos razones a esa situación y nos solemos pasar de frenada dándole vueltas. En una situación así te puede pasar cualquier cosa por la cabeza. Yo pensaba que con el paso del tiempo mi relación con él sería normal, nos saludamos en la Copa de Cataluña sin problemas, con toda normalidad, pero luego decidieron que no habría fotos juntos antes de los partidos. Pensar que los personajes son más importantes que los clubes es una equivocación, si los clubes dicen que tiene que haber una foto debería haberla. No somos tan importantes.
No se pudo mejorar el proyecto en el segundo año de Valdano.
No hubo dinero, vino Rincón, al que recordamos más por lo gracioso que era y la alegría que metió en el vestuario que por lo que nos dio. No acabó de romper. Ese año fue muy complicado, empezó raro, perdiendo la Supercopa. Todo lo que hacíamos bien que he comentado, al año siguiente nos lo pillaban todos. No éramos tan rápidos, dejábamos tiempo para pensar y se quedaban solos delante de Buyo a menudo. Fue una repetición constante del mismo partido.
El fútbol moderno llegó en forma de meneo del Ajax en casa.
Sí, porque la Juventus, que fue la que nos eliminó, era un equipo parecido al nuestro. No tenían un estilo definido, era muy italianos, pero el despertar de la realidad fue el Ajax. En el túnel de vestuarios, cuando salíamos, ya los vimos y nos quedamos alucinados con su físico. Veías a Kluivert y a Finidi, con esas piernas tan largas de ébano, que parecían figuras, nos quedamos… ostras, esto es otra cosa. Luego en el campo nos dimos cuenta de que éramos el Real Madrid, pero no la tocábamos. Llegábamos siempre un segundo tarde a todo, nos sacaban constantemente de nuestros lugares de seguridad para generar profundidad. Sacchi estaba por ahí, vio los entrenamientos de ambos y dijo: «Mañana gana el Ajax». Y vaya si ganó. Luego entre nosotros hablamos de que lo habíamos pasado mal. Mal, mal.
Igual le vino bien al Madrid, ¿no?, que fichó a Roberto Carlos, Seedorf, etcétera, ese mismo verano.
Fue una bofetada, sí, un despertar.
Te retiraste en el Zaragoza.
Me lesioné en el segundo partido, en Sevilla. Una entrada me activó una lesión crónica del tobillo y ya nunca me recuperé. Cuando vi los entrenamientos, llamé a Pedro Cortés, presidente del Valencia entonces, y le dije que había dos jóvenes muy buenos. Uno, Morientes, que acabó en el Madrid. Y otro, Dani, que llegó al Barcelona. No me hizo ni caso, no compró a ninguno [risas]. Después de esa lesión, sentí que corría menos, saltaba menos, no me vi con fuerza y, tras trece años, decidí que era el momento de dejarlo.
Fuiste periodista.
Lo quería desde mi juventud. En mi adolescencia, jugaba bien al fútbol, pero dormía todos los días con la radio en la almohada. Me interesaban todos los deportes, me gustaba explicarlos. Cuando luego estuve en la Cadena Ser, en Onda Cero, en la COPE, Valdano me decía que se notaba que me gustaba, pero que el gusano me iba a pedir otra cosa. Y era verdad. Ya tenía hechos cursos de entrenador desde antes del Mundial de Italia. Pero ser analista de fútbol es muy difícil. Alguna vez, cuando escribía para Marca, tenía que trampear, escribir antes de los partidos lo que veía que iba a pasar, y luego decoraba el texto con el resultado. Había que ir así, después del partido solo tenías treinta minutos para enviar el artículo [risas].
Benito Floro te dio clase de entrenador.
Es un tipo interesante. Iba por delante de muchos en ganas y entusiasmo. Tenía sus vídeos, su modo de enseñanza muy estricto, muy serio. Generaba respeto. Aprendí cosas. Nos daba táctica.
