Esta entrevista fue publicada originalmente en nuestra revista Jot Down Smart número 30
Algo no marcha bien con James Ellroy (Los Ángeles, 1948). Uno se aproxima a él encogido ante la inminencia de la dentellada, el insulto o el ladrido. Su temperamento de tipo malencarado es tan legendario como su literatura. Décadas boicoteando entrevistas lo atestiguan.
Pero Ellroy parece manso. Es una trampa, qué otra cosa puede ser. Estrecha la mano y esboza algo que, con mucha voluntad, podría computar como sonrisa. Su camisa —la misma aberración que ha vestido cada vez que visita España— indica que lo que sucederá a continuación seguirá escrupulosamente el guion preestablecido: Ellroy se mostrará cruelmente grosero y cambiará las reglas del juego, convirtiendo al periodista en el protagonista del encuentro. Después, el plumilla malherido glosará en su crónica cómo el demon dog de la literatura negra le humilló y le echó a patadas a los pocos minutos de abrir la boca. El éxito, en este rodeo, se mide por la cantidad de embistes que puedan soportarse antes de estamparse contra el suelo.
Pero hay fisuras en el modus operandi. Ellroy, esta vez, se queda con un protagonismo que le pertenece y que privará a su interlocutor de una cicatriz que exhibir como trofeo de guerra. No muerde, pero sí ladra a ratos. Especialmente cuando se bordean los límites y el depredador se ve en la obligación de recordar que aún está al acecho: está prohibido hablar de política actual, de su apoyo a Trump o de cualquier asunto que rebase las páginas de sus libros. No trae uno nuevo bajo el brazo, sino que viene a llevarse el galardón Pepe Carvalho 2018 de novela negra. Le importa poco y no lo imposta. Ha dejado de colarse en casas para robar bragas, de drogarse, de despertar en la cárcel, de escribir para Hollywood y de soñar lascivamente con el cadáver de su madre en una cuneta. Dice que lo de enfant terrible de la literatura se le queda estrecho. Y lo dice haciendo grandes pausas, masticando cada sílaba, arrastrándola. Al contrario de su prosa, que ametralla.
Ellroy aullará al despedirse, como un tierno cachorrito requiriendo carantoñas. Será él mismo quien solicite una foto y se ofrezca a firmar Mis rincones oscuros (Literatura Random House). El reloj podría darle la razón cuando afirma que ha cambiado: la entrevista no concluye abruptamente.
Pero es una trampa. Definitivamente, algo no marcha bien con James Ellroy.
Solemos regalar un ejemplar de la revista a los entrevistados, el último. Pero a usted le hemos traído un número antiguo de la trimestral, donde le entrevistamos cuando publicó Perfidia, hace dos años.
[Lo coge y lo suelta sobre la mesa] No lo quiero, aunque me lo llevaré para mi archivo. No me gusta verme ni leerme en las entrevistas.
¿Por qué?
Porque no. ¿Fui desagradable?
Bastante.
[Asiente]
¿Se siente poderoso sabiendo que tiene enfrente a alguien aterrorizado?
[Ríe] Supongo, sí.
Es curioso cómo ha cambiado su actitud hacia los medios de comunicación. Cuando reabrió el caso del asesinato de su madre se mostraba amable, porque necesitaba de su altavoz para recabar pruebas. Después de eso se volvió esquivo y malhumorado con ellos.
Generalmente, se debe a una acumulación. Cuando concedes una entrevista sobre un nuevo libro, sabes qué es lo importante para ti y qué no lo es. Y sabes dónde te están llevando con ciertas preguntas, y todos acaban en el mismo punto. Así que sí, me volví más problemático con los medios. Pero ahora también me he vuelto más educado. He aprendido modales. Las giras con los libros suelen ser estresantes, pero, tranquila: ayer dormí bien y hoy estoy relajado. Las preguntas incesantes sobre tu vida personal, la gente de los medios que trata de sacar conclusiones de algo que escribiste con una sensibilidad muy concreta y que no sirve para reflejar nada del presente, todo eso es agotador y mosqueante. Es decir, que la gente de los medios y su insistencia en encontrar una lectura contemporánea en lo que escribo me vuelven loco. Así que tengo esa regla, que espero que ya sepas: nada sobre política contemporánea, nada sobre la América actual, no, nada, nein… Y lo mismo sobre películas: solía escribir para ellas, pero ya he terminado con eso. Te voy a prometer una cosa: voy a ser completamente honesto contigo.
De acuerdo, entonces, ¿por qué se ha vuelto ahora más educado con la prensa?
Porque soy más mayor, soy una eminencia sinvergüenza pero no una eminencia gris. O ahora no quiero serlo, porque, en ese sentido, he avanzado. Ya no quiero que la gente esté asustada. ¿Lo estás?
Aterrorizada.
¿Por qué?
