El día que comenzó el debate de la moción de censura que iba a echar a Mariano Rajoy de la Moncloa supimos, gracias a El Progreso de Lugo, que una vidente, echadora de cartas, trabajaba también de juez de vigilancia penitenciaria. La noticia pasó injustamente desapercibida entre la dimisión por nada del hombre al que mejor le sientan los abrigos y el inminente despido por todo del presidente del Gobierno, pero demuestra la excentricidad de un país en el que cada vez es más difícil distinguir entre la realidad y los titulares de El Mundo Today. España tiene una capacidad pasmosa para producir personajes inverosímiles. Y Galicia especialmente. Allí, cerca de Finisterre, o sea, del fin del mundo, es donde se guardan las patentes más originales.
Por ejemplo, Mariano Rajoy. No se parece a nadie más, solo a ese personaje al que ha sido extremadamente fiel los últimos sesenta y tres años. Un gallego deliberado, porque sus padres, que vivían en otro sitio cuando se quedaron embarazados, se desplazaron expresamente a Galicia para dar a luz al niño que, de momento, nació en Santiago, aunque iba a ser un señor de Pontevedra.
Hablaría en un idioma propio, con palabras que nadie más que él utilizaría («chisgarabís», «aprovechategui»…) porque no sabrían cómo. Nos haría revisar libros de historia para poder entender sus símiles —«los toros de Guisando»—. Sería un amante de los trabalenguas: «Es el vecino el que elige al alcalde y es el alcalde el que quiere que sean los vecinos el alcalde»; «Tenemos que fabricar máquinas que nos permitan seguir fabricando máquinas porque lo que no van a hacer nunca las máquinas es fabricar máquinas a su vez»… No entendería su propia letra y, a veces, se haría un lío: «Los españoles son muy españoles y mucho españoles…», «Somos sentimientos y tenemos seres humanos…». Inventaría una nueva disciplina deportiva: caminar rápido antes del mitin. Preferiría que su hijo fuera del PSOE antes que culé. No se perdería un partido de Rafa. Llamaría al rival político para interesarse por un familiar enfermo, o al periodista para disculparse cuando había sido desagradable en una respuesta. Sería el rey de la retranca. «El único animal que avanza sin moverse», en palabras de Felipe González. El gran subestimado, el terco superviviente.
Sus trabalenguas, sus trajes anticuados, sus lapsus, su puro, su pasividad… La caricatura del presidente indolente se dibujaba sola. Tuvo que resucitar muchas veces para que el resto comprendiéramos que era solo eso, una caricatura, y que, aunque en ocasiones pareciera un chiste, era Rajoy quien reía siempre el último.
Antes del viernes, fue diputado autonómico con veintiséis años, director general de Relaciones Institucionales de la Xunta con veintisiete y presidente de la Diputación de Pontevedra con treinta y uno. Una carambola pudo haberlo cambiado todo: hubo una rebelión de consejeros del Gobierno gallego, que se fueron, y los ojos del poder se fijaron en aquel joven que parecía alérgico a las intrigas de partido. Le nombraron vicepresidente de la Xunta. Probó casi todos los puestos que se pueden ocupar en política.
Antes del viernes, sobrevivió a un grave accidente de coche cuando tenía veinticuatro años, muy poco después de convertirse en el registrador de la propiedad más joven de España. También salió ileso de un helicóptero que cayó al suelo como un pájaro muerto. Eso, físicamente. En su carrera política demostró una resistencia aún mayor a los golpes. En otros lugares que no son España, otros señores que no se llaman Mariano Rajoy habrían dimitido cuando se supo que no eran «hilillos de plastilina», sino una de las mayores catástrofes medioambientales; cuando se descubrieron los mensajes de ánimo a un delincuente con cuentas en Suiza; o cuando tuvo que declarar ante un juez por la entonces todavía presunta financiación ilegal de su partido. Aquí no. Aquí Rajoy aguantaba, dejaba que se rieran de él, que le criticaran, que se desgañitaran exigiéndole su salida. Y ganaba siempre. Todas las veces.
Antes del viernes, se abrasaron cuantos intentaron quemarle, cocinados a fuego lento, sin enterarse. Parecía que Rajoy no actuaba, que se dejaba llevar, pero en esa apatía aparente había cálculo y método. Decidió que todos los incendios, tarde o temprano, terminan extinguiéndose, y durante mucho tiempo le obedecieron el agua y el viento. Los enemigos tienen enemigos, que tienen enemigos, que a su vez tienen enemigos, se decía. Cuántas veces le bastó con dejar simplemente que se mataran entre ellos. Sin mancharse. Desde la orilla, contemplando los cadáveres que pasaban flotando por el río.
