Cine y TV

Hágase un favor y vea el retorno de Karate Kid

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Cobra Kai (2018– ). Imagen: YouTube Red.

—Cambia el tono de móvil. Ponte a los Guns N’ Roses o algo así.
—¿Qué es «Guns N’ Roses»?
—Muy bien. Voy a fingir que no te he oído decir eso.

Si me hubieran dicho hace un par de años que iba a pasar tan buenos ratos viendo una serie protagonizada por Daniel LaRusso y Johnny Lawrence, aquellos dos chavales que se daban patadas en Karate Kid, hubiera pensado que se trataba de una broma. Pero sí; Cobra Kai es mucho más que una digna secuela.

Karate Kid, vetusto buque insignia de la edad dorada del celuloide para adolescentes, parecía una de esas cosas que estaban bien donde estaban, guardadas en un polvoriento cajón. No me entiendan mal, yo amo esa película. Es probablemente el más perfecto ejemplo de aquella astuta imperfección que era el cine colegial de los ochenta. Un argumento simplón hecho por gente que se las sabía todas: dirigida por John Avildsen, que se había consagrado con Rocky; escrita por Robert Kamen, un tipo capaz de comprarse un rancho con el pago recibido por su primer guion… que nunca fue llevado a las pantallas; producida por Jerry Weintraub, que había debutado junto a Robert Altman y había convertido en estrella al cantante John Denver. Es decir, que detrás de Karate Kid había más tipos listos por metro cuadrado que en torno a la mesa de los canapés de la ceremonia de los Nobel.

La película, claro, lo tenía todo para convertirse en una cúspide del género: angustia adolescente, orientalismo de bachillerato, mensajes profundos como un charco, sí, pero entrañables como ese charco que se formaba en el patio de tu colegio; moralina reconfortante, chicas guapas, chicos no sé si guapos, pero que soltaban patadas voladoras; patines, motos, coches. Y, sobre todo, el triunfo de la mosquita muerta frente al establishment de matoncillos del barrio. Si usted, amigo o amiga en edad de merecer, todavía no ha visto Karate Kid, vaya y véala. Es una obra clásica, porque es digna de ser imitada. Y ha sido imitada una y mil veces. No es Alta Cinematografía, ni falta que le hace. Sí es una gran película. Es, lo afirmo y lo defenderé ante quien haga falta, una de las películas más inteligentes que se hayan dirigido jamás al público juvenil. Pulsa cada tecla y roza cada fibra con un virtuosismo encomiable que solo podía provenir de gente curtida en el negocio de sacar dinero de los bolsillos a los espectadores.

El inevitable éxito de aquel título produjo un encadenamiento de secuelas cada vez más olvidables que no hicieron sino subrayar lo aparentemente inimitable de la magia del original. Con semejantes precedentes, la idea de una nueva serie basada en aquellos personajes me sonaba a intento de aprovechar la estela de nostalgia ochentera de Stranger Things y similares. Viniendo de Youtube Red, que trata de hacerse un hueco entre los gigantes de la ficción televisivo-digital, cabía además la posibilidad de que el ansia les hubiese hecho pasarse de frenada. La nostalgia tiene ese peligro, que se presta al exceso melodramático o de otros tipos; vean lo que les pasó a Netflix con The Get Down o a HBO con Vinyl.

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Cobra Kai (2018– ). Imagen: YouTube Red.

Así pues, me puse a ver los diez episodios de Cobra Kai con todas las precauciones imaginables: sano escepticismo, pupilas afiladas para señalar cualquier defecto, desdén por el hype y desconfianza hacia las críticas elogiosas que en el pasado ya me han engañado más de una vez. Vamos, lo normal cuando vemos que alguien pretende revivir un icono cultural del pasado. El primer episodio bien, presenta las situaciones. En los siguientes ya me había rendido a una primera evidencia: Cobra Kai superaba con mucho mis expectativas. Poco después, servidor de ustedes estaba disfrutando, palomitas en mano, del glorioso (y raro) espectáculo de la nostalgia bien entendida.

