Llevaba un tiempo queriendo hablar de Baskets, la peculiar serie que gira en torno a las andanzas de un aspirante a payaso y que en su momento fue una de tantas sorpresas a las que nos está acostumbrado la ficción de la cadena FX. Cuando digo que es «peculiar», lo digo porque es difícil de catalogar. La primera temporada es una comedia, pero dio un giro después de los primeros diez episodios. Me explico: ya sabemos que las series cómicas estadounidenses tienen la tendencia a virar hacia el melodrama cuando llevan varias temporadas. Es mucho más difícil escribir comedia que drama, así que, cuando los guionistas agotan la vena humorística y se empiezan a quedar sin ideas, recurren al cariño que el público ya ha desarrollado hacia los personajes para introducir cada vez más elementos melodramáticos. Un ejemplo reciente es The Bing Bang Theory, que con el paso del tiempo empezó a casar a los personajes entre ellos y a abusar del factor culebrón, en detrimento de la comedia ligera e intrascendente, pero muy entretenida, de las primeras temporadas.
Esto sucede tan a menudo que ni siquiera es una novedad. Cualquier comedia estadounidense que dure más de la cuenta terminará cayendo en la opción tan socorrida del melodrama. Una parte del público, el que aprecia el humor por encima de todo, se bajará del tren, pero hay muchos otros espectadores a quienes satisface ver a los personajes familiares enfrascados en relaciones románticas o situaciones emotivas. También sucede fuera de la comedia, cuando el llamado fan service se convierte en un gancho para los fieles de un programa y algunos espectadores nuevos. Estoy seguro de que muchos seguidores de Juego de Tronos están deseando que cierta reina suba al altar acompañada de cierto rey, cosa que tiene muy poco (o nada) que ver con el espíritu inicial de la serie, pero que, suceda o no, se ha convertido en uno de los anzuelos argumentales para el sector de la audiencia que aún no ha quedado decepcionado por la progresiva transformación de la serie. Ojo, cada cual está en su derecho de disfrutar con ese viraje en cualquier serie. Por lo que a mí respecta, sé que las series no suele mantener su espíritu y su nivel de calidad más allá de cuatro o, con suerte, cinco temporadas. Hay excepciones, claro. Incluso hay casos de evoluciones dispares: The Walking Dead puso a prueba mi paciencia durante las primeras temporadas. Después tuvo un periodo de mejora que me sorprendió bastante y que llegó a contener episodios que al principio parecían impensables, como el verdaderamente inolvidable «The Grove», un ejemplo de que los buenos guionistas pueden arreglárselas para crear auténticas perlas en mitad del programa más formulario y convencional. Y luego, como era de esperar, volvió a decaer hasta empezar a dar señales de muerte cercana.
Baskets es un caso aparte. Lleva solamente tres temporadas emitidas (no es un superéxito, pero ya ha sido renovada para una cuarta) e hizo el cambio de tono justo al empezar la segunda. Algo muy inusual, pero que tiene una explicación. En su primera temporada es una comedia sarcástica con muchas pinceladas de cinismo. Imaginen algo así como Parks and Recreation, pero con sus dosis de humor ácido tirando a negro y un tratamiento muy poco complaciente de los personajes. En la primera temporada de Baskets casi todos los personajes son a) pueriles, b) egoístas, c) imbéciles, cuando no todo a la vez. El humor se centra en reírse de casi todos ellos sin piedad; no es que sea un programa cruel, pero tampoco es una comedia blanca en la que impera el buen rollo y los problemas siempre se resuelven dejando, ya de paso, una afable moraleja. El guion está plagado de situaciones donde los personajes se ponen en ridículo o se muestran hilarantemente irritantes.
Los diez primeros episodios son un retrato de la inmadurez y la disfunción emocional; esto, aunque suena muy a psiquiatra, hace que sea muy divertida y muy recomendable. La cuestión es que en la segunda temporada, aunque los personajes son los mismos y con las mismas características, y aunque las líneas argumentales continúan más o menos por donde estaban, todo es tratado desde una perspectiva mucho más sentimental, como si los guionistas hubiesen decidido empezar a tratar a los personajes ya no como parodias sino como individuos de carne y hueso que sufren y afrontan las consecuencias emocionales de sus acciones. Dicho de otro modo: el drama se impone de repente y sin ningún tipo de transición. No es que desaparezca el humor absurdo, pero ya no es lo predominante. La tercera temporada sigue por el mismo camino de la segunda y termina con unos cliffhangers muy de culebrón venezolano. Baskets sigue estando etiquetada como comedia, pero más por lo que hizo durante su primer año que por aquello en lo se ha convertido después.
