Ciencias

Lo que la ciencia sabe sobre cómo y por qué nos engancha una novela

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Anna Karina en Le petit soldat, 1963. Fotografía: Les Productions Georges de Beauregard / SNC.

Como todo lo que está por hacer, una página en blanco no es nada pero tiene el potencial de serlo todo, y eso es una responsabilidad tremenda para el escritor. ¿Qué hacer? ¿Qué escribir? El abanico de opciones es abrumador, y las posibilidades de estrellarse lo son más aún. Además, si en el momento de ponernos a ello nos vienen a la cabeza todos los principios brillantes que nosotros no escribimos, como el lugar de la Mancha de nombre nunca recordado, el coronel Aureliano frente al pelotón de fusilamiento o la verdad universalmente conocida de los solteros con fortuna, es posible que la página en blanco, tan prístina ella, tan inocente que parecía, nos gane la batalla por KO antes de empezar.

Pero que no cunda el pánico porque la ciencia viene al rescate. Sí, la ciencia, algo en apariencia tan alejado de la literatura, la ficción y la novela, pero que en realidad no lo está tanto, ni siquiera un poco. Científicos y escritores conviven en el mismo medio, la palabra escrita, y a veces hasta en los mismos cuerpos, pues hay muchos ejemplos de científicos literatos o escritores de alma investigadora.

Pero no estamos hoy aquí para hablar de ellos, sino de otros, de los científicos que han analizado qué nos hace leer y también seguir leyendo, cómo las historias que leemos nos entran por los ojos y llegan a través del nervio óptico hasta nuestro cerebro para desde ahí expandirse bajo nuestra piel por todo el cuerpo. Esto no es (solo) una metáfora, resulta que ocurre de verdad. Pero a eso llegaremos más tarde.

Las palabras que llenan los éxitos (y los fracasos)

Empecemos hablando de Vikas Ganjigunte Ashok, Song Feng y Yejin Choi, científicos del departamento de Ciencias de la Computación de la Stony Brook University de Nueva York. Estos tres informáticos, o científicos de la computación si ustedes lo prefieren, son los autores de un estudio titulado Success with Style: Using Writing Style to Predict the Success of Novels (Éxito con estilo: cómo utilizar el estilo de escritura para predecir el éxito de una novela), en el que describieron cómo habían desarrollado un algoritmo capaz de analizar una novela y predecir con un 84 % de precisión si sería o no un éxito comercial.

Se basaron en lo que llaman estilometría estadística, que consiste en convertir la literatura en matemáticas, contabilizando el uso de las palabras y la gramática para así comparar unos géneros y otros, unos escritores y otros, unas obras y otras. Como campo de pruebas eligieron grandes éxitos de la literatura universal, incluidos en la Biblioteca Gutenberg, encabezados por Don Quijote de la Mancha, de Cervantes, Otras voces, otros ámbitos, de Capote, Robinson Crusoe, de Defoe, y El viejo y el mar, de Hemingway; entre otros.

Para completar la muestra, incluyeron algunos fracasos literarios, extraídos de los últimos puestos de ventas en Amazon, como El barril mágico de Bernard Malamud, Dos soldados, de Faulkner o El símbolo perdido, de Dan Brown (incluido en los fracasos a pesar de su éxito en ventas por las malas críticas obtenidas en los medios de comunicación). En total, ochocientas novelas de ocho géneros y subgéneros diferentes que su fórmula asignó con éxito a la categoría de éxito de ventas o desastre editorial.

Y de todos ellos extrajeron algunas conclusiones, como por ejemplo que las novelas de menos éxito tienen más verbos y adverbios, y están plagadas de palabras que describen acciones y emociones, como «quería», «cogió» o «prometió», mientras que las novelas exitosas contienen verbos que describen procesos mentales y pensamientos, como «reconoció» o «recordó».

Las novelas de éxito utilizan más verbos que sirven para dar paso al diálogo, como «dijo» o «respondió», y más conectores para crear frases compuestas («y», «aunque», «pero»), mientras que las novelas menos vendidas confían más en palabras negativas, como «nunca», «riesgo» o «peor», y en palabras exageradas, como «absolutamente», «perfectamente» o «sin aliento» (que en español son dos palabras, pero en inglés solo una, breathless, y es francamente dramática). Además, estas últimas tienen más palabras extranjeras.

