Me dijo de quedar en el café del Teatro Rialto (Valencia) porque tiene «un rollo Philip K. Dick». Y la verdad, lo tiene. Del K. Dick reducible a cuatro epítetos: decadente, atemporal, añejo y extraño. En este espacio, Guillem López (Castellón, 1975) va atenuando todo lo demás hasta quedar solo él bajo el foco principal. ECCE y HOMO sobre sus nudillos. El cráneo afeitado reflejando con crudeza la luz. El rostro desnudo de ego o manierismos, encogido en agobiantes preguntas para las que no hay respuesta, pero que precisamente por ello deben ser formuladas.
Guillem y yo somos compañeros literarios, de los que sangran en el mismo barro y se beben las mismas madrugadas. He podido vivir de cerca su despegue a bordo del cohete Challenger, el que protagoniza su novela homónima más célebre, una suerte de hijo bastardo entre La Colmena de Cela y una pesadilla borgiana ambientada en una Miami alternativa que se diluye en esos setenta y tres segundos que tardó en estallar el cohete.
Hoy nos hemos juntado para hablar de todo un poco. De Cifuentes y las pajas literarias. De sus insectos: Arañas de Marte (Valdemar, 2017) y La polilla en la casa del humo (Aristas Martínez, 2016). De su estreno en una major: El último sueño (Minotauro, 2018). De qué se siente al ganar premios internacionales y ver tu nombre cruzando la frontera cuando a la vez sabes que no puedes vivir de esto. Pero, sobre todo, de literatura. ¿Qué es? ¿Adónde va? ¿Va a alguna parte?
Empecemos por el principio. El principio del principio.
[Risas] El principio está muy lejos, eh.
Volvamos a él. A cuando eras niño. ¿Tenías claro lo de ser escritor? ¿Hubo epifanía o llegó después?
Hostia… No lo sé, tío. No lo sé. Ahí es un poco fácil caer en el romanticismo, la imagen que todos tienen de su infancia; el: «No, yo siempre había soñado con ser escritor»… Sí que es cierto que siempre he escrito. Pero no piensas que quieres ser escritor. La palabra escritor, además, me produce últimamente mucho rechazo. Hay mucho blog de autoayuda del tipo: «Reafírmate, eres escritor». Y a mí ya me está cansando un poco tanta reafirmación en el «eres escritor». Qué obsesión por ser escritores. Qué mito hay ahí.
Así que si te dijera ahora que sí, que siempre quise ser escritor, te mentiría. Porque la imagen que tengo de mi infancia ahora no es la real. Así que dejémoslo en que sí, siempre he escrito, pero no sabía que quería ser escritor. Esa fue una decisión que tomé de adulto, con veintipocos años.
¿Cómo la tomaste? ¿Cuál fue el cambio que te hizo elegir la profesión?
Un amigo mío, que era dibujante. Creo que se dio cuenta de que estaba un poco perdido. Un poco no, bastante. Estaba en ese momento en que dejas la adolescencia, te haces adulto y no sabes adónde vas a ir. Fue él quien me dijo: «¿Por qué no te lo tomas en serio y te pones de verdad a escribir?». Y tío, le hice caso y… La cagué [risas]. La cagué porque desde entonces escribir ya no fue tan divertido como era antes; ni tampoco leer.
Porque se lee analizando los engranajes.
Claro. Lees de otra manera. Escribes de otra manera. Te vas metiendo en un callejón en el que el placer de leer lo pierdes o de alguna manera lo transformas. Y eso es una buena putada.
¿Cómo fuiste creando al Guillem escritor? Lo digo porque tú escribes fantástico pero es evidente que bebes también de los clásicos y de la novela contemporánea. Así que cuéntame lo que leía ese niño que no sabía que quería ser escritor.
Pues yo leía lo que había en casa de mis padres. Ahora en las estanterías de los chavales hay mucha literatura juvenil. Pero en mi época, que ya va lejos [sonríe], no había una literatura juvenil tan marcada. Sí, tenías las novelas de los Cinco, las de Guillermo el Travieso… Pero, fuera de casos aislados, las novelas que se suponía que debía tener un niño eran Stevenson, Verne, Wells. Estas son las novelas de un preadolescente en aquella época, totalmente distintas a las que tiene un preadolescente hoy en día, que ya tiene a un gran mercado dedicado a él. Ahora un chaval no se le acercaría, pero en aquella época lo normal era leerte un Ivanhoe, que es un clasicazo, porque es lo que tenías en la estantería de casa.
Así que por un lado tenía esa literatura que se suponía que era la propia de los niños y luego tenía la de mis padres, sobre todo mi abuelo y mi madre que son los grandes lectores de mi familia. Y lo que tenían era la novela realista de la época. Clásicos.
¿Qué clásicos?
Clásicos como Tarás Bulba. Te estoy hablando de los años ochenta. También, mucha novela española, Cela, Delibes. Y luego, los latinoamericanos, como Márquez o Vargas Llosa. Esto es lo que solías encontrarte en una estantería de buenos lectores de la época. Por lo menos en mi casa es lo que había. Yo realmente me introduje en el género tarde.
Tarde es…
Como a los dieciocho, diecinueve. En la adolescencia.
¿Y por qué? ¿Amigos?
Pues, afortunadamente, porque empecé a jugar a rol.
¿Por eso empezaste a leer género?
Sí. Y empecé a leerlo en inglés. Es que a mí el rol me salvó la vida.
Eso tienes que explicarlo bien.
[Risas] Pues entré en él en unos años de la adolescencia en los que pasé por un montón de cosas y me salvó el tener una pandilla con la que me pasaba los fines de semana alrededor de una mesa jugando una partida de rol. Eso es lo que a mí me ha formado mucho la imaginación.
¿Recuerdas algo en concreto de esas partidas de rol?
Tengo un montón de recuerdos, tío. De hecho, el mejor recuerdo de mi adolescencia es ese: mis amigos jugando a rol. Nos pasábamos los fines de semana así. Todos los días había partida… Y hay que entender qué es eso, que un chaval de dieciséis se encierre en su habitación a leer manuales en inglés, porque de aquella no teníamos internet. Por aquel entonces lo publicaba todo Joc Internacional. La rutina era venirnos de Castellón (yo soy de allí) a Valencia a comprar cómics y manuales de rol en inglés. Y los teníamos que traducir. Claro, que un chaval se compre manuales en inglés y los traduzca al español para poder jugar partidas de rol con sus amigos es un regalo.
¿Por qué estabas pasando por algo difícil en la adolescencia? ¿Por qué te hacía falta un refugio?
No, a ver, no creo que fuera más turbulenta que la de cualquier otro adolescente. Digamos que es ese momento en el que te encuentras frente a la bifurcación. Y hay que elegir. Yo elegí el rol y los libros de género, y eso forjó el adulto que años después sería. Ese impás en el que puedes elegir seguir estudiando y acabar en una plaza pública o seguir jugando al rol con tus amigos y ser el friki del colegio. Yo en realidad siempre he sido eso, un friki de colegio. Mi pandilla siempre ha sido la de los nerds, la de los inadaptados. Pero, en verdad… A mí me encanta ser inadaptado.
(Risas)
Sí, ¡lo digo en serio! ¿Por qué me voy a adaptar a algo que tampoco quiere que me adapte, que no me acepta?
Tú te das cuenta de que todo esto está en el tuétano de El último sueño. Que has retratado a una pandilla de inadaptados y parias orgullosos de serlo.
Sí, sí. El último sueño es una novela de inadaptados. De gente que ya no es solo que el sistema los rechace; es que ellos no quieren ser aceptados por el sistema. Al final, si el mundo en el que vives no te gusta lo que deberías de hacer es crear tu propio mundo. No sé, supongo que algo de eso sí viene de esas partidas del rol.
Pinta que sí. Es una novela dura. No tan dura como La polilla…, pero sí dura. Sin embargo, hay un oasis de ternura en los pandilleros. Llevan una vida de mierda, pero desde su punto de vista, esa vida deja de ser de mierda porque es exactamente la vida que quieren llevar.
