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Barra libre en el salvaje Oeste

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Detalle de la cubierta de Salvaje oeste, de Juan Tallón.

«Sonaré aristocrático, pero a Trump solo hay que verlo andar». Lo dice Gioacchino Lanza Tomasi, que además de duque es descendente y heredero de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, el autor de El gatopardo. Lo leo en un artículo de El País y pienso en lo aristocráticos que son (con una excepción: el nuevo rico burgués con cuya hija se va a casar el sobrino del príncipe) los protagonistas de esta novela. Viene una época nueva, pero casi nadie parece darse cuenta. Porque esa nueva época será el fin de su mundo conocido. Ellos viven para el placer y no reparan en gastos. Viven en un mundo aparte, sin ningún interés aparente en el mundo donde vive el resto del mundo. Pero en la novela se cuela el dinero, la importancia del dinero, el valor de lo material, y por esa grieta va a llegar el fin de la vieja aristocracia. Y ahora tenemos a un señor que vemos en la tele a todas horas, ¿pero nos fijamos en cómo camina?

Muy rápido me viene a la mente una frase de la última novela de Juan Tallón. En los primeros capítulos de Salvaje Oeste, al recién nombrado presidente del Gobierno le dicen: «Ya caminas como un presidente del Gobierno». Estamos en el palco vip de un estado de fútbol. Estamos en un momento magnífico, de gran crecimiento económico, de gran optimismo. Pero en realidad estamos al borde del desastre, aunque este desastre no se ve, ni siquiera es un pequeño iceberg en la lejanía. Estamos en el baile final de El Gatopardo. Con una diferencia: estamos asistiendo a las andanzas de unos personajes que ni son aristocráticos ni pretender serlo. Lo único que son y lo único que quieren ser es ricos. Más ricos. Cuanto más ricos mejor.

Fútbol, claro está. En los partidos de fútbol se habla de muchas cosas. Se ven muchas cosas. Se tropieza con muchas personas. ¿Y cómo camina un presidente de Gobierno? Juan Tallón nos lo dice al momento: «Diría que vas todo el tiempo en pos de un objetivo trascendental, aunque al final te dirijas al váter, a mear». Pues bien, los personajes de esta novela usan los servicios de la zona reservada de los estadios de fútbol para algo más que para mear, pero nunca olvidan su objetivo trascendental, que se resume en: «nos vanos a forrar, a forrar más, quiero decir». Es bueno que aclaren lo de «forrar más», porque forrarse a secas ya no vale. Ellos están a otro nivel. Y por eso están en el palco vip y no en otro lugar del estadio. Gandhi decía que el mundo puede satisfacer nuestras necesidades, pero no nuestra avaricia. Avaricia es una palabra fea. Corrupción también es fea, pero ya nos vamos acostumbrando.

Sé perfectamente que no hay que fiarse nada, pero nada de nada, de las contraportadas de las novelas. Ni tampoco hay que fiarse nada, pero nada de nada, de las primeras impresiones. La primera vez que tuve en mis manos Salvaje Oeste, pensé: «Vaya, otra novela de políticos corruptos y de empresarios sin escrúpulos, otra novela de la crisis y de cómo hemos llegado a la crisis, otra novela tipo Crematorio o En la orilla, de Chirbes, o tipo Una comida un día cualquiera, de Ferran Torrent». Y sí, no tengo nada contra estas novelas, que son muy buenas novelas, ni me parece mal que se haga literatura de algo tan actual y tan fundamental (por desgracia) para la sociedad española; ¿pero acaso eso no lo vemos ya en los telediarios?, ¿apetece ponerse a leer algo que vemos todos los días en la tele? Las repuestas a estas preguntas las tengo bien aprendidas. Sí. Hay que hacerlo. Hay que escribir de lo que duele. Hay que leer de lo que duela. Aunque cueste un poco entrar. Aunque uno tenga la tentación de buscar libros más triviales y más fantasiosos, o que fomenten la evasión despreocupada. ¿Por qué leemos? ¿Para qué leemos?

