Las treinta monedas de plata de Judas, junto con las presuntas veintitrés puñaladas a Julio César, son tal vez los mayores ejemplos históricos de uno de los pecados más fotogénicos: la traición, que se presenta como un drama en dos actos para el espectador. En un primer momento, cuando la traición en sí ya se ha producido pero aún no se ha descubierto el pastel, la única víctima parece ser la conciencia del traidor… si es que la tiene: hay abundante bibliografía y hemeroteca tendenciosa que se posiciona de forma clara al respecto. Pero cuando sale a la luz la vil verdad, siempre hay algún afectado que se siente dolorosamente engañado (cuando no crucificado o apuñalado). Si además el facineroso traidor es tu amante o un deportista carismático de tu equipo favorito, el futuro solo te ofrece dos alternativas plausibles: inmolarte a lo bonzo en la puerta de una tienda Apple abrazado a una caja de doce botellas de cerveza con zumo de limón como delirante gesto de repulsa absoluta al statu quo, o aceptar que las cosas son así y seguir adelante con tu vida rumiando bilis como el que mastica almendras amargas. En estos casos, siempre reconforta repetir como un mantra joyas de nuestro refranero: «Hay más peces en el mar. Arrieritos somos y en el camino nos encontraremos. A todo cerdo le llega su San Martín… o su Camp Nou».
Blancos, llorones, pagad los sesenta millones
Dentro de la traición en el ámbito deportivo es posible diferenciar dos vertientes. Empecemos por la primera: cuando ciertos deportistas abandonan su equipo de toda la vida y los aficionados se sienten traicionados. El ejemplo paradigmático tiene, como ya supondrán, al futbolista Luis Figo como protagonista. No es novedad que Fútbol Club Barcelona y Real Madrid intercambien jugadores como si fueran hermanos gemelos que comparten ropa. La mayoría de casos de estas características se produjeron sin pena ni gloria, mientras que solo unos pocos fueron tomados por ciertos sectores de la afición como una afrenta personal. Bernd Schuster tuvo que salir escoltado por la policía tras su primer partido en el Camp Nou por un inocente detalle: dar la vuelta de honor con la Supercopa vistiendo la camiseta blanca. Este podría entenderse como un caso especial puesto que el temperamental alemán acabó su relación con los culés como el rosario de la aurora, brindando duras declaraciones, escupiendo en el té de Núñez cuando este no miraba y cosas así. No obstante, con un carácter menos volcánico y unos modales tan exquisitos como su juego sobre el césped, Michael Laudrup tampoco fue acogido con hospitalidad precisamente en su primer partido del siglo con la camiseta del rival puesto que fue abucheado sin compasión.
Pero aquello no fue nada comparado a lo que sufrió Figo, quien contaba con antecedentes que pintaban como inverosímil una espantada: era habitual verlo cantando cuando celebraba títulos con el Barcelona («blancos, llorones, saludad a los campeones»), desgastándose los labios besando el escudo del Barça y, finalmente, negando tres veces a Florentino Pérez antes de que sonara el gallo que anunciaba el fin del periodo electoral madridista. Pocos días después de confirmar su fe en la causa blaugrana en una entrevista trufada de titulares, Figo aparecía contra todo pronóstico junto a Pérez con la camiseta que no empaña entre sus manos rivalizando en blancura con su sonrisa. Y se lio parda. Su primer partido en el Camp Nou vistiendo la elástica madridista provocó una lluvia de billetes del Monopoly a modo de plaga bíblica a pequeña escala y generó diversos estudios que comparaban el nivel de decibelios de los abucheos con diferentes ruidos ensordecedores: aviones despegando, excavadoras picando, grupos de metal alemán ensayando, etc. Fue sin embargo su segunda visita, que aconteció tras recoger el Balón de Oro como jugador del Real Madrid, la que ha pasado a la historia por la inexplicable cabeza de cochinillo lanzada al campo, aunque hay quien es capaz de justificar en cierto modo este tipo de comportamiento: Joan Gaspart, presidente del FC Barcelona por entonces, aseguraba que «entendía» la ira de la afición puesto que Figo había ido «a provocar» lanzando córneres, como el que dice que si no quieres que te violen no lleves minifalda.
