Borja Delclaux publicó su ópera prima —Picatostes y otros testos (Lengua de Trapo, 1995)— el mismo año de la aparición de Tocarnos la cara de Belén Gopegui, La piel del tambor de Arturo Pérez Reverte y El corazón inmóvil de Luciano Egido, por no hablar de Ensayo sobre la ceguera de José Saramago, Santa Evita de Tomás Eloy Martínez, Mr. Vértigo de Paul Auster y Del amor y otros demonios de Gabriel García Márquez, que también aparecieron por entonces en España. ¿Quiénes debutaron como escritores junto a Borja Delclaux en aquel remoto 1995? Juan Manuel de Prada con Coños, Lorenzo Silva con Noviembre sin violetas, Andrés Ibáñez con La música del mundo, Marcos Giralt Torrente con Entiéndame o Ángela Vallvey con Kippel y la mirada electrónica. Como se puede apreciar, 1995 fue un año literal y literariamente movido, y Picatostes y otros testos (El sacrificio de la lechuza) encima era un libro extraño que apenas pudo dialogar con sus contemporáneos.
Galardonado con el I Premio Lengua de Trapo de Narrativa, Borja Delclaux reunió en un mismo volumen ensayos, memorias, aforismos, brevísimas piezas dramáticas, bocetos de cuentos, resúmenes de novelas, comentarios diversos, fragmentos deshermanados y una serie de textos inclasificables que la crítica de aquel año fue incapaz de procesar porque los Picatostes de Borja Delclaux estaban en la tradición de los Exercices de style (1948) de Raymond Queneau, de Último round (1968) de Julio Cortázar, de los Exorcismos de esti(l)o (1976) de Guillermo Cabrera Infante, de Je me souviens (1978) de Georges Perec, de Se una notte d’inverno un viaggiatore (1978) de Italo Calvino y de la Historia abreviada de la literatura portátil (1985) de Enrique Vila-Matas. Sin embargo, nadie realizó esas conexiones evidentes y tras la muerte de Borja Delclaux en 2006 Picatostes y otros testos terminó de caer en el olvido más absoluto.
Releer a Borja Delclaux más de veinte años después implica reconocerlo como un adelantado y un precursor de la escritura que hoy se ha entronizado entre nosotros, porque Picatostes y otros testos dialoga de maravilla con los libros de Sebald, Bernhard, Coetzee, Roberto Bolaño, Juan Bonilla, Felipe Benítez Reyes, Agustín Fernández Mallo y otros autores que se distinguen más por su creatividad lúdica que por una ambición vanguardista, pues no toda la literatura creativa, experimental o juguetona supone la vanguardia. De hecho, Gómez de la Serna jugaba para ser más vanguardista y Jardiel jugaba porque simplemente porque le gustaba jugar. Me tinca que a Borja Delclaux —como a Jardiel— la vanguardia le importaba un pito porque lo que le pirraba era el juego.
Prueba de la voluntad de jugar de Borja Delclaux es la acuñación del palabro «picatoste», risueña pirueta semántica que lo exoneraba de recurrir al aforismo clásico o a la greguería ramoniana, porque el «picatoste» estaba en el límite del chiste, la imprecación, la sentencia, el disparate y la blasfemia. A saber, «El único y verdadero viaje es el viaje a ninguna parte. Lo demás es hacer turismo»; «Aquel hombre tenía restos de infancia en los ojos»; «Los creyentes se preguntan cómo es posible vivir en este cochino mundo sin fe. Los no creyentes se preguntan lo mismo, pero al revés: cómo es posible tener fe en el creador de un mundo tan cochino. Todos están de acuerdo en lo de cochino»; «Es bueno a su pesar: en el fondo le gustaría ser malo, pero no vale para ello»; «El teólogo es un hombre ciego, encerrado en una habitación oscura, que busca un gato negro que no está allí… y lo encuentra», y así podría seguir entresacando «picatostes» con regocijo.
El humor de Borja Delclaux es negro, filosófico, desopilante, gramático, silogístico, musical, teológico, dramático, surrealista y puñetero. Se trata de un humor gratuito, desinteresado, altruista y bienhechor, porque el humor de Borja Delclaux no estaba al servicio de ninguna causa ni militaba contra nadie en particular. Por lo tanto, Picatostes y otros testos fue un libro experimental y al mismo tiempo humorístico, dos ambiciones que conspiraron contra su lectura y que la muerte del autor terminó de borrar de la memoria literaria.
No tuve la fortuna de conocer a Borja Delclaux, aunque es posible que coincidiéramos en los saraos que Lengua de Trapo organizó a fines de los noventa cuando el editor Pote Huerta publicó Páginas Amarillas (1997) y Líneas Aéreas (1999), dos memorables antologías de relatos que todavía no han recibido todos los elogios que merecen. Seguro que Borja Delclaux pululó por aquellas sesiones celebradas en Casa de América y en la Universidad Autónoma de Madrid, porque desde que le desencantó el «sacrificio de la lechuza» no perdonaba una francachela.
Borja Delclaux continúa riendo y haciéndonos reír.
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Algunos libros nunca disfrutaron de la atención que merecían y ciertos autores fallecidos en su plenitud corren el riego de ser olvidados. En Zona de Rescate compartiré mis lecturas de ambas regiones —la Zona Fantasma y la Zona Negativa— porque la memoria literaria es tan importante como la otra. Distancia de rescate (¡gracias, Samanta!): 1985, año de mi venida a España.
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Borja falleció, creo que en 2006…
Lo conocí -y probablemente al autor del artículo- cuando hace siglos era lectora de Lengua de Trapo.
Todavía tengo el libro en casa, y me han entrado muchas ganas de volver a leerlo.
Gracias