Arte y Letras Historia

¿Qué coses? Cosas nazis

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Reunión del Ku klux klan en Indiana, 1922. Imagen: Garaoihana (CC).

En 1925, los miembros del Ku Klux Klan no lo tenían especialmente difícil a la hora de encontrar ropa de su talla con la que asistir uniformados a aquellas quedadas para quemar cruces, odiar mucho y linchar a la gente. Les bastaba con agarrar el catálogo oficial de moda kukluxklanera, un tomo editado por la propia secta de tarados, como quien agarra la revista de Cortefiel con las novedades de la temporada y subrayar los outfits que les hacían tilín.

The KKK took my baby away

La primera hornada de miembros del Ku Klux Klan brotó durante 1865 en la ciudad de Pulaski en Tennessee, Estados Unidos, y estaba comandada por un grupo de veteranos del Ejército Confederado de la guerra de Secesión. Gente que tenía tirria al periodo de reconstrucción del país y formó corrillo para vomitar proclamas sobre la supremacía blanca, asesinar y golpear a negros alegremente, establecer una jerarquía de títulos absurdos y desafiar al Partido Republicano. Se hicieron llamar «Ku Klux Klan» tras agarrar la palabra griega κύκλος (kyklos, que significa ‘círculo’), dividirla en dos y añadirle un klan con la idea de dotarla de sensación de pandilla. Contrariamente a la creencia popular, la formación original no vestía los clásicos uniformes blancos ni quemaba cruces de madera, pero sí se dedicaba a llevarse por delante a afroamericanos o aliados blancos. Aquel KKK primigenio no duró demasiado, en unos pocos años su actividad experimentó un declive muy pronunciado y sus barrabasadas se convirtieron en objeto de persecución. Ulysses S. Grant y Benjamin Franklin Butler impulsaron el acta de derechos civiles de 1871, conocida popularmente como el «Acta Ku Klux Klan», para proteger a las personas de raza negra y suprimir las organizaciones supremacistas blancas como el KKK y asociaciones similares. Durante los años posteriores el KKK se dispersó y desvaneció, aunque eventualmente surgieron chusmas similares como la organización White League.

La segunda encarnación del Klan se fundó a finales de 1915 en Stone Mountain, Georgia, tras unos meses en que un brote emergente de antisemitismo había degenerado en el secuestro y linchamiento de Leo Frank, un varón judío acusado de violar y asesinar a una niña de trece años llamada Mary Phagan. Frank había sido condenado a cadena perpetua durante un juicio que los historiadores definen como una pantomima en la que se castigó a un inocente (no existen pruebas fehacientes de su culpabilidad y hasta el propio juez estaba convencido de que el asesino era otra persona) y la sentencia cabreó a unos cuantos chalados que decidieron ajusticiar al acusado por su cuenta. Aquel mismo año se estrenó la película El nacimiento de una nación, una cinta muda de tres horas dirigida por D. W. Griffith donde se dramatizaba la guerra de Secesión y la posterior etapa de reconstrucción convirtiendo en héroes a los miembros del Ku Klux Klan primigenio y mostrando a la raza negra como una banda de ignorantes, violentos, corruptos, alcohólicos, violadores y vagos que se hacían con el poder gracias a la colaboración de las tropas del norte. En lo técnico y lo que respecta a la narrativa cinematográfica, la película era extraordinaria, todo el cine posterior bebería de sus recursos creativos, pero moralmente estaba a la altura de la mierda, por todo aquello de endiosar la supremacía blanca y glorificar a los delincuentes de la época. El crítico Roger Ebert definió la importancia de aquella cinta en la historia del cine de manera bastante certera: «El nacimiento de una nación no es una mala película porque defienda un ideal malvado. Al igual que ocurre con El triunfo de la voluntad (1), de Leni Riefenstahl, se trata de una gran película que defiende un ideal malvado. Y llegar a comprender cómo lo hace significa entender mucho sobre el cine, e incluso algo sobre el mal».

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Quedada del KKK en Ontario, Canadá. 1927. Imagen: John Boyd (CC).