Esa transformación repentina fue deliberada. Creo que uno de los principales motivos tiene que ver con que uno de los personajes secundarios —cuyo intérprete, con toda justicia, lleva tres nominaciones seguidas a los premios Emmy— terminó robando el protagonismo y da la casualidad de que es el único personaje que no tiene ninguna de las características que convertían a los demás en parodias.
La serie empieza girando en torno a Chip Baskets, un cuarentón fracasado cuyo sueño en la vida es convertirse en payaso. Después de apuntarse sin mucho éxito en una academia de payasos en París, comete el acto irreflexivo e irrealista de proponerle matrimonio a una sofisticada mujer francesa a la que ha conocido esa misma noche, la cual nunca se molesta en ocultar que no se siente atraída por él y solo acepta casarse para obtener el permiso de residencia en Estados Unidos. De vuelta en Norteámerica, su ahora esposa se dedicará a mangonearle sin piedad mientras él, incapaz de llevar una vida adulta medianamente responsable y de reconocer sus propias culpas, está condenado a hacer un ridículo detrás de otro. Obtiene un trabajo como payaso de rodeo —cuya función es básicamente la de dejarse embestir por los toros para que el público se ría—, pero le pagan tan poco que solo puede sobrevivir recurriendo a su madre o a la ocasional ayuda de su más exitoso hermano mellizo.
La primera temporada es la mejor, al menos para mi gusto. Es una farsa donde se acentúan los aspectos más surrealistas de la vida de Chip y quienes lo rodean. Su hermano Dale es tan inmaduro como él, o más, con el añadido de ser asquerosamente superficial, vanidoso e insoportable. Ambos papeles los interpreta Zach Galifianakis (el de Resacón en Las Vegas) y la verdad es que brilla muchísimo en los dos, consiguiendo que parezcan personas completamente distintas y no un mismo actor. Tanto Chip como Dale son creaciones fantásticas de los guionistas y del propio Galifianakis. Otro personaje magnífico es el de Martha, una agente de seguros inexpresiva y completamente desprovista de asertividad, que habla todo el tiempo con el mismo tono de voz robótico y que, por algún motivo extraño, parece sentirse muy atraída por Chip. Es una delicia, encarnada por la cómica Martha Kelly, que está fantástica en el papel. Otro personaje maravillosamente absurdo es Eddie, el dueño del rodeo, un anciano vaquero desdentado y alcohólico que parece salido de alguna película de David Lynch y que es interpretado con asombroso naturalismo por Ernest Adams, un tipo que no sé muy bien de dónde ha salido, pero que tiene esa extraña cualidad de no parecer un actor profesional, pero sin desentonar con sus compañeros de reparto (que son todos de un altísimo nivel). En fin, vemos a una galería de personajes delirantes metidos en situaciones estúpidas durante diez divertidos episodios. Creo que cualquier amante de Parks and Recreation o The Office se sentirá en su casa viendo esa primera temporada, aunque Baskets tiene un público diana más reducido; el propio Zach Galifianakis ha dicho que «Baskets no es para todo el mundo» y que la serie fue creada precisamente con esa intención de ser algo casi marginal.