Porque parece que en las entrevistas somete usted a los periodistas a una especie de examen de inteligencia, de lectura y de ocurrencia.
[Sonríe, o algo parecido] No voy a decirte que no tengas por qué, es lógico. A mí me gustaría hablar de Perfidia, que es el último libro que he escrito, pero veo que tienes ahí Mis rincones oscuros. Han pasado veintitrés años desde que lo escribí… aunque entiendo que ahora tenga interés, porque lo habéis republicado en España.
¿Cree que, en cierto modo, ha tomado la senda opuesta a muchos escritores? Cuando van ganando prestigio y cumpliendo años, se vuelven más ariscos con la prensa. Usted directamente empezó así.
Sí, es probable. Sé que es eso lo que me ha ocurrido, tengo una corteza muy dura. Soy singular en todos los sentidos, no hay nadie como yo.
Una de las cosas impactantes que ocurre cuando se lanza a investigar el asesinato de su madre es la cantidad de llamadas que recibe en el contestador habilitado para recoger información. Y no tanto la cantidad, sino el tono: historias de abusos familiares escalofriantes, gente denunciando a conocidos… ¿Cómo fue enfrentarse a esa oscuridad?
Lo que me entristeció más fue la cantidad de llamadas de mujeres acusando a sus padres, tipos que abusaron de ellas cuando eran muy jóvenes. Me quedé sorprendido de que quisieran colgarles un crimen que sus padres no podían, de ningún modo, haber cometido. Por ejemplo, porque tenían doce años en el momento en el que se cometió el asesinato de mi madre, o incluso cuando no había ninguna similitud física con el principal sospechoso. Él era un tipo delgado, de estatura media y más que probablemente con ascendencia española o italiana, incluso griega. Pero denunciaban a negros, a gente más joven o más vieja… Era duro decirles que no tenía nada que ver. En algún momento me di cuenta de que era improbable que pilláramos al tipo.
¿Renunció?
No, simplemente me di cuenta de que probablemente no íbamos a dar con él. Han pasado cincuenta y siete años, cuando me puse a investigar el caso creo que habían pasado treinta y seis. Me puse a indagar preparado para lo que viniera, lo que fuera, pero lo único que escuchaba era: «No, no, no, no». El único feedback positivo que conseguía era algo completamente desquiciado, o al menos a mí me desquició. En el momento, sobre todo, me entristeció. Y sobre lo que mencionas, toda esa clase de llamadas que llevaban a ninguna parte, eran gente muy sola y desesperada que buscaban vincularse con algún acontecimiento público. Sentirse relevantes.
¿No cree que podían buscar algún tipo de venganza por lo que habían sufrido? Aunque fuera inconscientemente. Que esos traumas configuraran sus percepciones.
Sí, es cierto. También es justo reconocer que probablemente había algo de eso, en mi opinión.
Afirma que «el crimen es energía masculina mal canalizada».
Sí, las mujeres que comenten crímenes son una apabullante minoría respecto a los hombres que los cometen. Y los que comenten ellas no suelen ser violentos, en comparación. Cada vez que en mi juventud robaba algo, cometiendo esos crímenes «de Mickey Mouse» cuando era un crío estúpido, lo hacía porque estaba jodido o frustrado por algo. Pero también tenía conciencia, y nunca hice nada que estuviera terriblemente mal. Pero los deseos inconscientes de los hombres pueden ser horribles.
Es decir, que el crimen tiene que ver con la frustración masculina, en su opinión. Vincula crimen y género.
Sí, es así. Lo hago porque así lo creo.
Hay un momento en el que expresa lo que el detective con el que reabrió el caso, su amigo Bill Stoner, piensa acerca de este asunto, la naturaleza del crimen. «Los hombres necesitan menos motivos para matar que las mujeres». ¿Lo piensa Stoner o lo piensa usted?
Yo lo creo así también, sí. Quizá utilicé sus conclusiones para decirlo, pero es así. En ese caso, hablo a través de él.
Después, asegura que, a pesar de esa certeza, «no quería ver a las mujeres como una raza de víctimas». ¿Somos una raza de víctimas?
[Reflexiona] Puede sonar provocador, pero creo que al final todo es una cuestión de biología. Creo que las mujeres controlan mucho más sus cuerpos y sus espíritus de lo que lo hacen los hombres. Están más ligadas a ello. Y los hombres están privados de derechos, en realidad no estamos realmente conectados con nuestros cuerpos, estamos más perdidos ante lo que son y suponen nuestros imperativos biológicos. Los hombres que han crecido traumatizados, con una patología, que no tienen conciencia ninguna y solo justificaciones para sus malas acciones son capaces de cualquier cosa. Particularmente los hombres que se consideran agraviados, los que creen que la explicación de su vida se resume en «lo que me han hecho». Tu explicación sobre tu vida no puede ser esa, no puede ser «soy producto de lo que me han hecho», porque entonces te conviertes en víctima.
