Fotografía: Ivana Todorovic
Esta entrevista fue publicada originalmente en nuestra revista Jot Down Smart número 13
Viajamos a las montañas de Zlatibor, en Serbia, donde Radomir Antic tiene su casa de veraneo. Está rodeado de su familia. Mientras hablamos, viene a visitarle Milan Jovanovic con su mujer, el delantero de la selección serbia en el Mundial de 2010 y ex del Liverpool. Tiene una casa cerca. Como muchos deportistas, algunos retirados de la NBA y otros viejos conocidos de la liga española. Comemos todos juntos. Rado me explica que en España nos fijamos en el menú del restaurante y en Serbia en lo que van a cantar los músicos. Metidos en el repaso a su carrera, noto emoción y miradas vitriólicas cuando relata los episodios más complicados de su currículum. Antes de irnos, no quiere que nos marchemos sin ver su gol con el Luton en YouTube, en un portátil. Fue en 1983, pero sus nietos lo viven como si lo hubiera marcado ayer. Él les besa uno por uno. Tengo la sensación de que ese fue el mejor momento de toda su carrera deportiva. Al menos en el que fue feliz de la forma más inocente y pura. Luego todo fue, digamos, complicado.
Hábleme de su familia.
Mis padres eran de Bosnia, se conocieron en la II Guerra Mundial, fueron partisanos. Mi tío fue héroe de guerra. Yo nací en un pueblo, Zitiste, en 1948, porque mi madre quiso dar a luz cerca de su madre, pero no viví allí nada, solo algún verano. Era un sitio duro; un invierno los vecinos tuvieron que hacer túneles para comunicar sus casas por la nieve que cayó. Después estuvimos en Uzice, en Belgrado… Mis padres, al ser militares, cambiaron mucho de destino.
En aquella época en mi casa siempre se hablaba de los sacrificios que se realizaron durante la guerra en defensa de unos valores y unas ideas. Valores, los del socialismo, que me siento muy orgulloso de haber recibido. Por ejemplo, en el colegio un profesor nos hizo una vez un cuestionario sobre qué queríamos ser de mayores y qué no. Yo puse que quería ser ingeniero mecánico y que no me gustaría barrer la calle. En la siguiente clase vino enfadado y gritó: «Sentaos todos menos tú, Radomir». Pensé: «¿Qué habré hecho?». Y me explicó: «Puedes llegar a ser ingeniero mecánico porque eres inteligente y buen alumno, pero lo que has dicho sobre que no quieres limpiar las calles es una vergüenza. Cada trabajo honesto hay que valorarlo, y lo único que no deberías querer ser es un criminal».
Otro ejemplo. Mi padre, cuando se jubiló, tuvo una depresión. «Pero si lo tienes todo; has formado una familia, tienes a tus hijos encarrilados y ahora puedes disfrutar de la vida», le decía, y él me respondía: «Me he pasado toda la vida luchando, peleando, y ahora que tengo cuarenta y cuatro años, que es cuando mejor estoy, cuando más puedo dar porque ya no tengo problemas de sacar adelante una familia ni nada, la sociedad me rechaza».
Cuando se mudó a Belgrado fue la primera vez que le vi llorar. En Yugoslavia, al jubilarte, podías elegir dónde querías vivir. Él decidió ir a la capital por mí, para que tuviera un futuro, pero yo no quise marcharme con él porque me acababa de fichar el Sloboda, el equipo de Uzice. Sin embargo, poco tiempo después, el fútbol nos reunió. Fiché por el Partizan y volvimos a estar juntos.
También hizo deporte. Tengo una lista: baloncesto, boxeo, ajedrez, tenis de mesa…
De boxeo llegué a tener un combate, pero amateur. Fui campeón de ajedrez y el baloncesto me gustaba mucho. De hecho, me llegaron a seleccionar para jugar en un equipo serbio, pero lo rechacé para dedicarme al fútbol porque con mi altura veía que tendría más oportunidades en este deporte. Esa decisión marcó mi vida. La Ingeniería Mecánica que empecé también le dejé por el fútbol. ¿Sabes qué me dijo mi madre cuando me empezó a ir bien como futbolista?
Cuénteme.
Cuando empecé como profesional di una entrevista al Vesti, que es un periódico de Uzice, en la que salía mi foto. Cuando salió publicada, compré dos periódicos y los tiré sobre la mesa al llegar a casa. Le dije a mi madre: «Mira, mamá, a dónde ha llegado tu hijo». Ella lo miró, lo remiró y me contestó: «Hijo mío, has llegado muy lejos. Ahora todo el mundo puede limpiarse el culo con tu cara».
¿Era para que no se le subiese a la cabeza el éxito?
Sí, era la forma de vivir y educar a un hijo en aquella época. La filosofía de mi pueblo siempre ha estado enfocada hacia lo colectivo, no a la individualidad, tanto en la cultura como en el deporte, como en cualquier otra cosa. Aquí siempre hay que sacrificarse a favor del grupo. Además, estábamos en Uzice, que fue la primera ciudad de Europa liberada de los nazis por las armas en 1941. Los partisanos establecieron una república que duró seis meses, pero ahí quedó la hazaña. Eran otros tiempos. Recuerdo cuando nos fuimos a la nueva casa y tuvimos baño por primera vez. Antes de eso solo nos podíamos bañar los sábados y para tener agua caliente había que ponerla al fuego en la cocina. También me acuerdo de un discurso que dio una vez un cura en la inauguración de una fábrica…
¿Un cura?
Sí, era un cura que había ayudado a los partisanos en la guerra. Dijo: «Ojalá que tengáis muchos niños y muchos animales, y que en la vida, como en una montaña, vayáis siempre cuesta arriba y nunca cuesta abajo». Todo muy bien, se inauguró la fábrica, se fueron todos los obreros a beber y comer para celebrarlo y un paisano se le acercó al cura y se atrevió a decirle: «Es muy bonito esto que nos has contado de que todo nos vaya bien, pero eso de marchar toda la vida cuesta arriba… ¡Parece que dices que tenemos que sufrir siempre!». Y él le contestó: «Hijo mío, cuando en la vida empiezas a ir cuesta abajo ya no habrá nadie que te frene». [Risas]
¿Cómo fueron sus primeros años como futbolista?
En el Sloboda empecé de extremo y luego pasé al centro del campo. En el Partizan ya me pasaron a la defensa, donde me quedé, pero creo que en mi carrera he participado en todas las posiciones. Mi ídolo era Omar Sívori, un italiano que jugó en la Juventus y en el Nápoles. Cuando empecé a ganar dinero como futbolista todavía no había terminado el colegio y ganaba más que mis profesores. No les gustaba y me criticaban: «Para ti todo es fácil, ganas más que nosotros». Pero en realidad mi vida no era mucho mejor que la suya y yo, además, no le daba más importancia al dinero que a mis valores. Otra cosa que me inculcaron en casa. En Belgrado, cuando fiché por el Partizan, como me había casado, el club me tuvo que dar una casa, porque lo estipulaba en el contrato. Fue una de cuarenta y cuatro metros, pero ahí empezamos a vivir.
¿Cómo eran los derbis entre Partizan y Estrella Roja?
Una vez tiré desde lejos en el último minuto. El portero del Estrella, Ratomir Dujkovic, despejó, le cayó a Nenad Bjekovic y marcó el 2 a 1 para nosotros. Fue una explosión en el estadio que no te puedes ni imaginar.
Su primer contacto con España fue un viaje a Valencia con el Partizan.
Fue un torneo de verano. Como éramos comunistas, nos dieron una especie de charla antes de viajar. Nos dijeron que teníamos que tener mucho cuidado, porque España era un país fascista en el que no había libertades. Yo solo tenía veintiún años y de verdad que fui muerto de miedo. Estábamos en un hotel en el centro y yo salía, andaba diez metros en una dirección y volvía. Andaba diez metros para el otro lado, y volvía de nuevo. Sin embargo, lo que me encontré fue que estaba toda la gente sonriendo por la calle. Me preguntaba: «¿Cómo es esto posible?». Pensé que por la noche se recogería todo el mundo y saldría la policía. Pero tampoco. Llegó la noche y todavía había más gente, más jaleo y más risas. Me quedé… Esto no es como me lo han contado. Desde ese día, decidí que cualquier cosa que me contaran en los medios de un país, si no la veo yo con mis propios ojos, no me la creo.