Los autores del estudio analizaron también la readability, o facilidad de lectura, entendida como el uso de frases sencillas y verbos simples, esperando encontrar que, a mayor facilidad de lectura, mayor éxito tendría una novela. Pero su algoritmo no pareció coincidir con esta suposición, y de hecho resultó ser al contrario: cuanto mayor era el uso de frases y verbos sencillos, menor era el éxito del libro. «Por supuesto, nuestro descubrimiento solo muestra una correlación, que no debe ser confundida con una causalidad, entre facilidad de lectura y éxito literario. Nuestra suposición es que la complejidad conceptual del trabajo literario de éxito requiere de una complejidad sintáctica acorde que va en contra de esa facilidad de lectura».

Si leemos sobre olores, olemos

No es esta la única aproximación científica a la literatura. Otros lo han hecho desde el campo de la neurología para averiguar qué le pasa a nuestro cerebro cuando leemos. La respuesta corta sería que le pasan muchísimas cosas.

Los neurólogos saben desde hace tiempo que las regiones cerebrales involucradas en la gestión del lenguaje, como el área de Broca (que participa en la producción del lenguaje) o la de Wernicke (que interviene en su comprensión auditiva), juegan un papel en cómo nuestro cerebro interpreta las palabras escritas, pero en la última década se han dado cuenta también de que la narrativa activa otras regiones, lo que explica por qué leer una novela nos hace sentirnos dentro de ella.

Científicos del departamento de Psicología Básica, Clínica y Psicobiología de la Universitat Jaume I, en Castellón, llevaron a cabo un experimento en el que pedían a los participantes que leyesen palabras asociadas a olores, como «perfume», «café», «canela» o «lavanda», mientras estaban en una máquina de imagen por resonancia magnética funcional, y así observaron que, al hacerlo, su córtex olfativo primario se activaba, algo que no ocurría al leer otras palabras, como «silla» o «llave». Es decir, que leer palabras sobre olores hacía reaccionar al cerebro de forma parecida a estar percibiendo esos olores en realidad.

Otro experimento realizado por científicos de la Emory University, en Atlanta, trató de hacer lo mismo dando a leer a los participantes palabras y metáforas relacionadas con el sentido del tacto: la expresión «el cantante tenía una voz aterciopelada» activaba el córtex sensorial primario, algo que no ocurría igual ante la expresión «el cantante tenía una voz agradable».

Así que leer palabras que implican a nuestros sentidos nos hace sentir, igual que leer palabras que implican movimiento convence a nuestro cerebro de que nos estamos moviendo. En un experimento llevado a cabo por científicos cognitivos del Laboratoire Dynamique du Langage, en Lyon, se monitorizó el cerebro de los voluntarios mientras leían frases como «John agarró el objeto» y «Pablo dio una patada al balón», y las imágenes revelaron actividad en el córtex motor, que coordina los movimientos del cuerpo. Más aun: la actividad se concentraba en una parte de ese córtex cuando el movimiento descrito se refería a las manos y los brazos, y en otra parte distinta si el movimiento se refería a las piernas o los pies.

Es decir, que de alguna forma nuestro cerebro no distingue del todo entre leer una acción o vivirla directamente, y en ambos casos reacciona de forma parecida. Según Keith Oatley, profesor emérito de Psicología Cognitiva de la Universidad de Toronto, leer es una vívida simulación de la realidad que «se ejecuta en la mente del lector, igual que las simulaciones informáticas se ejecutan en los ordenadores».

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(Clic en la imagen para ampliar). Respuestas de los encuestados (1.586) a la pregunta «De los géneros literarios que voy a leerle a continuación, ¿cuál le gusta más?». Fuente: CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas), Barómetro septiembre 2016.

