Empecemos por vestirnos todas las que nos hayamos rasgado las vestiduras al leer el título del artículo.
Bien, una vez vestidas, voy a explicarles por qué me atrevo a afirmar categóricamente algo tan controvertido.
La afirmación es la conclusión lógica de dos cuestiones fácilmente comprobables de manera empírica (luego les daré una vuelta, por si para alguien no son tan evidentes). 1- El comportamiento que desarrollamos depende de la actividad de nuestro cerebro. 2- Hombres y mujeres, en algunos aspectos, tienden a comportarse de manera diferente (es indiferente para esta discusión si esto ocurre por causas innatas o aprendidas).
Antes de desarrollar más estas ideas, quiero adelantar algo muy importante: ¿Qué más da que sean diferentes? ¿Por qué esto nos preocupa tanto y gastamos tanto tiempo y energía en discutirlo? Dejo la pregunta en el aire, y sigo justificando lo de que son diferentes.
Vamos a por la primera afirmación, que no creo que genere mucha controversia. El hecho de que cómo nos comportamos sea fruto de la actividad del sistema nervioso. Salvo en las películas de fantasmas, pocos seres humanos desarrollan un comportamiento sin tener un sistema nervioso. Ni siquiera los zombis, que casi siempre necesitan mantener la cabeza unida al cuerpo para seguir moviéndose. Y cuando alguna circunstancia afecta a una zona de nuestro cerebro, destruyéndola o limitando su actividad, no es extraño que cambie el comportamiento de la persona (o la memoria, o el pensamiento abstracto, o la capacidad de identificar objetos…). La actividad del sistema nervioso es, por tanto, la que genera nuestro comportamiento.
Si el comportamiento, uno de los resultados de la actividad del sistema nervioso, tiende a ser diferente, la causa más probable es que los sistemas que generan ese comportamiento sean diferentes. Profundicemos un poco en esta idea. Dos individuos cualesquiera se comportan de manera diferente ante un mismo estímulo porque la actividad de su sistema nervioso es distinta. Y solo puede ser distinta porque estos sistemas nerviosos lo sean, o porque hay un componente importante de aleatoriedad en el funcionamiento del sistema. Si la respuesta al mismo estímulo tiende a ser sistemáticamente diferente, entonces la segunda posibilidad se vuelve muy improbable, y para justificar una actuación diferente solo nos queda asumir que los sistemas nerviosos son diferentes. Pueden ser diferentes en alguno de muchos niveles de organización, o en todos: en macroanatomía, en microanatomía, en la fisiología de algunas o muchas de sus neuronas, en la expresión genética… Pero en algo han de ser diferentes, ya sea en una distinta arborización dendrítica en algunas áreas, en un distinto patrón de conexiones, en una diferente distribución de receptores, en diferentes niveles de actividad de algunas áreas a causa del contexto hormonal, en la diferente permeabilidad selectiva de algunas membranas celulares, etc.
Si un conjunto de individuos tiende a comportarse ante un mismo estímulo de determinada manera (no todos ellos, muchos de ellos), no es extraño pensar que los sistemas nerviosos de estos individuos tendrán algo en común (expresión de genes, conexiones, anatomía…) y que será diferente de lo que se observe en individuos que no tienden a desarrollar ese comportamiento ante ese estímulo. Esta idea también parece razonablemente lógica. Por ejemplo, si las personas pelirrojas tienden a sufrir más ansiedad ante el dolor dental (y a ir, por tanto, con más miedo al dentista) y resulta que esto tiene que ver con que les afecta menos la anestesia subcutánea, lo lógico es pensar que alguna diferencia hay en sus sistemas nerviosos. De hecho, esta diferencia parece estar relacionada con presentar determinadas variantes del gen MC1R (asociadas también al hecho de tener el pelo rojo).
