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Cortés. Retrato y estructura

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Estudio del pintor Hernán Cortés. Foto María Bisbal.

Jot Down para Espacio Fundación Telefónica

El poeta Dámaso Alonso contempla al espectador de manera atenta, acomodado en una silla, trajeado y entrecruzando los dedos de ambas manos, adoptando una postura que se antoja al mismo tiempo institucional y distendida. Sobre su hombro izquierdo reposa una manta que el literato acostumbra a utilizar como abrigo en su casa y por la que siente un aprecio especial. A su alrededor no ocurre nada más porque no es necesario, al espectador le basta con contemplar aquella imagen sobre un fondo carente de cualquier artificio para reconocer en ella a un hombre ilustrado y riguroso sobre el que descansa una prenda que insinúa un punto de ternura infantil. Es una estampa sobre la que reposan más de treinta años, pero que aún conserva la fuerza otorgada por un artista que abandonó la carrera de Medicina para dibujar su futuro en el mundo de la pintura.

Muchos años antes, cuando la década de los setenta comenzaba a bosquejarse, el propio Dámaso Alonso había intervenido, junto a su amigo el ensayista Pedro Laín Entralgo, para intentar convencer al padre de un chico, con inquietudes artísticas pero nacido en el regazo de una familia de médicos, de que era más conveniente ser un buen pintor que un médico mediocre. El hijo de aquel hombre se llamaba Hernán Cortés Moreno, y se trataba de la misma persona que en 1984 retrataría al poeta sobre un fondo sin ornamentos, portando su manta favorita.

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Dámaso Alonso (1983). Hernán Cortés.

El 13 de julio de 2018 se inaugura en Espacio Fundación Telefónica la muestra Cortés. Retrato y estructura. Una exposición, comisariada por la historiadora del arte Lola Jiménez Blanco, que permite examinar la obra de Hernán Cortés (Cádiz, 1953), uno de los más excepcionales retratistas contemporáneos,  a través de cerca de ciento treinta de sus obras.

Retrato

El retrato es uno los géneros más trabajados e imperecederos que existen, algo tan antiguo como el propio arte. Nació junto al ser humano en tiempos prehistóricos, permitió que las civilizaciones egipcias idealizasen a sus soberanos y acompañó los orígenes de las primeras dinastías chinas como medio con el que honrar a sus nobles. La antigua Grecia se apuntó a la rompedora moda del retrato helenístico, aquel que anteponía el realismo a la idealización del retratado, reflejando sin pudores fisonomías de rostros alejados del canon de belleza clásica y demostrando, a través de representaciones como las del filósofo Sócrates, que históricamente ser un gran pensador no siempre iba de la mano con ser apuesto. El género se acomodó sin problemas a lo largo de la historia al convertirse en parte de ella: las monedas acogieron retratos de eminentes autoridades y los artistas elevaron a los cielos a las figuras claves de la religión cristiana a base de brochazos. Con la llegada del Renacimiento, el Barroco y el rococó se sobrecargó el retrato al tiempo que se encumbró como un símbolo de estatus social donde los individuos mejor acomodados gustaban de lucirse junto a sus ostentosos complementos.

Cuando la fotografía se presentó en sociedad lo hizo acompañada de una tecnología que permitía sacar reproducciones exactas de la realidad. Parecía el adelanto capaz de enterrar el retrato pictórico de manera definitiva, pero en realidad logró todo lo contrario: dotarle de mucho más valor. Las máquinas parecían carecer de la capacidad emocional de los artistas para crear piezas que dijeran tanto de los retratados como de los retratistas. Pero mientras el siglo XXI aún se estaba perfilando, a alguien se le ocurrió darle la vuelta a una cámara de fotos para pulsar el botón de disparo, y la cosa se desmadró: con el nacimiento del selfie el retrato fotográfico arrojó todo el glamour posible por los suelos y asaltó el mundo digital a través de poses artificiosas para entronarse poniendo morritos en las redes sociales. En la época de los brazos extensibles para hacerse autofotos, las posturas forzadas para alimentar vanidades en Instagram, las personas sepultadas bajo toneladas de filtros digitales que prometen efectos naturales y los rostros irreconocibles por culpa de cientos de brochazos de Photoshop, la existencia de artistas capaces de convertir un lienzo en una radiografía de un ser humano parece más necesaria que nunca.