Es la vida que quieren llevar porque, después de todo, son libres. Uno elige si quiere homogeneizarse y pasar a formar parte de la sociedad o si prefiere seguir en su grupo y vivir a su manera. Esto creo que hay que ponerlo en valor. No tienes que buscar que el mundo te acepte. Primero, tienes que aceptarte tú mismo. Y si el mundo no te acepta, pues que le den al mundo.
Veo la parte personal ahora clara. Pero hay otra parte, el reflejo desde el fantástico de aquellos a los que no queremos mirar. Los que nos piden un eurillo a la puerta del Carrefour. Los que duermen bajo cartones en un cajero. Los que se hacinan en los campos de refugiados.
Claro. Quería escribir una novela sobre la gente que está totalmente fuera del tablero de juego. La gente que no cuenta cuando hay grandes revoluciones sociales, grandes procesos históricos… Siempre van a quedar fuera porque son los perdedores del sistema. Y siempre van a perder. De alguna manera, están condenados a perder. Pero eligen seguir adelante en la derrota.
Esto era complicado, porque no estaba hablando de antihéroes. El antihéroe, por ser lo contrario de un héroe, no deja de ser también un héroe.
Resulta atractivo. Lucha y triunfa por lo suyo.
Tiene unos patrones diferentes a lo que entendemos por héroe. Pero estás retratando a un héroe. A su manera, gana. A su manera, triunfa. Los personajes de esta novela no podían ser antihéroes; tenían que ser marginados. Juegan desde los márgenes. Y su rebeldía, su elección personal, es: «¿No queréis aceptarme? Pues no voy a luchar por que me aceptéis. Y ya que vuestro mundo se está descomponiendo voy a crear mi propio mundo con la gente a la que amo y la gente que me respeta». Ese es un poco el mensaje final de la novela.
Es una novela que tiene también mucho punk. El espíritu do-it-yourself. ¿No existe la música que te gusta? Crea una banda. ¿Que no sabes tocar? No importa. Tú hazte con unos instrumentos y toca. ¿No hay una emisora de radio que quiera poner esa música que creas y te gusta? Pues monta una emisora. ¿No hay prensa? Haz un fanzine. ¿No hay ropa que te gusta? Recicla la ropa de tu abuelo, la de tu padre, ponle afileres… Llevándolo al extremo: ¿no hay un mundo que te satisfaga? Pues crea tu propio mundo, ¿vale?
A pesar de que los pandilleros son el corazón de la novela, describes también el otro mundo, el de las élites. Y son unos cabrones de cuidado, pero son unos cabrones muy humanos.
Tienes sus intereses y ya está. Son las élites. No es que sean malos, que son unos hijos de puta, eh, pero…
Hombre, cuando descubren que pueden sustituir la energía en la que se basa su mundo por otra generada a partir de algo terrible y piensan: «Coño, modelo económico cojonudo, dejamos de ser políticos y nos quedamos como poder en la sombra», rollo Club Bilderberg, pues sí, dejan bastante claro que son unos hijos de puta.
Pero ellos realmente solo hacen su trabajo e intentan salvar el pellejo. Es lo que hacen las élites políticas y sus subordinados.
Es lo que hace, en general, todo el mundo.
Sí claro. Pero ellos con más éxito, porque tienen los mejores contactos. Ellos tienen los grandes contactos con el mundo empresarial.
Hay un tramo en el que describe… Ay, cómo se llama el personaje del primer ministro, que no me sale.
Nimbará.
Eso. Nimbará les suelta a sus colegas de conspiración, sudorosos por el golpe de Estado que van a dar, que hay que apostar por la democracia. Y cuando se escandalizan, les dice algo así como: «No os preocupéis, porque si un tío del pueblo llega a las élites, sus hijos van a colegios de pago, empieza a vestir caro y a hacer chanchullos con las empresas… Entonces, ¿quién es ese tío? ¿No lo veis? ¡Es uno de nosotros!».
Claro. Básicamente, si cogemos a alguien de abajo y lo subimos arriba, ¿en qué se convierte? En uno de nosotros. Y eso lo que te dice es que no son las élites las que están mal, sino el sistema. Las élites simplemente usan el sistema corrupto para corromper. Es algo que vemos mucho hoy en día. La corrupción se extiende porque el sistema está dado a la corrupción.
Cifuentes.
Es un ejemplo. Hemos visto muchos últimamente. Y ojo, esto no es porque el tío que sube a la élite sea malo de nacimiento. Esto es porque el propio sistema provoca que se corrompa.
He leído cinco de tus seis libros…
Te falta Dueños del destino, ¿no?
Ese mismo. Pero de los otros cinco, saco en conclusión que no tienes mucha esperanza en las figuras mesiánicas. En los líderes. En los héroes. Tus personajes son, normalmente, gente que intenta tirar con lo que tiene y salvar el culo mientras pueda. Supervivientes.
Supongo que es porque lo percibo como algo más real. No tienes que esperar a que venga un mesías. Convierte al mesías en verdugo y el pueblo le seguirá al cadalso. Sí que hay gente capacitada y dotada para ser un líder. Y está demostrado que los grandes grupos sociales necesitan de un líder para funcionar; que canalice la voluntad de muchos. Pero no creo en un mesías redentor que se perpetúe en el tiempo.
Tú te das cuenta que esto es ir, como poco, contra el noventa por ciento de la narrativa mundial. Aún recuerdo el vídeo de YouTube que explica con teleñecos cómo hasta una peli de Adam Sandler sigue el ciclo del héroe de Campbell. Y, por lo tanto, del mesías. De Cristo.
Volvamos a las novelas juveniles de hoy. Mi novela va muy en contra del mensaje que dan. El mensaje que dan sagas tipo Los juegos del hambre, que le dicen al lector: «Tú tienes razón. Tú eres especial. Y si luchas demostrarás que tienes razón y todo el mundo está equivocado y cumplirás tus sueños». Lo que yo digo es: «No eres nada especial, no tienes razón y al intentar cumplir tus sueños, te meterás la gran hostia». Lo hemos visto con la crisis. Yo lo sé bien, que vengo de una familia trabajadora que durante unos años se creyó clase media para acabar siendo lo que era, clase trabajadora. Tus sueños no se van a cumplir. Aunque seas un nuevo rico y ganes millones y millones, siempre serás un nuevo rico a ojos de los ricos.
Todo esto va en contra justamente del rollo mesiánico y sobre todo individualista. De tú contra el mundo. A mí lo que me interesa es el afecto que comparte el grupo, la tribu. Y quería cargar también en contra de la unidad familiar tradicional sustituida por el valor de la tribu. La familia es el primer escalón de la propiedad privada. Y la novela antepone el criarse todos juntos. Hay un mandamás que es el que canaliza la energía de todos, sí. Pero no es un cargo que dure mucho tiempo, dura muy poco tiempo, y cuando lo terminas, te vas y lo cedes a otro. Además, tienen el Habladero, que es donde se reúnen a debatir y absolutamente todo el mundo tiene derecho a expresar su opinión. Solo existe la figura de la Justicia, que es la que da la voz, y nada más.
En este sentido la novela es un poco Los niños salvajes o El señor de las moscas.
Qué novela El señor de las moscas.
Bueno, claro, es que Golding… El Premio Nobel para una novela fantástica.
Pues es verdad. No lo había pensado.
Claro, claro. En el 84, creo recordar. Los niños de Golding tenían la caracola. Y los míos tienen la Justicia, para lo de darles palabra.
Esa escena está muy bien para marcar el contraste. El concepto perverso de la democracia corruptora que tiene Nimbará en contraposición a lo que es una democracia de verdad.
Es así. Ellos tienen una democracia real en la que todos hablan y todos tienen que encontrar un acuerdo. Pero Nimbará lo que hace, desde la corrupción de su sistema, es llegar a la democracia corrompiéndola. La propia palabra. Es algo que vemos también mucho hoy en día. Cogemos cualquier término y lo degradamos. Al capitalismo se le da de puta madre.
Ahora, por ejemplo, le ha tocado al terrorismo. A mí, que me he criado en los años ochenta, me sorprende mucho cómo se ha degradado la palabra terrorismo de lo que se ha vivido aquí en esa época, a lo que pasa ahora; cosas que oyes como golpe de Estado. Cuando la corrupción llega a las palabras es muy peligroso. Porque viste la mentira, a sabiendas, como si fuera verdad. Y eso es lo que hace Nimbará con la democracia.
