Jot Down para Betway
Fueron seiscientas treinta y seis veces las que cruzó Elvis Presley las puertas de su suite en el International Hotel de Las Vegas. Tras cada una de sus actuaciones, todas con lleno total, el par de porteros que custodiaban el acceso le daban paso, protegiéndolo así de sus fans. Tal tradición continúa, y el visitante puede verlos hoy plantados allí, haya o no huéspedes en el interior. La entrada, toda de mármol, da acceso a otras dos salas de recepción sucesivas, al final de las cuales se disponen el dormitorio, la sala de estar, el comedor y el bar. Hay también una puerta que conduce a un solárium y otra al ascensor privado, hasta sumar los quinientos metros cuadrados de los que el cliente puede disfrutar si la reserva. Queda algún agujero de los que hubo por todas partes, debidos a la costumbre del cantante de disparar cuando algo le disgustaba, como un programa de televisión o los comentarios de otra persona. La gerencia del hotel le reprendió un par de veces, pero él arguyó que las balas perdidas no matarían a nadie, dado que le habían construido su suite en el ático. Tuvieron que aceptar su argumento y plegarse a sus extravagancias, como se haría con las futuras estrellas del rock. Sobre todo porque con su presencia estaba convirtiendo a Las Vegas en un referente turístico de los grandes espectáculos. Otro hito que añadiría a su ya reconocida fama de grandes casinos, bares y restaurantes.
Sus detractores afirman que cuando Elvis se trasladó a la ciudad del juego era un rey caído. Acababa de relanzar su carrera en una aparición televisiva, vestido de impresionante cuero negro de pies a cabeza. Algunos críticos musicales del momento afirmaron que había hecho morirse de envidia a Jim Morrison, por su voz y movimientos. Pero esa afirmación no podía ocultar un hecho, y es que mientras el cantante de The Doors era una estrella seguida por gente joven, a los conciertos de Elvis ya solo acudían hombres con alopecia y matronas. Eran sus fans originales, los mismos que bailaron con «Heartbreak Hotel», convertidos más de una década después en adultos. Los empresarios de Las Vegas comprendieron que esos matrimonios de clase media estarían más que dispuestos a dejarse su dinero para verle actuar. De hecho tenían bastante más presupuesto que los jóvenes de los whisky bar en que actuaban The Doors. Gracias a ellos, cada vez que subía a su suite, el cantante de Tupelo se había embolsado más de 300 000 dólares, hasta sumar los 229 millones que acumuló en ocho años de actuaciones en directo.
La cifra hubiera seguido en ascenso de no ser por las drogas, el alcohol y el exceso de hamburguesas. Elementos con los que el cantante paliaba su soledad devastadora. No podía disfrutar de la ciudad sin ser acosado, y menos aún de los nueve mil metros cuadrados de casino del propio hotel en que vivía, accesibles mediante su ascensor privado. La ruleta, el black jack y las tragaperras le esperaban allí, ayer como hoy, pero a él le estaban vedadas. Después de su muerte, la vida que había llevado en el International y sus actuaciones le convirtieron en un icono de la ciudad. El rey del rock, con perdón de Fats Domino, había inaugurado tanto la tradición de imitadores que hacen de padrino en bodas temáticas, como los espectáculos asociados a los casinos hotel. Desde entonces las estrellas del espectáculo se hacen millonarias, o multimillonarias, en Las Vegas, y sin apostar un solo dólar.
Pero la ciudad no solo se nutre de estrellas que culminan su carrera, o la terminan aquí con cifras que marean. También ha creado a sus propios mitos, como los magos Siegfred & Roy, que se llamaron a sí mismos Maestros de lo Imposible. Antes de retirarse habían ganado, actuando exclusivamente en Las Vegas, 579 millones de dólares. Más de 100 000 por cada una de sus 5750 actuaciones. Contemplar sus vídeos históricos en internet no tiene desperdicio, y no solo por sus trajes fardapaquete, extraña mezcla de mago de El Señor de los Anillos y Masters del Universo ochentero. O los circenses que combinaban los primeros, incluyendo generosas aberturas en la pechera, por donde asoman los pelillos sobre su bronceado permanente al estilo Trump. Merece la pena visualizarlos sobre todo por lo que fue su signo distintivo, emplear felinos blancos en su espectáculo de magia. Muy conocido fue el número en el que una bruja bajaba en una jaula pegando gritos, supuesta enemiga de ambos magos. Cubriéndola con un paño que retiraban en directo, parecía haber sido convertida en un tigre albino, que bajaba al escenario para pasear mansamente entre ellos. Y aunque su fama no trascendiera fuera de las fronteras de Estados Unidos dentro figuraron entre los diez artistas mejor pagados y más conocidos del país. Tanto es así que Michael Jackson les dedicó una canción, titulada con su nombre, «Siegfred & Roy». Incluso en 1996 se hizo una película de animación basada en su espectáculo y dirigida al público infantil. Su carrera acabó abruptamente en 2003 cuando uno de los tigres blancos del espectáculo atacó a Roy, desgarrándole una arteria de la garganta, y dejándole secuelas permanentes.
