Cuentos asombrosos
Cuentos asombrosos es una serie de antología que se emitió a mediados de los ochenta, una colección de relatos fantásticos concebida por un Steven Spielberg que optó por contagiarle su estilo hasta el punto de que el programa podría considerarse como un Alfred Hitchcock presenta o un The Twilight Zone embadurnado en el espíritu de Amblin. Cuentos asombrosos tomaba prestado el nombre de la primera revista de ciencia ficción de Estados Unidos (Amazing Stories), aunque las historias que se desplegaban en la pequeña pantalla gravitaban lejos de la sci-fi y cerca de la fábula de fantasía. Relatos que se presentaron con una cabecera de CGI prehistórico y con el propio Spielberg haciendo de maestro de ceremonias al dirigir el primer episodio: «Ghost Train». Un cuentecillo, protagonizado por un joven Lukas Haas y ese eternamente viejo Roberts Blossom que abrió testas a palazos en Solo en casa, que repasaba todos los tics del director de E. T. en menos de media hora mientras contaba una historia eficiente, pero poco sorprendente, sobre un tren fantasma.
Las cuarenta y cinco historias que construyeron las dos temporadas de Cuentos asombrosos oscilaban bastante en cuanto a calidad, y lo cierto es que andaban lejos de los soberbios libretos de aquella The Twilight Zone que firmaba Rod Serling, pero resultaban curiosas por sus premisas fantásticas y lo estelar de los nombres implicados. Joe Dante (Gremlins, El chip prodigioso) se divirtió sobre terreno conocido al liberar a un monstruo hambriento y tocacojones en «The Greibble», pero también metió a una estrella porno y su marido en una casa encantada en «Boo», para tormento de los fantasmas que la habitaban. Brad Bird (El gigante de hierro, Ratatouille) orquestó un episodio de dibujos animados titulado «Family Dog» protagonizado por un perro nacido de los garabatos de Tim Burton (un chucho que era clavado al héroe canino de aquella Frankenweenie que Burton estrenaría veintisiete años después). Robert Zemeckis utilizó un disco de rock para maldecir a un profesor cabrón (Christopher Lloyd) en «Go to the Head of the Class». Martin Scorsese firmó un relato, «Mirror, Mirror», donde un escritor de novelas de terror era acosado por un monstruo fantasmagórico (Tim Robbins) que solo era visible en los reflejos. Tobe Hopper (La matanza de Texas) utilizó «Miss Stardust» para organizar un concurso alienígena de belleza con Weird Al Yankovic haciendo de repollo extraterrestre. Y el mismísimo Clint Eastwood dirigió a Harvey Keitel y Sondra Locke en una historia de cuadros que cobraban vida («Vanessa in the Garden»).
En la serie había hueco para todo tipo de ingredientes del género fantástico: mandos de televisión que arrastraban a los personajes de la caja tonta hasta el mundo real, viajeros del tiempo, niñeras que utilizaban vudú para contener a los niños a su cargo, peluquines malditos, un Patrick Swayze con poderes en el corredor de la muerte, gente capaz de hacer loops con el tiempo o Danny DeVito armado con un anillo maldito. Spielberg también se encargó de otro episodio, uno de los más recordados de todo el show: «The Mission», un relato ambientado en la Segunda Guerra Mundial y protagonizado por Kevin Costner junto a Kiefer Sutherland, que tiene pinta de drama pero se guarda para su desenlace un truco sorprendente al estilo de ¿Quién engañó a Roger Rabbit?
Cuentos asombrosos funcionó con solvencia en la televisión (en la actualidad Apple planea producir una nueva temporada), generó un spin-off animado poco recomendable (Family Dog) y algunas de las historias que se quedaron fuera del programa acabaron convirtiéndose en productos muy solventes: tanto la película Nuestros maravillosos aliados (1987) como el videojuego The Dig (1995) nacieron inicialmente como posibles capítulos de la serie. En España, y en algunos otros países europeos, se realizó un movimiento comercial bastante extraño al fusionar tres capítulos («Mummy Daddy», «Go to the Head of the Class» y «The Mission») para estrenarlos en cines como si fuesen una película. Algo inusual teniendo en cuenta que la propia serie danzaba por la parrilla televisiva.
