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La sensibilidad, la cultura y los conflictos del Mediterráneo se analizan en Granada en el Tres Festival

Fotografía: Fundación Tres Culturas / Antonio Casas

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Dice la sabiduría popular que la curiosidad vence más al miedo que el valor. José Manuel Cervera, director de la Fundación Tres Culturas, así lo expresó en la inauguración del Tres Festival celebrado en Granada: «Debemos conocernos para superar la ignorancia». En referencia a los cuatrocientos millones de personas que habitan el Mediterráneo, un nexo cultural e histórico, pero también trágico en estos días en los que miles de personas pierden la vida intentando alcanzar la orilla norte. Un espacio también caracterizado últimamente, por desgracia, por los conflictos y por el riesgo de pérdida de libertades.

Ese temor fue el eje de la charla que dio el escritor italiano Alessandro Baricco en la mesa ¿Vienen los bárbaros?, donde analizó los problemas de la era contemporánea como los riegos de los avances informáticos y la aparición de movimientos nacionalistas y de extrema derecha en Europa.

En primer lugar, el escritor destacó que el mundo actual es fruto de una revolución tecnológica llevada a cabo exclusivamente por hombres blancos estadounidenses y de perfil técnico. Un impulso que debería ser reequilibrado con el aporte de las mujeres, de la memoria y de la cultura europea. «Hemos prescindido de otras inteligencias preciosas», señaló.

Baricco confesó que le resulta emocionante atravesar la Unión Europea pasando sin documentación por donde antes había fronteras. En cada una de esas líneas trazadas sobre el terreno murieron millones de personas por defenderlas, señaló: «Uno de los desastres del siglo XX es el culto a las fronteras, las líneas que separan células impermeables, eso nos llevó al desastre total».

Sin embargo, se lamentó, ahora que en la UE no hay fronteras, de encontrarse una separación entre «los unos y los otros». Se trata de los ganadores y los perdedores de la revolución tecnológica y la globalización. Por eso mucha gente —los que han perdido su empleo, citó por ejemplo— vuelven a desear muros y fronteras.

Para qué querrían un mundo abierto, se preguntó, si les deja sin trabajo: «En la escuela no te enseñan a vivir en este mundo, te enseñan a hacerlo en el siglo XX, los jóvenes en la escuela aprenden sobre un mundo anterior, de modo que cuando todo el planeta está en un juego y ellos pierden, cuando ven que no saben jugar, cuando salir derrotados les ocurre no una ni dos veces, sino cientos de veces, pues tienen miedo y ven que no les gusta ese juego, en ese momento muchos seres humanos van hacia atrás y paran en la primera pared, la primera certeza que tienen: la frontera nacional. Si pierdes tu propia identidad, al menos puedes tener tu identidad nacional».

En el aspecto positivo de la nueva era, Baricco recurrió al ejemplo de su propio hijo. Se critica que ahora todos los niños están mirando pantallas, explicó, pero de esa manera reciben más información de la que obtenían los adultos del siglo pasado: «Cuando yo era niño me llegaban las noticias por un telediario, único, a las ocho, y luego el periódico de mi ciudad, Turín, La Stampa, yo iba con los americanos en la guerra de Vietnam porque eran guapos y tenían los dientes sanos, no con los otros que eran feos. Y yo no era tonto, pero es que no tenía otras posibilidades de pensar. Ahora mi hijo con tantas pantallas tiene informaciones muy distintas, mi hijo con once años ha visto ya más películas que yo hasta los treinta. No podemos decir que no tiene cultura».

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Lo preocupante, añadió el escritor italiano, es que para Occidente la guerra siempre ha sido «una expresión de belleza». Sin ir más lejos, recurrió a la Iliada y la Odisea para demostrar esta glorificación de la violencia ya presente en la cultura clásica. No obstante, matizó que el papel de las mujeres en estas obras es contrapuesto al masculino y deberíamos tomar nota. Ellas abogan por proteger la vida, por no malgastarla inútilmente, sugieren dedicarla al placer antes que a la guerra, pero Héctor, el protagonista, sentencia en un pasaje: «Mi padre hacía esto, el padre de mi padre hacía esto y el padre de mi padre de mi padre también hacía esto, mujer, cállate, porque yo también voy a hacer lo mismo».

Esta actitud enlaza con que, posteriormente, algunos de los hombres más inteligentes de su tiempo, como Wittgenstein, quisiera hacer la guerra en primera línea en 1915, trajo a colación. El filósofo dijo en sus diarios que en la trinchera «se buscaba a sí mismo». Esa rueda, la de la esclavitud de la repetición, es de la que tenemos que salir buscando la belleza en otros lugares, sentenció Baricco.