Otro asunto es si los hombres y las mujeres tienden a comportarse de manera diferente. Creo que no es especialmente controvertido afirmar que esto es así. Hay decenas de comportamientos que se han estudiado sistemáticamente y en los que se ha comprobado que hay diferencias (no necesariamente grandes). Por ejemplo, un comportamiento en que sistemáticamente se encuentran diferencias entre mujeres y hombres es en la tendencia a masturbarse. Según diferentes metaanálisis (que combinan los resultados de miles de estudios), si cogemos al azar un hombre y una mujer heterosexuales de la misma edad, él se masturbará más frecuentemente en torno al 70 % de las veces. Estas diferencias se encuentran en comportamientos que las personas declaran llevar a cabo, pero, como vemos, también aparecen cuando se miden sin que el individuo sea consciente de ello (reacciones fisiológicas, medidas de atención visual, etc.).
¿Cómo de diferentes son nuestros comportamientos? Pues, en general, las diferencias entre los grupos son menores que sus semejanzas, aunque las diferencias suelen ser consistentes. Lo mejor para apreciar la importancia de las diferencias es ver cuán probable es que, al coger una mujer y un hombre al azar, estos sean diferentes en lo que estemos midiendo (como hemos hecho con el ejemplo de la masturbación). Aunque muchas diferencias psicológicas, por ejemplo, entre mujeres y hombres son pequeñas, algunos comportamientos y rasgos muestran diferencias importantes, como pueden ser recurrir a la agresión física o algunos rasgos de la personalidad. Cuando se comete un robo violento, un homicidio, un delito de lesiones o contra la seguridad vial, el 92 % de las veces el perpetrador será un hombre. Si escogemos un hombre y una mujer al azar, en el 75 % de las ocasiones ella presentará una tendencia más fuerte a tratar de agradar a otras personas con su comportamiento. En próximos artículos entraremos a explicar en más detalle cómo podemos estudiar si existen diferencias, a qué se deben y en qué medida se reflejan en diferencias cerebrales.
Aunque conocer el origen es importante, poco importa en este debate si estas diferencias de comportamiento son innatas o aprendidas. Porque lo aprendido ha de modificar algo físico en el cerebro (expresión de genes, presencia de más o menos receptores hormonales en las membranas, cantidades de neurotransmisores liberadas, arborizaciones, lo que sea) para que en el futuro lo que se ha aprendido sea recordado.
Finalmente, podemos preguntarnos si el estímulo que lleva a desarrollar un comportamiento sistemáticamente diferente es realmente el mismo. En un comportamiento sencillo medido en el laboratorio esto es fácil de controlar: un golpe, un sonido grabado, una foto, una narración… Pero, en los comportamientos de los que solemos hablar (como la tendencia a cooperar, o el interés que nos despiertan los niños), en realidad el contexto en que se desarrolla la respuesta podría estar explicando las diferencias. Imaginemos que las mujeres tendemos más a llorar cuando nuestro jefe nos grita. Esto no tiene que significar necesariamente que nos encontremos ante un mismo estímulo: un jefe que grita a sus empleados varones y mujeres. Puede ser que los jefes griten sistemáticamente de diferente manera cuando se enfrentan a una mujer que cuando se enfrentan a un hombre, provocando así que las respuestas sean distintas. Esto es imposible controlarlo en el mundo real. En muchas situaciones el estímulo (o estímulos) que influye en un comportamiento es sistemáticamente diferente para hombres y mujeres. Pero esto no invalida los estudios en situaciones controladas, en las que, presentando un mismo estímulo, seguimos observando tendencias a no responder del mismo modo. Siempre se puede argumentar que la interpretación que hacen unos u otros de la situación es diferente. Pero eso no importa en este debate, porque la interpretación diferente también la hace nuestro cerebro.
Bien, ahora viene lo importante de verdad: ¿Por qué se le da tantas vueltas a si los cerebros son o no diferentes? ¿Es que alguien es tan insensato como para vincular que las oportunidades y derechos deban ser idénticos con si hay o no diferencias entre nuestros cerebros?