Lo verdaderamente interesante es que Cuentos asombrosos contenía una historia donde habitan los monstruos perfectos: el noveno episodio de su segunda temporada, un relato titulado «Thanksgiving».
Radiohead
A mediados de los ochenta, en la Abingdon School de Oxfordshire, cinco chavales decidieron matar el tedio montando una banda a la que bautizaron sin mucho esfuerzo como On a Friday, en honor al día en el que se congregaban para ensayar. Los ejecutivos de EMI no tardaron demasiado en fijarse en ellos y les invitaron a arrancar los noventa con un contrato en el regazo que llegaba acompañado de la sugerencia de buscar una denominación menos cochambrosa para el grupo. Meses más tarde, aquellos jóvenes ingleses entraron en el estudio para grabar su primer disco convertidos en Radiohead, el nombre que tomaron prestado del tema «Radio Head» de Talking heads. En 1992, la banda comenzó a armar cierto follón con el single «Creep», una canción que el mundo parecía amar y odiar en similar medida: la BBC Radio 1 se negó a emitirla por considerarla demasiado deprimente mientras en tierras estadounidenses e israelíes el mismo tema se convertía en un éxito.
A su álbum de debut, Pablo Honey (1993), le siguió The Bends (1995) y sobre todo un Ok Computer (1997) que los elevó a los altares; cuando toda la crítica se calzó las rodilleras ante ellos de manera unánime, repitieron la jugada con un Kid A (2000) que también destacó por cultivar multitud de loas. Amnesiac (2001) y Hail to the Thief (2003), un álbum con el que ni siquiera la propia banda andaba muy convencida, salieron bien parados pero no coronaron cumbre como sus antecesores. In Rainbows (2007), The King of Limbs (2011) y A Moon Shaped Pool (2016) fueron álbumes notables y reverenciados que remataron algo tan poco común como una discografía sin patinazos apreciables. Radiohead se afianzó como uno de esos extraños casos donde el alma de la banda de culto confluía con el éxito a gran escala, algo curioso para una agrupación que no renunció a su propia personalidad ni a hacer lo que le venía en gana: cuando finiquitaron sus deudas contractuales optaron por pasar de las compañías y autoeditarse sus propios discos. Con la publicación de In Rainbows incluso se atrevieron a dejar que el propio comprador decidiese el precio a pagar por el álbum.
La formación también se demostró muy preocupada por el arte que tejía su universo personal: pescaron a creadores como Stanley Donwood para ilustrar sus trabajos, borraron su presencia en internet (su página oficial se tiñó de blanco al mismo tiempo que desaparecían sus tuits y posts en redes sociales) para simbolizar un renacer junto a la publicación de un nuevo disco, escondieron melodías ocultas y secretos que traen de cabeza a sus seguidores, pasearon una canción por sus directos durante más de veinte años («True Love Waits») para grabarla finalmente como regalo a los fans e incluso editaron una versión de Ok Computer acompañada de una cinta de casete que, al ser cargada en uno de aquellos vetustos ordenadores ZX Spectrum, mostraba esto de aquí. Tanta dedicación a lo suyo también los convirtió en pedantes y ñoños para muchos oídos: el personaje de Alicia Silverstone en Clueless: fuera de onda se defecó en su música etiquetándolos de sensibleros.
Entre tanto, en el mundo real, la cara de Thom Yorke, un hombre que nació con el ojo izquierdo paralizado y visitando quirófanos por sus problemas de visión, adornó sin permiso la portada de un libro iraní sobre la impotencia y un anuncio ruso sobre el insomnio. Porque la jeta del cantante parece haberse convertido en la stock image definitiva para representar a alguien que o ha pasado una mala noche o le ha pasado un camión por encima. Y en los juzgados, Radiohead hace dos días que se ha convertido en noticia al demandar a Lana del Rey por plagio porque, a pesar de la dicción de la cantante y las ganas que le pone a esto de entonar, por lo visto no es difícil confundir su «Get Free» con el «Creep» de los ingleses. La situación resulta especialmente graciosa porque hace unos años los chicos de The Hollies señalaron que la banda inglesa había plagiado su «The Air that I Breathe» en «Creep» y acabaron recibiendo parte de los royalties y el reconocimiento de su coautoría.