E incluso decide terminar su carrera política porque le sale más lucrativo ser del sector privado. Es una crítica durísima a las puertas giratorias. Porque es un poco como señalar que los políticos son títeres elegidos por los poderes económicos. Por eso un político, que lo sabe, prefiere salirse y ser parte del verdadero poder en la sombra.
Si esto está claro. ¿Quién controla el devenir del mundo? Las élites.
Y a los candidatos que podemos votar. Porque el sistema no está pensado para que podamos votar a cualquiera.
No. Tú votas al que hay. Los partidos eligen a sus candidatos que defienden los intereses… ¿De quién? ¿De los ciudadanos? La democracia siempre está en conflicto con los intereses económicos, del capital. Siempre. Lo que interesa al pueblo no es lo que interesa a las élites. Y esto es algo que en algún momento habrá que poner sobre la mesa, para que el gran público se dé cuenta. Por eso el mundo va hacia dónde va, por eso tenemos guerras, cambio climático y desigualdad. Porque son la consecuencia de los intereses de las élites [a tenor de lo dicho aquí, cabe comentar que uno de los últimos capítulos de El último sueño se abre con una cita ficticia de un tal Ciento Herros que dice lo siguiente: «Una sociedad justa es una sociedad pacífica»].
Vamos a despedirnos de El último sueño hablando de cómo construyes mundos. Porque no usas info-dump [la práctica de explicar el contexto de una narración interrumpiéndola de manera antinatural]…
Bueno, sí uso, eh. Como todos, algo se me escapa.
Pero muy poco. Confías en el lector lo suficiente como para que la explicación del mundo acompañe al conocimiento de los personajes. ¿Qué método hay detrás? ¿Es exhaustivo y previo a la narración o las cosas van surgiendo como en un sueño de vigilia?
Trabajo mucho esa palabra que está tan de moda, el worldbuilding, que no es otra cosa que trazar escenarios. Yo este libro lo escribí prácticamente al mismo tiempo que La polilla. Escribí El último sueño como un borrador, pero en ese momento ya tenía una idea de utilizar este worldbuilding para escribir La polilla... Escribí La polilla…, porque es un libro que tenía que salir al momento; es un libro muy explosivo. Lo escribí muy rápido. En un mes o mes y medio. Y luego volví a El último sueño; y lo volví a abandonar para escribir Arañas de Marte. Y luego lo volví a retomar por segunda vez. Es un libro que he escrito en tres tandas.
¿El primero que escribes así?
Sí. Normalmente es del tirón. Pero este tuvo que reposar mucho tiempo. Pero respecto al infodump y el worldbuilding, tú me dices: confías en el lector. Yo con mis lectores intento tener un juego. En Arañas de Marte y Challenger se nota más. Parto de una premisa: que el lector no es imbécil.
Es que me parece que muchas veces que el infodump va en ese sentido. Asume que hay que mascarle mucho las cosas, cuando yo asumo que el lector es inteligente, independiente y que va a estar mucho mejor lo que él construya en su cabeza que lo que yo construya en la mía y le cuente. Esto es una cosa que viene un poco del teatro. Muchas veces hablan más los silencios que mil palabras. Dale espacio al lector, deja que rellene los huecos.
Esto no le gusta a todo el mundo. Y yo respeto mucho a cada lector. No suelo decir la manida frase: «Es que no lo has entendido», ¿vale? Todo el mundo entiende los libros. A su manera. Le ha gustado más, le ha gustado menos, hay cosas que le llegan y cosas que no. No pasa nada. Tampoco pretendo gustarle a todo el mundo.
Y con el infodump es justo esto. Doy solo unas pinceladas y luego tú vas a rellenar los huecos que falten. Hay gente a la que eso le gusta mucho porque lo que construyen va mucho más allá de lo que yo podría haber inventado. Y eso está muy bien también. La fuerza colectiva es muy superior a la fuerza individual. Lo que vamos a imaginar yo y mis lectores juntos siempre va a ser mejor que lo que imagine yo solo.
Para los lectores que prefieran descripciones más prolijas y más infodump, no pasa nada. Yo no soy su tipo de escritor y ya está.
Pero a la vez das mucho detalle. Entonces, ¿cómo funciona ese instinto para decir bueno, aquí tengo que decir que el fajín tiene un bordado de hilo rojo, aquí tengo que describir la lengua de humo lila subiendo de la boca del cañón para reforzar la idea de la Kamé, aquí entro en una habitación y describo esa cúpula que se advierte dese la ventana este, la chimenea y el escritorio? ¿Cómo se elige lo relevante y se descarta lo superfluo?
Ostras… Eso es totalmente intuitivo. Hace unos años que imparto talleres. Me lo he dejado bastante últimamente porque… El tema de la escritura es un cambio constante. Tomas una posición inicial, luego la vas matizando. Es como que tú te vas formando a ti mismo. Hace unos meses me he dejado de los talleres porque mi propio proceso me indica que no sé si estoy preparado para enseñar a nadie, porque estoy sufriendo unos cambios dentro de mí que me están llevando otro sitio.
O sea, que sientes que estás mutando.
Bueno, es que todos mutamos. Y hay que aceptar estas mutaciones, porque si no, haríamos siempre lo mismo. Si miras mis obras, de Challenger a La polilla… y luego viene Arañas… Hay cambio. Y eso creo que es una marca personal mía. Que mis lectores piensan: «Joer, a ver con qué nos viene ahora». Pero es mi libertad creativa. Quiero tener esa libertad para poder moverme, dentro del género, por territorios muy distintos.
Pero se te reconoce. Aunque cambies mucho de un libro a otro, se te reconoce.
Tampoco sé si cambio tanto. Exteriormente, me lo dicen, y por eso lo sé. Pero una de las metas que debe tener todo autor, y en esto hay un acuerdo bastante homogéneo dentro de la profesión, es tener un lenguaje propio. Es decir, que alguien se lea un texto tuyo y sepa que es tuyo.
Sí. Pero dentro de ese lenguaje propio hay gente que no varía mucho, que tienen un léxico cerrado, una forma de construir las frases determinada, etcétera y otros, como tú, que sí lo modulan mucho. A mí me recuerdas más a un Dan Simmons, que modula el cómo para cada narración, que a, por buscar un referente cercano, un Ismael [Martínez Biurrun].
Jo, es que es muy reconocible, Ismael.
Lo es. Pero tú, sin embargo… Te lees un párrafo de Challenger, de la Polilla y de Arañas… Son muy distintos.
Es que yo cambio, tío. Esto sale también en El último sueño. El mundo cambia, ¿por qué no cambias tú con él? Yo tengo una defensa cerrada a lo que dijo Groucho Marx: «Tengo unos principios y si no le gusta tengo otros». Todo el mundo se centra en el lado crítico e irónico, de chaquetero. Y yo creo que para nada. Que todo lo contrario. Tenemos que estar preparados para aceptar que nos equivocamos, aceptar nuestros errores y cambiar. Tú no puedes tener treinta años y pensar que siempre vas a pensar igual. Yo ni siquiera soy el mismo de hace dos meses, ¿vale? Tienes que aceptar que a la vez que el mundo cambia, tú cambias también. Y no hay ningún problema en ello, tío. Si pudiéramos aceptar que todos podemos cambiar, a lo mejor no teníamos todos estos grandes problemas que tenemos. Es decir: «Bueno, no pasa nada, tío, me equivoqué. Sí, antes pensaba esto. Pero he visto que no, que estaba equivocado y he cambiado de idea».
Otra cosa son los valores. Yo tengo unos valores humanos y éticos invariables. Es importante que los valores de uno sean éticos, que no morales. Los valores éticos son universales y se comparten entre todos. Los valores morales pertenecen a una cultura. Los morales son una morada, una cueva cultural que nos encierra. Y hay que ir con mucho cuidado con la morada. Pero tener una ética humana, universal, es básico. Y dentro de esa ética humana, tú puedes cambiar y cambias. No sé cómo pensaré dentro de diez años. No sé ni cómo pensaré en dos. Pero sé que voy a tener unos valores éticos constantes.