La mejor forma que se me ocurre para explicarlo es esta. Piensen en Stranger Things; es una serie «nostálgica» para gente que no vivió los ochenta o que apenas los recuerda; sí, toma sus elementos del cine de entonces, pero su ochenterismo se reduce a lo accesorio, a la parafernalia. Me explico: Stranger Things es una serie ambientada en los ochenta, pero su argumento, su tono y sus temáticas son muy actuales, muy propias de la ficción televisiva de nuestro tiempo. Pues bien, Cobra Kai es el reverso; está ambientada en la actualidad y la parafernalia nostálgica brilla por su ausencia (excepto en la música), pero sus argumentos, su tono y sus temáticas son tan típicamente ochenteros que, cambiando un poco la escenografía, podría pasar por una película de entonces. Los guionistas han evitado caer en la tentación de intentar mejorar el pasado y, con un cinismo propio de los creadores de la Karate Kid original, se han limitado a ofrecer justo lo que ofrecía el cine juvenil de entonces. Esto es: drama simplón pero efectivo, conflictos que se han de resolver con una versión idealizada de la proverbial pelea de recreo, mensajes éticos tan conmovedores como inofensivos, y demás tópicos. ¿Pereza, falta de originalidad? No. Han escrito así el guion porque han querido. ¿Cómo lo sé? Porque los elementos que han añadido —humor constante, guiños irónicos al pasado— están trabajadísimos; nadie que escriba con pereza o dejadez sería capaz de incluir tanto humor en tantas secuencias y de manera tan inteligente y sutil. Y, qué demonios, hasta los tópicos están trabajadísimos.

Los guionistas han revivido el pasado añadiendo la dosis justa de ironía para que captemos que también ellos saben que están jugando al déjà vu. Yo pensaba que esto no calaría tan rápido en el público como la nostalgia más ficticia y más coleccionable de Stranger Things. Pero me equivocaba; hasta donde yo sé, quien ha visto Cobra Kai solo tiene palabras de elogio, con independencia de la edad. Supongo que porque aquellos tópicos siguen funcionando igual de bien hoy. Y porque quien haya vivido los ochenta puede prepararse para un auténtico viaje psicodélico a emociones que creía perdidas.

El argumento, como digo, no pretende ser original. Pero es que el argumento es lo de menos. Treinta años después de aquella final antológica del torneo de karate entre Daniel LaRusso (Ralph Macchio, ¿por qué nos habías abandonado?) y Johnny Lawrence (William Zabka), tenemos a ambos contendientes convertidos en hombres de mediana edad. Ambos actores están sorprendentemente efectivos en sus papeles, y sus retratos resultan perfectamente creíbles. Daniel es el exitoso propietario de concesionarios de coches de lujo; está casado, aunque no con Ali (¡ooohhhh!), pero con una mujer guapa e inteligente; tiene hijos, una lujosa casa; viste trajes impecables y es aún buena persona, aunque con un punto repelente que nos indica que Macchio, quien ejerce además como productor ejecutivo de la serie, sabe tomarse a sí mismo con humor. Por otra parte, tenemos a un Johnny vapuleado por el karma; ya no es el puto amo del barrio, sino un perdedor alcoholizado que trabaja haciendo limpiezas y reparaciones en casas de barrios pudientes. Está separado de una mujer aún más desastrosa que él, tiene un hijo que le odia y al que nunca ve, y vive en un apartamento de mierda, intentando socializar lo menos posible con el género humano. Un mal día, Johnny se queda sin empleo por el capricho de una ricachona; eso, y el ayudar (a su pesar) a un vecino adolescente que sufre acoso escolar, lo lleva a reabrir el «Cobra Kai», aquel dojo donde él aprendió karate de su psicopático maestro, el desalmado John Kreese. A partir de ahí, toda una serie de enredos con los hijos de uno y el otro, y los típicos problemas de primer mundo que plagaban las películas ochentera. Solo falta el señor Miyagi, aunque el gran Pat Morita recibe el bonito (y nada recargado) homenaje que esperábamos.

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Cobra Kai (2018– ). Imagen: YouTube Red.

Insisto: el argumento es lo de menos. Que está muy bien construido, pero es lo que es: un reboot suave de la Karate Kid original. Nada nuevo: angustia adolescente, drama simplón, etc. Lo importante es TODO lo demás. Desde las interpretaciones hasta el agudísimo humor, pasando las peleas, que son muy entretenidas: no sé una palabra sobre karate y es obvio que la serie, como la película original, es muy poco realista en cuanto a esa disciplina… pero vamos, quedan muy bien en pantalla. Los diez episodios son breves, de una media hora, pero se hacen incluso más cortos: pasan volando porque el ritmo de la narración es perfecto y, aunque no sea estrictamente una serie cómica, el tono de comedia nunca tarda demasiado en reaparecer. Los cliffhangers son milimétricos y los principios de capítulo pueden llegar a ser prodigiosos. Las referencias al pasado son siempre elegantes o irónicas, nunca te tiran a la cara los elementos nostálgicos como en Stranger Things. Cabe destacar lo que, aparte del humor, es el mejor aliciente y el mayor logro de la serie: la coherencia, honestidad y sencillez con la que han sido reelaborados los dos protagonistas. Macchio y Zabka están fantásticos en las versiones metamorfoseadas de sus antiguos personajes, pero es que además les han dado un material fantástico con el que trabajar. Sí, el argumento es lo de menos, pero los diálogos y las decenas de pequeños detalles que convierten a los dos personajes en seres tridimensionales le confieren una increíble vida al conjunto. Incluyendo algún dato biográfico en modo «precuela» de Johnny, que encaja a la perfección con lo que ya sabíamos del personaje. Estos guionistas no son George Lucas ni Rian Johnson. Saben lo que se hacen.

