Sociedad

¡Por Dios! Paren las guerras, por Dios

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La tormenta de flechas (Canto Ventesimo, Stanza 86), una ilustración de Gustav Doré para el Orlando Furioso, 1879. Imagen: Getty.

Existe una división entre lo objetivo y lo subjetivo y esa frontera es subjetiva.

Gregory Bateson.

El origen del mundo

La creación del mundo, según ciertos relatos místicos, comenzó con un acto de retraimiento de Dios. La divinidad se contrajo dejando así el espacio necesario para que el mundo pudiera existir. Antes de esa retirada Dios lo ocupaba todo (1).

Para el viejo panteísmo Dios estaba en todas partes. Todo ser vivo y todo objeto que fuera creado a la luz de la conciencia era una manifestación de la divinidad.

El relato nos introduce en el advenimiento del monoteísmo. Operación que consistió en sacar a Dios de cada uno, un proceso de externalización que despojó a las personas de sí mismas, su ámbito más fuerte. De este modo, se pasó de los múltiples puntos de vista a la unificación de la perspectiva. La dimensión política que se derivó de esto fue de una gran magnitud, ya que redujo las infinitas versiones de la realidad a una sola y con ello se aumentó la gobernabilidad y dominio de las poblaciones.

La tarea posterior y aún no zanjada consistió en dilucidar cuál es el dios verdadero. Antiguamente, la divinidad estaba en el campo de la sensibilidad subjetiva, posteriormente, en la lucha por implantar la objetividad de cada uno.

Esta es la dialéctica entre objetividad (exterior) y subjetividad (interior). Mientras lo subjetivo es cambiante e impredecible, lo objetivo tiende a la rigidez normativa. Cuando el individuo cede su conciencia interna al exterior, pierde su centro y los discursos homologados cobran fuerza. Históricamente, esto ha dado paso a los grandes procesos de normalización (2). Esto es, abandonar lo instintivo para satisfacer a lo normativo. En consecuencia, los conflictos más cruentos suelen producirse en nombre de Dios, dada la tendencia del ámbito sistémico a parametrar las múltiples subjetividades. Un ejemplo de ello fueron las cruzadas contra la sexualidad libre, que coincidieron con la exigencia de homologar las costumbres de la población para que acudieran a trabajar en el horario de producción seriada de las fábricas. El objetivo era que madrugaran y acudieran a los puestos de trabajo en horarios regulares y adecuados para las necesidades del maquinismo, en lugar de permitirles que se dedicasen a una vida diletante y gozosa centrada en los placeres. Esto es especialmente notable en la prohibición de la masturbación como exponente extremo de la autogestión del hedonismo (3).

Breve historia de la civilización

La guerra como modo generalizado de solución de conflictos, así como la pacificación de los grupos humanos, el respeto a la vida o la promoción de los modos dialogantes son valores que nunca han estado totalmente consolidados.

No es el objetivo de este texto comparar la época medieval con la modernidad para afirmar que una es mejor que otra, solo someto a la consideración del lector estos argumentos para analizar la permanencia de la guerra como sistema que ha cristalizado de diversas formas a través de las distintas etapas de la historia. No se puede decir que la civilización moderna haya consolidado la paz en el planeta.

La genealogía del proceso civilizatorio es la síntesis de un largo recorrido histórico (4) que se desarrolla en Europa entre los siglos XIV al XVIII. Aunque la historia del acortesanamiento de los guerreros comienza en el siglo XI sin que sea fácil determinar un inicio claro.

Esta dinámica histórica de pacificación y civilización no obedece a un proceso planificado, pero tampoco es exactamente caótico y carente de estructura, se desenvuelve en la dinámica de necesidades de la dialéctica histórica y está basada en la confluencia de varios factores (5).

En primer lugar, se produjo una gran complejización de la interdependencia entre las personas. La civilización implantó una red tupida de intercambio de necesidades y satisfacciones que aumentó la expresión dialogada contra el empleo de la fuerza. A mayor diferenciación de oficios y funciones sociales, mayor debilidad del poder, y viceversa. En este sentido, la vigorización del intercambio de bienes y mercancías generó la necesidad de negociar frente al sometimiento a las órdenes jerárquicas. Frente a la división social del rey contra los súbditos, se inicia la configuración de una sociedad de oficios, que generaron complejas redes de interrelación social (6).

Por otra parte, hubo una transición de la vigilancia y coacción externa a la autocoacción subjetiva. Para que se diera este tránsito fue preciso que las personas dejaran de sentir miedo a una violencia generalizada que produjera daño físico, enfermedad, miseria o guerra y tuvieran una cierta esperanza en la vida. La violencia pasó a convertirse en monopolio del Estado, con el fin de minimizar la violencia indiscriminada que podía producirse en cualquier momento. Se intensifica con ello el efecto panóptico (7), que explica cómo la persona que se siente observada autorregula su comportamiento a lo que se espera de él. Esta autodominación va estrechamente unida a la incorporación de la vergüenza como emoción que indica la autocoacción automatizada (8), el desagrado (9) y la culpa (10). La expresión en público se verá afectada por este proceso, el miedo a la exhibición indica una resultante esencial e inconsciente de la culpa preventiva.