¿Por qué siente empatía por los hombres detestables?
Bueno, simplemente entiendo el fenómeno de la masculinidad en sus aspectos más oscuros, y en sus aspectos más nobles.
Lo que significa…
Que lo sabemos de una manera profunda, en nuestros huesos, porque compartimos el linaje. El linaje masculino. Eso es todo. Entendemos el imperativo biológico de controlar, de afirmarte.
¿Todos los hombres?
No, no necesariamente. Pero, por ejemplo, Bill y yo particularmente entendemos bien esta fuerza del linaje.
¿Cree que eso es lo que aterra de sus libros? Más allá de la policía corrupta, de la prosa afilada. ¿Que pueda hacer empatizar a otros con esa oscuridad?
Sí, es muy simple: los libros plasman la realidad. Describen la vida criminal en su realidad más absoluta, y también más detallada. Incluso si invento algo, eso posee verismo, y con eso la gente entiende el proceso mental del crimen.
¿Ha conocido a algún policía en su vida que no sufra el «síndrome de Laura»?
Sí, alguno.
Pero algo ha cambiado en su percepción de que «los buenos policías no son buenos para la ficción», porque en el Segundo cuarteto de Los Ángeles sí que hay destellos de bondad.
Sí, he cambiado de opinión respecto a esto. Y no muchos me lo hacen notar, gracias. Hay muchos, muchos policías honestos en Perfidia, como señalas.
Y, por fin, los pensamientos de una mujer, Kay Lake.
Es de las cosas de las que más orgulloso estoy.
¿Qué le llevó a profundizar en su personaje? En La Dalia Negra no tenía tanta dimensión. Era una mujer definida por las obsesiones de los demás.
Mira: Perfidia es mi novela más íntima y también la más larga. De hecho, creo que ella es mi mejor creación. Es una mujer y tenemos acceso a sus pensamientos, porque escribe en primera persona. En el libro es más joven y diferente que en La Dalia Negra, cuando consigue acabar con Bucky Bleichert, al que ama desde hace tiempo. Pero es Bucky quien nos cuenta la historia de la Dalia, ahí está la diferencia. Hay que asumir que Kay no le cuenta a Bucky todas sus aventuras durante la Segunda Guerra Mundial, aunque repito la historia de fondo con Lee Blanchard y el robo, que empecé en La Dalia Negra. La historia completa de ella, su relación con William H. Parker y cómo se convierten en amantes, la cuento en el segundo libro, que estoy escribiendo ahora.
¿No está terminado This Storm?
No, me quedan como dos meses. Y trata, sobre todo, de amistad. Fíjate qué diferentes son los personajes: está Dudley Smith, que es un villano malvado, y descubrimos que es un racista y un adicto al opio que se enamora de una socialite de izquierdas, Claire De Haven, de El gran desierto; también está Hideo Oshida, que es japonés y homosexual… Y luego está el personaje real de William H. Parker, al que odia todo el mundo y yo humanizo, como personaje. Creo que fue un gran hombre, un gran policía, aunque mucha gente esté en desacuerdo conmigo. Elmer Jackson también es un personaje compasivo… Piensa en las decenas de alianzas entre ellos, las amistades. Hay muchos hilos, muchas conexiones, que solo se explican a través de eso. Y hay más de eso en el siguiente libro, que se publicará en abril del año que viene.
Sorprende que viaje durante el proceso de escritura de un libro. Normalmente dice que se recluye, prácticamente, en una cueva.
[Ríe] ¿Me imaginas así [se encoge sobre sí mismo] en una cueva a oscuras, semidesnudo? Porque es exactamente así. Como un animal, como un oso, comiendo la comida de mi perro de una lata.
Hablemos de su relación con Hollywood…
He acabado con esos capullos.
¿Ha acabado del todo? Hay rumores de que James Franco quería adaptar y protagonizar American Tabloid.
Eso es una mierda sin sentido. Ha hablado sobre eso durante muchos años, pero no va a hacerla.
¿Porque no es lo suficientemente valiente para adaptar su material? Esa es la queja que usted suele aducir con las adaptaciones que Hollywood ha hecho de sus libros.
No, James Franco no es lo suficientemente valiente. Esa película se hará en el dos mil nunca. En esa fecha se empezará a grabar.
Dice que tiene una «relación complicada» porque ama el dinero que le llega de Hollywood, pero detesta todo su universo.
Sí, en parte por eso renuncié. Tuve suficiente. Ahora tengo una pensión porque trabajé allí durante veinte años, y se acabó cuando yo decidí que se había acabado.
¿Sin excepciones?
No pienso hacer ninguna excepción.
¿No conserva amistades?
No. Ninguna. Veamos: durante esos veinte años quizá fui cercano con algunos, pero ¿sabes qué? En Hollywood no se hacen amigos. Al menos no para mí.
