Laura Ballester es una periodista del diario Levante. Publicó el libro Luchando contra el olvido. El largo trayecto de las víctimas del metro de Valencia (UOC, 2015). Un reportaje que trataba de oponerse al «blindaje gubernamental» que obstaculizaban las investigaciones sobre el accidente de la Línea 1 de Metrovalencia del 3 de julio de 2006 y la «capa de olvido» que iba poniendo sobre la tragedia.
Le llamo por teléfono por la publicación en Astiberri del cómic El día 3, de Cristina Durán y Miguel A. Giner Bou, que sigue las líneas de su trabajo. Lo primero que me dice es que, afortunadamente, la novela gráfica se quedó «obsoleta» en cuatro días. El 19 de febrero la Audiencia Provincial de Valencia reabrió el caso por tercera vez. Había sido archivado el 7 de junio de 2017. Ahora puede que sí que se haya cometido algún delito.
La defensa de los responsables de la empresa que gestionaba el metro se basó en argumentar que el accidente fue imprevisible e inevitable. El único responsable penal sería el maquinista, fallecido en el suceso, por haber sobrepasado la velocidad permitida. Sin embargo, la audiencia ha visto que puede haber indicios de delito contra los derechos de los trabajadores por no prevenir el exceso de velocidad.
Con el cómic en la mano, es inevitable hacer una serie de reflexiones. La tragedia sucedió en Valencia. Las protestas se quedaron en el gobierno regional. Pero el repliegue a la defensiva de los políticos desde el primer instante, los intentos atestiguados de manipular las pruebas o el borrado de la caja negra hacen que el relato de estos diez años tenga un alcance universal.
Es una historia de intriga que puede leer e interesar a cualquier lector de cualquier país. Y es un tebeo que le dejará helado cuando luego, en la letra pequeña, vea que se trata de hechos reales, que todo esto ha ocurrido en Europa, que no es una metáfora que pretenda criticar los defectos de la política de nuestro tiempo. Esto pasó.
No obstante, los protagonistas del cómic son ficticios. Una fórmula necesaria para evitar más dolor a las víctimas de la tragedia. Las viñetas avanzan a golpe de crónica periodística, siguen las investigaciones de Ballester. Una retahíla de datos, situaciones y hechos se van sucediendo en paralelo a la trama humana, los sentimientos de los familiares de las víctimas del accidente.
Con los políticos se llega más lejos, aparecen sin rostro. Sus cabezas son un conjunto de tentáculos. Un recurso bien recibido por la crítica, pero cuya idoneidad podría discutirse. El mayor riesgo que corre cualquier cómic de carácter periodístico es el de la manipulación emocional. Los hechos ya hablan por sí solos.
La trama se basa en que, desde un principio, los responsables políticos querían dar carpetazo rápidamente a lo sucedido. Se pone en boca de un individuo encorbatado la advertencia de que no se deben cometer los errores de identificación de los cadáveres del Yak-42. Otro caso en el que la opinión pública pensó que tal vez el ministerio tuviese algo que ocultar, precisamente porque estaba reaccionando como si ocultase algo, no porque se barajasen datos o informaciones que comprometieran su gestión. Y un suceso ha vuelto a la actualidad recientemente: han encontrado en un cementerio turco la pierna de uno de los ocupantes del vuelo estrellado hace quince años.
En Valencia también hubo prisa. Se pretendió, cuenta El día 3, tener identificadas a todas las víctimas en veinticuatro horas. Una inminente visita del papa a la ciudad, largamente esperada por los gobernantes locales, podía quedar ensombrecida por un accidente que, como cualquier otro, podía dar lugar a un debate público sobre si podría haberse evitado o no con mejores medidas de seguridad, habida cuenta de que a la hora de establecer cualquier protocolo o sistema de seguridad se debe tener en cuenta que el fallo humano siempre es igual a uno.
Con los dos protagonistas principales, de ficción, un padre y su hija que han perdido a su madre, los autores tratan de simbolizar las dos actitudes frente a la tragedia. El padre es conformista, le vale con lo que le dicen, le cuesta, de hecho, ponerlo en duda, le hace sufrir enfrentarse a que pudo haber responsabilidades y deba exigirlas y se refugia en la soledad. La hija, por el contrario, representa lo opuesto. Intenta, junto a otros damnificados, averiguar qué hay detrás de los comportamientos sospechosos de los políticos.