Las palabras más duras de escuchar en el Tres Festival fueron las que pronunciaron Asli Erdogan y Günter Wallraff en la charla Libertad de decir, libertad de hacer. Erdogan, escritora y activista de los derechos humanos, describió con dureza la situación política en Turquía. Aseguró que el país está «gobernado por un tirano, por un dictador». Para ello, posee el control sobre el 95% de los medios de comunicación, los cuales, denunció, compra a través de personas influyentes.

Ahora mismo solo queda el viejo diario Cumhuriyet, se lamentó, es el único que publica opiniones y puntos de vista críticos con el gobierno, y pidió apoyo europeo para este periódico. Actualmente, manifestó, hay setenta mil estudiantes universitarios en prisión en Turquía, pero puede que sean más. Cuando ella estuvo en la cárcel solo eran cuarenta mil. «Se detiene hasta a los que salen a manifestarse por el genocidio armenio, que es una palabra que me da hasta miedo decir», reconoció.

Su camino a la prisión empezó en los noventa, confesó, cuando fue despedida de su medio por escribir sobre el PKK, el Partido de los Trabajadores del Kurdistán. Contó la historia de una mujer a la que habían torturado a su hijo de dos años. Tiempo después las dos se encontrarían juntas en la misma celda. Una paradoja vital.

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Citó abundantes casos de abusos. Con especial mención al de un hombre que, sabiéndose inocente, le gritó al juez acusándole de ser consciente de que no era culpable y se prendió fuego en la misma sala. También reconoció sentirse conmovida con el caso de otra mujer, enfermera, que al auxiliar a un chico que se había encontrado en la calle yaciendo con un disparo, fue detenida y condenada a treinta y tres años. En un principio ella misma pensaba, admitió, que todos estos procesados habrían hecho algo o tendrían alguna responsabilidad, hasta que la que entró en la cárcel fue ella.

Lo más grave, siguió Asli Erdogan, fue la sensación de estafa, de engaño. En un principio, con el nuevo gobierno de Recep Tayyip Erdogan, la impresión de los turcos era la contraria, pensaban que se ampliaba la base de la democracia, que tendrían un sistema mejor. Pero diez años después cientos de miles de personas habían perdido sus empleos por motivos políticos y otros tantos están sin pasaporte.

«El nacionalismo es una herramienta muy poderosa, con un discurso hábil se puede programar a la gente para piense que la muerte de otra persona es algo bueno para su país», proclamó antes de concluir que: «En épocas de estrecheces surgen sentimientos primarios. Es el ser humano, eso está dentro de nosotros. Erdogan es muy listo al utilizar ese odio, la mayoría de los turcos han experimentado discriminación de una u otra forma y él les dice que son mejores, les da la crema curativa para su piel, tanto la derecha europea como Erdogan dicen lo mismo, pero en Turquía pones una palabra equivocada en Twitter y en tres horas tienes a la policía en tu casa».

Junto a la activista turca se encontraba Günter Wallraff, el periodista alemán célebre por infiltrarse caracterizado de incógnito para escribir sus reportajes. Wallraff mostró su respeto por los periodistas turcos que, en la actualidad, no tienen miedo del poder y siguen haciendo su trabajo. Muchos que él conoce tienen que firmar con seudónimo, y lo más triste es que sus textos tienen muy poco eco en Alemania, confesó. Sin embargo puntualizó que, mientras sucede todo lo expuesto por su contertulia, los políticos van por «el camino cómodo de seguir manteniendo relaciones comerciales y estratégicas con Turquía».

En la mesa Contra la sinrazón, el escritor palestino Elías Sanbar habló con Igor Stiks, novelista croata, sobre el auge de los nacionalismos y el fundamentalismo. Sanbar se quejó de que en la historia árabe no se ha sabido distinguir entre pueblo y nación. Tras la desaparición del Imperio otomano, la seducción de una supuesta modernidad a través del Estado nación condujo, explicó, a sistemas represivos de partido único; sistemas que tenían miedo a la diversidad. Trajo como ejemplo que los dialectos de la lengua eran contemplados directamente como una «traición». Al final, estos regímenes «vendidos o podridos» han hecho que desaparezca la idea del futuro: «el futuro es algo del pasado».

Se habla a los árabes de una «edad de oro», pero tras esa gloria del pasado solo hay una intención de «purificar», dijo. En estos enfrentamientos no hay discusión doctrinal, no hay debate: «se esgrime la religión, pero como tribus, lo que hay es venganza». Se mostró pesimista, reconoció que no sabía cómo iba a salir su pueblo de esta situación.

