Deportes

Il bandito e il campione

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Costante Girardengo, 1919. Fotografía: Bibliothèque nationale de France (DP).

Hay sitios, centenares, miles, donde nunca nace nadie. Nadie con una mínima relevancia histórica, se entiende. Sin embargo, otros, tan pequeños, tan vacíos como los primeros, descuellan en el mapa por albergar un parto ilustre. Sucede con un rincón del Piamonte que vio nacer no a uno, sino a dos personajes de esos que esquivan el olvido. En los albores del siglo XX, entre los apenas diecisiete mil habitantes de Novi Ligure se contaba una singular pareja. Por un lado, el primer Campionissimo sobre dos ruedas. Por otro, el que los fascistas de Mussolini considerarían enemigo público número uno de Italia. Ambos salidos de las mismas calles. No necesariamente juntos, pero sí revueltos.

Costante Girardengo fue el quinto de los siete hijos de un matrimonio campesino. 1893, tiempos duros. Su vida académica duró hasta sexto curso, después se apoderó de la vieja bicicleta del padre para desempeñar trabajos esporádicos. Fue amor a primera vista. Incluso llegaría a aceptar un empleo a cuarenta kilómetros de casa para entrenar a diario. Pronto participó en algunas carreras, pero solo venció en la más peculiar. El maratoniano Dorando Pietri, célebre por su dramática llegada a meta en los Juegos Olímpicos de Londres, aprovechaba su fama para ganarse un dinero de pueblo en pueblo. La cosa iba así: Pietri apostaba un par de liras a que daba una vuelta a pie antes de que el ciclista completase dos, un enunciado que evidencia el peso y la incomodidad de aquellas bicis. Y en Novi Ligure, ese día, la bolsa del atleta abultaba. Hasta que llegó Costante, menudo incluso para sus quince años, y desató el júbilo entre sus paisanos tras el doble rodeo a la plaza del mercado.

No muy lejos de allí nacía en 1899 Sante Pollastri. O Pollastro, como prefería ser llamado, aduciendo que le facilitaba la tarea al firmar. Los tiempos seguían igual o más duros: se trabajaba mucho, se cobraba poco y se comía menos. Pronto huérfano de padre, creció en la miseria más absoluta. Como el nuevo deporte causaba furor entre los italianos, él también probó a escapar del hambre sobre una bicicleta, donde entabló amistad con un vecino cuyo nombre leerán más veces: Biagio Cavanna. A Sante le pilló con catorce años el primer número del periódico quincenal Gli Scamiciati (‘los descamisados’), que se convirtió en lectura habitual en su casa.  

Due ragazzi del borgo cresciuti troppo in fretta,
un’unica passione per la bicicletta.

(Dos chavales del pueblo crecieron con demasiada prisa y una única pasión: la bicicleta).

Cualquiera veía que Girardengo tenía futuro. Su padre, pese a las reticencias iniciales (representó el atemporal «búscate un trabajo de verdad» tirándole la bicicleta por la ventana), terminó apoyándole. Aunaron sus exiguos ingresos para comprar un modelo más moderno, valorado en ciento sesenta liras y pagado en siete plazos. Costante se apuntó al profesionalismo, y tardó solo un año en ganar una etapa del Giro. A continuación venció por vez primera en el Campeonato de Italia, un título que le costó cuarenta y cinco días en prisión porque coincidía con su servicio militar en Verona. Él, claro, se escapó. El mismo botín (etapa y campeonato nacional) obtendría en 1914, aunque ya sin condena de por medio. Sin condena penitenciaria, porque aquella diabólica Lucca-Roma que luce en su palmarés sigue siendo, a día de hoy, la etapa más larga jamás disputada en el Giro: un paseo de cuatrocientos treinta kilómetros. Fue su carta de presentación como passista, mostrando ya la descomunal capacidad de resistencia que exhibiría toda su carrera.

