La escena ha sido discutida en múltiples ocasiones por todo aquel interesado que se precie en la historia del siglo XX. Los Estados comunistas fracasaron a la hora de alcanzar el socialismo y presentaron terribles déficits en derechos humanos. Pero, a la hora de caer, cuando estos regímenes empezaron a ser desmantelados, ¿merecían que la banda sonora fuese de David Hasselhoff? Cuando se echó abajo la construcción más elocuente del comunismo europeo, el Muro de Berlín ¿se merecían los comunistas que quedasen por ahí que David Hasselhoff con una chupa de cuero con luces y una bufanda con el dibujo de las teclas de un piano les cantase subido en una grúa? Observen el vídeo con atención:
Sin embargo, ojo. No todo fueron vino y rosas. En el momento de clímax de la canción, en el pináculo del éxtasis ochentero, le arrojaron algo, una bengala tal vez, directamente a la cabeza con la intención, como mínimo, de matarlo. Lo mismo hace después alguien que está situado justo debajo. Parecen sincronizados. Recuerda al asesinato de JFK, pero frustrado por milímetros. Todo son incógnitas. ¿Era justo programar esa actuación a los alemanes del este? ¿Intentaron en respuesta acabar con su vida? ¿O acaso ese ataque fue la manifestación de una guerra secreta ocultada por la historigrafía canónica?
Fuera lo que fuese, merece la pena analizar qué tuvo que ocurrir para llegar hasta ese punto. Cómo es posible que un actor famoso por conducir un coche que habla en un telefilm de sobremesa se convierta en el maestro de ceremonias del acontecimiento geoestratégico más importante de la segunda mitad del siglo pasado. ¿Urdiría todo el complot la CIA para echarse unas risas? ¿Casualidades de la vida? Acudamos sin más demora a la autobiografía del personaje, Don’t Hassel the Hoff. Una obra, en otro orden de cosas, de referencia para entender nuestra cultura actual y poder calcular lo que queda para el fin del mundo.
Los Ángeles. Navidad 1986, entrada en 1987. David pasa solo las fiestas. Se ha separado de la actriz Catherine Hickland. Se recupera en compañía de sus seis perros, dos gatos y dos loros. Uno de los loros canta habitualmente «I Left My Heart in San Francisco». Al otro, Captain Ned de nombre, le intentó besar y le arrancó un trozo de labio. Eso es lo que recuerda David de aquella Navidad y así nos lo cuenta.
En cuanto a los negocios tenía programada una actuación en Cannes para presentar su LP Lovin’ Feelings en el Festival de Midem. Un compendio de temas románticos, rollo crooner con portada a lo Bertín Osborne y dos canciones en castellano, «Por Ti» e «Historia De Un Amor», muy útiles para que los grupos de rock españoles que cantan en inglés intenten entender cómo suenan por muchas horas que se hayan metido de academia y veranos en Londres. David iba a tocar dos canciones, pero los de Midem, por lo que fuera, le cancelaron el número sin darle explicación ninguna. Con el corazón roto, atacado por sus loros, se enfrentaba al fracaso en su carrera como solista.
Sin embargo, durante esos días de dolor y soledad, le pusieron en contacto con una empresaria que quería verle. Era una mujer llegada de Austria. Quedaron para comer y David le dejó conducir su Pontiac Trans Am, el coche fantástico, que se lo habían dado en la serie. La señora lo estampó, pero, tal y como lo cuenta, no importó, se fueron al restaurante igualmente. Allí ella le mostró interés por su disco Knight Rocker, plástico que recoge su hit llenapistas de toda discoteca gay «Crazy for You». Hasselhoff, pesimista en ese momento, le dijo: «El disco ha vendido siete copias en Estados Unidos, mis padres compraron tres, yo otras tres y algún un idiota la que quedó». La mujer se quedó sorprendida: «Es número uno en mi país». Y se produjo el siguiente diálogo:
—¿¡De dónde has dicho que eres!?
—Austria
—Austria, guay. ¿Dónde está Austria?
Se lo enseñó en el mapa. David observó que tenía «el mismo tamaño que Rhode Island«, confiesa. Para ese verano de 1987 tenía contratada una gira con la compañía de Grease, para lo cual estaba tomando clases de danza en la cancha de baloncesto que tenía en casa con Patsy, la madre de Patrick Swayze.