Hay ocasiones en las que pienso en esa persona que, en su casa, decidió que qué mejor complemento para ver un intenso partido de fútbol que una cabeza de cochinillo asado. Es de imaginar que sintiera mareos por su audacia y tuviera que poner las piernas en alto para recuperarse. Ya fuera una decisión muy meditada en la soledad o respaldada con el apoyo de sus conocidos, el caso es que consiguió pasar, entendemos que a escondidas, la cabeza del gorrino y la tiró al campo. Bueno, eso es lo que captaron las cámaras, puede que también lanzara el costillar y algo de guarnición. Es de suponer que cuando lo cuenta en las barras de bar en Barcelona aún hoy conseguirá follar. Gratis, en ocasiones. Haciendo de abogado del diablo, entre lanzar carne asada y la indiferencia absoluta, se podría haber conformado con muchos puntos intermedios: levantar una ceja, lanzar un juramento que afecte a un santo de perfil bajo o negar con la cabeza.
Hasta ahora solo hemos citado ejemplos de futbolistas que emigraron, en busca de un futuro mejor, de la Ciudad Condal a la capital de España, pero obviamente en la afición merengue tampoco han encajado con toda la deportividad que cabría esperar que uno de los suyos acabara en el equipo catalán. El segundo gesto más absurdo en el mundo del fútbol, solo superado por el ya citado beso en el escudo, es no celebrar (o pedir perdón) cuando marcas a un exequipo. Considero que es preferible simular una lesión creíble (molestias en el pubis, elongación de flequillo, retraso mental severo, etc.) a no querer festejar un tanto puesto que pone en duda tu profesionalidad, aunque siempre habrá entre los aficionados quien valore estos gestos vacíos. Por este motivo, cuando Luis Enrique celebró sin remilgos un gol en el Bernabéu como jugador del Barça, no le sentó del todo bien a la parroquia madridista que, como venganza, propagó rumores de difícil encaje en la genética mendeliana en los que se afirmaba que el asturiano compartía vestuario con su padre. Y es que los grandes competidores ven su camiseta como algo circunstancial: puede ser del color que sea que se partirán la cara por ella y celebrarán los triunfos que consigan como si fuese lo último que fueran a hacer en su vida. Otro ejemplo en esta línea es el baloncestista serbio Sasha Djordjevic, que tras varias temporadas en el Barça se marchó al Madrid y acabó celebrando ostensiblemente en el Palau Blaugrana la victoria como visitante en el quinto y decisivo partido de la final de la ACB del 2000. Por descontado, fue abroncado e invitado a retirarse del campo a empujones por alguno de sus excompañeros.
Si hablamos de baloncesto, el premio al mayor Judas se lo llevó indiscutiblemente LeBron James en el verano de 2010, no tanto por el destino (se fue de Cleveland a Miami, no es una rivalidad histórica que digamos) sino por las formas: anunció que dejaba los Cavaliers por los Heat en un programa de televisión. Cuando pronunció el famoso «llevo mi talento a Miami» se echó en falta en plató algún seguidor de los Cavs para que aquello acabara como el talk show de Laura Bozzo, en el que algún invitado terminaba llevándose una buena mano de hostias o, al menos, era zarandeado con violencia. Tras esta performance televisiva, James desbancó a Benedict Arnold (un general norteamericano que durante la guerra de la Independencia cambió de bando) como imagen del traidor nacional. En Cleveland, como podrán entender, no se lo tomaron muy bien: la gente quemaba públicamente la camiseta de LeBron, mutilaba muñecos vudú y, en definitiva, se vivía un clima similar a los momentos previos a la toma de La Bastilla. Pero el tiempo pone a cada uno en su sitio: James volvió a los Cavs después de cuatro fructíferas temporadas en los Heat (cuatro finales, dos anillos). Las indignadas declaraciones, incendiarias cartas abiertas a los medios y desplantes varios del propietario de los Cavs pasaron a segundo plano. Firma de contrato, apretones de manos, «vuelvo a casa», sonrisas, quién sabe si besos en la boca: aquí paz y después gloria. Y es que, volviendo al refranero, «nunca digas de esa agua no beberé o ese cura no es mi padre»: Fernando Alonso se cavó su propia tumba con su ya mágico «NUNCA volveré a McLaren» (las mayúsculas enfáticas son mías). Aunque en este caso la única traicionada fue su palabra.
