En 2011 la editorial Taschen publicó el libro CCCP (1), Cosmic Communist Constructions Photographed, del fotógrafo francés Frédéric Chaubin. En la introducción el libro habla de las intenciones de su autor de documentar su particular investigación de arqueología del presente y estos edificios, según él, olvidados y desconocidos. Desde el punto de vista occidental, como también por el lamentable estado de conservación de algunos de ellos, estos grandes equipamientos públicos construidos en las últimas dos décadas de la existencia de la URSS constituyen una especie de cementerio de formas arquitectónicas espectaculares como si se tratara de una lejana civilización desaparecida. Ciertamente, CCCP no es la única publicación con el mismo planteamiento que, a través de preciosas fotografías, presenta la decadencia del mundo socialista, pero tiene la particularidad de acercarse, aunque de manera retórica, al impacto que tuvo la conquista del espacio en la cultura y arquitectura soviética. Aun así, en él no aparece ni el monumento a Yuri Gagarin, inaugurado en 1980, ni el Museo de la Cosmonáutica de 1981, que ocupa la base del Monumento a los Conquistadores del Espacio, el obelisco de 107 m de titanio, en su momento el más alto de mundo (entre las construcciones de titanio).
La fascinación por el desarrollo científico y la conquista del espacio han estado presentes en todas las etapas de la URSS. La Revolución socialista conllevaba una gran promesa para el futuro y los discursos políticos hacían guiños a la utopía de progreso que, aparte de la supremacía nacional, les acercaría los «otros mundos». La ciencia ficción rusa, muy popular ya en los años prerrevolucionarios, había preparado el terreno y la sociedad sabía que la electrificación e industrialización darían paso a la era del espacio. En su Estrella roja de 1908, Aleksandr A. Bogdánov describió una sociedad socialista y la situó en Marte, y unos años más tarde, en La fiesta de la inmortalidad, describió el mundo del futuro: «Ya no existían ciudades como antiguamente. Gracias a la facilidad y universalidad del transporte aéreo, la gente no temía las distancias y se instalaba por todo el planeta en lujosas villas rodeadas de flores y vegetación. Cada villa tenía un espectroteléfono que las mantenía en contacto con los teatros, periódicos e instituciones públicas. Cualquiera podía disfrutar en su propia casa con la actuación de sus cantantes favoritos, ver en su pantalla de cristal pulido una representación teatral, escuchar los discursos de distintos oradores, charlar con sus conocidos…».
Varios proyectos arquitectónicos daban cuenta de este sueño del futuro. En Vkhutemas, la nueva escuela de arquitectura fundada en 1920 por decreto de Lenin, en paralelo a la más conocida Bauhaus de Alemania, se habían pensado las ciudades sobre muelles que se movían según gira el Sol o que se concentraban en edificios largos sobre pilares para mantener intacta la naturaleza debajo. El proyecto de Georgy Krutikov, con el que se graduó en 1928, fue más allá (2). El proyecto, conocido como la Ciudad Voladora, especulaba sobre el asentamiento humano; en él, la zona de trabajo —complejos industriales y explotaciones mineras— junto con el comercio y el ocio estarían situados sobre la superficie terrestre, mientras que la zona residencial, con los equipamientos educativos y culturales, formaría estructuras flotantes, una especie de colmenas en el aire. Los ciudadanos estarían en movilidad permanente, viajando en sus cápsulas individuales, que se acoplaban a las viviendas. Colonizar el espacio era la mejor manera para solucionar la crisis de la vivienda heredada y desprenderse definitivamente de la ciudad burguesa.
Stalin utilizó el interés popular en los temas relacionados con la ciencia y la exploración del espacio, aunque sus investigaciones no eran prioritarias en los primeros planes quinquenales. En la era pre-Sputnik, los científicos y los astrofísicos se consideraban héroes y su trabajo se utilizaba en los discursos nacionalistas para enaltecer el poder soviético por encima del occidental. El 1 de mayo de 1935, Konstantín Tsiolkovski, el teórico de la astronáutica y conocido como el abuelo del programa espacial de la URSS, dio un discurso desde la Plaza Roja de Moscú en el que habló sobre el futuro de los viajes espaciales de los humanos. El discurso fue trasmitido en todo el país (a sus once zonas horarias) y tuvo un gran impacto social.
En los tiempos de las grandes purgas estalinistas, algunos ingenieros importantes fueron encarcelados acusados de sabotaje, espionaje o actividad contrarrevolucionaria. Serguéi Koroliov, director del programa espacial soviético desde los años cincuenta, pasó seis años en un gulag, algunos meses en el durísimo campo de Kolyma, de los cuales su salud cargó con secuelas permanentes. Durante la Segunda Guerra Mundial, al ver que su industria aeronáutica quedaba por detrás de los avances del Tercer Reich, Stalin redujo las condenas de los ingenieros y los confinó a Sharashka, un campo de trabajo intelectual, conocido como el gulag de los ingenieros, situado cerca de Moscú. Koroliov trabajó junto a varios especialistas de aeronáutica bajo la dirección de Andréi Túpolev en el diseño de aviones y bombarderos que llevaron su nombre.
La muerte de Stalin en 1953 cambió el rumbo de la cultura y tecnología soviéticas. En arquitectura se revisó el estilo monumental del estalinismo, que produjo edificios de gran escala y un particular estilo neoclásico revolucionario. Se consideró excesivo, parte del culto a la personalidad del líder y culpable de grandes despilfarros de material y mano de obra que no ayudaron a solucionar la endémica falta de viviendas. Como remedio, se impuso la industrialización general del proceso constructivo y la preferencia por sistemas prefabricados en la edificación de grandes complejos residenciales. Al mismo tiempo se emprendió el programa espacial, resultando en el lanzamiento del primer satélite Sputnik el 4 de octubre de 1957, que puso a la aeronáutica soviética por delante de la estadounidense.