Constantemente salen estudios científicos que muestran que hay diferencias entre los cerebros de hombres y mujeres: en las microconexiones entre áreas cerebrales, el tamaño de diferentes áreas, la expresión génica, los patrones de activación ante diferentes estímulos, etc. Y, también constantemente, la validez de estos estudios se trata de minimizar (a veces con argumentos científicos, otras veces no tanto).
¿Por qué tanto empeño? Se me ocurren dos posibilidades. La primera es que entre los minimizadores hay quien cree que, si esas diferencias existen, no es justificable que nuestros derechos y oportunidades deban ser los mismos. Pero es que nuestros derechos y oportunidades han de ser los mismos independientemente de lo iguales o diferentes que seamos, han de ser idénticos respetando nuestra heterogeneidad. No depende de nuestras características. Es el fruto de un compromiso individual y social con la convicción de que todos debemos tener los mismos derechos por el mero hecho de ser seres humanos.
Por ejemplo, supongamos (y quizá las suposiciones no son tan aventuradas) que la mayor tendencia a caer en distintas dependencias patológicas de uno y otro sexo se debiese a los niveles de hormonas sexuales. O que la aparición más frecuente de trastorno del déficit de atención en hombres estuviese asociada a determinadas variantes genéticas del cromosoma Y. O que la mayor tendencia a la depresión en las mujeres la causen las diferencias entre sexos en el proceso de reciclado de la serotonina. ¿Por ser más frecuentes en un sexo las diferencias estructurales asociadas a determinadas condiciones debemos asumir que nuestros derechos debieran ser distintos? ¿Perderíamos las mujeres el derecho a llevar a cabo labores en que una tendencia a deprimirse causase problemas? ¿Dejarían sistemáticamente los hombres de poder desempeñar tareas que exijan una atención continuada y profunda? No parece muy sensato. Las diferencias en nuestra biología (como estas) no deberían nunca asociarse a disfrutar o no de unos u otros derechos. Que todos disfrutemos de los mismos derechos, posibilidades y libertades es una convicción ética, no la conclusión de una observación empírica de cuán iguales (o desiguales) somos.
La segunda posibilidad es que, aunque no se crea que tener cerebros iguales tenga que ver con tener los mismos derechos y oportunidades, no se quiera dar argumentos a las personas que utilizan estas diferencias para justificar que los derechos deban ser distintos. Se entiende el miedo, pero lo más probable es que las personas que pretenden restringir los derechos acudirán a estos argumentos, o a cualquier otro que les convenga, con tal de respaldar su postura. Y lo harán porque su motivación es simplemente justificar que no debemos tener los mismos derechos. En mi opinión este debate no debería salir del terreno de la ética; dejarnos llevar a otro sitio es simplemente seguirles el juego.
Pero no son pocas las voces que reclaman que no se estudien las diferencias entre hombres y mujeres, ni en el cerebro ni en ningún otro sentido. No obstante, más allá de las cuestiones ginecológicas y urológicas, hay decenas de afecciones que padecemos diferencialmente más unos que otros. La esclerosis múltiple, la migraña, el lupus, la depresión, la celiaquía o el alzhéimer temprano son más frecuentes en mujeres. Sin embargo, es menor nuestra tendencia a suicidarnos, a sufrir espondilitis anquilosante, meningitis o leucemia infantil. Muchas de estas diferencias pueden atribuirse al diferente modo de vida, pero no todas. Y son las diferencias en nuestra biología, ya sean genéticas, inmunológicas u hormonales, las que están detrás. Entender el porqué de las diferencias es muy útil para aprender a combatir estas enfermedades. De hecho, seguramente hayan encontrado en los medios de comunicación debates recientes sobre la necesidad de incluir más mujeres en los ensayos clínicos, tras observar un efecto diferente en las pacientes de algunos fármacos. Evitar estudiar las diferencias quizá venga bien para poner trabas a un determinado discurso, pero complica mucho otras cuestiones relevantes.