Vamos a viajar en el tiempo. A los inicios de tu carrera. A tu primera editorial. AJEC.
Vale [sonríe].
No sé qué piensas tú, pero creo que representa una época muy concreta. Un grupo de tíos y tías, de los últimos setenta a los primeros noventa, que escriben fantástico. Tú y Jesús Cañadas tuvisteis AJEC. Darío Vilas, Ignacio Cid Hermoso, yo y otros tantos tuvimos 23 Escalones. Los primeros tiempos de Dolmen con la Línea Z. Y luego, la hecatombe, la burbuja que estalla. Pero de ahí salió, esparcida por toda España, una generación de escritores. Pero la cosa empezó por ahí, por las pequeñas editoriales. ¿Cómo llegaste tú? Además, recuerdo perfectamente que fuiste referente con tus dos primeras novelas.
Mis dos novelas de fantasía épica [sonríe]. Las veo ahora muy, pero muy lejanas. Pues mira, yo llegué después de una reafirmación. Yo empecé negando que jamás escribiría género. Hice mío, como tantos otros, el perjuicio contra el género. Y esto es internacional, que nadie se crea que es solo un problema de España. Ahora vengo de estar en Italia en una feria en Milán y me preguntaron una y otra vez lo mismo: el perjuicio contra el género; si en España estaba también. No es que esté en España, es que está en todas partes. Se lo considera siempre algo secundario, algo menor. Cuando decidí tomarme en serio escribir, hice mío ese prejuicio. Creo que fue innato, algo que viene dado por la sociedad, por la cultura en general.
No vas a escribir chorradas con elfos y hadas. Conozco la sensación.
Claro. Te pones a escribir lo que crees que debe ser profundo, personal.
Tópicos.
Claro que son tópicos. Pero, a ver, eres una chavala o chaval joven, con poca idea, así que, ¿por dónde vas a empezar? Por los tópicos. Por lo que crees que es profundo o por lo que te han dicho que es profundo. Yo escribí tres novelas y un montón de relatos antes de darme cuenta de que había hecho mío un prejuicio que no quería. Que yo quería escribir fantástico.
¿De qué eran esas tres novelas?
[Risas] Pues mira, dos no te las voy a decir. La tercera variaba a algo así como un terror urbano e inquietante. Son novelas que nunca van a salir del cajón. Pero la primera, para más inri y vergüenza propia, era una novela sobre la Guerra Civil.
¿En serio?
En serio. ¿No estaba mal, eh? Una novela con su saga familiar… Vamos, que no se podía hacer nada con eso. Era una novela sobre los sucesos de mayo del 37 en Barcelona. Y la verdad es que, claro, cuando lo miras en perspectiva, ves que me estaba negando el derecho a escribir género fantástico. Cuando lo acepté y aparqué esas tres novelas que tenía… Lo cierto es que la primera era esto que te conté. La segunda probé con realismo mágico. La tercera, horror urbano…
Ibas permitiéndote un poquito de cada vez.
Iba deslizándome por una pendiente de negación. Cuando me di cuenta de esto…
Saliste del armario.
Salí del armario del fantástico. ¡Pero por la puerta grande! ¡Me voy a escribir una novela de fantasía épica! Y me escribí La guerra por el Norte, que funcionó maravillosamente. Dueños del destino [la secuela] tuvo la mala suerte de que al mes de salir AJEC echó la persiana.
Como NGC o 23. Murieron muchas.
Sí. AJEC particularmente porque hizo una apuesta salida de madre. El editor se fue de madre, hizo una inversión tremenda, y pasó lo que pasó. Y hoy en día está pasando otra vez. Lo vamos a volver a ver. El nicho del fantástico es algo que aguanta muy bien. Pero los lectores son los que son. Y crecen. Es verdad que crecen. Los datos están ahí. Pero crecen al ritmo que crecen. Y están creciendo mucho más rápido las editoriales pequeñas y los sellos de las grandes para entrar en este nicho. Por eso yo tengo mi pequeña duda de si hay lectores para soportar todo el conjunto de la industria editorial dedicada al fantástico.
Esa época fue un Big Crunch. En un par de meses cerraron NGC, 23 Escalones y AJEC. Y alguna más que se me olvida.
Fue un desastre. Un desastre. Yo estuve desde 2011 que salió Dueños del destino hasta 2015 que salió Challenger sin publicar nada. Dejé de publicar. Fue una etapa muy dura para mí. Eso sí, escribí Challenger. Pero encima Challenger me la rechazaban. Hasta que llegó Aristas Martínez, alabados ellos, me la rechazaron en bastantes sellos. Y me dijeron que nunca jamás la publicaría en España. Y luego fue publicada y, a su escala, muy exitosa [amén de acumular un aluvión de premios nacionales e incluso internacionales].
Entonces, lo de que fueran fantasía épica era pura reivindicación.
Claro. Era mi pequeño día del orgullo. Salí de mi armario montado en una carroza con música en los altavoces y bailando. Tal cual. Cuando estaba escribiendo Dueños del destino, ya tenía la idea de Challenger. La idea me vino en 2010. Y la publiqué en 2015. La empecé a escribir en 2012.
Digestión lenta…
Sí. Es que era una idea… Tenía claro que quería escribirla. Apuntaba mis notas, de tanto en tanto. Challenger, setenta y tres historias…
O sea, que ya se parecía mucho a lo que es.
Sí, sí, sí, sí. Ya desde el principio, al empezar un poco la investigación, me encontré con lo de los setenta y tres segundos [los que tardó en estallar el infausto cohete] y ya supe que tenían que ser setenta y tres historias. A los primeros a los que se lo conté recuerdo que fueron David Mateo y Juande Garduño, en un bar justo antes de entrar a una charla. En 2011, o así. Les dije: «Chavales, estoy pensando en escribir esta novela». Y… Silencio tenso [risas]. Silencio tenso en plan: «qué me estás contando». Es que Challenger, en aquel momento… Intentabas explicar que querías escribir esto y costaba entenderlo.
No había referentes.
Era muy difícil comprender algo así. Pero claro, como idea… Y a mí me gustan mucho los retos. Siempre que me viene una idea, me pregunto: «¿Por qué no? ¿Por qué no puedo hacerlo?». Soy muy cabezón con las historias. Claro, eso me lleva muchas veces a callejones sin salida. Porque siempre me pregunto: «¿Y si sale?». Y hay historias que están condenadas a no salir. Tengo muchas historias que acabo descartando y me rompo muchos los cuernos y…
Y no te sale.
¡Y no te sale! ¡Porque, a veces, las cosan no salen! O no estás preparado para sacarlo. Cuando me leí La cúpula de Stephen King, recuerdo perfectamente que decía que tardó veinte años en sacarla del cajón porque no había manera de escribirla. Yo también tengo ideas para las que sé perfectamente que no estoy preparado. Que no soy lo suficientemente bueno para ejecutarlas. Que quizá no llegue a serlo nunca. Es frustrante por una parte, pero también es gratificante porque te vas conociendo a ti mismo. Y te tienes que conocer muy bien para poder escribir.
Tengo la suerte de que soy muy buen mecanógrafo. Hay capítulos de Challenger que me escribí… En Challenger jugué mucho. No me cerré ninguna puerta. Hay capítulos que los escribí con los ojos cerrados y la luz apagada. Hay un capítulo que lo escribí tumbado, casi en fase de sueño. Luego, evidentemente, requerían mucha edición, porque había cosas que eran mierda pura. Pero me atrevía a jugar con esas cosas. El estar escribiendo un capítulo y que de pronto el párrafo se tuerza y acabe en otro sitio… En realidad te estás hurgando a ti mismo, a ver qué encuentras.
Joder, la literatura es un juego. Es una cosa que comenté en Italia. A ver, la situación allí es distinta. Allí me estoy construyendo un público que en España ya tengo. Tengo que empezar de cero. Ahora empiezan a conocerme. Y a final de año voy a sacar otro libro allí… El caso es que se lo digo a mis posibles lectores italianos. Que yo establezco un juego con ellos. Porque los libros son un poco juego también. Y hay que jugar con ellos.