La frase no es suya…
[Ríe] No, pero podría haberla dicho yo.
Alguna vez se ha quejado de que en España, y en Europa en general, hacemos «más escándalo» con algunas de sus declaraciones. Que siente que todo lo que dice se convierte en controvertido mucho más aquí que en Estados Unidos.
Si haces una declaración política incendiaria en una entrevista, esa es la que todo el mundo cita y cita sin parar. Recuerdo que una vez, en una entrevista en una radio en Barcelona, le dije al presentador que apoyaba la pena de muerte, y él se quedó tan congelado… Todo el asunto de la entrevista se redujo a eso: «¡Ellroy apoya la pena de muerte! Malo, malo, malo» [chapurrea en español].
¿Tiene algo que ver con el hecho de separar personaje y persona? ¿El autor y su obra?
Ah, sí muchísimo. Aquí os cuesta mucho más. Como si os resultara insoportable que gente cuyo trabajo os gusta tuviera opiniones políticas tan contrarias.
De hecho, no sé si habrá leído un artículo sobre usted en la prensa española con ese mismo titular: «James Ellroy, el escritor de derechas que fascina a la izquierda».
No, no lo he leído, porque nunca lo hago. Pero es curioso que se destaquen cosas así. Con internet, ahora todo el mundo se cree que es un crítico literario o cinematográfico. Una de las razones por las que no hablo de política americana actual es porque quiero que la gente rompa con esa manía de buscar relevancia contemporánea en libros de época. No tiene nada que ver con hoy. La gente es muy libre de buscar sus propias conclusiones y hacer sus comparaciones, pero mi intención no tiene nada que ver con la América de hoy. Escribo estos libros que se sitúan en el pasado americano, más específicamente en el pasado de Los Ángeles, y el lector está destinado a habitar ese momento conmigo.
¿Se considera más un escritor de época, o histórico, que un escritor de noir?
Si miras los apartados del libro, la estructura física y el hecho de que están todos en la misma época, verás que tengo razón cuando digo que en el Cuarteto de Los Ángeles original elevo la novela criminal a novela histórica. Y eso es así. Con la Trilogía de los bajos fondos de Estados Unidos (América, Sangre vagabunda y Seis de los grandes) combino la novela criminal, la histórica y también la política. Ahora, con este nuevo cuarteto, partiendo de los personajes originales y los dos primeros cuerpos de trabajo, se trata mucho más de la gente de L. A durante la Segunda Guerra Mundial y se convierte en un romance. A través de eso tienes acceso a una mujer en primera persona, por primera vez en mi carrera, es el libro más íntimo, como he dicho, al menos hasta que se publique el siguiente, donde convergerán las historias de amor más minuciosamente. Se trata de un tiempo y un lugar determinado, con un detalle casi microscópico, porque es la Segunda Guerra Mundial, el conflicto más grande de la historia humana, un conflicto bélico. En Perfidia, toda la acción tiene lugar en veintiséis días. Así que el nivel de precisión es más grande que en ninguno de los anteriores.
El siguiente tiene lugar en México, hay un montón de diálogo, también en español, y además hay un personaje que fue un fascista real, Salvador Abascal, el líder de los sinarquistas. México, a final de los años veinte y principios de los treinta, con la presidencia de Plutarco Calles y la anterior de Lázaro Cárdenas, estaba dirigido por los comunistas. Asesinaban curas, violaban y mataban a monjas, quemaban iglesias… Abascal, que era un católico, quiso parar todo esto porque había ido muy lejos. No estoy acostumbrado a escribir sobre un país extranjero, aunque sea tan cercano a América.
No sé cómo va a evitar, cuando publique el libro, las preguntas sobre la actualidad y el muro de Trump, tratando el libro de México y Estados Unidos.
Pues ya lo verás. No tengo ni puta idea de México, no sé ni siquiera quién está al mando hoy en día. Solo pienso hablar del país en 1924, de Tijuana y The Blue Fox, y todos esos lugares horribles. De esos nightclubs asquerosos de México. No pienso hablar de nada más.
Ha dicho antes que su mejor personaje era Kay, un personaje femenino. ¿Necesitó ayuda para escribir sobre sus pensamientos?
Tomé la decisión de que Kay escribiera un diario y supe que, si quería profundizar en ella, me faltaría algo. Helen, mi exmujer, que ahora es mi novia, me ayudó. He vuelto con ella y me he mudado a Denver para estar juntos. Helen también piensa que Kay es mi mejor personaje, la ama.
Pero no es ella.
No, yo inventé a Kay.
¿Por qué esa insistencia en buscar en quién se inspiró para sus personajes de ficción?
