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Lev Yashin: breve historia del Peter Parker soviético

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Igor Netto, Serguéi Sálnikov y Lev Yashin, Estocolmo, 1958. Fotografía: Emilio Ronchini / Getty.

Lev Ivánovich Yashin nunca quiso ser portero y quizás por esa razón terminó convirtiéndose en el mejor guardameta que hayan visto los tiempos: porque no le quedó otro remedio. Elegir nunca fue una opción en aquel Moscú de la Segunda Guerra Mundial y su sueño de volar sobre el hielo hasta convertirse en jugador de hockey se desvaneció frente el empeño ajeno de aprovechar su envergadura para defender porterías. Tenía trece años y jugaba en el equipo de una fábrica de herramientas en la que trabajaban él y sus padres, orgulloso de contribuir con su esfuerzo a la precaria economía familiar y al destino de aquella Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas que combatía al nazismo en el frente y al capitalismo en la mesa.  

No sería hasta cumplidos los diecisiete cuando el joven Lev abandonase la máscara y las cuchillas para probar suerte en el fútbol, la advertencia definitiva de que su vida deportiva discurriría anclada a los postes. A las pocas semanas del estreno, casi como una maldición, el único portero del equipo se lesionaba de gravedad y Yashin era elegido por sus nuevos compañeros como sustituto interino del pobre desgraciado. Pensó en abandonar el deporte para siempre, la conjura en su contra parecía evidente, pero la insistencia de padres y camaradas lo animó a continuar defendiendo los colores de la fábrica con las manos, ingrata labor a la que se entregó durante casi tres años, el tiempo exacto que tardó en llamar la atención de uno de los grandes clubes de la capital: el FC Dinamo de Moscú.

Su desembarco en el fútbol de élite soviético lo acercó al sueño infantil de defender la camiseta nacional, poco importó que la disciplina deportiva no encajase exactamente con sus expectativas iniciales. En 1952, sin embargo, ya instalado como titular indiscutible en la portería del Dinamo desde hacía un par de temporadas, sus ilusiones sufren un nuevo varapalo tras una dolorosa derrota de la URSS frente a Yugoslavia en la los Juegos Olímpicos de Helsinki. Stalin ordena la disolución del equipo nacional y hasta dos años después no se retoman las convocatorias y entrenamientos del combinado soviético. En 1956, ya con Yashin bajo los palos, la URSS se cuelga la medalla de oro olímpica en Melbourne y allí comienza la leyenda internacional de aquel gigantón amable y bien peinado a quien sus paisanos conocían como el Tigre Volador, apodo que pronto sería engullido por una nueva denominación que causaría furor en los corrillos futboleros de medio mundo: la Araña Negra.

«El color negro te vuelve casi invisible para los delanteros rivales», solía explicar cuando le preguntaban por su habitual atuendo. Aquel razonamiento suyo se convirtió en imagen de marca y terminó formando parte de su propia superstición. Además de vestir completamente de negro por regla general, acostumbraba Yashin a saltar al campo con dos gorras en la mano, una que utilizaba para cubrirse la cabeza cuando las circunstancias climáticas lo aconsejaban y otra que colocaba al lado del poste, a modo de amuleto. También se dice que no afrontaba un solo partido sin beber una copa de vodka y fumarse un cigarrillo para templar los nervios, pero, sin confirmación por su parte, bien podría ser esta una más de las muchas historias que nutrieron su leyenda. «Me llamaban la Araña porque decían que tenía ocho brazos, pero ya ve usted que no, que solo tengo dos», bromeaba Yashin con un periodista durante la última entrevista que concedió a la televisión.

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Lev Yashin se apodera del balón en el Estadio de Wembley, Londres, 1963. Fotografía: Dennis Oulds / Getty.

Además de su corpulencia, agilidad y reflejos asombrosos, Lev Yashin fue el primer portero consciente de la ventaja que suponía el uso de las manos. Lejos de acomodarse al refugio de los palos, el moscovita fue el primero en convertir toda su área en un fortín. Nunca antes se había visto a un guardameta anticipando las intenciones de los futbolistas rivales, saliendo a blocar por alto centros laterales y frontales, adelantándose varios metros sobre la línea de meta para achicar ángulos de disparo. La suya fue una revolución que puso en valor una profesión, la de portero, que Alfredo Di Stéfano solía definir del siguiente modo: «No le pido que atajen las que van por dentro, pero al menos que no se metan las que van por fuera». Batir a Yashin se convirtió en una victoria en sí misma y no son pocos los apellidos que sobreviven al paso del tiempo con el único aval futbolístico de haber marcado un gol al gigante soviético.