Lo primero que robó Pollastri fue carbón. Hurtos menores y perentorios a trenes de mercancías, sin más propósito que evitar que su familia muriese de frío. Se imbuyó de rechazo a la autoridad y del ambiente contrario a la Gran Guerra, que amenazaba a la vuelta de la esquina y convertiría a los pobres en carne de cañón. No acudió cuando lo llamaron a filas, y la leyenda ulterior regaría de hipótesis el estallido de su odio a los carabinieri. Se dijo que unos agentes acabaron con la vida de su cuñado mientras ambos escapaban de una fechoría; se afirmó que reclutaron por la fuerza a un familiar gravemente enfermo que murió poco después; se aseguró que un policía violentó a Carmelina, su hermana, y que Sante lo mató y huyó, convirtiéndose así en fugitivo. Ninguna de estas conjeturas ha podido ser documentada. Sí goza de mayor predicamento la anécdota por la que, años más tarde, se ganaría fama de anarquista. En una riña de bar, tras varias provocaciones, un caramelo (concretamente uno amargo, de ruibarbo) voló de la boca de Pollastri a la bota de uno de los fascistas allí presentes, que no dudaron en darle una paliza que casi lo deja en el sitio.

Fu antica miseria o un torto subito
a fare del ragazzo un feroce bandito.

(Fue la miseria pasada o la injusticia lo que hizo del chaval un bandido feroz).

La Primera Guerra Mundial cercenó la carrera del emergente Girardengo. El Giro dejó de celebrarse y, por más caprichosa que pueda ser la carretera, se antoja difícil que no engordase su palmarés durante las ediciones que la contienda robó a la vuelta italiana. Las carreras cortas resistieron a duras penas. Como la Milán-San Remo, donde pasó el primero por meta en 1915. Sin embargo, no ganó. Pedaleaba en solitario bajo la lluvia, con siete minutos de ventaja sobre sus rivales, pero a la altura de Porto Maurizio se encontró ante dos caminos. Uno atravesaba el pueblo, otro seguía la costa. Y tomó el primero. Error. En total se ahorró unos míseros ciento ochenta metros. Llegó a San Remo con una antelación incontestable, pero fue descalificado. Eso sí, pudo sacarse la espina en 1918, cuando culminó una fuga de doscientos kilómetros sacándole nada menos que trece minutos a Gaetano Belloni.    

Se le diagnosticó spagnola, la fiebre que arrasó el mundo. La enfermedad lo tuvo encamado varios meses, hasta temerse por su vida. Pero sobrevivió. Y recuperó fuerzas. Tantas que se impuso con mano de hierro en el primer Giro celebrado tras el parón bélico. No solo se adjudicó siete victorias de etapa (la prueba constaba de diez), sino que firmó una gesta reservada a los elegidos: líder desde el primer día hasta el último. Tamaña demostración sirvió para que Emilio Colombo, redactor y futuro director de La Gazzetta dello Sport, acuñara el término Campionissimo. En aquel 1919 ganó diecisiete de las veintidós carreras que disputó, incluyendo el campeonato nacional italiano, que también regresaba tras la guerra. Era un ciclista completo; sabía leer las etapas, buen velocista, formidable en las subidas y ponía tierra de por medio en los descensos.

Vai Girardengo, vai grande campione,
nessuno ti segue per quello stradone.

(Vamos Girardengo, vamos gran campeón, ninguno te sigue por esa avenida).

Pollastri se ganó el apelativo de Robin Hood por su generosidad, ya que compartía sus ganancias como atracador de bancos con los que no tenían nada que echarse a la boca, que eran muchos. Su fama acaparó todo el norte de Italia, y más tarde se extendió al resto del país y al extranjero, aunque la censura del régimen se empeñara en que sus andanzas no mancharan la prensa de la época. También donaba parte del botín a la causa anarquista, que comprendió y abrazó tras su amistad con Renzo Novatore, seudónimo del poeta y filósofo que se unió a la banda (de expropiadores, como se hacían llamar) liderada por Sante. Precisamente Novatore murió en una operación pensada para atrapar a Pollastri, ya convertido en símbolo de la resistencia antifascista. Sus asesinatos cimentaron la leyenda del rebelde, con historias como la del carabiniere que lo tuvo delante y, lejos de apresarlo, se cagó de miedo. Declarado enemigo público número uno, hasta se dice que Mussolini puso precio a su cabeza: diez mil liras, vivo o muerto.

