En 1892, un marsellés llamado Joseph Pujol se subió a las tablas del famoso cabaret parisino Moulin Rouge armado con una ocarina con la intención de interpretar piezas como el napolitano «‘O sole mio» de Giovani Capurro o «La marsellesa» de Rouget de Lisle, que ejerce como himno oficial de Francia. El elegante recital ensimismó a una audiencia que ya desde aquellas primeras funciones aupó al artista a la categoría de leyenda avivando su fama con una celeridad asombrosa. Entre el público que acudió a los conciertos posteriores para paladear la destreza musical de Pujol se asentaron personalidades tan distinguidas como Leopoldo II de Bélgica, Sigmund Freud o Eduardo VII del Reino Unido. Existía, eso sí, un pequeño detalle que diferenciaba a aquel virtuoso del resto de músicos de viento convencionales: Joseph Pujol tocaba la ocarina con el culo, propulsando el aire a través de su recto por un tubo que estaba conectado al instrumento.
En el sexto libro de la obra Musurgia Universales, el erudito sacerdote alemán Atanasio Kircher describió con detalle un instrumento musical ideado para «disipar la melancolía del príncipe». Se trataba de una caja con múltiples compartimentos donde se introducían gatos vivos de diferentes tamaños, ordenados convenientemente en una escala basada en el timbre de su maullido. Cada una de aquellas criaturillas se colocaba frente a unas puntas afiladas que a su vez estaban conectadas a un piano instalado en la misma máquina, aguijones que se clavaban en los felinos cuando alguien aporreaba las teclas del instrumento. Como los diferentes animales estaban alineados de modo que el tono de su vocecilla se correspondiese con la nota deseada, aquel teclado permitiría al músico experimentado interpretar piezas conocidas gracias a los alaridos de los mininos ensartados. El sorprendente y revolucionario aparato musical, un antecesor al teclado MIDI en una época en la que a PETA no se la esperaba tanto como a la Inquisición española, se denominaba popularmente Katzenorgel, el «piano de gatos».
En California existe un tramo de carretera que es en realidad un instrumento musical. Cuando los vehículos circulan a la velocidad adecuada sobre aquella porción de vía, sus ocupantes pueden escuchar la sintonía de El llanero solitario. Una melodía que produce el propio asfalto, tallado a propósito para que sonar así al entrar en contacto con los neumáticos.
El mundo está lleno de músicas imposibles e instrumentos improbables.
Música clásica
Introducir instrumentos inesperados en una composición no es un capricho moderno. Ludwig van Beethoven celebró el triunfo del duque de Wellinton sobre las tropas de José I Bonaparte en 1813 componiendo la «La victoria de Wellington», un tema que incluía en la partitura disparos de artillería pesada y mosquetes ligeros. No fue el único que utilizó música y salvas para festejar que a un Bonaparte le patearan el culo, porque Piotr Chaikovski ensambló en 1882 la «Obertura 1812», una pieza que conmemoraba la resistencia rusa ante Napoleón Bonaparte e incluía como parte de su instrumentación oficial unos cañones que remataban el tema con disparos triunfales. Bombazos que son sustituidos por disparos pregrabados o cualquier otro tipo de percusión en ciertas representaciones de la obertura, porque no todas las orquestas suelen presentarse en los bolos con el cañón a cuestas.
P. D. Q. Bach fue un músico de lo más marciano. Su biografía lo presenta como el vigésimo primer hijo de la camada de veinte (¿?) criaturas que tuvo Johann Sebastian Bach con Anna Magdalena Bach. También se afirma que se trataba del más excéntrico de sus descendientes y el más creativo en lo que respecta a los instrumentos musicales. Su «Concierto para cuerno y hardart» presentaba el «hardart», un dispositivo en forma de máquina de vending que permitía al músico, previo pago de la moneda correspondiente, extraer diferentes objetos con los que producir notas exóticas en forma de silbidos, campanillas o globos explotando. El compositor además fue el culpable de idear instrumentos musicales como el tromboon (un cruce entre un trombón y un fagot), la flauta de alcantarilla para zurdos, el lasso d’amore, la bicicleta, la sirena de niebla o la manguera de ducha. Lo evidente es que el propio P. D .Q. Bach también es una coña gigantesca, un personaje ficticio que elaboró el profesor Peter Schickele, compositor sublime capaz de parodiar los clásicos con tanto estilo como para escribir obras funcionales más allá de su vertiente cómica. Schickele acumula en la estantería de su casa cinco premios Grammy de los nueve a los que fue nominado gracias a sus jugueteos con la música clásica.