En cuanto me saqué el carné, en el División de Honor del Real Madrid mostraron interés, les gustaba lo que opinaba en medios, cómo analizaba, y me ficharon. Pude ir al Ciudad de Murcia, pero preferí empezar desde abajo. Tuve a Rubén de la Red, a Borja Valero, a Kiko Casilla en la portería. Tébar de central, que tuvo una lesión y no lo pude explotar, pero era buen jugador. A Granero y Javi García los subí. A Balboa también lo tuve y años después me lo llevé a Lisboa.
Fue una experiencia muy buena, cogí dos libros, una carpeta de ejercicios de la escuela de fútbol ofensivo del Ajax y otra de fútbol defensivo de Sacchi con la selección de Italia, y con esas herramientas me encerré en un piso en Madrid y empecé a desarrollar el método. Ahora tengo una metodología de 1437 elementos.
Empecé en una época en la que estaba de moda Benítez, si no sabías dibujar una línea defensiva o un 4-4-2, no estabas en la onda, y luego se puso de moda Guardiola, con sus espacios y sus superioridades, la posesión, etcétera. Ahora hay una mezcla de todo un poco rara.
Tu debut como entrenador en primera fue con el Getafe.
Uno de los años más divertidos que tuve. Recuerdo en la pretemporada en Segovia que programé carreras largas los primeros días, y me dijo el doctor que Craioveanu mejor si no se ponía las zapatillas de correr. Y le tuve que decir: «No, no, que se ponga las zapatillas y a correr» [risas]. Era un veterano de treinta y cuatro años que quería unos días antes de ponerse a correr y acoplarse. Ahora, en cuanto se comprometió con el equipo, fue clave. Le ganamos al Sevilla de Juande, al Madrid de los galácticos, con Zidane. Al principio empezamos mal, tres derrotas, creo recordar, y Ángel Torres bajó al vestuario y dijo a todos delante de mí: «Hacedlo como queráis, pero Quique va a ser entrenador todo el año y, si bajamos, lo tendrá que subir él». Sabía lo que quería y cómo hacerlo.
Ángel Torres te ofrece la renovación, lloras y te vas al Valencia.
Sí, porque fue un año divertido. Vi que la plantilla merecía la pena, tenía un recorrido. Luego con Laudrup y con Schuster les fue muy bien, llegaron a la UEFA, compitieron en cuartos contra el Bayern de Múnich, que les echó, pero no pudo ganarles ninguno de los dos partidos.
En Valencia: Albelda, Ayala, Villa, Aimar…
Era un equipazo, un auténtico equipazo. Estuvimos siempre muy estables, a dos puntos por partido íbamos, pero el presidente permitió que se creara una distancia entre Carboni, el director deportivo, y yo que fue visible por todo el mundo. Ahora, con distancia, creo que a ninguno de los dos nos convino lo que pasó, pero pienso que se eligieron mal los cargos. El cisma afectó tanto en la grada que no importaron ni los resultados, que eran buenos.
Venías de ser su entrenador y él se convirtió en tu jefe.
Y venía de no jugar. Me traía jugadores que… No sé si lo que faltaba era experiencia, y por parte de los dos. Porque yo siempre he querido tener referencias personales de los jugadores, porque al final creas un grupo humano, no es solo un equipo de fútbol, tiene que haber convivencia, las mismas ambiciones y deseos. Y, sobre todo, la misma manera de sentir la profesión. Por eso, jugadores con un nombre más importante que su categoría como persona… a mí no.
Una vez Carboni no pudo entrar al vestuario y se puso a gritar diciendo que se lo impedían tus «cuatro banderilleros».
No me acuerdo, pero pudo ser. Eso te da la idea de hasta qué punto se degradó la situación y el error que cometió la presidencia permitiéndolo.
Tuviste una buena tangana contra el Inter.