El problema es que un hombre llamado William Joseph Simmons salió de una de las proyecciones de El nacimiento de una nación como aquellos adolescentes que tras sentarse ante El club de la lucha se fueron a buscar camorra por las discotecas, o los que después de ver The Fast and the Furious le pusieron luces de váter a los bajos de su coche: flipándolo demasiado. A Simmons le provocó una erección tan notable la mitificación del Klan original como para lanzarse a refundar la organización a finales de 1915, robando las decisiones estilísticas que D. W. Griffith había ideado para la ficción: Simmons escribió un manual exponiendo ideales supremacistas (el Kloran) y dotó a su KKK de cruces de madera en llamas para aterrorizar y uniformes blancos con capuchas puntiagudas, elementos que aparecían en la película que había visto pero que realmente no formaban parte del equipamiento oficial de la orden primigenia. Este nuevo Klan nacido a modo de remake enarboló un programa antiinmigración, antisemita, anticatólico, a favor de la ley seca y basado en la violencia que tuvo muchísimo más éxito a la hora de reclutar adeptos que la primera encarnación de la organización. En 1924 sus miembros sumaban seis millones de personas que se acomodaban en la jerarquía del KKK ocupando puestos de títulos delirantes como «Gran Hechicero», «Hidra», «Gran Dragón», «Gran Titán», «Goblin», «Halcón Nocturno», «Gran Mago», «Gran Cíclope», «Escribano», «Ghoul» o el fabuloso y poligonero «Furias». Las razones para tanto cargo de denominación flipada llegaban de lejos: el KKK original había nacido intentando cultivar el aura de pandillita mágica y esotérica, bautizando las posiciones de sus integrantes con chorradas mitológicas e incluso vistiendo zancos bajo sus trajes para lucir un aspecto sobrenatural que, suponían, asustaría a unos afroamericanos temerosos de los asuntos fantasmales.

Cosas nazis

El dress code establecido por Simmons para el nuevo Klan se basaba en variantes de la combinación de una túnica —con el emblema del KKK en el pecho— con una capa y una capucha puntiaguda. Un uniforme que no solo se convirtió en el símbolo más distintivo del Klan, sino también en su principal fuente de ingresos. Simmons comenzó vendiendo capuchas y túnicas del Klan en una tienda local y acabó contratando a los publicistas Edward Young Clarke y Elizabeth Tyler, una pareja que estableció la estructura y agenda del Klan como la de una fraternidad y triunfó a la hora de captar adeptos. Clarke y Tyler erigieron empresas con las que manufacturar parafernalia del KKK y favorecieron que cada nuevo miembro de la organización recibiese, previo pago de la tasa de ingreso, un traje oficial con el que asistir a las reuniones. Con el tiempo aquella pareja fue destituida por Hiram Wesley Evans, al tomar este las riendas del Klan, pero su línea de financiación se mantuvo: las tarifas de iniciación cobradas por el KKK ayudaban a subvencionar a los organizadores locales y estatales, pero el sustento económico de la organización nacional eran las ventas de trajes del KKK, trapitos que se encargaban tirando de un catálogo autorizado.

El Catalogue of Official Robes and Banners fue editado en 1925 por los Knights of the Ku Klux Klan, según aseguraba su copyright en la primera página. Se trataba de una guía de equipamiento para el KKK en la que se listaban cuatro estandartes, dieciocho uniformes dibujados sobre un miembro del Klan que posaba de manera casual y una bolsa/maletín impermeable para transportar el gorrito y la bata sin que se arrugasen demasiado. Todos los elementos listados venían acompañados sobre el papel del precio y los materiales con los que había sido elaborados. Entre las vestimentas se encontraban modelitos como el «Klansman» (bata, cordón a modo de cinturón y capucha blanca de algodón, con una borla roja), la variante «Terror» (lo mismo que la anterior pero con el cinto de color rojo), «Terror especial» (la edición de lujo de «Terror», tejida en satén y con bandas rojas), «Maestro de la Banda» (traje blanco, capa amarilla, filigranas doradas bordadas en seda y una capucha que deja a la vista la mandíbula del usuario), «Conferenciante Nacional» (con un par de pollos rojos anidando en el gorrito), «Hidra» (satén rojo), «Gran Dragón» (satén rojo y amarillo para un vestido repleto de adornos militares y bandas) o el «Representante Imperial» (satén y filigranas en seda para un uniforme de color verde moco). En el prefacio de aquel catálogo de moda supremacista se aclaraba que cada copia del libro debería ser custodiada por uno de los «Cíclopes Exaltados» del Klan, y que más le valía no perderla porque costaba su pasta imprimirla. Actualmente, el Catalogue of Official Robes and Banners puede consultarse gratuitamente en esa maravillosa biblioteca digital que es Internet Archive, aquí mismo.