E lo sanno le banche, e lo sa la questura,
Sante il bandito mette proprio paura.

(Y lo saben los bancos y lo sabe la policía, Sante el bandido mete verdadero miedo).

Gira fue el primer ciclista-producto. Se fabricaron bicicletas con su nombre, se vendían sus maillots en tiendas y fotografías firmadas en las carreras. Revalidaba el Campeonato de Italia año tras año (pequeño spoiler: lo ganó hasta en nueve ocasiones consecutivas, número al que nadie ha podido siquiera acercarse). Aumentaba sus conquistas con vueltas prestigiosas, pero los infortunios se cebaban con él durante el Giro, como cuando tuvo que retirarse por una caída tras imponerse en las cuatro primeras jornadas. Hasta que llegó 1923. Culminó otra temporada majestuosa ganando la ronda italiana, adjudicándose nada menos que ocho etapas. En aquel momento, era invencible. Por eso le molestó tanto el desencuentro público con Henri Desgrange, padre fundador del Tour, que lo acusó de rendir solo en casa (en una época donde no era tan habitual competir en el extranjero). Girardengo envió una carta a los periódicos retando a cualquier ciclista del mundo a batirle en un recorrido de trescientos kilómetros. El premio, cincuenta mil liras, una fortuna. Nadie aceptó.

Diciembre. Pollastri y su banda aguardaban en la fronteriza Ventimiglia. Lo tenían todo planeado para huir a Francia, donde serían acogidos por la red anarquista. Sante, cuando podía, regresaba furtivamente al pueblo para visitar a su madre enferma; allí contaba con el cariño y la colaboración de todos. Incluso en lo periodos de mayor reclusión, sacaba tiempo para pasear en bici, medio de transporte empleado en los atracos, como el que cometería poco después en Rubel, aún hoy una de las joyerías más prestigiosas de todo París. Pero antes tenían que pasar la frontera. No fue fácil. Otro enfrentamiento con la policía, otro derramamiento de sangre. A Pollastri lo hirieron, al igual que a Massari, uno de sus compinches. La banda pisó suelo galo, pero el secuaz, temiéndose moribundo, se entregó y falleció en una gendarmería. Una pareja de agentes italianos acudió para identificar el cadáver, al que confundieron con su líder. Y los periódicos, ya sin cortapisas, publicaron el fallecimiento. A ojos de todos, enemigos y defensores, Sante Pollastri había muerto aquella Navidad.

E dietro alla curva del tempo che vola
c’è Sante in bicicletta e in mano ha una pistola

(Y detrás de la curva del tiempo que vuela, está Sante en bicicleta y con una pistola en la mano).

Sin duda, uno de los triunfos que mayor lustre dio a la trayectoria de Girardengo fue el desaparecido Gran Premio Wolber. Se trataba de un campeonato del mundo oficioso, donde concurrían los mejores ciclistas del momento (franceses incluidos). A todos venció, lo que le supuso el reconocimiento mediático europeo que tanto anhelaba. En el Giro de 1925 se hizo con seis etapas, pero el primer cajón del podio le fue arrebatado por Alfredo Binda, nada menos. Diez años más joven y, por entonces, un recién llegado.

El encuentro

Girardengo, en el centro, en el Vel d’Hiv, París, 1919. Fotografía: Bibliothèque nationale de France (CC).