Su empresa de management contactó con un promotor austriaco para dejarse de Grease y hacer una gira con sus canciones por Europa. Herbie Fecther, el empresario que mostró interés, puso como condición que llevase el coche fantástico a los conciertos. Consiguieron dos Trans Ams y los enviaron para Austria en barco ilegalmente. Según David, solo «a cambio de unas pocas fotografías autografiadas». Esos rudos estibadores portuarios fans de «Crazy for You»…
Llamaron al teclista Marcus Barone, autor de los arreglos del álbum, para pregrabar el show entero. Contrataron al guitarrista Dani McBride, tres músicos más y Patsy Swayze preparó unas coreografías para David y dos bailarinas. Los primeros ensayos en Europa fueron en Graz. Allí se unieron Bettina y Sabrina, dos coristas. En el primer bolo, acudieron diez mil personas. Petó. El merchandising se agotó antes de abrir las puertas. El promotor, recuerda David, le dijo: «¡Hay más gente que en los Rolling Stones!»».
En mitad del concierto, con efectos de niebla, se veía la famosa luz del coche fantástico e irrumpía el vehículo conducido por un señor alemán agachado. KITT entablaba conversación con el público. Las masas, entregadas, gritaban «Te queremos, KITT». El señor hecho un ovillo en el asiento del conductor contestaba en alemán con un micrófono: «Yo también os quiero». Las gentes tocaban el cielo.
Durante la gira, David se quedó con muchos detalles singulares de Austria, pero solo cita uno. En cada parada que hacían, Bettina y Sabrina se metían desnudas en la sauna del hotel. Él las tenía que acompañar «por educación». Denomina austrian etiquette al fenómeno.
En un concierto cerca de Viena, mientras el público estaba coreando «Da-vid, Da-vid», un enfermero se le acercó y le dijo que había ido a verle un niño que se estaba muriendo. Es un tanto inverosímil el relato, pero así lo cuenta. El chaval había sufrido quemaduras en el 90% de su cuerpo tras un accidente. El enfermero le comunicó a David que el crío no iba a vivir más de esa noche, pero que como tenía entradas para el concierto había pedido como último deseo que le llevasen a verlo. Ahí estaba. David le dedicó el show, cuenta que el crío estuvo todo el espectáculo despierto. Él mismo se acercó a comprobarlo varias veces, hasta que ocurrió lo inevitable: «Para ese chico yo era su héroe, Michael Knight, pero no pude salvarle, murió al día siguiente».
Algo similar ocurrió en Innsbruck. Una niña, Martina, con fibrosis quística, llevaba seis semanas sin hablar. Iba a morir, pero David cogió su mano y ella de repente habló. Dijo: danke. Los médicos no se lo podían creer. «Éramos testigos del poder del amor», sentencia el hombre todo pichi en su libro. Siguieron intercambiando cartas durante los seis años más que siguió con vida.
La gira, no obstante, concluyó de mala manera. David cuenta que le había dicho a un feriante austriaco que el Trans Am que tenía no era el auténtico y el hombre le denunció por difamación. La policía se presentó en el hotel para detener a David, pero su troupe logró distraer al agente con, por supuesto, fotos autografiadas. Acordaron que el policía se haría el sueco en el vestíbulo y la estrella escaparía por el tejado del hotel y desaparecería por la frontera alemana. Si te lo crees, tú verás.
Una vez en Alemania, casualmente, le llamaron para actuar en televisión. Se cascó «You Have Lost That Feeling» e «Historia de un amor». (Disfrute de esta última, que es entera en la lengua de Cervantes). La juerga siguió por Suiza, Grecia, Suecia, Portugal, los países del BENELUX y todo ello en hoteles sitiados por mujeres, todo el rato firmando autógrafos. Escribe que la gente le decía «gracias por existir».
El periplo terminó en Las Palmas, donde se echó una novia egipcia que no vuelve a mencionar. No terminó de estar a gusto en Canarias, comenta que vio que la gente se ponía demasiado ciega, en especial, anota, los finlandeses, y aprovechó para planear una escapada a Casablanca, que vio que pilla cerca, y le parecía un must. Sin embargo, el exotismo y el glamur del clásico del cine no supo percibirlo, a juzgar por su reacción. Califica la ciudad marroquí de «un infierno», «inmunda» y «repugnante vertedero».
No había ni llegado cuando decidió darse la vuelta e irse, pero los guardias del aeropuerto, borrachos, le pidieron una mordida. De nuevo escapó con sus poderes mágicos, sacó una revista donde estaba en la portada y les dijo que no sabían con quién estaban hablando. De pronto, señala, todos querían un autógrafo. Con las coñas perdieron el vuelo, pero esperando el siguiente, en el aeropuerto, dice que se sintió un poco como en Casablanca, la película, que era lo que buscaba. Enhorabuena.