Sí, es cierto yo tampoco lo entiendo, es como si la gente no quisiera oír «me inventé ese personaje». Con Dudley Smith pasa lo mismo, me preguntan constantemente: «¿Conociste a algún irlandés?». ¡No! ¡Me lo inventé! ¡Me lo inventé! Muchas veces, cuando estaba escribiendo la trilogía, ni siquiera contestaba a eso, que les den. Porque tiene una base histórica, con el asesinato de Kennedy y de Martin Luther King y todo eso. Hay muchos hechos históricos en Perfidia, porque se encuadra en los primeros días del ataque de Japón. Es muy preciso en lo que tiene que ver con esos primeros compases, pero el libro está contado en tiempo real. Sobre una ciudad que en 1941 estaba aterrorizada por el inminente ataque japonés, porque ya habían atacado Pearl Harbor y teníamos miedo de lo que ocurriría en Los Ángeles. Y en esos momentos la gente se iba de fiesta, tenían affaires, se entregaban a lo más básico, porque temían que los japoneses mandaran la ciudad a la mierda. Eran unas juergas increíbles, con opio, e incluso Dudley Smith tuvo un affaire con Bette Davis…
Dice siempre que no le interesa el presente, que usted habita la época que es el presente en sus libros. Para nosotros hoy es 29 de enero, ¿qué día es para usted?
Te voy a decir la fecha exacta: el 1 de marzo de 1942. El libro nuevo empieza el 29 de diciembre, así que ya sabes cuánto llevo escrito. Ahora estoy atrapado en esa fecha, porque solo hago entrevistas y duermo.
Y recibe premios.
Sí, eso también. Me encantan.
¿Aunque no sepa quién es Pepe Carvalho, el detective que da nombre al premio que va a recibir?
No es el premio Nobel, pero está muy bien. No sé quién es, es cierto, pero sé que recibiré dos millones libres de impuestos, y con eso me basta, porque [habla en español] ¡yo soy el perro malo y feo!
Aún no lo había dicho, empezaba a pensar que no era usted mismo. Está a punto de cumplir los setenta, cuando tenía sesenta y siete dijo: «I want to burn all of America and send everything to hell» («Quiero quemar EE. UU. y mandar todo al infierno»). ¿Cómo va el plan?
[Ríe] No me refería a quemar el país, sino a incendiar el panorama literario, de mandar todo al carajo.
¿Y lo ha conseguido?
Quién sabe. Estoy tratando de crecer, pero a la vez me niego a envejecer. ¡No pienso hacerlo! No, no, nein [grita]. Quiero mantenerme joven y sano porque quiero escribir cinco grandes novelas más. Este es el segundo libro del Segundo cuarteto y hay dos más. Y luego quiero escribir otras tres novelas más que compondrán la Segunda trilogía de los bajos fondos de EE. UU.
¿Un libro al año?
En años alternos, porque fíjate en el tamaño de mis obras. Si quieres libros pequeños, lee a otro.
Alguno de sus personajes se enfrenta a terapias de alcohólicos anónimos, a tratamientos de rehabilitación, por los que también pasó usted. Pero cuando habla de los de sus personajes, subyace cierta negatividad e incredulidad acerca del método, especialmente en Mis rincones oscuros. Da a entender que le parece inútil juntarse en una habitación con gente y contar sus problemas, aunque fue útil para usted.
Sí, yo sí creo que son útiles, pero tienes razón en que quizás transmití esa sensación. Lo experimenté en mis carnes. Cuando escribí Mis rincones oscuros, quería contar mi historia. Aunque no revelé la magnitud real de mis traumas con el alcohol y las drogas, porque quería superar eso. Pero el tratamiento salvó mi vida. Quizás he sido parcial, pero a lo largo de mi vida he sido un demonio… Y aquí estoy: afortunado, sano y haciéndolo genial. Quiero contarte algo sobre mis propios recuerdos y su relación con la edad y el paso del tiempo. Hace treinta años, o treinta y uno, tenía una novia en Nueva York que se llamaba Glenda. Tenía un plan: casarme con ella, tener tres hijas y vivir en una gran casa en Connecticut, con un par de perros. Pero ella no quiso, me dijo: «Tenemos algo ahora mismo, pero no pienso casarme contigo, olvídalo. Que te den». Así que un día estaba tomando café en el West Village, en una pequeña pastelería italiana, comiendo esas deliciosas galletitas de almendra, y empecé a pensar: «¿Sabes qué? En treinta años ni siquiera recordarás a Glenda, ni siquiera su nombre. Te importará una mierda que no se quisiera casar contigo en el 78».
Pero sí la recuerda.
Sí, pero te cuento esta historia porque pensaba que existía un sentido de la memoria, que la memoria se desvanecería, pero no, no. Es solo experiencia y recuerdos y es tan nítida como siempre lo ha sido. Pero tengo una gran retentiva para sacar cosas de ahí, y soy más preciso que nunca. Es maravilloso cómo la vida puede girar y volver a su lugar, y cómo me doy cuenta de qué equivocado estaba hace treinta años.
