Antes de cumplir los treinta años, Warren Ellis (Essex, 1968) fue reconocido por unanimidad como uno de los más brillantes guionistas de cómic del cambio de siglo. Tres obras suyas casi simultáneas fueron responsables de ello. Transmetropolitan (con Darick Robertson, 1997-2002), The Authority (con Bryan Hitch, 1999-2000) y Planetary (con John Cassaday, 1999-2009) son tres hitos en la historia del arte secuencial tan rotundos que su autor no ha sido capaz de superarlos hasta la fecha.
Pese al innegable magnetismo de sus personajes (Spider Jerusalem, Midnigther, Elijah Snow…), la operación que llevó a cabo Ellis —claramente en la estela de Watchmen— se basó en darle más protagonismo al propio género que a los protagonistas de las historias en él narradas. Es decir, el periodismo gonzo cyberpunk es más importante que el periodista gonzo cyberpunk; y la tradición del cómic de superhéroes tiene más relevancia que los superhéroes en sí. Tal vez porque, como demostró Alan Moore en Promethea (con J. H. Williams III y Mick Gray, 1999-2005), otro de los cómics que quisieron ser bisagra entre el siglo XX y el XXI, lo que perviven son las historias y, por tanto, los patrones, los arquetipos y los géneros, mientras que los personajes concretos acaban por perecer —o evolucionan tan drásticamente y son leídos de forma tan distinta que es como si hubieran perecido—.
Tengo la impresión de que en sus tres grandes obras Ellis supo llenar la teoría con una retahíla de poderosas cargas narrativas, pero que a medida que avanzaba la primera década del siglo XXI sus tebeos no han sabido cimentar con narrativas sólidas el que quizá sea el pensamiento teórico del cómic actual en mayor sintonía con nuestro presente. Ejemplo paradigmático de ello podría serGlobal Frequency (2002-2004), cuyo concepto es impecable: una agencia de inteligencia completamente independiente y absolutamente internacional, liderada por Miranda Zero y coordinada por El Aleph, compuesta por 1001 agentes que no se conocen entre ellos y son activados cuando una alarma se activa cerca de donde se encuentran. Los doce capítulos tienen protagonistas distintos, están ambientados en diferentes partes del planeta y son dibujados por doce artistas de ambas orillas del Atlántico.
Como escribió Henry Jenkins, en Convergence Culture (2006): «Ellis concibió la historia a raíz del 11 de septiembre, como una alternativa a las llamadas al creciente poder estatal y a las restricciones paternalistas de las comunicaciones». El cómic habla de salvarnos a nosotros mismos mediante una alternativa a las instituciones tradicionales de espionaje, control y represión: la inteligencia colectiva. Podría haber sido el gran cómic sobre la globalización, pero las historias individuales no son tan consistentes como el conjunto que las organiza. La idea es muy superior a su concreción.
Tal vez por eso las mejores obras que Ellis ha firmado en los últimos años sean sendos ejercicios de noir: Desolation Jones (con J. H.Williams III y Daniel Zezelj, 2005-2007), que remite por momentos a un Sin City, de Frank Miller, con mayor repertorio de recursos gráficos, es una oscura reescritura de El sueño eterno, la novela de Raymond Chandler; y Fell (con Ben Templesmith, 2005-2008) es un experimento visual y conceptual protagonizado por un detective de homicidios que hurga en las miserias de Snowtown, una ciudad que sintetiza lo peor de todas las ciudades norteamericanas.
Como autor político, Ellis encuentra en el género negro un abanico de posibilidades para hurgar en las miserias individuales y sociales, en una tradición menos saturada que la superheroica. La reflexión sobre la ideología y las formas de gobierno (la democracia siempre crepuscular, la tiranía, la anarquía, la teocracia) recorre la obra de Ellis, que no en vano tiene uno de sus momentos álgidos en la campaña política de Transmetropolitan. El magnicidio del presidente de los Estados Unidos —un recurrente leit motiv de la ficción de las últimas décadas— aparece en varias ocasiones en su trabajo. En sus últimas obras lo encontramos al menos en Reload (2002-2003) y en Black Summer (2007-2008): en ambos casos se trata de acciones justas llevadas a cabo por individuos que se autoexpulsan del sistema, en que el corrupto presidente merecía morir.
Protagonizados por postsuperhéroes, cuyos poderes se deben exclusivamente a tecnología humana (drogas e implantes), Black Summer y No Hero (2008) son dos álbumes complementarios, dibujados ambos por Juan José Ryp. En ambos la superheroicidad es una realidad angustiante, en perpetua tensión con todo lo que rodea a quien ha tomado la decisión de ingerir la pastilla o de dejarse operar: el Gobierno, los compañeros y amigos, la propia conciencia. Lo más memorable de ambos cómics son las páginas sin texto.