Antes del viernes, enterró a pesos pesados del partido. A veces mediante el abrazo mariano, una técnica particularísima, muy personal, consistente en sostener al moribundo o moribunda con toda la vehemencia posible para, a continuación, sin que el desahuciado supiera cómo ni por qué, dejarlo caer sin mirar atrás.
Antes del viernes, mató también al padre, el que se arrepintió casi al minuto de nombrarle sucesor —después de que su primera opción, Rodrigo Rato, le dijera que no— y nunca se esforzó en disimularlo. También él tuvo que retirarse, resignado, a despotricar desde una montaña lejana, con un altavoz cada vez menos potente, pero habiendo dejado tras de sí un campo poblado de minas.
Antes del viernes, concretamente nueve días antes, Mariano Rajoy se despertó en la Moncloa aliviado por primera vez en mucho tiempo; el apoyo del PNV a los presupuestos le daba dos años más en el Gobierno. Así, por lo menos, lo entendió todo el mundo y así quedó impreso en las portadas de todos los periódicos.
Y llegó el viernes.
El día que tuvo que hacer las maletas para dormir en una cama distinta tras ser apeado de palacio con los votos del PNV. Es imposible saber qué se le pasó por la cabeza cuando esa noche se quitó los calcetines y los zapatos de presidente del Gobierno. Los rajóylogos se han estrellado muchas veces intentando adivinar sus pensamientos. Pero debió de ser algo muy parecido a la incredulidad. Los difuntos no caminan, no hablan, no presentan mociones de censura. Él había visto el funeral de Sánchez. Los dos: cuando dimitió como secretario general del PSOE y cuando renunció a su acta de diputado. ¿Cuántas veces hay que matar a los muertos?, debió de preguntarse.
1687 folios explicando cómo el partido en el Gobierno, el que recauda los impuestos, tenía una caja B es una razón contundente para despedir a un presidente. Pero lo que ha apartado a Rajoy de la Moncloa no es solo la grave sentencia de la trama Gürtel, sino un «acontecimiento histórico en nuestro planeta», que diría Leire Pajín: la improbable coincidencia de dos antihéroes con idéntico afán y habilidad para la supervivencia.
Y eso fue, precisamente, lo que Rajoy, el rey de los tiempos, no había previsto. Había otro, un tapado, tan resistente como él.
Incapaz de asumir que iba a ser desalojado por un fantasma, Rajoy se fue a comer y decidió no volver al hemiciclo el día que los representantes de doce millones de votantes argumentaban su apoyo a la moción de censura. Su fiel escudera, Soraya Sáenz de Santamaría, posó el bolso en el escaño vacío, en un intento, quizá, de disimular la ausencia, aunque solo contribuyera a manifestarla. Aquel bolso tronaba de forma escandalosa, como las sirenas de la policía o las ambulancias, y esa tarde cumplió la misma función que los faros en la costa o las chinchetas del mapa, señalar la zona de interés: el protagonista no estaba.
Las cámaras localizaron las coordenadas del presidente, que recuperaba su peor costumbre, el plasma, pero sin plasma siquiera. Mientras los grupos que apoyaban la moción de censura se dirigían al bolso, los periodistas rodearon el restaurante como policías en un atraco con rehenes. No sabemos si alguien negociaba con Rajoy para que saliera, pero el líder del PP se entregó finalmente pasadas las diez de la noche. Dentro había quedado pagada la cuenta de la última cena, regada con whisky.
A la mañana siguiente, en el último minuto, el señor de Pontevedra ocupó su plaza. Pidió la palabra. Se despidió con emoción y humildad de sus votantes, felicitó al nuevo presidente, y recorrió, con elegancia, una distancia descomunal para estrechar la mano del hombre que acababa de arrebatarle el Gobierno de España.
Fin de la cita.
La juez-vidente – un ‘coquito’ en cuyo expediente académico hay 21 matrículas de honor (https://goo.gl/tSWphm) – es madrileña, no gallega. Aunque, quién sabe, el influjo lucense – Lugo es, con permiso de Orense, la capital de la Galicia profunda – quizás sea responsable de tamaña (y real) inverosimilitud. ¿O de descarnada sinceridad? «Una sesión de tarot con la jueza: ‘La Justicia tampoco acierta mucho’ (https://goo.gl/LQctZ6)
Y tu eres la capital de la gilipollez humana, que en tan pocas palabras ha demostrado ser merecedor de tal nombramiento.
Soy lucense de nacimiento, y también de residencia, por lo que hablo con conocimiento de causa. Aprenda a reírse de si mismo, es sano; de lo contrario, se convierte uno en la capital de la acritud.