Y si te lo cargas, el elemento lúdico, te cargas una parte muy importante. Pero parece que los popes de la cultura han desterrado el jugar como si fuera una bajeza.
Sí, claro, tío. Porque al final hay libros que solo son una masturbación. Una paja. ¡De otra persona, además! ¡Ni siquiera es una paja tuya! No es algo que te esté dando placer a ti. Se lo está dando a sí mismo.
Y te lo está cobrando.
Claro, es la creación artística como elemento masturbatorio. Y eso me parece deleznable. No puedes olvidar que hay una persona que va a leer tu libro. Yo aviso al lector, de alguna manera, de cómo vamos a jugar. De que lo nuestro va a ser una relación larga. Y de que sí, soy yo el que ha escrito el libro. No puedes echar el telón y hacer creer que no hay nadie detrás del libro. Y el que crea que no plasma sus ideas e ideología en su libro, ese es el más peligroso de todos, el más fascista. No, no, no. Este libro lo he escrito yo. Y este libro refleja mis ideas y mi pensamiento en el momento que lo escribí. Así que este libro fui yo. Y tu relación con lo que fui va a ser larga, porque te va a llevar un tiempo leerlo. Y durante ese tiempo te voy a contar una historia.
Y me vas a conocer.
Claro, tío. Te voy a contar cosas de mí que son muy íntimas, porque mi manera de ver el mundo es muy emocional. No ves el mundo a través de los sentidos, lo ves a través de las emociones. Entonces, vamos a tener una relación. Hay libros en los que esa relación la planteas más lejana y otros más cercana. De ese último tipo, el más cercano para mí es Arañas de Marte.
Es terriblemente maravilloso de leer. Para un padre reciente, es muy duro.
Porque lo escribí afrontando un problema que me había generado tener un hijo: el miedo. Hasta Arañas de Marte yo nunca había pensado en la muerte. Ni en la de nadie, ni en la mía. Y he llevado una vida peligrosa en algunos sentidos, al punto de decir, tío, que te vas a matar. Pero, como padre, no sufres por ti; sufres por la incertidumbre de lo que le va a pasar a una persona indefensa a la que no puedes proteger de ninguna manera.
Desde antes de ser padre, ya tenía una idea de Arañas de Marte. Funcionamiento cuántico del cerebro, percepción alterada de la realidad, sueños y recuerdos… Toda esa idea ya la tenía. Lo que no tenía es el drama familiar. El drama que tira de la acción. Pero el trasfondo real es hablar de la locura, de la depresión profunda…
Así que necesitabas ser padre.
Sí, porque en el momento que fui padre enlacé las dos cosas. Un poco como Batman. Los escritores tienen que ser un poco como Batman: cuando tienes un miedo, vas a por él. Yo tuve unas semanas con una ansiedad… Lo sabrás; sufres realmente.
A mí me pasa. Lo próximo que me pide el cuerpo escribir también es sobre el miedo a ser padre.
Porque es un miedo muy visceral. Yo me cogí toda esa angustia, todas esas noches sin dormir y desvelos, y los metí en Arañas de Marte. Por eso es más cercana. Y es más cercana porque yo estoy muy involucrado emocionalmente en el libro, en el narrador. Hay párrafos que salen de mí mismo. El narrador de Arañas de Marte es una mano que te coge por el cogote y te obliga a leer. Es muy violento. Porque yo mismo me estaba obligando a enfrentarme a esos pensamientos.
Por eso tenía que ser muy breve.
Claro. Es una novela muy breve porque es muy intensa. Tú en un libro puedes tener elementos como la acción continuista que va hacia delante o el trabajo en la caracterización de personajes, pero luego puedes tener intensidad. Yo no creo que haya una novela larga que pueda mantener la intensidad mucho tiempo. Lo intenso es un guantazo. Arañas de Marte y La polilla… son breves porque son muy intensas.
Y son menos narrativas. Son más una experiencia.
Porque están más basadas en las emociones, en otra clase de emociones, de ansiedad vital.
En Arañas de Marte hay personaje del fantástico literario que se reencuentra con un personaje análogo del pulp… En un el párrafo se describe esa conexión de la heroína literaria con la pulp cuando mira la portada.
Para mí lo que hay es lo metaliterario. Lo de meter la novela dentro de la novela. Realmente es el tema que más se repite en mis libros: el cuestionamiento de la realidad. Quizás el que menos El último sueño; pero bueno, también de alguna manera porque cuestionan el mundo que se derrumba y cuando los sueños intervienen en la realidad… Este cuestionamiento, que es muy Philip K. Dick, está ahí. Aunque todavía estoy viendo por dónde lo quiero llevar. K. Dick lo llevaba por su psicosis y paranoia y yo voy trazando mi rumbo hacia otra parte. Estoy buscando todavía cuál es mi lugar en ese cuestionamiento de la realidad.
Pero volviendo a Arañas de Marte, dices que ella se ve reflejado en el personaje pulp. Pero, ¿y si ella es el personaje? Porque en Arañas de Marte hay una relación entre los recuerdos, los sueños y la realidad. Y hay un gráfico difuso de estos datos que se altera de un capítulo a otro. Esto es lo que realmente me interesaba. El hilo que une todos los capítulos.
En el fondo, esto es continuista con Challenger. Allí, el lanzamiento y detonación o no detonación del cohete es lo que fractura la realidad. Rompe las reglas y crea reglas nuevas.
Lo que más me interesaba en Challenger e incluso La polilla… era que quedara una pregunta en el lector cuando acabara el libro. O incluso a medida que avanzaba la lectura del libro, ¿sabes? Ahí estableces ese juego. El lector empieza a preguntarse: «A ver, qué es real. No, esto es lo real. No, esto no lo es». Va descartando cosas. Y de pronto se da cuenta de que está equivocado, vuelve sobre sus pasos. Es el leitmotiv de estos libros.
Es igual con La polilla… A mí me gusta preguntarle a los lectores, ¿muere o no muere Veintiuno [el protagonista]? El final de La polilla… es una trampa metaliteraria porque él como narrador elige engañar al lector. «Yo soy el narrador, yo cambio la historia, yo tengo el poder. Y mi única manera de salvarme es inventarme otra narración». Esta es la base del narrador no fiable. Y creo que Veintiuno es ejemplarizante como narrador no fiable. Tú te vas a leer la historia, ¿vale? Pero al final hay que contestar a la pregunta. ¿Muere o no muere? Yo tengo mis dudas.
En Challenger yo mismo me tiendo la trampa y no sé cuántas realidades comparten universo y tiempo. No solo quiero que el lector crea en ello; es que yo me lo creo. No lo sé. ¿Muere Veintiuno al final de La polilla…? No lo sé. Puedo tener mis respuestas, pero no son más válidas que las del lector.
Todo depende de qué sea Veintiuno a esas alturas de la historia. Porque ya no sabes qué tipo de entidad es.
Veintiuno es un pobre canalla que evidentemente quiere ser feliz. Y salir de ahí. Lo que pasa es que se equivoca. Alberto Torres Blandina, escritor amigo mío de aquí [Valencia], me dijo un día: «Claro, es que tú no has contado la historia verdadera de La polilla… Esa sería la historia de la hermana y su compañero que traman un plan para escapar. Y luego hay alguien que se lo jode. Y tú has contado la historia del que se lo jode». La hermana es la verdadera polilla, la que busca la luz en la casa del humo.
La trama que va por debajo está claro que es un Romeo-Julieta.
Sí. Es una trama muy clásica pero contada desde el punto de vista de Cuasimodo. Del que te va a fastidiar la historia. Veintiuno se equivoca de camino, pero se equivoca porque el mundo en el que vive solo le da esas salidas. En ese sentido La polilla… también es una novela optimista porque te hace plantearte: «¿Sería Veintiuno, Veintiuno fuera del Pozo?» Y por eso creo que la gente le acaba cogiendo cariño. Es un trepa y una persona que nadie querría a su lado. Pero te llegas a plantear: «En otra situación, ¿quién sería Veintiuno?» Al fin y al cabo, solo es un soñador que quiere escapar. Es vulnerable. Y creo que eso provoca un desasosiego en el lector. Porque quieres que las cosas le salgan bien por una parte, pero por otra quieres que le salgan mal, porque es un cabrón. Creo que es de los mejores personajes que he hecho. En el fondo, es un adolescente pasando a la madurez.