Lo que nos interesa es que a la hora de invadir el medio visual lo hicieron con mucho estilo y una colección de videoclips extraordinarios. Los seis minutos de su «Paranoid Android», un corte nacido tras fusionar tres canciones diferentes, llegaron envueltos en las extrañas aventuras animadas de Robin, una creación del animador sueco Magnus Carlsson. «Knives Out» se convirtió en uno de los trebejos traviesos de Michel Gondry, que incluía una versión gigante del Operación de MB. «Pyramid Song» mostraba una criatura poligonal como la única superviviente de un mundo devastado. «Lotus Flower» logró que los extrañísimos bailoteos de Yorke se convirtiesen en meme. «Fake Plastic Trees» llegó firmado por el hijo de Ridley Scott, Jake Scott, y le cantaba a la muerte entre colores brillantes. «Burn the Witch» era un remake de The Wicker Man en stop-motion. Jonathan Glazer ideó una pesadilla de venganza motorizada en el sobresaliente vídeo de «Karma Police». Y «No Surprises» consiguió algo imposible: que todo el mundo se angustiara de verdad con un videoclip. La culpa la tenía un cantante, aquel con cara de no haber dormido lo suficiente, cuyo ahogamiento parecía inminente.
Y luego está lo de «Just». Porque el videoclip de «Just» contiene una monstruosidad perfecta.
Destripando un cuento
«Thanksgiving» no había sido ideada originalmente para la serie Cuentos asombrosos. En realidad, se trataba de la adaptación de una historia corta titulada «Hey, You Down Here!» («¡Eh, los de abajo!») escrita por Harold Rolseth en 1971 y publicada en revistas y recopilaciones de corte fantástico como Yankee, Alfred Hitchcock Presents: Stories to Be Read with the Lights on, The Young Oxford Book of Nasty Endings, Twister o Eerie, Weird and Wicked. Su traslado hacia la pequeña pantalla tampoco suponía la primera adaptación del relato a otros medios, porque un francés llamado Stéphan Holmes ya lo había convertido en un cortometraje llamado Ceux d’en Bas un par de años antes. La historia de Rolseth era capaz de llamar la atención de mucha gente, pero cuando decidió visitar los mundos de Spielberg lo hizo como un producto capaz de dar lecciones. Porque la grandeza de «Thanksgiving» se encuentra en demostrar que es posible crear una historia de fantasía redonda utilizando tan solo a dos personajes y un elemento del escenario. Y a partir de aquí se avecinan SPOILERS bien gordos, porque las siguientes líneas destripan la trama por completo y sin pudor alguno.
El capítulo de Cuentos asombrosos sigue casi al pie de la letra la historia que Rolseth había escrito catorce años antes, aunque modifica el parentesco entre los dos personajes principales. Sobre el papel, la pareja protagonista es un matrimonio desavenido, pero en la adaptación televisiva una joven llamada Dora (Kyra Sedgwick) malvive en medio del desierto junto a Calvin (David Carradine), su padrastro cabronazo. Aunque tanto en «Hey, You Down Here!» como en «Thanksgiving» el verdadero protagonista es otro, uno muy inusual: un agujero en el suelo.
En la versión televisiva, Dora y Calvin descubren que un pozo de su propiedad, cuyo suelo se ha derrumbado mientras excavaban en busca de agua, se comunica directamente con un mundo subterráneo. Con la idea de averiguar qué se cuece en sus profundidades, el padrastro ata una linterna a una cuerda para hacerla descender de manera controlada a través de la galería. El hombre es incapaz de echarle una ojeada al fondo porque el boquete es tremendamente profundo, pero al recoger la soga descubre una cosa mucho más insólita y estremecedora: que algo habita en lo más hondo de aquel pozo. Algo que se ha tomado la molestia de sustituir la linterna anudada a la cuerda por una bolsa de piel que contiene una carta escrita en un lenguaje indescifrable junto a un pedazo gordo de oro. Aquello enciende una bombilla en la avaricia de un Calvin que abandona a su hijastra, bajo orden expresa de no acercarse al pozo ni dejar que nadie lo haga, para salir disparado con su camioneta en busca de más cacharrería que intercambiar por piezas de oro con lo que fuese que viviese en las profundidades.