También fue relevante el proceso de implantación de creencias normativizadas y ampliamente extendidas, que raptaron fuerza a las evidencias subjetivas de la persona acerca de la realidad. Pensar la posibilidad de exponerse a riesgos y peligros pasó a ser más importante que la experimentación directa de los mismos. La vida transitó del ámbito físico a otro más psíquico. Y es que, como dijo Aristóteles, «la costumbre de creer impide a las personas observar».

En consecuencia, la adquisición del conocimiento mediante la duda es una conquista de la modernidad y sustituye a la verdad revelada y el sometimiento al dogma de fe de la época medieval. La relación del hombre con la naturaleza sustituye a la relación que tenía con Dios, lo cual supone la muerte de este. En consecuencia, se transitó de una versión mítica del mundo a su representación cuantificada (12).

La percepción subjetiva del tiempo es un factor coadyuvante en todo lo que estamos diciendo. De la sensación del tiempo circular, eterno y sin esperanza en la época clásica se pasa a la percepción del tiempo fragmentado en el que cada momento es un punto lineal en el mapa. De la repetición de la tradición y el inexorable cumplimiento del destino se transita a la capacidad de ejercer en el presente cierta influencia sobre el futuro (13). Ello facilita la subordinación y desplazamiento del deseo momentáneo al encuadre de objetivos de satisfacción mayores en el futuro y, por tanto, a una autocoacción permanente. Esta es la base de la sublimación del impulso del instante a la previsión a largo plazo. Lo que da paso a la constitución del superyó, que supuso la transición de la vida física a la mental.

En otro orden de cosas, la modernidad intensifica el adiestramiento de la fuerza de trabajo. Proceso que comienza en la escuela (14) y que instaura el ámbito laboral como la actividad más importante de la vida. Con la consiguiente separación de la vida privada y la social.

Finalmente, todo lo dicho tiene un reflejo en el ámbito artístico. El arte pasa de reflejar la realidad a expresar el mundo interior del artista. De plasmar lo que ve el artista a lo que le hace sentir lo que ve. Del arte figurativo al abstracto. De la épica como exploración de la realidad exterior a la novela como búsqueda del mundo interior, que ya incluye las normas y mecanismos de autocensura que el control sistémico necesita para su supervivencia.

Imágenes para el contraste

Como síntesis, pueden establecerse algunos contrastes. En la época clásica y medieval el viajero se veía obligado a exponerse a caminos escabrosos sin asfaltar, batidos por el viento y la lluvia, en una sociedad de guerreros con una economía simple de carácter natural. El traslado se producía por calzadas de tránsito escaso y cuyo mayor riesgo era un ataque de bandoleros o guerreros. En este contexto, los sujetos debían estar dispuestos a luchar, a desatar sus pasiones de defensa de la vida ante una agresión exterior.

La modernidad supuso una reducción drástica del temor a un asalto bandolero. Por el contrario, coches, peatones y ciclistas pueden dedicarse a concentrarse en lo suyo mediante un complejo sistema de mecanismos autorregulados. El riesgo para cada uno, grave en muchos casos, es que alguien pierda su autocontrol.

La metáfora de vigilancia que podemos apuntar en la época clásica es la plaza de la ciudad en carnaval como un conjunto infinito de puntos de vista. La modernidad simboliza el control con la imagen de la torre de vigilancia en la cárcel que rapta la multiplicidad de puntos de vista y los centraliza en uno solo. Además, marca la norma. Introduce una referencia externa por la que guiarse.

Volvemos al monoteísmo como referencia externa que suspende el contacto de la persona con su propia sensibilidad y pensamiento crítico individual. La verdad como concepto ya no es lo que los grupos humanos sean capaces de pactar, sino una norma externa que, a modo de mandamiento, rige la guía colectiva. La tarea imposible es saber cómo se establece la defensa del dios más razonable y más verdadero.

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Notas

(1) Relato de Michael Strassfeld, recogido por Bernardo Ortín en Cuentos que curan. Barcelona: Océano-Ámbar, p. 265.

(2) Franco Bassaglia. La institución en la picota. (1974): B. Aires: Encuadre.

(3) Michel Foucault. (1984): Historia de la sexualidad. Madrid: Siglo XXI.

(4) Norbert Elías (1993): El proceso de civilización. Madrid: Fondo de Cultura Económica.

(5) Bernardo Ortín (2013): «La vida es imaginada». Sevilla: Jot Down.

(6) Revisar, desde esta perspectiva, la película de Joseph Losey El sirviente (1962).