Es la etapa vital en que uno puede ser más antiético.
Pero porque estás muy perdido. Y también muy solo. La adolescencia es la época en que no te llevas bien con tu familia, estás en conflicto continuo con todo a tu alrededor, tienes a tus amigos como único puntal, pero también los puedes perder de repente, porque es la época donde se forjan las amistades para siempre, pero también las grandes traiciones. Te encuentras como una isla, y en esa isla, en la que estás tan solo, puedes hacer lo que quieras, porque es tuya.
Es casi tu novela juvenil.
[Risas] Juvenil… No creo que sea muy recomendable… Bueno, a ver, yo se la recomiendo leer a todo el mundo. Cada uno es adulto para leer lo que quiera. Tampoco sale nada que no pase en la realidad. Y a ver, que los libros son mentira. Todos los libros son ficción.
Me parece que era Márquez el que decía que son un «ensayo de la vida».
No sé, tío, no sé. Creo que el verdadero valor de los libros es que tienen que producir una catarsis; tienen que perdurar en el lector. Es lo que siempre he dicho, el cliffhanger metaliterario. Coger un cliffhanger que es intrahistoria y convertirlo en posthistoria. Es decir, cierras el libro; pero, de alguna manera, el libro sigue así. Por eso lanzo esas preguntas: ¿Muere Veintiuno? ¿Cuántos capítulos de Challenger coinciden en el espacio y el tiempo? ¿Qué pasa realmente en Arañas de Marte: es ella la que sueña, son sus recuerdos o son los recuerdos de otra persona que no sale ni en el libro?
No darle respuestas. Darle muy buenas preguntas.
¡Darle preguntas! Al lector no hay que darle respuestas de nada. Vamos a ver, ¿por qué tanta gente quiere ser escritor? ¿Por qué hay una mitificación del escritor? ¿Por qué en las películas hay tantos protagonistas que son escritores o escritoras? ¿De dónde viene esto? Pues viene de lo más antiguo de nuestro pensamiento mágico. ¿Quién era el escritor antes? ¿Qué era? ¿Un chamán, un brujo? ¿Alguien que salió de la cueva, vio las estrellas y cuando volvió adentro les dio a los otros una interpretación del mundo? ¿Por qué todo el mundo quiere ser escritor? Porque los escritores interpretan la realidad para la gente.
Como la religión. Es un relato en el que creer.
Claro. Yo como escritor interpreto la realidad, la experiencia humana de lo real. Y por eso los lectores lo que hacen al leer es buscarse a ellos mismos en mi interpretación que hago del mundo.
Pero si das respuestas, te sale la Biblia.
Por eso no hay que dar respuestas. Por eso la responsabilidad del escritor es que, sabiendo que vas a interpretar el mundo para que el lector se vea reflejado en él, debes dar preguntas, nunca respuestas. Porque hay que vivir en la pregunta. Hay que cuestionarse la realidad, a los otros y a uno mismo. Así veo la creación literaria: como dar preguntas.
Va una dura; por toda nuestra generación. Hemos salido del armario. Muchos. Los que quieren hacer fantástico más canónico y los que como tú prefieren estar en el lindero de muchas regiones literarias para dar su propia interpretación del fantástico. Pero prácticamente nadie de los nuestros vive de ello; todos tienen otro oficio. Tú también. ¿Qué consecuencias tiene todo esto? Primero para ti, pero también para toda esta generación. ¿Qué pasa al constatar que ese abismo de mil o dos mil lectores no lo ha saltado prácticamente nadie?
Hay una dificultad para conseguir la profesionalización. Si tú te pudieras levantar cada mañana y escribir, pues serías mucho mejor escritor. Si lo hiciéramos todos, pues lo seríamos todos.
Pero aún así, los tenemos. Buenos escritores, me refiero.
¡Sí! ¡Aun así los tenemos. Pero porque nos lo curramos mucho. No es algo nuevo, realmente. Le leí quejarse de esto a Pío Baroja. No podemos ganarnos la vida escribiendo. Personalmente, es algo a lo que he renunciado. Es un poco triste… Pero bueno, yo he condicionado mi vida a poder escribir. Rechazando trabajos mejores, buscando la manera de tener siempre tiempo para escribir. No sé hasta qué punto ha sido una buena idea. Creo que muchas veces todos tenemos dudas de si lo estamos haciendo bien. Le estás robando tiempo a tu familia, a tus amigos…
A ti mismo.
Claro. Yo no tengo ocio, tío. He perdido mi tiempo de ocio. Porque quiero estar con mi hijo, quiero estar con mi pareja, con mis amigos ya apenas estoy… Pero he perdido mi tiempo de disfrutar de un videojuego, por ejemplo. Y claro, no sé hasta qué punto merece la pena.
¿Y hay una forma de modularlo o moderarlo? ¿O es lo contrario, un «o estás dentro o estás fuera»?
Es que no puedes ganar mucho dinero con los libros. No hay tantos lectores. No quiere decir que no puedas llegar a conseguirlo.
Alguno sale. Ahí están Laura Gallego y Félix J. Palma.
O Elia Barceló con su último libro. Que no es de fantástico, todo hay que decirlo. Entonces, ¿qué pasa? ¿Que para ganar más pasta tenemos que dejar de escribir fantástico? Bueno, si estás escribiendo fantástico antes que nada tienes que conocer el mercado al que te vas a dedicar y saber dónde van a salir tus libros y qué vas a hacer. Si eres consecuente con eso, ya sabes lo que hay. Nadie te va a engañar; esto es lo que hay. No vas a ser a ser George R. R. Martin. No. No lo vas a ser porque esa es otra realidad muy diferente a la tuya. Lo que hay que hacer es intentar hacerlo bien. Aportar cosas nuevas… Siempre aportar cosas nuevas. Porque para el poco tiempo que vas a estar escribiendo…
Yo, personalmente, estoy muy quemado. Por una parte, estoy sacando novelas bastante potentes, sí, pero me estoy exigiendo también mucho. Y ahora este año ya he aceptado que en algún momento voy a bajar mi propio listón. Estoy en fase de búsqueda personal. Estoy pensando si voy a escribir otro Challenger. Si podré algún día escribirlo. Porque tengo ideas muy buenas, pero no sé si las voy a poder ejecutar. Tú no puedes estar siempre creciendo, tío.
No. Porque te rompes.
Claro. En algún momento vas a decepcionar a tus lectores. Y en algún momento una editorial te va a devolver una novela. A mí, de momento, no me pasa. Tengo más trabajo del que puedo asumir. Escribo ya sabiendo con quién va salir y cuándo. Pero esto va a llegar un día que deje de ser así. Por eso debes aprender a autogestionarte tu propio trabajo. Porque todas estas tribulaciones, todos estos pensamientos angustiosos, van en contra del proceso creativo real. Yo escribí Challenger porque era libre a nivel creativo. Me dijeron que esto no se iba a publicar y dije: «¡Ja! Me da igual».
Y te pasaste cinco años sin publicar.
¡Sí! ¡Pero escribí Challenger! Entonces… Hoy en día, a lo mejor, sale más a cuenta publicar menos, pero publicar mejor. Yo ahora estoy publicando mucho, pero…
Quieres bajar.
No. No quiero bajar. Yo nunca quiero bajar. Ya te he dicho que me gustan los retos. Publicar más y mejor siempre me atrae. Pero no sé hasta cuándo lo voy a poder mantener.
A lo mejor incluso es hasta contraproducente. Y te conviene parar tres años para cocinar lo siguiente.
Sí, sí, sí. Pero el ritmo que te impone el mercado, vamos, si te pasas tres años sin publicar… ¡Tres o dos! Desapareces. Desapareces en seis meses… Y te diría que hasta en tres. El ritmo de novedades es inasumible, no solo para la industria, para los libreros. También para los escritores, que tenemos que crear.
¿Y no te puedes bajar del caos?