«La muerte ahora es un objetivo, no un riesgo. Cuando vemos que los jóvenes quieren ir a los paraísos llenos de mujeres que les han prometido, lo que hay es desesperanza, porque lo que impera es la desesperación, estamos en un viva la muerte, esa es la atmósfera actual del mundo árabe».

Stiks habló de los Balcanes en términos similares. Coincidió en que cuando cayó el Imperio otomano el concepto de Estado nación empezó a generar los problemas: «Todos se preocuparon por la uniformidad en sus territorios y por eso lo primero que pasó fue el genocidio de Armenia». En Yugoslavia ocurrió lo mismo, siguió, triunfó el odio y cualquier delito, por horrible que fuera, estuvo permitido en nombre de la patria.

«Cuando cayó el Muro de Berlín también lo celebramos en Yugoslavia, pensamos que los alemanes se habían liberado de esa locura, pero luego lo que pasó fue que el mundo se llenó de muros: el de Palestina, el de México, el de Hungría…», manifestó.

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En la actualidad dijo echar de menos en cierto sentido la etapa anterior: «Había más pluralismo en la Liga de los Comunistas Yugoslavos, con las tendencias keynesianistas enfrentadas a las centralistas, que ahora, cuando todo el mundo piensa lo mismo, nadie se cuestiona los fundamentos del sistema, solo vamos a conflictos de grupos, se parte de que mi verdad es igual a la tuya, con lo que hay dos realidades alternativas y todos nos aferramos a nuestra realidad personal, lo que impide cualquier diálogo».

Además, quiso transmitir la sensación de desasosiego y desesperanza que experimentaron los yugoslavos a medida que su país se sumía en guerras civiles: «Mientras el mundo vivía en los noventa, con la estupidez de Fukuyama del fin de la historia, a nosotros nos tocó la guerra. Veíamos el mundo seguir adelante, mientras que nosotros estábamos en un conflicto tribal».

Pero lo realmente dramático, finalizó Stiks, es que en la actualidad, a través del Tribunal Internacional para la Antigua Yugoslavia, se sabe quién hizo qué durante la guerra. No hay ningún cabo suelto: «Pero eso no ha servido para que la verdad nos haga libres, al contrario, ahora es incluso peor, con los mismos datos para todos, cada uno tiene una propia verdad».

Dicho lo cual, invitado por un asistente, quiso dar un consejo a los españoles para la resolución de los problemas desencadenados por el independentismo en Cataluña: «Lo importante es no crear un enemigo, hay que seguir el ejemplo de Checoslovaquia, se separaron pero quien más ama a los checos son los eslovacos y quien más ama a los eslovacos son los checos. Si se señala un enemigo, es muy difícil luego cambiar eso en el futuro».

También croata, la escritora Slavenka Drakulić conversó con la tunecina Hélé Beji en la mesa Los caminos hacia la democracia. Fue unos de los momentos del festival donde se aportó algo de esperanza. Beji relató cómo los tunecinos, durante su revolución, protestaron mediante levantamientos generales cada vez que hubo violencia en el curso de los cambios que experimentó el país. Así se logró que el cambio de régimen fuese incruento.

El pueblo, explicó, tenía claro que llegaría a la paz pasase lo que pasase: «Los islamistas escucharon que no íbamos a aceptar una violencia como en Argelia, ahora tenemos el primer partido musulmán en el mundo que concede la libertad de conciencia, se refieren a sí mismos como demócratas musulmanes».

Lamentablemente, asumió, su «primavera» no ha sido un modelo, sino un ejemplo. «No se puede copiar», quiso dejar claro, para criticar después a los estadounidenses, que pretenden exportar la democracia a través de la guerra, algo que no funciona.

Drakulić, como su compatriota, citó la caída del Muro de Berlín como una experiencia agridulce. «Ahora en la región tenemos democracias formales, más que de contenidos, porque estamos dirigidos de forma autocrática o tribal por políticos que lo que promueven es el miedo». Otro drama tras la caída del Muro, para Drakulic, fue que encontrarse con que en el 89 la nueva constitución polaca tuviera problemas para aprobarse porque permitía el aborto.

El problema es que la situación de retroceso y recurso al miedo ya no es tan prototípica de los Balcanes y en toda Europa se recurre a los mismos esquemas políticos: «No se puede ser nacionalista sin un enemigo. El nacionalismo atañe a los sentimientos, no a motivos reales. Cuando hay una crisis, hay que buscar un chivo expiatorio y los políticos por supuesto que te van a ayudar a buscarlo».