Muy buen escrito y resumido . Con un pero, por mi parte. Hay un tono, en general en el artículo, amable con Rajoy algo o bastante molesto. Es un delincuente : mentiroso, corrupto y ladrón. …de dinero público.Creo que a muchísimos nos gustaría verlo en la cárcel. Igualmente se que eso no se producirá, pero, de momento, nos hemos librado de su presencia. Que sea para siempre. Al margen : la autora del artículo escribe y concreta maravillosamente. Ya he leído ,creo recordar, dos artículos más de ella. Enhorabuena.
No dejes que tus obsesiones te nublen y supera tus prejuicios. Te encanta el artículo pero estás en desacuerdo con el tono general del mismo.
Me gusta cómo escribe la autora. Gracias.
A mucha gente le pasa con Rajoy lo que a mí y es que tiene esa cara de buena persona que no rompe un plato… ¡Además, físicamente me recuerda una barbaridad a mi padre, en serio! Vamos, que me tiene ganada la moral y yo es que sería incapaz de darle una hostia aunque me lo pidiera con esa carita.
… joer, coincido…
¿También se parece a su padre de usted?
Los gallegos siempre han tenido ese toque ambiguo. Acuérdate de Franco… cuando no estaba matando gente te descojonabas con él, tan estirado, tan redondito…
A Gondisalvo sin duda se le ve el plumero, ya que no hay nadie en el país que piense como él lo hace de Rajoy, cuya integridad y vocación de servicio, no tiene duda.
vaya, Pamen, pues parece que aparte de Gondisalvo, alguien más hay, yo también pienso algo parecido. Y desde luego, lo que no pienso en modo alguno es que no haya duda de la integridad y vocación de servicio del susodicho M. Rajoy
No eres el único, yo también pienso lo mismo que Gondisalvo.
Decir que Rajoy es mentiroso, corrupto y ladrón de dinero público es sencillamente decir las cosas como son; lo contrario sólo lo firmarían votantes del Pp desinformados ( vaya oxímoron ).
Y añado, represor y favorecedor de las élites económicas en detrimento de las clases trabajadoras.
¿ Integridad ? ¿ Porqué, entonces, no desmontó la financiación ilegal del Pp que le vino de Aznar ? ¿ porqué cobró sobresueldos ?
Yo opino desde afuera, pero hay una ligazón en esta situación post ideologica entre dos pueblos más que hermanados: España e Italia, dos de las naciones más corruptas de la Ue. Casi contemporaneamente nos hemos librado de Berlusca y de Rajoy, pero no está todo dicho ya que la Hydra tiene mil cabezas. Por lo menos aquí hay un partido que entre sus primeras prioridades ha prometido la transparencia y la lucha contra la corrupción junto a la atención de los más débiles, cosa que jamás hizo algún otro partido, en especial modo la primera. Y es tan sencillo y sensato. Si hay hay algo que le reprocho a la necesaria derecha en toda organización democrática, es esa congénita inmoralidad que jamás fue puesta en discusión. Por lo menos por aquí pasó un Berlinguer, presidente del Pc, ya muerto, que sin tapujos hablaba de la «cuestión moral de los partidos», desoída tanto por la izquierda como por la derecha. Buen artículo, pero mi natural empatia me dice que el autor ha sido demasiado duro con ese personaje (monetariamente diferente a Berlusca ) que se topó de repente a gestionar, sin comerla ni beberla una situación de crisis, o sea de cambio.
… niego la mayor: España e Italia no se parecen nada. Pero nada, eh: Y es algo que tengo meditado. Ni idiosincrasia, ni Historia, ni sus personajes… vamos nada… más bien somos lo opuesto. Y mientras más lo pienso más convencido estoy.
Rajoy es siniestro y miserable
Creo que Rajoy ha sido EL MEJOR PRESIDENTE DE LA DEMOCRACIA CON MUCHA DIFERENCIA Y NO ES JUSTO HABER SALIDO DE LA MONCLOA DE ESA FORMA.
UN traidor de España ambicioso le ha usurpado el poder ganado legitimamente. ROMA NO OAGA TRAIDORES
Traición e injusticia es robarnos a todos, mentirnos, engañarnos, esquivarnos,… Todo lo que el artículo pone de relieve y más. No merecía mejor final la etapa Rajoy, aunque sí mucho peor. Una moción de censura no es ilegitimidad ni traición, ES CONSTITUCIÓN, y empieza en el artículo 1, no en el 14 (todos los españoles son iguales ante la ley) ni en el 113 y 114 (moción de censura), ni en el 155. Lo del mejor presidente de la democracia ya mejor ni comentarlo.
… no me engañas, tú eres habitual de OKdiario…
Cierto, tenia que haber salido de otra forma. Sobre todo en la postura de los pies.
Chisgarabís, no es una palabra inventada por se señor, en mi casa se usó desde siempre.