Cuando cumplió veintiocho años y pudo salir de Yugoslavia, fichó por el Fenerbahçe turco.
Otra experiencia, porque aquello era una cultura completamente distinta. Estambul en aquel momento era la ciudad más bonita del mundo, entre dos continentes, entre dos mares… Preciosa. En el Fenerbahçe no me fue mal, fui elegido mejor jugador y ganamos la liga. Conservo en la cara esto [se señala una cicatriz] del gol que le marqué al Galatasaray. Salté con el lateral izquierdo, Erdogan Arica, para rematar, y me dio un cabezazo. Marqué, ganamos 2-1, nos proclamamos campeones de liga y yo me fui inmediatamente al hospital para que me cosieran la cara. Imagina la repercusión de aquello, en las tiendas no me cobraban porque me convertí en Dios para ellos. Era la época en la que Besiktas, Galatasaray y Fenerbahçe compartíamos estadio. Cuando había partido, el campo se empezaba a llenar desde las diez de la mañana y se pasaban todo el día cantando. Si ganábamos, el presidente venía al vestuario y nos iba metiendo dinero en la ropa a cada jugador. Y luego había salidas que eran como ir al Oeste, en serio. En Diyarbakir, entre la frontera de Irán e Irak, nunca lo olvidaré, la gente iba por la calle con pistolas. Creo que ahora sigue siendo así. Era la parte de Turquía más lejana de Ankara, de Esmirna y de Estambul y se vivía de esa manera. Nos entrenaba Kaloperovic, que es de aquí, de Serbia, y aquel día nos confesó: «Menos mal que nos han empatado al final; si ganamos no salimos con la cabeza pegada al cuerpo».
Decidió entonces fichar por el Zaragoza.
Tenía un año más de contrato, pero hubo un golpe de Estado en Turquía, el del general Evren, y como yo tenía familia e hijos tuve miedo. Casualmente, Boskov estaba haciendo la pretemporada con el Zaragoza en Pirot, Serbia, me dijo que me pasase, jugué un partidillo y ahí me ficharon, firmando en una servilleta.
¿Cómo era Boskov?
Más que un entrenador, para mí fue un profesor. Vivía el fútbol de otra manera. Me aconsejó sobre todos los aspectos de la vida. Me recomendó a qué colegio llevar a mis hijos en Zaragoza, cómo invertir el dinero que ganase con el fútbol. La amistad con él era más allá de jugador-entrenador.
Nos legó la famosa frase «fútbol es fútbol».
Y la de «penalti es cuando pita el árbitro». Tenía muchas.
¿Qué tal le fue en aquel Zaragoza setentero?
La llegada fue dura. Entramos en Aragón en coche después de pasar por Lleida y cuando mi mujer vio el desierto de Los Monegros y todo eso empezó a gritarme: «Pero ¿dónde me has traído? ¡Eres un irresponsable conmigo y con tus hijos!». Se puso a llorar. Pero luego la ciudad resultó inmejorable. Me acuerdo de las convocatorias en Zuera antes de cada partido. Comíamos todos juntos y cada uno tenía un vaso de vino, pero como en Yugoslavia los futbolistas no bebíamos alcohol, Camus siempre se sentaba a mi lado, se bebía el suyo y luego me lo cambiaba y se bebía el mío. Las comidas en España me dejaban alucinado. Siempre he dicho que en España se vive para comer y en la antigua Yugoslavia para vivir, que es muy distinto. Aunque pensaba que no había ningún país del mundo como España, pero después de mi experiencia en China puedo decir que los chinos dan todavía más importancia a la comida que los españoles.
Sus compañeros eran Amorrortu, Pichi Alonso, Víctor Muñoz…
Y Pedro Camus, Irazusta… Me acuerdo de toda la plantilla. Marqué gol, el de la victoria, el día de mi debut, contra el Celta de Vigo. Salí como el extranjero más rentable de toda la liga, pero teníamos un equipo con mucha personalidad. De hecho, Pichi y Víctor terminaron en el Barcelona. A mí me pudo fichar el Madrid después de esa temporada, pero tenía treinta y un años.
Al año siguiente llegó Valdano.
Y casi muere. Vino con Badiola, que era también del Alavés, y al llegar a Zaragoza se hospedaron en el Hotel Corona de Aragón, que se quemó, no se sabe si por un atentado. Badiola saltó desde el segundo piso y se hizo un traumatismo craneoencefálico. Valdano entonces era un jugador joven, con mucho porvenir, y como buen argentino tenía mucho pico [risas]. Fue una época muy bonita y me hubiera gustado quedarme en Zaragoza, pero de repente me enteré por la prensa de que prescindían de mí. Trajeron a un argentino, Trobbiani, en mi lugar. La gente hizo pancartas y octavillas a mi favor, pero no les hicieron caso. No les guardo rencor, mi siguiente parada en Inglaterra también fue una experiencia maravillosa.
Fue en el Luton Town, allí le conocen como «Raddy».
Mi estancia allí fue como la universidad. Aprendí inglés, valores familiares y una cosa muy importante: planificación. Algo que no sabíamos hacer ni los españoles ni los yugoslavos, nosotros vivimos al día. También me cambiaron la forma de pensar. Yo venía de jugar de libre y le preguntaba al entrenador que por qué no me ponía de esa posición, y Pleat contestaba: «Raddy, yo entiendo que en Europa todos lo hacen y que Beckenbauer ha sido el mejor jugador de la época, pero cuando tenemos el estadio lleno, no tengo derecho a cambiar el sistema de juego y poner un hombre atrás de libre porque significa que admitimos que somos inferiores al rival». Eso me lo llevé al Atlético. No nos sentimos nunca inferiores a nadie.
El gol que marcó allí contra el Manchester City fue el de su vida.
Le marqué también uno a Peter Shilton, pero el del Manchester City fue de leyenda. Íbamos empatados a cero, en su campo, un resultado que les mantenía en primera. Yo estaba de suplente, entré a quince minutos del final, hicimos una jugada por la derecha, Brian Stein centró, ellos rechazaron la pelota, que me vino a la pierna derecha en la frontal del área, y la metí por la izquierda. Quedaban cuatro minutos para el final y les mandé a segunda. Pleat nos dijo que lo superarían, porque eran un club grande, pero les costó siete años volver. La celebración desde Manchester hasta Luton fue increíble.
Se retiró y empezó una nueva vida en Yugoslavia intentando ser entrenador.
Tuve problemas con los entrenadores serbios. Traía mentalidad inglesa y chocaba con la forma de hacer los entrenamientos, con la forma de vida, etc. Eran de corte clásico y no estaban preparados para incorporar ideas nuevas. Me pusieron de ayudante de Fahrudin Jusufi en el Partizan, él también era exjugador y ya en la pretemporada lo tuve que dejar porque teníamos ideas diferentes. Tuve un equipo cadete y luego con Bjekovic cogí por fin al Partizan como segundo entrenador. Ahí incorporé a Pantic, que jugaba en segunda o en tercera. También traje a Goran Bogdanovic, que luego acabó en el Espanyol.
Tuvo en ese equipo a Srecko Katanec.
Eslovenia es país de esquiadores más que de futbolistas, y cuando vino la gente desconfiaba, pero mira a lo que llegó. Era un jugador completamente novedoso, con esa altura y esa fuerza, que chocaba con cualquiera, la presión que hacía, cómo hablaba en el campo, porque tenía carácter. Ahora es el seleccionador de su país.
Ganaron la liga con el Partizan, pero porque se la concedieron años más tarde en los juzgados. ¿Qué pasó?
Historias burocráticas. No me gusta recordar esa época. Fue cuando empezó a haber problemas en Yugoslavia, cuando visitábamos Zagreb, Split o Sarajevo había peleas entre los aficionados. El ambiente se volvió raro…
Regresó a España, como técnico del Zaragoza, y se encontró una huelga de entrenadores en protesta por su llegada y la de Cruyff.
El problema era Cruyff, yo tenía el diploma de entrenador. Nos metieron en el mismo saco, pero no era así. A mí me pidieron que terminase un curso más en España, pero al final eso quedó en nada y entrenamos los dos.
Su portero era el paraguayo José Luis Chilavert.