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Los capuchones del KKK servían en parte para mantener el anonimato personal de los miembros, pero aquello no parecía ser tan importante (al fin y al cabo, se trataba de una membresía que en esos años no era tan secreta como se puede presuponer) como el  hecho de proyectar una imagen pública potente y aterradora. Porque hay pocas cosas que acojonen más que un grupo de locos disfrazados y aficionados a los rituales. La segunda encarnación del KKK gozó de un éxito disparatado durante sus primeros años, pero se descalabró rápidamente cuando la gente afiliada descubrió que aquella orden estaba formada por auténticos psicópatas y tarados; de los seis millones de miembros que tenía en 1924, apenas quedaban treinta mil en 1930. En las décadas posteriores, y tras casi desaparecer por completo con la Segunda Guerra Mundial, el Ku Klux Klan ha subsistido de manera agonizante, pese a algún pequeño repunte a mediados de los sesenta (cuando llegaron a tener cuarenta mil integrantes) y principios de los ochenta (diez mil miembros). En la actualidad se estima que unos once mil seres humanos, por alguna razón, se sienten muy orgullosos de formar parte del Ku Klux Klan. Durante todo este tiempo, la estética de caperuzas aguzadas y capas blancas establecida por Simmons se ha mantenido como elemento característico. Aquellas capuchas puntiagudas se habían convertido en el embalaje del odio, la violencia, la teatralidad y el terrorismo.

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La Semana Santa en Sevilla es una maravilla

No se cómo llegué a España. No tengo ni idea. Entrené en Milwaukee, tenía un buen trato con Del Harris, pero vi que no tenía sitio y me llamó mi agente con la oferta de Málaga: «Hay playa y hace sol», me dijo. Pues ya está, suficiente. […] En cuanto al choque cultural, joder. Un día me fui a las procesiones de Semana Santa con mi mujer y Rickey Brown, que era un negrazo. Estábamos tomando unas birras y a lo lejos empiezan a llegar los tíos con los gorros estos, que son como los del Ku Klux Klan. No te puedes imaginar cómo nos quedamos. Rickey al principio estaba de espaldas. Yo miré un poco por encima de su hombro de repente y aluciné. Empecé a intentar que Rickey no se girase, pensando: «Hay que sacar al negro de aquí ya». Y le digo: «Rickey, no te gires». Y ni caso, se dio la vuelta y se quedó blanco como un folio. Porque encima él era de Mississippi. Puso una carita… de: «Pero, hostias, ¿esto qué cojones es?». Y ya llegó Manolo Rubio a explicarnos que no, que tranquilos, que era otra historia. Pero, joder, son iguales que el Ku Klux Klan. Fue muy fuerte. Nos quedamos, madre mía… (Entrevista a Joe Arlauckas por Álvaro Corazón Rural y José Viruete en el número seis de Jot Down).

Arlauckas y Brown no fueron los únicos deportistas estadounidenses a los que la Semana Santa les puso los pelos de punta por las razones equivocadas. A Bobby Martin casi le da un patatús cuando se tropezó, a mediados de los noventa, con una procesión de gente vestida como el KKK por las calles de Murcia, ciudad en cuyo equipo militaba. Exactamente lo mismo le ocurrió en 2011 a Kenny Hasbrouck cuando se cruzó con esto por las calles de Alicante, y a Trent Lockett en Sevilla durante 2017, tal y cómo hizo saber a través de su Instagram.

Boss

Hugo Ferdinand Boss estableció durante 1923 la base de operaciones de su empresa textil en Metzingen, un pueblecito al sur de Stuttgart, Alemania, y comenzó a producir chaquetas, chubasqueros, ropa deportiva y de trabajo. Pero la iniciativa le salió tonta al hombre y, a principios de los años treinta, tuvo que declararse en bancarrota para aferrarse a un puñado de máquinas de coser que le habían perdonado sus acreedores y empezar nuevo desde cero.