Una de las entregas de los Nuevos X-Men (2001-2004), de Grant Morrison, en que Jean Grey y Emma Frost se introducen psíquicamente en el subconsciente de la hermana gemela de Charles Xavier, está narrada también sin palabras. Pero lo que en Morrison es indagación psicoanalítica con voluntad de orden, es decir, de sentido (las telépatas tienen que descubrir que Charles Xavier, cuando se encontraba en el útero de su madre, trató de asesinar a su hermana gemela), en el caso de Ellis es plasmación del caos psicodélico. En cuatro dobles páginas de No Hero, las instrucciones del guionista se convierten en cuatro cuadros de Ryp, rabiosamente coloreados, que solo pueden estar inspirados en El Bosco. En Black Summer son las escenas de batallas y destrucción las que protagonizan esas dobles páginas sin texto. En Wolfskin (con Ryp, 2006-2007), un cómic de vikingos tan gore como los mencionados, el recurso es puesto al servicio de un impresionante dibujo en que el héroe bárbaro es súbitamente miniaturizado y contrapuesto al gigantesco rostro de un dios tuerto, cuya melena y barba blancas se funden con las montañas nevadas que rodean al diminuto ser humano. La visión ocurre después de la ingestión de un brebaje. Para referirse a ese tipo de estrategias narrativas, Ellis acuñó en sus primeros años de carrera la expresión widescreen comics («cómics de pantalla ancha»). No es extraño: sus viñetas están saturadas de pantallas y se conciben a sí mismas, en la página en que se inscriben, como sucedáneos, paráfrasis o metáforas de las ventanas de píxeles que nos circundan.
Pese a la indudable voluntad de crear un Londres entre cyberpunk y bollywoodiense donde se entrecrucen la violencia mafiosa y el humor desenfado e incluso ligero, es difícil no ver en Two-Step (con Amanda Conner, 2003) una parodia —quién sabe si voluntaria— de Transmetropolitan. El protagonista masculino, con su propensión a estudiar la ciudad desde las azoteas, recuerda a Spider Jerusalem; y la protagonista femenina, que retransmite en directo todo lo que le ocurre, actualiza una década más tarde, cuando internet se ha convertido en una gran herramienta de socialización, las intuiciones tecnológicas que eran prefiguradas a finales de los noventa. De hecho, tanto en esa historieta como en Mek (otra de las incluidas en el volumen Wild Works) aparece el gran tema de Warren Ellis (también presente en No Hero y en Black Summer): la adicción humana a las innovaciones tecnológicas. La presencia de drogas y de tecnología, muchas veces fusionadas, conducen al examen de lo que tienen en común: su circulación como paratexto o contraseña de una subcultura.
Por eso el héroe paradigmático de Warren Ellis es una mezcla de líder revolucionario, ensayista psicodélico, dealer y terrorista contracultural. Por eso su personaje más importante después de los de sus grandes obras del cambio de siglo es Doktor Sleepless (con Ivan Rodriguez, 2007-). Aunque ese tipo de personajes puede rastrearse en la obra de Alan Moore (por ejemplo, V de Vendetta), constituyen la gran aportación de Ellis al imaginario del siglo XXI. En sus tebeos, los poderes, el crimen, los atentados, las masacres, la piratería, los traumas, la psicodelia, las persecuciones o el sexo se explican en el marco de una trama eminentemente cultural. Libresca. Musical. Filosófica. En el centro del cómic hay un blog, www.imminent.sea, de discusión intelectual sobre el futuro. La desaparición y muerte de ciertos individuos, las acciones misteriosas de otros, el plan maestro del protagonista, todo gira alrededor de una plataforma de debate, de un lugar virtual de intercambio de ideas. Libros imaginarios, páginas web, movimientos artísticos, líderes de vanguardia: la crítica cultural como motor de la ficción apocalíptica.
«La ficción es el tejido de la cultura humana, y buscamos partes de nosotros mismos en su patrón», dice uno de los protagonistas de Inyección (con Shalvey y Bellaire, 2015-), tal vez la mejor serie en que Ellis trabaja en estos momentos. Se trata de una suerte de remezcla del imaginario propio con The League of the Extraordinary Gentlemen de —una vez más— Alan Moore. Es decir, la figura del hacker transmedia se expande en cinco personajes —un mago blanco, una informática, una científica, un asesino y un detective— que alumbran conjuntamente una inteligencia artificial y sobrenatural. Como el doctor Frankenstein, los cinco deberán hacerse cargo de su creación y asumir las consecuencias de que aquello que inyectaron en internet, con la voluntad de acelerar la innovación humana, haya cobrado vida propia y trate de salir de la virtualidad para asumir cuerpo, volumen en que encarnar sus pesadillas.
Inyección y Trees (con Jason Howard, 2015), que fabula sobre la existencia de unos árboles gigantescos e inexplicables, que aterrizaron en la Tierra hace diez años y ahora de pronto comienzan a despertarse, son ficciones de frecuencia global. Warren Ellis se ha propuesto precisamente eso: narrar la globalización y sus variables (internet, el cambio climático, las corporaciones, las epidemias). Lo hace desde la convicción de las células de la piel del mundo son relatos, mitos, chistes, leyendas, anécdotas, noticias, cuentos, novelas. De que todo —absolutamente todo— debe su existencia a que está recubierto de ficción.