Dora decide aprovechar la ausencia de su tutor para comunicarse con los habitantes del hoyo y tirando de cuerda les remite un diccionario y un pedazo de carne embolsados, recibiendo a cambio un puñado de joyas junto a una nueva nota, escrita en un inglés con la tipografía y los códigos de un diccionario, que agradece el «tosco libro de códigos» y la comida antes de despedirse con un «¿Qué más tienes?». Flipando con la misiva de la Gente del Agujero, la chica decide atar a la cuerda una cesta que descenderá con un par de pollos desplumados y ascenderá rellena con más sortijas y otra nota donde se alaba la carne de pollastre al tiempo que se pregunta por nuevos manjares. Pero todo futuro trueque se veía truncado de golpe con la reentrada en escena de un Calvin que aparecía conduciendo una grúa con el maletero repleto de linternas. El plan que había trazado aquel padrastro paleto consistía en enviar a las profundidades un bidón repleto de linternas razonando que aquello le proporcionaría una montaña de oro.
Pero, tras hacer descender el tonel con la mercancía hasta el fondo e izarlo una hora más tarde, lo único que el hombre obtuvo con la maniobra fueron un montón de linternas mordisqueadas por unos seres subterráneos descontentos. Bastante encabronado con la situación, el padrastro decide utilizar la grúa y una plataforma para descender hasta el fondo, cubierto de pies a cabeza con un uniforme militar y empuñando una escopeta, con la idea de aniquilar a los habitantes del pozo y volver con los bolsillos repletos de su oro. Dora se queda sobre la superficie controlando la grúa mientras Calvin se descuelga por el agujero, pero no tarda demasiado en izar de nuevo a su padrastro al intuir que algo ha salido mal allá abajo. Cuando la plataforma llega de vuelta, la chica se encuentra de nuevo con la silueta de Calvin erguida en posición firme y sujetando el arma. Pero en realidad, lo que contempla tiene poco de Calvin: se trata de un uniforme militar relleno de oro y joyas junto a una nueva carta que aplaude lo exquisito de aquella ofrenda de comida, que suponen que se trata de carne de «un pavo», y finaliza con un «¿Qué más tienes?».
Destripando un vídeo
En el 95, Radiohead contrató a Jamie Thraves, tras contemplar varios de sus cortometrajes experimentales, para dirigir un vídeo con el que vestir el tema «Just» del álbum The Bends. El resultado fue maravilloso, porque el realizador utilizó aquel single como excusa para desplegar una ocurrencia que en realidad era un cortometraje fabuloso.
En el videoclip de «Just», la banda aparece interpretando la canción en un apartamento elevado dentro de un bloque de edificios. Pero lo realmente importante sucede en la calle, varios metros por debajo de los bailoteos y convulsiones de Yorke, con la figura de un hombre que decide tumbarse sobre la acera sin motivo aparente. Una actitud extraña que comienza a atraer a diversos transeúntes, personas que inicialmente se muestran preocupadas por la integridad del hombre, al creer que se ha caído o está borracho, pero que acaban teniendo verdadera curiosidad por descubrir por qué aquel individuo está recostado sobre el pavimento a pesar de que la propia persona advierte continuamente que es mejor no saberlo. Thraves favorece la narración empastando subtítulos sobre las imágenes para que el espectador pueda presenciar los diálogos sin que las palabras pisoteen la música, y remata el clip de la manera más brutal posible: con el hombre tumbado resignándose a confesar ante una marabunta el secreto que le lleva a yacer sobre el suelo. Durante dicha revelación desaparecen los subtítulos a propósito (es posible ver los labios del personaje moviéndose pero no saber lo que está diciendo) privando conscientemente al espectador de la explicación que escucha el resto de personajes. Tras la confesión del secreto, el clip se cierra con una toma aérea de la acera donde, junto al individuo tumbado, aparecen tendidas sobre el suelo todas aquellas personas que han escuchado la explicación del hombre.