En 1931, Boss se convirtió en miembro del Partido Nazi, y durante los años posteriores, y ya que estaba, se afilió también al Deutsche Arbeitsfront (o Frente Alemán del Trabajo, un organismo sindical nacionalsocialista), a la Reichsluftschutzbund (o Asociación de Protección Aérea del Reich), al Nationalsozialistische Volkswohlfahrt (o la Organización del Bienestar Nacionalsocialista) y a otras órdenes similares con un montón de consonantes en el nombre. Tras afiliarse a tanta cosa nazi, sus ventas se dispararon y su línea de negocio decidió encarrilar la misma autopista por la que circulaba un psicópata de flequillo grasiento y bigotito a lo Chaplin. A partir de 1928, Hugo Boss se convirtió en el proveedor oficial de uniformes para las SS, las SA, las Juventudes Hitlerianas o los Cuerpos de Motoristas Nacionalsocialistas. Durante la guerra se encargó de fabricar los uniformes para las Waffen-SS y la Wehrmacht, explotando a ciento cincuenta trabajadores forzados y utilizando también como mano de obra a cuatro decenas de prisioneros de guerra. En 1945, Boss colgó en el salón de su casa un retrato muy especial: el de él mismo junto a Adolf Hitler en la residencia de montaña que el segundo tenía en Baviera.

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Publicidad de Hugo Boss fardando de uniformes para las SS.

Tras la Segunda Guerra Mundial, Boss fue procesado por un tribunal de la República Federal de Alemania por estar afiliado al Partido Nazi y ejercer como proveedor de uniformes para los nacionalsocialistas. Como castigo se le impuso una severa sanción monetaria, se le desposeyó del derecho a voto y se le prohibió dirigir cualquier tipo de negocio. Su sobrino se hizo cargo del negocio, dedicándose a coser cosas menos nazis, y Hugo Boss murió en 1948 de la manera más triste: por culpa de un flemón mal curado. En 2011 su empresa, convertida en un emporio de moda, emitió un comunicado de disculpa declarando su profundo pesar por todas aquellas personas que sufrieron cuando la compañía se dedicaba a vestir al nacionalsocialismo.

Temporada 2000

En la época moderna, quienes quieren hacerse con un uniforme del KKK lo tienen algo más complicado que en los años veinte. Con el Klan diseminado y convertido en grupúsculos que juegan al escondite, hasta hace poco solo era posible encontrar a un par de personas dedicadas a la confección de sus paños. Uno de ellos era Richard Bondira, un señor de Indiana que desde los inicios de los noventa se dedicó a mantener una web repleta de información histórica sobre el Ku Klux Klan, un museo digital que cabreaba tanto a los miembros de la orden como a los opuestos a ella. Bondira se emperraba en alabar las bondades del Klan asegurando que la mayoría de sus miembros se dedicaban a hacer el bien y ayudar a la gente, y desde su web (KKKlan.com, ahora difunta) comercializaba uniformes del KKK, manufacturando exclusivamente las variantes blancas porque no acababa de dar con el material y la tonalidad exacta de las batas de colores más complejos. Lo gracioso del asunto es que, pese a que los trajes se confeccionaban en Estados Unidos, todos los tejidos provenían de fábricas chinas, un detalle que el propio Bondira evaluaba de manera delirante cuando se le planteaba la cuestión: «Todo está hecho en China. Encuéntrame tú a alguien en este país que todavía fabrique tejidos […] Pero tenemos a gente blanca haciendo las túnicas, cosiéndolas a máquina. Aunque si en algún momento necesitamos que alguien nos elabore una túnica y la única persona disponible es un oriental, eso no nos preocupa. Lo único que le pedimos es que no la convierta en un kimono». La empresa de Bondira vendía mil atuendos al año a noventa y cinco dólares la pieza, y despachaba encargos tanto a miembros del Klan como a Hollywood (asegura que el equipo de vestuario de la película O Brother! de los hermanos Coen le hizo un pedido), a particulares interesados en la historia de la asociación o a gente que quería tener un disfraz aparente para Halloween. En general, su negocio cabreaba a los militantes más fanáticos del KKK, aquellos que consideraban que los uniformes solo deberían llegar a las manos de quienes realmente se adhirieran a la causa. Lo último que sabe internet sobre Bondira, gracias a los cotilleos de un blog de simpatizantes del KKK, es que andaba bastante pachucho de salud.