Cuando llegué me encontré a Cedrún, que era un portero con prestigio y cuyo padre también había sido portero en el Athletic de Bilbao, pero desde el principio quería un guardameta que no solo valiese para estar bajo palos, sino que también saliese y jugase con el pie. Paco Santamaría, que trabajaba en el club, me habló de un paraguayo que reunía estas características con el que podríamos jugar con la defensa adelantada. Por eso le fichamos. Y luego descubrimos que era todo un carácter que chocaba con los rivales, con los compañeros y con su cuerpo técnico. Siempre quería imponer su ley. Pero fue algo novedoso saliendo de su portería, tirando faltas. A veces incluso quería tirar los penaltis.
El Madrid de la Quinta, en el Bernabéu, les metió cuatro un año y siete al siguiente.
Pero no nos achicamos. Todo lo contrario. Aunque recuerdo lo pequeño que me sentí cuando miré a la grada desde el banquillo. «Como bajen todos me aplastan», pensé. Lo que se siente estando ahí es una sensación única. El Bernabéu es imponente, muchos equipos pierden antes de empezar el partido. Me he dado cuenta perfectamente cuando he llevado a otros equipos a jugar ahí. Entiendes lo importante que es el ambiente para jugar al fútbol.
Sin embargo, la gente se queja de que animan poco.
No, no es eso. No sé cómo te lo podría explicar. El público de Madrid tiene su jerarquía. Antes se hablaba de Juanito, de esa fe suya, de su lucha. Pues va de eso. El público del Madrid no deja que su equipo sea inferior a nadie.
Su Zaragoza llegó a la UEFA en la 88-89.
Llenábamos La Romareda en cada partido. Incorporé a gente de la tierra: Pablo Alfaro, Salillas, Salva, Belsué… Trajimos al búlgaro Sirakov, uno de los mejores pichichis de Europa entonces, pero se nos lesionó. En la UEFA perdimos contra el Hamburgo en octavos. Me expulsaron a Higuera y a Pablo, a Pardeza le anularon un gol y nos eliminaron en la prórroga. Al volver teníamos a siete mil personas en el aeropuerto esperando a sus héroes, pero en aquel año, el segundo, ya empezaron los problemas con el nuevo presidente. Me quería imponer sus fichajes, como a Redher, un peruano. Yo no quería imponer los míos, pero al menos sí discutirlos. ¿Ahora por qué está el Zaragoza como está? Porque se ha convertido en un cementerio de elefantes, siempre fichan a jugadores en el final de su carrera, a los que no puedes revender. Cuando luego fui al Madrid fiché a Lasa y a Luis Enrique, los dos de dieciocho años. No pensaba solo en el «hoy», pensaba en el futuro.
Víctor Fernández era profesor de aerobic, ¿por qué se fijó en él para que fuera su asistente?
Da igual. El fútbol es un proceso de aprendizaje. Yo buscaba un entrenador joven. Alguien que no solo te ayude con tu trabajo, sino que también sea como una apuesta de cara al futuro, que aprenda de ti como técnico. Víctor fue uno de ellos. En el Real Madrid elegí a Rafa Benítez…
Llegó al Real Madrid para acabar una temporada lamentable, quedaban diez jornadas e iban séptimos.
Echaron a Toshack, y luego Di Stefano y Camacho no pudieron remontar. Mendoza había dimitido cuando quedaban trece partidos para el final de liga y llegué yo. Me pidieron que recuperara al club con los jugadores que teníamos.
A Butragueño, por ejemplo, le dije: «Mira, esto que te insistían de que presiones en la salida del balón, yo no lo quiero. Cuando lo perdamos quiero que te retires y descanses, yo quiero al Emilio Butragueño que todos reconocen, al que es único en el mundo, el que cuando entra en el área todos tienen taquicardias. Ahí quiero que recortes y pongas el balón donde no está el portero». La única vez que ha sido pichichi fue conmigo. En aquella época, Emilio terminaba los entrenamientos y se quedaba en el campo haciendo yoga, porque estaba de moda; yo siempre le picaba y le decía que él era un tipo inteligente, que se dejase de historias.
A Chendo le dije «sabía que eras buen jugador, pero no me imaginaba que tanto. La forma en la que defiendes al rival me parece fenomenal, pero eso de estar siempre por delante de Míchel y centrar desde detrás cuando tienes el balón… Mejor quédate un poco y deja a Míchel centrar alguna vez». Todo fueron risas y solucionamos los papeles en esa banda derecha.
Gheorghe Hagi no se separaba de mí, era como mi hijo. ¿Y por qué? Porque Toshack y compañía lo querían jugando pegado a la banda izquierda, y él se preguntaba: «¿Por qué me han fichado por tanto dinero para ponerme en una posición que no es la mía?». A él le llamaban el Maradona de los Cárpatos, quería tener libertad de juego. ¿Recuerdas el gol que le marcó al Osasuna desde cuarenta metros? Esas son el tipo de cosas que yo conseguí, logré que estuviese contento y jugase a gusto.
A Míchel también le animé para que subiera al segundo palo a rematar de cabeza, él me decía que no lo había hecho en la vida, pero un día le metió uno al Athletic. Entonces dijo: «Vaya, míster, no sabía ni que tenía cabeza».
Y luego Fernando Hierro. Soy el único entrenador con el que jugó de centrocampista. Marcó muchísimos goles. Me llamó el otro día, ahora está en Oviedo, para hablar conmigo porque he tenido un problema de próstata y me han operado. Me confesó: «Nunca he estado tan a gusto en el campo como contigo». Me decía: «Para mí era fácil jugar hacia delante porque el espacio siempre quedaba cubierto por Milla». Sin embargo, luego llegó Beenhakker y le ordenó a Milla «en lugar de jugar diez pases cortos, tienes que jugar seis cortos y cuatro largos». Y Milla desapareció como jugador porque le exigieron algo que no iba con él, que era un jugador de cubrir espacio y equilibrar al equipo.
¿Solo bastaba con aplicar sentido común?
Sí, pero cuando lo consigues todos piensan que es fácil. Me acuerdo del maestro croata Tomislav Ivic, entrenador del Atlético entonces. Visitamos una vez juntos el diario As para comentar la previa de un derbi y, como tenía experiencia, era mayor que yo, me dijo: «Radomir, por favor, no hables tanto porque nos vas a dejar sin trabajo, luego piensan que esto es fácil» [risas]. En mi caso en Madrid, lo cierto es que el trabajo en la parcela física que habían realizado Toshack y luego Di Stefano y Camacho no había sido el adecuado. Conmigo se mejoró esa faceta y empezaron a funcionar como grupo.
¿Y Spasic?
Era un jugador que se fichó antes de llegar yo y, claro, le pidieron que jugase el balón, algo que él nunca había hecho. Spasic se fue del Bernabéu entre aplausos porque conmigo por fin pudo jugar como lo que era: un marcador, un stopper, no un jugador de balón. Con Sanchís al lado hacía una buena pareja, porque Manolo jugaba el balón y Spasic marcaba al hombre, y te garantizaba que al que cubriera, al más importante, lo borraba del partido. En su lugar se fichó a Rocha, que era internacional con Brasil, jugaba en el Sao Paulo y tenía una gran trayectoria. Yo estaba por la labor de que se quedara Spasic, pero decidió el club, como siempre.
Logró un hecho significativo: que Butragueño, Míchel, Buyo… toda la plantilla hablase bien de usted y le considerase el artífice de la recuperación.
Me llevé bien con ellos porque soy de los pocos entrenadores que emplea la comunicación en las dos direcciones. Valoraba a las personas y me gustaba saber qué opinaban. Nunca impuse nada, todo fueron acuerdos. Hice siempre trabajo de grupo con los capitanes y todos los acuerdos había que cumplirlos porque no eran solo decisiones mías, también lo eran de ellos.
Tras la recuperación del equipo, el problema es que habían contratado a Maturana, un entrenador famoso por el juego zonal, por crear espacios. Yo llegué de Belgrado y Mendoza me invitó al restaurante Jockey. Nos sentamos y me dijo: «Radomir, en esta mesa nunca nadie me ha rechazado una propuesta», y le respondí «Será porque nunca has tenido a un serbio enfrente». Me ofrecía ser director técnico, argumentaba: «porque hablas idiomas, eres un hombre que está integrado, sabes hacer cosas… no hay nadie mejor, le dejamos a él de entrenador y tú te quedas en la dirección». Dije que no, que conmigo no contase. El día de la presentación del equipo en el Bernabéu no tenía contrato, pero me hicieron ir.