«Este libro es una obra de ficción», nos avisan al principio, justo después de una cita de Canetti que no tiene desperdicio. Pero nosotros sabemos que este libro, ni ninguno de los libros que he citado antes sobre los años previos a la crisis, los años de «España va bien» y del dinero entrando y saliendo como si fuera el agua de un grifo abierto, es una obra de ficción. No. Nada de eso. La ficción la podemos dejar para el siglo XIX, o para la época romana. Esa gente nos pilla lejos, esos personajes nos pillan lejos. No les ponemos nombre ni cara. No los miramos como miramos a personajes que nos cuentan lo que hacíamos y cómo éramos hace unos pocos años. Porque aquí, en Salvaje Oeste, estamos todos. No solo los «políticos, empresarios, periodistas, banqueros e intelectuales» que subraya con letras rojas la contraportada. No, ahí estamos todos, y vuelvo a la cita de Canetti para quedarme con la parte final:

Mi familiaridad con el poder es triple, lo he observado, lo he ejercido, lo he sufrido.

Sí. Aquí está el poder. Y está la parte más negra del poder. Y también están, muy por debajo, como si no existieran, gritando sin que muchas veces se les llegue a oír, los que sufren el poder. De manera que aquí estamos todos. Este libro es una sala con muchos espejos. Como una de esas salas que antes se instalaban en las ferias. Hay espejos de todo tipo. Y todos nos vemos en alguno de ellos. Todos tenemos nuestro espejo particular, el que mejor nos define. Juan Tallón no nos va a ahorrar ningún disgusto. Ni se va a andar por las ramas, ni va a «embellecer lo que no merece ser embellecido» (como decía Brines en un poema). Él te lo va a contar todo. O mejor dicho, te va a decir: «Ven, entra, busca tu espejo y mírate… ¿No te gusta lo que ves? Pues en ese caso yo no puedo hacer nada». Naturalmente está mintiendo. Puede hacer algo. Puede enseñarnos lo que no queremos ver. «Este libro es una obra de ficción». Repetimos: «Este libro es una obra de ficción». ¡Pues ojalá! Ojala fuera una obra de ficción. Ojalá estos personajes, ni ninguno parecido, hubiera existido nunca. Ojalá ese país no se pareciera para nada, ni remotamente, a ningún país del mundo. Ni al nuestro. Ni a ese que tiene tantas cuentas pendientes, ya no sólo con su pasado, sino también con su presente.

Así que, repitamos otra vez más, ¿para qué leemos? Pues la respuesta está en novelas como esta, porque los telediarios dicen mucho pero muy rápido, y aunque dicen mucho, también callan mucho, o también dejan mucho por decir. Las novelas (o algunas novelas) exigen más esfuerzo. Más tiempo. Más reflexión. Y a cambio te dan respuestas. A las preguntas previas y a las preguntas que no sabías ni que podías hacerte. Y te da las respuestas de una manera natural, casi por la propia inercia de la novela. Cuando la tierra es buena y las raíces son fuertes, lo único que hace falta es un poco de paciencia. ¿Tenemos paciencia aún? Bueno, esa puede ser la primera pregunta ante la cual no esperábamos tener que comparecer. ¿Y saben?, casi lo mejor de Salvaje Oeste es eso, que parece que ya tenemos la lección aprendida, que ya lo sabemos todo, que porque adivinamos casi instantáneamente quién puede ser esa alcaldesa despótica o ese constructor presidente de un equipo de fútbol o ese dueño de un periódico que ha olvidado lo que es el periodismo, ya pensamos que nos hemos librado de todos los males, que somos inmunes a su veneno, que «aquello ya no volverá a pasar jamás», y por tanto todo esto se puede leer de un modo inocente, como una simple novela, incluso podemos no leer sobre esto, que ya da pereza el tema. Y luego, sin previo aviso, comienza lo que parece una pequeña tormentita de nada, y la tormentita se hace tormenta, y la tormenta se hace huracán. Y uno se pregunta: «por qué, por qué, por qué». Y Juan Tallón te contesta con más preguntas, de un modo fulminante, limpio, sin rodeos ni adornos. Y así te vas metiendo y metiendo, hasta que encuentras tu espejo. Y te miras. Y para eso sirve leer. Por lo menos en algunos casos.

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  1. ¿Hemos aprendido algo?

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