Realmente, lo mejor para defenderse de cualquier argumento de este tipo es desligar la igualdad de derechos y oportunidades de si somos o no diferentes. Porque, tal como he venido exponiendo, en algo (ya sea microestructura, responsividad a hormonas, expresión génica o conectividad) tenemos que ser diferentes. Asociar igualdad de derechos a que no existan diferencias biológicas es exponernos a un tremendo peligro. Además de a un casi inexorable fracaso.
Así que dejemos de dar vueltas a si nuestros cerebros son diferentes o no. Lo son. ¿Y qué?
Pues cuidado con la brigada de ofendidos profesionales que le lanzarán los típicos calificativos tan poco originales como machista, machirula, que odia a su propio sexo…..Bla Bla.
Por cierto, gran sentencia final. No se puede hablar más claro.
Pingback: – Las mujeres y los hombres tenemos cerebros diferentes. ¿Y qué? – ESPANTALHO
Esta excelente divulgación clarifica aún más nuestras diferencias y, a mi entender, es inevitable y sensato normalizar la diversidad en todos sus aspectos. Además, ya sería hora de dar mayor cabida a las mujeres, visto los resultados de miles de años de visión masculina. Talvez ellas hagan algo mejor, pero tengo mis dudas. Gracias por la lectura.
Estoy de acuerdo contigo, todo ésto es un poco absurdo, además las diferencias entre dos hombres (o dos mujeres) pueden ser más grandes que las diferencias entre los sexos en cualquiera de las variables que has nombrado.
Por otra parte, parece de cajón que sexos distintos implica cuerpos distintos, y ésto cerebros distintos, ni mejores ni peores, distintos, o como mucho, complementarios a cierto nivel, por lo que habrán comportamientos distintos.
Estamos condenados a entendernos, no hay otra, o si la hay, uno de los bandos saldrá perdiendo (como hasta ahora)
Muy buen artículo, Marta.
Personalmente creo que el rechazo ante las afirmaciones de que existen diferencias entre los cerebros femenino y masculino se debe al daño que han hecho éstas a lo largo de la historia. Desde Aristóteles que afirmaba que el cerebro masculino era mayor y, por tanto, superior al femenino, se han empleado estas diferencias para justificar la inferioridad de la mujer y su sometimiento al hombre. Las palabras de grandes referentes como Aristóteles o de San Agustín fueron muy dañinas y perduraron durante siglos. No es el miedo a que se utilicen ahora, es la constatación de que se han empleado durante siglos.
Oliva Sabuco fue la primera en afirmar que el funcionamiento de ambos cerebros era equivalente y que por ello esta no debía someterse al hombre. Como ves, otra vez se ligaba una cosa a la otra.
Dado que estas diferencias nunca se han tratado de aspectos diversos entre iguales, sino para resaltar la inferioridad de uno de los géneros respecto al otro con la consiguiente limitación de sus oportunidades, no es tan sorprendente que exista un mecanismo de rechazo ante tales afirmaciones.
Con ello no lo justifico, solo trato de entenderlo. Tengo claro que todo conocimiento es positivo y un mayor conocimiento de estas diferencias siempre puede resultar enriquecedor. La clave es, como afirmas en tu artículo, que jamás volvamos a vincular estas diferencias a diferentes derechos u oportunidades.
Pues no lo entiendo. En otro post en que explicas la conveniencia de hacer distinciones entre individuos de diferentes «clases» o «grupos» , por ejemplo en medicina, la consecuencia es que habría que personalizar o «priorizar» a un tipo de individuos sobre otros. ¿Qué impedirá usar ese procedimiento en otros ámbitos que puedan significar tratamiento preferente o prioritario? ¿Acaso no sería una violación del derecho a la igualdad de trato?
Imagino que no lo entendí bien porque lo que planteo puede ser un tanto abstracto.