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Imagen: Michael Casim (CC).

Año 2008, una mujer de casi sesenta años llamada Mrs. Ruth (Mama Ruth para los amigos) cuida personalmente de su hija enferma Lilbit en su vivienda en el sur de Estados Unidos. «Dijeron que no viviría más de tres meses, así que la saqué del hospital y me la traje a casa». Tras cambiar los líquidos intravenosos de la convaleciente, se encarga de atender a diversos animales que tiene por mascotas: «¡Otro día más en el zoo!», exclama entregada a sus tareas. A continuación, se sienta ante su máquina de coser y se concentra en el trabajo que ha estado realizando durante los últimos años a razón de diez horas al día y siete días a la semana: confeccionar uniformes para el Ku Klux Klan bajo demanda. La devoción de Mama Ruth por su ocupación costurera rezuma candor, ella no solo elabora cada una de las prendas a medida y poniendo todo su cariño en cada puntada dada bajo la foto de Nathan Bedford Forrest, uno de los fundadores del primer KKK, sino que además bendice personalmente los ropajes con un abrazo justo antes de enviárselos a quienes pagan los ciento cuarenta dólares que cuesta la pieza. Anthony Karen, un fotógrafo especializado en retratar los hábitos del Klan, realizó un curioso —y escalofriante por culpa de algún niño enfundado en un uniforme del KKK— reportaje en imágenes sobre Mrs. Ruth para la web Mother Jones.

Hermanos por pelotas

Tras la Primera Guerra Mundial, los hermanos Adolf y Rudolf Dassler erigieron la Gebrüder Dassler Schuhfabrik, una empresa especializada en fabricar calzado deportivo que había comenzado a operar en la cocina de la madre de ambos. Cuando Adolf Hitler comenzó a ganar followers en la Alemania de los años treinta, ambos hermanos se apuntaron al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, aunque Rudolf era el que estaba verdaderamente entregado a la causa, y acabaron triunfando al colocar sus productos en los Juegos Olímpicos de 1928 y especialmente en la edición de 1936 celebrada en Berlín.

La Segunda Guerra Mundial envió unos cuantos meses a Adolf Dassler a formar parte de las filas de la Wehrmacht durante el inicio de la contienda, y en enero de 1943 reclutó a Rudolf para la causa. Durante el conflicto, Hitler reconvirtió la fábrica de los hermanos en un taller de repuesto para tanques y lanzamisiles, mientras ambos Dassler se peleaban por arramblar con los enseres que no tenían uso militar y se podrían  guardar en el almacén. Al finalizar la guerra, Adolf Dassler, una persona que había procurado desentenderse en la medida de lo posible de sus lazos nazis, señaló a su hermano como un trabajador a sueldo de la Gestapo y las tropas americanas ataron en corto al sospechoso Rudolf. Tras un cacao importante de declaraciones a favor y en contra, Rudolf sería liberado definitivamente durante el verano de 1946 al no ser considerado un peligro para la sociedad. A partir de aquel momento, ambos hermanos se enfrentaron por el control de la Gebrüder Dassler Schuhfabrik y finalmente acabaron fundando sus propias compañías por separado.

Rudolf inicialmente bautizó a su empresa como Ruda (por Rudolf Dassler), pero pronto lo cambió por Puma al darse cuenta de que tenía más tirón. Adolf hizo algo parecido con su compañía al nombrarla combinando el apodo por el que era conocido («Adi») con la primera sílaba de su apellido. Y de este modo nació Adidas.