Toys R Us
En 1950, el compositor Leroy Anderson ideó «The Typewriter» una pequeña, pegadiza y famosísima pieza que utilizaba una máquina de escribir como instrumento principal. Anderson llevaba años trasteando con ocurrencias parecidas: el tic-tac y el timbre de un reloj asomaban en «The Syncopated Clock», la absurdamente popular «Sleigh Rde» sonaba a cascabeles de trineo y «Sandpaper Ballet» utilizó papel de lija a modo de instrumento musical. Años más tarde, Brian Eno introdujo un solo de máquina de escribir en «China My China» y Queen un solo de timbres de bicicleta en «Bicycle Race», Pink Floyd utilizó el sonido de monedas para crear una melodía en «Money» y se sirvió de los aullidos de un perro para acompañar a «Seamus», Madness convirtió los ruidos de un garaje en parte de la melodía de «Driving in My Car», The Paper Chase se sirvió de unas tijeras como acompañamiento en «We Know Where You Sleep» y a Jackyl se le ocurrió encajar un solo de sierra mecánica en «The Lumberjack». Los irreverentes Plasmatics comandados por la fabulosa chalada de Wendy O. Williams listaban en los créditos de sus discos a su líder como la «vocalista principal y encargada del saxofón, la sierra mecánica y la ametralladora», algo que también reflejaban sus actuaciones en directo.
Formaciones como Stomp, Mayumana o números teatrales como The Lost and Found Orchestra se basan en la percusión a base de reutilizar objetos cotidianos. Una tradición de reciclaje que puede remontarse hasta los tambores metálicos, aquellos instrumentos que tuvieron como antepasados a las papeleras, las sartenes para cocinar y los bidones de aceite que tenían a mano los músicos de Trinidad y Tobago. Los azulados integrantes de Blue Man Group construyen espectaculares juguetes musicales a partir de tuberías de PVC o pedazos variados de plástico. El tarado enmascarado de Black Phone 666 utiliza teléfonos de disco como material para elaborar sus ruidosas actuaciones. En la Vienna Vegetable Orchestra llevan veinte años tallando vegetales para convertirlos en sus flautas, tambores, maracas y demás artillería musical. Y los ingleses Psapp se vanaglorian de haber inventado un género llamado «toytronica» al fabricar música electrónica exclusivamente con juguetes.
La artista inglesa Imogen Heap reconvirtió la habitación de juegos de su infancia en un estudio de grabación que exprimió de manera extraordinaria. Cuando su colección de instrumentos clásicos (violonchelo, piano, clarinete, guitarras o tambores) o exóticos (como la mbira o el hang) no le inspiraban melodías, Heap se dedicaba a grabar y utilizar como parte de sus canciones todo lo que tenía a mano: el gotear de los grifos, los golpes a una bombilla,el traqueteo de trenes cercanos, sus pasos sobre el piso o el murmullo de la gente en las proximidades de la vivienda.
El caso de Wintergatan se merece una mención aparte, se trata de una banda sueca que utiliza a modo de instrumentos musicales cosas tan divertidas como un theremín, una máquina de diapositivas, una sierra o una máquina de escribir. Una formación con una potencia creativa tan activa como para comenzar creando pequeñas cajas de música caseras (con ayuda de sus seguidores) y acabar pariendo la espectacular marble machine, un aparato colosal creado (y operado) a mano, una orquesta imposible de tubos y palancas que requiere de dos mil canicas para funcionar. Una maravilla juguetera y musical.
La fabulosa máquina de las canicas de Winergatan.
Un piano de gato
Pese a la elaborada descripción del piano de gatos realizada por Atanasio Kircher en Musurgia Universales, no existe constancia de que el artefacto existiera realmente y sí muchas teorías sobre que todo aquello era en realidad un troleo del propio Kircher. Pese a ello, el doctor alemán Johann Christian Reil manifestó que el aparato podría considerarse como un método médico efectivo para captar la atención de las personas con déficit de atención. Y el escritor Jean-Baptiste Weckerlin describió en su tomo Musiciana, extraits d’ouvrages rare ou bizarre un instrumento compuesto por dieciséis gatos con las colas atadas a las teclas de un piano. Un ingenio que, según Weckerlin, habría desfilado ante los ojos de Felipe II de España durante una visita a Bruselas. Pero cuya existencia no es difícil de poner en duda al tener en cuenta que el literato situaba el piano de gatos como parte de una comitiva en la que militaban un niño cosido a una piel de oso montando a caballo, un diablillo, un toro con los cuernos en llamas y el arcángel san Gabriel con lentejuelas.