Me estaba metiendo en el túnel de vestuarios, empecé a oír ruido, salí, y vi una catástrofe. No sabía que lo que estaba pasando, era un barullo, pero vi que solo podía perjudicarnos. Empecé a buscar gente para frenar ímpetus, y la imagen que tengo grabada es, en la parte derecha del campo, estar yo con una mano en el pecho de Ibrahimovic y otra en el de Cruz, que eran los dos de 1,95 m. Estaba yo con todas las venas del cuello hinchadas, de tres centímetros de grosor cada una, gritándoles: «¡Tranquilos!».
Aquello fue una guerra que parecía que no iba a tener final en la vida. Siguió en los vestuarios, fue tremendo. Perdimos un par de jugadores, pero pasado el tiempo empezamos a reírnos de lo que pasó. Hasta el punto de que nos poníamos los vídeos en el autobús del equipo porque eran delirantes. En plena pelea, se ve a Pepito, uno de los masajistas, con la bolsa sanitaria, uno del Inter que iba persiguiendo a otro le pasa al lado y sin que lo roce se tira al suelo con gestos de sufrimiento. Era un descojono…
Joaquín fue el fichaje más caro de la historia del Valencia.
Había otras opciones, no recuerdo cuáles. Cuando vino nos pareció bien porque sabíamos que era muy bueno, pero pensábamos que en el Betis le había faltado regularidad. Luego fue un jugador divertidísimo, en los viajes en avión siempre cogía el micrófono y se ponía a contar chistes, le daba igual que estuviera el presidente.
Te destituyeron.
Pude haberme ido antes, lo pensé, pero no lo hice. La toma de decisiones es muy importante en un entrenador. Yo me siento muy identificado con Fernando Alonso. Todos los colegas reconocen que es un buen piloto, a mí me pasa lo mismo, me dicen que soy bueno. El motor de Alonso no es suficiente, y a mí me pasa igual. Watford no lo es, el Espanyol tampoco. Me siento corto de motor. Luego siento pasión por mi trabajo, pero eso no es suficiente si no tengo las herramientas.
Proyectos incumplidos tengo un montón. El Espanyol me hizo un proyecto perfecto, once jugadores nuevos, pero luego, cuando hablamos de Banega, Albiol, Valero, Mariano y Darder, al final solo vino Darder. Y me dijeron: «Es que ya no tenemos dinero». Pues… así te quedas estancado.
Por eso empatizo con Alonso, porque ha tomado malas decisiones y yo también, creo que desde que me fui del Atlético de Madrid a Emiratos Árabes tomé malas decisiones. Me precipité, me fui a Emiratos, a un proyecto de ocho meses y me quedé tres años. Luego con el Watford volví al mercado, pero me fui al Espanyol a un proyecto que se estancó en un año. Volví a decidir mal.
Después del Valencia pasas al Benfica, el club con más socios del mundo.
Fuimos primeros medio año, pero el Oporto, que tenía mejor plantilla, se terminó imponiendo. Allí dentro te das cuenta de lo grande que es el Benfica. Es un club grande, poderoso y bonito. Me llevé a Reyes y a Aimar. José Antonio Reyes vive el fútbol de forma diferente, para él la bola es una prolongación de su cuerpo. Si hubiera querido, habría sido el mejor de lo mejor. Su carácter le lleva a no exigirse siempre y en esta profesión eso es indispensable. Pero no es un mal profesional, no ha hecho daño a nadie, solo a sí mismo.
Y en el Atlético de Madrid ganas la Europa League.
Llegué y había protestas en la calle. No sé ni por qué fui, si lo llego a pensar en frío no hubiera ido. La situación era escandalosamente difícil. Encima, yo era alguien que había jugado en el Madrid y se me relaciona muchísimo con el Madrid. Ir yo a arreglar la situación era una locura. Al principio perdimos casi todo, pero había equipo. Por eso fui. Decidí ser valiente solo porque vi que había equipo. Pero al principio estaban muy deprimidos, no llegaban a dar dos pases. Me llamaba Cerezo y hablábamos hasta las dos de la mañana. Empezamos así, pero luego jugamos tres finales.