¿Recuerdan a Biagio Cavanna? Sí, el muchacho amigo de Pollastri. Pues su biografía es particularísima. Hizo sus pinitos como ciclista y, cuando la realidad se impuso, trató de apartar la mala sombra a puñetazos hasta convertirse en campeón de boxeo del Piamonte. Pero su pasión viajaba sobre dos ruedas, y acabó de masajista, figura casi equiparable al actual director de equipo. Y qué mejor pupilo que Costante Girardengo. Ojo, ahí no queda la cosa, porque tras la retirada de su vecino hallaría un diamante en bruto.

Cavanna sufría problemas oculares a causa de una sífilis jamás reconocida. La dolencia, primero en un ojo, después en otro, se fue agravando progresivamente. Decidió portar bastón y gafas de sol, sin los que no salía ni siquiera a la carnicería del pueblo. Allí departía, entre embutidos y vino. Todos hablaban de un muchacho, el recadero del carnicero, que vivía en un municipio cercano y adelantaba en sus repartos a los ciclistas que entrenaban en la zona. Cuando la ceguera se tornó absoluta, Biagio cayó en una depresión. Pero hasta las ideas suicidas se esfumaron tras palpar los músculos (su habilidad más famosa) de aquel joven. Percibió un físico con potencial, sumado al requisito indispensable para acogerlo en su seno: la pobreza. Ahí comenzó un durísimo sistema de entrenamientos, con métodos nunca vistos hasta entonces, que controlaban cada aspecto de la vida de los corredores. Porque preparó a otros muchos, pero jamás se separó de él. Lo descubrió, lo guio durante los cinco Giros y los dos Tours que ganó, fue respaldo mientras se convertía en mito y estuvo a su vera hasta el mismo día de su muerte. El chico de los recados del carnicero, como ya habrán imaginado, se llamaba Fausto Coppi.

Pero corría 1925 y, aunque Coppi le preguntaría más tarde por el suceso que vertebró la leyenda, por ahora solo tenía seis años. Biagio acompañaba a Girardengo en los Seis Días de París, extinta cita de ciclismo en pista que atraía a las figuras gracias a sus lucrativos premios. En el graderío del velódromo, lo más granado de la capital francesa. Por eso a Cavanna, que vislumbraba la carrera a través de sus gafas de sol, le pilló tan desprevenido. No podía ser, y menos allí. Se trataba de un sonido, sí, pero uno muy peculiar. Aquello era el cifulò, nombre que recibía el silbido, característico y único, con el que se comunicaba la gente en Novi Ligure.

Biagio Cavanna y Sante Pollastri se reencontraron en el velódromo después de la prueba. Girardengo también. El bandido les propuso una cena y, aunque el ciclista dudó si era conveniente para su imagen dejarse ver con un asesino de policías, accedieron. La consideración de Cavanna por su paisano no había disminuido, todo lo contrario, era uno de tantos admiradores.

Sante no estaba muerto, ni siquiera estaba de parranda. Vivía refugiado en la comodidad que le otorgaba su falso deceso. Sin embargo, abandonó el cobijo anarquista para transmitirles el caso de Pasquale Leggero y Attilio Carrega, dos ciclistas de su pueblo natal, amigos comunes, condenados a veinte años de prisión por un asesinato que, aseguraba, no habían cometido. La prueba incriminatoria fue una bicicleta, pero ellos alegaron que solo estaban entrenando en la zona. Pollastri pidió a Girardengo y a Cavanna que intercedieran en Italia. Y eso hicieron, aunque la parte del relato que más interesó a las autoridades fue, obviamente, que el muerto seguía vivo.

Hay una versión de la historia que asegura que las visitas de Sante a las carreras de Costante fueron habituales durante sus años de fugitivo, y que coincidieron en varias ocasiones. La de París es la única corroborada. El resto, imposible. Sucede lo mismo con su relación de juventud, que pasa de estrecha a casi inexistente según quién escriba el cuento. No obstante, la admiración del bandido por el campeón fue evidente, y parece difícil que Costante no conociera al chaval criado a apenas unas calles de su casa. Máxime, con un amigo en común tan singular como Cavanna.  