El consenso popular es que aquella máquina de gatos era una ocurrencia ficticia que a menudo se utilizaba en los textos como metáfora de la crueldad ejercida por la realeza hacia su pueblo. Michael Betancourt, un estudioso de las artes contemporáneas, apuntó que la idea del piano de gatos probablemente hubiese producido algo similar a los aterradores álbumes navideños de Jingle Cats, una serie de discos infernales que interpretan villancicos a base de maullidos sampleados. Uno de los gags más hilarantes del Monty Python’s Flying Circus presentaba a Terry Jones aporreando con un par de mazas un teclado compuesto por ratones entre los gritos de horror del público presente, y la película Las aventuras del barón Munchausen de Terry Gilliam incluía una escena donde un sultán honraba a Karl Friedrich Hieronymus barón de Münchhausen interpretando una pieza muy creativa en un órgano que producía sonidos a base de torturar a un grupo de esclavos. Entretanto, en el mundo real hay quien asegura que Luis XI de Francia retó a Abbé de Baigne a construir un «Piganino», la variante porcina del piano de gatos: un teclado conectado a las colas de una melódica piara de cerdos donde la pulsación de cada tecla equivaldría a un tirón de aquellos tirabuzones de carne.
Fabulosos tarados
El tema «4’33» de John Cage es la composición musical que menos esfuerzo requiere del intérprete que desee llevarla a cabo. Porque está ideada para que el músico se siente ante cualquier instrumento de su elección durante cuatro minutos y treinta y tres segundos sin hacer absolutamente nada. El objetivo es que el único sonido que se registre durante la representación en directo sea el murmullo, los cagamentos, las risas o la indignación del público asistente.
György Ligeti, un eminente compositor húngaro reverenciado por Stanley Kubrick, ideó en 1962 el «Poème Symphonique para 100 metrónomos», una obra que requería activar al mismo tiempo un centenar de metrónomos, ajustados a distintas velocidades, y contemplar cómo se iban deteniendo poco a poco, convirtiendo el barullo inicial en un ritmo evidente. Una ocurrencia tan inusual como para que una buena parte de los críticos musicales se defecasen fuerte sobre las ramas del árbol genealógico de Ligeti por lo que les parecía una gran tomadura de pelo.
Justice Yeldham (el nombre de guerra sobre los escenarios del australiano Lucas Abela) es un amigo del ruidismo que utiliza como instrumento un cristal de azúcar (el cristal de pega que se suele utilizar en las películas) conectado a varios pedales. Un pedazo de falso vidrio sobre el que resopla y bufa produciendo una amalgama de ruidos extraños, y un show aderezado con la sangre de las heridas que el hombre se suele hacer al manipular con la boca el peligroso utensilio, «Nunca me doy cuenta de que me he cortado hasta después del show, cuando alguien llega y me dice “Será mejor que te limpies”». Lo curioso es que, antes de ponerse a chupar cristales, el artista ya tenía antecedentes en lo de descolocar a los oyentes: en 1996 publicó el disco «Music to Drive-By», una grabación del sonido que hacía su furgoneta Volkswagen Kombi. El músico atribuyó al vehículo todos los créditos como compositor: «Yo era un mero espectador, el disco es exclusivamente obra de mi furgoneta».
Top gear of the pops
En 2009, la compañía Honda emitió un anuncio donde se detallaba una idea chiflada pero muy simpática: convertir una carretera en un instrumento musical. La ocurrencia implicaba horadar diversos surcos sobre el asfalto de modo que cuando un vehículo circulase sobre ellos a la velocidad adecuada el conductor del mismo pudiese escuchar la tonadilla de El llanero solitario. El invento funcionó más o menos, lo cierto es que sonaba demasiado desafinado y los vecinos obligaron a trasladar la tontería a un lugar más deshabitado a las afueras de Lancaster donde la melodía no interrumpiera las siestas. Además, la idea de Honda no era original sino la copia de una iniciativa previa de Japón para atraer turismo a base de carreteras cantarinas. El grupo OK Go fue bastante más allá cuando convirtió todo un circuito en un vistoso ejército de instrumentos musicales con el que transformar su «Needing/Geeting» en un videoclip espectacular. Y Julian Smith se las apañó junto a sus colegas para utilizar todos los elementos de un jeep a modo de instrumentos con los que elaborar un tema bailable: el «Techno Jeep».