Hicieron la pretemporada en Italia.
Nos fuimos a Udine, cerca de la montaña. Hice tres o cuatro entrenamientos diarios y descubrí que esos jugadores nunca en toda su carrera habían pasado por algo semejante. Rocha me decía recostado en una silla, sin poder respirar, «míster, mucha agua mata a las plantas». Le respondí: «¡Calla y trabaja!». No podía ni hacer un rondito después del entrenamiento físico. Hasta que me llamó Mendoza y me dijo que los jugadores se habían quejado. Yo me defendí y dije que sabía lo que hacía.
¿Cuál fue el problema entonces por el que le cuestionaron desde el inicio de la 91-92?
En el Teresa Herrera en A Coruña, Mendoza llegó en su yate y Beenhakker, que estaba allí con el Ajax, le dijo que no podíamos aspirar a algo teniendo solo a Butragueño como delantero centro. Por eso, cuando empezamos la liga, le contrataron como director técnico.
Fichó a Eduardo Esnáider, un niño.
No fui yo, lo ficharon ellos. La primera vez que estuvo convocado jugábamos contra Osasuna y salíamos de la Ciudad Deportiva a las diez de la mañana. Era la hora y Esnáider no estaba, así que le dije al chófer: «¡Vámonos!». Los jugadores empezaron «Pero, míster, ¿no esperamos a Esnáider?». Y dije: «Que le den por el culo, siendo la primera vez que va convocado debería estar aquí a las ocho de la mañana esperando, no que estéis vosotros esperándole a él». Nos fuimos y luego nos tuvo que seguir en taxi.
¿Estaba muy verde?
Tenía diecisiete años. Los fichajes sudamericanos siempre vienen con historias. Siempre se dice que es el mejor negocio que puedes hacer si los compras por lo que valen y los vendes por lo que ellos piensan que valen. Siempre están sobrevalorados, especialmente los argentinos.
Pero luego él demostró que era un gran futbolista.
Sí, en aquel momento fue por su edad y su carácter, pero nunca tuvo regularidad.
Pudo incorporar a aquel Real Madrid a Caminero, pero usted dijo que no.
Sí, y él sabe perfectamente por qué. Cuando quisieron ficharlo, él venía de jugar en el Valladolid de central, pero en ese puesto ya teníamos a Sanchís y a Fernando Hierro. Ese fue el único motivo, no era nada personal. Y te digo que lo sabe porque hablamos más de una vez sobre esto.
La incorporación estrella fue Robert Prosinecki.
Tenía veintitrés años en aquella época y había sido elegido el mejor jugador de la competición en el Mundial Juvenil del 87, que ganó Yugoslavia con aquella famosa selección que luego no pudo ser por la disolución del país. Era el jugador con mayor porvenir de la época, pero luego… Como todo jugador con talento, lo quieras o no, necesitaba continuidad y por los problemas físicos no la tuvo. Es verdad que como fumaba tuvo muchos problemas musculares. Además, la guerra entre Serbia y Croacia le afectó mucho. Su padre era croata y su madre, serbia. Vivía cada día pensando qué podía ocurrir, pendiente del teléfono. Los bombardeos eran diarios y le podía tocar a tus seres queridos o a tu familia en cualquier momento.
Usted era serbio, ¿de qué hablaba con él?
Entre compañeros de trabajo no teníamos problemas políticos. De verdad que no. Aquella situación cada uno la vivió a su manera, nos afectó mucho, pero a un nivel personal. Yo nunca he tenido ningún problema en la vida con ningún croata. Nunca he sido nacionalista. Desde muy pequeño, como he explicado, mis valores han sido universales como para preocuparme por de dónde es uno o de dónde es otro. Prosinecki en Madrid no salía de mi casa y en Oviedo conmigo hizo la temporada de su vida.
¿Cómo se gestó su destitución de un Real Madrid que iba líder en la tabla?
Hicimos un buen inicio de liga, aunque nos pasó factura la lesión de Hugo Sánchez. Los problemas fueron subterráneos. José María García tuvo un papel determinante en lo que pasó. Decía que yo era demasiado joven para entrenar al Real Madrid. Atacaba a Míchel con asuntos de una chica o no sé qué. Hicimos una reunión en el vestuario para vetarle, pero alguien lo sacó a la luz y entonces empezaron las hostilidades a lo bestia. Decía que teníamos que jugar de otra manera, esas cosas que se dicen siempre que quieres romper un equipo. En realidad, batimos muchos récords jugando así.
La ironía es que le destituyeron justo después de ganar al Tenerife en la primera vuelta.
Con diez jugadores y Míchel de portero porque expulsaron a Buyo, pero cuando llegué a casa me llamaron por teléfono y me dijeron que estaba despedido. Estaba tranquilo porque había hecho todo lo que tenía que hacer. Me arroparon mis amigos de Zaragoza y después ya sabemos cómo acabó todo. En todos los clubes grandes pasan cosas de estas. Yo siempre he querido tomar mis propias decisiones en todas partes. Algunas veces he salido perjudicado por este motivo, pero me da igual, soy así.
Cuando perdieron en Tenerife en la segunda vuelta, ¿qué se le pasó por la cabeza?
Estuve en el partido. Desde el principio sabía que iba a ocurrir algo porque se notaba al equipo muy nervioso. En el descanso ya le dije a Mendoza que lo veía muy mal. Me dijo que había que tener fe y… bueno. El Real Madrid de aquel año fue un club que regaló la liga en todos los aspectos.
Pasó página y fichó por el Oviedo.
Había pocos recursos, pero buena cantera y los fichajes que dejó Irureta eran muy buenos: Lacatus, Jankovic, Jerkan…
Tengo grabada una imagen de Irureta, antes de que le cesaran, de cómo le escupían los aficionados, una lluvia de saliva.
Ya sabes cómo es el fútbol. Y en el Tartiere todavía más, porque los aficionados estaban junto detrás de ti, muy cerca.
En tres años reunió una buena plantilla, al tercero se quedó fuera de Europa por pocos puntos.
No renovamos a Lacatus porque tenía el ego tan característico de la mayoría de los rumanos: siempre creen que tienen razón. Había que convencerlo de todo lo que se quería cambiar por el bien del grupo, como el trabajo de recuperación. Todos los rumanos que he tenido, como Prodan o Hagi, eran parecidos. Con Jerkan y Jankovic tuve una gran relación. También me traje a Slavisa Jokanovic del Partizan, que aportó cosas realmente importantes. Pedí a Onopko porque era un ganador, tenía carácter de líder. Luego tuve a Carlos, a Oli, Losada, Suárez, Amieva… muchos jóvenes de la cantera y de Asturias que empezaron su carrera conmigo.
Incorporó a Prosinecki, apostando por su resurrección.
Fue una oportunidad, porque en el Real Madrid no jugaba y nosotros teníamos buena relación, así que le ofrecí la posibilidad y él encantado de venir. Yo diría que esa fue su mejor temporada en España.
Un partido con morbo fue cuando con Prosinecki sobre el campo logró vencer al Real Madrid de Valdano. Teniendo en cuenta que el año anterior también había ganado al Tenerife de Valdano con el Oviedo, fue una especie de venganza.
No era por venganza [risas]. Soy un entrenador que siempre sale con la intención de ganar. Mira la portada del diario NIN que tengo ahí colgada en la pared, es de cuando fui seleccionador de Serbia. El titular dice: «Nunca vamos a reconocer ninguna debilidad». Esa es la filosofía de nuestro pueblo. Por eso nos bombardearon, por no aceptar las reglas de la OTAN, pero es nuestra mentalidad. Yo nunca me he rendido. Ahora te cuento por qué me fui al Atlético de Madrid teniendo un precontrato por más dinero con otro club.
¿Por qué eligió al Atlético de Madrid?
Elegí al Atlético de Madrid porque en aquel momento era el club más difícil del mundo y yo quería demostrarme a mí mismo que era capaz de funcionar en esas circunstancias.
¿Con quién tenía el precontrato?
Con el Valencia. Luego el presidente Roig decía de mí: «Este es el único hombre que me ha puesto los cuernos».
El Atlético era una máquina de despedir entrenadores.