Especialmente desde el viaje de Yuri Gagarin alrededor de la Tierra el 12 de abril de 1962, los temas cósmicos empezaron a formar parte de la vida diaria. Los astronautas se convirtieron en héroes nacionales y en Moscú se construyó el monumento de titanio a Gagarin. Los motivos espaciales empezaron a inspirar los objetos cotidianos, así aparecieron los modelos de aspiradoras Chaika y Saturnas, mientras que los nombres de Sputnik, Laika o Kosmos también se convirtieron en marcas de cigarrillos. La popular revista Tehnika Molodezhi (‘técnica para los jóvenes’), que se publica mensualmente desde 1933, empezó a partir de 1950 a publicar cada vez más artículos e imágenes sobre exploración espacial. Durante la década de los sesenta y especialmente desde el viaje de Gagarin, la revista se dedicó a publicar proyectos utópicos de asentamientos humanos en la Luna, en Marte o en Venus, con naves, vehículos de superficie dura, robots y otras máquinas imprescindibles e inexplicables. Los diseños eran de ciencia ficción y de cómic al mismo tiempo: coloridos, de líneas simples, de formas aerodinámicas y curvadas, con edificios-burbuja y construcciones que desafiaban la gravedad.
La arquitectura de los años sesenta, de la era Jruschov, pretendía ser más funcional que espectacular y, sobre todo, economía era el imperativo para evitar los excesos de Stalin. Se llevaban a cabo numerosas investigaciones en el campo de materiales y elementos modulares para su producción masiva en la industria, pero la forma arquitectónica tardó más de una década en adoptar la espectacularidad de la era espacial. Los años setenta y ochenta, cuando la carrera espacial ya había terminado, fueron tiempos de más extravagancia formal y fue cuando se construyeron obras como el Sanatorio Druzhba en Yalta, el edificio ministerial en Tiflis o la Academia de las Artes y Ciencias de Moscú.
Galina Balashova estudió Arquitectura en Moscú y en 1961 —con solo veintiséis años— fue empleada por el Instituto de Investigación y Desarrollo, Oficina OKB-1 de Diseño Experimental, el núcleo del programa espacial soviético. En plena era Jruschov, Balashova era la única arquitecta que se dedicaba a diseñar los interiores de las naves espaciales, preparando la flota soviética para vuelos tripulados. Su jefe directo era Serguéi Koroliov o «el Diseñador Jefe», como solía ser identificado en clave.
El legado de Galina Balashova es espectacular y hasta hace poco desconocido por el secretismo que envolvía la investigación espacial: en 2015 fue expuesto en el Museo de Arquitectura de Frankfurt y se publicó en el libro Galina Balashova: Architect of the Soviet Space Programme (3). Su trabajo consistía en crear unos interiores habitables en las naves espaciales, así que participó en proyectos para las naves Soyuz, el transbordador Burán y la estación Mir. La particularidad del diseño consistía en dotar de humanidad y calidez a los espacios reducidos de las cápsulas y hacer que estos espacios, altamente tecnológicos, fueran psicológicamente aceptables para que los astronautas pudieran pasar allí más tiempo. Esto pasaba por domesticar visualmente estos espacios llenos de tubos, botones y palancas y dotarlos de sentido de orientación, diferenciando con claridad el suelo de las paredes y del techo, algo a priori innecesario en el espacio sin gravedad. Gran parte del éxito de Balashova residía en el uso de formas sencillas y reconocibles del mobiliario doméstico: sofás, sillas, escritorios, cajones o armarios, en la transformabilidad de los elementos, como también en la aplicación de un sistema de colores muy actual en su época: verdes, azules claros, ocres, marrones y naranjas que ha ido variando en todos sus diseños.
El Museo de Cosmonaútica de Moscú (4) exhibe las naves Mir y Soyuz y, aparte de su abrumadora complejidad tecnológica, también se puede apreciar la simplicidad acogedora de sus interiores. A pesar de estar rodeada durante años de astronautas, Galina Balashova no se sentía atraída por los viajes espaciales. Para la única arquitecta realmente cósmica, la arquitectura, la creación de espacios armoniosos y funcionales, siempre ha sido mayor desafío que la carrera espacial.
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(1) CCCP hace alusión a las siglas en cirílico de la URSS: Сою́з Сове́тских Социалисти́ческих Респу́блик.
(2) En 2015 la editorial Tenov de Barcelona publicó este proyecto en el libro Gueorgui Krútikov. La ciudad voladora, utopía y realidad, de Selim Omárovich Jan-Magomédov. Traducción de Miquel Cabal Guarro.
(3) Meuser Philipp. Galina Balashova: Architect of the Soviet Space Programme. Berlin: Dom Publishers, 2014.
(4) La página del Museo ofrece un tour virtual donde se pueden ver estas naves.
Por las imágenes que nos llegan, parece que ninguno de los paises que participan en las misiones orbitales se preocupa por la comodidad de sus tripulantes. Todo se desarrolla en espacios claustrofóbicos y abigarrados. Y no pasan poco tiempo ahí arriba esos valientes. Talvez todavía no sea tiempo para la comodidad. Buena divulgación.
Interesante artículo, Jelena. Seguiré atento tu blog. Saludos.
Gracias por el artículo.
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El artículo es excelente. Contenido de gran calidad.
Solo una pequeña observación, si me permiten. En Rusia son cosmonautas -no astronautas-.