Si no recuerdo mal, dedicó Jazz blanco a «Glenda Revelle», con una cita de Joseph Conrad. ¿Es ella?
Sí.
Pero en A la caza de la mujer, su otra autobiografía, habla de las mujeres que pasaron por su vida. O, más bien, de las mujeres por las que usted pasó «como un tornado». Dijo que lo hacía para «honrarlas». De algunas dice el nombre, de otras se lo reserva. ¿Es Glenda una de ellas?
Lo es, lo es. Bien visto. Quizá ahora vive en Connecticut con tres hijas, que no son mis hijas. Y dos perros. Pero, recuerda: yo soy el perro.
Ya ha acaparado suficientes titulares con eso. Y también con lo de que es el mejor escritor vivo.
[Ríe] Sí, sí. «Ellroy dice, Ellroy dice» [en español].
Ellroy dice que los americanos son mejores en el jazz, las películas y la novela policiaca.
¿Yo he dicho eso?
Sí.
Pues será porque lo creo.
¿Es por eso que limita sus lecturas a escritores estadounidenses, en su mayoría?
Si vas a preguntarme por qué no leo a escritores europeos, te diré que es porque creo que esos libros son horribles: Los hombres que no amaban a las mujeres y todas esas mierdas. Todo eso de Jo Nesbø y asesinos en serie, headchoppers, maniacos del rock and roll… Toda esa depresión noruega, perversión, alcohol… [gesto de asco] Toda esa mierda es ridícula.
No es la primera vez que deja claro que detesta el tipo de literatura de Stieg Larsson. Pero sorprende la mención a Jo Nesbø, porque con él ha tenido encuentros muy cordiales. En España, sin ir más lejos.
Sí, sí, Jo Nesbø me gusta, le he leído y es un tipo fantástico. ¿Y sabes qué? Que no conozco ningún escritor español. Quizá estoy equivocado y quizá haya aquí en España cinco autores que son iguales o mejores que yo, no lo sé.
No creo que me esté pidiendo consejo sobre esto…
Al contrario: ¿quién es el mejor aquí?
Bueno, eso es subjetivo. ¿Vivo o muerto? Quizás podría empezar por Manuel Vázquez Montalbán, el autor por el que le entregan el premio.
Apuntado. Mándame más.
Al margen de eso, ha dicho algo sobre los escritores nórdicos que quería preguntarle. En todos sus libros expresa su desprecio hacia la concepción de los serial killers. ¿Cree que son un producto de la cultura popular más que una realidad?
Quizás haya cuatro asesinos en serie en Estados Unidos ahora mismo.
¿Cómo lo sabe?
Lo he leído en las estadísticas. Pero, bueno, digamos que hay veinte. Nunca te toparás con uno, es estadísticamente improbable. Hay una realidad construida sobre los asesinos en serie y las características horripilantes que poseen: la pérdida extrema, las mutilaciones sexuales… Es chocante leerlas, y hace que los asesinos en serie florezcan como buenos adversarios para los tipos buenos. Así tienes al brillante policía contra el brillante asesino que hace el mal, y eso se perpetúa, y se perpetúa, y se perpetúa… Y ahí tienes Los hombres que no amaban a las mujeres, que es una mierda, o Thomas Harris con El dragón rojo, que es su mejor novela y la mejor de las historias de Hannibal Lecter. Está brillantemente escrita, pero son absurdos, y quizá yo sea el primero en decirte esto, y me da igual. Pero siento como si hiciera retroceder la ficción criminal estadounidense tres décadas. Y ocurre lo mismo con las películas.
¿Y qué ocurre si al final descubre que su madre fue asesinada por un asesino en serie?
Que tendré que reescribir Mis rincones oscuros. Lo llamaré Mis rincones oscuros 2. [Ríe]
¿Piensa en volver a escribir autobiografías o planea quedarse en la ficción?
Si vivo lo suficiente para acabar los libros que ya tengo en mente, esos cinco, creo que sí lo haré. Escribo lo más rápido que puedo, créeme. Pero, para ser honesto, tampoco tengo muy claro qué es exactamente lo que voy a hacer.
Usted, según sus palabras, es un «exhibicionista emocional», en ese tipo de libros gusta de exponerse, de demandar atención. ¿Está eso relacionado con el hecho de que su madre fuera todo lo contrario, un ser hermético al que nadie conocía realmente? ¿Es una reacción consciente?
Sí, parcialmente es por eso, aunque sea inconscientemente. Siempre he intentado llamar la atención. Al principio solo era un estúpido, enorme, insensible y antihigiénico chaval, y solo quería que las mujeres me hicieran caso, tener novia. Pero nunca hice nada como debía hacerlo. Ahora que sí hago esas cosas bien, me gusta llamar la atención sobre mí. ¿Quieres oír la verdad o no? Porque estás poniendo una cara muy rara.