Turno ahora para una breve digresión musical. Pese a la cercanía geográfica y cultural, el trasvase de artistas entre Italia y España es más bien escaso, limitándose casi únicamente a la traducción de letras facilonas para vencer la barrera mediterránea. Por lo general, los que entonan textos más elaborados no suelen hacer fortuna en la otra orilla. Así, los italianos no tienen ni idea de quiénes son Joaquín Sabina o Joan Manuel Serrat, por ejemplo, igual que en España nadie conoce a Fabrizio De André o Francesco De Gregori. Pues fue el hermano de este último (que utiliza Grechi, el apellido materno, para su nombre artístico) quien compuso la canción de donde se extraen los versos intercalados en este texto. Corría 1990. Luigi, que desarrollaba su carrera a la sombra de Francesco, publicó un disco autoproducido que incluía el tema de Girardengo y Pollastri. Pasó sin pena ni gloria, pero De Gregori lo recuperó tres años más tarde, convirtiéndolo en un clásico inmediato y un éxito de ventas.

En 2010, la RAI estrenó una miniserie (dos capítulos de hora y media) inspirada en esta historia. La ficción, por definición, no ha de respetar nada ni estar sujeta a los hechos reales que la inspiran. Si lo hace, mucho mejor, pero lo que tiene que ser es buena, y ya está. Desgraciadamente, aquella miniserie estaba en las antípodas de ambas cosas. Sin embargo, la adaptación televisiva sí tiene un nexo con la excelente canción, y es que las dos ponen el punto final tras el encuentro parisino.

Más allá de la ficción

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El ciclista Costante Girardengo junto a varios admiradores. Fotografía: Cordon.

Obviamente, ambas vidas continuaron su curso. Girardengo conquistó otras dos etapas en el Giro de 1926, las últimas, y todavía es el cuarto ciclista con más triunfos en su haber. Mario Cipollini igualaría su marca en 1998, llevándola hasta cuarenta y dos antes de retirarse. Cuando las carreras constaban de muchos menos días de competición, Gira ganó treinta etapas. Luego sufrió una grave caída. Se lesionó la muñeca izquierda y quedó fuera de carreteras y pistas casi un año. Sin embargo, volvió para pelear por el primer mundial oficial de ciclismo en ruta, donde terminó en un meritorio segundo puesto, precedido por Binda.

A Pollastri lo detuvieron el 10 de agosto de 1927 en la estación parisina de Nation. Las teorías de una supuesta traición van desde una bailarina a la que frecuentaba, algún lugarteniente arribista o el mismo Girardengo, en lo que parece un intento de desprestigiarlo aún más: ¿cómo va a ser bueno, si hasta el Campionissimo lo delata?  El encargado de capturarlo fue el comisario Guillaume, figura en la que el escritor belga Georges Simenon se inspiró para crear a Jules Maigret, su personaje más famoso. Diez policías se abalanzaron sobre Sante para desarmarlo. En el interrogatorio, tras intentar colar alguno de sus pasaportes falsos, acabó reconociendo su identidad. En el proceso posterior, interpelado por su filiación anarquista, contestó: «Tengo mis propias ideas».

Sante Pollastri il tuo Giro è finito
e già si racconta che qualcuno ha tradito.

(Sante Pollastri, tu Giro ha terminado. Y ya se dice que alguien te ha traicionado).

Lo juzgaron en Francia, país donde sus manos no estaban manchadas de sangre, y fue condenado a ocho años de trabajos forzados en la Guayana. Henry Torrès, abogado francés afín a la causa, trató por todos los medios que cumpliera la sentencia, evitando así la extradición que Italia reclamaba. No pudo. En el juicio de Milán lo condenaron a cadena perpetua.

