—Su nombre era Arnold. Esos primeros años fueron gloriosos… sin invitados, sin reuniones de junta. Solamente pura creación. Un anfitrión comenzó a pasar el test de Turing después del primer año, pero Arnold quería más. No le interesaba el aspecto, el intelecto o el ingenio. Quería lo más importante. Quería crear consciencia. Se la imaginaba como una pirámide: memoria, improvisación, interés propio…
—¿Y en la cúspide?
—Nunca llegó hasta ese punto. Pero tenía una idea de lo que podría ser basada en una teoría de la consciencia llamada la mente bicameral.
—La idea de que el hombre creía que su pensamiento era la voz de los dioses… creía que había sido desacreditada.
—Como teoría para entender la mente humana, puede. Pero no como un plano para construir una mente artificial.
Este es un fragmento de una conversación entre el doctor Robert Ford y Bernard Lowe en el tercer capítulo de la primera temporada de Westworld. La serie, que tiene como punto central la creación máquinas similares a los seres humanos, rescata es esta escena una vieja teoría de la conciencia planteada hace casi medio siglo: la mente bicameral.
En 1976 el psicólogo estadounidense Julian Jaynes publicó El origen de la conciencia en la ruptura de la mente bicameral, un libro donde desarrollaba una hipótesis según la cual el ser humano no había desarrollado una consciencia propia hasta aproximadamente el 1000 a. C. Según Jaynes, antes de ese momento los Homo sapiens no eran conscientes de sí mismos y al menos entre 10 000 y 1000 a. C. sus acciones se regían por la mente bicameral. En este modelo el hemisferio izquierdo cerebral, donde normalmente se sitúan áreas importantes del lenguaje, recibía instrucciones del hemisferio derecho donde se producían constantemente alucinaciones auditivas que las personas interpretaban como órdenes de dioses o demonios; y eran estas alucinaciones las que guiaban las acciones de la humanidad. Además, Jaynes planteaba que el avance cultural hacía evolucionar el cerebro a estadios más conscientes (no creo que sea casual que sitúe el origen de la mente bicameral aproximadamente en 10 000 a. C. coincidiendo con la aparición de la agricultura) y destacaba en este proceso la importancia del avance cultural del lenguaje, que entre 1400 y 600 a. C. provocaría la aparición de la consciencia humana.
Jaynes hace especial hincapié en el papel de la escritura en la desaparición de la mente bicameral, pero es muy selectivo en este aspecto: formas de escritura como los jeroglíficos egipcios o la escritura cuneiforme a su juicio son demasiado difíciles de entender en profundidad con nuestro lenguaje actual como para evaluar si fueron creadas por seres conscientes. Según él, La Ilíada, que casualmente es un texto donde no aparecen mencionados explícitamente conceptos como la mente o la consciencia, es el primer texto con la longitud suficiente como para analizar si fue escrita por humanos conscientes. La conclusión de Jaynes es que no fue escrita por personas con consciencia ya que presenta algunas particularidades como la ya mencionada ausencia de conceptos escritos que se traduzcan directamente por las ideas de mente o consciencia. Y sin embargo, si hablamos de La Ilíada antes de analizarla es importante tener en cuenta algunas de sus particularidades, como que se trata de una obra cuya traducción es extremadamente antigua, o que no es una pieza unitaria sino que está dividida en veinticuatro cantos o rapsodas.
Como menciona en el diálogo el personaje de Bernard «La idea de que el hombre creía que su pensamiento era la voz de los dioses… creía que había sido desacreditada», independientemente de las interpretaciones de textos como La Ilíada, esta hipótesis está totalmente descartada al carecer de evidencias neurológicas que la apoyen. Y de hecho tiene evidencias muy sólidas en su contra: sabemos que espacios de tiempo de unos pocos miles de años son totalmente insuficientes para que se puedan producir cambios evolutivos. Además, se estima que los humanos modernos llevamos unos 200 000 años con el mismo cerebro, con las mismas capacidades intelectuales. Entonces, ¿por qué hay una gran diferencia entre nuestro actual desarrollo cultural y el de hace 200 000 años?
Aquí el gran problema está en confundir capacidad con habilidad. Por ejemplo, cualquier persona sana tiene un cuerpo con el potencial biológico para correr una maratón, pero sin el entrenamiento adecuado esta capacidad no se desarrolla hasta convertirse en la habilidad de poder correr 42 kilómetros. O si nos centramos en el cerebro, por ejemplo todos los seres humanos nacemos con la capacidad de usar un lenguaje, pero si no se nos enseña una lengua nosotros nunca desarrollaremos la habilidad de hablar. Y aunque hace 200 000 años no utilizáramos el cerebro para construir ciudades, aviones, etc. ya entonces nos era muy útil: durante muchos siglos los seres humanos teníamos que luchar diariamente por la supervivencia, y seguramente nuestra gran capacidad intelectual nos permitió desarrollar las habilidades necesarias para evitar nuestra extinción durante la Edad de Hielo (aproximadamente desde 110 000 a .C. hasta 10 000 a. C.).
Desde que terminó la última glaciación nuestro crecimiento tecnológico y cultural ha sido exponencial: el desarrollo de nuevas herramientas genera nuevos problemas, que son solucionados con nuevos materiales, ideas, etc.; por ejemplo, con la creación de la agricultura surgió también la necesidad de crear sistemas de riego, diseñar técnicas para almacenar el alimento sobrante, etc. Y así cíclicamente. De hecho, no está muy claro dónde está nuestro límite como población, cuál será nuestro último y definitivo invento, ¿quizás robots tan humanos como un Homo sapiens?
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Referencias:
- Black, M. E., & Tosic, O. (1999). Auditory hallucinations and the bicameral mind. The Lancet, 354, 1999.
- Cavanna, A. E., Trimble, M., & Cinti, F. (2007). The «bicameral mind» 30 years on: a critical reappraisal of Julian Jaynes’ hypothesis, 22(1), 11–15.
- Sher, L. (2000). Neuroimaging, auditory hallucinations, and the bicameral mind. Journal of Psychiatry & Neuroscience : JPN, 25(3), 239–240.
- «The human advantage: how our brains became remarkable» Suzana Herculano-Houzel. The MIT press (2016).
Preguntas intraquilizantes para una especie en transición, que desde sus orígenes no ha hecho otra cosa que (además de tantos desastres y pocas maravillas) cambiar continuamente en todos sus aspectos, tanto fisionómicos como psiquicos. Talvez terminemos siendo lo que recondidamente hemos anhelados desde los inicios: ser puro espíritus, como los dioses, sin la «carcel del cuerpo» y la tiranía de nuestro cerebro, siempre en lucha para predominar y multiplicarse. El avance de la ciencia de a poco nos ha presentado algo inquietante: que nuestros circuitos neuronales que nos dan la consciencia podrían estar fuera de nuestro cerebro, en cualquier elemento plástico que contenga moléculas, como el aire o el agua, un programa volatil desde el cual observaríamos con emociones nuevas las maravillas de este planeta el cual ya nos queda chico, un nirvana, un paraíso, sin hambre ni de carne ni de sexo. Excelente artículo.
Creo que es la primera vez que un artículo de la Jot Down se me hace frustrantemente corto. Muy bueno en cualquier caso.