Autorretrato

Hernán Cortes nació en el seno de una familia de médicos y a los seis años se aferró a una paleta y unos tubos de óleo que le había regalado su madre. Aquellas herramientas, junto a las visitas al taller donde el restaurador y profesor Manuel López Gil trabajaba con sus hijos, tuvieron la culpa de que el muchacho acabase optando por abandonar los estudios de Medicina con la sana intención de alejarse de las consultas y arrimarse a los lienzos. En 1971, ingresó en la sevillana Escuela de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría donde Antonio Agudo, encargado de impartir la materia Dibujo del Antiguo y Ropajes, le ayudó a perfilar los recovecos de la figura humana más allá de su contorno. Un año más tarde se trasladaría a la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando en Madrid, donde coincidió con Pedro Escalona, un artista con el que compartiría amistad, taller de trabajo y una profunda admiración por la bahía de Cádiz y las arquitecturas de la provincia. Unos paisajes que anidaban en su memoria y que reproduciría con frecuencia durante aquella etapa.

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Estudio del pintor Hernán Cortés. Foto María Bisbal.

Sus viajes posteriores le encauzarían en un itinerario de descubrimiento artístico a lo largo de diferentes países. En París se tropezaría con la obra de Antoni Tàpies en una retrospectiva elaborada en 1973 en el Musée d’Art Moderne de la Ville, una influencia que, junto con la de Nicolás de Staël, Luis Feito o los artistas vanguardistas que se alinearon en el grupo El Paso, le empujaría a experimentar con el arte abstracto. Italia le permitió contemplar la obra de Giotto, Andrea Mantegna, o Piero della Francesca y admirar su técnica y economía de medios. En Inglaterra entraría en contacto con la National Portrait Gallery de Londres, uno de los museos especializados en retratos más importantes del mundo, y descubriría, gracias a los pinceles de Graham Sutherland, sir Peter Thomas Blake, David Hockney o Francis Bacon, que el retrato contemporáneo deambulaba por rumbos aledaños al pop art. Todos aquellos hallazgos ayudarían a moldear la mentalidad de un pintor que ya había tomado la decisión, durante los años ochenta, de encaminar su obra hacia el retrato.

En 1984, Cortés inmortaliza a Dámaso Alonso a petición de la Real Academia Española, y más concretamente a demanda personal de aquel Laín Entralgo que había azuzado la carrera del pintor en su juventud.  El retrato resultante del ilustre miembro de la generación del 27 que ejerció como director de la RAE entre 1968 y 1982 se reveló como una pieza excepcional que impulsó definitivamente la carrera del pintor gaditano. Desde entonces, el pulso de Cortés se ha encargado de pincelar los contornos de eminentes figuras del mundo cultural como Rafael Alberti, Jorge Guillén, Raymond Carr, Fernando Savater, Gregorio Marañón, Norman Foster, Francisco Ayala, Yehudi Menuhin, John Elliott, Hugh Thomas, Jonathan Brown o Severo Ochoa; de grandes personalidades del panorama político como Felipe González, Esperanza Aguirre, Rafael Arias Salgado, Íñigo Cavero, Luisa Fernanda Rudi, Javier Solana, Manuel Pizarro o José María Aznar; y de miembros de la monarquía como el rey emérito Juan Carlos I, el rey actual Felipe VI o la Infanta Doña Cristina.

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Felipe González (2000-2005). Hernán Cortés.

Cortés también fue el artista encargado de conmemorar el trigésimo aniversario de las primeras elecciones democráticas, elaborando para el Senado un políptico de grandes dimensiones compuesto por los treinta y cuatro retratos de los personajes claves de la democracia (cinco presidentes del Gobierno, ocho presidentes de la Cámara Alta y veintiún senadores de las Cortes constituyentes) y expuesto en el pasillo de entrada al hemiciclo. Asimismo, y por petición del Congreso de los Diputados, se hizo cargo de otra obra que, también a modo de conmemoración, retrata a los siete padres de la Constitución: Gabriel Cisneros, Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, José Pedro Pérez Llorca, Gregorio Peces-Barba, Jordi Solé Tura, Miquel Roca Junyent y Manuel Fraga Iribarne.

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Jorge Guillén (1983) Hernán Cortés.

En 1994, el pintor gaditano ingresó en la Real Academia de Bellas Artes de Cádiz, ocupando el puesto que dejó vacante tras su muerte el artista Manuel López Gil, la misma persona cuyo taller visitaba un joven Cortés que comenzaba a enamorarse de la pintura.