Decía que, en mitad de la comedia, hay un personaje que no es exactamente una parodia. Hablo de Christine Baskets, la madre de Chip. Y no es una parodia pese a estar interpretado por un actor masculino, el gran Louie Anderson. Para que nos hagamos una idea, Christine Baskets es el arquetipo de madre de otra generación: abnegada, paciente, protectora, afectuosa y sociable. Adorablemente conservadora, siempre preocupada por no molestar, sus alegrías consisten en pequeñas cosas. El hecho de que la encarne un hombre no tiene la más mínima importancia poque la interpretación de Anderson es tan, tan buena, que en un par de episodios nos hemos olvidado de que no es una mujer. Su retrato de la típica maruja bonachona está repleto de sutilezas y detalles sorprendentes, y es a la vez tan poderoso que roba prácticamente cada escena en la que aparece. Y eso que sus compañeros son también muy brillantes, pero lo de Anderson es algo excepcional. No es sorprendente que haya sido nominado tres veces seguidas al Emmy como mejor actor secundario de comedia; ha ganado una estatuilla, ha perdido otra frente al que casi podemos considerar el único rival que tiene en la categoría (Alec Baldwin, cuyo apoteósico retrato de Donald Trump ya es historia viva de la televisión) y la tercera está por decidirse. No es que estas tres nominaciones seguidas sean justas, es que no nominar a este hombre por lo que hace en Baskets constituiría una afrenta al arte de la interpretación. Hay veces en que un actor encuentra su papel ideal y asciende a cotas de excelencia que, por sí mismas, justifican el visionado de una película o una serie. Los más viejos recordarán los tiempos de Juzgado de guardia, cuando John Larroquette ganó cuatro veces seguidas el Emmy con su interpretación del inolvidable fiscal Dan Fielding. En esa categoría Larroquette estaba básicamente un escalón por encima del resto. Pues lo mismo sucede ahora con Anderson.
Me da la impresión de que los creadores de la serie, en cuanto vieron a Anderson en acción, decidieron que debían convertir a Christiner Baskets en la protagonista de facto. Porque, en realidad, es la protagonista de las dos siguientes temporadas. Eso contribuye a que la serie se convierta en un drama, algo estrafalario, pero drama al fin y al cabo. Porque Christine Baskets no es un personaje solamente cómico. Es un personaje entrañable. Personalmente, prefería la serie cuando primaba únicamente la comedia, pero la verdad es que no puedo culpar a quienes quisieron aprovechar la exquisita sensibilidad de Anderson para construir su retrato de la adorable señora Baskets. El tipo es un portento y cada segundo suyo en pantalla debería mostrarse en las escuelas de actores. No se trata del hecho de que sea un hombre encarnando a una mujer, cosa que se ha hecho muchas veces. Es que se convierte en Christine Baskets y en su interpretación jamás hace algo que resulte incongruente con la idea que el espectador tiene del personaje. El ver a un tipo con voz grave y una peluca transformarse en una madre constituye un espectáculo fascinante que va muchísimo más allá del travestismo cómico. La delicadeza con la que Anderson afronta este trabajo proviene de rincones personales —basó la interpretación en su propia madre— y de reflexiones que también trascienden lo que acostumbramos a ver en los actores: «Cada pequeña cosa que vuestras madres hacen, en algún momento de tu vida os sorprenderéis a vosotros mismos haciéndolas; aceptadlo y daros cuenta de que ellas han ganado y que no podéis hacer nada para evitarlo».
Así pues, cuando Christine es puesta bajo el foco, la serie se transforma por el efecto de la interpretación de Anderson y de que los guionistas quieren ponerla en primer plano. Incluso el personaje de Chip, ahora protagonista solo de nombre, se vuelve más reflexivo, iniciando un lento camino hacia la madurez y dejando de lado algunas de sus facetas más ridículas (eso sí, su hermano Dale sigue siendo igual de imbécil, ¡lo cual es fantástico!). Christine es el centro de todo y sus pequeños dramas cotidianos se apoderan del argumento. En otras circunstancias me hubiese decepcionado ese cambio de hacia un melodrama que por momentos roza lo formulario, por más que los guiones sigan teniendo toques especiales aquí y allá. Pero la interpretación de Louie Anderson, así como la de sus compañeros, bastó para mantener mi interés. Anderson da un recital. Galifianakis da otro recital. A su manera, también Martha Kelly da un recital. Si continúan con ese nivel de interpretaciones durante la cuarta temporada, seguiré viéndoles con independencia de que los argumentos me convenzan más o menos.
En resumen, Baskets es una serie que cabe recomendar sabiendo que es como dos series en una. Lo que empieza como la crónica burlona de un patético aspirante a payaso, termina como la crónica afectuosa de las alegrías y sinsabores de una madre arquetípica. No puedo prometer que sea un cambio que vaya a agradar a todo el mundo, pero Baskets merece la oportunidad. La primera temporada es hilarante y las dos siguientes establecen el trabajo de Louie Anderson como algo que será recordado en el futuro. Es una serie diferente, véanla con ojos diferentes.
Ni una mención al co-creador… El inmenso y defenestrado Louis CK
Brillante análisis. Muy de acuerdo, muchas gracias