La nueva era
Es probable que YouTube sea una de las herramientas más importantes de la época moderna al haber instalado en cada casa un escenario sobre el que cualquier persona con creatividad efervescente puede dejar boquiabierto al resto del planeta. Artistas caseros que en el campo de la música imposible y los instrumentos improbables han elaborado un género musical propio. Gente que ha sido capaz de interpretar «The Final Countdown» o «Sweet Child of Mine» con máquinas de soldar, una tostadora canturreando la marcha imperial de Star Wars, los clásicos vasos de vino, «Bohemian Raphsody» a base de flatulencias simuladas con las manos, motores de Fórmula 1 entonando «God Save the Queen», disqueteras capaces de reproducir hits del dance japonés como «Bad Apple», las dos torres Telsa conocidas como Zeusaphones marcándose una versión del machacón «Popcorn», una lavadora que intenta (con serias dificultades) marcarse un «My Heart Will Go On» o el «Canon» de Johann Pachelbel interpretado a través de pollos de goma.
Pachelbel hubiera estado más de acuerdo con esto que con lo de ser fusilado constantemente.
El youtuber Joe Penna hizo sonar a Mozart a través de unas botellas de cerveza. James Houston versionó a Radiohead con un ZX Spectrum, una impresora y un puñado de discos duros ejerciendo de speakers. Y un tal David Bulte ensambló una compleja máquina de música con piezas de LEGO. Pero fue el polaco Paweł Zadrożniak el responsable de fabricar el monstruo de Frankenstein casero y electrónico más llamativo, una bestia llamada Floppotron compuesta por sesenta y cuatro disqueteras, ocho discos duros y dos escáneres que a modo de orquesta nerd era capaz de interpretar temas como «Sweet Dreams»,«Eye of the Tiger»,«Never Gonna Give You Up», «Feel Good Inc.» y «Seven Nation Army» featuring la puerta de una lavadora, la cisterna de un váter, cristales rotos, un microondas y una cortina.
Jack White probablemente está rabiando porque esto no se le ha ocurrido a él.
En agosto del 2013, en las oficinas de la NASA decidieron que la mejor manera de celebrar el aniversario del aterrizaje del Curiosity sobre la superficie de Marte era de manera musical y electrónica: programando una de las herramientas de análisis que transportaba el vehículo, el SAM (Sample Analisys at Mars), para que le cantase el «Cumpleaños feliz» al cochecillo marciano.
Le Pétomane
La historia de Joseph Pujol es todo un ejemplo de superación y fe en uno mismo. Pujol, un marsellés con antepasados catalanes, descubrió mientras chapoteaba en el mar que poseía una especie de don divino. Concretamente, la habilidad de absorber fabulosas cantidades de agua a través de su ano y propulsarlas de nuevo al exterior con fuerza. Una vistosa competencia que probablemente convirtió la estampa de aquella tarde de revelaciones en la imagen de un grácil muchacho produciendo sobre el horizonte de las aguas mediterráneas maravillosos géiseres al estilo de las ballenas. Pujol, tras ser informado por su médico de que aquello era raro pero inofensivo y muy divertido, utilizó su superpoder para hacer el bien y entretener a aquellos que le rodeaban. Durante la temporada en la que sirvió en las filas del ejército, se dedicó a alegrar las tardes de sus compañeros de armas proyectando agua, previamente aspirada por la trasera tras sentarse en una palangana al estilo Camilo Jose Cela, hasta distancias asombrosas. Previamente, Pujol ya había entrenado y perfeccionado las aptitudes de su esfínter hasta ser capaz de absorber aire y expulsarlo imitando sonidos diversos o tarareando vía anal diversas tonadillas famosas, una habilidad con la que comenzó a deleitar a los clientes de la panadería en la que trabajaba, gente que se preguntaba dónde guardaba los instrumentos de viento el caballero.