¿En esa victoria de Europa League empieza el germen del nuevo Atlético?
Eran cuarenta y ocho años sin ganar en Europa y catorce sin ganar ningún título. Creo que la afición necesitaba más ganar un título que clasificarse para la Champions. No elegimos, queríamos progresar en las dos competiciones, pero salió así. Y en la Europa League fue complicado todo: Galatasaray, Valencia, Liverpool… Eso fue la final, luego el Fulham fue lo de menos.
¿Qué pasó con Forlán?
Estuvimos bien, pero llegó un momento en el que vi que Diego Costa tenía una implicación muy grande y pensé que su energía nos iba a dar cosas diferentes. Me volqué más por el menos conocido, por el menos famoso, porque pensé que podía ser mejor para el Atlético. Dicho esto, creo que Forlán, junto con Villa, ha sido el mejor rematador que he tenido nunca y posiblemente lo sean ambos del fútbol mundial. Pero bueno, los jugadores quieren jugar. Ahora, pasado el tiempo, si volviera atrás no sé cuál hubiera sido mi decisión final, pero el proceso lo habría hecho de forma diferente.
Ese año el único partido que perdió en liga el Barça de Guardiola fue contra tu Atlético.
Recuerdo perfectamente ese partido. Me quedó la sensación de que para ganarlos había que quitarles mucho y tú hacer un gran partido con la pelota. Lo ganamos haciendo ataques inteligentes y rápidos. Los tres o cuatro detalles fundamentales de ese partido los hicimos muy bien. Ese Barcelona no perdía la pelota casi nunca, pero, si lo hacía, la recuperaba en cinco segundos. No pasabas del medio campo.
Cuando jugamos en Barcelona, Guardiola me invitó a su despacho para charlar. Fue muy interesante. Me dijo: «¿Sabes qué vídeo les ponemos esta semana a los chavales de la cantera?». Y le contesté: «Sí, te lo voy a adivinar, la carrera de Agüero y Messi». Hubo un contraataque de Agüero en el que Messi le siguió hasta el final y le quitó la bola. Una carrera defensiva. Y siguió Guardiola: «Eso es lo que queremos transmitir, cómo juega Messi lo sabe todo el mundo, pero que se meta esta carrera defensiva, ¡estos son nuestros valores!».
Te llamó Cannavaro y te fuiste a Emiratos Árabes Unidos a entrenar.
No quería esperar para entrenar. Pensé que no habría ningún problema para volver, pero estando allí, al mes, me llamó Monchi para ir al Sevilla. No pude ir por la cláusula.
Te enfrentaste a un equipo entrenado por Maradona, al menos.
Y me dieron un puñetazo. Fue una semifinal de copa. Ganamos 1-0 y, saludando a los árbitros, me di cuenta de que me habían dado una hostia por detrás que pensé que era una cámara. Me di la vuelta y vi que era el portero, se le fue la pinza. Era el mejor portero de Emiratos Árabes, pero parece que Maradona le dijo en el descanso que yo protestaba a los árbitros porque se adelantaba demasiado el balón para sacar y ganaba muchos metros, y era verdad. Maradona le comió la bola al portero y mira lo que pasó. Pero la liga le obligó a ir al hotel a pedirme perdón con cámaras delante, y al año siguiente… lo fichamos [risas]. Es un encanto de tío.
Vuelves al Getafe, pero no estás más de un mes, te vas, dices, para dignificar la profesión de entrenador.
Fui a ayudar, se hizo bien. Se enderezó la situación que llevaban, pero luego no es que no pudiesen fichar, es que me vendían lo que tenía. Nada más tener al equipo estabilizado, vendieron a Sammir, el brasileño. Así no.