El argumento sigue el reportaje que Ballester publicó en Luchando contra el olvido. Cuando hablo con ella, lo primero que comenta es este nuevo episodio del caso con la decisión de la Audiencia de Valencia de llevar a juicio el accidente doce años después: «La idea del primer día fue que el exceso de velocidad fue la causa del accidente, que el único responsable penal era el maquinista, pero ahora la Audiencia dice que esas cuestiones sí tienen relevancia penal porque puede haber un delito contra los derechos de los trabajadores al no prevenir el exceso de velocidad».
El drama es, explica, que para los técnicos una baliza de tres mil quinientos euros hubiera sido suficiente para evitar el accidente. No había ninguna normativa obligatoria por la que debieran haberla colocado y en eso se escudaron para decir que no era necesaria, pero ahora puede que la obligación de los responsables fuese prever que podía suceder un fallo humano y que la geometría de la vía tenía que estar protegida.
Ya en septiembre de 2005 hubo un accidente y la asamblea de maquinistas reclamó balizas. «Pedían que no se dejara tanto la conducción al libre albedrío del maquinista», señala.
Y sí que hubo planes de mejora; de hecho, los directivos se escudaron en que no había pasado ni un año tras el suceso de 2005. Ballester explica: «Creo que voluntad sí que había tras el susto de septiembre, dos meses antes habían presentado un plan para invertir en la Línea 1, el juez verá si hubo parsimonia».
Sin embargo, el problema está en todos los movimientos de repliegue que hicieron los políticos aquellos días. Las víctimas, tal y como detalla, sintieron que estaban actuando con la intención de que el paso del tiempo, el olvido, enterrara la polémica. Dejarlo correr. Entretanto, hubo intentos muy feos de tapar bocas ofreciendo trabajos a hijos en paro y sugerencias similares.
«Las víctimas siempre han dicho que hubiera bastado con que les hubieran reunido y pedido disculpas, porque es evidente que el sistema falló. De hecho, Camps meses después pidió perdón por las averías que se produjeron en el metro, quizá porque la gente estaba más sensibilizada, y ahí sí pidió disculpas, pero nunca lo hicieron por el accidente, ni de forma pública ni privada», insiste la periodista.
Cuesta creer que algo tan sencillo como actuar de cualquier manera, pero nunca a la defensiva, no entrase en sus planes desde el primer momento. Al final, el gobierno de la comunidad y el municipal dieron la espalda a las víctimas. «Desde el principio fue un accidente incómodo», recuerda Ballester, «estaba condicionado por la visita del papa. Las propias víctimas se convirtieron en un reflejo de que algo estaba mal en ese gobierno, citar el caso era mencionarles a la bicha. Creo que les causaba incomodidad porque era una cuestión inconclusa, no resuelta. Lo intentaron tapar, ignorar el accidente, creían que al final las víctimas se cansarían y que los medios pasarían página, optaron por el silencio y aguantar, el paso del tiempo significaría el olvido, pero no fue así».
El día 3 si algo reivindica contando esta historia es sencillamente el doble dolor de las víctimas, primero por perder a sus seres queridos, y segundo por encontrarse con que la Administración se comportó de esa manera. «En parte fue cobardía», piensa la periodista, «pero si gobiernas tienes que afrontar estas situaciones, las familias han visto truncadas sus vidas porque un servicio público ha funcionado de manera defectuosa, tendrían que haber sido valientes y afrontarlo, ni Camps, ni el conseller ni la alcaldesa hablaron con las víctimas».
La única esperanza que tenían los familiares de los que perdieron la vida fue que suceda lo que está pasando estos días con la reapertura del juicio, que se investigue un accidente de estas características de forma impecable, recuerda Ballester. «Porque el único que dio la cara fue Cotino, pero lo hizo en algunos casos de forma muy perversa, la sensación que le quedó a las víctimas era de que estaban intentando comprar su silencio y que no removieran ni impulsaran denuncia alguna, que al final se abrió de oficio. Fue una manera muy poco inteligente de frenar los problemas; se intentó sugiriendo puestos de trabajo, hay familias a las que se les decía de forma sibilina que tendrían todas las facilidades del mundo a la hora de encontrar trabajo. Piensa en su situación, con un hijo estudiando para policía, que eso se lo dijera el que había sido director general de la policía».
La novela gráfica comienza con el borrado de madrugada de la caja negra del convoy y por supuesto el accidente. A partir de ahí se suceden una serie de intrigas y la lenta lucha de los damnificados por algo tan sencillo como que lo que les sucedió fuese esclarecido con luz y taquígrafos. Estuvieron muy solos muchas horas protestando en la calle, mientras el olvido, eficazmente, hacía su trabajo. Pero vencieron.