Allí era todo. Hasta el Calderón tenía aluminosis y se le caían las gradas, pero luego hicimos un campo de cinco estrellas. Con la plantilla fue complicado al principio. Tenía treinta y tres jugadores y no había equipo. Tuve que ponerme frente a más de veinte jugadores con contrato en vigor y anunciarles que no iban a seguir. No fue nada fácil. Y fichamos a jugadores sin tener un duro. Por ejemplo, Molina, al que en la promoción para bajar a segunda con el Albacete le metieron siete goles en los dos partidos. Igual que Santi. A Penev lo trajimos gratis…
Lo primero que me pregunté en el Calderón fue cómo era el aficionado del Atlético de Madrid. Vi que era un hombre de clase media que igual tenía problemas para llegar a fin de mes, pero que nunca iba a reconocer ninguna inferioridad con nadie. Por eso nuestro equipo jamás salió a un partido buscando el empate, sino a pelear para ganar. La filosofía de un equipo ganador. Además, jugando a un ritmo que para el fútbol español era toda una novedad.
¿Porque el fútbol español era más lento?
Era un fútbol de marcaje hombre a hombre, muy distinto al fútbol de contraataque que hacíamos nosotros.
Se da una carambola muy curiosa ese verano que permite la llegada de Milinko Pantic. Inicialmente, usted quería a Prosinecki, pero le dio una larga cambiada al Atlético y se fue al Barcelona.
Quería tanto a Prosinecki como a Jokanovic, pero ninguno de los dos se atrevió a venir porque era un club muy inestable. Robert prefirió irse al Barcelona que, vale, es un club grande, pero Jokanovic antes que al Atlético se fue al Tenerife. Nadie quería ir al Atlético entonces. Habían pasado diez entrenadores en dos temporadas o algo así.
Pero eso fue bueno. Que no quisieran ir sirvió para que llegara Pantic y se quedara Simeone.
Sí, Simeone había llegado el año anterior del Sevilla. También puse en su sitio a Caminero, que antes estaba en otra posición. Toni fue fundamental. Todos estos jugadores empezaron a funcionar desde el primer entrenamiento. Pero, fíjate el ambiente, cuando nos llevamos el Carranza en verano, Jesús Gil dio una cena y pidió que algún jugador se levantara y diera un discurso. Se puso de pie Biagini y no le salió ni una sola palabra. Le imponía la situación. No te puedes imaginar cómo era eso.
Pidió a Michael Robinson como ayudante.
Sí, es verdad. Tuvimos una reunión con Gil. Yo estaba encantado porque no solo le quería como ayudante, también para promocionar al Atlético y darle una nueva imagen. Pero Robinson al final no se atrevió.
¿Cómo llegó Pantic?
Fue un poco fortuito. Un día vi un partido de Grecia, estaba él y marcó un gol de falta. En cuanto lo vi, dije: «¡Ese es Pantic! ¿Está en el Panionios?». Lo analicé todo y vi que era la pieza que necesitaba. Primero, porque sabía que con Penev y Kiko jugando de punta y mediapunta íbamos a tener unas cinco o seis faltas al borde del área cada partido y por eso necesitaba a un especialista. Pero encontré resistencias al principio. Gil me dijo medio en broma: «Lo que quieres es traerte a tus amigos, como todos». Y le contesté: «Si tú no quieres pagarlo, lo hago yo de mi bolsillo». Cuando vino, nada más aterrizar, le metió un gol de falta al Talavera y dijo Gil: «Joder, qué jugador».
Tuvo un inicio fulgurante en liga.
El sistema de juego que creamos fue algo totalmente nuevo para el fútbol español. Una defensa adelantada, pero éramos muy compactos, jugábamos al primer toque… tengo vídeos maravillosos de goles que marcamos. En pretemporada lo ganamos todo. En liga empezamos 4-1 a la Real Sociedad, 0-4 al Racing, 0-2 al Athletic…
Cappa en el Madrid declaró que usted tenía suerte, Toshack en el Deportivo también sugirió lo mismo.
Todos lo decían. Éramos el equipo que mejor fútbol jugaba y pensaban que llevábamos un ritmo imposible de mantener, que bajaríamos el pistón al final de temporada. Yo a aquellas críticas repliqué que eran mentira y que cada uno mirase a su plato y no al del vecino. Aquel año tuve pelea con todos; con Serra Ferrer, con Bilardo, que echaba sal a la salida de los jugadores del equipo visitante para darles mala suerte.
Kiko y Penev metieron veintisiete goles en liga.
A Kiko le dije que de cada diez jugadas que hiciera, cuatro o cinco fueran fáciles y las otras cinco a su manera. Quería buscar un equilibrio en su forma de jugar y acerté. Por otro lado, con los goles de cabeza, le pasó lo que a Míchel: se dio cuenta de que tenía una. Se compenetró muy bien con Penev, que como buen búlgaro también era muy orgulloso, y había tenido una enfermedad muy dolorosa para un hombre, cáncer de testículos. Si vino con nosotros fue porque el Valencia no quiso renovarle. A mí me encantaba, era un delantero que podía estar en el área, valía para la estrategia, para proteger el balón… era un jugador perfecto. Respondió muy bien y se hizo dueño y señor de la posición de delantero centro. Luego tenía detalles como que, mientras los demás jugadores del Atlético venían a Boadilla con coches normales, él traía un Porsche. Hacía esas cosas. [Risas] Y tenía la manía de ser siempre el último en subir al autobús. Se quedaba en una esquina esperando para poder hacerlo. Supersticiones.
Simeone.
Por su carácter y por su forma de presionar la salida del balón, Simeone fue muy influyente en nuestro juego. Y en la estrategia siempre atacaba al primer palo. Esa temporada marcó doce goles por primera vez en su carrera. Pero tuvimos un equipo en el que todos los jugadores, excepto Molina, marcaron goles. Marcamos más del 60 % de los tantos de estrategia. Esa fue la clave del triunfo. Me empeñé en que todo el mundo supiera por qué se hacía cada cosa. Una vez entró Jesús Gil en el vestuario y había un papel en el que ponía: defensa, ataque, córneres, faltas, barrera… Y dijo: «¿Esto qué es? No había visto algo así en mi vida». Claro que no lo había visto nunca. Era fruto de un acuerdo entre toda la plantilla, saber qué tenía que hacer específicamente cada uno en cada una de esas situaciones y evitar así cualquier imprevisto.
La Copa del Rey la ganó en Zaragoza, su querida ciudad, y con gol de Pantic.
En el viaje del Calderón a La Romareda les puse un vídeo de cada jugador para motivarles, con sus goles, cosas buenas, celebraciones. Las chirigotas de Kiko también ayudaron a relajar el ambiente. Éramos una familia. Todos los viernes nos íbamos a tomar unas cervezas y unos pinchitos. Con Simeone hacíamos barbacoas en Boadilla.
La liga se ganó, pero no sin agonía.
El partido decisivo contra el Barcelona, Simeone no lo quiso jugar. Se tenía que ir con la selección y, ya sabes los argentinos, a eso no renuncian por nada del mundo. Luego también había unas historias, pero no quiero hablar demasiado… Intentamos prepararle un avión y se negó. Pero puse a Roberto y ganamos 1-3. En la ida les habíamos metido 3-0 y era el Barça de Cruyff. A todos los que dijeron que no íbamos a aguantar así todo el año, con esa intensidad, les demostramos lo que es la confianza en uno mismo.
La celebración la recuerdo como algo maravilloso. Nunca lo olvidaré. En el paseo por Madrid había más de un millón de personas. Iba en una especie de carroza y desde ahí vi a una mujer, una abuela, de unos ochenta años, sentada en una silla y aplaudiendo. Pensé: «Por esto el fútbol es grande». Miguel Ángel Gil me quiso dar una sorpresa y se trajo a mi padre sin yo saberlo. Estuvo muy discreto, pero muy orgulloso de su hijo. Me hizo muy feliz.
Por estas fechas, en una entrevista en El Mundo, llamó nazi al periodista Hermann Tertsch y él le denunció.
Su padre durante la Segunda Guerra Mundial era nazi. Y el hijo atacó a Serbia por todas partes. Yo, por supuesto, no pude aguantar eso. Me denunció y sí, tuve que pagar una multa.