Entonces Mourinho te recomendó ir a Inglaterra, fuiste al Watford.
Mourinho me dijo que Inglaterra era el paraíso por la forma que había allí de vivir la profesión. Por la forma de vivir el fútbol, por el respeto, el ambiente festivo que le dan a cada partido, lo entienden todo de forma diferente. Los españoles generamos mucho más drama, estrés y nerviosismo en torno al fútbol que los ingleses, y eso que nos gusta mucho. Allí van a ver un espectáculo, van a ver cómo compiten los equipos. Valoran detalles del partido importantes, como un cambio de juego de cuarenta metros, cuando se hace escuchas a la grada «Oooh». Luego detestan el juego horizontal, les gusta que juegues al fútbol, porque eso se ha introducido hace unos años, pero, ojo, siempre y cuando avances. Les encanta que se corra de lado a lado, box to box, las segundas jugadas… Son culturas totalmente diferentes. Allí ves un partido de sub-18 y está todo el mundo callado, viendo a los chavales. Vete en España a lo mismo, verás.
O a uno de benjamines.
Y eso es lo que enseñamos.
El presidente del Watford es Elton John.
A mí musicalmente me ha encantado siempre. Un día en el club me dijeron que me iba a llamar. Iba a ser desde un número desconocido, una historia. Yo, después de ganar al Stoke City 0-2, me fui a pasear con mis hijos por Londres y fuimos todos juntos a cortarnos el pelo, cosas que hacen las familias. En la peluquería, se me olvidó que me tenía que llamar alguien. Y, mientras me están cortando el pelo, me llama. Dije: «Oh, sir Elton, qué tal, bla, bla». Y, conforme hablaba con él, el peluquero empezó a fliparse escuchando. Elton me dijo que le encantaba mi trabajo, le contesté que gracias y tal, que a ver si lo veía un día. Y, justo al colgar, me dice el peluquero: «Pues yo conozco a Plácido Domingo» [risas]. Luego Elton vino a un partido, lo conocí, hablé un minuto con él y, bueno… interesante.
Y tu última parada ha sido el Espanyol.
Debería tener más capacidad para entender los proyectos, distinguir cuándo es un proyecto fantasma. La sensación de estancamiento es lo peor que te puede pasar. Este es el primer año como entrenador que tengo sensación de frustración. El año pasado teníamos el objetivo de no bajar y quedamos octavos, pero como se vendió mal el proyecto, todavía había gente quejándose de que no habíamos entrado en Europa.
Ellos no cumplieron con su parte de lo que iba a ser el proyecto, no me trajeron lo que habíamos quedado que iban a traer, pero nadie salió a dar la cara por el proyecto, a decir que el objetivo ya no era el mismo dadas las circunstancias. Como la cara visible era yo, fui yo el que quedó como un conformista. Se lo dije: «Me vais a hacer como a Pochettino, quemarme al máximo y al final, echarme». Se lo escribí en un papel en la reunión: «Pochettino y Quique».
Yo no es que me vea para estar entre los cinco primeros, es que ya lo he estado con el Atlético, con el Valencia y con el Benfica, pero luego tomé malas decisiones. Jugar bien es desarrollar tu plan, el Atlético de Madrid, por ejemplo, juega muy bien, aunque hay quien dice que no. También el Liverpool de Klopp, pero jugar como el Barça o el Madrid es muy difícil, necesitas jugadores que no fallen, tú cuando los ves es que no fallan un control, no se les va la pelota. Copiar eso es muy complicado. Al Espanyol, el año pasado, se le temía por nuestra velocidad, pero este, sin Reyes, con Piatti lesionado, teníamos que inventar otra forma de jugar. Aunque hayamos ganado al Madrid, al Barcelona y al Atlético, éramos una mezcla rara. No podíamos jugar a correr, pero tampoco al pie, porque algunos fallaban, y al final es un sufrimiento estar indefinidos.