En el siguiente avión explica que se subieron un montón de militares fuertemente armados y obligaron al piloto a cambiar el rumbo. No sabían dónde iban. Confiesa que estuvo tentado de ofrecerles autógrafos, pero se echó atrás. Podía poner en peligro la vida de su amigo si no se lo tomaban bien. Estuvieron callados, el avión aterrizó en Luanda, descargó a los mercenarios y por fin tiró para Canarias. Al llegar, recuerda la sensación de alivio: «Nunca me he sentido más feliz de ver un grupo de caza autógrafos italianos». Un día movido.
Su siguiente parada fue Sudáfrica, esta vez le contrataron para filmar una película. En su hotel se hospedaba el actor Oliver Reed. Por lo visto, este profesional del celuloide, por las noches, completamente borracho, saltaba desnudo de balcón en balcón por las habitaciones del hotel. Un número a lo Tarzán. David quiso conocerlo, amaba su trabajo en Women in Love, pero le expulsaron del lugar prácticamente a patadas y no pudo. Lástima.
Durante una entrevista con un periodista afrikaaner que le preguntaba por su divorcio y frivolidades, le contestó que le daba pena cómo se trataba a los negros en Sudáfrica. El plumilla replicó que el Apartheid era un mito inflado por la prensa, que no existía. Y justo en ese momento, casualidad de casualidades, oyeron un ruido y es que habían matado a un negro en el hotel. Un trabajador que estaba protestando por sus condiciones laborales. En ese momento dio por concluida la entrevista, recalca. Como si haber continuado hablando de su divorcio con el cadáver del trabajador negro tirado en el suelo hubiese sido normal.
La película que rodó fue Final Alliance, aquí Reto final. Él mismo la califica de ridícula, pero no le dejó mal sabor de boca porque allí se enamoró de una sudafricana de veinte años, Patricia Lewis. Le invitaron a un pase de modelos en el hotel y entre las modelos desfilaba ella. Muy típico. Era gimnasta y una «cantante nefasta», escribe con segundas, luego veremos por qué. Alquilaron un coche para ir de safari, se le caló y lo destrozaron los ñues. A mí no me miren, es su vida.
De vuelta a Los Ángeles, con el comunismo internacional temblando tras este tour intercontinental de David Hasselhoff, le llegó el primer guion de Los vigilantes de la playa. Al principio se contrarió, se conoce que algo hiere su sensibilidad en el texto, y rechazó la oferta: «Básicamente es El coche fantástico en bañador», se dijo. Aunque no especifica si creía que eso banalizaba El coche fantástico, una saga entre la nouvelle vague y el cinema verité.
Sus mánagers al final le convencieron y rodó el piloto un 4 de enero de 1989. Fueron dos horas con cuatro millones de presupuesto. La producción iba a tope. Junto a las conocidas playmates que participaron, este primer capítulo se grabó en Malibú, en la misma California. Posiblemente uno de sus trabajos más duros. La playa, escribe, estaba llena de jeringuillas, heces y basura. Todo el equipo se cogió un virus en el estómago y el rodaje se tuvo que trasladar a Hawái. Allí filmaron más limpios, pero con un equipo de submarinistas armados que vigilaban la orilla para que un escualo no se llevase la pierna de nadie entre los dientes.
No terminaba de confiar en esta serie cuando le propusieron grabar una canción popular alemana, «Auf Der Strasse Nach Suden», que con la letra en inglés se convirtió en «Looking for Freedom». El KGB no contaba con su astucia. El single lo lanzó en Alemania BMG Ariola en marzo del 89. Presentó el tema en un show de variedades de televisión en el que también estaba Tom Jones. El encuentro entre estos dos genios se saldó llevándose ambos a veinte bailarinas a la piscina del tejado del hotel. Lo cuenta tal cual.
La escena la completa su mánager, que se jugó bebiendo con un periodista poner a David en la portada de su publicación, a ver quién tumbaba a quién. Cayó a peso muerto el mánager, pero el periodista, admirado por su pundonor, dijo que le daba igual y que le pondría igualmente en portada. Hasselhoff observó el espectáculo yendo y viniendo, relata, de la piscina, donde se «da besos» con las veinte bailarinas.