Hay que separar claramente los términos «personalizar» y «priorizar». La diferenciación no debe implicar nunca una jerarquización de los individuos. Ése es el gran reto de la educación. Por otro lado, ¡Qué triste que a estas alturas tengamos que justificar con tanto miedo y tantas explicaciones lo que debería ser una obviedad admitida por todo el mundo!
El problema puede ser que ante recursos insuficientes ( tiempo, personal, etc.) sí que haya que priorizar; lo que podría ser adecuado pero no admisible para algunos o muchos.
Como ejemplo de priorizar, en otro post que no encuentro de la autora de éste, estaría el «triage» en la atención a pacientes en urgencias.
Pingback: Recomendaciones | intelib
Supongo que en gran parte de la historia de la humanidad se ha usado la diferencia para justificar el ataque, la imposición, o en el mejor de los casos, el ninguneo. Uno de estos «grupos» (blancos, hombres) se auto-atribuyó la supremacía sobre el resto de grupos que eran diferentes.
Supongo que para contrarestar esto se ha hecho incapié en el mensaje de que todos somos iguales. Y hemos acabado confundidos. Todos somos diferentes, pero eso no significa que haya diferentes mejores y diferentes peores.
Hola, considero que tenemos las mismas partes de un cerebro como el masculino y femenino, otra cosa es el grado madurez lógicamente las mujeres destaca en ello, también la misma sociedad cuando hacen un convocatoria para un trabajo hacen distensión entre el hombre y la mujer, ambos tienen cualidades, no se debe mezclar las cosas, por último ambos cerebros están capacitados para recibir nuevos conocimiento aparte de lo aprendido.
“La mayor diferencia psicológica entre los sexos, después de todo, es una tan ubicua que muchos incluso no notan que es una diferencia. ¿Qué diferencia? La mayoría de las mujeres encuentran a los hombres atractivos; la mayoría de los hombres no”.
– Tom Whipple
Humildemente, creo que sé el por qué afirmar esta certeza empírica es vista como peligrosa.
Creo que las personas tenemos un sesgo ideológico hacia el término Igualdad. Para unas personas, Igualdad se circunscribe a la igualdad de oportunidades, existirá igualdad en tanto exista verdadera libertad de elección.
Para otras personas, la igualdad solo se acredita si esta se manifiesta en los resultados. Si lo resultados no arrojan igualdad, se debe presuponer que no existió verdadera libertad de elección. Para este grupo es difícil integrar conceptos como la diferencia biológica entre hombres y mujeres, porque dificulta la evaluación de la igualdad. Un ejemplo, claro y actual, se refiere a la brecha salarial, que podría ser explicado, en gran parte, por la psicología evolutiva, necesariamente diferente en hombres y en mujeres.
Y el motivo es que el ser humano tiende a generalizar. Una vez leí que había más porcentaje de homosexuales entre los zurdos que entre los diestros. No recuerdo el detalle, pero seguramente debía tratarse de pocos puntos (igual en un caso era un 13% y en el otro un 9%) en cualquier caso la condición de zurdo no aparejaba con la condición de homosexual, y sin embargo, inconscientemente se me generó un apriorismo (se le puede denominar un prejuicio).
Si aceptamos que las mujeres (una estadística como otra cualquiera) tienen tendencia a interesarse más por las personas que por las cosas, y los hombres a interesarse más por las cosas que por las personas, será muy difícil que esta estadística no genere en prejuicio para absolutamente todas las mujeres en el momento de toma decisiones sobre su futuro laboral.
Pingback: Puedes llamarlo responsabilidad, pero es censura — Cuaderno de Cultura Científica
Pingback: Puedes llamarlo responsabilidad, pero es censura – Fluceando
Pingback: Hablemos de neurodesarrollo – #100NDES (y 4) – neuronas en crecimiento
Pingback: Pasarse Tinder - #PUENTEAEREO
Te niego la mayor. El comportamiento no está generado por el sistema nervioso, o al menos no únicamente. Otra cosa distinta es que para poder tener comportamiento precisemos de sistema nervioso.