No, solo estoy sorprendida por su sinceridad.
De acuerdo. Pero creo que tienes razón en que todo está conectado, aunque nunca podré estar seguro. Sé que he pasado mi vida reaccionando a mi madre y mi padre, eso es así. Soy muy ambicioso porque mi padre no tenía ambición en absoluto, aunque sí otras grandes cosas.
¿Su gran miembro?
[Ríe] ¡Sí! ¡Casi un metro! ¡O dos! Cuando se estaba muriendo, las enfermeras se llamaban entre ellas y le levantaban la sábana para sorprenderse mirando su polla. Era enorme.
¿Sabe quién es Margaret Atwood? Porque vive en el presente.
Sí, sé quién es.
Ella dice: «Estar interesado en un escritor porque nos gusta su libro es como interesarse por el pato porque nos gusta el foie-gras». ¿Qué le parece?
Creo que nuestra relación con la literatura es más profunda que nuestra relación con la comida. Creo que Mrs. Atwood no tiene razón en absoluto, menuda tontería.
Salvando las distancias sobre la comparación, creo que ella se refería más bien a eso que comentábamos antes de separar artista y persona. Por ejemplo, usted es un amante de Beethoven, ¿no ha sentido curiosidad por saber más de su vida personal?
[Medita] Beethoven es tan grande, y tan influyente… Sí, es posible que haya estado interesado. Cuando tuve la crisis nerviosa que describí en A la caza de la mujer, desarrollé una fijación con la poeta muerta Anne Sexton, porque amo su poesía. Así que leí una biografía sobre ella, y fue suficiente. Probablemente no leeré otra biografía de un artista nunca más.
¿Por qué?
Porque es mejor disfrutar su arte sin barnizar.
¿Hay que ser un narcisista como usted para ser escritor? ¿Conoce usted alguno que no lo sea?
Te he prometido que no te voy a mentir, así que, allá va: tan egocéntrico como soy, en el fondo, no soy tan tremendamente egocéntrico para los parámetros en los que nos movemos los grandes escritores. Si estuviera tomándome un café contigo, y no estuvieras entrevistándome, no me pondría a hablar de mí, sino que te haría preguntas sobre tu vida y tu mundo. No soy tan ególatra. Cuando salgo con amigos no hablo casi sobre mí mismo, y desde luego no hablo sobre mi carrera. No me gusta. Pero hay mucha gente, sobre todo escritores, que solo saben hablar de sí mismos todo el puto tiempo. Yo no.
Quizás ahora no sea así, pero en Mis rincones oscuros describe cómo hacía un buen tándem con Bill Stoner precisamente porque él suplía su incapacidad de escuchar a los demás. Parecía que tenía un tremendo problema de ego.
Sí, pero me he vuelto mejor persona con el tiempo. Como el vino. Como el vino barato de los borrachos [en español].
Está sobrio ahora.
Completamente.
¿Qué es lo peor de vivir en el pasado?
[Medita largo rato] Puedo tener muchísimo mal genio sobre cómo es el mundo hoy en día, me llevan los demonios. Me desenvuelvo mal con tanto ruido, si veo un grupo de gente joven en un Starbucks, todos inclinados sobre sus dispositivos electrónicos, y pienso que esos mismos dispositivos no existían en 1942… Yo ni siquiera tengo teléfono, al margen de la línea fija, que raramente contesto, y no uso el ordenador.
¿Cómo se comunica con el mundo exterior, con su novia, sus amigos?
Tengo un asistente, al que pago maravillosamente porque tengo dinero, que es quien se encarga de esas cosas. Suelo prestar dinero a la gente y la trato bien. ¿Necesitas dinero?
Le recomiendo que no haga esos ofrecimientos mientras esté en España. ¿Sigue emocionalmente hambriento, como ha dicho alguna vez?
No tanto como solía estarlo, no.
Como hemos comentado antes, cuando reabrió la investigación sobre su madre concedió un número demencial de entrevistas, participó en documentales… ¿Acabó quemado con los medios por eso? ¿Sirvió de algo?
Conté la historia del asesinato de mi madre una media de seis mil veces, visité el lugar donde encontraron el cuerpo otras tantas, con cámaras, con periodistas… Esta es mi última entrevista en Madrid antes de que me marche mañana a Barcelona, y trata sobre mis libros, pero es algo aislado en esta semana en España, que es un país que me gusta particularmente. Pero después de tres semanas, cuatro semanas, cuatro países… Es lo mismo una y otra vez. Es como si todo el mundo girara en torno a lo mismo: la locura de tu propio ego. Nadie te deja esconderte y ser un ser humano que no tiene que hablar constantemente de sí mismo. Pero, si quieres vender libros, ayudar a tu editor y expresar gratitud a tu editorial por publicarte, haces este tipo de giras. Está bien, en el fondo.