El punto de inflexión vino con el nombramiento de Óscar Perarnau que, por lo que sea, que no lo sé, hizo que Mr. Chen ya no tuviera ningún tipo de conexión con el director deportivo y el entrenador. Todo lo que el primer año eran conversaciones cada quince días, videoconferencias, este año desapareció. Todo se quedó entre ellos y lo percibieron hasta los propios jugadores, que la fuerza de su entrenador no era la misma. No se puede hacer que los proyectos parezcan lo que no son. Llegué a un equipo que había recibido setenta y cuatro goles, cambiamos la columna vertebral y recibimos treinta menos, pero…
Siempre se ha hablado de la presión de los medios en el fútbol, pero ahora están también las redes sociales.
Yo estoy absolutamente alejado de las redes. Algunas ni las he pisado, como Twitter. Cada vez que pienso en las redes sociales me acuerdo de El Planeta de los simios, de esa escena en la que a Charlton Heston los simios le tiran la red y lo atrapan. Las redes sociales son algo que nos invade, nos penetra y nos cambia. Una locura. A los jugadores les afecta mucho. Siendo niños de veinte o veintidós años no saben controlarlo. A esa edad ni siquiera han aprendido a controlar su vida. La figura del psicólogo nunca ha llegado a introducirse del todo en el fútbol, pero la veo más necesaria que nunca. Están demasiado entregados a las redes. El fútbol son sentimientos, emociones, y esto te las descarga. Solo expones, expones, expones. Se les va la fuerza por el Twitter.
Estimado señor Quique Sánchez Flores. Es imposible generar drama a partir de algo que ya es un drama en si mismo como lo es el fútbol, especialmente cuando se pierde. Y qué decir en la espera de un clásico: taquicardia, ansiedad, angustia, incertidumbres, exactamente igual que la existencia, y tenga presente que, como buen criado en la piedad del cristianismo, no dejo de pensar cuánto dolor sufrirán los adversarios cuando pierden y me arrepiento después, profundamente, por haberme burlado de ellos. Individuar como parangón a los ingleses no tiene sentido, ya que lo único positivo que han hecho en materia de fútbol, es haber inventado las reglas y nada más, sin ni siquiera sospechar que hay otro tipo de humanidades más allá del canal, rebosantes de pasión, como su vida dedicada completamente al fútbol. Y para colmo con esa parentela y amistades. Un gustazo haberlo leido.
Puede que los españoles generemos mucho más drama con el fútbol que los ingleses, pero son precisamente ellos el paradigma del hincha violento y que avergüenza a su nación, no precisamente nosotros. El hincha con más mala fama del mundo es el británico y no sin motivos, por algo será.
Los argentinos, querrá decir.
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«Y en el Atlético de Madrid ganas la Europa League.
Llegué y había protestas en la calle. No sé ni por qué fui, si lo llego a pensar en frío no hubiera ido. La situación era escandalosamente difícil»
La situación del Atlético en aquellos años era tan desastrosa que el primer día de entrenamientos, lo que hizo Quique fue dividir el campo en 11 cuadrículas, y hacerles ver a los jugadores cuál debía ser la respectiva zona de influencia o responsabilidad de cada uno. Esto es análogo a como si a alguien que se supone que fuese ingeniero tuviesen que enseñarle de nuevo a sumar.
Muy buena entrevista. Enorme talento del entrevistado.
Y ahora el Espanyol, con una plantilla mas floja, juega bien al fútbol. Jamas jugó así con Quique quien no aprovecho ni de lejos el potencial de jugadores como Mario Hermoso, Marc Roca o Darder.
Un autentico bluff disfrazado de filosofo.
Sin lugar a dudas , un entrenador como la copa de un pino, llamado a ser entrenador de un grande tanto en Inglaterra como en españa . Sus equipos siempre han tenido su sello personal . Muy buen fútbol y tácticamente muy difícil de superar por su disciplina y excepcional posicionamiento de los jugadores
Gran profesional.