No importa qué hace el protagonista, sino por qué

Cualquiera al que le hayan volado las horas leyendo como le volaban a Bastian cuando leía sobre Atreyu sabe que esto es cierto de alguna forma y no necesita pruebas científicas que lo demuestren. Pero ese mismo lector sabe también que este efecto es algo muy preciado, un hechizo poderoso que no siempre ocurre. Algunas novelas nos acogen, seducen y atrapan, pero otras no lo consiguen por mucha intriga que le pongan. ¿Dónde está la clave? ¿Qué hace que unos libros nos enganchen y otros no?

Aunque hayamos leído decenas de novelas y sepamos en unas cuantas páginas si la que tenemos entre manos nos llevará a ese estado de inmersión literaria que tanto anhelamos los lectores irredentos, dar una respuesta general no es tan fácil: personajes interesantes, situaciones de suspense, escenas dramáticas, dilemas fundamentales, conflictos y tensiones, diálogos brillantes, metáforas originales, coloridas, poderosas…

Sí, ¿no? Pues no, o no del todo, según Lisa Cron, agente literaria y autora de Wired for Story: The Writer’s Guide to Using Brain Science to Hook Readers from the Very First Sentence (Conectados a las historias: guía del escritor para utilizar la ciencia del cerebro para enganchar a los lectores desde la primera frase). Cron asegura que décadas de experiencia buscando la próxima novela que será un éxito de ventas unidas a colaboraciones con neurocientíficos le han dado la respuesta de por qué unos libros enganchan y otros, simplemente, no. Y la clave es una cosa, una sola cosa, sin la cual no importa lo bien escrita que esté una novela y con la cual dará igual si está mal escrita.

Y esa cosa es una idea clara de qué está ocurriendo en el argumento y cómo eso afecta internamente al protagonista. Así de fácil, y así de complicado a la vez, dice ella.

«Lo que engancha y retiene al lector es el conflicto interno, no el drama externo», explica Cron, que se basa también en la idea de que las historias son simulaciones. «Podemos pensar en ellas como en la primera realidad virtual: tú estás allí, experimentando lo mismo por lo que está pasando el protagonista». Por eso la cosa no va de lo que alguien hace, sino de por qué lo hace.

Y este es su consejo para los escritores: «Lo primero que debes hacer es crear el centro de mando de tu novela, del que emanan todo el sentido, la urgencia y el conflicto: el cerebro de tu protagonista».

La atención, la empatía, la oxitocina

Pero hay más, y aquí entramos en otra de las cuestiones literarias estudiadas por la ciencia, que es la de cómo la literatura, la narrativa y las historias nos afectan y nos cambian no solo por dentro, sino también hacia afuera, hacia nuestros semejantes y las sociedades en las que vivimos.

Que el ser humano es cuentista es difícil de negar: antes de tener textos que leer, aprendíamos de los cuentos que escuchábamos. La memoria oral de las civilizaciones prehistóricas se preservaba en forma de historias que enseñaban a cada nueva generación adónde ir y adónde no, qué comer y qué evitar, quiénes eran los amigos y quiénes los enemigos.

Y esto último es importante, porque, como especie social, dependemos de los demás para sobrevivir y para ser felices. A mediados de los 2000, Paul Zak, que se describe a sí mismo como neuroeconomista, publicó un estudio en el que aseguraba que la oxitocina, una sustancia que produce nuestro cerebro, es lo que actúa como señal de que alguien es de fiar y potencia la cooperación con otros aumentando la sensación de empatía, de experimentar las emociones de otro. Por este motivo, Zak ha bautizado a la oxitocina como la molécula moral en algunas ocasiones.

Algunas de sus afirmaciones han sido señaladas como demasiado entusiastas por otros neurólogos, que señalan que la oxitocina también está relacionada con la envidia y con un sentimiento para el que no tenemos nombre en castellano pero que ha sido bautizado en alemán como Schadenfreude, y que se traduciría como ‘alegría por las desgracias ajenas’. Así que tan moral no será esta molécula, dicen sus detractores. Pero su investigación nos viene al caso porque Zak y sus colaboradores han estudiado cómo la narrativa afecta a la liberación de oxitocina, y cómo eso nos lleva a empatizar con los protagonistas e incluso a actuar a posteriori impulsados por esa empatía.