Por último, reivindicó que el arte esté libre de ideologías para poder serlo: «Cuando yo hago arte, intento dejar fuera la ideología y la política para ser libre, porque el arte es un refugio para ser libre, si hay ideología me involucro como periodista, pero en el arte si hay ideología ese arte es un mal arte».

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Sobre arte e ideología también habló, y muy elocuentemente, el escritor marroquí Abdelá Taia en la conferencia Permiso para amar, que quiso dejar claro que cuando él, homosexual, escapó de su país, no lo hizo de la gente, a la que no culpó por discriminarle, sino de «un sistema político homófobo que detesta a los pobres». Incluso exculpó a su madre y a sus hermanas de no protegerle cuando tenía problemas por ser homosexual de adolescente, porque «si me hubiesen protegido habría tenido consecuencias terribles para ellas».

Taia detecta que existe una supremacía occidental con la gente del sur en estos aspectos relativos a la homofobia, cuando se trata de personas que no tienen las leyes y derechos que merecen. Un ejemplo palmario: «La ley que criminaliza la homosexualidad en Marruecos es colonial, la puso Francia», subrayó.

La paradoja es que ahora tampoco se siente libre en Francia, reconoció, donde aseguró que le llevan a una «identidad artificial» que no existe. Su vida está marcada por la pobreza, contextualizó. Su familia venia del campo, no tenía nada, y ahora eso se traduce en que su estilo literario es pobre y emplea pocas palabras: «No tengo esas frases francesas tan ricas, de niño tenía poco alimento y pensaba que se vivía con nada, y así escribo, con pobreza».

Aunque, a estas alturas, el recuerdo de su madre, autoritaria, se le aparece cada vez más y sobre todo se cuela en sus obras. La importancia de esta mujer quiso explicarla compartiendo un recuerdo de ella con los asistentes: «En 2007, mi madre, que no tenía estudios de ninguna clase, me preguntó por qué escribía sobre mi homosexualidad, por qué me dirigía a la sociedad marroquí. ¿Qué me habían dado ellos? —me preguntó— ¿Por qué a gente a la que le teníamos que besar la mano les daba algo tan profundo como eso?». Esta muestra de sabiduría popular tan profunda de su madre la relató con lágrimas en los ojos.

En el encuentro Pasado y futuro de la esperanza de los escritores ganadores del premio Goncourt, Tahar Ben Jelloun y Mathias Enard, se explicó el origen etimológico del término yihad. Contó Ben Jelloun que en su raíz significa «esfuerzo, el esfuerzo que hacemos por Dios, aunque también te puedes acercar a Dios a través de la caridad, porque de lo que se trata es de hacer un esfuerzo adicional, pero en las cruzadas surgió la connotación de lucha violenta».

Poco después los autores hablaron del superventas francés Michel Houellebecq, que imaginó en una de sus novelas una Francia convertida al islam. La conexión con el público del escritor es admirable, se convino, pero su prosa aunque resulte efectiva no tiene estilo, es agria y amarga, además de que el autor tiene un concepto de lo árabe muy general y sin matices, basado en tópicos, se opinó.

También hubo presencia en el festival de otras modalidades de escritura,  géneros y formatos. En la mesa Fundido en negro hubo un espacio para la novela policiaca en el festival. Los autores Alicia Giménez Bartlett y Antonio Lozano defendieron su género, un modelo de ficción que le devuelve al lector una realidad inmediata. Ambos defendieron la comida mediterránea, que está presente en sus historias, y en el caso del personaje Petra Delicado de Alicia Giménez, los bares, ya que para ella «en España son el centro de toda civilización».

En Dibujar el Mediterráneo, la autora de cómics israelí Rutu Modan y la dibujante libanesa Zeina Abirached recordaron lo raro que fue para ellas llegar a convertirse en artistas del arte de la viñeta en países donde prácticamente no había tiendas de cómics. Y presentada por la fotógrafa Cristina Rodero, hubo una exposición de fotografía que hermanaba el trabajo de fotógrafos españoles e iraníes, emparejando sus obras por la similitud de la temática, el tono o el color.

En la clausura, el director de la Fundación Tres Culturas, Manual Cervera, recordó que unas jornadas como estas no van a cambiar el mundo, pero «ponen su gotita de agua para conocernos mejor los unos a los otros y también a nosotros mismos, que para eso sirve la literatura». Todo ello sin perder de vista el goteo constante de víctimas tratando de llegar al norte, una a la que, exclamó, no podemos acostumbrarnos nunca.

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