(7) Ver la tesis de Bentham, 1791. En Foucault, 1990: Vigilar y castigar, Madrid: Siglo XXI. pp. 199 y ss.: El panoptismo se implanta por su fuerza utilitarista y económica en la vigilancia: el que está sometido a un campo de visibilidad, y lo sabe, reproduce por su cuenta las coacciones del poder; se convierte en el principio de su propio sometimiento. Por ello, el poder externo puede aligerar su peso físico, tanto cuanto más se acerque a ese límite. Esta autorregulación interna de los sujetos como mecanismo sustituto de la coerción exterior arranca de la leyenda clásica de las viejas mazmorras en la que figura un triángulo que enmarca el ojo divino y con la leyenda que reza: «Dios te ve». Puede pensarse en la torre de vigilancia de la prisión. El preso se siente observado y se comporta como se espera de él. El mecanismo funciona aunque no haya nadie en el puesto de vigilancia, basta con que el preso no lo sepa. A partir de ahora, la pulsión subjetiva es vivida como extraña al sujeto, que solo aspira a desarrollarse según el código sistémico. Cuando la persona vive su deseo como una amenaza exterior, su biografía comienza a convertirse en un caso.

En este aspecto también puede leerse en Ortín, B. 2003. Los niños invisibles. Barcelona. Editorial Octaedro, pp. 33-34: «La teorización y tipificación de casos cumple la función del moderno panóptico y el riesgo es congelar el proceso biográfico de los sujetos mediante taxonomías clasificadoras».

(8) La vergüenza es una emoción que funciona como un avance sobre el miedo. La vergüenza indica miedo a defraudar a alguien a quien se tiene consideración y de quien se teme perder su aprecio. Y se teme porque ya se tiene interiorizada una instancia superyoica por la que se autovigila.

(9) El desagrado indica rechazo a comportamientos incorrectos instalados en el superyó del sujeto.

(10) Vázquez, M. C. (2004): Transgresión y melancolía en el México colonial. UNAM-Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades.

(11) Ken Wilber, (1998): Ciencia y religión. Barcelona: Kairós, p. 24.

(12) Ken Wilber, Op. Cit., pp. 59 y 60.

(13) Consultar El mito del eterno retorno, Mircea Eliade (1949). Emecé Editores.

(14) Ver: Modos de educación en la España de la Contrarreforma, de Julia Varela (1983). Madrid: La Piqueta.

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2 Comments

  1. Aquiles

    Interesante . Aunque hay que tener en cuenta que no funciona igual para todas las civilizaciones . Por ejemplo la vergüenza, asociada a perder la templanza y el autocontrol es algo típicamente occidental y que sólo funciona en civilizaciones que interiorizan eso como un valor. En otras civilizaciones reaccionar con furia y brutalidad haciendo ver claramente que uno ha «perdido los papeles » es bien valorado lo contrario es sinónimo de pérdida de autoridad hombría o verse como «cornudo».
    Lo mismo para la resolución de conflictos mediante el diálogo . Es un grave error creerse que es un valor de todas las civilizaciones a los niños occidentales se les machaca con la virtud del diálogo y no ponerse violento y son valores canónicos de nuestra civilización. El problema es perder de vista que aunque yo pretenda dialogar con alguien no hay ningún signo de que el otro quiera hacerlo . Si yo tengo los mejores argumentos y voluntad de diálogo y convivencia amén de templanza etc y el otro tiene un arma y lo usa de todos modos no hay nada que hacerle .
    Es un error construir diálogos civilizatorios de sordo mudos cuando partimos de premisas diferentes. En otras civilizaciones ponerse violento y resolver conflictos con violencia No es algo repudiable o vergonzante si no lo normal o incluso deseable por natural.
    Decía Zizek que hay un dicho que afirma que «un enemigo es alguien de quien no conocemos su historia» . Si tú eres judío escuchar la historia y motivos de las acciones de Hitler no lo va a convertir en menos enemigo.

  2. Esta desinteresada y novedosa divulgación me ha creado reflexiones. La primera surge de las primeras líneas, con el retraimiento, la contracción del Dios místico, verbos con tendencia al cero que permiten la aparición del mundo. Es notable como coincide con la teoría de la Física que explica la posibilidad de la existencia de la nada (la bestia negra de las religiones) con una simple operación matemática: -1 + 1= Cero. Y hay que señalar cómo toma cuerpo cada vez más la teoría de que este universo, por ahora en expansión, un día impensable se retraerá, se contraerá casi hasta el infinito para manifestarse en otra parte, o talvez en el mismo lugar, en un proceso de eternidad, único atributo de la divinidad, sin inicio y sin fin. Con respecto a los horarios de las fábricas me parece dudoso que hayan sido concebidos para alejar a la masa de los placeres, que no sé cuáles serían aparte del sexo en aquellas épocas de miseria. Los turnos nocturnos podrían justificar esta teoría, pero es mucho fantasear. Era necesario hacer funcionar las máquinas a la luz del sol, para ahorrar energía. Y la prohibición de la masturbación no fue un invento capitalista. Ya lo condenaba la Biblia poniendo en la picota al pobre Onán. Muchas gracias por la información y lectura.

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