La brutal recaudación de estos magos fue tan relevante como su legado y el lugar en el que actuaban. Antes de ellos los únicos espectáculos que no eran actuaciones musicales constituían números eróticos de cabaret, al estilo europeo. Pero a partir de los Maestros de lo Imposible todo tuvo cabida en los hoteles de la ciudad. Especialmente en el Mirage, su escenario, y uno de los iconos que películas y novelas sobre Las Vegas han recogido a menudo. La imagen de su volcán entrado en erupción de noche —con fuegos y sonidos grabados en volcanes reales—, junto al delfinario y la piscina donde se permite el toples resume bastante bien la actividad a que se dedican los visitantes de Sin City. La Ciudad del Pecado, como la llaman los sectores más puritanos de los Estados Unidos. Hoy es el Circo del Sol, con una temática centrada en los Beatles, quien actúa en el Mirage.
Pero si uno quiere, como en el caso de Elvis, hacerse una idea de cómo vivieron aquellas estrellas de la magia, puede alquilar una villa. Es el nombre que la empresa hotelera da a su suite ultra lujosa. Separada del bloque de habitaciones, a modo de casa unifamiliar, cuenta con un acceso privado por un ala del hotel, piscina y minicampo de golf propios. Si pides la cena, un camarero te atenderá en exclusiva en el comedor de tu villa, atendiendo el servicio de mesa, y rellenando tu copa regularmente. En sus 250 metros cuadrados hay espacio para todo. Después puedes salir al casino, que además es uno de los pocos en Las Vegas que ofrece la variante free bet blackjack. Una simplificación del tradicional juego que evita el esfuerzo memorístico de la versión tradicional. Además, y en consonancia con la modernización de todos los casinos, se han incorporado también el póquer online, y las pantallas gigantes con emisión en directo de partidos deportivos en los que se puede apostar. Elementos ya tan inseparables de las salas de juego como la ruleta, el blackjack y las tragaperras.
Hoy ningún hotel casino de Las Vegas que se precie carece de espectáculo. Sus estrellas pueden aspirar al máximo, el de David Copperfield, quien tras ocho mil actuaciones ha recaudado 850 millones, y quien muy pronto, aseguran, rebasará los mil. Los visitantes siguen comprando entradas para verle hacer cosas tan espectaculares como que la Estatua de la Libertad desaparezca ante nuestra vista, o que él atraviese sin inmutarse las sólidas piedras de la Gran Muralla China. Pero hay un truco detrás de su éxito, y nada tiene que ver con su talento ni con la magia. El empresario que incluyó su actuación en el hotel MGM fue nada menos que Kirk Kerkorian, el mismo que construyó el International Hotel y convenció a las dos primeras estrellas, Elvis y Barbra Streisand de que actuaran y se alojaran en él. Está considerado el padre intelectual de los complejos hoteleros y uno de los responsables de haber dado forma a Las Vegas como ciudad turística y de casinos. Su idea, solo con los espectáculos, no puede resultar más rentable, pues las empresas gestoras de los hoteles casinos suelen embolsarse en torno al 40% de la recaudación total de las estrellas, que se quedan con el 60%. Es decir, casi 92 millones con Elvis, y 340 con Copperfield.
Pero las cifras de los magos no deben despistarnos acerca de quién gana realmente dinero actuando en la ciudad. Siguen siendo las estrellas de la música, y no precisamente masculinas, como Elvis. Las cifras de recaudación de Celine Dion, con 229 millones, y Britney Spears, 132, pueden parecer poca cosa al lado de los citados anteriormente. Hasta que caemos en la cuenta de que en cada actuación recaudan más de medio millón de dólares. Cinco veces más que haciendo magia, y casi el doble de lo que se le pagó en los setenta al Rey. Desde luego un músico siempre tiene un caché más elevado, pero también reúne más público cada noche, lo cual sería inviable sin los dos lugares en que las divas actúan, The Colosseum y el Planet Hollywood.