Su Atlético campeón se quedó atrás al año siguiente del doblete, cuando la ley Bosman revoluciona la liga.
Antes de eso hubo otros problemas. Cuando ganas algo, siempre te aparecen tíos en el club a traerte jugadores con los que yo no estaba de acuerdo. No pude traer a Ronaldo, que ya lo seguía en el PSV. Perdí a Solozabal, que yo estaba totalmente a favor de que se quedase y no sé qué ocurrió ahí arriba, pero se fue y me trajeron a Andrei, que era bastante lento. Me dijeron los Gil que tiraba buenas faltas, pero yo quería a alguien que defendiera bien, ya tenía gente que sabía tirar faltas. Bueno, cosas que pasan…
Pero hicimos una Champions maravillosa, fuimos el primer equipo que ganó al campeón de Alemania en su feudo, al Borussia Dortmund, que luego ganó la Champions. Y el partido contra el Ajax en casa… fuimos muy superiores y nos marcaron ese gol en la prórroga. Dani desde fuera del área, que en la vida había metido algo así.
Esnáider falló el penalti.
Sí, eso es.
¿Se adaptó a su equipo el argentino?
Prefiero no hablar de aquello. Solo te puedo decir que le quitamos un lastre al máximo rival, porque la temporada anterior solo había jugado siete partidos.
¿Y por qué dejaron marchar entonces a Penev?
Porque ya era mayor. Ya que teníamos aspiraciones de Champions queríamos mejorar en ese sentido. Pensábamos que ya había dado lo máximo de sí mismo y que iba a ser difícil que se superase. A Pantic también le buscamos un recambio, porque iba a tener que jugar miércoles y domingo cada semana y ya estaba en una edad en la que no podía rendir a buen ritmo con un calendario así. El año anterior fue maravilloso, pero los refuerzos del siguiente no rindieron como pensábamos. Y luego te das cuenta de que en el fútbol el entrenador no manda siempre en este aspecto.
En su tercer año en el Atlético la prensa destacaba que tenía muchos problemas de vestuario.
No era cierto. Lo que pasó fue que Bogdanovic tuvo problemas musculares y hubo que cambiarlo por otro jugador a mitad de temporada. Y lo de Juninho, la lesión que le hizo Míchel Salgado fue clave. Encima era penalti y expulsión y no pitaron nada. Le rompió el tobillo, ahí se acabó su temporada prácticamente y perdimos a un jugador muy valioso.
Otro personaje conflictivo pero que también jugó muy bien fue Vieri.
Christian vino precisamente porque era un jugador joven y con gran porvenir. Tuvimos muchas conversaciones porque él venía de un club grande con Lippi, y nos costó mucho cambiar un poco su forma de jugar. Queríamos que tirase los desmarques en contra del sentido en el que se juega porque así tenía toda la portería para sí, pero nada. «A mí me dijo Lippi que tengo que ir siempre al primer palo», se me quejaba. Y yo: «¡Si te vas al primer palo vas a tener una portería así de pequeña!». Cuando logramos que entrara en razón metió veinticuatro goles en una temporada. La primera vez que lo hizo en su carrera, y solo logró igualar esa cantidad un año más con el Inter cinco años después.
¿Y él no lo veía?
No, porque su carácter era un poco de ir de guapo, de italiano [risas].
Usted le acusó públicamente de cerrar discotecas.
¿A Vieri? Bueno, tuvo algunas historias con unas chicas italianas y también tuvo problemas de lesiones.
Pero la afición le quería a usted y cantaba lo de «Radomir, te quiero».
Cada vez que voy al Calderón lo escucho. En todos los clubes que he estado me he portado como si fuese mi casa. Tenemos un dicho en Serbia: «Nunca cierres una puerta con el culo».
¿Por qué salió del equipo en la 98-99?
No fue cosa mía. Había otras historias. Recuerdo un partido contra la Lazio en Roma, los Gil estaban sentados en el palco con Arrigo Sacchi.
Le estaban haciendo la cama, que se dice.
Hombreee…
¿Cómo es que no fichó por ningún otro equipo?
Me quedé un poco tranquilo en casa con mi familia, que también lo merecía. Y, ¿sabes lo que pasa? Yo nunca en mi carrera he tenido representante y a veces los clubes imponían a sus representantes para fichar. Cosas que pasan.
¿Por ese motivo no salió al mercado?
[Risas] Había de todo. En aquella época había otras circunstancias en la forma de pago y esas cosas que no quiero desvelar.
¿Pero se refiere al Atlético o a los demás equipos?
Todos los equipos.
Y a usted eso no le gustaba.
Por supuesto, yo velaba por mis derechos.
¿Con los Gil cómo era?
No voy a decir nada. Solo te puedo decir que hubo muchos cambios en el fútbol español con el paso de los clubes a Sociedades Anónimas.
Volvió al Oviedo.
Sí, también en una situación de transición a Sociedad Anónima y problemas internos. Aposté por Collymore, pero no cumplió y la gente se enfadó. Nunca olvidaré las declaraciones de Cruyff: «El equipo que mejor fútbol ha hecho ha sido el Oviedo, y puede descender». Y nunca se habla de qué manera ganó el Osasuna a la Real Sociedad en la última jornada.
Ha visto mucha suciedad en el fútbol español.
Bastante [risas].
¿En otros países es igual?
No lo sé, lo desconozco. Solo creo que le hicieron al Oviedo cosas que nunca deben hacerse en el fútbol.
¿Lo del Osasuna o durante todo el año?
Lo del Osasuna.
Sin embargo, luego logró fichar por el FC Barcelona. Aunque fuese cogiendo al equipo a mitad de temporada, se convirtió en el único entrenador que ha estado en Madrid, Atlético y Barça.
Gaspart me dijo: «Estamos en situación de descenso. Por favor, a ver si nos puedes ayudar». Dije que por supuesto, pero me encontré al llegar con muchos problemas. Aquellos seis meses para mí fueron seis años. Había cuatro presidentes y cada día se hablaba de uno de ellos, del nuevo fichaje estrella, del nuevo entrenador. Siempre estaban en campaña.
En la Champions di bola a jóvenes, como Gabri e Iniesta. Puyol venía cada día al despacho a preguntarme «¿Qué hacemos?, ¿cómo lo hacemos?», pero nos echó la Juventus… Fue increíble la que falló Luis Enrique delante del portero, era casi a puerta vacía.
¿Sabes cuáles eran los problemas? Le dije al capitán, a Luis Enrique, de hacer una convivencia cada viernes, y el primer día que la hicimos vi que los cinco holandeses estaban jugando a las cartas, los argentinos hablando entre ellos y me dije… «aquí está el asunto». Terminó la primera convivencia y le dije a Luis Enrique: «Esto es una vergüenza, la cerveza estaba fría y la tortilla inmejorable, pero también me he dado cuenta de por qué estáis donde estáis y por mí no vamos a hacer ninguna convivencia nunca más». Luis Enrique me pidió que por favor les diéramos otra oportunidad. Contesté: «Por mí no, si vosotros queréis podemos repetirlo, pero convivir de esta manera no os lleva a ningún sitio». En la siguiente ocasión empezaron a hablar entre ellos y, mira, ganamos todos los partidos hasta el final. Siempre he tenido la filosofía de que los buenos jugadores no hacen un buen equipo como el buen ambiente.
Cambié a siete jugadores de puesto y Xavi fue uno de ellos. Le llamé un día y le dije: «Xavi, amigo, vamos a ver, esto no va con tus virtudes». «¿Cómo, míster?», replicó. Él tenía complejo de Guardiola, de jugar por delante de la defensa. Le dije: «Mira, tienes un buen tiro desde media distancia, tienes un gran pase al espacio, tienes un gran sentido de combinación. ¿Eres capaz de añadirle a tu posición treinta metros hacia la portería del rival? Porque tenemos a Overmars y tenemos a Saviola, que son rápidos. Necesitamos a un jugador que pueda poner balones al espacio». Entonces se excusó: «Sí, míster, pero a los centrales les gusta que yo empiece a jugar desde atrás». Y yo: «No te preocupes, esto lo voy a arreglar con los centrales. Vamos a probarlo». Al primer partido vino Gaspart y me dijo: «Míster, este es el partido más importante de mi vida. Jugamos con el Espanyol y si nos gana en su campo se pone por delante de nosotros y yo tengo que irme del Barcelona». Y, justo a los diez o quince minutos, Xavi, por primera vez en su vida, termina una jugada, entra en el área del rival y marca un gol. Una fiera. En ese momento empezó a ser el mejor centrocampista del mundo y el mejor en su posición.