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MAGA

En Carson, California, a las afueras de Los Ángeles, se encuentra la fábrica textil de Cali-Fame, una compañía que lleva más de noventa años en activo y que en la actualidad se ha beneficiado del éxito de un presidente con tupé imposible gracias al encargo de cubrir las testas de sus votantes. Porque Cali-Fame es la compañía que se encarga de fabricar las famosas gorras oficiales que lucen el lema «Make America Great Again» de la campaña política enarbolada por Donald Trump. Cada una de aquellas gorras, conocidas popularmente como «gorras MAGA» por la consigna que anuncian, se fabrica por completo en Estados Unidos, y se comercializan en distintos formatos, con precios que varían entre los veinticinco y los cuarenta y cinco pavos, considerándose todos los beneficios de sus ventas como contribuciones al Partido Republicano. Lo simpático de todo esto es que la fábrica de Cali-Fame, además de trabajar con Trump desde hace años —manufacturaba las gorras para los campos de golf del empresario—, está compuesta en un 80% por trabajadores de origen latino, aquellos a los que el propio Trump no guarda demasiado respeto. En una entrevista para Business Insider uno de los empleados contestaba así a las preguntas del reportero.

—¿Qué pensó al enterarse de que iba a encargarse de fabricar las gorras para Trump?

—Bueno, que eso significaría más trabajo para nosotros.

—Algunas de las cosas que el presidente ha dicho sobre la comunidad latina no han sido particularmente agradables. ¿Qué pensáis al escuchar esas declaraciones?

—Trato de ignorarlas.

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Imagen: Gage Skidmore (CC).

Polo is the new nazi

Los manifestantes que se reunieron en Charlottesville durante el agosto de 2017 para protestar, en el conocido como Unite the Right rally, por la retirada de una estatua en honor a Robert E. Lee lo hicieron bajo la llamada de los supremacistas blancos y a la sombra de banderas nazis, pero la mayoría se presentaron en el lugar sin capuchas o túnicas. En un artículo para GQ, el periodista Cam Wolf analizaba la estética de la marcha: los manifestantes ondeaban banderas confederadas y esvásticas, portaban antorchas (de una marca que condenó públicamente el desfile) y, por lo general, aunque de tanto en tanto aparecía algún uniforme del KKK, vestían polos y pantalones caquis. «Es como si una tropa de maniquíes de J. C. Penney hubiese cobrado vida de repente», escribía Wolf bromeando sobre lo terrorífico de la concentración. Susan Campbell Bartoletti remataba el asunto: «Lo que proyectan las imágenes de Charlottesville son jóvenes con muy buena apariencia. Y lo que están haciendo es colocar la cara de un caballero en unos valores que son cualquier cosa menos caballerosos».  El denominado «Imperio invisible» por el que se conocía al Ku Klux Klan había dejado de ser invisible y misterioso. El mal ahora no necesita cubrirse la cara, le basta con peinarse, ponerse una camisa bien planchada y hacerse pasar por bueno. Y cuando los tarados hacen esto dan mucho más miedo que cuando se juntan para quemar cruces escondidos bajo sus capuchas.

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(1) Una película propagandística nazi.

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6 Comments

  1. Pingback: – ¿Qué coses? Cosas nazis – ESPANTALHO

  2. Una de las debilidades de estos patéticos grupos autoritarios -que si no fueran peligrosos darían risa- es el gusto por la jerarquización y los uniformes. Más o menos como los masones de no vieja memoria. Es una proyección de su visión interna del mundo, donde sólo hay enemigos que destruir y una sociedad enferma a la que hay que curar con la fuerza. Crédere, obbedire, combattere, tronaba el Duce, y le regaló a cada italiano un uniforme y fez negro, con grado y condecoraciones para que se sintieran importantes, tantas, que un dibujante dejó para la memoria una viñeta, en la cual la esposa de un jerarca fascista, que buscaba su medallita de la virgen, le preguntaba a su marido si no se la había colgado por equivocación en el pecho, junto a las innumerables que lucía sobre su uniforme negro. Buena lectura. Gracias.

  3. Marcos

    Cielos. Es fascinante y vomitivo al mismo tiempo.

  4. Gran artículo, me divertí (me avergüenza decirlo dado lo que subyace de fondo) mucho leyéndolo. Y el homenaje a Peter Griffin genial.

  5. Luis S

    El buen Peter, vestido de tirolés, molestando con sus preguntas a su primo Adolf, mientras este hacía «cosas nazis»

  6. Benitez

    Sea como sea, aun no queda claro de donde saco Griffith la idea de los sudarios con capucha, si fue inspiracion en la Semana Santa española…

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