Una de las cosas que más me gustan de viajar es programar al detalle la ruta. Sentarme frente al ordenador con una libreta e ir anotando cada parada, cada desvío, cada rincón que merece la pena visitar. Resulta agradable adelantarse con la imaginación al propio trayecto. Ir visualizando el viaje mucho antes de emprenderlo. La planificación minuciosa del itinerario te permite, de alguna manera, viajar dos veces. La primera de ellas desde el sofá. Pero sobre todo te ofrece una posibilidad todavía más interesante: mandar la libreta al carajo, detenerte en algún punto al azar y elegir el camino que más te apetezca seguir. A veces no hay nada como un buen plan para poder incumplirlo a conciencia.
Por lo general, cuando uno husmea en blogs de viajes o webs de turismo, suele encontrarse siempre con los mismos destinos. Los mismos pueblos. Las mismas plazas. Los mismos monumentos. Son esos sitios estupendos que uno visita con vocación notarial: para dar fe de que existen, de que están efectivamente ahí, donde se indicaba, y tacharlos por fin de la lista. Pero a menudo, eclipsados por estos, acostumbra a haber en la misma zona un buen número de lugares fascinantes que el viajero rara vez descubre, ya que difícilmente figuran en las guías ni son especialmente conocidos por el gran público.
Lo comentaba hace poco con un amigo mientras desmenuzábamos por WhatsApp uno de los últimos capítulos de Fariña. En varias ocasiones se ha podido ver en la serie una pasarela que conecta una zona arbolada con un núcleo urbano. Una estructura metálica que, a modo de puente peatonal, formando un llamativo paisaje con el mar al fondo, se eleva sobre lo que parece ser un estuario. La imagen, que los directores de la serie utilizan en algunos capítulos como recurso habitual entre escenas, funciona como un retrato certero de la costa gallega y sus contrastes. Mi amigo me preguntaba qué lugar era ese, en qué parte de las Rías Baixas se hallaba y si era posible visitarlo, ya que había decidido pasar sus vacaciones de agosto en Galicia; concretamente, «veraneando en Sangenjo».
Le expliqué que la zona arbolada era el bosque adyacente a la playa de O Terrón, donde precisamente Sito Miñanco realiza, si no recuerdo mal, la primera descarga de cocaína en la serie. Le aclaré que la población con la que conecta la pasarela es Vilanova de Arousa, lugar de nacimiento de Valle-Inclán y Julio Camba, siendo la propia Ría de Arousa el pedazo de mar que se ve al fondo —y cuyas vistas merece la pena disfrutar con un albariño desde la terraza del bar que se encuentra justo al final de la pasarela—. Y le comenté que desde ese punto hasta el lugar en el que pensaba veranear, que por estas latitudes tenemos la sana costumbre de llamar «Sanxenxo» y no «Sangenjo», apenas hay media hora en coche recorriendo la autovía do Salnés y un par de vías rápidas interconectadas.
Y así comenzamos a hablar de lo mucho que mejora un viaje cuando, al planificarlo, a uno lo orienta alguien que conoce bien la zona; cuyos consejos no se limitan a los cuatro o cinco lugares típicos recomendados en las guías turísticas, sino que sirven para descubrir rincones a los que, de otra manera, y por desconocimiento, pocos turistas se acercarían. Porque en el caso de las Rías Baixas está muy bien visitar, por ejemplo, la playa de A Lanzada. Es uno de esos sitios que visita todo el mundo. A veces hasta puede uno tener suerte y encontrarse con algún paisano que le detalle alegremente cuántos familiares se le han ahogado allí —en Galicia a todo el mundo se nos ha ahogado algún ser querido en A Lanzada, aunque no se nos haya ahogado ninguno—. O visitar, qué sé yo, las Illas Cíes y su playa de Rodas, considerada por algunos como la más bonita del mundo. O el castro milenario de Santa Trega. O el casco histórico de Cambados. O incluso la madrileña playa de Silgar, en Sanxenxo. Pero las Rías Baixas son mucho más que eso.