Los monstruos perfectos
«Thanksgiving» proponía una situación terrorífica rebozada en humor negro, la existencia de una tropa de criaturas del subsuelo que se comían accidentalmente a una persona pensando que formaba parte de la merienda. Era un cuento que contenía a los monstruos perfectos, seres que habitaban el fondo de un pozo y nunca llegaban a asomar la cabeza. Manteniendo el horror a la sombra, negándose a ofrecer una imagen del mismo, se ofrecía una barra libre de pesadillas para las cabezas del público. Porque la imaginación del propio espectador, deseoso por dotar de forma a las criaturas culpables, se encarga en estos casos de rellenar los huecos nutriéndose de las pesadillas personales. Y, de ese modo, aquel capítulo lograba que cada miembro de la audiencia construyese una imagen mental de la Gente del Agujero tan espantosa como sus temores dictasen, porque el enemigo que no se ve pero se imagina es el más horrible y perfecto de todos. El propio Steven Spielberg lo sabía, y por eso mismo optó por anunciar la presencia del escualo en Tiburón con unos barriles flotantes, que el animal llevaba enganchados con un arpón al lomo, en lugar de utilizar un tiburón robótico que hubiese roto la magia y hundido la tensión. En la irlandesa A Dark Song las dos escenas más terroríficas utilizan una voz conocida hablando al otro lado de una puerta y la silueta de una sombra indescifrable que fuma un cigarro acomodada en un sillón.
En general, todo monstruo que quiera asomar la jeta por la pantalla necesita tener carisma suficiente para aguantarle el tipo a la cámara, como ocurre en el caso de los Gremlins, E. T., los puñeteros Critters o el ejército de bichos que comanda Guillermo del Toro. En ocasiones incluso las criaturas más fotogénicas juegan a envolverse en sombras para aterrar: durante las primeras proyecciones del Alien de Ridley Scott la gente más acojonada abandonaba la sala antes de que el extraterrestre se llegase a presentar formalmente. Attack the Bock jugó una baza sorprendente y fantástica: sus monstruos se paseaban por la luz pero eran literalmente sombras peludas que lucían dientes fluorescentes. Y el Juez Doom de ¿Quién engañó a Roger Rabbit? resultaba mucho más espeluznante cuando la audiencia descubría que, más allá de un par de ojos rojos, no había llegado a conocer nunca su auténtica forma. Entre tanto J. J. Abrams parecía no acabar de entender del todo de qué iba esto, porque tanto el alienígena de aquella Super 8 que dirigió como el bicharraco de aquella Monstruoso que ideó eran criaturas con un diseño tan soso y aleatorio como para que todo el público se olvidase de la pinta que tenían a la media hora de ver la película.
La historia contenida en el Just de Radiohead también jugaba en el mismo campo que los seres agazapados en las sombras. En este caso, lo espeluznante era una revelación, una frase que condenaba a un grupo de personas a tumbarse por iniciativa propia en el suelo y no volver a levantarse jamás. No todo el mundo entendió por qué los subtítulos desaparecían cuando parecían más necesarios y hubo quien se dedicó a leer los labios del personaje para decepcionarse al comprobar que murmuraban un galimatías. En realidad, la monstruosidad que revelaba el hombre tumbado era capaz de dar miedo porque el espectador no podía hacer más que suponerla. Thraves, el director del vídeo, contesta con total sinceridad cada vez que alguien le pregunta qué es lo que confesaba aquel hombre tumbado: «Si te lo dijese no solo amortiguaría el impacto de la historia, sino que además haría que deseases tumbarte en el suelo también». Estaba de coña, porque en realidad los monstruos perfectos habitan en nosotros.
Hola, si alguien quiere escuchar un podcast sobre la serie aquí se lo dejo ;) http://www.ivoox.com/luces-horizonte-cuentos-asombrosos-audios-mp3_rf_7208595_1.html
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