¡No! Porque estamos todos metidos. Libreros, editores, escritores y lectores… Este ritmo es una locura. Este ritmo es enemigo de la literatura. El ritmo de la literatura es pausado… Yo me quité de Goodreads porque al principio me pareció una idea maravillosa para llevar una lista de lecturas que estaba haciendo y lo dejé porque me generaba ansiedad por leer más. Yo tengo una biblioteca y lo que tienes que hacer con una biblioteca es ir, elegir un libro y leerlo. Leerlo atento y pausado. No estar atento a las novedades, a todo lo que va a salir, a todo lo que no has leído todavía. Porque si no lo que consigues es la famosa pila, que todos tenemos. Yo también. Pero eso es algo criminal. La pila es criminal. Es contrario al placer de la lectura. Estamos todos metidos en este ritmo y nos va a explotar. Y es muy difícil salir. Yo no puedo salir.
¿Realmente crees que no puedes plantarte y decir: me voy a pasar tres años cocinando lo siguiente? ¿Crees que perderías toda la relevancia, que no te lo publicarían?
No. No te digo que no me lo publicarían. Lo que te digo es que no estoy preparado para asumirlo. No estoy preparadao para asumir el desaparecer de todo el ruido, que luego es solo ruido, de todo el mundillo literario. Pero de alguna manera pienso: ¡Tengo que salir! Porque todo este ruido no es literatura. De hecho es lo opuesto a la literatura.
Lo que pasa es que te estoy diciendo esto y ya estoy escribiendo la del año que viene… Pero también es verdad que he empezado tres novelas después de El último sueño y las he tirado las tres. Eso es un síntoma. De muchas presiones, de mucha confusión por todo este ruido, de demasiada atención a los lectores. Todo esto va en contra de tu creación.
Ahora sí, me he vuelto a centrar y estoy con mi novela. Yo, realmente, si fuera independiente del mundo mi reto sería una novela al año. Podría hacerlo. Pero no soy independiente del mundo. Ese es el gran problema. Tengo que vivir, por una parte. Pero soy muy afortunado, porque tengo un trabajo de medio año y el otro medio año vivo de los libros. Yo de mi vida personal no me quejo porque es maravillosa. La tengo muy bien montada. Pero hay que conjugar la personal, la profesional y luego la imagen que proyectas en redes.
Y los festivales.
Bueno, hoy en día los festivales creo que son más la excusa para encontrarte con gente, con amigos y amigas del oficio y con lectores. Eso no es el trabajo. El trabajo es cuando te encierras en el despacho y tienes que sacar lo que tengas adelante. Y te exiges sacarlo mejor que la última vez. Te lo exiges tú y te lo exigen los lectores. Yo he sacado últimamente cuatro novelas y es muy difícil que mis lectores no hagan comparaciones entre ellas. Este me gustó más, este me gustó menos.
Pero eso es capitalismo otra vez. ¿No deberíamos plantearnos, de cara a los lectores, un: «Oiga, lo próximo que voy a hacer no es más grande; es, simplemente, lo que quiero hacer»?
Eso es lo que te decía, la aceptación del fracaso. Fracasó hasta Dan Simmons. Y luego se sacó El Terror. Eso es el caerte y levantarte. Y luego también tenemos la presión del choque generacional que viene plasmado con el ellos contra nosotros que últimamente se está viviendo dentro del fandom.
¿Por qué crees que pasa en esto en un mundo que ya de por sí es tan pequeño?
Pues a mí es algo que me pone muy incómodo, porque es una situación que busca el conflicto. Y, ¿por qué hay que buscar el conflicto? No hay que buscar el conflicto de nada. Yo a la gente de mi generación anterior los respeto muchísimo. No estaré de acuerdo en muchas cosas que hayan hecho o dicho. Pero da igual; los respeto. Por su trabajo. Porque trabajaron tanto o más que nosotros.
Y muchos consiguieron más éxitos.
Construyeron la casa que ahora tenemos. Y a mí me incomoda porque me siento en tierra de nadie. Una carrera literaria… A ver, una carrera literaria la construyes desde que tienes veinte años hasta los ochenta. Es toda tu vida. Podrás escribir hasta que te mueras. Pero el ritmo que le estamos dando a las generaciones de escritores. Los jóvenes que aprietan fuerte, el ellos contra nosotros, lo de antes y lo de ahora… Esto va también contra la literatura. No vas a escribir tu mejor libro a los veinte años. A lo mejor sí y eres Rimbaud y no lo sabemos; puede ser, siempre puede ser. Pero a lo mejor tu mejor libro lo escribes cuando tienes cuarenta tacos. O sesenta. Porque vas a crecer con tus libros.
Buscar el conflicto y la sustitución en esto… Esto no es el deporte, que te jubilas a los treinta años. Esto es para siempre. Tú no puedes coger a un tío ya no de cincuenta o de sesenta, sino de treinta y cinco y decirle que es lo de antes. No, perdona, esa persona, que te puede gustar más o menos, va a cambiar y le quedan cuarenta años de vida literaria por delante. Así que basta de conflictos. Cada uno irá haciendo el camino como pueda. Y el que se adecúe a los tiempos, se mantendrá. Y el que se lo deje porque está cansado, por situaciones personales o porque se ha secado creativamente, será decisión suya. En fin, que no me mola nada, tío.
Además, hay muy buen rollo entre muchas individualidades intergeneracionalmente.
¡Si yo solo me he encontrado buen rollo! Bueno, a ver, como en todo. Hay gente que te caerá bien o mal, pero yo tengo una relación maravillosa con escritores a los que admiro. Ismael, Laura Fernández, Sofía Rhei, Jesús Cañadas. Jesús… ¡Jesús Cañadas y yo somos a-m-i-g-o-s! Y eso es muy importante. Sin embargo luego te encuentras que viene gente muy joven, que viene con un conflicto y sus propios grupos.
Tú me contabas que el tema de la juventud como amenaza te interesa.
Sí, de hecho está en lo que estoy escribiendo ahora. El retrato que se hace de las jóvenes generaciones como amenaza apocalíptica. Es decir, la criminalización de la juventud por (se les achaca) falta de valores, radicalidad, que no respetan, que vienen a destruirlo todo… Ese es un poco también el otro lado de la moneda. A lo mejor ese conflicto que buscan las nuevas generaciones viene de esta criminalización de los adultos. Puede ser.
Habrá de las dos cosas.
Sí. Hay de las dos cosas. Yo estoy un poco en el medio. Agacho la cabeza. Porque si la levantas, te pegan un tiro.
¿Y no crees que se vaya a calmar?
No. No, no lo creo.
Pero, ¿por qué? No se está compitiendo por ganar millones de euros. Ni siquiera por vivir medianamente.
Yo además soy una persona muy competitiva. Pero en el sentido sano de la competición. Compito con mis amigos y si juego con ellos, me gusta competir. Soy un tío muy físico y eso se traslada también a mi creación literaria. Pero yo no quiero ponerle la zancadilla a nadie; solo competir. No sé… Estas nuevas generaciones tienen su propio lenguaje y sacarán sus creaciones por sus canales. Pero no hay que olvidar que ellos en realidad están construyendo sobre la misma gente que los criminaliza, que pusieron los cimientos.
Yo recuerdo con agrado la sintonía y mutuo respeto en una entrevista en el Celsius, dónde si no, entre Somoza y Ruescas.
Pero es que Somoza y Ruescas son autores muy cabales. Yo apunto a ese conflicto en redes sociales y normalmente viene de gente de segunda línea. En realidad, la gente de primera línea, ya asentada, no sueles verla en estos conflictos. Hablemos de juvenil, adulto o de lo que sea. Estos conflictos pasan más en el lodo.
Entre los trepas.
Sí. En esa lucha intestina se producen comentarios superdesafortunados. Luego en los festivales te encuentras otra cosa. Lectores y compañeros maravillosos. Sobre todo encontrarme con gente a la que quiero con la que compartir momentos. Más que en ninguna parte en el Celsius, que es el punto de encuentro de todo el fantástico de España.
Es el lugar donde nos tomamos las cañas y las copas.