Decían que con Van Gaal el equipo estaba un poco machacado de táctica y usted les dio más libertad.
No fue exactamente así, aunque hice cambios, claro. Por ejemplo, me dijeron que Frank de Boer era más lento que su madre, así que yo puse a su lado a Puyol, que era mucho más rápido, para adelantar la defensa y corregir el problema. También hablamos con Overmars, que era un diestro pero jugaba por la derecha; era muy rápido, pero siempre que llegaba a la zona de ataque tenía que recortar y era muy predecible. Yo lo pasé a la otra banda. Al final terminamos en la zona UEFA, pero ganó Laporta las elecciones y tenía a su gente. Begiristain me dijo que estaban encantados conmigo, pero que «nuevo presidente, nuevo entrenador». Me agradecieron que no pusiera problemas a mi salida.
Y después otro fichaje igual, a salvar al Celta.
Ha sido mi vida. Coger equipos al borde del desastre y dejarlos en mejor situación. Pero ¿por qué? Porque nunca tuve un representante. El problema con el Celta fue que, además de estar por abajo, tenían que jugar Champions y nos las vimos con el Arsenal de Henry, Vieira… El equipo estaba agotado y había jugadores con unas costumbres antideportivas muy serias.
Ser entrenador de los tres grandes de España es algo que no ha hecho nadie. ¿En qué se diferencian Madrid, Atleti y Barça?
En todo. El fútbol es un espejo de la sociedad. Catalanes y madrileños ya sabemos que son muy diferentes, pero es que el Atlético también es muy especial y distinto al Real, no tiene esa arrogancia.
¿Qué se le pasó por la cabeza cuando murió Jesús Gil?
Esto es algo que ya he repetido más de una vez y que es una enseñanza vital para mí: Jesús Gil tenía todo para ser feliz; una finca preciosa, Valdeolivas, mucho dinero. Y, sin embargo, se fue de la vida con pena y con muchos problemas. Con todo lo de Marbella… De verdad, todo el dinero que ganó no le hacía feliz. Seguramente Gil fue la persona que más disfrutó con los títulos que ganamos. Nunca olvidaré cuando fuimos al Vaticano a ofrecer el trofeo al papa. Fue su mujer y también su madre, doña Guadalupe. Ella era una mujer muy firme, no dejaba que nadie la ayudase con sus maletas en el aeropuerto, ni siquiera yo mismo, y eso que Gil le dijo, refiriéndose a mí: «Pero que sin este señor no estaríamos aquí» [risas]. Estas cosas te marcan muchísimo, de verdad.
Te voy a contar otra cosa sobre Gil. Él tenía su oficina en el estadio y mandó construir un baño para poder ducharse, porque decía que necesitaba limpiarse de las cosas malas que le habían pasado, de su tiempo en la cárcel cuando lo de Los Ángeles de San Rafael [se derrumbó un restaurante de su propiedad y murieron cincuenta y ocho personas, fue condenado por ello]. Recuerdo también que una mañana, en Liga de Campeones, vi a todos sus guardaespaldas saliendo del hotel cargados hasta arriba de almohadas del propio hotel. Gil dijo: «Es que nunca he dormido tan bien como en este hotel con estas almohadas». [Risas] Él iba al casino y gastaba y gastaba, ganaba mucho dinero, aunque lo que de verdad le hacía feliz, ¿sabes qué era? [risas]. Jugar al parchís. En serio.
¿Qué le parece el Atlético actual de Simeone?
Creo que ha ganado solidez. También ha solventado sus problemas económicos, que, quieras que no, estos éxitos en Liga de Campeones, llegar a las finales y tal, les dan mucho dinero. Ciento cuarenta millones de euros de derechos de televisión, otros sesenta por llegar a la final…
¿Y el estilo de juego?
Ya sabes que los resultados son lo único que no se discute en el fútbol. Pero si tengo que opinar personalmente, a mí me parece que Simeone tiene todo el derecho a hacer lo que hace, pero su equipo no juega con autoridad de campeón: siempre está replegándose, defendiéndose muy atrás, jugando al contraataque. Él es quien ha hecho que el equipo juegue de esta manera, aunque es cierto que también trabaja la estrategia y marca goles por ahí. Por otro lado, Simeone ha sabido generar una relación casi simbiótica con el grupo y con los aficionados. La gente está con él.
¿El Madrid de Florentino?
Sigue siendo el club más rico del mundo, con las mayores posibilidades. Y, sin embargo, los últimos años se han salvado de milagro con las dos victorias en la Liga de Campeones porque llevan cuatro años sin ganar la liga española. Les he visto en muchos partidos de Champions y han ganado, pero no me han convencido en absoluto.
¿El Barça de Messi?
Te voy a decir una cosa que me encanta del Barça y que no veo en el Madrid: salen a calentar las estrellas juntas. Neymar, Messi y Suárez. Y, además de marcar goles, dan asistencias. Es algo de lo que se beneficia el Barcelona, son jugadores que normalmente serían egoístas, pero trabajan mucho unos para otros. Este año creo que tienen un poco de overbooking en el centro del campo, hay ocho para dos puestos.
Pudo clasificar a Serbia para el Mundial de Sudáfrica.
La situación del fútbol serbio era calamitosa, de los veintitrés jugadores que tenía doce no jugaban en sus equipos. Hubo que devolver la autoestima al grupo, pero cambiamos la mentalidad de la plantilla y la de los aficionados, tuvimos el campo siempre lleno. Nos clasificamos por delante de Francia y le metimos un 5-0 a Rumanía.
Javi Clemente, que fue seleccionador de Serbia, dijo en su entrevista en Jot Down que los serbios, ante los equipos grandes, salían a muerte, pero contra los que eran inferiores a ellos salían desmotivados.
No. Es que él siempre ha intentado jugar contrarrestando el juego del rival y buscar su oportunidad. Siempre desde la defensa y desde la pelea. Contra los grandes, bien, pero contra equipos pequeños no podía porque no dominaba. Es el problema de siempre de los equipos que salen siempre a defenderse.
¿Qué pasó en Sudáfrica que no pasó de primera ronda?
Perdimos con Ghana por un penalti absurdo de Kuzmanovic, una mano tonta. Luego ganamos a Alemania, hacía veintiocho años que un equipo de Yugoslavia no podía con ellos, y contra Australia hicimos nuestro mejor partido, pero perdimos. La suerte que tuvo España en ese mundial nos faltó a nosotros.
¿Tuvo suerte España?
Sí, porque España tampoco tuvo autoridad en el juego, en los momentos claves tuvo suerte.
¿Cómo ha sido su última etapa entrenando en China?
He estado en el Shandong, donde hicimos una ciudad deportiva que para mí es la mejor del mundo. Le pusieron un río artificial alrededor, trasplantaron árboles de cincuenta años y sobrevivieron. Solo puede pasar en China, son extraordinariamente meticulosos y trabajadores. Nos superan en todo; en trabajo, jerarquía, comportamiento. Son maravillosos. Luego estuve en el Hebei, que lo compró un magnate, un constructor, pero que no construye casas, construye ciudades. Empezamos desde cero y conseguimos subir a primera división, pero como siempre, aunque tenía más de un año de contrato, me lo pagaron y me despidieron.
¿Por qué?
Porque pusieron un chico joven chino. Como siempre, pensaban que esto de entrenar lo hace cualquiera. A mí me ocurre siempre.