¿Cómo se siente hablando de su madre hoy en día?
Ahora mismo está bien. Vuelve a preguntármelo en una semana, o en varios meses, o el año que viene, cuando lance mi nuevo libro y volvamos a hablar.
De acuerdo. ¿Volverá a España entonces?
Por supuesto. Y espero que para entonces le hayas contado a la gente que no soy tan hijo de puta.
Va a ser difícil. No tiene muy buena prensa, y sí un gran historial de entrevistas boicoteadas.
Bueno, pues difunde la palabra. Ahora mismo quiero infundir amor.
¿Se ha aburrido de dar miedo?
Algunas veces sí. Pero es que la realidad es que soy un tipo estupendo. Lo siento por todo aquello, pero… ya sabes, el demon dog.
Ahora parece más un cachorro.
Es que yo solo aprendo por las malas. Tengo que pasar por el camino equivocado durante mucho tiempo antes de cambiar. Pero, al final, siempre digo la verdad. Quiero decir, tarde o temprano. Llego a la verdad sobre las personas desde el otro lado, desde la oscuridad. Perfidia es un libro desgarrador que no podría haber escrito hace diez años. No habría sido yo. Así que ese libro me ha liberado más que cualquier otra cosa lo ha hecho. Incluso más que el que escribí sobre el asesinato de mi madre.
Pero dijo que ese le salvó.
Me salvó entonces, sí, pero no es una novela. Si no escribo una novela… ellas son mi liberación, mi llave maestra. No puedo ver cuán lejos puedo llegar, o he llegado, a no ser que escriba una novela.
Considera que ha sido dotado con «el don de la palabra», como una especie de contrapartida por una primera parte de su vida muy dura.
Sí, mi don es la palabra, y mi novela es the word as the world sounds. Siempre trato de inventar un lenguaje y reinventar un lugar, ir más profundo. Es fuertemente espiritual, aunque sorprenda eso en mí.
Bárbara Ayuso,la verdad estoy sorprendido de descubrir la otra faceta del escritor. Se me hace que le gusta demostrar su ira porque en el fondo es un tipo sensible con miedo.
Felicidades Bárbara, gran entrevista. Se nota el trabajo previo, y gran trabajo igualmente interpelando. Rápida de ideas. Un placer leerte
Genio y figura sin duda,lo de que no tiene movil o no usa Internet y paga a una especie de becario para tenerlo al día es absolutamente delirante y bueno también he de reconocer que me parece bastante prejuicioso y con dejes de extrema derecha bastante acentuados.
Qué extraño personaje. Y qué título ambiguo de artículo ya que el entrevistado es el primero en contradecirlo. Pensé que en cualquier momento agredía a la periodista. Privilegios de la genialidad.
Magnífica entrevista, se nota que domina el material. Estoy seguro de que Ellroy se acojonó.
James Ellroy… recuerdo haber leído en los noventa su primera novela (Réquiem por Brown- 1978) sin saber absolutamente nada de él. Me pareció estupenda, tuve la sensación de estar ante algo que prometía mucho. Fuí a ver L.A. Confidential, y me entusiasmó la película, por lo que decidí lanzarme de cabeza a la lectura del libro. ¡Enorme decepción! Si alguien no pudo acabarla, yo no conseguí leer más allá de treinta páginas. Esas frases sincopadas con tan poca sustancia, ese estilo nervioso, que se contagia al lector al tiempo que lo sume en el aburrimiento…
Lo intenté tiempo después, con Mis rincones oscuros y ocurrió lo mismo. Desde entonces, no he vuelto a leer a Ellroy, aunque estoy seguro de que se harán grandes films basados en sus relatos.
Pues yo empecé con «America» y si algo me cautivó fue esa narrativa vertiginosa y ágil, que hace que pases las páginas sin darte cuenta y devores el libro con una rapidez pasmosa. A partir de ahí, ya fue investigar en su obra y el cuarteto de Los Angeles, entre el que está «L.A. Confidential», cayó de la misma manera.
De hecho, me ha entusiasmado tanto esta entrevista que pienso volver a meterme en su retorcido universo y volver a releerme ese cuarteto… antes de empezar «Perfidia», que aún no he catado.
Buena entrevista.
La enésima entrevista en la que Ellroy «demuestra» lo gamberro y malomalísimo que es…Con la complicidad del entrevistador, absolutamente entregado al espectáculo previsible y repetido por toda la prensa. Se ve que de literatura no apetece hablar.
Invariablemente, cuando el personaje-escritor se antepone a su obra literaria sabes que la segunda es intrascendente…Gracias Jotdown por darnos la pista.
Es tan malo, que hace bueno a Cormac McCarthy…
James Ellroy es en sí mismo uno de sus personajes. Y «boutades» aparte, no hay color entre la altura como escritor de Montalbán y la suya. Entre ambos media, no un abismo, sino la mera literatura
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