En la portada puso «¿Quién es este David Hasselhoff? Desde los Beatles no ha pasado nada igual en Alemania». Al día siguiente vendió diecisiete mil copias de «Looking for Freedom». Tras el siguiente concierto, veintisiete mil. Pasó del 220 en las listas al número 1 en pocas semanas. Pero no tenía disco para respaldar el single, así que escapó a los Alpes con su equipo, a Kitzbühel, a grabar trece cortes a toda prisa. Añadió títulos en francés, otro en italiano y un estribillo en castellano para una original canción titulada «Torero – Te quiero». Digamos que Modern Talking al lado de esto es Van Morrison con toques de Nick Drake.
A aliviarle en las duras jornadas de trabajo en la montaña acudió su novia sudafricana, Patricia. Según él mismo cuenta, para el reencuentro se la llevó a la sauna, y le guiña un ojo al lector, aludiendo a que eso era austrian etiquette. Sin embargo, a los pocos días se encontró con ambos fotografiados por un paparazzo en portada de la revista Bunte. Traición. Ella no estaba enamorada de él, explica, lo único que quería era ser una estrella a su costa. Se conoce que no le quería por su interior, como las veinte bailarinas de la piscina del hotel del día anterior. Se separaron. Aunque omite que ella al final sí consiguió hacer carrera sacando un par de discos también en BMG-Ariola, discográfica siempre atenta a las vanguardias de nuestro tiempo. Años después, reconciliados, han grabado juntos duetos de exquisita sensibilidad.
El 23 de abril de 1989 se estrenó Los Vigilantes de la playa. La mejor crítica la calificó de «la mayor idiotez de la temporada». David, al leerlas, tranquilizó al equipo. Les explicó que pasó lo mismo con El coche fantástico. Les avisó: «Esta serie va a durar años». Efectivamente, el piloto metió un 36% de share y NBC encargó doce episodios. Convencido por fin de su calidad, defendió la serie ante la prensa. Argumentó que no estaba bien reírse de ella, que se trataba de una serie sobre gente dedicada a salvar vidas, que merecían un respeto, que eso era algo muy serio, y cómo van a hacerlo si no es en bañador, concluyó. Y para que vean ustedes lo justo que es el mundo, el tiempo le dio la razón y la serie hizo historia.
En dos años había pasado de estar en casa solo, devorado por sus propios pájaros, a tener una serie en el prime time y un hit, «Looking for Freedom», número uno ocho semanas en Alemania, donde vendió más de un millón de discos. En las memorias presume de que el single se había convertido en un himno a un lado y al otro del Muro. Cierto o no, la prensa de variedades de la Alemania comunista se interesó por él y le invitó al Grand Hotel de Berlín Este para hacerle una entrevista.
Es el hotel en el que se hospedan los diplomáticos que visitan la RDA, le dijo el periodista, pero a David le apenó que en la calle no se viera el mismo lujo que ahí dentro. Pidió salir a dar una vuelta y el periodista le acompañó. «Pasar de Alemania del Oeste al Este fue como cambiar del blanco al negro», recuerda. Durante el paseo le llamaron la atención los Trabant, que lógicamente no eran como su Pontiac y sufría por esas pobres gentes.
Por la calle se encontró con dos adolescentes que se interesaron por él. Les preguntó que si veían mucho El coche fantástico ¡y no lo conocían! ¡no sabían lo que era! Maldito comunismo, le habían reconocido solo por la canción, que era ya disco de platino. David quedó con ellas para regalarles su disco en persona al día siguiente. Cuando lo hizo, escribe en el libro, les dijo: «Aquí tenéis un poco del sabor de la libertad». Ellas se sintieron abrumadas. Marcado por esa experiencia, en su gira por la RFA hizo un número en el que atravesaba un muro de corchopán con KITT que llevaba una inscripción a un lado, una palabra: «Freedom».
Cuando cayó el Muro de verdad él estaba en Kiel. Entró rápidamente en la RDA, ahora que se podía, y estuvo en varias ciudades antes que nadie. Solo recuerda de la experiencia en Leipzig que la lluvia ácida casi le quita la pintura al autobús. No obstante dio algunos bolos por gimnasios y pistas de hockey. En un pueblo, Schwerin, la gente se presentó en el concierto todos con sombreros de cowboy. Es entonces cuando por fin lo suelta, cuando ya no se lo puede aguantar más el hombre. Se lo dejo en inglés, como en el original: «Maybe «Looking for Freedom» did have some influence on the Wall coming down».
Que al menos dejó una huella profunda en Alemania es incuestionable, se defiende a continuación —parece que hay académicos que discrepan de su tesis— porque cuando en la NBA le preguntaron a Dirk Nowitzki cómo podía tener un 90% de acierto, contestó: «En mi cabeza canto «Looking for Freedom» de David Hasselhoff». No hay PhD ni paper que pueda con esto.