El lugar elegido para su pena no fue otro que la cárcel de Santo Stefano, una isla con menos de quinientos metros de diámetro en el mar Tirreno, frente a Nápoles. Fue uno de los primeros recintos penitenciarios del mundo construidos siguiendo el diseño panóptico, además de destino habitual para los enemigos del fascismo, que enviaba allí, al culo del mundo, a sus opositores. Entre sus presos más famosos se cuentan Luigi Settembrini, Gaetano Bresci y Sandro Pertini, a la postre presidente del Gobierno.

Con treinta y cinco años recién cumplidos, Girardengo logró, ahora sí por delante de Alfredo Binda, su sexta Milán-San Remo (algo que sólo Eddy Merckx pudo superar). Los años pasaban, inexorables, pero él se aferraba a la bici. Seguía compitiendo en toda clase de carreras, desde el Giro a pruebas en pista. Además, sacaba tiempo para el tiro al plato, su otra gran pasión. En ese deporte se convertiría en 1932 en el sorprendente campeón de Italia.

Pollastri fue recluido en una celda de aislamiento desde el primer día por obra y gracia del régimen. Tras dos años allí, abandonó brevemente la cárcel para testificar en la reapertura del caso de Leggero y Carrega. En el juzgado de su Alessandria natal, con indumentaria de presidiario y esposado de pies y manos, se cruzó con Girardengo, que también comparecía. De nuevo frente a frente. Intercambiaron un gesto, un saludo. Costante ratificó su declaración anterior, mientras que Sante, ya sin nada que perder, se echó la culpa de aquel asesinato. Citó como cómplices a compañeros ya fallecidos. No sirvió de nada, porque el tribunal mantuvo la condena de los ciclistas y lo mandó de vuelta a aislamiento. Tendrían que pasar otros tres años hasta que lo trasladaran a una celda normal. Para que la degradación física no fuese completa, se impuso una rutina de entrenamiento diario. Soñaba con que le permitiesen ejercitarse sobre dos ruedas.

En 1935 era una locura que Girardengo siguiera bregando con cuestas y curvas, pero permanecía en la lucha. Ese año llegó su canto del cisne. Fue en el Giro del Lazio, donde con cuarenta y dos años logró imponerse en una etapa. Recibió el aplauso unánime de toda la comunidad ciclista. Decidió apuntarse al siguiente Giro, pero una caída le fracturó cuatro costillas. Desde el hospital anunció su decisión: nunca más volvería a competir. El primer gran ídolo italiano echaba pie a tierra. La prensa hizo balance, asegurando que había recorrido novecientos cincuenta mil kilómetros sobre la bici, casi veinticinco vueltas al planeta. Gira dijo basta tras vencer en ciento treinta y una competiciones en carretera y, lo que resulta aún más impresionante, novecientas sesenta y cinco en pista. Nada más retirarse fue designado entrenador del equipo que Italia enviaría a los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936.

Pollastri permanecerá en Santo Stefano hasta 1950, desde donde lo enviaron a Volterra, en Pisa. Tres años después, más al norte aún, a Parma, debido a sus problemas estomacales. Las úlceras lo acercaban a su tierra. Es ahí cuando su hermana Carmelina solicitó el indulto. La petición se unió a la que Henry Torrès, el abogado, había presentado por su cuenta anteriormente. Lograron reunirse con Aldo Moro, a la sazón ministro de Justicia. Y no fue hasta 1959 cuando Giovanni Gronchi, presidente de la República, firmó la amnistía.

Girardengo fundó una exitosa empresa de bicicletas con sus hijos. Más tarde completó la producción con motos de 125 y 175 cc. Compaginaba la faceta empresarial y la de director de equipo, con pupilos de la talla de Federico Martín Bahamontes. Con él mantuvo algunas peleas sonadas, como la del Giro de 1956, cuando el toledano perdió cualquier oportunidad de portar la maglia rosa en una etapa disputada bajo una tormenta de nieve. Luego, Costante trasladó su empresa a un centro penitenciario para que los reclusos pudieran disponer de un sueldo. Ya jubilado, fijó su residencia en Cassano Spinola, municipio colindante a su pueblo natal.