Educado y amable, el espanto que producía entre los rivales antes de los partidos se convertía en respeto y admiración al terminar. «Era una hermosura de tipo», relata Héctor Veira en un late night de la televisión argentina. «Cuando vino a jugar el Dinamo contra San Lorenzo no había manera de marcarle un gol, lo atajaba todo. Llegó un punto que nadie quería tirar a puerta, nos daba vergüenza, y empezamos a pasarnos el balón sin mirar al arco hasta que el referee señaló tiro libre al borde del área… ¡Yo me quería morir! Doval se puso a mi lado y yo le decía que no se podía hacer nada, que no había manera de marcar, y ahí fue cuando el Loco echó a correr hacia Yashin y le soltó una trompada. El ruso no se lo podía creer, y mientras se echaba la mano a la cara y protestaba al árbitro, yo aproveché para poner la pelota en el ángulo: gol. Y mirá si era buen tipo que después nos vino a dar la mano, al Loco y a mí». Con Veira nunca sabe uno si sus recuerdos se ajustan del todo a la realidad, pero merece la pena conservarlos tal y como él los cuenta, a fin de cuentas, la objetividad es la actitud más sobrevalorada e innecesaria entre los que se dedican al relato, especialmente en el mundo del fútbol.

A su primer partido de homenaje, el de la retirada, acudieron casi todos sus ilustres enemigos, encabezados por sir Bobby Charlton y Gerd Müller. A los cuarenta y dos años, en 1971, decía adiós el único guardameta premiado hasta la fecha con un Balón de Oro, aquella especie de Peter Parker comunista convertido en superhéroe con facultades arácnidas. El muchacho que nunca quiso ser portero se había convertido en un hombre que afrontaba el resto de sus días sin saber qué otra cosa podría ser, tan humilde y bondadoso que solía atribuir todos sus éxitos a Valentina Yashina, su esposa. «Sin sus cuidados, sin el orden que siempre mantuvo en la casa y en mi vida, yo no habría sido el portero que fui sobre el campo. Todo es cosa de ella». Ese mismo año, sin tiempo para habituarse al nuevo tiempo, la vida volvería a ponerle a prueba con una complicación cardiovascular derivada de su tabaquismo, la gangrena de una pierna y su posterior amputación. Luego llegaría un segundo partido de homenaje, una especie de funeral anticipado, y aquella vuelta de honor al campo del Dinamo a bordo de un descapotable de fabricación soviética.

«Me quitaron algo muy importante, pero todavía amo la vida», cuenta en esa última entrevista a la televisión mientras reparte una manzana entre dos de sus nietos. Seguía conservando la misma sonrisa franca y la mirada cautivadora de las viejas fotografías, esas en las que intercambia banderines con el capitán del equipo rival o simplemente atiende a la prensa. Vivía para entonces en una casita de madera situada en las afueras de Moscú, con un Lada Riva de color blanco aparcado frente a la puerta, en una urbanización que bien podría ser la versión rusa de Wisteria Lane. El cáncer de estómago le estaba ganando la batalla, pero Lev Yashin no se dejaba impresionar. «Sigo vivo y pienso disfrutar de cada momento que la vida me ofrezca», dice sin mirar a la cámara, ocupado en que no se le atragante con la manzana uno de sus nietos, el más pequeño. Le quedaban cincuenta y cuatro días de vida y es posible que dedicase una buena parte de ellos a imaginar qué habría sido de él alejado de las porterías, esas pequeñas cárceles abiertas en las que el recluso Yashin derribó paredes, pintó cuadros y terminó construyendo su verdadero hogar.

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5 Comentarios

  1. El pie de la primera foto está equivocada.
    En ella aparecen de izda. a dcha. Ígor Netto, Serguéi Sálnikov (y no Salkinov) y Lev Yashin.

  2. Una gloria bajo los tres palos. Gracias por el recuerdo.

  3. Marcelo Pocavida

    LEV YASHINE ES EL UNICO ARQUERO QUE GANÓ EL BALÓN DE ORO.

  4. Patética definición de la integridad deportiva:
    ¡Yo me quería morir! Doval se puso a mi lado y yo le decía que no se podía hacer nada, que no había manera de marcar, y ahí fue cuando el Loco echó a correr hacia Yashin y le soltó una trompada. El ruso no se lo podía creer, y mientras se echaba la mano a la cara y protestaba al árbitro, yo aproveché para poner la pelota en el ángulo: gol…
    En fin, el mundo tal cual…

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