En el baloncesto nacional el caso más sonado fue la marcha del Estudiantes de Alberto Herreros, a quien la demencia (la afición más radical estudiantil) nunca perdonó. El Real Madrid ha pescado con frecuencia en el caladero estudiantil (los hermanos Reyes, Antúnez, Orenga, Carlos Suárez, etc.) pero Herreros era la niña bonita. A los abucheos interminables y los esperados calificativos (pesetero, Judas, vendido…) que le dedicaban cada vez que volvía como visitante, le añadieron el «¿Dónde están los trofeos?» cuando el Madrid estuvo algunas temporadas en blanco. El aficionado madridista tomó buena nota y le aplica la misma medicina al ahora blaugrana Ante Tomić que se fue del Madrid «para ganar títulos».
Mi nacionalidad es esta, pero si no le gusta tengo otras
El otro tipo de traición deportiva tiene que ver con los colores nacionales. Dejando de lado casos singulares en los que el pecado se transforma en delito como el goteo constante de deserciones de deportistas cubanos cada vez que acuden a un evento internacional, o la caída en desgracia del ajedrecista Bobby Fischer que pasó de ser un símbolo estadounidense que se enfrentaba al comunismo a traidor de la patria, lo habitual es que se genere cierta polémica por la elección de una nacionalidad a la que defender.
Obtener la nacionalidad de un país puede ser tan simple como firmar unos papeles o tan difícil como realizar una serie de pruebas que rivalizan en dificultad con una combinación entre «El tiempo es oro» y el pentatlón moderno. Qatar es uno de los países que presenta requisitos digamos más relajados para obtener su nacionalidad. Así, la selección qatarí de balonmano que disputó el Mundial 2015 como anfitriona contaba con ocho nacionalizados (un español, un tunecino, un bosnio, un francés, un cubano y tres montenegrinos) y parecía una plantilla fichada a golpe de talonario por un oligarca ruso o un jeque árabe. Ups.
En otras situaciones, los deportistas acceden a nacionalizarse no ya por intereses económicos, sino puramente deportivos. Nikola Mirotic y Serge Ibaka se decantaron por España por nuestro carácter extrovertido, nuestra merecida fama de buenos conversadores y porque nuestro combinado nacional está al más alto nivel mundial o, al menos, a un nivel algo superior a Montenegro y Congo, respectivamente. En cambio, en esta época decidirte entre la canarinha o la roja en fútbol es un verdadero dilema. Diego Costa finalmente se embarcó con España y bien que se lo recordaron con sorna los aficionados brasileños en el Mundial de 2014. Fíjense si será una decisión difícil, que los hermanos Thiago y Rafinha Alcántara, hijos del mítico Mazinho, han tomado caminos divergentes: uno representa internacionalmente a España y el otro a Brasil.
También se busca una nación refugio cuando el deportista es consciente de que participar representando a su país es prácticamente imposible por el talento de sus compatriotas, especialmente en el caso del baloncesto si eres norteamericano. Así, no es extraño encontrar estadounidenses nacionalizados en exóticos combinados nacionales como en Macedonia (Bo McCalebb), Croacia (Dontaye Draper), Georgia (Jacob Pullen) o incluso Rusia (J. R. Holden, lo recordarán por la última canasta que nos privó del Eurobasket 2007). Un caso similar a este último que tuvo gran repercusión fue el de Becky Hammon. La baloncestista, una de las mejores jugadoras de la WNBA, al no verse incluida en la preselección de su país para los Juegos Olímpicos de Pekín decidió nacionalizarse rusa. El problema vino cuando USA Basketball hizo pública otra preselección en la que sí estaba Hammon y esta, herida en su orgullo y empeñada su palabra, siguió adelante con su decisión. Este gesto le valió un torrente de críticas hacia su patriotismo, incluso la seleccionadora la llamó indirectamente traidora (ah, de nuevo la palabra) a lo que Hammon vino a responder que a ella no le vinieran con lecciones, que la habían dejado de lado, que ella era americana de las de «Dios, familia y país» y que, al fin y al cabo, abrirse camino ante las adversidades forma parte del espíritu americano. El curso del torneo olímpico quiso que las semifinales arrojaran un Rusia-Estado Unidos rebosante de morbo aunque la neta superioridad de las norteamericanas y los nervios que atenazaron a Hammon, que jugó un partido pésimo, evitaron la sorpresa. No obstante, en el encuentro por el tercer y cuarto puesto frente a las chinas, Hammon se recompuso y sus veintidós puntos ayudaron decisivamente a que Rusia se colgara la medalla de bronce. Años más tarde, Becky Hammon se retiró del baloncesto profesional siendo considerada como una de las quince mejores jugadoras de la historia y es hoy en día la primera mujer entrenadora asistente en la NBA, en los San Antonio Spurs. Parece que la traidora sí que consiguió abrirse camino.