The Colosseum, el Coliseo, es otra de esas atracciones que hacen de Las Vegas lo que es, al menos visualmente, junto a la torre Eiffel o la Pirámide. Esta sala semicircular con capacidad para albergar a más de cuatro mil personas es una reproducción del coliseo romano. Realmente parecido en su aspecto exterior va a juego con el hotel al que pertenece, el Caesar Palace. Su promotor aspiraba a que sus huéspedes se sintieran en un lujo próximo al de Roma, así que el interior es como un gran decorado, lleno de estatuas clásicas, cariátides, mosaicos, y columnas dóricas, jónicas y corintias. Hasta la piscina está rodeada de columnas en lo que parecen las ruinas de un templo sin techo. Y mármol. Mucho mármol de colores por todas partes. Incluso el casino parece instalado en algún tipo de antiguo palacio imperial. Solo el moderno mobiliario de las habitaciones y las suites te aligeran de la sensación de estar en un parque de atracciones de temática romana.
Por The Colosseum pasan dos tipos de estrellas: los residentes, como Celine Dion o Rod Stewart, que actúan y viven de forma permanente en la ciudad, y los que ofrecen conciertos dentro de sus giras. Luis Miguel actuará en dos días consecutivos en septiembre, lo mismo que Enrique Iglesias. Mariah Carey regresa regularmente, y este año ha alcanzado ya los 24 millones recaudados allí. Van Morrison también tiene previsto acudir el año próximo. Cher estuvo actuando tres años, y obtuvo por ello 60 millones. Más combustible para sus operaciones. Elton John sumó, con dos espectáculos, 300 millones de dólares. Quién duda que tal ganancia tiene algo que ver con el nombre elegido para su segunda actuación después de The Red Piano, llamada The Million Dollar Piano. Cada vez que sir Elton terminaba de pulsar esas teclas había ganado cuatrocientos mil dólares.
El último lugar en que se han recaudado grandes fortunas actuando es el hoy llamado Planet Hollywood, otro de los hoteles casino temáticos, que originalmente se inspiró en el mundo de Las mil y una noches, y que fue completamente renovado para dar una imagen más próxima a la meca del cine. Algo que se hace patente de manera especial en su casino, donde las luces de neón, las superficies de espejo y el cristal abundan por todas partes. Uno de los espacios favoritos de los aficionados al juego en Las Vegas es su sala Mezzanine, donde puede contemplarse desde las alturas todo el casino, disfrutar de la iluminación tipo Blade Runner y arrojarte a los sillones de relax si las apuestas están llevándote demasiado lejos. En realidad esa es la excusa, porque la verdadera razón de acceder allí es disfrutar del espectáculo de cabaret burlesque, con toque erótico, protagonizado por la chica playboy y exvigilante de la playa Kelly Monaco.
Aunque la estrella que realmente tuvo tirón en el Planet fue Britney Spears. Su caché está solo diez mil dólares por debajo de la mejor pagada en Las Vegas, Celine Dion. Durante sus cuatro años en la ciudad Spears ha recaudado 132 millones, y la revista Rolling Stone le dedicó un análisis de sus mejores y peores momentos basados en la habilidad de sus números de baile. La cantante, que también es bailarina y actriz, se ha destacado siempre por las coreografías que muestra en sus videoclips, parte inseparable de sus éxitos. Además de por la ropa interior con que se viste cuando actúa. Las Vegas, que mantiene en la memoria su tradición original de espectáculos de cabaret con bailarinas ligeras de ropa, está a punto de adoptarla como uno más de sus símbolos, lo mismo que hizo en su momento con Elvis.
Pero por mucho que las estrellas sean un gran reclamo solo añaden diversión nocturna a la verdadera razón de que Las Vegas exista: sus salas de juego. Elvis cantaba en «Viva Las Vegas» que ojalá el día tuviera cuarentahoras en vez de veinticuatro para seguir divirtiéndose sin dormir ni un minuto, jugando al blackjack, al póquer y a la ruleta, pues solo hacía falta tener nervios de acero y un corazón fuerte. Aunque si ese es el caso hoy ni siquiera hace falta ir a la ciudad para tener una experiencia de cómo es jugar allí. En internet se han reproducido la mayoría de juegos que partieron originalmente de sus casinos, que también incorporan ya, como parte inseparable, las apuestas deportivas. Así lo hace el casino online Betway, que además fue el primero en destacar las ganancias de las estrellas que actúan o actuaron en sus hoteles casino. Así que canten conmigo, aunque hoy esté mal visto: Lady Fortuna, calienta mis dados, y dame un siete en cada tirada. Y que viva Las Vegas, sea en directo u online.