Con conocimientos y criterio.
Gran persona.
Con valores y autocrítica.
Thanks & Go ahead!
Ojalá acabe en tu equipo y puedas experimentar lo buen entrenador que es.
Muy interesante la entrevista, aunque poca autocrítica. Me hubiese gustado que le preguntaran por la poca confianza que ofreció a jugadores como Juan Mata o Marc Roca.
Aún aceptando que el Valencia no hizo nada malo esforzándose por ganar al Dépor en aquella última jornada de liga del 94, no estoy de acuerdo con su defensa de los «estímulos» (por usar su misma nomenclatura) de terceros. Aceptarlas sería darle una ventaja extra a los equipos grandes que podrían pagar más e incluso podría generar un mercadeo del esfuerzo en plan «Si quieres que vaya a tope, paga o pongo a los suplentes»
Me dan arcadas, no hay algo que me produzca más asco que los jugadores madridistas, es lo único que me produce los futbolistas de este club, nauseas, un terrible, horroroso y espantoso asco, todos quieren parecer estrellitas, ser estrellita es lo máximo que se pueden imaginar, es como para vomitar; una verdadero porquería, es lo único que siento, una tremendas ganas de vomitar, nunca he visto una raza tan rastrera, tan soplapollas, tan arrastrada con los jugadores madridistas, nunca he visto un equipo tan sobrevalorado y ridículo, con tal vocación de autodestrucción, un verdadero asco, un asco de gente, si lo pensais bien, si lo pensais con detenimiento, os dareis cuenta que son una asco de jugadores, lo único que les importa son sus cuentas bancarias, nada les importa más, su valor se mide por la cantidad de dinero que tienen, no hay ningún otro valor, no se trata de que la cuenta bancaria que tengan esté por encima de todos los demás valores, no significa eso, significa que no hay otro valor, que no existe ninguna otra cosa que esté detrás de eso, simple y sencillamente ése es el único valor que existe, y todavía hay despistados que llaman club a este lupanar, un sinsentido, una estupidez que daría risa si no fuera por lo grotesco, cómo pueden llamar el mejor club del siglo a un lupanar poblado por supuestas estrellitas a las que no les interesa la historia de este puto club ni saber nada de lo que representa, un lupanar poblado por encefalogramas planos repletos de soberbia cuyo único interés es ser estrellitas e ídolos de borregos; me produce unas tremendas ganas de potar, unas ganas de vomitar incontenibles, eso es lo que me producen los futbolistas de este puñetero club, los futbolistas apestan en todas partes, pero en este club los futbolistas apestan particularmente, te puedo asegurar que nunca había visto futbolistas tan apestosos como los del Madrí, quizás sea por los cien mil cagadas que cometen cada uno de ellos en cada uno de los partidos , quizás la mierda acumulada de esas cien mil cagadas es la que los hace apestar de esa manera tan particular, quizás el pestazo de esas cien mil cagadas les impregnó esa manera particular de heder en cada partido,
Ja ja jota! Yo también pienso lo mismo pero nunca lo habría explicado de una manera tan acertada. Thomas Bernhard debe estar descojonándose en su tumba. Bravo! Le mot just!
me da la sensacion de que no te ha gustado la entrevista y que quizas (no me queda del todo claro), no simpatizas mucho con el Real Madrid… ¿podrias, en todo caso, confirmarlo de forma menos ambigua?
No entiendo muy bien eso de no poder jugar al pie; con una plantilla prácticamente idéntica, Rubi hace que los futbolistas del Espanyol jueguen al pie.
Errores siempre se cometerán, claro; pero la mayoría de los futbolistas de primera tienen la suficiente calidad como para hacer un juego de pases.
Un bluf absoluto, sobrevalorado y con un arsenal de excusas siempre disponibles para culpar a los demás de su pésima labor.
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