En ese sentido, otro aspecto destacable es la bendita ausencia de actualización ideológica de los protagonistas y el travieso sarcasmo con el que es tratada la diferencia idiosincrática entre la «generación X» y los «millennials». Algo particularmente evidente con el personaje de Johnny, que al principio no quiere aceptar chicas en su clase de karate porque «las chicas son blandas», y que se pasa la serie llamando «panda de maricas» a quienes no actúan con la hombría que él considera respetable. Johnny mira perplejo a una generación de chavales que son como marcianos para él, y los chavales, claro, lo ven como un dinosaurio sin sentimientos. Pero también Daniel tiene problemas para tratar con su mimadísimo hijo pequeño —niñato repelente, pero interpretado con mucha gracia— o para aceptar que su perfectísima hija esté empezando a fijarse en los chicos. Otro detalle gracioso es que tanto Johnny como Daniel permanecen anclados en la rivalidad de cuando eran adolescentes, incapaces de madurar lo suficiente como para dejar atrás las viejas rencillas; en sus códigos internos, más propios de otra época en la que Twitter consistía en pegarse puñetazos, las rencillas masculinas nunca tienen final. Para ellos, el orgullo ha de ser defendido con ciega insensatez, actitud que los guionistas ridiculizan con cariño pero sin tapujos. El contraste entre ellos dos y la retahíla de personajes adolescentes es muy divertido, pero, al contrario que en otros productos recientes, no siempre es hilarante a favor de los jóvenes, que también se llevan lo suyo en el análisis.

Cobra Kai es un rarísimo ejemplo de cómo retomar personajes y situaciones de una película antigua sin desvirtuar ni mancillar el recuerdo. Todo ha sido tratado con un cuidado propio de restauradores de museo; se ha modificado lo imprescindible y se ha respetado todo lo que se ha podido respetar. Lo que han inventado y añadido de nuevo está siempre en su sitio. Se ha pensado en una evolución lógica para los personajes antiguos; lejos de adaptar una historia salida de hace tres décadas a la mentalidad del presente, se la ha rescatado casi tal cual, aunque dejando claro que los personajes jóvenes están en otra onda. Y, por lo visto, funciona.

La primera temporada de Cobra Kai no va a revolucionar nada salvo, quizá, ofreciendo una enseñanza para guionistas sobre la manera correcta de resucitar un fenómeno cultural. No es Los Soprano, pero sí ha sido, al menos para mí, una enorme sorpresa. Me lo he pasado en grande con ella. Hay muchas, muchas cosas que podrían haber salido mal si el enfoque no hubiese sido el correcto. Y no hay prácticamente nada en donde hayan fallado, lo cual es casi milagroso. Una delicia de temporada que me hace esperar con ganas la segunda entrega (¡Ese cliffhanger final! Ni Juego de tronos). Espero que la segunda temporada no arruine lo conseguido con la primera, pero, aunque así fuere, siempre nos quedarán estos diez entrañables capítulos para alegrar las tardes veraniegas.

Vaya a comprarse una palomitas y un helado, ponga a la vista la carpeta de cuando iba al colegio o la foto de su primer/a novio/a, y dispóngase a disfrutar de una ficción inocente, maravillosamente retro, y, bajo la apariencia engañosamente bobalicona, mucho más astuta que el 90% de las demás series que se están emitiendo ahora mismo. Una pequeña delicia.

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Cobra Kai (2018– ). Imagen: YouTube Red.

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Un comentario

  1. Suscribo todas y cada una de las palabras del artículo. Cobra Kai es es de lo mejor que he visto hasta ahora este año. Que manera mas buena de resucitar aquellas películas, aunque también hace que el visionado de la segunda y tercera partes de aquellas sea completamente innecesaria, aparte de que les da veinte vueltas. También soy de la opinión de que la Karate Kid original, a su manera fue una gran película, de las que mejor ha envejecido de aquella época además, salvando las distancias y las brechas intergeneracionales.

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