Son el monumento a Julio Camba y la casa museo de Valle-Inclán en Vilanova de Arousa, así como la otra casa museo de este que se encuentra en A Pobra do Caramiñal —según el propio escritor, su nacimiento se produjo en un barco que hacía su travesía entre ambas poblaciones, situadas a ambos lados de la ría—. Las Rías Baixas son el Parque Natural do Carreirón, al sur de la Illa de Arousa, con sus dunas, sus marismas, sus bosques de pinos y sus playas salvajes. Si uno recorre el parque siguiendo el sendero de Os pilros, de unos cuatro kilómetros de longitud, puede verse gratamente sorprendido por la compañía de numerosos conejos, que habitan allí desde los tiempos en los que no había puente hasta la isla y había que acceder a ella en barca, así como por la presencia de varias especies de pájaros, cuya diversidad ha provocado la declaración del Carreirón como Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA).
Las Rías Baixas son el faro de Punta Cabalo, en la propia Illa de Arousa, hoy convertido en un encantador restaurante sobre las rocas. Son una puesta de sol contemplada desde cabo Silleiro, en Baiona, con el océano Atlántico anocheciendo ante tus ojos. Son una tarde de vinos y tapas a la sombra del inmenso magnolio centenario que hay en el jardín del furancho Reboraina, un antiguo pazo perfectamente conservado situado en Redondela. Un municipio, este, desde cuya playa de Cesantes se puede coger un barco para visitar la Illa de San Simón, en el centro de la Ría de Vigo, protagonista de un paraje privilegiado que, además, merece la pena contemplar desde lo alto del mirador Campo da Rata, donde se encuentra —con permiso de los acantilados de Loiba— el banco con las mejores vistas del mundo.
Las Rías Baixas son un paseo por el monte A Guía, donde las esposas de los marineros vigueses encendían antaño hogueras que servían de faro a sus maridos para regresar de noche a casa. Son la réplica de la carabela Pinta en Baiona y también el Hidria Segundo, el último barco de vapor que queda en España y que se puede visitar en O Grove, en cuyo puerto está atracado. Allí mismo, a apenas doscientos metros, se encuentra el bar O Peirao, donde puede uno descubrir la historia del «camarada Luchof». Y la Taberna Meloxeira, un lugar ideal para comer. Todo eso son también las Rías Baixas. Como lo son el paseo de madera de Pedras Negras, justo en la otra punta de la península de O Grove. O las preciosas calas Menduiña, Francón, Areacova, Sartaxéns, Lagoela y Cova da Balea, todas ellas en Aldán. O el enigmático bosque encantado que se encuentra en esa misma parroquia y en el que se esconde un misterioso castillo abandonado.
Las Rías Baixas son las ruinas de la iglesia gótica de Santa Mariña Dozo, en Cambados, y la necrópolis del siglo IV de la parroquia de Noalla. Son una visita a los viñedos del Pazo Baión, en otro tiempo lugar de residencia de Laureano Oubiña. Son una comida con amigos en el restaurante Loxe Mareiro, situado en Carril a la orilla del mar. Son un paseo por las calles empedradas de Muros, cuyo casco histórico data del siglo X. Son unas ostras en Arcade. Una vuelta por la lonja de Cangas. La cascada del río Barosa. Los hórreos de Combarro. Las dunas de Corrubedo. Las Torres de Oeste en Catoira, construidas para proteger Santiago de Compostela de los ataques vikingos. Los faros de Cabo Home y Punta Subrido. Incluso los burros fariñeiros Emilia, Pardo y Bazán que viven en la Illa da Toxa son también las Rías Baixas.
Todo esto es lo que le recomendé visitar a mi amigo mientras conversábamos por WhatsApp. Un plan perfecto para aprovechar sus vacaciones de agosto «veraneando en Sangenjo». Le aconsejé anotar todos los lugares mencionados en una libreta y trazar una ruta en el mapa apuntando cada parada, cada desvío, cada rincón que le apeteciese visitar. Después solo tendría que subirse a su coche, conducir hasta las Rías Baixas y, cuando estuviese a punto de llegar, cuando por fin divisase a lo lejos el Atlántico, detenerse en una estación de servicio, tirar la libreta y el mapa a la papelera y hacer exactamente lo que le diese la gana. Que para eso son sus vacaciones y para eso ha decidido pasarlas en Sanxenxo. No se me ocurre mejor lugar.
Que perdida de tiempo Manuel, que vano y esteril intento pedagogico, que nugalla meu…
Cuando lo que quieren de verdad es veranear en SANJENJO, la idealizacion de su madrid de provincias, su Madrid con playa, donde poder gritar en las terrazas que el mejor pescado se come en Madrid, donde preguntar a cualquiera si lleva mandanguita encima, quejarse si oyen a lo lejos a alguien hablando en gallego exigir que se programe una corrida de toros en las fiestas patronales o al menos una salve rociera y comentar con regocijo que barato esta la mariscada de mejillones,minchas, dos percebes y cuatro necoras.