Con sesenta años, después de haber pasado más de media vida entre rejas, Sante Pollastri era libre. Aseguró que quien salía de la cárcel se parecía muy poco al que una vez entró, pero hay cosas, como el recuerdo del hogar, que no cambian jamás. Regresó. Novi Ligure, por fin. Allí subsistió gracias a la reserva internacional, una especie de fondo de pensiones anarquista al que él había contribuido casi más que ninguno. Dedicó sus últimos años a la venta ambulante, incluyendo el contrabando de cigarrillos, que funcionaba gracias a la vista gorda de las autoridades de la zona. La faena la hacía, cómo no, en bicicleta.

Costante Girardengo murió en 1978. Sante Pollastri, tan solo un año más tarde. El bandido y el campeón, el campeón y el bandido, vivieron separados por apenas cinco kilómetros durante las dos décadas que duró el ocaso de sus vidas. Hay quien apunta que volvieron a reencontrarse. No existe razón alguna para creer que no sucediera así.

Una storia d’altri tempi, di prima del motore
quando si correva per rabbia o per amore

(Una historia de otros tiempos, de antes del motor. Cuando se corría por rabia o por amor).

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10 Comments

  1. tácito

    GENIAL!

  2. Ricardo Córdova

    Hace muchos años que conozco esta maravillosa canción, pero desconocía el contexto de la misma. Yo estudiaba italiano en la Universidad y la maestra nos compartía música italiana. Siempre me gustó cómo sonaba pero justo 22 años después entiendo de qué va.

    Mil gracias.

  3. Una delicia leer estas epopeyas de fervor y pobreza. Muchas gracias.

  4. No es por nada, pero leerse un libro y fusilarlo sin ni citarlo no es muy ético que digamos.
    Creo que esto está sacado sin ningun rubor de:
    Il Campione e il bandito.
    de Marco Ventura.

    • Jorge Decarlini

      La historia de Girardengo y Pollastri es sobradamente conocida en Italia. Pertenece a la cultura popular, por lo que la cantidad de textos en hemerotecas y webs donde completar información y documentarse es amplísima.

      Sobre su acusación, permítame que me defienda: no he fusilado ese libro, principalmente, porque apenas lo he leído. Es que ni lo tengo. La información extraída para el artículo corresponderá, como mucho, a tres o cuatro páginas sueltas gracias a la previsualización de Google Libros.

      Sobre el resto de comentarios, muy agradecido de que la historia haya gustado. Tiene trabajo detrás.

  5. Buongiorno, nel testo una imprecisione grave, Sandro Pertini è stato Presidente della Repubblica, non Capo del Governo

  6. Punt Oycoma

    Muy interesante la historia paralela de estos dos. ‘Dio li fa e poi li accoppia’, como se dice en italiano, que para esta historia viene más a cuento que la versión del dicho en español.

    P.D: Yo he leído el libro de Marco Ventura y para nada me ha parecido un fusilamiento.

  7. Bueno, como argumento en defensa de mi comentario diré que la estructura del artículo, y la combinación del texto con la letra de la canción de de Gregori són idénticas. Admito que puede ser una coincidéncia, en cuyo caso presento mis disculpas.

  8. Suso López

    Una maravilla Jorge, por fin lo he leído completo, que difícil de hilar y que bien hecho. Sirva esto para decir que vaya mérito tiene la canción de Luigi Grechi en boca de su hermano, porque sintetiza todo muy bien, incluso gracias a su propio ritmo.

    Te he leído de música y me encanta, leer cicismo, música y bandidos anarquistas más!!!

    Pd: Ahora soy más fan de Girardengo.

    Abrazos y enhorabuena!

  9. Pingback: Un lunático en bicicleta: sobre José Manuel Fuente, el Tarangu

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