Estructuras

El paisaje que dibujaba la bahía de Cádiz empapó la técnica de Cortés hasta convertirse en algo más que un recuerdo evocador. En sus inicios, los acercamientos pictóricos a dicho escenario elaboraban imágenes donde el horizonte se convertía en protagonista de vistas que eventualmente se quebraban con la verticalidad de una palmera, una señal de tráfico o algún otro elemento que construía una estructura geométrica gobernada por los ángulos rectos. Sus retratos han heredado el alma de aquellos paisajes gaditanos de manera delicada e inteligente, contagiándose de la fascinación por las estructuras ortogonales: en el tríptico de Carlos Solís, amigo del pintor, un horizonte dibujado sirve de nexo y guía entre tres imágenes diferentes. En otras ocasiones, las composiciones horizontales se veían rotas por la acometida de elementos verticales, como el ventanal que atraviesa de manera tajante la panorámica madrileña en el retrato del banquero Francisco González. Al mismo tiempo, los colores que dominaron las representaciones de aquellas playas gaditanas, una gama de tonos terrosos y sobrios, se acomodaron sin dificultad entre la paleta del pintor para empapar rostros y contornos con una luz que parecía haber nacido en el sur.

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Carlos Solís (1983). Hernán Cortés.

Los viajes tras las huellas de otros artistas también contribuyeron a forjar su obra. París le descubrió que gracias a la abstracción podía aislar a las figuras retratadas. Italia influiría en su técnica, motivando el abandono de los óleos a favor de la pintura acrílica. E Inglaterra le abriría la puerta a unos aires contemporáneos que no tenían miedo de abrazar movimientos artísticos tan modernos y contundentes como el pop art.

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Francisco González (2004-2007). Hernán Cortés.

La obra de Cortés, un artista que utiliza como herramienta de trabajo la fotografía y una investigación previa sobre el retratado, se caracteriza por derribar las estructuras convencionales clásicas del retrato pictórico para capturar la verdadera naturaleza de las personas. Se trata de piezas que huyen de los artificios: sus retratos de miembros de la familia real no fuerzan ni buscan las posturas majestuosas y carecen del atrezo opulento que históricamente acompañaba a los monarcas en la pintura, un linaje acostumbrado a posar junto a cetros y bajo coronas. Sobre sus lienzos, Juan Carlos I camina de manera casual sin delatar su naturaleza real  y Felipe VI se presenta sentado, carente de cualquier tipo de pomposidad. Figuras poderosas como la de Felipe González aparecen acompañadas de objetos cotidianos como un periódico, que no indican pertenencia a un estatus superior.

El arte moderno más pop, el cine, la fotografía e incluso el mundo del cómic también impregnan la obra pictórica de Cortés. Los perfiles de Francisco González o Josefina Gómez Mendoza junto a la composición del cuadro de Norman Foster, con una grúa de construcción a sus espaldas subrayando el vacío de fondo, se acercan más al mundo cinematográfico o la bande dessinée que a la pintura clásica. Y el color que envuelve la imagen de Pilar Solís o la postura que adopta Carmen Bustamente son rasgos que hermanan directamente la obra con el lenguaje directo del pop art.

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Pilar Solís (2000 – 2001). Hernán Cortés.

Poesía y pintura

En el prólogo del poema Espacio, Juan Ramón Jiménez explica que siempre ha fantaseado con elaborar un poema «Sin asunto concreto, sostenido sólo por la sorpresa, el ritmo, el hallazgo, la luz». Espacio, una pieza vertebrada como un monólogo interior que cabalga entre la prosa y el verso, ayudó a la tradición poética española a subirse al lomo de las corrientes modernas convirtiéndose en una de las obras líricas en castellano más importantes del siglo XX.

Cortés, un pintor que decidió sumergirse en los versos del poeta Jorge Guillén antes de enfrentarse a la elaboración de su retrato —«Iba camino de Málaga leyendo Cántico y, cuando llegué a verle, estaba empapado de su poesía»—, considera Espacio como una obra esencial. Jiménez imaginaba en aquel prólogo una composición sostenida por la luz, mientras el académico de Bellas Artes utiliza una luz muy particular, que nace en las calas de Cádiz, para elaborar sus composiciones. El escritor condujo la lírica hasta los terrenos contemporáneos y Cortés, aquel hombre que retrató a un poeta protegido por una manta hogareña, encamina el retrato hacia las corrientes modernas. Ambos transitan rumbos paralelos, entre versos disfrazados de prosa y radiografías disfrazadas de retratos.

La exposición «Cortés. Retrato y estructura» puede visitarse en la cuarta planta de Espacio Fundación Telefónica (C/ Fuencarral, 3, Madrid) desde el 13 de julio hasta el 10 de octubre del 2018. Una muestra, compuesta por cerca de ciento treinta obras, que propone revisar la producción del pintor desde una perspectiva estructural, estudiando las inquietudes, desafíos y contribuciones de cada uno de los lienzos. Entre el material expuesto también figuran dieciséis fotografías de la artista María Bisbal que capturan al pintor en su estudio durante el proceso creativo. La exhibición llega acompañada de un programa de talleres, para todas las edades y de inscripción gratuita, que se puede consultar aquí.

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