Pues lo pragmatico seria darselo, hacer un Disneyland Español en SANJENJO con trabajadores que indefectiblemente contestaran con preguntas, se encogieran de hombros cada vez que escucharan aquello de » A vosotros los gallegos se os quiere» y aturuxaran con las propinas para recocijo del turista-yo soy español-español y se pudieran sentir como en casa pero como mas fresquitos, que las vacaciones no se inventaron para pensar, ni mucho menos descubrir.
Asi que frente al espureo intento civilizador Manuel conformemonos con desplumarlos. Boa falta fai.
sáquese la boina
Obviamente como bien apunta el amigo Jank, el uniforme de los trabajadores gallegos del resort Sanjenjo Español y muy Español incluiria traje regional, zocos y boina. Solo en el caso de que la temperatura superase los 30 ºC se les permitira cambiarla por una visera de piensos Biona.
No sé cuantas veces habrá estado en verano en esa zona, o a cuántas personas del resto de España que veranean en Galicia conoce, pero no le vendría mal acercarse un día y quitarse esos estereotipos de las cabeza. Igual así no dejaba esos comentarios de perogrullo.
Por favor, hágase un favor y desenrósquese la boina, que le corta la circulación al cerebro. Y se lo dice otro «periférico».
Gran ruta!
Y gracias por aclararle a tu amigo lo de «Sanxenxo». Es dura batalla cultural, pero algún día, puede que algún día…
pd.: «Non creas nas cousas que vexas, apálpaas!».
Si,si…pero fariña se rodó casi en su totalidad en una villa medieval situada al fondo de una ría…dicen q es una pequeña Compostela…me encanta q siga siendo uno de los secretos de Galicia mejor guardados y q nunca,nunca se convierta en un «sangenjo».;)
Totalmente de acuerdo… y por muchos muchos años!
Clickbait de libro
SANXENXO al igual que decimos Rías Baixas.
Lo digo en general por por el articulo, a ver si cala con al serie.
Gran artículo! La verdad es que dan ganas que la gente no descubran las Rías Baixas, porque como se masifiquen perderemos un tesoro.
Por otro lado, si bien corregir lo de Sangenjo a Sanxenxo me parece adecuado, es un sinsentido decir Illa de San Simón o Illa de Arousa al hablar en castellano.
Son accidentes geográficos, no topónimos, y como tales se deben decir en castellano, rechina verlo escrito en gallego en medio de un texto en castellano…
Tienes razón Josito, por la misma razón rechinaría decir en «galego» «fun de viaxe a Cuenca» lo correcto y propio sería decir «fun de viaxe a Cunca»
Tuché XD
Acaso ud. no dice Castela hablando en gallego?
Es ridícula la utilización de topónimos oficiales en textos en castellano. Dejen de inventarse que lo de «Sangenjo» o lo de «Gerona» lo impuso Franco. Lleva diciéndose desde hace siglos. Mucho antes que Franco fuese un lamentable proyecto en la barriga de su madre.
Lo mejor de todo es que todavía (y gracias a dios) la mayoría de jodechinchos no han descubierto la Playa de Beluso…que alivio
El único problema del artículo es que mensajes abiertamente xenófobos y llenos de prejuicios y, digámoslo, abiertamente fascistas como el de XeO sean vistos como gracietas tan solo porque son escritos por alguien que se dice de un lugar del mundo u otro se puedan publicar.
Si alguien de Madrid escribiera un mensaje parecido hablando de Galicia le caen collejas hasta el juicio final, con toda la razón.
El regionalismo y el nacionalismo no molan, vale ya con la broma.
Lo de «Sanxenxo y no Sangenjo» me cae bastante antipático. En gallego, y oficialmente, es Sanxenxo. Pero en castellano, es Sangenjo. Londres es en inglés, y oficialmente, London, y Milán es en italiano, y oficialmente, Milano, y no veo a los londinenses o milaneses ofendiditos por que su ciudad tiene un nombre diferente al del idioma local.
Los mismos que ponen el grito en el cielo con Sangenjo luego no dudan en decir «Castela», cuando en castellano, y oficialmente, es Castilla.