Buena entrevista, en que se le aprecia el enorme ego que atesora este hombre, sin negarle los méritos que tiene, que los tiene. Hablando de lo que conozco, que fue su paso por el Real Oviedo, sólo puedo decir que tuvo la mejor plantilla que tuvo en su historia… y no fue capaz de clasificarlo para Europa. Es cierto, la temporada de Prosinecki fue espectacular, no dábamos crédito a las exhibiciones que domingo tras domingo presenciábamos. En concreto, el partido contra el Madrid es difícil de olvidar, cómo además buscaba constantemente a Redondo (no sé si por considerar que era quien le había quitado el sitio en el equipo blanco) y lo dejaba en evidencia, aunque resulte difícil de creer con lo que llegó a ser Redondo. Y con Jokanovic además en el centro del campo. Y aún así… no hubo clasificación europea. Y su retorno, pues fue el comienzo del descenso al abismo de los carbayones. Es cierto, la plantilla era normal, se jugaba bien… pero ni una puñetera victoria fuera de casa ese año. Así es imposible mantener la categoría. De hecho, recuerdo que el último partido del Oviedo en casa, que fue contra un Madrid ya campeón, que vino a pasearse al nuevo Carlos Tartiere, pero en el que Munitis hizo el partido de su vida (probablemente pensando en intentar salvar a su ex equipo, el Racing), una vez acabado en empate, la salida de los aficionados del campo era con la certera sensación de que el equipo estaba descendido (ojo, en ese momento, el Oviedo no estaba en posición de descenso), porque teníamos la certeza de que el equipo no iba a ganar en Mallorca (como así fue) y del tongazo que iba a haber entre Osasuna y Real Sociedad (como así fue). Lo dicho, interesante entrevista.
Vaya tío, sabe de todo! El entrenador perfecto: a todos descubrió él y los hizo mejores jugadores. Los errores, los demás
Gran entrevista, es un tipo directo que no se ocupa de sobar jetas. Es cierto, al futbol se puede jugar de mil maneras, la clave es armar un buen grupo. Muy de acuerdo, España, mas que futbol, tuvo suerte; y aburrio a mares, entre lo suyo y el catenaccio… Sin duda uno de los pocos que no se esconde a la hora de denunciar las farsas y la maquinaria del futbol.
Gustavo… ¿Que no soba jetas? Trató de fichar a Robinson de asistente para tener contentos a los amigos de Prisa (SER, Canal Plus, El País) en plena guerra digital del fútbol, buscando una defensa mediática a prueba de balas frente a Gil y cualquier crítica. Luego convenció a Futre para volver al Atlético (era el Futre final, a punto de retirarse) para que hiciera de espía en el vestuario, algo que Futre no toleró y le costó su despedida definitiva del club. Y, para colmo, recuerdo perfectamente que, a finales de los 90, se ofreció gratis a varios presidentes para entrenar a Real Madrid (en los años de crisis con Sanz), Barcelona (lo acabó consiguiendo con un Gaspart desesperado) e incluso Lopera (cuando el Betis era una montaña rusa en los banquillos).
Y recuerdo su mal humor e incapacidad absoluta de encajar cualquier crítica cuando le preguntaron sobre el hecho de haber sido el hombre con el que tres equipos descendieron a segunda división (Atlético, Celta y Oviedo).
Hagamos memoria: el Atlético de Madrid ganó bien la liga en 1996, jugó momentos de muy buen fútbol, pero aquella temporada ni Barcelona ni Madrid estuvieron a la altura. Y aun así a punto estuvo el Barça de darles caza.
Un ego desmedido el de este hombre.
Y bueno, me refería a que dice las «verdades» que se le cuecen a el en la cabeza, aun a riesgo de incomodar; sobre todo la turbia maquinaria que subyace al fútbol español, y claro, seas del equipo que seas estas de algún modo involucrado, se juega con una pelota embarrada en España, el tipo no se esconde tras la complacencia de sobar jetas y agradar. El hecho de que sea a un medio español de masas el que le hace la entrevista, le brinda a el un tono de caradurez que no tiene pierde. Es un canalla en un reino de canallas, pero el no se esconde: pequeño detalle magnifico. Obvio que estuvo implicado en esas movidas, no dije que fuese un santo.
La autocrítica y la humildad nunca fueron más vírgenes.
¿Por qué habéis censurado la entrevista? Hay preguntas que habéis borrado.
Muy buena entrevista! Una corrección es que el jugador que a él le gustaba, a quien tenía de ídolo, Enrique Omar Sívori, no era italiano, era Argentino … A pesar que no le gustan los jugadores Argentinos!!
A molina le metieron 5, no 7, rado. Buen entrenador a nivel de su ego diría.
Habéis modificado el artículo y habéis eliminado un par de preguntas de la entrevista en la que habla del descenso del Atleti y de las cosas extradeportivas raras que pasaron,. Como la reunión de Gil padre con la plantilla en el hotel Palace diciendo que había que bajar a segunda. No sé si habéis recibido alguna llamada de alguien pero es triste que os autocensuréis. Qué pena de periodismo.
La entrevista no tiene desperdicio sobre el ego del personaje: no reconoce ni un mérito a los demás, los serbios son maravillosos, su educación fue modélica, sabe más que ninguno… Este tipo no tuvo abuela, es evidente.
Desgraciadamente, el entrevistador no le preguntó por qué Futre dijo que Antic lo quería de espía en el vestuario, ni por qué descendieron tres equipos con Antic al frente en su última etapa como técnico en España (Celta, Oviedo y Atlético), ni por qué se ofrecía «gratis» a varios equipos haciendo la cama a los entrenadores que en ese momento estaban en la cuerda floja.
Y, por cierto, estuvo bien despedido en el Real Madrid de la temporada 91/92. Aquel equipo no jugaba un pimiento al fútbol, y era evidente para cualquiera que el Barcelona acabaría por situarse líder. Eso ocurrió en la última jornada, el día de Tenerife, pero que servidor recuerde nadie cuestionó que el justo campeón de aquel año fue el Barcelona de Cruyff.
Elegiste al Atlético porque era el único que te quería. Ni que te hubiera pretendido el Milán o el Mánchester.
Muy interesante, pero me parece muy irónico que una persona que se pasa toda la entrevista atribuyéndose todos los méritos y culpando a los demás de sus fracasos, tilde al Madrid de club arrogante. Los colchoneros tienen un complejo con el Madrid enorme.
«Habéis modificado el artículo y habéis eliminado un par de preguntas de la entrevista en la que habla del descenso del Atleti y de las cosas extradeportivas raras que pasaron,. Como la reunión de Gil padre con la plantilla en el hotel Palace diciendo que había que bajar a segunda. No sé si habéis recibido alguna llamada de alguien pero es triste que os autocensuréis. Qué pena de periodismo.»
Supongo que si esto es así, podrás probarlo y Jotdown tendrá que dar explicaciones. Mientras no lo hagas…
¿Qué tiene que probar? Las preguntas y respuestas citadas estuvieron publicadas antes de que las retiraran.
Y mientras no lo haga…. ¿Qué?
Ya que se queja del tongo entre Osasuna y Real Sociedad podría comentar algo sobre el jugador del Tenerife que falló un gol a puerta vacía contra el Atlético a cuatro jornadas del final que hubiera supuesto el empate. Que ese jugador fuera Aguilera que más tarde fue capitán del atlético no tuvo nada que ver, claro.
Por cierto, ese año el atlético ese año empezó como un tiro pero hizo una segunda vuelta mediocre porque como le recordaron tantas veces no iban a aguantar ese ritmo. Por suerte para él, la consigna en la federación fue ayudarles. En la copa contra el Betis Molina salió a la desesperada fuera del área y tumbó al delantero bético pero ni aún así lo expulsaron. Contra el Valencia le pitaron un penalti ridículo a Javi Navarro y a pesar de que en el Calderón le tiraron un trozo de cañería de casi dos metros a Mijatovic nadie dijo nada.
La tenés bien dentro, eh?
Claro, la liga la pudo ganar el Valencia al que todavía no había visto ganar ningún título. Pero no digo nada que sea falso.
Pingback: La celebración de Leandro Machado en el Vicente Calderón
Omar Sívori era argentino ¿Qué italiano ni italiano?.
Pingback: Semblanza: Los mejores momentos de Radomir Antic en su carrera | Publimetro México
Pingback: Evagoras Pallikarides, poeta ahorcado tras arrancar la Union Jack de un estadio; rostro del fútbol chipriota - Jot Down Sport
Pingback: ¿Qué hizo Luis Enrique en el Real Madrid?
Pingback: Ricardo Rocha, historia de un defensa del Real Madrid
Pingback: Benito Floro: «De mi Real Madrid me quedó con los luchadores, Lasa y Villarroya, esos sí que iban siempre adelante»
Pingback: José Ramón de la Morena: «La radio es el medio más puro, más rápido, más de verdad. Todo lo demás se puede maquillar» - Jot Down Cultural Magazine