El 9 de diciembre se casó en Los Ángeles con Pamela Bach, en la misma iglesia donde lo habían hecho años atrás Ronald y Nancy Reagan. No hubo luna de miel, salió disparado para actuar en Berlín por Año Nuevo. Querían que tocase en el Hilton, pero él dijo que no, que en el Muro o nada. Y ahí le llevaron, a menos dos grados, a actuar subido en una grúa.
Había dos millones de personas en Unter den Linden. Hasselhoff dice que no hace falta ser alemán para emocionarse con ese concierto. Sin embargo al menos a dos personas aquello no les hizo ninguna gracia, ya hemos visto el porqué. ¿Qué hubiera sucedido si los objetos contundentes hubieran impactado en su cabeza? ¿Habría seguido la historia su curso? ¿Habrían aceptado en la Alemania Oriental el Programa de los Diez Puntos si David Hasselhoff hubiese sido alcanzado y su playback hubiese seguido sonando mientras le sangraba la cabeza, o a lo peor, si hubiese perdido el equilibrio por el golpe y se hubiese precipitado al vacío desde la grúa esparciendo los sesos por el asfalto con su chupa de luces todavía encendida? Nunca lo sabremos.
Por lo pronto, David se bajó, le dio un buen trago a una botella de schnapps, cogió un pico, machacó un poco el muro, los trozos que sacó se los metió en el bolsillo y se volvió al hotel. Se los llevó para regalárselos al equipo de Los Vigilantes de la playa, tomándose la molestia de ponerle a cada esquirla una plaquita que decía: «Pequeño trozo de libertad». Lo que harían las playmates con el recuerdo habría que preguntárselo a ellas, pero ahí concluyó la historia del comunismo. En manos de Erika Eleniak, en un obsequio entregado por un soldado de la libertad que dos años antes no sabía dónde estaba Austria.
En 2004, Michael Hasselhoff volvió a Berlín y, tras visitar el museo de la ciudad con cientos de fotos dedicadas a la caída del Muro, se decepcionó al comprobar que no había ninguna, pero ni una, de él cantando aquella noche. Así cierra, con esta amarga queja, este capítulo de su biografía. No el más importante de su vida, pero sí el más determinante de la geopolítica mundial.
Cuando se tiene esa cara, se puede decir que ya casi, casi, lo tienes todo hecho en la vida. Su éxito en Alemania y Austria solo demuestra lo zopencos que son en general. Por eso, por no fiarme del criterio de teutones, no hice ni puñetero caso al principio a Héroes del Silencio que eran una sensación por allí. Luego, cuando los escuché creí que eran fantásticos y aún lo creo.
Si aun hoy hay alemanes nostálgicos de una era -de la cual Good by Lenin es un testimonial equisito- bien se pueden entender esos gestos de repulsa. Para los que a tantos les parecía el fin de una pesadilla, para otros era un trauma, y este muchacho, simbolo del occidente rico, hermoso, sano y sobre todo frivolo y derrochador era el blanco perfecto. Excelente nota. Muchas gracias.
Gracias por este tipo de artículos. Queremos más!!
Muy entretenido y divertido el artículo,gracias.
David Hasselhoff debería estar en la cárcel por varios motivos.
Gracias por confirmarlo con este artículo. :-)
Excelente. Me he reído un montón.
Me ha gustado mucho leer esto. Qué personaje. Allí también triunfaron Manolo Escobar y María Jesús y su acordeón, y aquí Georgie Dann. Música garrula. Que no falte.
Qué jartá de reir, de verdad.Es lo más divertido que he leído este año, como poco. Enhorabuena, y gracias, de verdad.
Qué descojone.
Curiosamente, Pink Floyd también actuó en directo en Berlín, el 21 de julio de 1990, ocho meses después de la caída del Muro de Berlín.
Si es que David Hasselhoff no hace nada mal.
Hoy, mañana y siempre con David en el corazón.
El Capitán América a su lado es un aficionado en lo que se refiere a luchar por la libertad. En todo lo demás seguramente también.
Anda que no me he reído con el artículo. Muy bueno. Recomendable 100%.
jaja ha sido increible, no sabía de las facetas musicales de este Sr. La serie del cochecito marcó mi infancia yla de todos.
Sentido homenaje a una de las piedras angulares de la cultura pop de la segunda mitad del siglo XX.
Y no me refiero a «The Wall» sino a «The Hoff», que allá por donde pasó lo petó.
No me sorprende que intentaran matarlo despues de oirle cantar y moverse en el escenario.
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Como volver a leer el mondo brutto .