Pusieron a sus voluntarios, a los que tomaron muestras de sangre antes y después, ante dos historias sobre un padre y un hijo enfermo de cáncer terminal, una con un arco narrativo completo (introducción, nudo y desenlace), presentación de los personajes y conflicto dramático, y otra plana y sin conflicto explícito, con una mención casual de la enfermedad del niño. Los resultados del experimento mostraron que la primera producía un aumento en los niveles de oxitocina, y que esos niveles servían para predecir si los voluntarios estarían dispuestos a posteriori a donar dinero para causas que apoyan a los enfermos de cáncer.

Que una narración, en un libro o en una película, no solo nos enganche sino que nos mueva a la acción posterior demuestra un enorme poder que depende en primer lugar de atraer y mantener nuestra atención, un bien escaso y metabólicamente caro que nuestro cerebro tiende a racionar. Por eso podemos conducir y mirar el móvil al mismo tiempo, pero solo hasta que estamos a punto de chocar con otro coche: ahí se acabó el móvil y toda nuestra atención se centra en evitar el accidente.

Desde el punto de vista de contar una historia, la atención también está relacionada con la tensión, esta vez con la narrativa. Si la tensión consigue atraer nuestra atención el tiempo suficiente, ahí es cuando entra en juego la empatía: empezamos a sentir las emociones que muestra el protagonista de la historia, aunque sepamos que es un personaje de ficción que no existe. La empatía es una herramienta que nos permite conectar emocionalmente con muchos más individuos de nuestra especie, incluidos los ficticios, de lo que ninguna otra especie es capaz de conseguir.

En el caso de una narración, es la empatía con los personajes lo que nos deja ese regusto agridulce al cerrar la cubierta del libro y dar fin a esa simulación en la que nos hemos sumergido durante semanas, días o apenas unas horas. Sabemos que el mundo del que nos despedimos no existía fuera de esas letras, pero al mismo tiempo no podemos evitar echarlo de menos.

Y, aunque eso no aliviará la tristeza de la despedida, al menos ahora ya sabes por qué.

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6 Comments

  1. Juan Mari

    Cómo está escrito este artículo, es como no engancha. Mezcla demasiada información. Desvía la atencion.

  2. Creo que Lisa Cron con su «Success with Style: Using Writing…» se acerca un poco a la verdad según mis experiencias: “Lo que engancha y retiene al lector es el conflicto interno, no el drama externo…” pero esta última frase negativa deja mucho que desear. En Guerra y Paz es imposible no imaginar el drama descomunal que generó la invasión de Napoleón mientras vivíamos dentro de ese inolvidable príncipe. Y como esta tantas otras.
    El método ideado por Vikas Ganjigunte Ashok y cia. me retraen a las últimas escenas de “El club de los poetas muertos”, con Robin Williams, en donde el nuevo y reaccionario profesor de literatura, reemplazante de R.W, reestablece el uso de un sistema para saber si una obra es buena o no, basándose… en un diagrama cartesiano!, con ejes verticales y horizontales, como si la obra no fuera otra cosa que un producto físico.
    Con respecto a “Schadenfreude”, que tanta envidia ha causado a mi español como asimismo el “famigerato” italiano, no cree que “regodearse”, ubicado dentro de un contexto congruo bastaría? Como siempre, un excelente artículo. Gracias por la lectura.

  3. Carmen

    Muy buen artículo. Quería comentar, sin embargo, que la Universitat Jaume I se encuentra en Castellón, no en Valencia.
    Un saludo!

  4. Muy buenooo! Solo una cosa es: Emory University, no Emery. :)

  5. Pingback: ¿Por qué enganchan las novelas? | ¿Lo sabe la ciencia?

  6. Julius

    Si es cierto eso de que “Lo que engancha y retiene al lector es el conflicto interno, no el drama externo”, entonces se entiende perfectamente que Crimen y Castigo de Dostoievski haya tenido tanto éxito y sea considerada una de las mejores obras de la literatura universal. Y si es válido el consejo de que «Lo primero que debes hacer es crear el centro de mando de tu novela, del que emanan todo el sentido, la urgencia y el conflicto: el cerebro de tu protagonista»… está claro que Proust siguió el consejo de Lisa Cron al dedillo… y eso que murió décadas antes de que naciera ella.

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