En 1887, asumió el nombre artístico de «Le Pétoman» (a pesar de que técnicamente no se tiraba pedos sino que expulsaba aire previamente aspirado), un apodo que le habían endosado sus compañeros de ejército, y se presentó ante el público con un número cómico basado en su instrumento de viento del bajo vientre. El éxito de aquellas funciones le aupó cinco años después a las tablas del famoso cabaret Moulin Rogue y a saborear la fama nacional. Su espectáculo incluía una colección de números coloridos entre los que se encontraban canciones musicalizadas a base de pedos, velas apagadas con ventosidades, parodias de personalidades famosas (y sus pedos), imitaciones veraces tirando de intestino de los animales de una granja, cigarrillos fumados a través de su ano, truenos y cañonazos simulados, un majestuoso pedo de diez segundos de duración y una suerte de karaoke delirante donde el público acompañaba cantando los temas populares (como el «‘O sole mio», «Au clair de la lune» o «La marsellesa») que Pujol interpretaba con una ocarina conectada a su culo mediante un tubo de goma. Los testigos aseguran que el público del Moulin Rouge llegaba a desmayarse de la risa durante las actuaciones de Pujol, en especial las damas con corsés apretados que se ahogaban entre carcajadas, y el teatro acabó convirtiéndolo en una de las estrellas más vibrantes de su plantilla. Al menos hasta que, un par de años después, el artista abandonó el lugar para montarse su propio teatro como consecuencia de una disputa laboral.
En 1914, dos de sus hijos volvieron vivos pero hechos migas de la Primera Guerra Mundial y Pujol, decepcionado con la humanidad en general, decidió abandonar la vida artística y volver a su humilde trabajo como panadero en Marsella. La leyenda murió finalmente en 1945 a los ochenta y ocho años, alejado de los teatros y concentrado en hornear galletas. Cuando los médicos pidieron permiso a los familiares para echar un ojo a los intestinos del hombre, e intentar averiguar cómo era posible que dominase con tanto garbo la brisa de su recto, recibieron como respuesta por parte de sus hijos algo parecido a «un gran poder conlleva una gran responsabilidad» y «no es buena idea jugar con lo arcano».
Lo hermoso de todo esto es que la tradición de convertir los gases intestinales en himnos nunca ha llegado a perderse del todo. En 2017 y durante una entrevista para Billboard, AJ McLean, uno de los Backstreet Boys que dinamitaron escenarios y bragas durante los noventa, confesó que durante la grabación del tema «The Call» el productor Max Martin demostró una destreza inusual al convertir un pedo fugitivo de Howie Dorough en parte del ritmo de bajo que contendría finalmente la canción. En palabras del propio McLean: «Estábamos en el estudio con Max trabajando en la canción. Howie estaba en la cabina, canturreando “dun dun dun dun dun dun dun”. Pero cuando Max le dio a Howie la armonía, este tenía tanto aire dentro que, en un momento determinado, hizo “dun dun” y se tiró un pedo. Pero lo mejor de todo es que no solo se lo tiró siguiendo el ritmo, sino que también lo hizo siguiendo el tono. Max decidió aprovechar el pedo para transformarlo en un sonido de bajo, acabó convirtiéndolo en uno de sus ritmos patentados y así se quedó en el disco final. El pedo de Howie se convirtió en un instrumento y eso será recordado por el resto de nuestras vidas porque está en el disco para siempre». Una revelación fantástica que además demuestra que, a pesar de las habladurías, en la formación había verdadero talento: el de Martin para samplear una ventosidad mutándola hasta convertirla en un bajo, y por otra parte la maestría de Dorough a la hora de ser capaz de tirarse pedos con el tono y el ritmo correctos.
Aunque la auténtica noticia de todo esto es que ahora es históricamente correcto sentenciar que la música de los Backstreet Boys está elaborada a base de pedos.
Supongo que dejar fuera de este maravilloso artículo a Les Luthiers ha sido una decisión consciente
La lista esta incompleta sin la increíble interpretación de LeBron James y compañía del navideño Jingle Bells
https://www.youtube.com/watch?v=EYEHUOpwNvE
Desde Valencia, Fela Borbone y su Mierdofón:
https://www.youtube.com/watch?v=rs7Kj-HMLWE