Los bares de Avilés son el palco del Bernabéu del género fantástico en España. Estamos todos allí. Se cierran los contratos allí. Se hacen muchas amistades muy útiles. Conoces a tus lectores… Hoy en día, es el pilar sobre el que se sostiene todo. No sé, yo el fantástico en España lo veo muy bien. Lo llevo viendo bien desde hace mucho tiempo, la verdad. Seré yo.
Lo cierto es que desde la época AJEC mira que no han salido novelas buenas de las que presumir. Ya solo en AJEC: Jitanjáfora de Sergio Parra, Los horrores del escalpelo de Daniel Mares, las tuyas, la de Cañadas. Y luego NGC, Dolmen, 23 Escalones, Salto de Página, Equipo Sirius…
Y ahora está Daniel Pérez Navarro, también. Fafner con Antipersona. Muy bueno. Y luego Sofía, Laura, Jesús, Ismael. Gente muy buena haciendo cosas muy interesantes.
Para terminar. Un Goliat al que todavía no te has enfrentado y al que te gustaría tirar la onda de aquí al final de tu carrera.
¿Un Goliat en qué sentido?
En el literario. Un proyecto que tienes pero para el cual el concilio de tu mente ha decretado, como dice Cormac McCarthy, que todavía no estás preparado.
Tengo unas cuántas ideas a las que estoy seguro de que no me puedo ni acercar. El problema no es la historia. Lo que yo estoy pensando es cómo puedo cambiar el libro. Ya desde los cincuenta y sesenta se viene diciendo que la novela está agotada como elemento de ocio burgués. Agotada. Mi pregunta es: ¿cómo puedo transformar la novela en algo parecido a lo que fue en su época de apogeo? ¿Cómo puedo cambiarla? ¿Cómo puedo convertirla en otro artefacto que sea más útil, que inicie un camino diferente?
Alterar todos los pilares pero que siga siendo literatura…
Que siga siendo literatura, eso siempre, por supuesto. Pero que siga siendo lo que en su momento entendimos que era una novela y que hoy en día es cierto que está totalmente agotado.
¿Pero tú crees que después de Joyce, Faulkner, Woolf o Proust, después de todo lo que se hizo a comienzos del siglo XX, esa vía puede retomarse?
¡Bueno, luego vino Cortázar y lo hizo!
Es verdad.
Seguimos con la misma estructura de novela… A ver, los pilares a lo mejor no se pueden cambiar, el contar una historia, con sus personajes, su trama… Pero bueno, también vino Danielewski con su Casa de hojas y otra vez todo patas arriba. Por lo tanto sí hay caminos y ángulos muertos que se pueden explorar.
Y luego que realmente no sé si los libros como los conocemos hoy en día van a sobrevivir al futuro. No a cinco o a diez años. Ni a veinte. No. Hablo de que yo no veo las novelas sobreviviendo dentro de medio siglo. Solo en un nicho reducido de lectores que todavía leen libros. A finales de siglo XXI no creo que perduren.
¿Tú crees que nos tenemos que transformar?
Es que a lo mejor ya estamos inmersos en esa transformación. Y creo que deberíamos empezar a cuestionarnos cómo transformar los libros en lo que deberían ser. O quizás ese camino no sean las novelas. A lo mejor ese camino son los videojuegos. A lo mejor todos deberíamos estar escribiendo videojuegos porque los videojuegos son la literatura de finales del siglo XXI. Así que no creo que la novela sobreviva medio siglo. La literatura, sí. Pero será otra cosa. Tal vez, un videojuego
Es algo a lo que llevo dándole vueltas desde hace poco tiempo. ¿Por qué estoy escribiendo libros? ¿Y por qué los estoy escribiendo como los hacían hace cien años? ¿Y dentro de cincuenta años van a existir estos libros?
Cada vez estoy más convencido de que los videojuegos van a ser la literatura de finales del siglo XXI. A lo mejor deberíamos estar probando ya otros formatos: realidad virtual, aumentada, hardware para acceder a la literatura, transmedia, por ejemplo. Encajar las novelas con el mundo al que vamos. No con el mundo que habitamos, sino al que vamos. Todo esto va a cambiar. Está cambiando ya. Y la literatura puede encajar ahí.
Hay que recordar que la novela nació como ocio y escapismo para una sociedad que necesitaba novelas. Lo que hay que preguntarse es: ¿hoy la sociedad necesita novelas? ¿Para leer? ¿Vamos a convertir la literatura en videojuego? Porque la literatura va a sobrevivir. Tiene que sobrevivir.
El sistema es el que produce corruptos. Yo toda la vida he pensado que eran lo corruptos los que afectaban al sistema. Ya que estamos ¿Qué sistemas producen corruptos en serio?¿Todos?¿Solos los que a mi no me gustan? Cuanto pájaro en la cabeza.
lo de cargar contra el capitalismo….vehiculo seguro para el exito. No hay nada mas mesianico que eso.
Que aburrimiento. Llevamos ya muchos años con las predicciones del fin de la novela como para que a nadie le importen los agoreros
Es sólo literatura, señores! Por qué se sulfuran? Incluso esta entrevista que ya tiene tres personajes (y me perdonen la apreciación que no es maligna, sino fantástica) conflictivos y oscuros, pero con una riqueza digna de ahondar, especialmente comenzando con los seudónimos tan… tan… inquietantes y misteriosos, incluido el José con minúscula. Lo que no le entiendo a este muchacho (un tipo con su aspecto que sea escritor me llena de esperanzas) qué quiere decir con que los videos juegos serían la literatura del futuro. Literatura son letras y lecturas, todo lo contrario de esos maravillosos juegos. Muy buena entrevista. Gracias a ambos. (Habrá que sumar otro libro más para leer a la inmensa pila que espera. Esto si que es un drama, ndr)
Agotadora entrevista que en su enunciado pretende enterrar la novela tal y como la conocemos. Error mayúsculo. Los agoreros del fin de las cosas pululan por blogs, tertulias y resto de altavoces mediáticos para anunciarnos el apocalipsis cultural.
Disiento con su visión y le recomiendo leer mi novela querido Guillem.
LA MORADA DE DIOS https://goo.gl/RXFdFZ
Prendo nota: La morada de Dios, otro de leer. Y van…? Si se lo devuelvo quiere decir que no tuve tiempo de leerlo porque me morí, y espero que José Cuenca y tantos otros sientan la misma culpa por escribir sabiendo que no es posible leer todo. Gracias por despertar en mí tortuosos ambientes trascendentales.
Señor Eduardo Roberto. Si su segundo apellido es Stinghen sin duda alguna que andará usted muy ocupado con sus labores de comentarista deportivo en el mundial que se está celebrando en la tierra de Putin. No olvido que usted consiguió el mundial allá por el año 1970 con la canarinha (selección brasileña) en el mismo instante que este escritor tuvo a bien venir al mundo para iniciar su corta pero exitosa carrera como escritor.
No se culpe de no poder leer mi obra, pero no olvide que ese error puede llevarle a tener que compartir algún día, mesa y mantel, con este autor que le habla y que ya ha sido premiado con el Premio Satélite 2017 por unanimidad.
Le deseo buenos días.
Honestamente, me preocupa que alguien que se llama novelista y es considerado como tal piense que los videojuegos pueden sustituir a la novela porque ambos son objetos de divertimento y cuentan «historias» que el lector o usuario recrea en su experiencia. No sé, trato de pensar en cualquiera de las grandes novelas que he leído, no es necesario citar nombres, cada cual tiene las suyas, y me parece absolutamente inconcebible imaginarlas convertidas en videojuegos. Y luego esa manera de arremeter contra las élites como si hubiese descubierto la Coca-cola, y quejarse del capitalismo sometiéndose a todas y cada unas de sus reglas del juego, cuando muchas de ellas él mismo declara que son incompatibles con lo que significa la creación literaria. No quiero ser ácido, ni lanzar críticas gratuitas, pero ¿soy al único que le chirría todo esto? Lo siento, pero me ha parecido una entrevista de un mundo distópico en el que se ha consumado un modelo del escritor mercantilizado de pesadilla que sin embargo aparece como el redentor de la literatura. Me parece demencial. Con todo mi respeto.
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