En este artículo falta el traidor superlativo, Hugo Sánchez.
Con respecto al fútbol, estas son nimiedades que no empañarán su alto destino educativo y democrático. Es la única empresa pública con sueldos dignos a la cual, para acceder es prohibido, y además vergonzoso, ser recomendado, o amigo de un amigo: sólo ahí se realiza la utópica meritocracia. No quiero ni puedo desmerecer los demás entretenimientos, también amo el ajedrez, pero con el único espectáculo en el cual rejuvenezco es con un picado de cinco contra cinco. Con el ajedrez, no. Me siento más sabio, pero inevitablemente más viejo al final de cada partida. Gracias por recordármelo.
Que me perdone el autor, pero el artículo es un poco flojo. Ha habido, hay y habrá «traidores» de todo tipo pelaje y condición en todos los deportes de equipo y en todos los países del mundo. Sin ir más lejos, Hugo Sánchez levantó una fenomenal polvareda cuando pasó del Atlético de Madrid al Real Madrid; la contratación de Luis Milla por parte del Real Madrid motivó no pocos cabreos en la Ciudad Condal y el traspaso de Rivaldo del Deportivo de la Coruña al Barcelona el último día para inscribir jugadores en la Champions League es todavía recordado hoy en A Coruña cuando han pasado más de 20 años.
En el baloncesto patrio se recuerda el famoso «Montero, te pesa el monedero» que cantaban los aficionados verdinegros cuando el jugador emblema de la «Penya» se marchó al Barcelona y ya, para terminar, déjenme recordar a Bill Walton que cuando se fue de Portland a San Diego en 1980, tampocó sentó nada bien en su primer equipo.
A ver para cuándo somos capaces de superar esta concepción latina del fútbol y el deporte general. Confundimos la profesionalidad con la lealtad por unos colores y luego vienen estos chascos… que claro, dan para escribir incluso décadas después.
Por què fue tan odiado Mijatovic en Valencia si se fue al Real Madrid a a ganar títulos y dinero?. Es algo que aún no entiendo no sé si algún valencianista puede explicar porqué se enfadaron tanto por aquello, si hubo algún motivo más que no se hizo eco. Lo digo sin acritud.
Resulta muy curioso que se critique a terceros por lo mismo que haríamos todos los mortales en nuestras ocupaciones profesionales: si nos pagan más dinero o si nos ofrecen un proyecto profesional más convincente que en el que estamos, nos largamos sin dudarlo.
Lanzo esta pregunta a cada aficionado que pueda leer este comentario, analice usted la plantilla del equipo de sus amores y piense cuál de ellos siente de verdad los colores, por cuál de ellos pondría las manos en el fuego… ¿Uno, dos como mucho, es posible que ninguno?
El fútbol dejo de ser un negocio hace tiempo, y un deporte no digamos. Es una multinacional global donde lo único que importa es la audiencia, la rentabilidad, los balances positivos y que el dinero fluya, hacia arriba por supuesto. ¿Figo, Rivaldo, Luis Enrique, Ronaldo…? Por favor….
Orenga lo que hizo fue volver al Madrid. Era de la cantera madridista.
Hola, interesante articulo, como aporte digo que falta el traidor numero 1 del futbol chileno, que se fue de la Universidad de Chile, en tiempos de crisis, a jugar a Colo Colo, este traidor malnacido se llama Patricio Yanez, ahora es un mediocre comentarista de futbol.